Epílogo

Un año más tarde…

—Lo que habéis de tener en cuenta cuando analicéis una inversión financiera es que resulta de vital importancia mirar por debajo de la superficie. —Arthur se reclinó en la silla del escritorio y escudriñó a su pequeña audiencia—. Formulad las preguntas que los demás no formulan. Tomad notas. Analizad lo que puede salir mal así como lo que esperáis que salga bien. ¿Está claro?

Los gemelos gorjearon desde el fondo de sus cunas. El pequeño David miraba a Arthur con atención, sin duda fascinado con la conferencia. Su hermana, Agatha, parecía más interesada en su sonajero, aunque Arthur sabía que había absorbido hasta el más mínimo detalle. Como su madre, era capaz de realizar dos cosas al mismo tiempo.

Arthur les sonrió a ambos. No tenía ninguna duda: era el padre de los niños más inteligentes y hermosos del mundo entero.

Al otro lado de la ventana, la primavera había invadido la finca. La luz cálida del sol entraba a raudales en la habitación. Los campos estaban verdes y las plantas habían florecido.

Poco después de casarse con Elenora, Arthur se trasladó con ella al campo. Londres estaba muy bien para las visitas ocasionales, pensó Arthur, pero ni él ni ella estaban hechos para pasar largos períodos de tiempo en sociedad. Además, el aire del campo era mucho más saludable para los niños.

—El dinero no es la cosa más importante del mundo —continuó Arthur—, pero es un bien muy útil.

La puerta de la biblioteca se abrió y Elenora, ataviada con un vestido de color rosa y con un aspecto fresco y vital, entró como una exhalación en la habitación. En la mano llevaba un diario que a Arthur le resultó familiar.

—… Sobre todo en esta casa —añadió Arthur con sequedad—, porque vuestra madre es capaz de gastar una cantidad ingente en obras de caridad.

Elenora arqueó las cejas mientras se acercaba a él.

—¿Qué tonterías les estás contando a los niños?

—Les estoy dando unos consejos financieros sensatos. —Cuando Elenora se detuvo delante de Arthur, éste se puso en pie y la besó. Tras mirar con recelo el diario, dijo—: No me digas nada, déjame adivinar. Necesitas más fondos para el nuevo orfanato, ¿no es cierto?

Ella le ofreció su radiante y maravillosa sonrisa, aquella que siempre lograba enternecer los lugares más recónditos de su interior, y se inclinó sobre las cunas para hacer unas carantoñas a los niños.

—La construcción casi está terminada —explicó por encima del hombro—. Sólo necesito un poco más de dinero para cubrir el coste de los cambios en el diseño de los jardines.

—Según creo recordar, los jardines estaban incluidos en el presupuesto original.

—Sí, pero quiero que los amplíen. Los dos estuvimos de acuerdo en que los niños necesitan un lugar extenso y agradable para jugar. Es importante que dispongan de mucho aire fresco y de una zona para hacer ejercicio.

Arthur decidió que se había casado con una mujer de muchos talentos. Gracias a su supervisión, todos los aspectos de su mundo, incluidos los niños, él mismo, las obras de caridad y las casas, prosperaban.

—Tienes razón, querida —respondió él—. Los niños del orfanato necesitarán unos jardines excelentes.

—Sabía que lo entenderías. —Elenora se enderezó, abrió el diario y escribió algo con rapidez—. Esta misma tarde enviaré una nota al arquitecto para que ponga en marcha el proyecto.

Arthur se echó a reír. Con mucha suavidad, le quitó el diario de las manos y lo dejó sobre el escritorio.

—En una ocasión me preguntaste qué hacía para sentirme feliz —declaró él—. Aquel día, en el parque, no respondí tu pregunta porque no podía hacerlo. No conocía la respuesta. Pero ahora la conozco.

Elenora sonrió. El amor que sentía hacia Arthur era claro y brillante como la luz del sol.

—¿Y cuál es la respuesta?

Arthur la abrazó.

—Amarte me hace sentir el hombre más feliz de la tierra.

—¡Querido Arthur! —susurró ella sintiendo que la felicidad le llenaba el corazón. Le rodeó a Arthur el cuello con los brazos y declaró—: En una ocasión te dije que serías un esposo excelente, ¿recuerdas? Ahora debes admitir que tenía razón.

Él se habría echado a reír, pero prefirió besarla.

FIN