Capítulo 16
Eran cerca de las cinco cuando Arthur condujo el elegante carruaje hacia la puerta de acceso al enorme parque. A su lado, vestida con su nuevo traje de paseo azul y un sombrero a juego, Elenora se recordaba a sí misma por milésima vez que no era más que una dama de compañía contratada para representar un papel. Sin embargo, en lo más hondo de su corazón, no podía resistir la tentación de imaginar, aunque sólo fuera por unos instantes, que la obra se había convertido en realidad y que Arthur la había invitado a salir simplemente porque quería estar con ella.
Ante sus ojos se extendía una escena alegre y llena de color. La tarde primaveral era cálida y soleada y, como era costumbre en la ciudad, gran parte de la buena sociedad había acudido al parque para contemplar y ser contemplada.
Las capotas de muchos de los vehículos estaban bajadas para dejar al descubierto a los pasajeros, todos ellos vestidos con elegancia. Varios caballeros cabalgaban sobre monturas exquisitamente engalanadas por un sendero colindante y se detenían con frecuencia para saludar a los pasajeros de los carruajes, intercambiar cotilleos y flirtear con las damas. Las parejas que paseaban por el parque estaban en realidad anunciando a la sociedad que habían acordado planes de matrimonio o que estaban considerando seriamente esta posibilidad.
Elenora no se sorprendió al descubrir que Arthur manejaba las riendas como todo lo demás: es decir, con una suave pero eficiente autoridad serena. Sus caballos rucios, bien emparejados y perfectamente domados, respondían de inmediato a sus gestos.
—Encontré a Watt en unas caballerizas —explicó Arthur.
—¿Le contó algún detalle en relación con la muerte de su tío abuelo?
—Watt me explicó que el día del asesinato, él y el tío George se pasaron prácticamente toda la tarde trabajando en ciertos experimentos en el laboratorio. Después de la cena, George se retiró a su dormitorio, en el piso de arriba. Watt también se fue a dormir. Su dormitorio estaba en la planta baja, cerca del laboratorio.
—¿Oyó algo, aquella noche? —preguntó Elenora.
Arthur sacudió la cabeza con gravedad y respondió:
—Watt me contó que estaba profundamente dormido, pero se despertó al oír unos ruidos extraños y un grito ahogado que procedían del laboratorio.
—¿Fue a investigar de qué se trataba?
—Sí. No era extraño que el tío George fuera al laboratorio bien entrada la noche para comprobar los resultados de algún experimento o hacer anotaciones en su diario. Watt temió que hubiera sufrido algún percance. Pero, la puerta del laboratorio estaba cerrada con llave. Watt tuvo que ir a buscar la suya, que estaba en su mesilla de noche. Mientras iba en su busca, oyó dos disparos.
—¡Santo cielo! ¿Y vio al asesino?
—No. Cuando regresó al laboratorio ya había huido por una ventana.
—¿Cómo estaba su tío abuelo?
—Watt lo encontró en el suelo agonizando sobre un charco de sangre.
Elenora se estremeció al pensar en aquella escena.
—¡Qué horror! —exclamó.
—El tío George todavía estaba consciente y murmuró unas palabras antes de morir. Watt me contó que no les encontró sentido alguno, y supuso que George experimentaba algún tipo de alucinación causado por las heridas mortales que sufría.
—¿Recuerda Watt lo que dijo su tío?
—Sí —respondió Arthur con calma—. Las últimas palabras de mi tío abuelo iban dirigidas a mí. George dijo: «Dile a Arthur que Mercurio todavía está con vida».
Elenora contuvo el aliento un instante y dijo:
—Entonces, tenía usted razón. La muerte de su tío está relacionada con sus antiguos compañeros y las piedras rojas.
—Así es. Sin embargo, yo he actuado a partir del supuesto que Mercurio estaba muerto. —Arthur torció la boca y agregó—: No debería haber llegado a ninguna conclusión sin disponer de pruebas.
Elenora estudió las tensas arrugas que remataban las comisuras de los labios de Arthur y todo el enojo que había sentido la noche anterior se evaporó.
—Dígame, milord, ¿siempre asume usted toda la responsabilidad cuando las cosas van mal?
Él le lanzó una mirada rápida y ceñuda.
—¿Qué tipo de pregunta es ésta? Yo asumo la responsabilidad que me corresponde.
