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EL sacerdote perfectamente equilibrado llegó aquí nada más ser nombrado sacerdote. Tanto entonces como ahora casi nadie frecuentaba la iglesia. Todos íbamos, al menos, una vez al año. Con asiduidad sólo la frecuentaba la ahora mujer del viejo del quiosco, que, entonces, no lo era. Ambos eran jóvenes. Se relacionaban cotidianamente. Se estimaban. De esta estima surgió una especie de complicidad parecida al amor. La ahora mujer del viejo del quiosco decidió hacerse monja. Lo que les unió aún más porque, entonces, ambos amaban a Dios por encima de todas las cosas.