12

Caroline descansaba sobre el hombro de su esposo mientras la calesa los conducía a su nuevo hogar, la residencia de los Railey.

El corazón galopaba sobre su pecho ante su nuevo futuro. En pocos minutos se enfrentaría a todos los miembros de la familia y temía no estar a la altura. Se mordió el labio preocupada y suspiró. Jon le acarició la mano y le prometió que todo iría bien.

Cuando entraron por los grandes jardines que precedían la mansión, Caroline contuvo el aliento, ¡qué majestuosidad! El fuerte olor a tierra mojada la golpeó de lleno y aspiró ruidosamente dejando escapar una sonrisa. Se sentía en casa.

Jon la ayudó a bajar y se acercaron a la puerta principal donde un hombre, que sería el mayordomo por su aspecto de pulcra autoridad, los aguardaba.

—Señor, qué alegría verlo de nuevo. Perdone la indiscreción, pero esta casa sin usted no es lo mismo, carecía de, emm… digamos… un orden. —Jonathan soltó una carcajada ante el alivio desmesurado que relucía en el rostro del hombre.

—¿Te han vuelto a dar problemas, Cetrius?

—No, señor, jamás insinuaría tal cosa.

Jonathan se giró hacia su esposa y sonrió.

—El pobre Cetrius ha tenido que lidiar con los caprichos de mis hermanos, ¿o me equivoco? —preguntó, mirando de nuevo al empleado.

—Señor, no piense que me estoy quejando, de ningún modo osaría a hacer tal cosa. Llevo en esta casa desde que tengo uso de razón y nunca proferiría reclamo alguno contra ustedes, pero no negaré que su presencia templa mis nervios. Digamos que con usted, todo parece más llevadero.

—Cariño, lo que mi buen mayordomo está diciendo es que mi familia es un pelmazo.

—¡Oh, no! Por favor, no crea…

—Solo bromeaba, Cetrius —cortó al azorado mayordomo, que ahora reflejaba en su semblante la más pura sorpresa, pues nunca antes presenció una broma de su señor. El pobre hombre pensó que tal milagro sería obra de la hermosa joven que lo acompañaba y a la que sonreía y contemplaba con devoción a cada momento—. Y ahora, dejemos de lado a esos incorregibles y permítame presentarle a mi esposa, Caroline Railey. Cariño, él es mi mayordomo, Ronald Cetrius.

El mayordomo ahogó una exclamación sorprendido. ¿Casado? ¿Su señor se había desposado? Impresionado, meneó la cabeza y rápidamente se repuso haciendo gala de su autocontrol. Examinó a la dama y, admirado, asintió, sí, era digna merecedora de Jonathan Railey, y por cómo se miraban, supo que era una unión por amor. Les dio la bendición de la única forma que supo, hinchando pecho y mostrando su mejor sonrisa mientras ejecutaba una perfecta reverencia:

—Es todo un honor conocerla, mi señora.

—El placer es mío, señor Cetrius —le contestó la joven sonriente mientras penetraba junto a su marido en el vestíbulo.

Atribulada, advirtió que todos los miembros de la casa, familia y servicio, se hallaban reunidos bajo las escaleras principales. En silencio, unos y otros comenzaron a observarla, sus rostros mostraron todo tipo de sentimientos, desde la sorpresa, hasta alegría y alguna que otra decepción.

Jonathan se plantó frente a todos y habló:

—El motivo por el que he convocado aquí a todos los miembros de este hogar es para anunciaros que esta maravillosa mujer que tengo a mi lado es la nueva señora de la casa. Os presento a Caroline Railey, mi esposa.

Las reacciones no se hicieron esperar y pronto el bullicio tomó parte en la escena que se desarrollaba ante los ojos de Caroline. Los sirvientes murmuraron entre ellos y la miraron con cautela, temerosos de su reacción, del cambio que podría suponer para ellos su nueva presencia. La familia estalló.

