Capítulo 38
Parker sacó el reloj de oro de su bolsillo y volvió a comprobar la hora.
—Todavía falta media hora para que mis empleados dejen a St. Merryn, atado y bien atado, en la jaula de la capilla que hay encima de esta habitación.
—¿O sea que sus hombres conocen la localización de este laboratorio? —preguntó Elenora sorprendida.
—¿Por quién me toma? —Parker la miró con desdén—. ¿Cree usted que correría el riesgo de contar a un par de rufianes un secreto de este calibre? Ellos recibieron la orden de inmovilizar a St. Merryn, dejarlo en la jaula que hay en la parte trasera de la capilla y marcharse. Nadie, salvo yo, conoce la existencia de este lugar.
—Ahora yo también lo conozco —señaló ella.
Él inclinó la cabeza con aire divertido.
—Está bien, rectifico. —A continuación levantó la cabeza hacia el techo abovedado—. Además, dentro de poco tiempo, y después de que haga descender la jaula por la trampilla secreta que hay en el suelo de la capilla, St. Merryn también lo conocerá.
—Espero que los dos sean conscientes del gran honor que les he concedido.
—¿El honor de permitirnos ver el laboratorio secreto del segundo Newton de Inglaterra?
—Su comentario es muy mordaz, señorita Lodge. Me hiere usted. —Parker rió entre dientes y agarró una palanca del Rayo de Júpiter—. Sin embargo, cambiará usted de actitud cuando vea lo que este aparato es capaz de hacer.
Parker empezó a girar la palanca con rapidez.
Elenora lo observó con inquietud.
—¿Qué hace? —preguntó.
—Almacenar una gran cantidad de electricidad. Cuando lo haya hecho la utilizaré para activar la máquina.
Elenora examinó el aparato con creciente ansiedad y, en esa ocasión, con mucho interés.
—¿Cómo funciona?
—Cuando la carga eléctrica ha sido almacenada de forma correcta, puede liberarse girando el botón que hay en la parte superior de la máquina. —Parker lo señaló y prosiguió—: Este botón también se utiliza para desconectar el rayo. Cuando las chispas eléctricas entran en contacto con las piedras que hay en la cámara excitan la energía que contienen, como había predicho el viejo alquimista. Entonces se genera un rayo estrecho de luz carmesí. Justo antes de que mi abuela hiciera que me detuvieran, lo probé y funcionó a la perfección.
—¿Qué hace el rayo?
—¡Algo realmente sorprendente, señorita Lodge! —exclamó Parker—. Destruye todo lo que encuentra a su paso.
Elenora no creía que fuera posible sentir más terror del que había sentido hasta entonces. Sin embargo, cuando percibió la locura que brillaba en los ojos de Parker, la gélida sensación que experimentaba en la boca del estómago, se volvió mil veces más intensa.
Entonces se dio cuenta de que, aparte de todo lo que Parker planeaba hacer con el Rayo de Júpiter, antes que nada, pretendía lanzarlo sobre ella y Arthur.
* * *
Arthur creía que la oscuridad constituiría la peor parte del asunto, pero finalmente fue el olor lo que más le molestó. El hedor que emanaba del río subterráneo era tan nauseabundo que se vio obligado a taparse la boca y la nariz con el fular.
Claro que, al menos, no había tenido que caminar a lo largo de las estrechas orillas infestadas de ratas, pensó Arthur volviendo a sumergir la pértiga en las oscuras aguas. En el muelle secreto que había debajo del viejo almacén, Arthur encontró un bote de fondo plano y una pértiga.
—Treyford conservaba botes y pértigas de repuesto tanto en la entrada del laboratorio como aquí, en el almacén —le explicó lady Wilmington cuando lo guió hasta el sótano oscuro del edificio abandonado y le mostró el muelle subterráneo secreto—. Según me contó, de este modo podía entrar o salir del laboratorio por el río o por la abadía, según se le antojara, y de este modo podía escapar si se producía algún desastre durante el transcurso de un experimento. Por lo visto, Parker ha seguido la misma práctica.
* * *
El río turbio era de aguas mansas, de modo que resultaba bastante fácil desplazar el bote con la pértiga río arriba. La luz del farol que Arthur había colocado en la proa de la embarcación derramaba su luz sobre un escenario singular.
En más de una ocasión, después de tomar una curva del río, Arthur había tenido que agacharse con rapidez para no golpearse con un antiguo puente.
