22
Ariadna entró vacilante en la cocina. Buscó a Amelia durante un rato, pero al no hallarla, decidió enfilar las escaleras que conducían a las plantas superiores y encarar el encuentro postergado durante días.
A pesar de que seguía sin fuerzas para encontrarse con su madre biológica, la incertidumbre la estaba matando. Cada noche, al acostarse, las dudas la asaltaban y volvía a sentir una infinita tristeza que la dejaba llorando durante horas.
Respiró hondo antes de alzar el brazo para llamar a la puerta. Desde el interior se escuchó un enérgico: «¿Quién es?». Ariadna susurró su nombre y esperó pacientemente a que le diesen la bienvenida.
Una voz con tono suave y cansado se impulsó a la otra, y escuchó un leve murmullo, como si se estuviese produciendo una discusión. Finalmente, la puerta se abrió, y Amelia le dio paso, saliendo cuando ella entró.
—Ariadna...
La débil llamada provino de la mujer que yacía en la cama, pálida y sudorosa. La joven la observó con lástima, apreciando la sequedad de esos labios, blancos por la saliva pegada en ellos; el rostro, que en otro tiempo fue muy hermoso, ahora era el fiel reflejo de su enfermedad. Grandes y oscuras manchas negras se alojaban bajo sus ojos, que brillaban con intensidad a causa de su probable fiebre. El cabello lacio, tan parecido al azabache de Ann, se pegaba a sus sienes fruto de la falta de higiene.
Un torbellino recorrió su interior rebelándose ante la penosa imagen que ofrecía la mujer. Caroline Railey había sido relegada a esa cama, con el escaso cuidado de una criada que posiblemente le tuviese poco afecto, dada su apariencia. Nadie se preocupaba por ella.
La cogió de las frías manos y la miró a los ojos, leyendo en ellos un amor de madre. En ese mismo instante, supo que, pese a todo, Caroline sí la quiso, quizá a su modo, pero le procesó cariño al fin y al cabo.
Necesitaba saber qué había pasado con esas dos hermanas. Algo le decía que si desentrañaba ese secreto, conocería la verdad de todo. Puede que debiera comenzar por ahí, descubrir cómo fue la vida de las Johnson en la casa Railey.
Pero primero se ocuparía de ella.
—Ari… mi niña… No te vayas… No me abandones… Por favor, tú… tú eres lo único bueno que he hecho en esta vida… —susurró entrecortadamente, con los ojos cerrándose.
—Shh, no hable, descanse. Le prometo que no me marcharé de su lado.
—Me estoy muriendo, pequeña. Sé que he cometido muchos errores, que no he obrado bien en esta vida y ciertamente me merezco lo que me está pasando, Dios me ha castigado por tanta maldad, pero durante estos últimos años he rezado por tenerte de vuelta, perdí toda esperanza hasta que Charlotte vino aquí para decirme que estabas abajo y exigías vernos a todos. Yo… —se interrumpió por un ataque de tos—. No lo creí, tuve que leer dos veces el artículo del periódico que me entregó para aceptarlo. Te reconocí en cuanto posé mis ojos en la portada del diario, tienes los mismos ojos de tu padre y compartes mis rasgos. Somos muy parecidas, hija. —Tragó saliva con dificultad, le costaba continuar, mas se esforzó, por si ese fuese su último día en la tierra—. Cuando te vi en el salón… ¡Qué alegría, Ariadna! Toda mi vida, desde que mi hermana te arrebató de mis brazos, soñé con ese momento.
—¿Por qué lo hizo? —le preguntó sin poder contenerse—. Mi madre era buena, nunca había hecho algo semejante sin una buena razón.
—¡¡Tu madre soy yo!! —gritó, tosiendo gravemente por el esfuerzo. Ariadna acudió en su ayuda ofreciéndole un vaso de agua.
—Perdone, aún está débil, no debí preguntarle. Es mejor que esperemos a que se recupere para hablar tranquilamente del pasado.
—No voy a recuperarme, me queda poco tiempo. Siento como cada día las fuerzas se van alejando más de mí. —Le devolvió el vaso y carraspeó, tomando fuerzas para seguir—. Ariadna, mi hermana me odiaba, nunca aceptó que me quedase con Jonathan. No soportaba que tuviese una familia, la hija que ella siempre deseó. Te robó tras salir del psiquiátrico.
—¿Mi madre estuvo ingresada en una institución mental? —La joven la miró incrédula, con lágrimas brillando en sus ojos color miel. «¿Cuánto más desconocería?», pensó aterrorizada.
—Sí, estuvo recluida un año en el Hospital Estatal de Western. Supe más tarde, por el director del centro, que huyó con su hermano, un tal Peter Smith. —Ariadna gritó desesperada, ¡su padre! Ese hombre era su padre. Comenzó a llorar—. Estuvo un año conviviendo en pecado hasta que una noche se coló en esta casa y te robó, alejándote de nosotros para siempre. Nunca pudimos recuperarnos de la pérdida, cariño —sollozó—. Había perdido las esperanzas… justo cuando apareciste.