—Pero ¿qué es esto, Jonathan?, ¿estás bromeando, verdad?

—Pues claro, Jack. No la ves, nuestro hermano ha traído a su amante y nos está tomando el pelo, ¿a qué sí, Jon? —rio Jimmy Railey con voz pastosa por el alcohol. La botella medio vacía de whisky que descansaba en su mano cayó al suelo cuando Jonathan lo asió del cuello de la camisa y lo alzó despegando su enclenque cuerpo del suelo.

—Vuelve a referirte en esos términos a mi esposa y te echaré a patadas, Jimmy.

Al soltarlo, el moreno se tambaleó y cayó de espaldas sobre el suelo.

—Jon, hermano, tranquilicémonos. Perdónalo, ya sabes que no mide sus palabras cuando está ebrio. Te pido disculpas en nombre de todos por nuestra reacción, nos ha pillado por sorpresa, compréndelo, no sabíamos que te habías casado, dijiste que eso no era para ti, te oponías rotundamente cuando padre insinuaba siquiera un posible matrimonio.

—Pues ha sucedido y cuanto antes lo asumáis, mejor para todos.

—Pero, Jonathan… Ni siquiera nos avisaste, tú familia debía acompañarte en ese día tan importante… ¡Estuviste solo! —lo amonestó una mujer morena, cuyos rasgos severos le restaban atractivo. Caroline supuso que era la mujer de Jack, por la mirada autoritaria que este le dirigió. En seguida, la dama bajó la vista hacia el bebé que sostenía entre sus brazos y no volvió a hablar.

—Jean-Pierre me hizo compañía.

—¡Claro!, ¡cómo no! El bueno De Soussa siempre dispuesto a apoyar al prójimo. ¿Para qué ibas a necesitar a tus verdaderos hermanos teniéndolo a él? —protestó Jimmy desde la barandilla de las escaleras, a la que se sujetaba con cierta dificultad.

—Jimmy… —le advirtió Jack.

—Sí, sí, me callo, como siempre —musitó entre dientes.

Jack esperó a que los sirvientes se acercasen al señor de la casa y diesen la bienvenida a la nueva Railey, cuando hubieron regresado a sus quehaceres, se acercó a la pareja y puso una mano en el hombro de su hermano.

—Enhorabuena, hermano, me alegra que hayas sentado la cabeza, y con semejante esposa. —La miró y sonrió, cogiéndole las manos—. Caroline, bienvenida a la familia… —Sus ojos la examinaron devoradores, hambrientos. La joven pudo leer el deseo en él y sintió un escalofrío. Jack Railey le daba mala espina.

—Gracias, Jack —dijo Jonathan apartándolo de su mujer. Luego se dirigió a su cuñada con una mueca divertida—. Charlotte, ¿tú no te alegras de mi matrimonio?

—¡Por supuesto! Estoy muy feliz por ti —le respondió sin convicción. Se giró hacia Caroline y se rio, con una sonrisa que no le llegó a los ojos—. Y, Caroline, querida, quiero que sepas que a partir de hoy tienes en mí a una hermana. Mañana mismo te ilustraré en tus nuevas obligaciones como señora de la casa, tienes mucho que aprender, pero tranquila, estaré a tu lado para mostrarte cómo hacerlo.

—Charlotte, creo que mi esposa es muy capaz de organizarse en esta casa sin tu guía.

—Por supuesto, cuñado. No pretendía insinuar lo contrario, sé que es una señorita de clase alta, solo hay que verla, yo solo… ¿A qué familia pertenecías?

—Soy, bueno, era una Johnson —contestó Caroline algo intimidada por la vileza que leía en los ojos de esa mujer.

—Ah. He oído hablar de tu familia, sí. —Sus rasgos se tensaron en una mueca de disgusto.

—¿Hay algo que te preocupe, Charlotte? Pareces contrariada… —inquirió Jonathan enfadado.

