Capítulo 13

Margaret se acomodó en el asiento acolchado del carruaje y sonrió a Arthur con aire esperanzado.

—Creo que todo ha salido bien, ¿no crees?

Arthur estaba sentado frente a ella. La luz mortecina de las lámparas del interior del carruaje cubría su rostro de sombras y de misterio.

—Sí —respondió él en voz baja y grave con los ojos puestos en Elenora—. En mi opinión, todos hemos realizado una actuación excelente esta noche.

Un escalofrío leve de inquietud, o quizá de incertidumbre, recorrió el cuerpo de Elenora, que decidió concentrarse en observar las abarrotadas calles para evitar, así, la mirada atenta de Arthur.

Cuando lo besó en el jardín, su única intención era llevar a cabo una actuación convincente para acallar los cotilleos. Sin embargo, casi de inmediato perdió el control de la situación.

Todavía no entendía lo que había ocurrido. Primero apremió a Arthur para que la abrazara delante de su escasa audiencia y, al minuto siguiente, se sintió conmovida e impresionada de los pies a la cabeza.

El beso la había dejado acalorada y desorientada. Estaba convencida de que si Arthur no la hubiera estado sujetando con tanta fuerza cuando Constance y Dunmere aparecieron por el extremo del seto habría perdido el equilibrio. Todavía sentía en la nuca un cosquilleo que le resultaba desconcertante.

—La verdad es que has conseguido la distracción que querías —continuó Margaret, ajena al desasosiego que reinaba en la penumbra del carruaje—. Todos los asistentes al baile estaban muertos de curiosidad. Y os aseguro que los rumores se acentuaron todavía más cuando regresasteis de vuestro paseo por la terraza.

—¿De verdad? —preguntó Elenora con despreocupación.

—Sin lugar a dudas —confirmó Margaret—. No sé cómo lo hicisteis, pero el señor Fleming y yo estuvimos de acuerdo en que parecía que hubierais protagonizado una escena de amor ardiente en los jardines. Debo decir que se trató de una actuación impresionante.

Elenora no se atrevió a apartar la vista de las calles envueltas en sombras y se limitó a murmurar:

—Mmmm.

—Yo también me siento satisfecho de los resultados de la representación del jardín —comentó Arthur como si se tratara de un crítico teatral difícil de complacer.

Elenora, desesperada por cambiar de tema, esbozó una sonrisa cálida y leve y, mirando a Margaret, le preguntó:

—¿Has disfrutado de la velada?

—¡Oh, sí, muchísimo! —Exclamó Margaret con una actitud ensoñadora—. El señor Fleming y yo pasamos la mayor parte del tiempo hablando de las últimas novedades literarias. Por lo visto, es un gran admirador del trabajo de la señora Mallory.

Elenora apenas consiguió ocultar la risa tras un pañuelo.

—Sin duda, el señor Fleming posee un gusto excelente —declaró.

—Yo también opino lo mismo —confirmó Margaret.

Arthur frunció el ceño y dijo:

—Ya le he advertido a Bennett, una y otra vez, que probablemente su costumbre de leer novelas sea la responsable de que tenga una percepción del mundo tan poco realista y tan ridículamente romántica.

* * *

Unos veinte minutos más tarde el carruaje se detuvo, con un estruendo, delante de la entrada principal de la mansión de St. Merryn. Ned, con aspecto dormido, abrió la puerta.

Margaret ocultó un leve bostezo con el dorso de su mano enguantada.

—¡Santo cielo! —Exclamó—, esta velada tan larga me ha agotado. Si me disculpáis, me iré directamente a la cama.

A continuación subió las escaleras como si tuviera unos muelles en los pies. En realidad, pensó Elenora, Margaret no parecía estar nada cansada. De hecho, aquella noche no sólo se movía con especial ligereza, sino que sus ojos brillaban con más intensidad.

Elenora todavía estaba analizando el resplandor sutil y nuevo de los ojos de Margaret cuando se dio cuenta de que Arthur sostenía en alto el candelabro y examinaba la estancia con el ceño fruncido.

—¿No te parece distinto el vestíbulo? —preguntó él.

Ella examinó la sala.

—No, creo que no.

—Pues a mí, sí. Los colores parecen más vivos, el espejo no está tan oscuro y las estatuas y los jarrones parecen más nuevos.

Sorprendida, Elenora examinó más de cerca la figura de mármol que tenía junto a ella, y se echó a reír:

—Tranquilízate, no hay nada extraño en el aspecto nuevo de los objetos. Esta tarde di instrucciones para que limpiaran a fondo el vestíbulo mientras estábamos fuera. A juzgar por la capa de polvo que había antes, no se había hecho en mucho tiempo.