—Y alguna más, creo yo —dijo Elenora. Justo en ese momento se dio cuenta de que dos damas elegantemente vestidas que paseaban en otro carruaje los estaban mirando con la misma expresión ávida que muestran los gatos al ver a una presa potencial. Elenora inclinó entonces su primoroso parasol para taparles la vista—. Aunque no hace mucho que lo conozco, me he dado cuenta de que está usted demasiado acostumbrado a seguir los dictados del deber. Acepta usted todas las obligaciones que caen sobre sus hombros como si formaran parte de su vida.
—Esto quizá se deba a que la responsabilidad es mi vida —respondió él con sequedad—. Controlo una fortuna considerable y soy el responsable de una familia muy extensa. Además de todos mis familiares, un buen número de capataces, granjeros, criados y jornaleros dependen de mí de una u otra forma. Dada esta situación, no veo cómo podría escapar a las exigencias del deber.
—No quería insinuar que deba usted eludir sus obligaciones —repuso ella con rapidez.
Arthur parecía estar divirtiéndose.
—Me agrada saber que no intentaba usted criticarme, porque la intuición me dice que los dos tenemos mucho en común respecto a cómo sobrellevamos nuestras responsabilidades.
—Oh, no creo… —repuso ella.
—Recuerde, por ejemplo, la forma en que salió en defensa de Sally hoy mismo. No tenía ninguna necesidad de implicarse en sus asuntos.
—Tonterías. Sabe usted muy bien que uno no puede escuchar unas amenazas tan viles y permanecer impasible.
—Algunas personas lo habrían hecho sin el menor escrúpulo y se habrían dicho a sí mismas que no tenían ninguna responsabilidad en aquel asunto —aseguró Arthur mientras tiraba un poco de las riendas—. También creo que somos parecidos en otros aspectos, señorita Lodge.
—¿Qué quiere decir? —preguntó ella con precaución.
Él se encogió de hombros y se explicó:
—Después de interrumpir la escena entre Ibbitts y Sally, usted podría haber accedido a su chantaje para proteger su empleo en mi casa.
—Tonterías.
—Después de todo, había una cantidad importante de dinero en juego: el triple de sus honorarios más una bonificación. Incluso repartida con un extorsionista, esta cantidad es mucho mayor que la que podría conseguir durante un año de trabajo como dama de compañía en cualquier otra casa.
—Uno no puede ceder ante las extorsiones. —Elenora ajustó el parasol y prosiguió—: Sabe muy bien que usted, de haber estado en mi lugar, habría hecho lo mismo.
Arthur simplemente sonrió: con sus palabras Elenora acababa de demostrar justo lo que él defendía.
Elenora frunció el ceño y exclamó:
—¡Ah, ya veo lo que quiere decir! Quizá compartamos ciertas tendencias de carácter, pero esto no es a lo que yo me refería.
—¿Y a qué se refería usted, señorita Lodge?
—Lo que intento explicarle está más relacionado con su sentido excesivo del autodominio, con su idea de lo que considera que es correcto y adecuado que usted haga. Creo que se exige más de lo que es estrictamente necesario, ¿comprende?
—No, no lo comprendo, señorita Lodge.
Elenora movió el parasol con exasperación e insistió:
—Déjeme que lo exprese de esta manera, milord. ¿Qué hace usted para sentirse feliz?
Se produjo entonces un silencio breve y cortante.
Elenora contuvo el aliento y se preguntó si habría sobrepasado, otra vez, los límites de una empleada. Cuando ya se estaba preparando para recibir una dura reprimenda, percibió un temblor en la comisura de los labios de Arthur.
—¿Es ésta una forma amable de informarme de que no soy especialmente encantador, ingenioso, listo o divertido? —preguntó él—. Si es así, podría haberse ahorrado sus comentarios, porque ya ha habido quien me ha hecho esta observación.
—En una ocasión amé a un hombre que era encantador, ingenioso, listo y divertido —explicó ella—. Él también decía que me amaba, pero al final demostró ser un mentiroso desleal y un cazafortunas despiadado. Así que no me siento muy atraída por el tipo de hombre encantador, ingenioso, listo y divertido.
Él le lanzó una mirada de reojo enigmática.
—¿Es eso cierto?
—Así es —confirmó ella.
—¿Y dice que era un cazafortunas?