—Claro que no. Tu esposa procede de una de las familias más ilustres de todo Seattle, a pesar de sus… emmm… dificultades recientes. Pero, querida, nada de eso tiene que ver contigo, ¿verdad? No eres responsable de las debilidades de tu padre, por mucho que la buena sociedad se empeñe en lo contrario —soltó con una sonrisa comprensiva, en poca consonancia con la maldad que desprendían sus ojos.

—¿A qué te refieres? —gruñó Jack, que la agarró del brazo con fuerza, trasmitiéndole con su actitud que dejase de lado esa conducta. Charlotte se sintió aterrorizaba por la furia que leía en el rostro de su marido, pero no pudo guardar silencio. Tenía que humillarla, debía sufrir en sus propias carnes la vergüenza que ella experimentó cuando Jack la vio entrar, el deseo brilló en sus ojos, y Charlotte entendió que haría hasta lo imposible por llevarla a su cama. No importaba cuánto le costase, al final sería suya. Siempre era así, y por ello, debía pagar.

—Nada, cariño. Un pequeño escándalo que ya estará olvidado gracias a nuestro Jonathan; con su dinero y reputación, la buena sociedad olvidará que alguna vez los Johnson estuvieron arruinados y que la bella Caroline tuvo que mendigar un matrimonio ventajoso que la sacase de tal atolladero.

—¡Charlotte! Entrometida mujer —masculló con furia mientras la arrastraba del brazo hacia las escaleras. Al llegar al último escalón, dio media vuelta—. Por favor, hermano, Caroline, perdonad a mi mujer que aún está algo indispuesta por el parto, nuestra Emily la ha dejado demasiado exhausta, cualquiera diría que le fallan las entendederas… —su discurso fue interrumpido de repente.

—¡Padre, padre! Mira lo que hemos hecho Chris y yo.

Dos niños de unos nueve años entraron en el vestíbulo desde las cocinas, el primero alzaba su mano mostrando una especie de tirachinas. El segundo, al ver a toda la familia, quedó algo rezagado.

—Matthew, ¡suelta eso! —le ordenó Charlotte.

—Pero, madre…

—Podríais haber lastimado a alguien, ¿qué hacíais con ese objeto?

—Lanzábamos piedras a los pájaros, madre. Queríamos cazar como lo hace padre —respondió apenado, sabiéndose en un lío.

Jack soltó una carcajada y le revoloteó el cabello.

—Saluda a tu tío y sube a tu cuarto hasta la cena.

—Pero, padre… —Al ver su dura mirada, suspiró y, resignado, se acercó a su tío y a la bella mujer que estaba a su lado—. Hola, tío.

Jonathan le sonrió.

—Hola, Matt. ¿Sabes quién es esta mujer que me acompaña? —Cuando el niño negó con la cabeza, Jon prosiguió—. Se llama Caroline, es tu nueva tía y mi esposa. —La sorpresa se reflejó en las facciones del pequeño moreno, que enseguida se recuperó e hizo una reverencia.

—Encantado, bella dama.

—Serás bribón, venga, a tu dormitorio, jovencito —exigió su padre siguiéndolo. Charlotte desapareció también, sosteniendo a su bebé en actitud posesiva.

—Jonathan… —dijo una mujer rubia muy bonita desde el fondo, totalmente aterrada, y mirando de reojo al Railey que ahora bebía sin disimulo en las escaleras—. Me alegro mucho por ti. Deseo de todo corazón que seas feliz, te lo mereces. Chris, hijo, acércate. —El niño sonrió y corrió a refugiarse en el abrazo que le brindó Jonathan.

—¿Me has echado de menos, pequeño?

—Sí, tío. ¿Has visto el tirachinas? Lo hice como me enseñaste. —Lo miró dubitativo, temeroso de haber provocado su enfado—. Yo solo quería jugar con Matt a tirar piedras, quería demostrarle que las lanzo más lejos, pero él quiso probar con los pájaros, mató a uno, tío. Yo no.

