Capítulo 24
Arthur bajó las escaleras de caracol tarareando para sí una melodía. La combinación de culpabilidad, pánico y el brillo que su amor había producido en los maravillosos ojos castaños de Elenora no tenía precio.
Era estupendo que ella hubiera aceptado la responsabilidad de jugar con sus emociones, pensó Arthur con alivio.
La situación en la que estaban involucrados se había convertido en mucho más compleja después de los sucesos de aquella noche. Sin embargo, a pesar de todo, él se sentía mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo.
Por otro lado, tenía que resolver no uno, sino dos asesinatos.
Cuando llegó a los pies de la escalera, se alisó el cabello hacia atrás y se echó una rápida mirada en el espejo octogonal que había junto a la puerta: quería asegurarse de tener el aspecto de un hombre que estaba en la intimidad de su biblioteca intentando relajarse después de una ajetreada noche en la ciudad.
Arthur examinó entonces la habitación. Por lo que pudo comprobar, no había ningún indicio de que acabara de experimentar un ataque de pasión imprudente y salvaje con su falsa prometida.
Arthur abrió la puerta de la biblioteca y recorrió con lentitud el pasillo procurando marcar bien los pasos para asegurarse de que Margaret y Bennett se dieran cuenta de su llegada.
El murmullo de sus voces se detuvo cuando él entró en el vestíbulo. Margaret y Bennett estaban muy juntos y el ambiente de intimidad que los rodeaba era inconfundible.
Los dos lo miraron, Margaret con las mejillas encarnadas y Bennett con una expresión de sorpresa.
—Buenas noches, Arthur —saludó Margaret con voz alegre—. No sabía que estabas despierto.
Arthur inclinó la cabeza y afirmó:
—Estoy seguro de que estás exhausta y deseosa de subir a tu dormitorio.
—Bueno, en realidad, no… —empezó Margaret.
Arthur la ignoró y miró a Bennett.
—Estaba tomando un brandy en la biblioteca. ¿Deseas acompañarme?
Bennett apretó la empuñadura de su bastón.
—Sí, claro.
Margaret frunció el ceño con una expresión evidente de intranquilidad.
—¿Por qué quieres hablar a solas con Bennett, Arthur? Supongo que no me pondrás en evidencia y le preguntarás acerca de sus intenciones, ¿no? Si es eso lo que pretendes, te recuerdo que soy una viuda, no una jovencita sin experiencia, y que mi vida personal es asunto mío.
Arthur suspiró.
—Otra mujer que cree que deberían permitirle tomar sus propias decisiones. ¿En qué demonios se está convirtiendo el mundo, Fleming? A este ritmo, las mujeres acabarán muy pronto por no necesitar a los pobres hombres.
—Hablo en serio, Arthur —contestó Margaret con firmeza.
—Está bien, querida —dijo Bennett besándole la mano—. St. Merryn y yo somos viejos amigos. No tengo ningún inconveniente en tomar un brandy con él en la biblioteca.
A Margaret no la complacía demasiado esa decisión, pero su mirada se suavizó.
—Muy bien, pero prométame que no permitirá usted que él lo coaccione y lo obligue a hacer afirmaciones o promesas contrarias a sus deseos.
Bennett le dio unos golpecitos tranquilizadores en la mano.
—No se preocupe por mí, querida. Soy perfectamente capaz de manejar esta situación.
—Sí, claro.
Margaret lanzó a Arthur una última mirada de advertencia, se levantó un poco las faldas y subió con ligereza las escaleras.
Arthur precedió a Bennett y avanzaron por el pasillo en dirección a la biblioteca.
—Estoy convencido de que mi brandy nuevo te encantará.
Bennett se rió.
—No tengo ninguna duda. Tú solo compras lo mejor.
Arthur entró en la biblioteca detrás de Bennett, cerró la puerta y se dirigió al mueble donde estaban las copas y la licorera.
—Siéntate, por favor —le pidió a su amigo—. Te he pedido que vinieras porque tengo un asunto muy importante que discutir contigo.
—Comprendo. —Bennett se sentó en uno de los sillones que había frente a la chimenea y estiró las piernas—. Supongo que deseas preguntarme acerca de mis intenciones en relación con Margaret. Te aseguro que son honestas por completo.
—Claro que lo son. Santo cielo, Bennett, ésta es la última de mis preocupaciones. Eres uno de los hombres más honestos que he conocido en toda mi vida.
Bennett se sintió algo violento y, al mismo tiempo, satisfecho por su comentario.
—Bueno, gracias. El sentimiento es recíproco, como sin duda ya sabes.
Arthur asintió con brusquedad, cogió las dos copas que acababa de llenar y le tendió una a Bennett.
—Me alegro de ver a Margaret tan feliz y sé que tú eres la razón de que se sienta así.
Bennett se relajó y bebió un sorbo de brandy.
—Me considero un hombre muy afortunado. No creí que pudiera amar a otra mujer después de perder a Elizabeth. No es frecuente que la vida nos ofrezca una segunda oportunidad, ¿no crees?
—No. —Arthur reflexionó unos instantes—. Los dos formáis una pareja excelente. Tú lees novelas y Margaret las escribe. Resulta ideal, ¿no crees?
