30
Claire se estrujó los dedos mientras aguardaba a que la puerta se abriese. Su corazón latía violentamente. Tragó saliva y movió la cabeza examinando el resto de la calle. ¿La habría seguido? Estaba aterrorizada. Lloriqueó con temor al imaginar la reacción de su señora. Pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro y comenzó a murmurar un rezo.
Una pareja transitó por su lado, con los brazos entrelazados. Claire se los quedó mirando, y la mujer se ofendió, la penetró con los ojos y alzó el mentón soltando una carcajada. Así era la gente pudiente, pensó la joven sirvienta con desagrado. Los años en la casa Railey le habían agriado el carácter. Antes era una niña risueña, pero el señor acabó con su alegría la noche que entró en su dormitorio. Sorprendiéndola con su aliento fétido por el alcohol. La toqueteó y se rio cuando ella le suplicó que la dejase. Le rogó hasta de rodillas, pero eso solo lo provocó más.
Al día siguiente se sintió tan asqueada que pensó en acabar con su vida. No fue capaz. Suplicó al cielo que la protegiese y no le permitiese engendrar al bastardo de ese desgraciado. Y al menos eso sí se le cumplió, pero ya no fue la misma. La Claire de antes murió dando paso a una mujer resentida y amargada. Ni siquiera su tía se enteró de su desdicha, nadie jamás supo qué ocurrió esa noche en la que Jack Railey decidió hacerle pagar a ella por los pecados de la señora Caroline.
Durante el interminable martirio, repitió una y otra vez que la odiaba por abandonarlo cuando le abrió el corazón. De sus balbuceos extrajo que esa misma tarde le había suplicado una oportunidad y ella se había reído de él. Lo desdeñó por otro hombre.
Claire, durante la cena, cometió la torpeza de sonreírle por amabilidad cuando lo descubrió mirándola mientras acababa su botella de vino. Él se lo tomó como una invitación e hizo oídos sordos a sus ruegos posteriores. Nueve años pasaron de aquello, pero Claire seguía sintiéndose como esa mañana, sucia y sin vida.
Desde aquel fatídico episodio, se volcó en la señora Charlotte y su hija porque se sentía responsable, como si las hubiese traicionado al yacer con el señor. Intentó redimirse con ellas y a la vez alejarse de él. Su plan funcionó y en poco tiempo la favorecieron, convirtiéndola en la doncella personal de la señorita Emily, la única alma buena en esa diabólica casa.
El señor nunca la volvió a mirar, salvo una tarde en la que la tomó del brazo y la arrinconó en uno de los pasillos.
—Espero que no hayas comentado nuestro… emm… encuentro de la otra noche. Por tu bien, mantén la boca cerrada o de lo contrario te destruiré. Negaré cualquier relación contigo y te acusaré de intentar seducirme. Te echaré de esta casa sin recomendaciones y tendrás que mendigar el resto de tu vida, ni siquiera la influencia de la señora Roubert te salvará. —Le apretó la barbilla y asaltó sus labios con brusquedad, irritando la piel de sus mejillas con su barba incipiente. Cuando la soltó, Claire temblaba de tal forma que su tía, al verla, la obligó a retirarse creyendo que estaba indispuesta.
Mantuvo la boca cerrada. Y nunca volvió a pensar en él hasta el día anterior, cuando observó cómo se lo llevaban detenido. Sonrió, por primera vez en nueve años se sintió viva de nuevo. Segura, relajada, hasta que el hijo la abordó. Por un momento creyó que su pesadilla se repetiría, que estaría ante otro monstruo, pero supo ver en su amenaza una pequeña preocupación por su hermana. Claire se decidió a ayudar a la señorita Emily no porque ese salvaje la amedrentase, a esas alturas de su vida poco le importaba qué hiciesen con ella, pero la señorita era buena y algo le decía que en ese lugar no la estaban cuidando como afirmaba la señora Charlotte.
