CAPÍTULO 3
Huida hacia el sur
Trento frenó su corcel en el risco que dominaba la hondonada. Le gustaba adelantarse y contemplar como un guardián el paso del grupo que protegían sus hombres. Desde el saliente rocoso donde vigilaba, podía divisar la muralla de la ciudad portuaria de Mesolia. Vio el mar picado, oscuro en la lejanía, detrás de la curva de los cerros más cercanos. Les quedaban por recorrer campos de matorrales y arbustos azotados por el mismo viento que torcía las crines de su caballo y que le traía el olor de la costa. La caravana discurría entre las colinas por un camino pedregoso. Los carruajes temblaban y las patas de los caballos, de cuando en cuando, patinaban al apoyarse en la aglomeración de guijarros helados; los animales protestaban relinchando en el bocado sujeto a las bridas.
Comenzó a llover. El agua le acariciaba el rostro y refrescaba su caballo con rachas un poco desordenadas por el viento, como salpicadas por la melena de una diosa invisible. Cuando el último de sus hombres en la retaguardia cruzó la estrechez, Trento guio con las riendas a su caballo y lo puso en marcha. Sintió de nuevo la pendiente del risco al descender. Escuchaba las herraduras rascar la roca mientras se colocaba en una posición más ventajosa sujeto a la silla, para ayudar a su montura a descender de aquellas peñas. Lo fascinaba la nobleza del animal, un corcel canela muy inteligente que le habían entregado al elevarlo al grado de general. Regresó al camino y trotando se acercó a los carruajes de más entidad. Los sobrepasó sin faltar a la costumbre de mirar la ventana de la diligencia más lujosa. Unos velos impedían que se divisara el habitáculo, pero Trento siempre creía ver la silueta de la reina cuando se asomaba. Apretaba las mandíbulas para sonreír, y las piernas a los costados de su caballo para adelantarse a buen paso y con porte distinguido. En cierto modo deseaba dignificar con su actitud aquella caravana indigna, fruto del fracaso y la derrota.
Trento se llevó un disgusto muy grande la noche en que recibió la visita del general. Nevaba en Venteria y mirar la ventana mientras apuraba una jarra con licor, junto a la chimenea, era todo su entretenimiento hasta que varios golpes en la puerta lo sacaron de su trance apacible. Era una noche oscura, gélida, poco propicia para asuntos que no fuesen urgentes. Habría sido más lógica su convocatoria mediante mensaje o visita del jefe de armas, o que lo citasen a primera hora en el despacho del general, en la casa de armas de los espaderos, donde era habitual reunirse. Que Górcebal se presentase en persona en su lugar de residencia era ya un mal augurio.
—¿Quién va?
—Abre, soy Górcebal.
Pasó el general y su escolta se detuvo en la puerta. Trento lo agasajó con lo que tenía en su despensa. El general no despreció el licor. Sus ojos parecían hechizados por el fuego desde el primer momento en que había mirado las llamas del hogar. Trento le cedió el butacón donde él solía acomodarse para reflexionar después de la jornada.
—Trento, todo se ha perdido.
El capitán guardó silencio.
—El rey Tendón ha muerto.
Las chispas que saltaban de un tronco a otro entre el fuego protestaron más que él. Se había quedado mudo.
—El rey ha muerto. Un incendio accidental, eso dicen. Brienches por poco se quema con él. Ha sido un golpe definitivo para nosotros. La reina, Itera, se marcha de Vestigia. Ha aceptado rendir las puertas de Venteria a cambio de un salvoconducto.
Ese fue el momento en que nació la congoja. En su cuello una presión lo angustió desde que Górcebal comenzase a describir la rendición de su amada Venteria, y no lo abandonaría hasta el presente, aunque pensó en ese momento que tal vez, poco a poco, aquel peso que oprimía su cuello y envenenaba su saliva cada día supusiera menos lastre, y se convirtiese en algo llevadero. Los días pasaron y la congoja inundaba su corazón sin aliviarse, sobre todo cuando recordaba aquella conversación.
—He pensado que serías el hombre idóneo para llevar a la comitiva al sur, a los Puertos Azules en Mesolia, y de allí…
—¿Y vos, mi general?
—No seas formal conmigo ahora, Trento, estoy destrozado. Se ha decretado la rendición. Las tropas se acogerán al mando militar que entre con el tirano en la ciudad. La reina me ha ofrecido ir con ella, pero yo prefiero irme a Lavinia. Lord Véleron ha rechazado la oferta de la reina.
—Entonces quizá no todo está perdido. Quedan la Liga del Norte y Mesolia… ¡Yo quiero pelear!
—Desengáñate. Las praderas y campiñas de Belgarén son sumisas a la ciudadela de Gosield y allí manda Aslec Decorio, que lidera la Liga del Norte. Después de lo que le sucedió a su primo Furberino, que no sobrevivió al asedio de Debindel porque según las malas lenguas, Remo lo mandó encerrar en una mazmorra que sucumbió al derrumbe, respeta la alianza de Perielter con Rosellón. Nurín, Agarión, Debindel, Gosield y en unos días caerá Venteria. Rosellón es rey. Nadie lo va a impedir y, cuanto antes digiramos esa idea, menos veneno tendremos en la sangre.
