18

Miró el último panecillo y suspiró sabiendo que a pesar de que no debía comérselo, lo haría de todas formas. La señora Jenkins la mimaba demasiado, y si seguía así, volvería a casa con muchos kilos de más.

Llenó su vaso de agua y bebió sin perder de vista el delicioso alimento. Finalmente, se rindió y justo cuando lo acercaba a la boca, la puerta del salón se abrió con estrépito, interrumpiendo su desayuno.

—¡Cómo se te ocurre! ¡En qué estabas pensando! ¿Tienes siquiera una ligera idea de lo que has hecho? No, seguro que no, porque tienes menos sesera que un mosquito. —Ariadna se giró lentamente, frunciendo el ceño al rubio furioso que respiraba con dificultad apretando las manos en puños.

—¿Se puede saber de qué hablas? —preguntó inocentemente, pese a ser consciente del porqué de su enfado.

—No te hagas la tonta que lo sabes muy bien —le dijo, tirando en la mesa el periódico de la tarde anterior.

Ariadna admiró la portada en la que destacaba bajo la cabecera del Seattle Press-Times su imagen, precedida por la frase que revolucionó a la redacción la mañana anterior cuando les contó la primicia que ya corría por todo Seattle. Sonrió al recordar la cara de estupefacción del redactor jefe y la sorpresa del propio director, que acudió a conocerla, incrédulo ante el bombazo que les regalaba.

—Me ausento un día, solo uno, creyendo que estarás bien sin mí, y a mi regreso descubro que la hija perdida de Jonathan Railey ha sido hallada. Algo que precisa muy bien el diario más popular de la ciudad para el que has posado sin ningún pudor. Si querías cavar tu propia tumba, debiste decírmelo, se me hubiese ocurrido otra forma, como, por ejemplo, con mis propias manos —estalló iracundo, golpeando la mesa con rabia—. ¿Crees que te abrirán los brazos y te acogerán? ¿Que encontrarás en ellos una familia amada? No, Ariadna, no. Te odiarán por regresar y amenazar su posición, ¿o es que se te olvida que eres la heredera de la fortuna Railey? Desde que esa noticia vio la luz, tu vida corre peligro.

—Lo sé. Jack Railey lo dejó bien claro.

—¿Qué quieres decir? —pronunció el joven receloso—. ¿Lo has visto?

—Sí, hace dos días vino a verme. Me escupió a la cara que sabía la verdad sobre mí e intentó intimidarme para que me fuese, incluso se atrevió a besarme —confesó con repulsa.

—¿¡Qué!? Lo mataré —afirmó airado.

—No harás tal cosa, Christopher. He decidido que ese hombre no va a condicionar mi vida, por eso me adelanté un paso a él. Sé que corro peligro, pero no había más alternativas, y en el fondo tú también lo sabes. Solo acercándome a los miembros de esa casa descubriré qué pasó en realidad y por qué acabé en Montana con una mujer que supuestamente no es mi verdadera madre.

—No pienso hacerme a un lado; me niego a entregarte a esas víboras.

—Puedes ayudarme si así lo deseas, pero lo haremos a mi modo.

—No. Será como yo diga o no te acercarás a la mansión —repuso con vehemencia—. Si estás dispuesta a volver y asumir tu lugar, lo haré contigo.

—Está bien.

—Y seguirás alojándote aquí, podrás investigar durante el día, pero la noche la pasarás en esta pensión. No me fio de ninguno de ellos y me quedaré más tranquilo si sé que duermes aquí. De hecho, puede que me traslade a esta pensión también.

—Ajá.

—¿Por qué tengo la sensación de que vas a hacer lo que te plazca? Ariadna, esto es serio. Esas personas no tendrán compasión, ni siquiera mi propia madre alzará un dedo por ti. Y Caroline casi nunca se deja ver, pasa sus días encerrada en su habitación. ¿No te das cuenta?, estarás a merced de todos, sin protección, y créeme que la necesitarás porque ahora mismo estarán planeando la mejor manera de deshacerse de ti.

—¿Qué más te da lo que me pase, Railey?

