Capítulo 31
Una hora más tarde, Elenora se arrebujó en el chal con el que se cubría los hombros y se arregló la manta que tenía sobre las rodillas. La noche no era muy fría, pero la humedad se hacía sentir cuando uno permanecía durante largo tiempo en el interior de un carruaje a oscuras.
—Debo decir que este asunto de la vigilancia no resulta tan emocionante como esperaba —comentó ella.
Arthur, envuelto en las sombras y sentado al otro lado del vehículo, no apartaba la vista de la entrada del Green Lyon.
—Recuerda que te lo advertí.
Ella decidió ignorar su comentario. Aquella noche, Arthur no estaba precisamente de buen humor. Claro que no podía culparlo por ello, pensó Elenora.
Los dos estaban sentados en un carruaje muy viejo que Jenks, siguiendo las órdenes de Arthur, había alquilado para aquella aventura. Elenora sabía perfectamente cuál había sido el razonamiento de Arthur: era muy probable que alguien reconociera su verdadero carruaje si permanecía aparcado durante mucho tiempo delante del Green Lyon. Por desgracia, a aquellas horas de la noche sólo quedaba un vehículo viejo en las caballerizas.
Enseguida les resultó obvio por qué nadie más lo había alquilado. Cuando estaba en movimiento, saltaba y traqueteaba de tal forma que resultaba muy incómodo. Además, aunque a primera vista parecía estar limpio, pronto descubrieron que los olores acumulados por años de descuidada utilización habían saturado los asientos acolchados.
Elenora ahogó un ligero suspiro y finalmente admitió para sus adentros que había esperado que el tiempo que pasaría con Arthur en el interior oscuro e íntimo del carruaje iba a ser placentero. Había imaginado que hablarían en voz baja durante una o dos horas mientras contemplaban cómo los caballeros entraban y salían del club.
Sin embargo, en cuanto ocuparon un lugar en la larga cola de vehículos que había en la calle, Arthur se sumió en uno de sus profundos silencios. Toda su atención estaba concentrada en la puerta del Green Lyon. Elenora sabía que estaba reorganizando su plan una vez más.
Elenora escudriñó la entrada del garito y se preguntó qué tenía aquel lugar para atraer regularmente oleadas de hombres. En su opinión, se trataba de un establecimiento muy poco atractivo. La única lámpara de gas que había en la entrada despedía una luz débil que apenas iluminaba los rostros de los clientes que entraban y salían del local.
La mayoría de los hombres que descendían de los coches o de los caballos que se detenían frente a las escaleras de la entrada estaban, sin duda, borrachos; reían a carcajadas y contaban historias subidas de tono a sus amigos. Algunos de ellos tenían, al entrar, una expresión expectante y febril.
La actitud de la mayoría de los que salían del club era, sin embargo, muy distinta. Algunos parecían realmente jubilosos, alardeaban de su suerte e indicaban a sus cocheros que los condujeran a otro centro de diversión. Sin embargo, un número mucho más numeroso descendía las escaleras con aire de abatimiento, enojo o melancolía profunda. Unos cuantos incluso parecían haber recibido la noticia del fallecimiento de un familiar. Elenora intuyó que eran los que habían perdido una casa o su herencia y se preguntó si alguno de ellos se dispararía en la sien antes del amanecer.
Elenora se estremeció de nuevo y Arthur se movió.
—¿Tienes frío? —le preguntó.
—En realidad, no. ¿Qué harás si no lo vemos esta noche?
—Lo volveré a intentar mañana por la noche. —Arthur alargó un brazo y lo apoyó en el respaldo de su asiento—. A no ser que reciba alguna otra información, por el momento esta constituye la pista más significativa de la que dispongo.
—¿No te intriga que, entre todas las personas de la ciudad, el asesino decidiera revelar mi relación con Goodhew & Willis precisamente a Jeremy? No puede tratarse de una coincidencia.
—No. Estoy convencido de que intentaba perjudicarnos de algún modo al contarle a Clyde que era cierto que provenías de una agencia y que la historia que se rumorea no es una broma.
—¿De qué modo?
—No lo sé. Recuerda que el asesino todavía cree que no podemos identificarlo. Sin duda está convencido de que el secreto de su identidad lo mantiene a salvo.
Elenora se arrebujó en el chal.
—Espero poder identificarlo a esta distancia.
Se produjo otro silencio.
—¿Arthur? —preguntó Elenora.
—¿Sí?
—Hay algo que quería preguntarte.
Él no volvió la cabeza.
—¿De qué se trata?
—¿Cómo es que conocías el burdel que Jeremy mencionó?
Durante uno o dos segundos, Arthur no dio muestras de haber oído la pregunta. A continuación, Elenora lo vio sonreír en la oscuridad.
—Estos establecimientos tienen modos de darse a conocer —respondió él—. Los hombres rumorean acerca de ellos, Elenora.
—No me sorprende.
Él la miró sin dejar de sonreír.
—Lo que quieres saber en realidad es si he visitado ese burdel.
Elenora levantó la barbilla y fijó la mirada en la entrada del Green Lyon.
—No tengo ningún interés en este aspecto de tu vida personal.
—Desde luego que lo tienes, y la respuesta es no.