Trento tuvo un acceso de furia, apretó la jarra en su mano y la arrojó al fuego. Se hizo añicos dentro de la chimenea, aunque de ella no escapó ni una gota de licor, ni un cascajo de barro.
—La misión que se te encomienda es esta.
Górcebal le entregó un documento con sello real. No había tenido muchos como ese en las manos. Trento lo abrió con mucho cuidado.
—Con una guarnición de cien hombres protegerás con tu vida el traslado a los Puertos Azules de la reina y demás integrantes de la comitiva. Viajarás junto a ella a Plúbea y te asegurarás de que sea instalada en Banloria, capital del reino de Boleinas, de acuerdo a su posición. Tendrás poderes absolutos en lo que se refiere a esos hombres y solo obedecerás lo que la reina dicte fuera de Vestigia. Es tu obligación llevarla sana y salva a la capital, bajo la protección de la corte del rey Asvinto. Allí serás su hombre de confianza y su protector. A partir de ahora eres con este otro documento ordenado general de los ejércitos de Vestigia. Lamento que las circunstancias sean estas.
Trento pensó rápidamente en sus ataduras en Vestigia y en el cambio que podría significar esa misión en su vida. No contemplaba la opción de negarse a la misión que lo convertía en el último retazo de la integridad de lo que antes había sido el reino de Vestigia. Pensó en qué forma pudiera sacarle ventaja a su nueva posición.
—Tengo familiares en Nurín. Quizá gracias a este pacto pueda sacarlos de allí.
—Escribe sus nombres aquí.
Górcebal extrajo de un bolsillo interno de su capa una cartera de cuero cerrada por un broche. Lo liberó y rebuscó entre varios trozos de papiro. Le tendió uno en concreto. Trento vio una lista de nombres. Pensó con rapidez. Escribió el nombre de su hermano y el de su cuñada. Después escribió los hombres de Remo, Sala, Lorkun… estaba dispuesto a escribir más nombres cuando Górcebal le retiró el papiro.
—¿Estás loco? Remo es el hombre más buscado de Vestigia. Ni lo mientes, ni siquiera preguntes por él y por los otros. Rosellón no olvida lo que pasó en Debindel. Se cuentan historias tremendas de lo que allí sucedió. Como represalia por la derrota que Remo les infligió, un gigante, una criatura que no es de este mundo al servicio de Corvian destruyó la fortaleza.
Trento habría desconfiado de aquel rumor si no hubiese padecido la invasión de silachs en Venteria, si no hubiese compartido con Lorkun y Remo maravillas más allá de lo razonable. Guardó silencio.
—Dicen que ordenó levantar las piedras del derrumbe del castillo de Furberino para encontrar el cadáver de Remo y que, al no dar con su cuerpo, envió soldados a las cuatro esquinas del reino para capturarlo. No seas loco. Tu hermano y tu cuñada es un buen trato. Los demás son compinches buscados del innombrable Remo, hijo de Reco.
—Ni siquiera sé si están con vida.
Ahora cabalgando hacia el mar, con el horizonte nuboso y la incertidumbre de lo que quiera que le deparase en Banloria, Trento echaba de menos a Remo y los demás. Se preguntaba dónde los habría conducido la suerte. Sabía que estaban luchando precisamente por la causa que él se veía forzado a abandonar. Antes de marcharse a cumplir las órdenes de Górcebal, fue a preguntar en varias notarías, en las que no obtuvo noticias de sus amigos. Visitó al bibliotecario Birgenio y allí contactó también con Tena Múfler, que residía temporalmente en la biblioteca mientras las autoridades intentaban asegurar su barriada contra la maldición.
—Sé que partieron de Venteria con un objetivo —contestó Birgenio—. Persiguen leyendas tan antiguas que tal vez pudieran más considerarse locuras, pero Lorkun se marchó con Sala y su amiga Nila para inmiscuir a Remo en esos trabajos, por lo que muy probablemente, si dices que no encontraron a Remo en Debindel después de aquella batalla, deseo pensar que fue con ellos en la búsqueda que Lorkun deseaba llevar a cabo.
Trento pensó en los misterios en que su amigo Lorkun se había inmiscuido en el templo de Azalea, cuando él mismo lo acompañó para desvelar las pruebas y la cámara secreta. Desde ese momento Lorkun no había vuelto a ser el mismo.
No consiguió en definitiva ni una sola nueva sobre Remo y Lorkun. Les dejó recados en varios postes notariales y confió en tener noticias de ellos. Los invitó a hacer lo único sensato en aquellas circunstancias: huir de Vestigia. En sus notas les explicaba la naturaleza de su misión de forma poco concreta; simplemente les expuso que avatares de la guerra lo habían conducido a Banloria, que fuesen a visitarlo si estaban en peligro. Si acudían a Banloria, Trento y sus hombres podrían protegerlos.