Él la observó con una mirada escrutadora.

—Comprendo.

Por alguna extraña razón, Elenora se sintió incómoda.

—En fin, es bastante tarde, ¿no crees? —Preguntó ella mientras intentaba adoptar una actitud educada y profesional—. Será mejor que yo también me vaya a la cama. Estoy tan poco acostumbrada a trasnochar como lo está Margaret.

—Me gustaría hablar contigo antes de que subas a dormir —declaró Arthur.

Sus palabras sonaron como una orden, no como una petición. Elenora tuvo de pronto un presentimiento: ¿iba a despedirla por lo que había ocurrido en el jardín?

—Muy bien —musitó ella.

Arthur miró a Ned y le dijo:

—Puedes irte a la cama. Gracias por esperarnos despierto, pero era innecesario. Podemos arreglárnoslas solos cuando volvemos tan tarde. De ahora en adelante, no nos esperes levantado. Tú también tienes que descansar.

Ned pareció sorprendido por el gesto amable de su patrono.

—Sí, señor. Gracias, señor —respondió, y se marchó a toda prisa.

Un segundo más tarde, después de que Ned desapareciera por las escaleras que conducían a las dependencias del servicio, Elenora oyó cerrarse con un ruido sordo la puerta que conducía a la planta inferior de la casa.

De repente, el vestíbulo le pareció cercano y, sobre todo, muy íntimo.

—Sígame, señorita Lodge, mantendremos nuestra conversación en la biblioteca.

Arthur cogió un candelabro y avanzó por el pasillo. Elenora lo siguió con cierta reserva. ¿Estaría enfadado por la actitud de entusiasmo excesivo que ella había mostrado durante el beso? Quizá podía explicarle que ella había sido la primera sorprendida: no sabía que tuviera ese talento interpretativo.

Arthur la condujo al interior de la biblioteca y cerró la puerta con firmeza.

Un sentimiento de fatalidad se apoderó de Elenora.

Sin pronunciar una palabra, Arthur dejó el candelabro y se dirigió a la chimenea. Una vez allí, apoyó una rodilla en el suelo y avivó las brasas. A continuación se incorporó, se quitó el fular y, después de arrojarlo sobre una silla cercana, se desabotonó la camisa blanca de hilo y dejó al descubierto algunos de los cabellos, oscuros y rizados, que cubrían su pecho.

Elenora apartó la vista de su cuello desnudo. Tenía que concentrarse, se dijo a sí misma, su puesto de trabajo estaba en juego. No podía permitir que la despidiera sólo porque lo había besado con cierta euforia. De acuerdo, con mucha euforia, rectificó para sus adentros. En cualquier caso, no era culpa suya.

Elenora carraspeó.

—Si desaprueba mi sugerencia de que nos abrazáramos antes, me disculpo. Sin embargo, debo recordarle que, en gran medida, me contrató por mis cualidades interpretativas.

Arthur cogió la licorera y empezó a decirle:

—Señorita Lodge…

—También desearía recordarle que mi abuela fue una actriz profesional —interrumpió ella.

Él sirvió dos copas de brandy y asintió con solemnidad:

—Sí, ya me ha mencionado a su abuela en varias ocasiones.

—La cuestión es que quizás heredé de ella más habilidades interpretativas de las que creía, ¿comprende? —Explicó Elenora abanicándose con fuerza—. Esto explicaría la intensidad de mi, bueno… representación. Le aseguro que a mí me sorprendió tanto como a usted.

—¿De verdad?

Arthur le tendió una copa de brandy y se apoyó en una de las esquinas de su escritorio. A continuación, movió ligeramente su copa describiendo pequeños círculos y contempló a Elenora con una expresión inquietante.

—Así es —respondió Elenora intentando esbozar una sonrisa tranquilizadora—. En el futuro, procuraré contener mis habilidades en esta área.

—Volveremos a la cuestión de su talento interpretativo en unos segundos. Antes, quiero terminar la conversación que estábamos manteniendo cuando nos interrumpió ese par de cotillas.

—¡Ah!

Elenora miró la copa que él le había dado y decidió que necesitaba tomar algo que la fortaleciera. A continuación bebió un trago largo del fuerte licor y, cuando éste llegó al fondo de su garganta, casi se quedó sin respiración. Fue como si se hubiera tragado una brasa ardiente.

Sin duda Arthur notó que algo no iba bien, porque enarcó las cejas.