—Desde luego. En realidad, yo no disponía de una gran fortuna como es la suya, milord. —Elenora no pudo reprimir un leve suspiro nostálgico—. Sin embargo, tenía una hermosa casa y unas tierras excelentes que, si se administraban bien, producían unas ganancias considerables.
—¿Quién las administraba, su padre? —preguntó él.
—No, mi padre falleció cuando yo era todavía una niña. No lo conocí. Mi madre y mi abuela administraron las tierras y la casa, y yo lo aprendí de ellas. La finca iba a ser mi herencia, pero mi madre volvió a casarse y a mi padrastro sólo le interesaba la renta que se obtenía de las tierras.
—¿Qué hizo con el dinero?
—Se vanagloriaba de ser un inversor hábil, pero normalmente perdía más de lo que ganaba. Su última aventura financiera estaba relacionada con cierta mina en Yorkshire.
Arthur apretó las mandíbulas.
—Recuerdo aquel proyecto. Si es el mismo en el que estoy pensando, fue una estafa desde el principio.
—Ya. En fin, por desgracia mi padrastro lo perdió todo en aquel negocio y, de la impresión, sufrió un ataque fatal de apoplejía. Yo tuve que responder ante los acreedores. Se lo quedaron todo. —Elenora realizó una pausa—. O casi todo.
Arthur ajustó un poco las riendas y preguntó:
—¿Y el cazador de fortunas? ¿Qué fue de él? ¿Desapareció sin más?
—Oh, no. Vino a verme enseguida, en cuanto supo que yo no iba a heredar nada, y anuló nuestro compromiso de inmediato. Dos meses más tarde me enteré de que se fugó con una joven de Bath cuyo padre le había dejado en herencia una gran suma de dinero y algunas joyas de gran valor.
—Comprendo.
Estuvieron unos instantes en silencio, y Elenora percibió con claridad el golpeteo amortiguado de las herraduras de los caballos, el traqueteo de las ruedas del carruaje y el sonido de las voces que flotaban por el parque.
De repente, se dio cuenta de que había contado mucho más de lo que pretendía acerca de sus asuntos personales. Habían empezado hablando de un asesinato. ¿Qué la había llevado a hablar de ella?
—Discúlpeme, señor —murmuró Elenora—. No era mi intención aburrirlo con mi historia personal. La verdad es que es un tema muy deprimente.
—¿Dice usted que los acreedores de su padrastro se lo quedaron casi todo? —preguntó Arthur con curiosidad.
—Como puede usted imaginar, el día que me encontré cara a cara con los acreedores, todo resultó bastante caótico. Tuve que recoger mis objetos personales bajo la vigilancia de un detective que ellos mismos habían contratado para supervisar el desahucio. Yo utilicé el baúl de mi abuela: lo había adquirido cuando era todavía una actriz, y tenía un doble fondo.
—¡Ah! —Arthur esbozó una leve sonrisa—. Empiezo a ver adónde quiere llegar. ¿Qué consiguió llevarse de la casa a escondidas, señorita Lodge?
—Sólo los objetos que ocultaba en el baúl: un broche de oro y de perlas de mi madre, un par de pendientes y veinte libras.
—Muy lista.
Ella arrugó la nariz.
—No tanto como habría deseado. ¿Tiene usted una idea de la escasa cantidad de dinero que dan los prestamistas por un broche precioso y un par de pendientes? Sólo unas libras. De todos modos, conseguí trasladarme a Londres y encontré una colocación gracias a Goodhew & Willis, aunque le aseguro que, después de todo eso, fue muy poco el dinero que me quedó.
—Comprendo.
Elenora se enderezó y volvió a ajustar el parasol.
—Ya hemos hablado bastante de este tema tan depresivo —dijo con decisión—. Volvamos al asunto de la investigación. ¿Cuál va a ser su línea de acción?
Él no respondió de inmediato. A Elenora le dio la impresión de que quería seguir hablando de su deplorable situación financiera.
Sin embargo, él apretó sus manos enguantadas sobre las riendas, envió una señal leve a los caballos rucios y retomó la cuestión del asesinato de su tío abuelo.
—He estado reflexionando sobre esta decisión —declaró él—, y creo que mi siguiente paso consistirá en intentar localizar al tercer miembro de la Sociedad de las Piedras, el que se hacía llamar Saturno. Además, creo que sería una buena idea vigilar de cerca a Ibbitts.
