18: El paseo
Días. Dice Philip Larkin: días, vienen, nos despiertan, ¿dónde podemos vivir sino en los días? Viernes. Sábado. Domingo. Lunes.
Aquel día en particular era un martes. El ánimo, negro. Habían matado a un policía de Lurgan con una bomba lapa adosada a los bajos de su Mini. Eso es lo que pasa cuando te saltas la rutina.
—El jefe quiere verte —me dijo Carol cuando llegué.
Me pregunto qué habré jodido ahora, pensé. Me senté frente a él.
—¿Qué he jodido ahora? —dije.
Me tendió una carta. Scavanni había llevado a cabo su amenaza. El muy retrasado. Era una carta estándar de su abogado. Palabras como «intimidación» y «acoso».
La leí y se la devolví.
—Sabe que está fuera de este caso, ¿verdad, hijo?
—Sí, inspector jefe.
—¿Está seguro de que lo entiende? ¿Tendré que explicarle cómo coño funciona la cadena de mando por aquí?
—No, inspector jefe.
—Dígame que no es usted un rebelde, Duffy.
—No lo soy, inspector jefe.
—Entonces, ¿por qué acosa a un ejecutivo de prensa del Sinn Fein a la salida de una subasta en sábado?
—Me lo encontré por casualidad. Fue una coincidencia. NO volverá a suceder, inspector jefe.
—¿Sabe qué tiene usted, Duffy?
—¿Qué, inspector jefe?
—Pinta de flaco hambriento, tal cual.
Me miró fijamente, meneó la cabeza, abrió un cajón y sacó un paquete de cigarrillos.
—Hijo único, ¿eh, Duffy?
—Sí, señor.
—Mi experiencia es que los hijos únicos nunca aprenden cuándo tienen que tener la boca cerrada. Un hermano mayor le hubiera quitado ese vicio.
—Sí, inspector jefe.
—¿Cómo lleva lo del fraude del Ulster Bank?
—Ah, fue bastante fácil de resolver. Era un tío del otro lado del charco. Ni se le ocurrió que los irlandeses pudiéramos tener recursos para comprobar depósitos en paraísos fiscales.
Brennan resopló y dio una calada a su pitillo. No se le veía especialmente exultante por nuestro éxito.
—¿Y en qué trabaja ahora?
—Los robos de bicicletas.
—¿Alguna pista?
—Un par de ellas, inspector jefe.
Asintió.
—Hágame un favor, Duffy.
—¿Sí?
—Manténgase apartado de ese puto Freddie Scavanni y de cualquier otro que pueda tener acceso a un bufete de abogados temibles. Y de los matones, ¿de acuerdo?
Asentí. Me despidió con un gesto de la mano.
—Creced y multiplicaos.
—Sí, inspector jefe.
Me había mandado salir, pero no me moví.
—Le estaba diciendo que se esfumara con una broma, Duffy —dijo Brennan.
—Ya lo sé, inspector jefe. Pero quiero hacerle una pregunta.
—Rapidita.
—¿Sabe si el inspector jefe Todd y su equipo han hecho progresos en lo de los asesinatos de homosexuales? Lo pregunto sólo porque no he oído nada. Me quitaron el caso al cabo de una semana porque no había hecho muchos progresos y ellos ya llevan con él desde el jueves, pero…
—Veo que se lo toma usted como algo personal, Duffy, y ése es su problema. Supongo que debe de ser algo típico de los católicos. Hágame el favor y váyase de mi despacho antes de que lo eche a patadas.
—Con todo el respeto, inspector jefe, esa gente no ha hecho progresos porque buscan en la dirección equivocada. La lista de nombres, los atentados… ¿Cómo es que no ha habido más ataques desde el jueves pasado? Porque el tío ya no necesita más ataques. Ya ha dejado un rastro más que suficiente. Nosotros salimos corriendo tras él. Y me parece que no volverá a haber ataques porque…
—¿Es que no me ha oído? ¡Lárguese de este puto despacho, joder!