—Me importa… —La miró en silencio, acercándose a sus labios—. Porque sería un fastidio viajar hasta Montana y enfrentarme a esa tía tan gruñona que tienes, que me pondrá el culo colorado por no haberte cuidado como tocaba. —Ariadna soltó una carcajada al observar esos ojos esmeralda chispeantes. Y cediendo a un impulso, lo besó fugazmente. Rápidamente se apartó, con las mejillas enrojecidas, y dio media vuelta para marcharse. Pero él la sujetó del brazo y de un empellón, capturó su boca en una caricia abrasadora.

Se apretó más a ella, estrechándole la cintura y deslizando su boca a la altura de su cuello, besándolo. Ariadna exhaló y arqueó la cabeza ligeramente hacia atrás. Christopher fue subiendo lentamente hasta su oído, mordiéndoselo. Sus manos recorrieron la espalda de la joven hasta detenerse en su nuca, apretándola. Ariadna se sobresaltó y al verlo, gimió paralizada, su mirada relampagueaba.

—Si se te ocurre volver a hacer una tontería semejante, yo mismo te retorceré este cuello tan bonito. ¿Entiendes? Jamás una mujer me había enfurecido tanto como tú. Me vuelves loco, paso de la irritación a la pasión, quiero hacerte el amor y ahogarte al mismo tiempo por ponerte en peligro. ¿Qué haré contigo, niña?

—Ningún hombre es mi dueño, Railey —aclaró, empujándolo y dirigiéndose a la puerta—. No esperes que me disculpe por publicar la noticia porque no lo haré, te guste o no, tomo mis propias decisiones y no necesito tu permiso.

Con esas últimas palabras, Ariadna abandonó el salón y se dirigió a su cuarto, esa misma tarde visitaría a su nueva familia y necesitaba prepararse.

* * *

Christopher esperó pacientemente hasta que la vio aparecer, arrancó el coche y se apresuró a darle alcance.

—¿Qué haces aquí? —lo interrogó Ariadna fastidiada.

—¿No es obvio? He venido a recogerte. —La examinó de arriba abajo y silbó admirativamente. La joven lucía un elegante traje chaqueta blanco con ribetes negros, guantes blancos y zapatos del mismo tono. Su largo cabello estaba recogido en un distinguido moño, cubierto por un sombrerito negro—. Estás muy guapa, niña.

—Ahora no tengo tiempo para tus coqueteos, ¿por qué no vas a molestar a una de tus mujeres?

—¿Y perderme la diversión? No, gracias. Quiero ver con mis propios ojos la cara que pone Jimmy cuando te vea.

—¿Tu padre?

—Ese hombre no es nada mío —la cortó enfadado—. Será un buen espectáculo, apuesto a que Charlotte se desmayará y Jack intentará atravesarte con la mirada. Matthew se quedará impasible, como siempre. Bueno, qué, ¿vamos? ¿O nos quedamos aquí charlando?

—¿Alguna vez me libraré de ti? —farfulló apesadumbrada.

El joven soltó una carcajada y le abrió la puerta del vehículo. Ariadna tomó asiento y emprendieron el camino.

Al llegar, vieron a una multitud congregada al principio de la travesía que conducía hasta la casa. Varios policías los retenían e instaban a marcharse. Cuando se percataron de su presencia, se volvieron locos, fotografiando, alzando la voz con sus grabadoras y pegándose a los cristales. Ariadna miró horrorizada a Christopher, que aceleró, dejándolos atrás.

—Quiero enseñarte algo, acompáñame —le dijo tras aparcar.

Bajaron del automóvil y cogiéndola de la mano, la condujo hasta la parte de atrás de la casa. Se acercó a una gran ventana y se coló dentro. Luego, la ayudó a entrar.

—Este era el estudio de mi tío Jonathan, el que se quemó aquel día. Poco queda de lo que había entonces, incluso mandaron cerrar el pasadizo que daba a la planta superior, la familia lo descubrió tras el fuego. El tío Jonathan nunca se lo contó a nadie, o eso creo, porque todos se sorprendieron al encontrarlo. Los objetos que ves aquí son de Jack. Salvo uno, Caroline lo hizo trasladar aquí cuando regresó de su viaje, después de tu desaparición y la muerte de su marido. Decía que le apenaba demasiado…

Se acercó al sofá que estaba cerca de la puerta y lo apartó, extrayendo de atrás una tela negra que cubría algo. La retiró y se giró hacia ella.