Una y otra vez veía la sonrisa de triunfo de la madre cuando estrechó la mano del director Smith y encerró a la señorita. Le aseguró que era por su bien, para evitar que Emily se hiciese daño a sí misma, pero Claire comenzó a tener dudas cuando la observó deshaciéndose de la ropa y de las pertenencias de la joven. Incluso la sorprendió riéndose ante la fotografía de su hija. Se le pusieron los pelos de punta, su voz era extraña, como si fuese de otra persona. Y su actitud…. Le recordó a los pacientes que vio en el centro donde la señorita quedó recluida.
Desde ese día comenzó a pensar en ello y se dio cuenta de que algo no andaba bien. Pensó en hablar con la señorita Ariadna, pero le tenía miedo. Sabía que no le agradaba por como la trató durante el día que sirvió en la casa, pero Claire tenía un motivo. Quería ser cruel, que la odiase y detestase la casa para que se marchase. Claire deseaba salvarla porque le recordaba a ella cuando llegó. Por eso, decidió ponérselo difícil. No quería que Jack Railey posase sus sucias manos sobre ella, se negaba a que su ingenuidad quedase destruida a causa de esa mansión maldita.
Sin embargo, Ariadna resultó ser mucho más, y ahora la más pequeña de la familia Railey la despreciaba, con razón. Claire no se atrevía a enfrentarla porque temía que no le creyese, por eso le había rehuido todo lo posible hasta que la encontró en el dormitorio de la señorita Emily. Al principio sintió la necesidad de confesar la verdad, pero la lealtad a su señora se impuso y acabó guardando silencio.
Y ahí estaba. Esperando a que la puerta se abriese y pudiese descargar su conciencia. Si aún había una pequeña esperanza para su querida señorita, ella se la daría. Y luego suplicaría el perdón divino por haber contribuido a hacerla sufrir, pues algo le decía que Emily Railey no estaba recuperando el juicio en ese lugar, sino perdiéndolo definitivamente.
Estaba muy nerviosa, ¿cómo la recibiría? Todavía se maravillaba de saberlo con vida. Su irrupción en la mansión Railey causó una gran conmoción, hasta para ella, que pensó en su pobre señorita. En lo rápido que se recuperaría si supiese que su esposo sí estaba vivo. Cuando se lo dijo a la señora, le gritó. La llamó estúpida y le prohibió sincerarse con nadie. Le advirtió que su hija empeoraría si lo veía, que no sería bueno para ella, pero Claire no le creyó. Sabía que solo Darel Jabson podría ayudarla.
Meneó la cabeza arrepentida. Las lágrimas asomaron a sus ojos cuando la puerta se abrió y un Darel Jabson totalmente desaliñado la recibió. Sus ojos estaban hundidos y ennegrecidos por unas enormes ojeras, su mirada vacía la recorrió. El pelo se ondulaba húmedo en torno a la frente perlada de sudor. Su atractivo rostro estaba cubierto por una poblada barba que comenzó a rascarse mientras sus rasgos se tintaban de indiferencia. Resopló mientras le preguntaba con tono cansado:
—¿Qué quieres? ¿Te manda tu señora para burlarse de mí? Esa bruja no descansará hasta verme destruido, ¿verdad? Pues dile de mi parte que ha vencido, por fin ha obtenido lo que tanto anhelaba, acabar conmigo porque sin mi Emily, estoy muerto. —Hizo un gesto con la mano y sus tristes ojos miraron más allá de ella. Bajó la cabeza y dio media vuelta lentamente, cerrando.
—¡Espere! No me envía la señora. —Eso lo detuvo, pero seguía de espaldas a ella, Claire se envalentonó y confesó la verdad—. Estoy aquí por su esposa, señor Jabson. Le han mentido, la señorita Emily no está en Boston. Ella… Se encuentra en el Hospital Estatal de Western. Señor, ¿me ha escuchado? Su… —Claire calló, pues en ese momento él se giró. Gimió sorprendida, Darel Jabson lloraba, pero no fue eso lo que la impactó, sino la furia que transformaba su bello rostro.
