CAPÍTULO 70

Canciones y despedidas

En toda Vestigia circulaban los rumores, las habladurías, historias sobre lo acontecido en los últimos días, historias sobre lo que podía venir a partir de ese momento. Desde los pasos fronterizos con Nuralia, donde se habían triplicado las guarniciones de vigilancia en los últimos meses temiéndose que el cisma interno invitase a los norteños a regresar a sus pretensiones invasivas sobre Vestigia, hasta los Puertos Azules donde miles de habitantes de Mesolia habían contemplado con estupor cómo las tropas plúbeas, comandadas por el ahora célebre general vestigiano Trento, invadían el sur y se encaminaban a apoyar la liberación de Venteria, no se hablaba de otra cosa que no fuese la batalla final que había dado al traste con el reinado de Rosellón Corvian, al que a partir de ese momento se le apodaría como «el Breve» aunque en los años venideros ese apodo se cambiase por el de «el Maligno».

Claro que las fábulas más inquietantes nacían en las tabernas de la propia Venteria. La capital, cuna del combate entre Lasartes y Remo, azotada meses atrás por la maldición silach, por las apariciones de mejidores y las prácticas diabólicas de Bramán Ólcir, engendraba los rumores más inquietantes. Aquellas historias en definitiva eran las más suculentas para todo el que visitaba la capital. Eran el alimento y la inspiración de los vestigianos y un atractivo para los extranjeros.

Cuando un venteriano llegaba a cualquier otra población fuese dentro o fuera de Vestigia, se le medía hasta en el andar. Cualquier cosa que tuviera que decir al ser preguntado por aquella batalla final era escuchada con reverencia. Claro que ya se sabe que las historias habladas tienden a la exageración.

—No pude verlo con mis propios ojos, pero dicen que Remo, hijo de Reco, creció hasta veinte metros cuando recibió la poderosa energía del rayo y del trueno que vino de los cielos, enviada por los dioses… y aquel demonio Lasartes no pudo con él.

Cada cual encajaba como podía aquellas noticias. La peregrinación de religiosos a Venteria era tan abundante, que los templos a los dioses se reconstruían a mucho mejor ritmo que las alguacilerías o los postes notariales. Era algo sagrado lo que flotaba en el ambiente y también el sabor de pisar una tierra maldita. La zona donde Lasartes y Remo mantuvieran su último combate, en los barrios bajos de la ciudad después de caer del monte Primio por el precipicio, estaba intacta. La habían rodeado con coronas de flores los propios vecinos de la zona. En ella se elevaría una gran pira funeraria donde se incineraron los cadáveres imposibles de enterrar en sacos de seda.

La prosperidad en las ciudades portuarias como Mesolia y Nurín, después de su liberación, llegó pronto, con la venida incipiente de barcos cuajados de buscavidas aventureros, comerciantes y toda suerte de emisarios y embajadores que acudían para cotejar los rumores que se cocían en los mares. Vestigia estaba en reconstrucción y se convertía en una tierra de oportunidades. Entonces, desde las primeras tabernas a los puestos notariales, los envíos postales y los servicios urgentes de mensajería elegían el precio que cobrar por sus portes cuando estos embajadores deseaban enviar cartas o palomas mensajeras a sus lugares de origen. El oro comenzaba a entrar en Vestigia y ayudaba a su reconstrucción.

En la propia Venteria, ahora bajo el mando provisional de la liga de nobles presidida por Lord Véleron, debía decidirse precisamente en una reunión privada, que no secreta, cómo y quién gobernaría Vestigia. Era ya la tercera jornada en la que los nobles y altos mandos militares se juntaban sin poder decidir nada, más bien dedicándose a repasar los hitos de aquella última contienda que a tratar realmente el tema. Parecían reacios a tomar cualquier decisión en el sentido que fuese. El ambiente en la ciudad estaba enrarecido. Sin rey, sin gobierno, las gentes reaccionaron de muy diversa manera. Hubo muchos problemas con los esclavos libertos. No se sabía qué iba a dictaminar el nuevo gobierno sobre su liberación. Muchos dueños no los querían ya a su servicio y pedían que fuesen ajusticiados como traidores. El buen juicio de los ciudadanos y la importancia de la tarea de los alguaciles y los militares comandados por Górcebal y Trento evitaron reyertas y venganzas. Los nobles y altos cargos se reunían y el pueblo esperaba. En realidad todos aguardaban, nobles y hombres de a pie, a un hombre que no apareció en esas asambleas hasta el tercer día de aquellas negociaciones: Remo, hijo de Reco.