—No puedo creerlo…
—Pues es cierto, hija. Esa es mi historia, nuestra. Me gustaría preguntarte cómo fue tu vida, pero temo que la respuesta sea demasiado triste para mi delicado corazón.
—Mis padres —explicó— porque es así como los consideraba hasta llegar aquí, se desvelaron por mí. Jamás me faltó de nada y me quisieron como si realmente fuese hija suya.
—Ojalá pudiese decirte que me alegro, pero no es así. Ese cariño te lo debería haber dado yo, me robaron mis derechos como madre. —El odió bailó en sus pupilas, deformando su rostro en una máscara de furia. Ariadna sintió un escalofrío, algo en su actitud no encajaba—. Supongo que ya es tarde para nosotras, cariño, pero no para enmendar mis errores. He sabido por Amelia que Christopher ha estado a tu lado desde que llegaste. Estoy en deuda con ese muchacho y me arrepiento por todo el daño que causé. —Metió la mano en su almohada y extrajo un papel doblado—. Sé que esta disculpa no reparará lo que le hice, pero me gustaría que se la entregases. Estoy muy arrepentida, hija, en aquel entonces era otra mujer, consumida por la pérdida, el odio y la rabia. Hice cosas espantosas y me obsesioné por hacerme con toda la fortuna, tontamente creí que igual así podrías volver. No sé, era una estupidez. Supongo que quise pagar a los mejores abogados y detectives, todo era poco para encontrarte… —giró el rostro, contenido de lágrimas.
—Se la entregaré.
—Gracias, hija. ¡Qué buena eres! —Le palmeó la mano y se esforzó por sonreírle—. ¿Vendrás a verme pronto?
—Pienso encargarme de usted. Adecentaré esta habitación, supervisaré su medicación y la obligaré a tomar el aire. No creo que sea bueno este encierro.
Caroline resplandeció con sus palabras.
—Eres un ángel. —Torció el gesto—. Me recuerdas tanto a… —calló, con el pánico reflejado en sus rasgos.
—¿A quién?
—A tu padre, quién si no.
Posó la cabeza en la almohada y cerró los ojos. Ariadna salió de la habitación sin hacer ruido y se dirigió a la planta baja para localizar a Amelia y poner en marcha los nuevos planes. Una idea le rondó la mente durante todo el trayecto, alentándola. Caroline Railey mentía, estaba segura, pero ¿en qué?
* * *
—¿Se puede saber qué hace así? —estalló Thomas Richmon al ver a Darel Jabson vistiéndose—. Si continúa, se abrirá la herida y ya sabe cómo se pondrá el señor Railey. Le advierto que no pienso pasarme otra semana más recluido en esta habitación haciéndole de enfermera porque usted se empeñe en salir.
—Tengo que buscar a mi esposa. Me urge ver a Emily.
—Habrá tiempo, señor. Primero tiene que recuperarse por completo, ¿o es que piensa desangrarse a mitad de camino? No creo que a la señora Jabson le agrade verlo en tal estado, despeinado y sangrando.
—¡Condenación! —protestó el joven—. Debe saber que estoy vivo.
—El señor Railey fue a verla, a estas alturas ya estará enterada de todo. Así que no se preocupe y descanse.
—¿Y por qué no está aquí? Si lo supiese, habría venido.
—Esa muchacha se arriesgó por usted causando un gran escándalo, seguramente su familia la tiene recluida.
—Pues con más motivos, hombre. Debo ir a por ella, traerla junto a mí.
—Sí, no se lo discuto, pero no ahora. Si ha esperado todo este tiempo, podrá hacerlo un poco más, hasta que usted esté repuesto y pueda enfrentar el carácter de su suegra. Estoy seguro que la señora Charlotte no le pondrá las cosas fáciles.
—No me cabe la menor duda, amigo. —Se rio débilmente, regresando a la cama—. Esperaré un día más e iré. Temo que estén maltratando a mi esposa a causa de nuestro matrimonio.
—El señor y la señorita Railey no lo permitirían —aseguró el formal secretario.
—¿La señorita? ¿Te refieres a Emily?
—No. Es que usted no lo sabe porque ha estado convaleciente, resulta que la señorita Ariadna Smith es en realidad Ariadna Railey, la hija perdida del señor Jonathan. Hace una semana, los periódicos dieron la noticia, y la ciudad entera se revolucionó.
—¡Vaya! Es toda una sorpresa.
—Ve, estando ella en la casa, cuidará de su esposa, y también el señor Christopher.
—Sí, Richmon, puede que tengas razón.
—Descanse. —Lo acomodó entre las sábanas y se sentó a su lado—. Ah, se me olvidaba, la madre del señor también se encuentra en esta casa.
—¿¡Felicity Railey!?
—La misma.
—Por Dios, al fin lo ha conseguido Christopher. —Soltó una carcajada, contento—. Me alegro, ¡vaya si me alegro! No te voy a pedir los detalles porque prefiero que sea él mismo quien me lo cuente.
—Bien, pues si ya no me necesita, me marcho al club, que tengo mucho papeleo atrasado…
—¡Claro que te necesito, Richmon! No puedes irte, me aburro como una ostra.