Me deslicé a escondidas hacia mi mesa. Otra vez me ardían las mejillas. Siempre había sido un estudiante de sobresaliente. Un buen alumno. Jefe de dormitorio. Jefe de casa adjunto. Jamás en la vida me mandaron al director. Ni eso. Aquello era humillante. Humillante, y sabía perfectamente que todos aquellos hijoputas de mi alrededor me estaban mirando. Al agente Price se le veía absolutamente radiante: un par de golpes para rebajarle los humos a ese feniano engreído.
A la hora de almorzar me fui a ver a Laura al hospital, pero estaba ocupada en cirugía.
Llamé a mi madre desde la cabina de Barn Road. Le dije que estaba bien.
—¿Cuándo vas a venir a vernos? Hace ya un mes.
—El próximo fin de semana, te lo prometo.
—¿Seguro que estás bien? Tienes la voz como si anduvieras un poco acatarrado.
—No, qué va, estoy bien. Dile a papá que he preguntado por él.
Me subí el cuello del impermeable y volví a salir a la lluvia. Un coche frenó junto a mí con gran chirrido de neumáticos. Un Jaguar E negro. Cristales tintados. Busqué el revólver de reglamento en el bolsillo del impermeable pero, naturalmente, me lo había dejado en la comisaría.
Billy White abrió la puerta de atrás y me apuntó con una 9 milímetros.
—Vamos a dar un paseo, Duffy —dijo.
—No irá a pegarme un tiro en pleno día —dije yo.
—¿Cree que no? —replicó sonriente.
Meneé la cabeza y di un paso atrás.
—No se secuestran polis en mitad de la calle.
—No me ponga a prueba, joder. Suba al puto coche —dijo.
Tenía los ojos muy abiertos y de una blancura peligrosa. Me subí al asiento trasero del Jaguar. Billy se inclinó hacia mí y cerró la puerta.
Comprobé que Shane era el otro único ocupante del coche. Sentado al volante. ¿Dónde estaba la tripulación habitual de Billy? ¿Qué era aquello?
Shane tenía la cara llena de magulladuras. Un labio partido. Y eso era la cara. Lo más bonito. ¿Cómo tendría el resto?
Me entró el pánico. Sin testigos. Ningún problema. Pero no estaría tan loco como para cargarse a un poli en pleno Carrick, ¿o sí? Echó el cierre centralizado del Jaguar.
—¡Arranca! —dijo Billy, y Shane nos llevó a Marine Highway.
—¿Esto qué es? —dije tratando de transmitir serenidad en mi voz.
—Esto no es más que una charla entre dos amigos —dijo Billy—. Me ha dicho un pajarito que le han dado la patada en la investigación de lo de Tommy Little.
No dije nada.
—Le han dado la patada en el caso y sin embargo ha andado calumniando por ahí al joven Shane. Les ha contado a sus jefes que Shane anduvo rondando por los urinarios de Loughshore Park, cerca de Jordanstown. ¡Qué es un puto maricón! ¿Es verdad o no?
Así que había visto mi informe. Se lo habían filtrado. Tenía contactos en la RUC. ¿Y por qué no iba a tenerlos? Había sido poli en Rodesia, y quizás docenas de exmiembros de la policía de Rodesia habían entrado en la RUC.
—No tiene ninguna prueba, y si vuelve a repetir esa puta mentira tendrá noticias de nuestros abogados, o algo peor.
Agitó la pistola. Shane se paró en un semáforo en rojo junto al castillo de Carrickfergus y el corazón se me disparó hasta que abrió el cierre centralizado.
Me bajé del coche.
—Y además, claro, está esa buena doctora, a la que podemos tomar en consideración —dijo Billy.
—¿Cómo ha dicho?
Billy cerró la puerta, el semáforo se puso verde y el Jaguar arrancó. Me temblaban las manos. Fui corriendo al hospital y aceleré hasta llegar al despacho de Laura. La encontré comiéndose un sándwich.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué?