Llegó con la noche. Entró en palacio acompañado de Sala y guiado por los hombres del general Trento, que había estado presente en las tres reuniones previas.

Se hizo un silencio muy reverencial cuando Remo se arrimó a la mesa donde todos compartían vino. Se levantaron todos, incluido Lord Véleron, a quien su hijo Patrio corrió a asistir. El visitante más ilustre después del héroe de la guerra de Vestigia era sin duda Aslec Decorio, que había venido desde la ciudad de Gosield a defender los intereses de su linaje y proponerse como futuro rey.

—Remo, necesitamos tu consejo, necesitamos un rey —dijo Lord Véleron.

Trento lo miró directamente a los ojos. Como viera que Remo no hablaba, le insistió.

—Remo, deseamos verte como rey —rogó Trento en tono solemne—. Nadie pondrá una sola palabra en contra.

Era cierto, nadie osaría contradecirlo. Ni siquiera Aslec Decorio, que guardaba silencio. No después de lo que había conseguido, no después de su leyenda ni la reverencia con la que las gentes de todo el mundo civilizado proclamaban ya su nombre, pues recibían noticias e invitaciones desde las cuatro esquinas del mundo y pronto cientos de mensajeros atracarían en Vestigia buscándolo para agasajarlo.

—Vestigia no puede ser un reino sin cabeza o pronto seremos castigados —dijo Patrio Véleron.

—Es necesario que el pueblo tenga a alguien a quien proclamar y prometerse, es necesario que Vestigia recupere una cabeza visible para tratar con nuestros aliados.

Todos estos razonamientos eran expuestos aquí y allá en la mesa, por turnos, respetando en silencio cuando hablaba el otro, como si todos se preocupasen de que Remo atendiera cada una de las razones.

—Vestigia… —comenzó a hablar Remo.

Permaneció de pie. Sala había ido a sentarse en un rincón de aquel salón donde tantas personas distinguidas los atendían.

—Vestigia necesita muchas cosas y yo no sabría por dónde empezar para atenderlas. En estos días de reconstrucción yo he tenido que dar sepultura a Lorkun Detroy, un héroe para el que solicito reconocimiento. Esta guerra en gran parte la ganó él, aunque eso no entre en vuestras cabezas.

—Será como ordenes —se apresuró a decir Patrio Véleron.

Silencio.

—Lo que sí sé es lo que no necesita Vestigia. Vestigia no necesita un hombre que se siente en ese trono vacío y proponga qué impuestos necesita cobrar para enriquecerse él y sus familiares y adeptos, un hombre que teja alianzas para casar a sus hijas con ventaja y prolongar los dominios de sus descendientes. Vestigia no necesita un hombre que se siente en ese sillón para trabar amistades importantes y cerrar las ventanas cuando vengan los pobres a pedir pan. Vestigia no necesita un político ni un militar ni un estratega. Vestigia no necesita esclavos, no necesita privilegios nobiliarios, no necesita gentes ilusas que descuiden la frontera creyendo en la buena disposición de nuestros vecinos.

Todos lo escucharon y Remo mismo se dio cuenta de que sus palabras y su pose parecían las de un elegido, las de un hombre llamado a encarnar esas responsabilidades.

—Si deseáis un rey, debéis ser muy conscientes de qué no le vais a consentir a ese rey. Necesitáis saber muy bien lo que ese rey no puede hacer y lo que ese rey no puede llegar a ambicionar. Si eso lo ponéis por escrito y siempre está en alto encima del trono, encima de ese rey, encima de su poder, tendréis la única forma de encontrar un rey para Vestigia.

Se habló sobre ese documento. Se propusieron ideas importantes, y nobles y militares estaban dispuestos a dejar en ese momento de ser precisamente aquello que podía influirles. Actuaron como vestigianos. Ese día se fundó en Vestigia la tradición que habría de durar siglos. La Carta Real, con un marco dorado, que siempre estaría por encima de la corona del rey, en su Salón del Trono, para que sirviera de guía y encauzase sus actuaciones.

Remo se marchó aquella noche con cierta ilusión de que las cosas podían hacerse bien si se mantenía el espíritu que reinaba en aquellas reuniones. Antes de irse, Rolento Véleron deseó tener un aparte con él.

—Remo, rey de Vestigia.

Sonrió a las palabras de Rolento.

—Sabes tan bien como yo que no estoy preparado para ser rey, Rolento. Como tampoco lo está tu hijo.