—¿A Ibbitts? —preguntó Elenora sobresaltada—. ¿Por qué? Me aseguró que no podría hacernos daño.
—No me preocupan los rumores que pueda extender acerca de su posición —explicó Arthur—. Lo que me interesa es saber si alguien intenta ponerse en contacto con él ahora que ya no trabaja en mi casa.
—¿Por qué querría nadie ponerse en contacto con él?
Arthur la miró.
—Si yo fuera un asesino que pretende permanecer oculto, estaría muy interesado en saber si algún familiar de la víctima está realizando averiguaciones y, de ser así, si estoy o no entre los sospechosos. ¿Y qué mejor que interrogar a un criado descontento?
* * *
Elenora estaba impresionada.
—Ésta es una idea brillante, milord.
Él realizó una mueca.
—No estoy seguro de que pueda calificarse de brillante, pero creo que no debería ignorarla. Puede que Ibbitts oyera algo más que la conversación sobre su condición de dama de compañía.
De repente, a Elenora se le iluminó el rostro.
—Ayer por la noche hablamos acerca de John Watt y de la investigación que lleva usted a cabo en la biblioteca. ¡Claro! Es muy probable que Ibbitts sepa que usted busca a un asesino.
Arthur asintió con un movimiento de cabeza.
—Si alguien se pusiera en contacto con Ibbitts, podría deducirse que es el asesino y que siente ansia o curiosidad por saber lo que ocurre en Rain Street.
—Parece lógico pensar que nadie, salvo el asesino, se preocuparía por interrogar a un mayordomo despedido —corroboró ella—. Sin embargo, ¿cómo vigilará usted a Ibbitts día y noche?
—He estado pensando en ello. Podría utilizar a algún chico de la calle, pero no siempre son de fiar. La alternativa es contratar a un detective. Sin embargo, muchos de ellos son tan desleales como los chicos de la calle. Además, es del dominio público que resulta fácil sobornarlos.
Elenora titubeó mientras recordaba su única experiencia con un detective.
—Si decide usted acudir a Bow Street —empezó a decir—, allí hay un hombre en el que podría confiar. Se llama Hitchins.
Antes de que Arthur pudiera pedirle información acerca de Hitchins, un hombre montado en un brioso caballo pardo se acercó al carruaje. Elenora lo miró sin prestar atención y percibió la excelencia del animal y el brillo de las botas lustrosas del jinete.
* * *
Cuando empezaba a retirar la vista, una impresión de reconocimiento la sacudió.
Imposible, pensó. No podía ser él. Con un sentimiento terrible y sobrecogedor, levantó la vista hacia las hermosas facciones del caballero.
Él también la miraba, sorprendido.
—¡Elenora! —exclamó Jeremy Clyde. Sus ojos brillaban con la seductora calidez que, en cierta época, había hecho latir con fuerza el pulso de Elenora—. ¡Eres tú! Creí que me había equivocado cuando percibí una figura familiar en este carruaje. ¡Qué placer volver a verte, querida!
—Buenos días, señor Clyde. Tengo entendido que se casó usted hace unos meses. —Elenora esbozó la más fría de sus sonrisas—. Por favor, acepte mis felicitaciones. ¿Su esposa está en la ciudad con usted?
Jeremy pareció sentirse desconcertado por la dirección que ella le había dado a la conversación. Elenora tuvo la impresión de que él se había olvidado de que tenía una esposa y agradeció al destino que no le hubiera permitido casarse con ese hombre. De haberlo hecho, sin duda ahora sería la esposa inconveniente a quien Jeremy le costaba recordar.
—¡Sí, claro, está aquí! —respondió Jeremy al recobrar la memoria—. Hemos alquilado una casa para pasar en la ciudad la temporada de bailes. No tenía ni idea de que estuvieras en la ciudad, Elenora. ¿Cuánto tiempo pasarás aquí?
Arthur le lanzó una mirada rápida y, a continuación, miró a Elenora.
—¿Es un conocido tuyo, querida?
—Discúlpame —respondió rápidamente ella.
Elenora se puso muy nerviosa al darse cuenta de que había olvidado los buenos modales, pero enseguida recuperó el dominio de sí misma y efectuó las presentaciones.