—Quizá debería usted sentarse, señorita Lodge —le aconsejó.

Ella se dejó caer como una piedra en el sofá y respiró profundamente.

—Este brandy es muy fuerte —declaró, casi sin aliento.

—Así es —corroboró él mientras se llevaba la copa a los labios—. Y también es muy caro. En mi opinión, es mejor beberlo a sorbos que de un solo trago.

—Lo recordaré en el futuro —aseguró Elenora.

Él asintió con un movimiento de la cabeza.

—Bien, como le comentaba, he averiguado el nombre de un caballero que quizá sepa algo acerca de las cajas de rapé. Tengo la intención de hablar con él. Sin embargo, agradecería que me comunicara cualquier idea que se le ocurra sobre cómo localizar a John Watt, el ayudante de mi tío abuelo.

—¿El hombre que desapareció la noche del asesinato? —preguntó ella.

—Sí. Me he pasado los tres últimos días recorriendo los lugares que solía frecuentar, las tabernas y los pubs que más le gustaban, el barrio en el que creció y este tipo de sitios. Pero no he encontrado ni rastro de él, al menos hasta ahora. Es como si se hubiera evaporado.

Elenora reflexionó unos instantes sobre lo que Arthur acababa de decir.

—¿Ha hablado con los miembros de su familia? —le preguntó.

—Watt es huérfano. No tiene familia.

—¿Y está seguro de que no es el asesino?

Arthur empezó a negar con la cabeza y, cuando se detuvo, abrió una de sus grandes manos y, con la palma hacia el techo, declaró:

—Cuando se trata de la naturaleza humana todo es posible, pero no creo que Watt sea el malo de esta obra. Lo conozco desde hace años y es un hombre honesto y trabajador. Además, sentía verdadera devoción por mi tío abuelo, que confiaba plenamente en él y le pagaba con generosidad. No me cabe en la cabeza que Watt pudiera haberle agredido.

—¿Aquella noche Watt no robó nada? ¿No echó usted de menos ningún objeto de valor? —preguntó Elenora.

—No.

—Entonces, quizá no es en los pubs y en las tabernas donde debería haber buscado —declaró Elenora con lentitud.

—¿Dónde habría buscado usted? —preguntó él.

—No soy ninguna experta y sabe Dios que no tengo experiencia alguna en la resolución de crímenes —declaró Elenora con prudencia—. Sin embargo, creo que un hombre honesto y trabajador que hubiera huido por temor a perder la vida y que no hubiera echado mano de ningún objeto de valor para costearse la manutención y el alojamiento, sólo tendría una idea en la cabeza.

—¿Cuál? —preguntó Arthur con intriga.

—Encontrar un trabajo lo antes posible.

Arthur permaneció inmóvil con un brillo de entendimiento en los ojos.

—¡Claro! —Exclamó en voz baja—. He pasado por alto lo evidente. Aun así, todavía queda un territorio muy amplio que se podría investigar. ¿Cómo se encuentra a un hombre sólo en esta ciudad?

—¿Está seguro de que estaba solo?

—¿Qué quiere decir?

—Dice que se trata de un hombre joven y sin familia, pero ¿no había ninguna mujer en su vida?

Arthur levantó la copa de brandy medio vacía en señal de brindis.

—Una idea excelente, señorita Lodge. Ahora que lo menciona, recuerdo que una joven criada de la casa de mi tío abuelo parecía estar bastante prendada de Watt. Lo primero que haré mañana por la mañana será entrevistarla.

Elenora se relajó un poco: ahora Arthur parecía satisfecho, así que, después de todo, quizá no la despediría.

Él se separó del escritorio y se puso delante de la chimenea. Bajo la luz titilante de las llamas, el brandy de su copa de vidrio tallado brillaba como una joya líquida.

—Tenía el presentimiento de que hablar con usted me ayudaría a aclarar mis pensamientos —declaró él al cabo de unos instantes—. Le agradezco sus comentarios y sus observaciones.

Ese elogio le dio a Elenora más calor que el fuego del hogar.

—Espero que le resulten útiles —dijo ella consciente de que le habían subido los colores—. Le deseo mucha suerte, señor.

—Gracias, sin duda la necesitaré —respondió examinando las llamas como si buscara respuestas o, quizás, inspiración—. Ahora llegamos a la segunda cuestión que quería tratar con usted esta noche.

Elenora se preparó para lo peor.

—¿Sí, milord?

—Me refiero al beso del jardín.

