Capítulo 20

El policía de paisano se mantuvo inclinado algún tiempo sobre el coche rojo, asomándose a la ventanilla lateral del lado del acompañante, mientras hablaba con la mujer sentada tras el volante.

Hans se preguntó de qué hablarían.

Poco tiempo después finalizó aquella conversación. El motor del coche arrancó y la mujer se alejó de allí. Hans comprobó que había girado hacia la misma calle lateral por la que poco antes había desaparecido el otro policía.

Durante un tiempo no sucedió absolutamente nada. Los policías de uniforme se habían apostado a ambos lados de la puerta de entrada del edificio. Estaban ocupados en lo mismo que Hans: esperar.

En algún momento, el policía de paisano sacó su móvil del pequeño bolsito sujeto a su cinturón y lo sostuvo cerca de su oreja unos segundos.

Cuando volvió a guardar el móvil llamó por señas a sus compañeros y les habló unos instantes. Tras eso, sólo uno de ellos retornó a su antiguo puesto de vigilancia al lado de la puerta, los demás se repartieron entre los diversos coches patrulla para marcharse de allí.

Hans cogió a su vez su teléfono móvil y marcó un número de la memoria. Era el momento de volver a contactar con el Doctor.

—¿Sí?

Hans explicó lo que había visto y el Doctor le ordenó esperar allí hasta que recibiera nuevas órdenes.

—Tengo la impresión —añadió después— de que muy pronto sabremos cuándo llegará tu momento de actuar. Si todo sigue bien, aún se demorará un poco. Si no es así, es posible que pronto tengas que traerme a nuestra amiga Jane Doe. Y ya sabes que aquí te espera otra misión.

—Sí, Doctor, lo sé.

Hans colgó.

Esa otra misión que le aguardaba no le gustaba. Ni lo más mínimo. Pero ¿cuándo le había preguntado alguien a él si le gustaba o no le gustaba algo? El artículo 6 del código de honor ya lo decía: Tu misión es sagrada. La llevarás a cabo… Si fuese necesario, arriesgando tu propia vida.