Ariadna contempló una gran fotografía enmarcada. Se fijó en la mujer, cuyo rostro conocía muy bien, y la acarició con ternura. Después, examinó al hombre y por último, a la pequeña. Soltó un grito y se apartó.

—¡Soy yo! —chilló—. Dios mío… Christopher… soy… —Saltó sobre sus brazos, ignorando el cuadro que él dejó caer al suelo, y rompió a llorar desconsolada. Ahí tenía la prueba que tanto buscaba, la niña que sujetaba la mano de Caroline y Jonathan Railey era ella.

—Lo siento, cariño. Necesitabas estar segura antes de enfrentarte a todos —se disculpó, acariciándole la espalda que temblaba por los sollozos—. Ahora lo sabes, Ari, eres la niña perdida de los Railey.

La joven se apartó y lo miró suplicante.

—¿Por qué lo haría? Ella era buena, Chris. Me quería… mi madre me quería, lo sé.

—No tengo las respuestas, pero te juro que las encontraremos. Estoy seguro que tu madre hizo lo que hizo por una buena razón. Y coincido con Anita, gracias a ella pudiste experimentar una vida plena, lejos de la amargura de esta casa.

Ariadna volvió a llorar entre sus brazos.

—Por favor, no llores así, no soporto tu dolor. Ojalá pudiese mitigarlo….

Se apartó de ella y le acarició el rostro.

—Vaya, qué conmovedora escena —se burló Jack al abrir de golpe la puerta de su despacho—. Ya veo, muchacha, que has decidido ignorar mis consejos. He de reconocer que eres valiente, una jugada maestra la del periódico. No se habla de otra cosa en toda la ciudad y la prensa ha estado acosándome. Me negué a decirles dónde vivías y ahora se han apostado en mi propiedad, como ya habréis visto. Bien, ya has demostrado que tienes agallas, ahora dime un precio y lárgate.

—¿O si no qué?

—No te gustará saberlo, pequeña. He luchado mucho por mantener nuestro apellido limpio de cualquier escándalo y no permitiré que una niñata caprichosa lo estropee.

—Si te atreves a hacerle daño… —Christopher dio un paso hacia él con el rostro repleto de furia.

—Guarda tus puños, bastardo. Y a propósito, ¿qué haces aquí? Además de allanamiento de morada, te recuerdo que esta ya no es tu casa.

—Pero la mía sí, ¿o se le olvida quién soy? —repuso altiva Ariadna.

—Para mi desgracia, no. Por eso haremos un trato, te daré lo que pidas a cambio de que desaparezcas.

—Escúcheme, tío —pronuncio con sorna la última palabra—. Voy a salir por esa puerta y reunir a todos para presentarme formalmente. Y luego iré al abogado y reclamaré la herencia de mi padre, y usted guardará silencio o de lo contrario lo pondré de patitas en la calle. ¿Qué le parece ese trato? Ah, y Christopher recuperará su lugar.

—Él nunca… ¡Es un violador! Atacó a la prometida de mi hijo, tu propia madre los vio. Abusó de la joven porque se negó a su seducción. Recuerdo perfectamente aquella noche, los gritos de socorro de Caroline cuando irrumpió en el salón en busca de nuestra ayuda... —Les dio la espalda y se acercó a la ventana. Arrancó a hablar de nuevo a los pocos segundos y lo hizo con un tono más pausado, casi susurrante, pareciera que una parte de él regresaba al pasado, a aquel día que les estaba narrando—: Entre lágrimas, nos rogó que la siguiéramos hasta la habitación de Christopher, donde estaba ocurriendo algo. Corrimos hacia allí y escuchamos los sollozos incontrolados de una joven. Sin dudarlo, abrimos la puerta, que estaba cerrada, y atónitos asistimos al bochornoso espectáculo. Descubrimos a la pobre Adele gimiendo desconsolada a los pies de la cama mientras se cubría el cuerpo con la vestimenta desgarrada. —Y su vista cargada de odio los enfrentó, repasando a Christopher de arriba abajo—. Este desalmado yacía en la cama desnudo y roncando, ajeno al sufrimiento que su vileza había provocado. Nunca olvidaré el rostro magullado de esa muchacha, que aun tantos años después me sigue persiguiendo.