Jeremy inclinó la cabeza con educación, pero Elenora percibió la expresión atónita de sus ojos cuando se dio cuenta de quién era el caballero al que le estaban presentando. Aunque no había reconocido a Arthur de vista, lo cual, pensó Elenora, no era sorprendente porque se movían en círculos distintos, sí reconoció el nombre y el título de St. Merryn.
La consternación inicial de Elenora se transformó en regocijo.
Resultaba evidente que Jeremy se sentía desconcertado al ver a su prometida rechazada sentada junto a uno de los hombres más misteriosos y poderosos de la aristocracia.
Pero mientras lo observaba, Elenora se dio cuenta de que su sorpresa y su confusión se fueron transformando en una especulación maliciosa. Jeremy estaba empezando a buscar el modo de utilizar la relación de Elenora con Arthur en su propio beneficio.
¿Cómo se le habría podido pasar por alto este aspecto de él cuando la había cortejado? Ahora que la venda había caído de sus ojos, Elenora no podía evitar preguntarse qué la había atraído de él.
—¿De qué conoce usted a mi prometida, Clyde? —preguntó Arthur de esa forma despreocupada y peligrosa que Elenora empezaba a reconocer.
El rostro de Jeremy se volvió tan blanco como una sábana.
—¿Prometida? —repitió dando la impresión de que la palabra se le atragantaba—. ¿Está usted prometido a Elenora, señor? Pero… esto es imposible. No lo comprendo. No puede ser…
—No ha respondido usted a mi pregunta —interrumpió Arthur mientras sorteaba un vehículo—. ¿De qué conoce a mi prometida?
—Somos…, esto…, viejos amigos.
Jeremy tuvo que espolear a su montura para que acelerara el paso y poder seguir así el ritmo del carruaje.
—Ya veo. —Arthur asintió con la cabeza, como si la respuesta de Jeremy lo explicara todo—. Usted debe de ser el cazador de fortunas, el que canceló su compromiso con Elenora cuando descubrió que había perdido su herencia. Tengo entendido que se fugó usted después con una joven heredera. Sin duda se trató de un acto muy astuto por su parte.
Jeremy se crispó. Su rabia debió de transmitirse por las riendas, porque su excitable caballo reaccionó con una sacudida nerviosa de cabeza y empezó a cabriolar por el sendero.
—Es evidente que Elenora le ha contado una versión distorsionada de los hechos —replicó Jeremy mientras tiraba con violencia de las riendas—. Le aseguro que nuestra relación no terminó debido al estado desastroso de sus finanzas. —Hizo una pausa significativa y añadió—: Por desgracia, había otras razones relacionadas con la «vida privada» de la señorita Lodge que me obligaron a cancelar nuestro compromiso.
Las veladas insinuaciones de que Elenora había mantenido relaciones con otro hombre, provocaron en ella tal furia que apenas podía respirar.
—¿Cuáles son esas razones? —preguntó Arthur como si no hubiera captado las sutiles implicaciones que encerraban las palabras de Jeremy.
—Le sugiero que se lo pregunte a la señorita Lodge. —Jeremy luchaba con las riendas de su caballo, que agitaba la cabeza y daba pasos laterales—. Después de todo, un caballero no habla de los asuntos íntimos de una dama, ¿no es así?
—No, si desea evitar una cita al amanecer —replicó Arthur.
Al oír aquellas palabras tan poco ambiguas, varias cabezas cercanas se volvieron, de inmediato, hacia el carruaje. Elenora se dio cuenta de que, de repente, Arthur, Jeremy y ella eran el centro de atención de todos los miembros de la sociedad que estaban por los alrededores. Fue como si los hubieran colocado en el foco de un cristal de aumento.
Jeremy se quedó con la boca abierta y Elenora no se extrañó ni pizca al verlo, porque estaba segura de la suya también lo estaba.
No podía creer lo que acaba de oír: Arthur había amenazado a Jeremy con un duelo.
—Bueno…, verá, no sé lo que… —Jeremy se interrumpió y tiró con violencia de las riendas de su inquieta montura.
Aquella provocación adicional fue demasiado para el animal, que se levantó sobre las patas traseras con furia mientras agitaba las delanteras en el aire.