Bennett se atragantó y se apresuró a preguntar:
—¿Conocías su profesión de escritora?
—Desde luego.
Arthur se sentó frente a Bennett.
—Ella cree que tú no sabes que escribe para la editorial Minerva con el pseudónimo de señora Margaret Mallory —informó Bennett.
—¿Por qué todo el mundo supone que no sé lo que ocurre en mi propia familia? —preguntó Arthur. Vio entonces una cinta de color azul cielo sobre la alfombra, cerca del sofá, y se interrumpió.
Se trataba de una de las ligas de satén azul que Elenora usaba para sujetarse las medias.
Arthur se puso en pie de repente.
Bennett frunció el ceño.
—¿Ocurre algo?
—No, nada. De repente, se me ocurrió atizar un poco el fuego.
Arthur cogió el atizador, sacudió con desgana las brasas un par de veces y regresó con desenfado a su asiento de tal modo que, durante el recorrido, se detuvo muy cerca de la liga.
—No te pedí que vinieras para hablar de Margaret, sino del estado de mis investigaciones. Ha habido otro asesinato.
—¡No me digas! —Bennett se interrumpió cuando estaba a punto de tomar un trago de brandy y sus cejas se unieron formando una espesa línea por encima de su nariz—. ¿A qué asesinato te refieres?
Arthur aprovechó el momento de distracción y, con la punta de la bota, empujó la liga debajo del sofá. Todavía resultaba visible, si uno sabía dónde mirar, pero era poco probable que Bennett se pusiera de cuatro patas para examinar la alfombra en busca de indicios de un acto de libertinaje.
Arthur, satisfecho por haber hecho todo lo que podía para esconder la prueba, regresó por fin a su asiento.
—Esta noche he descubierto el cadáver de Ibbitts.
—¡Santo cielo!
Arthur se sentó.
—La situación se ha vuelto muy peligrosa. Necesitaré tu ayuda, Fleming.
* * *
Elenora oyó que llamaban a la puerta de su dormitorio, justo cuando se estaba quitando el dominó y el vestido. Era Margaret.
—Un momento —contestó.
Elenora apretujó el vestido y el disfraz en el interior del armario, cogió la bata y se la colocó por encima de los hombros; se quitó los pendientes y las horquillas del cabello y se puso un gorro blanco.
Una mirada rápida en el espejo la convenció de que parecía una mujer a la que acababan de sacar de la cama.
Elenora abrió la puerta con la esperanza de que Margaret no se diera cuenta de que respiraba con demasiada agitación para ser alguien que acababa de despertarse. Sin embargo, Margaret no parecía estar de humor para fijarse en detalles superfluos. Parecía muy ansiosa.
—¿Estás bien? —preguntó Elenora alarmada.
—Sí, sí, estoy bien, pero tengo que hablar contigo.
—Claro. —Elenora se hizo a un lado para que Margaret pudiera entrar en el dormitorio—. ¿Qué ocurre?
—Se trata de Arthur. Se ha llevado a Bennett a la biblioteca para mantener una conversación privada con él. —Margaret caminaba con nerviosismo de un lado a otro del tocador—. Me aterroriza pensar que pueda exigirle a Bennett que le confiese cuáles son sus intenciones respecto a mí.
—Comprendo.
—Le he recordado a Arthur que soy una viuda y que, por lo tanto, tengo derecho a disfrutar de una vida privada con un caballero sean cuales fueren sus intenciones.
—Desde luego.
—Pero tú conoces a Arthur desde hace algún tiempo y sabes que suele tomar las riendas de la vida de los demás aunque éstos no lo deseen.
—Sí, bueno, por si te hace sentirte mejor, creo que puedo asegurarte que el objeto de la conversación que mantienen ahora mismo en la biblioteca no son las intenciones de Bennett.
Margaret dejó de caminar y se volvió para mirar a Elenora con una expresión inquisitiva en el rostro.
—¿Estás segura? —preguntó.
—Bastante. Quizá sea mejor que te sientes. Se trata de una larga historia que empieza con el asesinato de George Lancaster.
—¡Santo cielo! —exclamó Margaret mientras se sentaba de golpe en la silla que había junto a la cómoda.
* * *
Al cabo de un media hora, Bennett, comprometido con una causa noble, salió de la casa. Arthur lo acompañó hasta la puerta principal y la cerró con llave cuando Bennett hubo salido. A continuación apagó las lámparas del vestíbulo y regresó a la biblioteca.
* * *
Una vez en el interior de la enorme habitación, se dirigió al sofá, hincó una rodilla en la alfombra y buscó la liga azul.
Después de coger el trozo de cinta condenatoria, se puso de pie. Durante unos instantes examinó la liga que sostenía en la palma de la mano. Era delicada y tan femenina que resultaba excitante. Arthur sintió que se excitaba sólo con mirarla: recordó cómo se la había quitado de la pierna a Elenora para poder bajarle la media.
Cada vez que entrara en aquella habitación recordaría lo que había pasado allí aquella noche, pensó Arthur. Hacer el amor con Elenora lo había cambiado de un modo que, aunque todavía no podía describir, sabía que lo había afectado de una forma muy profunda.
Sucediera lo que sucediese en el futuro, ya nunca volvería a ser el mismo hombre.