Ella sujetó la copa de brandy con fuerza y dijo:

—A juzgar por los comentarios acerca de nuestra relación, esa dama no creía que estuviéramos comprometidos de verdad. Así que se me ocurrió que, si se corría la voz de que nuestra relación estaba basada en el amor, los miembros de la aristocracia se sentirían más inclinados a aceptar nuestra pequeña farsa.

—Fue un movimiento muy inteligente por su parte —contestó él—. La felicito por su rapidez de reacción.

Elenora se sintió muy aliviada y, con un gesto rápido, bebió un sorbito de brandy.

—Gracias, señor —respondió intentando darle a su voz un tono de profesionalidad y competencia—. Hice lo posible para que mi representación resultara convincente.

Él se volvió y la miró: sus ojos reflejaban el calor del fuego. Una vez más, como le había ocurrido antes, en los jardines, cuando él le devolvió el beso, algo en su interior se puso en tensión.

Una excitación peligrosa y seductora chisporroteó, invisible, en el aire que los separaba. Elenora notó que la intensa pasión que flotaba en el ambiente afectó a Arthur tanto como la estaba afectando a ella, y la copa de brandy le tembló en su mano.

—Sin duda, alcanzó usted su objetivo —aseguró Arthur mientras dejaba su copa en la repisa de la chimenea. Se acercó entonces a Elenora con pasos lentos y deliberados, sin dejar de mirarle a los ojos—. De hecho, me sentí tan arrastrado por la situación que me pregunté si estaba usted realmente actuando.

Ella intentó pensar en algo inteligente que decir ante ese comentario, pero no se le ocurría nada. Permaneció sentada y sin poder moverse en el borde del sofá mientras él se le iba acercando.

Arthur se detuvo delante de ella y, delicadamente, le quitó la copa de brandy de las manos y la dejó sobre la mesita sin apartar ni un momento los ojos de Elenora.

Arthur la cogió por los hombros y la ayudó a incorporarse.

—¿De verdad no fue más que una farsa? —preguntó Arthur acariciando los labios entreabiertos de Elenora con el dedo pulgar—. ¿Es usted realmente tan buena actriz, señorita Lodge?

El roce aterciopelado del dedo de Arthur le cortó a Elenora la respiración. Aquella leve caricia le pareció extremada y deliciosamente íntima y despertó en ella el intenso deseo de volver a sentirla de nuevo.

Elenora se había quedado sin habla. Una buena actriz sabía mentir con descaro cuando la situación lo requería, se recordó a sí misma. Sin embargo, por alguna extraña razón, ella no pudo negar lo que sabía que debía negar.

En lugar de negar lo evidente, rozó con su lengua el dedo de Arthur, y el tacto de su piel le hizo sentir un leve estremecimiento.

Arthur sonrió con lentitud y ella se ruborizó. No podía creer lo que había hecho con la lengua. ¿De dónde le había surgido aquella necesidad de saborearlo?, se preguntó con cierta sensación de pánico.

—Creo que esto responde mi pregunta —murmuró Arthur cogiéndola por la nuca e inclinándose hasta colocar sus labios justo encima de los de ella—. Debo confesarte que esta noche, en los jardines, yo tampoco actuaba.

—Arthur…

Él la besó como si saboreara un elixir prohibido. Sin embargo, pensó Elenora, era ella quien probaba lo desconocido aquella noche. Escalofríos ardientes recorrieron su cuerpo produciéndole, al mismo tiempo, una sensación de frío y calor, y sumiéndola en un estado de euforia. Elenora clavó los dedos en los hombros de Arthur como si le fuera la vida en ello.

Él interpretó la presión de sus dedos como una invitación e intensificó su beso. Cuando Elenora sintió la lengua de Arthur deslizándose por su labio inferior se sobresaltó, pero aun así no se apartó.

Aquél era el placer estimulante que su abuela le había contado que podía experimentarse en los brazos del hombre adecuado. Lo que Elenora había sentido cuando Jeremy Clyde la besaba no era más que un arroyo poco profundo en comparación con la cascada de sensaciones que experimentaba en aquel momento.

Elenora sintió deseos de lanzarse y sumergirse hasta el fondo de ese pozo misterioso.

Arthur le quitó las horquillas del cabello con tal delicadeza y exquisitez que Elenora se puso a temblar. Ningún hombre hasta entonces le había soltado el cabello.

Arthur la besó entonces en el cuello, y ella sintió el borde de sus dientes.

El comentario que Lucinda realizó respecto a la prometida de Arthur que había huido cruzó su mente aturdida: «Ella se sentía aterrorizada por él».

Arthur le cogió uno de los senos con la mano y ella sintió su calor a través de la seda verde y fina del corpiño.