Además de los puentes había otros peligros. En algunos lugares, grandes pedazos de piedra o antiguas vigas de madera habían caído al río. Algunos sobresalían del agua como monumentos olvidados de una civilización perdida. Otros estaban sumergidos y no resultaban visibles hasta que el pequeño bote chocaba contra ellos.
Arthur examinaba las piedras con atención para identificar las estatuas y el relieve de mármol que lady Wilmington le había descrito como puntos de referencia.
—Cuando los vi por última vez ya habían soportado el paso de muchos siglos —le explicó ella—, de modo que estoy segura de que todavía siguen ahí.
* * *
Parker consultó su reloj de oro una vez más y pareció satisfecho; incluso se podría decir que entusiasmado.
—Las doce y media. Mis empleados ya deben de haber encerrado a St. Merryn en la jaula y deben de haberse ido.
Elenora elevó la mirada hacia el techo abovedado.
—No he oído ningún ruido que procediera de las salas que hay encima de esta cámara.
—Los suelos de piedra son muy gruesos y no dejan pasar ningún ruido. Ésta es una de las características más admirables de este laboratorio. Puedo realizar experimentos que produzcan mucho ruido y mucha luz y nadie, aunque estuviera justo encima, se imaginaría lo que está ocurriendo aquí abajo.
—¿Qué le hace pensar que sus hombres no esperarán para observar lo que ocurre? —preguntó ella.
—¡Bah! Están tan asustados de la vieja abadía como el resto de las personas del vecindario. Sin embargo, aunque la curiosidad les infundiera valor, lo único que verían sería la jaula desapareciendo tras la pared de piedra del fondo del altar. Cuando la entrada secreta se cierra resulta imposible encontrar la abertura. De modo que no verían que la jaula desciende hasta esta sala.
Parker levantó las manos y giró la enorme rueda de hierro que sobresalía de la pared.
Una sección del techo se deslizó a un lado y reveló un hueco oscuro. Elenora oyó el chirrido de una cadena pesada y lo identificó como el ruido que oyó cuando Parker la llevó a aquel lugar.
El corazón le latió con intensidad. La única oportunidad que tendría de coger la barra de hierro que había sobre la mesa de trabajo sería cuando Parker estuviera ocupado sacando a Arthur de la jaula.
El chirrido de las cadenas se intensificó. Elenora vio aparecer la parte inferior de la jaula de hierro, entre las sombras del hueco que alojaba el mecanismo.
Las puntas de un par de botas lustrosas aparecieron a la vista. Parker parecía hipnotizado.
—Bienvenido al laboratorio del segundo Newton de Inglaterra, St. Merryn —saludó sin apartar la mirada de las botas.
El tono de su voz desprendía júbilo y excitación.
Elenora se acercó a la mesa de trabajo y con las manos atadas cogió una barra pesada de hierro. Sólo tendría una oportunidad, pensó.
—¡Elenora, agáchate!
La terminante orden de Arthur resonó por toda la habitación.
Ella obedeció y se echó al suelo sin soltar la barra de hierro.
—¡St. Merryn! —exclamó Parker dejando de mirar las botas vacías de la jaula y dándose la vuelta mientras levantaba la pistola.
—¡No! —gritó Elenora.
Las dos explosiones que se produjeron a continuación retumbaron por toda la habitación. El olor acre a pólvora quemada se extendió por el aire.
Elenora vio que los dos hombres seguían de pie. Ambas pistolas habían disparado, pero la distancia que los separaba era considerable y no habían podido apuntar con precisión.
Ahora las dos armas resultaban inútiles, a menos que volvieran a cargarlas; pero Arthur sacó rápidamente otra pistola de su bolsillo y avanzó con rapidez sin dejar de observar a Parker. Su voz restalló en la atmósfera de la sala:
—Elenora, ¿estás bien?
—Sí. —Ella se puso de pie—. ¿Y tú?
—Estoy ileso —respondió él mientras apuntaba a Parker con la pistola.
—¡Bastardo! —bramó Parker mirando a Arthur con furia.
Entonces se acercó a toda prisa al banco de trabajo.
—¡Tiene otra pistola! —Gritó Elenora—. Está en la mesa que hay a sus espaldas.
—Ya la veo.
Arthur avanzó y cogió la pistola.
—¡Está loco! —Parker le gritó desde el otro lado de la mesa de trabajo—. No sabe usted con quién está tratando.