Jeremy perdió el equilibrio y empezó a resbalar, inevitablemente hacia uno de los costados del animal. Mientras luchaba con desesperación para recuperar la posición vertical, el caballo salió disparado a pleno galope y Jeremy cayó violentamente en el suelo sobre su trasero.
Risitas femeninas y masculinas surgieron de los carruajes cercanos y de los jinetes que habían presenciado la debacle.
Arthur ignoró la escena, sacudió las riendas y los caballos avanzaron a un trote vigoroso.
Elenora miró hacia atrás por encima del hombro y vio cómo Jeremy se ponía de pie, se sacudía el polvo del trasero y se alejaba, indignado, campo a través. La visión fugaz de su rostro ruborizado fue suficiente para que un estremecimiento le recorriera todo el cuerpo. Jeremy estaba furioso.
Elenora se volvió con rapidez y fijó la vista al frente mientras se agarraba, con fuerza, al parasol.
—Me disculpo por esta lamentable escena —declaró con voz tensa—. Me ha pillado por sorpresa. Nunca había imaginado que me encontraría cara a cara con Jeremy aquí, en Londres.
Arthur condujo los caballos hacia la puerta del parque.
—Ahora regresaremos a casa. Gracias a Clyde, hemos conseguido nuestro propósito. Nuestra presencia en el parque no ha pasado inadvertida y sin duda será objeto de extensos comentarios esta noche en todos los salones de baile de la ciudad.
—Sin duda. —Elenora tragó saliva y lanzó una mirada rápida a Arthur. No estaba segura de cuál era su estado de ánimo—. Es muy generoso por su parte contemplar la situación desde un punto de vista tan positivo.
—Mas mi naturaleza amable tiene ciertos límites —manifestó él—. Espero que se mantenga a distancia de Clyde.
—Desde luego —respondió ella consternada por el hecho de que él creyera que quería tener algo que ver con Jeremy—. Le aseguro que no siento ningún deseo de volver a hablar con él.
—La creo. Sin embargo, es posible que él intente reiniciar su antigua relación.
Ella frunció el ceño y declaró:
—No veo por qué.
—Cómo ya sabe, Clyde es un oportunista y quizá pretenda utilizar su antigua relación con usted en su propio provecho.
A Elenora le dolió que, aunque sólo fuera por un instante, él creyera que era necesario prevenirla en ese sentido.
—Le prometo que tendré cuidado —le aseguró.
—Se lo agradezco; la situación ya resulta bastante complicada, no la compliquemos más.
A Elenora se le encogió el corazón. Arthur no estaba muy contento, pensó ella. Aunque, ¿por qué debería estarlo? El incidente con Jeremy era la segunda complicación del día en la que ella estaba implicada.
Si se veía involucrada en más líos, Arthur podía decidir que le causaba más problemas que beneficios y, a juzgar por su expresión reflexiva e inquietante, debía de estar teniendo pensamientos similares.
Elenora decidió entonces que sería una buena idea cambiar de tema y eligió el primero que le vino a la cabeza.
—Debo felicitarle por sus excelentes habilidades interpretativas, milord —comentó ella con admiración—. La amenaza implícita de retar a duelo a Jeremy en caso de que extendiera rumores desagradables sobre mí resultó muy convincente.
—¿Eso cree?
—Desde luego. Sólo se trató de una frase, pero la pronunció con mucha fuerza, milord. Diría que con el grado exacto de frialdad y contención. Al oírle incluso sentí un escalofrío.
—Queda por ver si causaron el mismo efecto en Clyde —comentó Arthur con aire pensativo.
—Estoy convencida —aseguró Elenora riendo entre dientes—. Durante un momento, incluso me dio la impresión de que hablaba usted en serio. Le aseguro que si no hubiera sabido que estaba representando su papel en esta obra, habría jurado que hablaba de corazón.
Él le lanzó una mirada de extrañeza.
—¿Qué le hace pensar que no hablaba en serio?
—Me toma usted el pelo —respondió ella.
Los dos sabían que la amenaza no había sido real, pensó ella. Después de todo, si Arthur no se había preocupado en perseguir a su verdadera prometida cuando huyó con otro hombre, era poco probable que se enzarzara en un duelo por el honor de una prometida falsa.
* * *
No fue hasta mucho más tarde, subiendo ya a su dormitorio, cuando Elenora recordó que Arthur no había respondido a su pregunta. No le había contado lo que hacía para sentirse feliz.