Elenora gimió con suavidad y deslizó los brazos alrededor de su cuello.

Él, en lugar de apretarla contra su cuerpo con más fuerza, murmuró algo parecido a una queja, algo que podía haber sido una maldición sorda. Arthur levantó la cabeza a desgana y se separó un poco de Elenora. A continuación acogió su rostro en sus manos y sonrió con ironía.

—Éste no es el momento ni el lugar —declaró. La pasión y el arrepentimiento le habían dado a su voz un tono grave—. Ocupa usted un puesto único en esta casa, pero esto no cambia el hecho de que sea una de mis empleadas. Nunca me he aprovechado de ninguna mujer que estuviera a mi servicio y no pienso hacer una excepción con usted.

Durante unos segundos, Elenora creyó que no había oído bien lo que Arthur le había dicho. ¿Todavía la consideraba, solo, una más de sus empleadas? ¿Después de aquel abrazo tan apasionado? ¿Después de haber confiado en ella y de haberle pedido consejo acerca del modo de llevar a cabo su investigación?

La realidad estalló en la cara de Elenora y rasgó la delicada membrana de sensualidad y deseo que ella había tejido a su alrededor. En realidad, no sabía si sentirse furiosa o herida, pero la mezcla de rabia, frustración y vergüenza que la embargó la dejó casi sin habla.

Casi, pero no del todo.

—Discúlpeme, señor —respondió pronunciando cada palabra como si estuviera cubierta por una capa gruesa de hielo—. No sabía que me considerara sólo otro miembro de su servicio…

—Elenora.

Ella dio un paso atrás y él no tuvo más remedio que separar las manos de su rostro.

—… y en ningún caso le permitiría que quebrantara usted las reglas estrictas que rigen su comportamiento respecto a las mujeres que tiene a su servicio…

—Por todos los demonios, Elenora…

Ella esbozó su mejor sonrisa y añadió:

—Tranquilícese, me comprometo a no olvidar, nunca más, cuál es mi lugar. De ningún modo me gustaría ser responsable de poner a un patrono tan altruista en una situación tan inaguantable, señor.

Él apretó la mandíbula y espetó:

—Interpretas mal mis palabras.

—Para mí, están muy claras. —Elenora fingió mirar la hora en el reloj de pared y dijo—: Cielos, se ha hecho muy tarde, ¿no es cierto? —A continuación, realizó una de sus reverencias más elegante—. Si no necesita más mis servicios esta noche, buenas noches, señor.

Él entornó los ojos.

—Maldita sea, Elenora…

Ella giró sobre sus talones, le dio la espalda y caminó con rapidez hacia la puerta.

Los pasos de Arthur eran más largos que los de Elenora, de modo que llegó a la puerta antes que ella. Durante un momento de desesperación, ella intentó decidir qué haría si él le obstruía el paso.

Sin embargo Arthur no le impidió que realizara su solemne salida: le abrió la puerta con un ademán elegante e inclinó la cabeza con aire burlón.

Mientras cruzaba el umbral con la barbilla en alto, Elenora percibió la sonrisa maliciosa de Arthur por el rabillo del ojo.

—Cuando este asunto haya terminado, señorita Lodge, como es lógico me veré obligado a dar por terminados sus servicios en esta casa —declaró él con calma—. Entonces, le aseguro que retomaremos esta conversación y analizaremos con atención el curso que nuestra asociación deba seguir en el futuro.

—No confíe en que tengamos esa conversación tan razonada que usted propone, milord. No veo ninguna razón para volver a ofrecer algo que ya ha sido rechazado.

Elenora no se molestó en mirar atrás para averiguar cómo había reaccionado Arthur a su comentario; se concentró en no apretar el paso y caminó con determinación en dirección a las escaleras.

* * *

Una hora más tarde, Elenora oyó el golpeteo sordo y regular de los pasos de Arthur en el pasillo: parecían ir al unísono con los latidos de su corazón.

Arthur se detuvo en la puerta del dormitorio de Elenora. La tensión era insoportable. ¿Llamaría a la puerta con suavidad?

Claro que no lo haría, ni con suavidad ni de ninguna otra manera, reflexionó Elenora. Antes, en la biblioteca, lo había dejado muy claro.

Sin embargo ella percibió su presencia al otro lado de la puerta y supo, con tanta claridad como si hubiera podido leerlo en su mente, que él estaba considerando esa posibilidad, y muy seriamente.

Al cabo de unos instantes, Elenora le oyó recorrer el pasillo en dirección a su dormitorio.