»Su reputación quedó manchada para siempre, y mi hijo no pudo desposarse con ella, pues ya no era una mujer pura, a pesar de que fuese este desgraciado el responsable. Mi mujer Charlotte jamás se recuperó de esa tragedia, y Matthew… —Su rostro se convulsionó en una máscara de dolor—. Sencillamente, enloqueció, no volvió a ser el mismo. Christopher destruyó a esta familia y nunca podrá regresar. Es más, debería agradecer que solamente lo repudiamos y no insistimos en llevarlo ante las autoridades. Muchas noches, durante la guerra, recé porque el periódico de la mañana trajese la noticia de su muerte, todo habría sido más fácil así… Si él desaparecía, también lo haría la mancha que su bajeza dejó en el ilustre apellido Railey.

—¡Mentira! Desgraciado embustero. Nunca toqué a esa joven, era ella la que me acosaba día y noche. Intenté advertírselo a Matthew, pero no me creyó, lo convenció de que era yo quien la perseguía. —Se giró hacia Ariadna, suplicante. Y atusándose el cabello, se dispuso a liberar la verdad que llevaba oculta tantos años en su corazón. El dolor seguía palpable, y las huellas de la traición de aquellos a los que amaba todavía atormentaban su alma.

—Aquella noche —comenzó—, me retiré pronto del salón porque me sentí indispuesto tras la cena, estaba como mareado, los párpados se me cerraban y a duras penas podía mantener los ojos abiertos. Subí trastabillando los escalones hasta mi cuarto, al que accedí torpemente. Me quité la ropa sin miramientos, con el único pensamiento de descansar cuanto antes. Estaba en la cama, cuando, de pronto, la puerta de mi dormitorio se abrió y Adele, la prometida de Matt, entró.

»Sorprendido por su intromisión y casi sin fuerzas a causa de ese sueño tan agotador, le ordené que se marchase, pero ella me ignoró. Me levanté y me dirigí hasta ella para sacarla yo mismo, y la tomé del brazo acercándola a la puerta. Tropezaba y mis movimientos eran muy lentos. Adele aprovechó mi debilidad para huir de mis brazos y arrancarse la ropa. Se pegó a mi cuerpo e intentó besarme, comencé a alejarla débilmente, casi incapaz de tenerme en pie. Mi único pensamiento era que necesitaba dormir…

»Recuerdo que alcé la mano para echarla y creo que la golpeé sin querer, no lo sé. Seguí luchando para mantenerme despierto, pero finalmente cedí, y no logro recordar qué pasó después.

»Cuando abrí los ojos, vi a toda la familia reunida en mi dormitorio. Mi madre lloraba desconsolaba y me reprochaba algo que no lograba entender dado el aturdimiento que aún sentía. Vagamente repasé con la mirada a los presentes y me quedé horrorizado cuando vi a la muchacha tiritando e insultándome. Su cara estaba amoratada, y su vestido, destrozado. Me señalaba con el dedo y me acusaba de algo en francés, que era su lengua materna.

»Matt estaba loco de dolor y sus ojos reflejaban un odio profundo dirigido a mí. Me levanté y sofoqué un gemido al comprobar que estaba totalmente desnudo. —Hizo una pausa, cerrando los ojos—. Cubriéndome con la sábana, me acerqué a mi primo, quien por aquel entonces era como un hermano para mí, y recibí un derechazo de su parte.