Remo lo miró a los ojos como para asegurarse de que Rolento entendía el mensaje directo que le estaba transmitiendo.

—¿Quién lo está? ¿Acaso hay alguien mejor y más venerado que tú para ese puesto?

—Rolento, yo acabaría siendo un tirano. Estoy seguro de ello.

El noble asintió con una sonrisa y estrechó a Remo en un abrazo.

—Lo que esta nación te debe no podrá nadie jamás pagártelo. Rige al menos el mando de los ejércitos. Remo, veo en tus ojos una despedida y eso me asola el corazón.

—Eres sabio, el mejor noble de cuantos haya conocido. No deseo política ni deseo poder. Sé muy bien lo que quiero y no pienso decirte dónde iré para conseguirlo.

Los dos hombres sonrieron a la vez.

—Si deseáis un buen rey, necesitáis a un hombre preparado y moral, alguien que haya conocido el miedo de la batalla y que haya tenido responsabilidad sobre la vida de sus hombres, ese podría ser vuestro rey.

Callado y dubitativo, el capitán Gaelio miraba la conversación entre Rolento y Remo esperando su turno para saludar a quien fuese su capitán. Cuando vio que Remo lo señalaba con el dedo, se ruborizó. Rolento asintió complacido.

Varios días después de aquello acaeció un banquete que Tena Múfler dio secretamente en su pensión en el que reunió quizás a las personalidades más trascendentes en la resolución del conflicto de Vestigia.

—Tena, te ha quedado bonita la reforma —afirmó Trento—. Huelo el olor de los barnices todavía frescos.

—Menos mal que la niña volvió para echarme una mano.

Aquel humilde negocio recibió al general más respetado de toda Vestigia tras su regreso de Plúbea, Trento, a la arquera legendaria que para Tena era además la persona más importante de toda su vida, Sala, a los mercenarios que transportaron a la reina Itera salvándole la vida, Granblu Éder y Azira, nada más y nada menos que al futuro rey de Vestigia, Gaelio de Lavinia, al capitán más condecorado que pronto sería nombrado general, Dárrel, a los gemelos legendarios compañeros de la Horda del Diablo, Uro y Pese Glanner y al hombre más trascendente que vivió en aquellos tiempos, Remo, hijo de Reco. A todas esas personas distinguidas tuvo la suerte de atender Tena Múfler en su salón comedor después de cerrar la pensión para que no fuesen molestados.

—Por Lorkun, el que sin duda era el mejor de todos nosotros, el gran ausente.

El silencio fue tan completo entre los que allí estaban compartiendo el fuego de la chimenea, que les llegaron los sonidos lejanos de festejos populares. Pero en las pupilas de todos cuantos reverenciaban al caído Lorkun Detroy convivió el mismo destello de respeto y admiración. El brindis lo había propuesto Remo, enmudeciendo a todos los demás.

—Brindemos también por Nila, que dio su vida por él —añadió Sala.

—Por todos los caídos en combate, como el gran Akash —dijo Dárrel.

Nadie dejó una sola gota en su jarra después de chocarla y a todos la fuerza de la cerveza y la emoción les perló los ojos de lágrimas.

—Lorkun era devoto de las canciones; creo que sería un hermoso homenaje si cantamos algo en su honor —dijo Trento.

—Mejor que no cantes tú entonces —espetó Uro, socarrón.

Todos rieron con esa especie de sensación agria de meter risas donde no se debiera, pero con la cercanía de saber el respeto que todos tenían al motivo por el que jamás debieran reír.

Remo colocó en su rostro una mueca de sorpresa cuando fue Sala quien comenzó la famosa tonada de «héroe hermano».

Tú, que velaste por nosotros, ahora faltas.

Tú, que no pensaste en ti, que te dabas sin reservas.

Tú, nuestro héroe hermano.

Tú, que siempre sonreías cuando las sombras me apartabas,

héroe hermano.

Tú, que abriste en canal los infiernos,

y me abrigaste en fríos inviernos.

Tú, y siempre tú, nuestro héroe hermano.

Tú, que siempre diste todo tu empeño,

que exprimiste todos tus sueños.

Tú, que lloraste en mi boda y festejaste mis hijos,

héroe hermano.

Tú, que me prestaste el valor cuando todos morían.

Tú, que bailaste conmigo cuando todos reían,

héroe hermano.

Tú, que guardaste mis espaldas cuando todos caían.

Tú, sí, que siempre estabas y ahora faltas…

Mi héroe hermano.

