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HAN ejecutado a Heliodoro. Ya nadie reza por mí. Ya no veo su cara de borracho rezando a las alturas. Ya no peina su cabello rubio delicadamente. Ya no se acaricia el rostro, pálido y, ahora sí, desencajado. En el Juzgado me miraba fijamente. Ya no sollozaba. No me miraba con odio. Creo que le inspiraba compasión. Murió sin quejarse. Eso me tranquilizó. Quizás fuera culpable de su muerte. De la muerte de Azucena. Si no, ¿por qué lloraba?