Capítulo 42
El aspecto de la auténtica Sibylle Aurich era terrible, pero aún así, tuvo que realizar un importante esfuerzo para apartar la vista de aquella mujer. Finalmente lo logró.
Cuando se decidió a mirar a Haas, el perfil de éste quedó parcialmente borrado por las lágrimas que acudieron a sus ojos.
—¿Qué clase de monstruo es usted? —logró exclamar—. ¿Qué le ha hecho a esa pobre mujer?
—He creado una técnica que abre nuevas perspectivas en la curación de personas con enfermedades mentales. Y ésa es sólo una mínima parte de las posibilidades que ofrece Synapsia. Se comprende que al principio hay que hacer algún que otro sacrificio, y espero que pronto logremos utilizar a los donantes sin que aparezcan estos… estos efectos secundarios indeseables.
—¿Donantes? ¿Utilizar? ¿Qué significa todo eso?
Él hizo un gesto vago con la mano.
—Espera, Jane. Ahora lo explicaré todo.
—No me llame Jane. Dígame cuál es mi nombre de verdad. ¿Quién soy en realidad?
—¡Pero mami, te llamas Daniela! —dijo Lukas, apartándose rápidamente del Doctor y acercándose a su madre.
Sibylle se agachó y le abrazó con fuerza. La sensación de sentir por fin a su hijo junto a ella, poder oler su piel, le provocó nuevas lágrimas.
Temía que alguien intentara apartar al niño de su lado y lo sujetó con tanta fuerza que el pequeño gimió de dolor.
Una mano se apoyó sobre su hombro, los dedos apretaron con suavidad para llamar su atención. Soltó a Lukas y levantó la cabeza.
Hans señaló al Doctor con la cabeza. Ella se irguió, pero se cuidó de mantener a su hijo próximo.
¿Daniela? Aquella mujer de CerebMed también me llamó así…
—Su nombre es Daniela Randstatt, trabaja usted con nosotros. Todo lo demás es irrelevante ahora.
Sus pensamientos se agolparon.
Daniela. Daniela Randstatt.
Sí, aquel nombre le era familiar. Como si se tratase del nombre de una antigua, muy querida, íntima amiga, en la que no pensaba desde hacía algún tiempo.
Lukas Randstatt. Mi hijo.
—Dígame, ¿yo conocía todo esto? ¿He tenido algo que ver con este… con Synapsia?
—No. Usted trabaja en administración. Esta zona de aquí sólo es accesible a un círculo muy limitado de colaboradores. Y usted no pertenece a él.
Sintió alivio, pero, simultáneamente, la asaltaron mil nuevas dudas.
—Pero ¿por qué…?
—Alto —dijo Haas y alzó la mano como un agente de tráfico—. No más preguntas. Sibylle Aurich es una donante. Y usted una receptora, al igual que lo serán muy pronto estos dos señores de aquí.
Miró primero a Grohe, después a Rosie, antes de seguir hablando.
—Con todo lo que saben no puedo utilizarlos, por desgracia, como donantes. Y no es difícil de imaginar qué papel, si donante o receptor, es el más agradable. Le he presentado a la señora Aurich para convencerla de que le conviene colaborar conmigo y contestar en los próximos días hasta la más mínima de mis preguntas. No hemos intentado hasta ahora convertir a un receptor en un donante, pero sería interesante sin duda ver qué ocurre en ese caso.
Haas hizo una seña a su hijo, que aún continuaba acompañando a aquel desgraciado ser en el que se había convertido Sibylle Aurich. Robert le hizo dar la vuelta a la mujer y la empujó, tras lo cual ésta echó a andar. Su cuerpo desprovisto de voluntad obedeció a las señales de las manos de Robert.
—Oirán ahora un breve discurso explicativo sobre el potencial de Synapsia —explicó Haas atrayendo de nuevo la atención—. El procedimiento mediante el cual ha sido desarrollado Synapsia es muy innovador. Aunque dos de ustedes muy pronto no recordarán nada de lo que voy a decir, para usted, Jane, sí que será de interés saber cómo se convirtió en lo que es ahora. —Calló y miró a Wittschorek—. También será interesante para usted, comisario. Espero que sepa valorar lo que le ofrezco.