Todos brindaron cuando Sala, un poco alterada su voz por la emoción en los últimos versos, terminó la tonada.

—Lorkun es realmente a quien esta ciudad y este reino le deben el destino que ahora deban ganarse.

Remo lo dijo mirando fijamente a Gaelio, que se había postulado públicamente a ser el rey de Vestigia ante el Consejo de nobles después de recibir expresamente el apoyo de Lord Véleron y Remo. Estaba más que cantada su inminente coronación.

—No habrá jamás memoria que pueda honrarlo suficientemente.

Después del almuerzo comenzaron las anécdotas. Durante la comida habían asediado a Remo a preguntas sobre su combate con Lasartes. Lo hacían gentes de toda condición a diario desde el día en que mató a ese demonio. Remo solo respondía las preguntas de los niños o la gente humilde. Sus amigos, algunos testigos de parte de aquel duelo, se quedaron también con ganas de saber más, pues Remo se instaló en el silencio. Él miraba con sus ojos verdes a Sala y después de las viandas ella, que sí que había estado muy participativa en toda la comida, tuvo un momento para hacer un aparte con él, mientras Gaelio satisfacía la curiosidad sobre cómo estaba siendo el proceso de elección del nuevo rey.

—Remo, lo echaremos de menos.

Él asintió. Lorkun Detroy habría sido un fabuloso rey, pensó fugazmente. Aunque sabía que jamás habría deseado aquella responsabilidad.

—¿Qué quieres hacer ahora?

Era una pregunta sincera y llana. Sala no había hablado del tema. Después de la euforia por la victoria y saber que Remo había vencido a Lasartes, lo demás había sido luto por su querido amigo Lorkun. Ahora le nacía la inquietud de saber qué tenía en la cabeza Remo.

—Ven.

Remo subió escaleras arriba. Sala lo siguió. Algunas miradas los persiguieron por el salón pero nadie osó siquiera preguntarles. Ella lo siguió hasta la azotea. El cielo algo cerrado dejaba ver alguna estrella. Hacía fresco y pronto ella echó de menos el calor de la chimenea. Solo iba vestida con blusa ajustada por un cinturón a los pantalones de montar. Como precisamente en la azotea era donde Tena colgaba la ropa se hizo de una manta que usó como chal.

—Sala, quiero irme de aquí.

—Remo…

—Escúchame, Sala. Después de lo que hemos vivido, después de todo lo acontecido, no puedo quedarme en Venteria.

La mujer asintió.

—Sé que contigo no me faltará jamás el consuelo y que junto a ti dentro de muchos años podré tener un atisbo de felicidad. No quiero alejarme de ti.

—No lo hagas…

—Pero sé que tú eres feliz aquí, Sala, en tu ciudad, junto a Tena.

—No, Remo. Esto es solo vida. Yo te recuerdo que también he luchado en esta batalla y que participé de todos los planes, que conozco los misterios más allá de lo que somos gracias a Lorkun y que, desde luego, no podría vivir sin la persona que amo: Remo, hijo de Reco. También he sufrido y ahora soy consciente más que antes del privilegio que supone estar aquí y ahora, Remo, eso lo sabemos mejor nosotros que nadie que esté pisando este mundo. Remo, por eso mi felicidad está contigo y donde quieras ir. Yo pertenezco a Remo.

—Remo te pertenece ya.

El hombre le acarició la cara con esa expresión dura en el rostro en el que como una cuchillada de pronto hubo una ligera sonrisa.

—Remo me pertenece a mí, suena bien…, porque nadie lo merece más que yo, porque nadie ha luchado por él como lo he hecho yo. Esa es mi ciudad. Es el único lugar donde me sentiré en casa, pero yo ya no soy solo yo, no me siento algo completo sin ti, Remo, y es aquí ahora en el tejado de mi casa mirando la ciudad dormida donde tengo todas mis pertenencias. Remo, contigo en cualquier parte de este mundo.

Remo sonrió. Se acercó a ella. Enlazaron sus manos mientras se besaban.

—Sala, conozco un lugar, es un archipiélago de climas cálidos, un ensortijado de islas maravilloso, con aguas mansas y pocas tormentas. Un sitio de belleza incomparable al que podríamos ir y vivir una vida aparte de este teatro, de esta función que ahora nos rodea.

A Sala le brillaron los ojos.

—Solo quiero hacer una cosa antes de que nos marchemos y necesito tu ayuda.

—Te ayudaré, Remo. Sea lo que sea.

—Espero que lo entiendas.