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AZUCENA tiene muchos amantes: amantes visuales. El viejo del quiosco, el negro juez, yo mismo. Y un enemigo: Heliodoro. Si luce un sol primaveral se contonea suavemente y notamos sus formas agitarse. Azucena sabe que todos la miramos. Que nos arde la sangre. Cuando pasea, la saludamos como si no pasase nada. Todos disimulamos, pero ella sabe que alimenta sueños insatisfechos. Una palabra suya provocaría un caos irreversible. Nicodemo la aprecia. Se aman sin pedirse nada, sin exigirse nada. El psiquiatra de la voz posesiva afirma que es una enferma. El psiquiatra de la voz posesiva es un hombre ignorado. Es un ente irreal. La desnudez de Azucena es real sólo tras los cristales. Es tan real como la risa o la muerte. Tan real.