—¿Cómo pudisteis? —articuló lleno de ira.
—La señora dijo que la curarían, que allí la señorita no intentaría hacerse daño…
—¡No, claro que no podría porque ya otros se encargarían de infringirle dolor! —dijo con la mandíbula apretada—. Ella te apreciaba, confiaba en ti. ¡Una institución mental, joder! ¿Sabes lo que les pasa a la gente que recluyen en esos sitios? ¿Cómo los tratan…? —Cerró los ojos y cuando los abrió, desprendía fuego—. Si le ha pasado algo, rezad, porque no descansaré hasta vengarme —sentenció con voz fría.
Claire lloraba.
—Nunca le deseé nada malo, de verdad que pensé que la ayudarían. La señorita estaba muy mal, gritaba por las noches y se desmayaba durante el día. A veces nos miraba como ida. La señora nos contó que había enloquecido, y yo no lo creí hasta que la vi en la ventana intentando lanzarse. Llegué a tiempo, pero estaba tan enferma que supuse que la señora tenía razón, solo allí la curarían. La señora me obligó a permanecer callada por el bien de la señorita, dijo que si alguien se enteraba que estaba recluida en ese sitio, murmurarían, y su reputación quedaría destruida. Me aseguró que solo estaría un tiempo, hasta recuperarse, pero cuando usted apareció por la casa y se negó a confesarle la verdad, supe que pasaba algo. Lo siento, perdóneme —suplicó—. Sé que debí venir antes, pero tenía miedo. La señora Charlotte me dijo que si la señorita lo veía, empeoraría. Yo no estaba muy segura de ello y ya me había decidido a contarlo todo cuando el señor Matthew me abordó y me exigió que viniese a verlo. Él sabía que usted la ayudaría, y yo también. Por favor, vaya a por ella y sáquela de ese espantoso centro. Y dígale que nunca quise dañarla. Me iré de la casa hoy mismo. —Se limpió el rostro—. No me odie.
Él no habló, se limitó a observarla cuando comenzó a alejarse y entró en la casa. A los segundos, salió cubierto por un abrigo y otro de mujer en los brazos. Echó a correr, adelantándola. Claire lo vio subir a un taxi y desaparecer.
Darel paró en la casa de su amigo. Tocó con fuerza hasta que el mayordomo le dio paso. Irrumpió en el vestíbulo gritando su nombre.
—¡Darel! ¿Qué sucede, por qué gritas de esa forma? ¿Te has enterado, verdad? El detective Scott acaba de llamarnos dándonos la noticia, por fin han detenido a Jack. Él solito se ha incriminado guardando el arma en su abrigo. Lo creía más avispado, pero mira mejor….
—¡Basta! —bramó alzando las manos. Ariadna se asomó por el saloncito, donde se encontraba minutos atrás para dar la noticia de la detención a las inseparables mujeres que en él merendaban. Se vio desplazada a un lado cuando Felicity y Enri salieron a husmear también.
—Darel, hijo, ¿qué sucede? ¿Estás bien? —preguntó la madre de Christopher.
—No y por eso he venido. Tienes que ayudarme, Chris. —Lo miró desesperado—. He encontrado a Emily y, tal y como me temía, está en peligro. Será difícil rescatarla.
—Cuenta conmigo —le puso una mano en el hombro, apretándoselo con los dedos en señal de apoyo—. La recuperaremos, cueste lo que cueste. ¿A dónde hay que ir?
—Al Hospital Estatal de Western.
Todos los presentes reaccionaron. Felicity gimió y comenzó a llorar, Enri preguntó qué era ese lugar, y Ariadna le explicó con una mano en la garganta que era un psiquiátrico, el mismo donde recluyeron a Gina años atrás. Su tía ahogó una exclamación y la abrazó angustiada. Christopher soltó varios insultos y apretó los puños con fuerza.
