Capítulo 17

La noche había sido fresca. No fría. El frío era algo muy distinto. Cuando en el Sáhara, poco después de la puesta del sol, la arena entregaba su calor al espacio exterior y la temperatura bajaba bruscamente unos cincuenta grados, entonces sí hacía frío.

Hans sabía perfectamente qué era el frío, había experimentado noches realmente gélidas.

Después de que se hubieran apagado las últimas luces de la casa, había aguardado, por seguridad, una hora más, y sólo entonces se había permitido dormir un poco.

El asiento de aquel BMW era mucho más confortable que el de su minúsculo vehículo francés, no obstante, se había mantenido alerta, despertando automáticamente ante el sonido más insignificante que se introdujera en el vehículo a través de la ventanilla lateral, abierta en una cuarta parte de su extensión. Era una costumbre que probablemente jamás abandonaría. Se había desvelado incluso al percibir el suave pisar del gato que se había deslizado a, exactamente, las tres y siete minutos por el seto situado justo a su lado.

A las cinco decidió poner el asiento de nuevo en posición vertical. Pensó en Jane.

Mucho más tarde vio a las mujeres abandonar la casa e introducirse en el Golf rojo. Hans ya sospechaba cuál sería su próximo destino. El Doctor no había predicho la visita al geriátrico, pero sí la siguiente.

Sus sospechas se afianzaron cuando las mujeres tomaron la autovía y se convirtieron en certeza, confirmándose de forma definitiva, a medida que se fueron acercando a Stadtamhof.

Resultaba difícil aparcar en las cercanías del edificio ante el cual se había estacionado el vehículo rojo, por lo que Hans tomó una calle lateral donde encontró un hueco, en principio reservado para residentes. Podía correr el riesgo de que le pusieran una multa, ya que se desplazaba en el coche de Joachim. Jamás hubiera abandonado su propio vehículo en un lugar en el que pudieran ponerle una multa. Era extremadamente importante evitar todo contacto con la policía para que no fuera arrancado por la fuerza de esa cadena de acontecimientos en la que constituía un elemento importante. Aquello podía tener consecuencias nefastas.

Por ejemplo, si le parara un policía en aquellos instantes, quizá ello le impidiera ver qué estaba sucediendo al otro lado de la calle y tal vez le sucediera algo a Jane que él mismo, Hans, hubiera debido evitar a cualquier precio, pero en lo que más tarde ya le resultaría imposible influir.

Como consecuencia de todo ello, tal vez Jane hiciera algo que le llevara a averiguar algunos hechos de los que jamás debía enterarse. El Doctor se enojaría muchísimo, porque aquello podría significar problemas para él. Muchísimos problemas.

El Doctor le ordenaría entonces hacer cosas con Jane que Hans sería incapaz de hacer. Y entonces ocurriría algo realmente terrible.

De modo que él, Hans, se vería obligado a matar al policía con una rápida y certera puñalada en el cuello para que los hechos que afectaran a Jane Doe sucedieran tal y como había planificado el Doctor. Pero la muerte del policía, a su vez, llevaría a una serie de hechos que…

Hans tenía que dejar de pensar en todo aquello.

Normalmente siempre intentaba llegar en sus reflexiones hasta el amargo final. Pero eso le llevaba mucho tiempo, y a veces le obligaba a gritar en voz alta, porque las posibilidades de desenlace de aquella pequeña intervención suya eran tan increíblemente amplias que se sentía incapaz de abarcarlas todas.

Cuando volvió a situarse en la calle de la casa que le interesaba, descubrió para su alivio que el vehículo rojo no se había movido. Vio que había una persona detrás del volante y sabía perfectamente de quién se trataba.

Hans se agachó a unos cincuenta metros de distancia detrás de un enorme macetón de piedra y esperó.

Entre diez y doce minutos después apareció, por la izquierda, un vehículo policial, y sólo unos segundos después le siguió, desde el lado derecho de la calle, otro coche que se acercó a una velocidad desorbitada y aparcó justo detrás del coche patrulla.

Dos hombres bajaron del último vehículo y, frenéticos, conversaron con un agente uniformado que prácticamente había saltado del coche verde y blanco.

Hans conocía a los dos policías de paisano. A uno de ellos mejor que al otro.