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EL loco camarero me atribuye crímenes abominables. Agradables o desagradables, según se mire. Como las imágenes que, de vez en cuando, me vienen y rechazo. Dice que la muerte me espera. Que me está esperando. Que, aunque intente huir, ella me encontrará. Veo al vagabundo triste y harapiento acariciando la cabeza de Nicodemo. Ambos, mirándome, en el centro de la plaza. Yo no me aparto de la ventana porque no temo a nada. No tengo miedo a nada ni a nadie.