—Pero…
—Vamos, compadécete de un pobre hombre moribundo. —Le guiñó un ojo.
Thomas Richmon meneó la cabeza mientras tomaba asiento frente a él.
—Cada día se parece usted más a su amigo… —lo dijo con tal pesar que Darel rompió a reír.
* * *
Subía a sus habitaciones cuando la pequeña usurpadora, como la llamaba desde que apareció, la increpó.
—¿Podría hablar con usted un momento? No le robaré más de unos minutos.
—Ariadna, niña, que somos familia, deja a un lado tanto formalismo y llámame tía Charlotte. —La joven asintió con la cabeza—. Por supuesto que puedo atenderte. Ven, tendremos más intimidad en mi saloncito privado. Dime una cosa, querida, ¿ya has visitado al abogado? —Ariadna contestó recelosa.
—Pensaba hacerlo esta misma tarde, pero Caroline se ha encargado de todo.
—¿Ah, sí? Qué diligente mi querida cuñada…
—Sí, esta mañana, al acudir a su cuarto, la sorprendí con él. Me invitaron a pasar y ya estaba todo redactado, firmé varios papeles e hice válido el testamento de mi padre. Al parecer, organizó el encuentro hace días, aprovechando que ahora estoy residiendo aquí.
—Umm… ¿Y qué planes tienes? Como sabrás, el patrimonio de esta familia es inmenso, y no me interpretes mal, pero quizá sea demasiado para unas manos tan jóvenes e inexpertas. Mi niña, no quiero que te veas sobrepasada —le dijo con fingido cariño.
—Gracias por su preocupación —ironizó—. Aunque de momento dejaré que su marido siga administrando los negocios, como dije en una ocasión, la fortuna no me interesa, solo encontrar respuestas. Y de eso mismo quería hablarle.
—No entiendo, ¿qué deseas descubrir? Pregúntame lo que sea, querida niña, y si puedo ayudarte, con gusto lo haré.
—Me gustaría saber dónde estaba usted el día que asesinaron a mi padre. ¿Escuchó algo?
Charlotte apretó los dientes y sus ojos se plagaron de frialdad.
—¿Por qué quieres indagar sobre ese suceso tan triste? —Se cogió el rostro entre las manos, gimiendo. A Ariadna no la engaño ni por un segundo—. Todavía me duele recordar la muerte de mi querido cuñado.
—Quiero entender el pasado. Saber cómo murió mi padre, conocer su vida… He pasado todos estos años creyendo en una mentira, por eso necesito averiguar la verdad.
—Pues lo lamento, cariño, pero no puedo ayudarte.
—¿No puede o no quiere? —masculló la joven irritada.
—Por Dios, niña, cómo se te ocurre. Si pudiese, con gusto te respondería, pero lo cierto es que aquel día sufrí una de mis jaquecas y… bueno… —Las mejillas se tiñeron de color—. Me avergüenza reconocerlo, pero tomé un remedio para el dolor. —Ante el desconcierto de la joven, se aclaró—: Estaba drogada, Ariadna. Tomé láudano.
—Oh —exclamó—. Entonces, ¿no se enteró de nada? Tenía entendido que usted estuvo presente cuando se descubrieron los cuerpos.
—Sí, así es. Mi doncella me despertó para contarme lo que había pasado, tuvo que verter agua sobre mi rostro de lo aturdida que estaba. En cuanto me enteré de lo sucedido, corrí escaleras abajo y me reuní con el resto de familia. Caroline se desmayó y la asistí. La pobrecita soportó demasiado por aquel entonces, primero la hermana, luego tu desaparición y finalmente la pérdida de su marido.
—¿A qué se refiere con lo de su hermana?
—Ay, no debería mencionarlo, pero esas dos no se podían ni ver. No me extrañó que fuese Gina Johnson tu secuestradora, lo cierto es que siempre creí que acabaría vengándose de su hermana por encerrarla en un manicomio.
—¿Fue Caroline?
—Sí, ella convenció a Jonathan de que había perdido el juicio, incluso la acusó de envenenarla estando embarazada de ti. Tu pobre padre tuvo que alejarla para protegeros. Siempre tuve curiosidad por conocer dónde te habría llevado, ¡Montana! Ni siquiera a la señora Doe se le ocurrió.
—¿Quién?
—Gladis Doe, la antigua ama de llaves de las Johnson. Se presentó en esta casa tras leer en los periódicos sobre tu secuestro. Esa mujer defendía a Gina como si fuese su verdadera madre y le gritó a Caroline que la culpa era suya por desdeñar a su «querida niña», así la llamaba, toda la vida. Tu madre se encerró con ella durante una hora y cuando salieron, lucía una gran sonrisa. Se despidió y partió. Siempre me he preguntado por qué tenía esa mirada de adoración cuando se fue de esta casa. Quizá ella pueda ayudarte, ¿por qué no la buscas?
—Sí, lo haré. Mañana mismo intentaré localizarla. —Se levantó y dirigió sus pasos hacia la salida—. Si recuerda algo más, hágamelo saber.
—Por supuesto, querida niña —respondió con una sonrisa que no le llegó a los ojos.