—Vamos —afirmó—. Emily nos necesita. —Darel asintió, sabiendo que a su lado lo conseguiría, pronto su querida esposa estaría junto a él. Los ojos se le humedecieron y rogó que estuviese bien, que esos desalmados no la hubiesen maltratado gravemente.
—Voy con vosotros —se apuntó Ariadna.
—De eso nada, tú te quedas —ordenó Christopher—. No permitiré que te pongas en peligro. ¡Ese lugar no es sitio para una mujer delicada!
—He dicho que iré y si no me lleváis con vosotros, cogeré un taxi y me presentaré allí cuando os vayáis por esa puerta.
—No si te encierro —la amenazó el joven dando un paso hacia ella. Estaba enfadado, su cara daba muestra de ello.
—Espera, hijo. Ariadna tiene razón. Debe acompañaros.
—¿Cómo puedes sugerir algo así, madre? ¡No irá! —Apretó los dientes—. Se traumatizará cuando entre.
—Soy más fuerte de lo que crees —protestó Ariadna.
—Christopher, tu prima habrá sufrido mucho. La presencia de Ariadna puede que la calme, mi sobrina agradecerá que la rescatéis y se refugiará en vuestros brazos, pero estará tan confundida que le hará bien consolarse con una amiga.
—¡Si no se conocen casi! —arguyó él.
—Entre mujeres nos entendemos. Venga, llevárosla o yo misma le abriré la puerta cuando te marches y la acompañaré. —Se giró hacia Enri, con un dedo en la barbilla—. Quizá hasta sea buena idea que vayamos las tres.
—¡No! —explotó Christopher—. Está bien, nos acompañarás, pero te quedarás en el coche. ¡Promételo, Ariadna!
—Te aseguro que no causaré problemas. —Él asintió con la cabeza y salió a la calle. Ariadna abrazó a las dos mujeres y sonrió pensando en que no había jurado quedarse en el coche, solo no causar problemas, y eso haría. Entraría en ese espantoso sitio y los ayudaría, sin ocasionar daños. Bueno, al menos que no maltratasen a Emily o a Darel o por supuesto a Christopher…
* * *
—¡Madre, qué demonios hace! ¿Es qué ha perdido el juicio? —Matt observó la ropa de su padre hecha trizas por el suelo. Charlotte sujetaba en sus manos una fina camisa de seda que estaba cortando con unas tijeras.
—A tu padre ya no le servirá —dijo emitiendo una siniestra carcajada.
—¡Ha perdido la razón! Es usted la que debería estar encerrada en ese psiquiátrico y no Emily. —Ella abrió los ojos y gritó furiosa.
—¿Cómo sabes eso? —Su rostro estaba deformado por la rabia—. Claire… —meditó. Luego rugió y alzó las tijeras—. La mataré. No, mejor, le cortaré la lengua para que no pueda chismorrear más. —Sonrió. Matthew la miró con tristeza. Movió la cabeza y suspiró.
—Se ha vuelto loca.
Charlotte comenzó a reír.
—No, hijo, por fin empiezo a ser feliz.
—¿Se alegra de que padre ya no esté? ¿Qué pague por unos crímenes que no cometió? Sabe que no mató a la señora Jenkins, ¡pasó la noche con su amante! Usted misma lo acusó de ello aquella noche, ¡le olió el perfume de la otra!
Se encogió de hombros.
—Bueno, se lo tiene merecido. Si guardarse el pene en su sitio, ahora estaría aquí.
—¡Madre! —soltó escandalizado—. Es usted malvada, peor que él.