—¿Te han estado molestando?
—No. ¿Qué pasa?
Lancé un suspiro de alivio. Eran fanfarronadas de Billy. De momento.
—Probablemente no sea nada. Nada. Todo está en orden.
—¿Estás seguro?
—¿Puedo verte más tarde?
—De acuerdo —dijo, dirigiéndome una mirada curiosa.
Volví a la comisaría. El suboficial de guardia era el sargento Burke. Escribí un informe del incidente en el paseo con Billy White y lo dejé en la bandeja de entrada del sargento Burke.
Escribir a máquina.
De pronto se me ocurrió una idea luminosa. Saqué la libreta y escribí: «El asesino nos envía una lista de objetivos y una carta, todo mecanografiado sin faltas. Freddie Scavanni debió de aprender a escribir a máquina en la escuela de periodismo. ¿En qué otro sitio se aprende eso? ¡En la policía! Y nuestro amigo Billy estuvo cuatro años en la policía de Rodesia…».
Daba que pensar…
Trabajé un poco en el asunto de los robos de bicis y a las cinco me fui al hospital a reunirme con Laura.
—Vente a cenar conmigo —le dije—. En mi casa, haré unos espaguetis.
—¿Sabes hacer espaguetis?
—Estuve tres años alimentándome de eso en la uni.
—No suena muy alentador, pero vale.
La llevé andando a Coronation Road, donde se fijó en los bordillos rojo, blanco y azul con desaprobación. Puse a Ray Charles y abrí una botella de tinto italiano que llevaba un mes en la caseta del jardín. Preparé los espaguetis con un poco de parmesano de la tienda de quesos.
—Riquísimos —me dijo como si lo dijera de verdad.
Yo no tenía apetito. Le conté lo de mi paseo con Billy.
Se quedó horrorizada.
—Pero ¿cómo pueden cogerte por la calle así sin más? ¡Menuda cara!
Le conté mi teoría favorita:
—Billy y Shane son pareja. Pero Shane se veía con Tommy de tapadillo. En vez de matarlo, Billy se lo ha perdonado. Pero hay que cortar por lo sano, así que tenían que amenazarme con la ley y la pistola. Si los peces gordos descubren alguna vez que Billy es marica, lo mínimo que le espera es un tiro en la rodilla, el exilio y el divorcio, pero lo más probable es que lo liquiden.
—¿Y tienes alguna prueba de eso? —me preguntó.
—Ni una —dije con una gran sonrisa.
Nos bebimos el vino. Era obvio que ya había transcurrido el tiempo suficiente, así que le pregunté si quería subir. Hicimos el amor en la cama de matrimonio.
Encendí la estufa de parafina, y cuando se fue la luz, la lámpara de queroseno en forma de guitarra de Chess Records. Nos quedamos tumbados en la cama.
—No puedo creer que un tipo te apuntara con una pistola a plena luz del día —me dijo.
Estaba claro que no tenía ni idea de la mierda con la que tenía que lidiar a diario.
—¿Cómo puedes vivir aquí, entre ellos? —preguntó.
—¿Entre quiénes?
—¡Los protestantes! Aquí estamos como Anna Frank y su familia —dijo.
—No es tan terrible. Me tratan bien.
—Por ahora. Es también una cuestión de clases, ¿sabes? ¿Qué ocurrirá cuando oigas a uno de ellos que se emborracha y empieza a pegar a su mujer? ¿Qué harás entonces?
—Intervenir —dije.
—¿Y cómo crees que te tratarán a partir de ese momento?
—No lo sé.
Sacudió la cabeza, sonrió y me besó el ceño fruncido. Sus labios eran suaves y olía muy bien.
La besé entre los pechos, besé su vientre y besé sus labios y su clítoris. Era una mujer. Lo que quería. Lo que necesitaba.
Hicimos el amor hasta que empezó a llover, la luz de la lámpara en forma de guitarra se puso amarilla, y el alfil del logotipo de Chess comenzó a desvanecerse hasta acabar consumido.