—Niño mentiroso, deja de molestar a los señores —balbuceó Jimmy con una sonrisa y remarcando la palabra señores.

Jon ignoró a su hermano y se volvió hacia su sobrino favorito.

—Christopher, estoy convencido de lo que dices. ¿Y sabes qué? Necesito tu ayuda, es muy importante. —Se acercó a su oído y le susurró—: He pensado regalarle una yegua a Caroline, ¿te gustaría acompañarnos a escogerla?

Caroline sonrió con ternura al contemplar la admiración y el amor brillando en los ojos del chiquillo.

—¡Sí! —El pequeño salió disparado a contárselo a su madre y comenzó a dar saltitos.

Caroline, llevada por un impulso, se acercó a él y lo abrazó fuertemente. Aquel día se ganó el respeto de Felicity Railey y la devoción de su niño Christopher. Jimmy Railey se alejó con asco de la escena y se coló en el gran salón, situado a la derecha.

La pareja enamorada marchó hacia su habitación, y Christopher los observó encantado, pensó en su padre y se entristeció. ¿Por qué no lo quería como su tío?

Corrió hasta el salón y se acercó a él. No era un buen momento, madre siempre se lo recordaba, debía alejarse cuando lo viese beber, pero Christopher no pudo contenerse, quería contarle a su padre que ya sabía qué sería de mayor. Sería como su tío Jonathan y se casaría con una mujer tan bella y buena como Caroline. Entró en la estancia y, rebosante de alegría, le informó de sus planes de futuro.

Aguardó impaciente.

—Padre, ¿ha escuchado lo que le he contado? Voy a ser un hombre importante y encontraré a una dama tan bonita como la tía y…

Jimmy Railey se limitó a sonreírle con ojos vidriosos y, con voz pastosa por el alcohol, le gritó:

—¿Y quién te va a querer a ti, mocoso?, ¿no te das cuenta que no le importas a nadie? Vamos, ahora vas a llorar como una nenaza… ¿Sabes por qué nadie te necesita? Porque eres un maldito bastardo, por eso. Me repugnas, te odio desde que naciste; eres fruto del pecado… ¡No eres mi hijo! —estalló, arrojando el cristal al suelo y haciendo la botella añicos—. Vete de mi vista, andrajo, no sé ni cómo te soporto… ¡Lárgate!

Los ojos de Christopher se llenaron de lágrimas. Una tristeza aferraba su corazón como mano de hierro, atormentándolo en silencio. Ahora sabía por qué su padre lo rechazaba, era un «maldito bastardo» y no se merecía su amor.

* * *

—¿Estás bien, cariño?

—Sí, tranquilo.

—Lo siento mucho, Caroline, debí advertirte sobre mi familia, ellos son algo…

—¿Peculiares?

Jonathan rio.

—Esa es una manera muy elegante de describirlos, querida.

—Bueno, tranquilízate, es normal que se hayan sorprendido por mi presencia, no tenían conocimiento de nuestra unión y aún tienen que acostumbrarse a mi llegada. —Su esposo soltó una carcajada.

—¡Qué inocente eres, cariño! Su sorpresa no tiene nada que ver contigo, sino es más bien por mí, porque me he casado.

—No te entiendo, Jon. ¿Por qué han de asombrarse tanto? Eres un hombre joven y apuesto, es normal que sientes la cabeza, ¿o es que te oponías tanto al matrimonio como decía Jack? —El joven la miró con ternura y le acarició el rostro.

—Es cierto que no tenía en mente casarme, pero fue algo inevitable, después de todo, te arrojaste a mis brazos, o mejor dicho, a mi coche —bromeó mientras se acercaba al dormitorio que compartirían ambos.

—Oh, qué malo —dijo Caroline, golpeándolo en el brazo—. Sabes que esa noche no era yo misma, cuando Jeff intentó…

—¡No me lo recuerdes, Carol! Aún tiemblo cuando pienso en esa sabandija, ya te he contado cuanto tuve que contenerme para no darle su merecido cuando lo busqué y lo obligué a renunciar a ti.