—Ya. —Durante unos instantes Elenora se animó, pero entonces se acordó de la otra cuestión de la vida privada de Arthur que la había estado inquietando desde el principio de aquella aventura y su elevado estado de ánimo decayó un poco—. Bueno, supongo que nunca has necesitado los servicios de una institución de este tipo…
—En este momento no hay ninguna otra mujer en mi vida, Elenora —comentó Arthur con voz suave—. En realidad, hace tiempo que no hay una mujer en mi vida. ¿Es esto lo que querías saber?
—No es asunto mío.
—Sí que lo es, querida —contestó él en voz baja—. Después de todo, tenemos una relación íntima. Tienes todo el derecho del mundo a saber si estoy unido a otra mujer desde un punto de vista romántico. —Arthur se interrumpió unos instantes—. Del mismo modo que yo espero que me cuentes de inmediato si decides tener este tipo de unión con otro hombre.
Algo, en el tono de su voz, hizo que el vello de la nuca de Elenora se erizara. Arthur acababa de dejar claro que no pensaba compartir el afecto de ella.
—Sabes mejor que nadie que no hay ningún otro hombre en mi vida —declaró ella con calma.
—Espero que la situación siga así mientras tú y yo tengamos una relación.
Elenora carraspeó.
—Yo espero la misma lealtad por tu parte.
—La tendrás —respondió él simplemente.
A continuación Arthur volvió a fijar su atención en la puerta del Green Lyon mientras Elenora analizaba en silencio la mezcla de satisfacción y nostalgia que crecía en su interior. Tendría a Arthur para ella durante el tiempo que estuvieran involucrados en aquella extraña aventura, pensó Elenora. Sin embargo, este pensamiento no hizo más que aumentar su conciencia de lo doloroso que le resultaría separarse de él.
Elenora realizaba grandes esfuerzos para mantener sus pensamientos centrados en el futuro y en todos sus maravillosos planes, pero cada vez le resultaba más difícil imaginar su vida sin Arthur.
«¡Santo cielo, me he enamorado de él!».
Aquel convencimiento la llenó de una euforia que, casi de inmediato, se transformó en terror. ¿Cómo había permitido que ocurriera? Aquello constituía un error de proporciones enormes.
—¡Por todos los demonios…! —De pronto, Arthur enderezó la espalda y se inclinó hacia la ventanilla del carruaje—. ¿Qué es esto?
El tono apremiante de su voz arrancó a Elenora de sus taciturnos pensamientos y la empujó a inclinarse también hacia delante.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Arthur sacudió la cabeza sin separar la vista de la escena que tenía lugar en las escaleras de la entrada del club.
—Es extraño, pero no puede tratarse de una casualidad. Echa una ojeada. ¿Podría ser ése el hombre que bailó contigo la noche que Ibbitts fue asesinado, el hombre que te ha tocado esta noche?
Elenora siguió la mirada de Arthur y vio que un hombre atractivo de veintipocos años se alejaba con determinación de la entrada del Green Lyon. A la luz de la lámpara de gas, su cabello parecía de color castaño claro. Además, el desconocido era delgado y se movía con ligereza.
El pulso de Elenora empezó a palpitar con fuerza en sus muñecas y la boca se le secó. ¿Acaso estaba mirando al asesino? ¿Era aquél el hombre que la había tocado tan íntimamente aquella misma noche y la de la muerte de Ibbitts? A aquella distancia, no podía estar segura.
—Parece que tiene la estatura correcta —titubeó ella—. Y, por lo que veo, tiene los dedos largos, pero desde aquí no veo si lleva un anillo.
—Calza unas Hessians.
—Sí, pero como señalaste en una ocasión, a muchos caballeros les gustan este tipo de botas —advirtió Elenora retorciéndose las manos sobre el regazo—. Arthur, lo siento, pero a esta distancia no puedo estar segura. Tengo que acercarme a él.
—¡No ha subido a ninguno de los carruajes!
Elenora vio que el hombre de las Hessians torcía a un lado al llegar al final de las escaleras, encendía el farolillo que llevaba en una mano y caminaba a lo largo de la oscura calle. Estaba solo.
—Quédate aquí en el carruaje, Jenks te vigilará —dijo Arthur antes de abrir la portezuela y saltar al pavimento—. Voy a seguir a ese hombre.
Elenora se inclinó hacia delante con ansiedad.
—¡No, no debes ir solo! Arthur, por favor, quizá sea justamente esto lo que el asesino quiere que hagas.
—Sólo quiero ver adónde va. No permitiré que me vea.
—Arthur…
—Siento una gran curiosidad por descubrir qué asunto lo ha traído a este vecindario tan cercano al Green Lyon.
—Esto no me gusta. ¡Por favor, llévate a Jenks!
Arthur volvió la cabeza hacia la luz cada vez más tenue que transportaba su presa.
—Ya me resultará bastante difícil evitar que me vea si voy solo. Si lo siguiéramos dos hombres, seguro que se daría cuenta.
Arthur hizo ademán de cerrar la portezuela del carruaje.
—Espera —susurró ella—. Has reconocido al hombre del farol, ¿no es cierto?
—Se trata de Roland Burnley, el hombre que huyó con Juliana.
Arthur cerró la portezuela antes de que Elenora pudiera recuperarse de la sorpresa.