11 de julio
Sandro Pertini rompe el protocolo
(1982)
Aquel era el día más importante en la historia del estadio Santiago Bernabéu, pese a haber vivido muchos días gloriosos antes. Y es que aquel día se jugaba en ese recinto la final de la Copa del Mundo, a la que habían llegado dos selecciones de gran tradición, Alemania e Italia. El campo estaba a rebosar, en una hermosa tarde-noche de verano. Presidían los reyes de España, a los que acompañaban en el palco el presidente alemán, Helmut Schmidt, y el de la República italiana, Sandro Pertini. Estaban también los reyes de Grecia en el exilio, los presidentes de la FIFA y el COI, Havelange y Samaranch, el del Gobierno español, Calvo-Sotelo, y cuantas autoridades se pueda pensar. Nunca antes ni después estuvo el palco del Bernabéu tan granado de autoridades.
Pero uno borró a todos, el anciano Sandro Pertini, que a sus ochenta y seis años ya no tenía nada que esconder. Había sido teniente condecorado por su valor en la Primera Guerra Mundial. Luego, significado luchador antifascista en los tiempos de Mussolini y de la Segunda Guerra Mundial, lo que le costó un total de trece años de prisión y destierro y una condena a muerte cuando fue capturado por el ejército alemán, de la que se libró fugándose de prisión. Fue líder del Partido Socialista Italiano y, entre otros cargos, presidente de la Cámara de Diputados desde 1968 hasta 1978, cuando fue nombrado presidente de la República, cargo que ostentaba cuando se disputó esta final. Para entonces daba la figura de un anciano limpio y pequeño, delgado, pelo blanco, fuertes gafas e impecable terno. Era un hombre entrañable para Italia, donde se consideraba que había devuelto credibilidad a la clase política. También se le llamaba el «dulce cascarrabias» por sus enfados espontáneos, que no ocultaba. Fue célebre una ocasión en que compañeros de su propio partido le reprocharon que utilizara su avión presidencial para trasladar los restos de su viejo amigo, el comunista Enrico Berlinguer. Pertini replicó: «Que se mueran ellos e iré también a recogerles con mi avión».
Por España había pasado durante la transición y tuvo una intervención en el Congreso muy aplaudida, respaldando «la libertad como un bien precioso que ha de ser defendido a cualquier precio. Las dictaduras son el orden de las galeras. A la más perfecta de las dictaduras preferiré siempre la más imperfecta de las democracias».
Pero lo que le hizo de verdad célebre en España (y en muchos más lugares) fue su actitud en aquella final, que nos dejó dos espectáculos, el del campo, donde ganó Italia, y el del palco, donde goleó Pertini. A cada gol italiano el veterano dirigente se levantaba con los puños al aire, con movimientos algo torpes, propios de su edad, pero con una alegría incontenible, que contrastaba con la circunspección de sus compañeros de palco, particularmente el alemán, Helmut Schmidt, cuyo equipo sufría los goles que Pertini cantaba. El Rey y todos los demás acabaron viendo con simpatía su actitud, riendo cuando él se disculpaba tras sus raptos de entusiasmo. El Rey, llevándose la mano al corazón, le dijo que recordara que estaba operado y llevaba un marcapasos.
Italia ganó 3-1. Hizo un gran Mundial. Rossi fue el máximo goleador. Pero el italiano que más celebridad mundial alcanzó ese día fue Sandro Pertini, el viejo luchador antifascista que se había dejado arrastrar por sus sentimientos.