Sin otro signo de advertencia, Parker se lanzó sobre la extraña máquina e hizo girar el botón que había en la parte superior con ambas manos.
Arthur levantó la pistola.
—¡No se mueva!
—¡Cuidado! —advirtió Elenora—. Según él, la máquina funciona.
—Lo dudo. Pero por si acaso… —Arthur realizó una señal con la pistola—. ¡Aléjese del aparato, Parker!
—¡Demasiado tarde, St. Merryn! —La risa de Parker retumbó en las paredes de piedra—. Demasiado tarde. Ahora se dará cuenta de mi genialidad.
La máquina produjo un chasquido y Elenora vio cómo la electricidad saltaba y formaba arcos a su alrededor.
Un rayo delgado de color rojo rubí salió disparado del largo cañón. Parker apuntó a Arthur con la boca del arma.
Arthur se dejó caer al suelo. El rayo cortó el aire justo donde él se encontraba hacía solo un segundo e incidió en la pared de piedra que había detrás de él emitiendo un siseo y soltando chispas en todas las direcciones.
Arthur levantó la pistola y disparó desde el suelo. Sin embargo no tuvo tiempo de apuntar con precisión y la bala se incrustó en el banco de trabajo.
Parker desplazó el cañón del aparato hacia el suelo para apuntar a su blanco. El rayo infernal cortó el aire en dirección a Arthur carbonizando todo lo que encontraba a su paso.
Elenora avanzó sin hacer ruido para colocarse detrás de Parker. No debía alertarlo hasta que estuviera cerca y pudiera golpearlo, se dijo a sí misma.
—¿De verdad creyó que podría vencerme? —le gritó Parker a Arthur.
A continuación utilizó ambas manos para mover el cañón del Rayo de Júpiter y seguir los movimientos del cuerpo de Arthur, quien daba vueltas sobre sí mismo en el suelo. La pesada máquina se movía con lentitud y resultaba evidente que Parker tenía que ejercer una fuerza considerable para ir ajustando el visor.
«Sólo unos pasos más», pensó Elenora. Sujetó con fuerza la barra de hierro y la levantó.
—Usted es un loco, no un genio —gritó Arthur—. Igual que su abuelo.
—Reconocerá mi genialidad con su último aliento, St. Merryn —le aseguró Parker.
Elenora avanzó otro paso hacia Parker e intentó atizarle con la barra en la cabeza, pero en el último momento él percibió su presencia.
Parker se apartó a un lado con rapidez y esquivó lo que podría haber sido un golpe mortal. La barra de hierro golpeó la pesada mesa de trabajo y rebotó con tanto impulso que Elenora no tuvo más remedio que soltarla.
Elenora había fallado el blanco, pero aquella distracción había obligado a Parker a soltar la máquina asesina. Parker, rabioso, empujó a Elenora a un lado.
Ella cayó al suelo y se golpeó contra el pavimento de piedra. Sus ojos se cerraron debido al dolor.
Al oír el ruido de algo en movimiento volvió a levantar los párpados; justo a tiempo para ver a Arthur lanzarse de cabeza sobre Parker.
Los dos hombres cayeron juntos al suelo produciendo un ruido sordo y estremecedor. Rodaron con estrépito de un lado a otro encontrándose consecutivamente el uno encima del otro.
Abandonado por su operador, el Rayo de Júpiter no se movía, pero el rayo mortal seguía fluyendo de la boca del cañón.
Los dos hombres lucharon con una violencia que Elenora no había presenciado en toda su vida. Pero no podía hacer nada para intervenir.
De repente, Parker se liberó de los brazos de Arthur y se puso de pie. Cogió la barra de hierro que Elenora había utilizado contra él e intentó golpear con ella a Arthur en la cabeza.
Elenora soltó un grito de advertencia.
Arthur rodó a un lado justo cuando la barra se precipitaba sobre él. El metal casi le rozó la cabeza. Arthur agarró uno de los tobillos de Parker y tiró de él con violencia.
Parker gritó con rabia y se tambaleó intentando liberar su pierna y recobrar el equilibrio. Entonces levantó de nuevo la barra y se preparó para asestar otro golpe.
Arthur, quien todavía estaba medio tendido en el suelo, soltó la pierna de Parker de repente. Este acto cogió desprevenido a Parker, quien agitó los brazos y retrocedió intentando recuperar el equilibrio.