—¿Acaso tú eres mejor, Matt? —Lo señaló con las tijeras desde donde estaba—. Tú, precisamente tú, no tienes la conciencia limpia que digamos. —Él achicó los ojos, perforándola con su fría mirada. Le dio la espalda y se dirigió a la salida diciendo:
—Me alegro de haber ayudado a mi hermana. Por una vez, la perfecta Charlotte Railey no se saldrá con la suya. —La miró de soslayo—. Darel está enterado de todo y ha ido a rescatarla. Hoy mismo regresará junto a él. ¿Cómo se siente, madre? Después de todos sus esfuerzos por separarlos, una vez más pierde. Emily será feliz junto al abogado, y ni usted ni nadie podrá impedirlo. —El rostro de la mujer pasó de la sorpresa a la ira profunda, la imagen de su hija junto a ese vagabundo rondó su mente, atormentándola. Los vio besarse y reír felices, ajenos a su propio sufrimiento. Gritó desesperada y corrió hacia su hijo, ¡él tenía la culpa! Le intentó clavar las tijeras, pero él la frenó. Emitió chillidos histéricos y comenzó a romper cuanto tenía a su paso. Pataleó, destrozó e insultó a viva voz. Se tiró del pelo y se rompió las prendas. No dejaba de ver la imagen de su hija riéndose de ella. Su rostro se acercaba burlándose, intentó apartarlo lanzando manotazos y escupiendo a la cara que ahora se presentaba ante ella la del odiado don nadie que se reía de su triunfo. Emitió un grito escalofriante y corrió a una esquina abrazándose. Cerró los ojos y comenzó a murmurar: «esto no está pasando, esto no está pasando…».
Matt se acercó a la mesita y cogió la llave con la que segundos después cerró la puerta del dormitorio, dejando dentro a su demente madre. Bajó los escalones y se dirigió al estudio, descolgó el teléfono y su voz retrasmitió lo que acababa de presenciar.
Media hora después sonaba el timbre de la calle y un sorprendido Cetrius recibía a los hombres de bata blanca. Matt los condujo hacia la habitación y sacaron a una Charlotte completamente ajena a la realidad. Los miró sin verlos y sonrió a su hijo cuando pasó a su lado. Le aseguró que encontraría a la traidora de su hermana y esta vez sí la mataría. Ya no recurriría al veneno como antes, eso era para enloquecerla, ahora la perseguiría y acabaría con su vida y la de su amante. Tras sus enajenadas palabras, soltó varias carcajadas que hicieron temblar a los robustos hombres que la sujetaban.
La metieron en la parte de atrás del vehículo de la institución y ella comenzó a balancearse abrazada; entonando una extraña melodía de cuna. Reía cada vez que hacía una pausa en su canción. El director Smith, a su lado, movía la cabeza.
—Esto es una desgracia, señor Railey. Su madre parecía una persona tan entera cuando vino a verme… —Se santiguó—. Creo que el maligno se ha apoderado de esta casa atacando el alma de su hermana y de su madre. Tenga cuidado —le aconsejó mirándolo fijamente—. Podría ser el siguiente.
Matthew soltó una carcajada.
—Hace años que me visitó, su advertencia llega tarde. —Se alejó de él—. Mi madre ha perdido el juicio, encárguese de ella y no la deje salir jamás. Ya no hay cura posible para su mal. Ha intentado matarme, ¡a su propio hijo! Y antes lo hizo con mi hermana, envenenándola. No tenga piedad. —Sonrió—. Merece sus mejores cuidados, doctor.
Adrien Smith sonrió con placer. Si algo le gustaba en esta vida, era experimentar con sus pacientes, ver en sus ojos el temor y el dolor con cada nueva práctica. Este joven le estaba dando carta blanca y pensaba utilizarla. Miró a la mujer a través de la ventana del coche y recordó su esbelto cuerpo, se relamió pensando en la última vez que probó a una de sus enfermas. Ya no era el mozo de antaño que las montaba sin dificultad, de hecho, casi ni le apetecía mantener relaciones sexuales. Estaba bien entrado en la sesentena, pero esta mujer lo atraía, notaba su miembro endurecido contra el pantalón. Rememoró la altivez, la soberbia de la que hizo gala cuando fue a verlo con su hija y se sintió renacer. Poseía un espíritu difícil de quebrar, justo lo que necesitaba.