»Salió del cuarto totalmente furioso, seguido por Charlotte, que abrazaba a una Adele llorosa. Caroline, antes de partir tras ellas, se giró y me sonrió. Nunca entendí ese gesto porque no era de consuelo, sentí como si me estuviese advirtiendo… No sé, quizá son imaginaciones mías, pero siempre creí que estaba satisfecha por lo que pasó. Y desde entonces sospeché que tuvo algo que ver. A ella le interesaba que yo desapareciese porque todo pasaría a sus manos. —Sonrió a Jack—. Es curioso que finalmente seas tú el que administra el patrimonio Railey, sobre todo, después de que Caroline amenazase con echaros a todos. Siempre me he preguntado con qué la chantajeasteis y qué extraña enfermedad es esa que la ha obligado a guardar cama todos estos años, permitiéndote declararla no apta para asumir tal responsabilidad y haciéndote con todo. Supongo que nunca lo sabremos, ¿verdad, tío? —declaró mordaz—. En fin, volviendo a aquel día, no supe de qué se me acusaba hasta que mi madre me gritó a la cara que debía recoger mis cosas y marcharme cuanto antes. Había mancillado el apellido y por eso dejaba de ser un Railey en ese mismo instante. No tuvo duda alguna, simplemente me acusó de violarla. Para ella estaba muy claro. De hecho, me explicó que la culpa no era mía, sino suya por ceder al pecado y traer a un bastardo al mundo. —Se encogió de hombros, restándole importancia—. Y esa, querida, es mi historia. De nada sirvieron mis súplicas, mis lágrimas… Estaba condenado, solo Emily creyó en mí, nadie más, ni siquiera mi propia madre.

—Sí, mi hija siempre fue estúpida. Así le va —la criticó despectivamente—. Vamos, chico, déjate de tanta palabrería barata y admite de una vez que abusaste de la francesa. La verdad es que era una buena pieza, yo mismo tenía ganas de hincarle el diente, lástima que por aquel entonces era más escrupuloso.

—Es repugnante —barbotó Ariadna con la voz cargada de aversión.

—Sí, estoy de acuerdo. Este jovencito merecía mucho más, pero supongo que en el fondo tengo buen corazón.

—Hablaba de usted.

Jack se hizo el ofendido y le sonrió odiosamente.

—Ariadna, te juro que digo la verdad. —Christopher le cogió las manos, sus ojos estaban repletos de tristeza y su voz era un doloroso susurro anhelante—. ¿Me crees?

—Sí, con o sin prueba. Mi corazón me dice que eres inocente.

—Lástima que eso no sirva para el resto, así que a menos que quieras que llame a las autoridades para que te echen de aquí…

—Resulta que puedo probar que Christopher no cometió esa atrocidad.

—Ariadna, ¿cómo es posible? —preguntó el joven confuso mientras la observaba abrir su bolsito y extraer un sobre.

—La encontré en el invernadero, al principio no sabía bien qué era, pero tras escuchar tu conversación con Emily, me di cuenta que hablabais de esta carta. Aquí se demuestra que no fuiste tú.

—¿Por qué no me lo dijiste? He estado buscándola desde entonces, esa era mi cita ineludible —agregó con una sonrisa, que ella le devolvió, captando el significado de esas palabras. Una esperanza la recorrió. Christopher no estuvo con otra, quizá, después de todo, sí le interesase algo y… «Céntrate, Ariadna», se regañó mentalmente; esforzándose por volver a la conversación.

—Iba a hacerlo, pero entonces sonaron los disparos y lo olvidé. Mi intención era ver a Emily hoy y preguntarle, quería conocer qué te pasó para poder aportar la prueba que limpiaría tu nombre.

Le entregó la carta, y él la leyó rápidamente.

—¿Ibas a enseñarla a pesar de que inculpase a tu madre?

—Por supuesto. Y si lo que dice ahí es cierto, deberá explicar muchas cosas, enferma o no, Caroline tiene que responder por lo que hizo, y Charlotte también. Sí, tío, no ponga esa cara, su mujer ocultó esta carta durante años permitiendo que Christopher pagase por algo que no hizo. Seguro que este papel —lo alzó paseándolo por el rostro de Jack— aseguró vuestra permanencia aquí. Apostaría lo que fuese que Caroline fue chantajeada y por eso todos ustedes siguen aquí.

Christopher la miró con adoración y se giró hacia Jack. Le leyó la carta y, al terminar, observó la sorpresa reflejada en su rostro.

—Bien, pues si todo está aclarado, vaya a reunir al resto de la familia. A todos. Hoy somos dos los que regresamos a esta casa —anunció Ariadna, apretando la mano de Christopher.