—Está bien, olvídate de ese canalla; piensa que gracias a todo lo que sucedió pudimos conocernos. Mi amor, pasaría una y mil veces por todo aquello si el resultado fuese tenerte, así como ahora, en mis brazos, siendo tu mujer en cuerpo y alma de nuevo.

Jonathan la estrechó junto a su cuerpo y la besó apasionadamente. Juntos se acercaron al lecho y cayeron llevados por la pasión. Cuando él se apartó para desprenderse de sus ropas, Caroline le pregunto:

—Jon, al final no me contestaste, ¿por qué se asombraron de esa manera? —Él cesó en su empeño por desprenderse del traje y, suspirando con tedio, se sentó a su lado. No le agradaba mencionar el tema, pero Caroline tenía derecho a saberlo.

—Por mi dinero, mi amor.

—Pero…

—Mi padre reconoció a Jack y Jimmy como sus hijos, pero lo cierto es que el verdadero Railey soy yo. Sangre de su sangre. Mi madre era una joven viuda que tenía dos hijos de su antiguo matrimonio, se casó con Samuel Railey, y fruto de esos esponsales nací yo.

»Desde pequeños, mis hermanos llevaron con orgullo el apellido, y mi padre siempre los trató como sus propios hijos, crecieron sabiéndose Railey y así lo fueron para todos. De hecho, hasta el fallecimiento de mi padre, nuestra relación fue bastante buena. En su testamento, aunque no se desentendió de mis hermanos, pues les legó una cuantiosa pensión, yo era su único heredero. Ese día, algo se rompió entre nosotros, y los dos jóvenes de antaño desaparecieron, siendo sustituidos por dos seres amargados que se creyeron unos intrusos en la casa que los vio crecer.

»Jack se casó con Charlotte por su cuantiosa dote, y durante años desperdició su dinero, y Jimmy intentó seguir los pasos del mayor, pero algo pasó en su noche de bodas que lo convirtió en lo que es, un hombre resentido que se refugia en el alcohol. Cuando recibí la herencia, les aseguré que podrían permanecer en esta casa por el tiempo que quisiesen, quizá debí alejarlos, pero fui incapaz, Carol. Son mis hermanos, aunque ellos hayan dejado de verlo así…

—Mi amor, lo siento tanto... —Caroline lo abrazó fuertemente y le dio un beso en la mejilla.

—Durante años —continuó Jonathan—, albergaron la esperanza de ser mis herederos, suponían que al no tener descendientes les dejaría todo a ellos. Y lo cierto es que así era antes de conocerte. —La miró y sonrió con tristeza—. Sé lo que estás pensando y la respuesta es no, pese a todo, son mis hermanos, no serían capaces de atentar contra mi vida, lo que no quita que rezasen porque sucediese un trágico accidente —afirmó con una carcajada repleta de amargura—. ¿Ahora lo entiendes? Tu presencia ha dado al traste con sus anhelos, eres mi esposa y pronto tendremos hijos, por eso se disgustaron tanto. —Caroline recibió su última frase con angustia y forzando una sonrisa, lo volvió abrazar.

—Sí. Jon, sé que has sufrido mucho y cuan solo te has sentido porque también he pasado por ello. Por eso quiero hacerte una promesa. Aquí, en nuestra noche de bodas, te juro que siempre serás el dueño de mi corazón y estaré a tu lado, pase lo que pase.

—Lo sé, cariño, lo supe en cuanto te vi, eres mi otra mitad.

Jonathan la besó con todo el amor que reunía en su pecho, y ella se lo devolvió con el mismo ímpetu. Juntos, esa noche, se lanzaron a la marea de pasión que los envolvía, dichosos, enamorados. Sin ser conscientes de la conspiración que se urdía, ignorantes de la amenaza que muy pronto caería sobre ellos.