Matthew arrastró sus pasos hacia el estudio. Se sentó tras la mesa de su padre y escondió la cabeza entre sus brazos, ajeno al revuelo que se vivía en la casa por el traslado al centro mental de la señora. Cerró los ojos deseando hallar la paz. Estaba harto de sufrir, de recriminarse por lo que hizo. Si pudiese volver atrás en el tiempo, cambiar lo que pasó, quizá habría sido una buena persona y alguien lo querría. Ni siquiera Adele, la que fue su prometida, lo amó. Era una actriz al servicio de Caroline. Sonrió con tristeza. Solo, así estaba desde siempre. Puede que el doctor Smith estuviese en lo cierto y desde aquel día tuviese al maligno dentro. Sin duda, se lo merecía.
Escuchó la puerta abrirse y supo quién era sin verle. Lentamente, alzó el rostro y observó en silencio la pistola que conocía muy bien.
—Ya no te tengo miedo. —Sonrió—. Nada me importa, ni siquiera tú.
—Lo sé. —Dio un paso y dejó el arma en la mesa, frente a él—. Es hora de que hagas lo correcto. Sé el hijo que Jack querría, se lo debes. Afronta tu error y libérate de la culpa que te impide ser feliz. —Se alejó y cerró la puerta. Minutos después escuchó el disparo y asintió.
«Descansa en paz, pequeño», murmuró.
* * *
Emily lloraba interiormente, retenía las lágrimas clavando las uñas en sus manos. Tenía miedo de que viesen su aflicción y volviesen a llevarla ante el director, no lo resistiría otra vez. La cabeza le dolía tanto que se mareaba, por eso se resbaló ante uno de los enfermeros, que la golpeó sin miramientos y la encerró en el pequeño ataúd de madera.
Odiaba la cuna Utica. Su cuerpo quedaba entumecido después y le dolía tanto que no podía ni moverse. La espalda le daba pinchazos. Estaba acurrucada, doblada todo lo que podía dentro de esa jaula cuadrada. Aunque al menos debía dar las gracias a que el tratamiento de sueño había cesado. El señor Smith consideró que con las sesiones de electroshock bastaba.
Pensó en Darel y sonrió recordando su rostro amable, lleno de amor. No se arrepentía de nada, junto a él fue muy feliz. Unos instantes robados que repetiría sin dudarlo a pesar de tener que enfrentarse a ese infierno después. Soñó con la muerte una vez más, «mi amor, algún día volveré a tu lado…», pensó.
La puerta se abrió de repente. Y vio al enfermero levantarse de la silla con un grito. De reojo apreció que varias personas ocupaban la estancia.
—¿Qué hacen ustedes aquí? ¡Fuera! Están interrumpiendo el tratamiento de esta paciente.
—El que se va a marchar es usted si no quiere que estampe mi puño en su cara, o mira mejor aún, voy a hacerlo. —El hombre vio la mano acercándose a su rostro rápidamente. No pudo reaccionar a tiempo y cuando sintió el derechazo, se desplomó inerte.
Ariadna silbó.
—Como sigas así, cariño, no van a quedarte nudillos. —Él le guiñó un ojo.
—Te recuerdo que tú también has dado guerra, pese que estabas obligada a quedarte en el coche, ¡como prometiste! —señaló él, de nuevo irritado por su testarudez. Ella se acercó y lo agarró de la cintura, él le mordió el cuello cariñosamente.
—Jamás aseguré que me quedaría, tú lo diste por supuesto. No me perdería la oportunidad de poner en su lugar a estos canallas por nada del mundo. ¿Viste cómo le aticé a ese enfermero que se negó a llevarnos hasta Emily? Lo vi abalanzarse hacia ti cuando estabas despachando al hombretón ese de seguridad y no pude resistirme, cogí la bandeja de plata de una de las mesas y te defendí.