Sin esperar la reacción de Wittschorek a sus palabras, volvió a dedicar su atención a Daniela.
—Cuando vea lo que he logrado realizar en usted comprenderá por qué he de conocer cada uno de los pensamientos que haya tenido en los dos últimos días. Acérquese un poco más.
Daniela, que hasta poco antes había creído llamarse Sibylle, dio dos pasos en su dirección arrastrando a Lukas consigo.
—Mami, no quiero seguir aquí —se quejó el niño, y a ella se le partía el corazón al escuchar aquellas palabras. Le acarició la cabeza con intención de tranquilizarlo y apretó su cabeza suavemente contra su propio cuerpo.
—Intentaré simplificar al máximo mis explicaciones —comenzó Haas—. Desde los orígenes mismos de la ciencia médica, el ser humano intenta comprender el funcionamiento del cerebro, y, en especial, de la memoria. ¿De qué modo logramos recordar? ¿Qué fuerza posee ese sistema y de dónde procede exactamente? Ya Cicerón se hizo esa pregunta en el siglo I. Se ha pensado que una vez se sepa cómo y dónde se archiva lo aprendido sería posible introducirle al ser humano cualquier tipo de conocimiento en su cerebro artificialmente. Hace ya muchos años que se descubrió la sinapsis, y los científicos poseen una idea aproximada de cómo funciona nuestra memoria. Pero sólo, como digo, aproximada. Sin embargo, yo, he descubierto las claves del funcionamiento del cerebro humano. —Haas hizo una pequeña pausa para mirar significativamente a todos los presentes—. Si recordamos a un perro, ello no significa que en nuestra cabeza se halle la imagen de un perro. No, ese perro está archivado en una red de células nerviosas que unen entre sí conceptos tales como pelaje, animal, ladrar, salir a dar un paseo, educar, hueso y muchos otros más. En los puntos de contacto de esas células nerviosas se sitúan, con bifurcaciones increíblemente numerosas y finas, las sinapsis. Una sola célula nerviosa contiene alrededor de diez mil sinapsis. Siguiendo con la idea del perro, cuando vivimos algo nuevo, o aprendemos, o vemos, todo eso es descompuesto en diversas características por nuestro cerebro, que las archiva formando una red determinada de conexiones sinápticas. Cuanto más a menudo veamos a ese perro, tanto más firme se unirá esa red de conexiones entre sí. La percepción ocasional se convertirá en recuerdo permanente. Si me han podido seguir hasta aquí, comprenderán también cómo funciona Synapsia.
Guardó silencio de nuevo, como intentando crear cierto suspense.
—Enviamos una corriente eléctrica de baja intensidad a través de toda la red neuronal del cerebro. En cada punto en el que se ha creado previamente un puente entre las sinapsis, la corriente avanza, donde éste no existe, se detiene. Y en ese preciso instante, en la milésima de segundo en la que todos esos puentes finísimos son atravesados a la vez por nuestra corriente eléctrica, Synapsia aprovecha esa misma electricidad para crear un molde de los miles y miles de millones de puentes. Una copia exacta a escala 1:1 del original. Un milagro.
De nuevo calló, estudiando uno a uno a los presentes, como si esperara algún aplauso.
—Ese molde lo guardamos, archivamos y colocamos a un receptor sobre su cabeza como si se tratase de un casco. Utilizamos su cerebro como si estuviese completamente vacío, limpio, como materia en bruto, por así decirlo, reescribiendo todas las conexiones sinápticas y, con ello, los recuerdos. Eso significa, en resumidas cuentas, que puedo copiar el cerebro de un sacerdote y colocárselo a un criminal-receptor. O, para ser más realistas, copio el cerebro de una mujer insignificante, a la que podremos llamar, por ejemplo, Sibylle Aurich, y le coloco el molde a otra mujer cualquiera, que pudiera ser, quizá, Daniela Randstatt.