* * *

Gina arrugó el papel con ira. De nuevo, sintió como la rabia recorría todo su ser y gritó furibunda. La razón escapó de su mente y un único pensamiento tomó lugar: Caroline no sería feliz, no con su hombre.

Arrojó la carta al suelo de la habitación de Ruth sin remordimientos; la criada sospecharía enseguida quién era la causante de esa intromisión a su intimidad, mas no le importaba, tenía muy claro cuál sería el destino de esa doncella entrometida a la que su querida hermana mandaba misivas narrándole cómo era su perfecta vida. Ni siquiera en las cartas que le enviaba a ella cuidaba tanto los detalles, pues bien, haría algo al respecto.

Caroline estaba muy equivocada pensando que podría alejarse de ella, abandonándola a su suerte con un padre caprichoso y moribundo, unos andrajosos empleados y una casa que se derrumbaba a momentos. Y, mientras, ella gozaba de, ¿cómo escribió? Ah, sí, de serena felicidad. Se rio, ¿no confesaba su hermana en la última carta a la sirvienta que a veces, cuando Jon no estaba, se sentía sola? Pues ella le daría compañía, vaya si lo haría. Pero antes, debía ocuparse del viejo.

Con ese pensamiento se coló en su dormitorio.

Lo observó un buen rato con repulsa. Allí yacía con sus arrugados párpados caídos, guardando sus inmóviles ojos que se tensaban cuando los agónicos gemidos que advertían de su fragilidad escapan de la boca entreabierta. Su rostro fantasmagórico se dejaba ver por encima de la sábana que cubría su demacrado cuerpo, solo visible los brazos marchitos que caían al descuido sobre su cuerpo.

Lo aborrecía, y le agradaba palpar la debilidad que poco a poco lo consumía. A veces se acomodaba a su lado, observando cómo se marchitaba ante ella, presenciando la inminente marcha que nunca llegaba. Para el resto, era una amorosa hija que cuidaba a su padre enfermo. Sin embargo, sus intenciones estaban lejos de todo aquello, ella se sentaba expectante, ansiosa de presenciar su último aliento.

Tal era su odio que durante años imaginó ese momento y esperó por él, pero el tiempo se había acabado. Graham Johnson debía morir.

Se acercó al sillón, en el que se recostó tantas tardes como aquella, y cogió el cojín verde que descansaba sobre este. Lo apretó fuertemente con los dedos y se acercó sigilosa a la cama, giró la cabeza hacia la puerta cerrada y comprobó que seguía estando a solas con él. Volvió a mirar a la figura inerte y bajó la almohada hacia su rostro. Los ojos del moribundo se abrieron en ese preciso momento, y Gina gimió apretando la tela verde contra él, privándolo de aliento, asfixiándolo. La sorpresa quedó reflejada en los rasgos de Graham Johnson aún después de su muerte.

Gina sonrió, por fin lo había conseguido, su padre estaba muerto. Con alegría, dio un salto, y luego se serenó. Se pellizco el ojo con la uña del dedo meñique y forzó la salida de las lágrimas, emitió un grito desgarrador y se preparó para la llegada de los sirvientes. Comenzaba el espectáculo.

* * *

Caroline se preparaba para salir cuando la puerta se abrió de golpe. Anita, la doncella que la atendía en la mansión Railey, irrumpió en la estancia.

—¡Señora! Deprisa, tiene que seguirme.

—¿Qué pasa, Anita?, ¿ha sucedido algo malo? ¿Está bien mi esposo? —le preguntó aterrorizada ante tal posibilidad.

—Yo… Por favor, sígame. Su hermana la espera abajo, ella… ¡Ay, señora, lo siento tanto…!

Caroline corrió hacia la salida sorteando a la criada y se acercó a las escaleras. Comenzó a descender los escalones cuando la figura de negro se giró dando paso a un rostro que conocía bien, el mismo que veía cada mañana al despertar. Ante ella estaba su gemela, Gina, vestida de luto y rodeada de viejas maletas.