»Es una suerte que el director y los otros enfermeros estuviesen fuera. Las enfermeras ni se opusieron a que entrásemos, y vosotros dos os quitasteis de encima a los únicos que se resistieron. Menos mal que la chica, Laura creo que se llamaba, nos ayudó. No parece una persona trastornada, ¿verdad? Me pareció más cuerda que yo misma.
Christopher rio. Pese a las circunstancias, se sentían dichosos, pues habían dado con Emily y pronto saldrían de allí, alejándola de esa pesadilla para siempre. Odiaba esos centros que después de tantos años seguían tratando a los pacientes como si fuesen basura. Sonrió ante la llamada que pensaba hacer a las autoridades alertándolos de las irregularidades que se cometían ese centro.
Laura, la mujer que los trajo a esa habitación y que aguardaba fuera vigilando, les contó en el camino las barbaridades a las que se enfrentaban a allí. Tuvo que sujetar a Darel cuando supo todo lo que soportó Emily. Bien, pronto recibirían una inspección y las cosas cambiarían. Se encargaría de ello. Miró a su bella Ariadna y el corazón le latió con fuerza. La sangre le palpitó en la ingle y se sintió avergonzado por desearla en aquel lugar. La miró fijamente y la besó sin poder contenerse. Absorbiendo la suavidad de aquellos labios que le devolvían el beso con la misma intensidad. Notó sus brazos alrededor del cuello y se perdió en ella hasta que el grito de Darel los hizo reaccionar.
—Christopher… —susurró Emily al reconocer la voz de su primo. Su cuerpo comenzó a estremecerse en sollozos. ¡Estaba a salvo!, ¡a salvo! Era tal su zozobra que no se percató que la persona que manipulaba los barrotes y liberaba la tapa cerrada no era Christopher. Unas manos la ayudaron a ponerse en pie y la sacaron del estrecho interior. Alzó su rostro con alegría y agrandó los ojos. Un gemido quedó atrancado en la garganta. Se desmayó pensando que había muerto y estaba en el cielo.
—¡¡Emily!! —dijo Darel preocupado, cogiéndola entre sus brazos.
—¿Está bien? —Ariadna se acercó a ellos y tocó la frente de la joven.
—Todo lo bien que se pueda estar en este lugar —farfulló todavía furioso por lo que había soportado su adorada esposa—. Tranquila, Ariadna, el desmayo se debe a la sorpresa de verme con vida.
—Tenemos que salir de aquí cuanto antes —los apremió Christopher—. Colocaros detrás de mí, me da que tendremos compañía antes de llegar al coche.
—Nadie va a impedir que la saque de aquí —declaró con firmeza Darel.
—Lo sé, amigo. Venga, vamos.
Salieron al exterior y fueron conducidos por la paciente Laura a la parte de atrás. Cuando se adentraban en el jardín, Emily se despertó. Y observó a sombrada a todos los que caminaban a su lado. Poco a poco fue tomando conciencia de lo que pasaba.
—¡Darel! ¿Eres tú de verdad? ¡No estás muerto!
—No, amor mío. Ningún disparo puede alejarme de ti. —Le guiñó un ojo, y ella rio feliz, abrazándolo y llorando—. Te contaré después todo, cariño. Pero ahora debemos salir de aquí.
—¡No me iré sin Laura! Tenemos que volver a por ella, se merece salir de aquí, la retienen contra su voluntad. Su familia, al igual que la mía, quería deshacerse de ella. ¡No podemos abandonarla!
—Eso lo explica todo —intervino Ariadna. Miró hacia la mujer que manipulaba una puerta exterior junto a Christopher y asintió—. Laura está aquí, Emily. Y se viene con nosotros, ella nos ayudó a llegar a ti.
—Gracias. —Miró intensamente a su esposo y volvió a sucumbir a la inconsciencia, su cuerpo estaba agotado, la cabeza de dolía de tal forma que le cortaba la respiración. Sin embargo, se sentía feliz. Regresaba a casa.