—¡No! —gritó Elenora.
Ya era demasiado tarde. Elenora se llevó las manos a la boca y contempló con horror cómo el desesperado intento por recuperar el equilibrio de Parker lo llevaba a cruzarse en el camino del mortífero rayo de luz.
Parker gritó sólo una vez mientras el rayo le quemaba el pecho, cerca del corazón. El espeluznante grito resonó en las paredes y terminó con una brusquedad horripilante.
Parker se desplomó como un títere al que acabaran de cortar los hilos. El rayo abrasador continuó incidiendo en la pared de piedra que había justo detrás del lugar en el que Parker había estado hacía solo un segundo.
Elenora, incapaz de contemplar la terrible escena, se dio la vuelta. El estómago se le revolvió y tuvo miedo de vomitar.
—Elenora —dijo Arthur dirigiéndose hacia ella—, ¿estás herida?
—No. —Elenora tragó con dificultad—. ¿Está…? Sí, debe de estarlo… —declaró, pero no se atrevió a volverse.
Arthur pasó junto a ella, evitó, con precaución, el rayo de luz y se arrodilló para examinar el cuerpo de Parker. Se levantó con rapidez.
—Sí —declaró—. No cabe duda de que está muerto. Ahora debemos encontrar la forma de apagar el aparato.
—Creo que se apaga con el botón que hay en la parte superior.
Un ruido sordo y extraño la interrumpió. Al principio, Elenora creyó que la jaula de hierro estaba otra vez en marcha, pero entonces se dio cuenta, con horror, que el ruido procedía del Rayo de Júpiter.
El ruido sordo se convirtió en un rugido grave.
—Algo no va bien —declaró Arthur.
—Haz girar el botón.
Arthur corrió hasta el banco de trabajo e intentó hacer girar el botón, pero retiró los dedos de inmediato.
—¡Maldita sea! Quema como unas brasas.
El rugido grave se convirtió en un silbido agudo completamente distinto a todo lo que Elenora había oído hasta entonces. El rayo de luz roja se volvió menos estable y empezó a vibrar a un ritmo muy irregular.
—Salgamos de aquí —apremió Arthur mientras se acercaba con rapidez a Elenora.
—No podemos utilizar la jaula —advirtió ella—. Parker me dijo que sólo funcionaba si se conocía el mecanismo que la desbloqueaba.
—No saldremos por la jaula, sino por el río perdido.
Arthur la cogió por el hombro y la empujó hacia la cripta que había detrás del laboratorio.
Ella no sabía de qué hablaba Arthur, pero no discutió su decisión. La máquina, encima de la mesa de trabajo, estaba adquiriendo un color rojo, como si estuviera sometida a las llamas ardientes de una forja monstruosa. El extraño y agudo silbido se volvió más intenso.
Sin duda no se necesitaba un genio de la categoría de Newton para deducir que aquella cosa iba a explotar, pensó Elenora.
Entró con Arthur en la cripta. El fétido olor del río la golpeó con fuerza. Arthur encendió el farol y los dos subieron al bote de fondo plano.
—Ahora entiendo por qué has venido solo —comentó Elenora mientras procuraba no perder el equilibrio.
—En esta embarcación sólo caben dos personas —explicó Arthur. Cogió la pértiga y la utilizó para alejar el bote del muelle de piedra—. Y era consciente de que podría necesitarla para sacarte a ti de este lugar.
—¡Es un río! —susurró ella sorprendida—. ¡Y transcurre por debajo del corazón de la ciudad!
—Mantén la cabeza baja —advirtió Arthur—. Hay puentes y otros obstáculos.
Al cabo de unos minutos, oyeron el sonido amortiguado de una explosión que retumbó por las viejas paredes de piedra. Elenora percibió que el bote temblaba, pero la pequeña embarcación continuó su recorrido a lo largo de la corriente.
A continuación se oyó un chirrido y un estrépito terrible de piedras que entrechocaban y se derrumbaban ininterrumpidamente.
Unos instantes más tarde se produjo un silencio aterrador.
—¡Santo cielo! —Susurró Elenora—. Parece como si todo el laboratorio se hubiera desmoronado.
—Así es.
Elenora volvió la vista hacia la oscuridad que quedaba a sus espaldas.
—¿Crees que Parker podría haber sido el segundo Newton de Inglaterra?
—Como mi tío abuelo solía decir, sólo existió un Newton.