—¡Caroline! Dios mío, hermana. —Al verla, Gina salió a su encuentro, su cojera se hizo patente en su prisa por llegar hasta ella, su cuerpo encorvado se deformó al intentar abrazarla, y Caroline sintió la fuerza de sus brazos rodeándola—. Es padre, Caroline, ¡ha muerto! —le contó estallando en sollozos.

Caroline se quedó paralizada, su padre se había equivocado en muchas ocasiones, pero su muerte le pesaba en el alma.

—¿Cómo…? —No se atrevía a pronunciarlo, las lágrimas inundaban su rostro y la visión se le nubló. Su hermana se quitó las sucias y gruesas lentes y la miró de frente sin bizquear. Ahora, sin las gafas y sin su habitual curvatura, nadie negaría que ambas jóvenes eran dos gotas de agua. La joven volvió a hacerse la pregunta de toda su vida, ¿por qué Gina se empeñaba en ser otra persona?

Esa actitud le sirvió durante años para despistar a cualquiera que las comparase, jamás imaginarían que la mujer anodina y deforme era en realidad idéntica a su hermana, si acaso se molestasen en examinar los pequeños detalles… Pero lo cierto es que nadie reparaba en ella, era invisible para el mundo, incluso hasta ella misma se olvidaba de cómo era Gina muchas veces. La vieja culpa volvió avasallarla, nunca debió guardar silencio…

—Simplemente se fue, hermana. Llegué a su cuarto cuando ya había dejado de respirar. Oh, Caroline, ¿qué va a ser de mí?

—¿Y los demás? Ruth, la señora Doe, el señor Wilson… —Gina apretó los dientes, la muy tonta se preocupaba siempre por los malditos criados, en vez de socorrerla a ella, ¡a su hermana! Por supuesto le mentiría, en absoluto le contaría que había echado a la odiosa de Ruth a la calle sin preocuparse de su destino, tampoco le contaría que el mayordomo se alejó de la casa sin hacer preguntas gracias a un cuantioso pago de su parte. Solo le diría la verdad respecto a Gladis Doe, su querida ama de llaves, la única que la quería.

—Están todos bien. Ruth marchó de la casa con muy buenas recomendaciones de mi parte, me hizo saber que tenía otra oferta de trabajo y yo la apoyé, la mansión Johnson no es lugar para esa jovencita, necesita prosperar, y a mi lado…

—Gina, te empeñas en desmejorarte cuando tú y yo sabemos que…

—¡No importa! He aprendido a ser así, dejemos ese tema y escúchame, te agradará saber que nuestro mayordomo ha viajado a Londres. Sí, ¿verdad que es emocionante?, al parecer, el señor Wilson tenía familia allí y ha decidido visitarlos.

—¿Y la señora Doe?

—La fortuna le ha sonreído, ha marchado a Olympia donde tenía unos familiares con los que se deseaba reunir. Por supuesto, la he ayudado económicamente, prometió mandar carta en cuanto se instale. El resto de empleados, como bien sabes, desde que padre empeoró, fueron marchando, ni el cochero ha decidido quedarse. La mansión estaba vacía, Caro —la llamó con el diminutivo que utilizaba de niña—. Sé que este no es mi lugar, pero fui incapaz de permanecer allí un minuto más. El silencio que impregna nuestra casa me estaba matando, lo siento, hermana. Estoy avergonzada, no debí venir, yo solo… —Se tapó el rostro y fingió que lloraba, hasta que sintió el abrazo de Caroline.

—De eso nada, Gina. Este es tu hogar desde ahora, sé bienvenida a tu nueva casa, hermana.

Gina se abrazó a ella y tembló. Caroline la estrechó más fuerte creyendo que sollozaba por saberse huérfana y desamparada; no se percató de su alegría, de sus ojos triunfadores o la dicha que se reflejaba en su semblante. Gina se estremecía, pero lo hacía de risa, de triunfo. Por fin, su venganza cobraría vida.