Durante unos instantes nadie habló. Daniela miró fijamente aquel extraño artefacto y sintió fuertes deseos de vomitar. Le costó grandes esfuerzos controlar las náuseas.
—Eso es absolutamente perverso —espetó Grohe—. El primer cerebro que debería reescribir es su propia mente enferma.
—¿Y por qué las personas se convierten en lo que ahora es Sibylle Aurich? —preguntó Sibylle aterrorizada.
El rostro de Haas permaneció impasible.
—Aún no hemos completado nuestras investigaciones. Hemos de perfilar algunos detalles. Por desgracia, la corriente eléctrica que Synapsia envía a través de las células nerviosas de un donante ha de poseer una intensidad determinada para que pueda formarse el molde. Esa intensidad, a su vez, provoca que las células que contengan conexiones sinápticas se destruyan. Después de aplicar Synapsia quedan inservibles, como si borrásemos el disco duro de un ordenador de tal forma que ya no pudiera ser reescrito nunca más.
Sibylle no podía creer con cuanta calma explicaba aquel hombre cómo mutilaba a las personas de la forma más cruel.
—¿Y cómo puede ser que Daniela, cuando creía que era Sibylle, no se sorprendiera de ver de repente un rostro diferente en el espejo? —preguntó Rosie, que al parecer era la que se encontraba menos impresionada de los presentes.
—Uno de los procedimientos que muestran la genialidad del cerebro humano —explicó Haas, como si aquello también constituyese uno de sus logros—. Tal cómo he explicado anteriormente, un recuerdo es más semejante a un puzle que a una imagen estable. En ese puzle aparecen con frecuencia huecos que nuestro cerebro completa por sí mismo presentándole a nuestra conciencia aquella posibilidad que estima más plausible. Por cierto, es lo mismo que explica que cuatro testigos de un mismo accidente automovilístico ofrezcan cuatro descripciones diferentes del suceso, hallándose cada uno de ellos convencido que la propia es la verdadera. Igualmente se cuida el cerebro de que nuestra mente no acepte como veraz algo que parece imposible. Y bien, la primera vez que Jane se miró en un espejo y su subconsciente registró que esa imagen no coincidía con la que guardaba en su memoria, su cerebro reaccionó y ofreció la explicación más lógica. Dado que el reflejo mostraba el aspecto que tiene Jane, y dado que no se podía contemplar ni una operación ni un accidente como explicación, sólo podía aceptarse una única verdad: era el recuerdo el que estaba distorsionado. De modo que el cerebro borró ese recuerdo y lo sustituyó por el nuevo rostro. En cualquier situación semejante…
Tras ellos se cerró una puerta. De repente Robert estaba al lado de Daniela e intentaba apartar a Lukas de ella.
—Suéltalo —ordenó con voz dura, insistiendo en separarla del niño, pero ella lo mantenía fuertemente sujeto. Lukas comenzó a gritar.
—Deja a mi hijo —gritó ella, agachándose y protegiendo al niño empleando su propio cuerpo como escudo.
Como Robert no conseguía arrancarle al niño, lo soltó, y cogiendo a Daniela por el pelo, tiró de su cabeza hacia arriba con fuerza.
—¡Suéltalo! ¡Ahora mismo! —gritó él.
El dolor en su cráneo era tan intenso que no pudo evitar soltar un lamento, pero aún así mantuvo a Lukas fuertemente abrazado.
—Maldita estúpida —jadeó Robert.
Sibylle registró un movimiento y supo de repente qué iba a suceder.
El puño de Robert apareció delante de ella, con un tamaño descomunal, y la alcanzó de forma simultánea tanto en la mejilla como en el ojo derecho. Algo explotó en su cabeza, que se llenó de fuegos artificiales. Todo daba vueltas a su alrededor, sus brazos y piernas cedieron, y cuando comprendió que caería al suelo sin remedio, gritó una vez más el nombre de su hijo.