CAPÍTULO 65
El zarpazo del Lince
Esta vez Lorkun pensó en las runas pero realizó los movimientos adecuados con los brazos. Era el conjuro resplendo, que siempre le había costado bastante conjurar. Unas nubes oscuras comenzaron a rodearle las muñecas, le sobrevolaban los antebrazos en espirales. Esas nubes comenzaron a provocar descargas eléctricas como en una tormenta y finalmente de las manos de Lorkun salieron dos rayos culebreantes que impactaron en el pecho de Bramán. Salió volando hasta chocar con el muro opuesto al que estaban Lorkun.
Fue tanto el esfuerzo que hizo que se tambaleara y necesitó volver a sentarse contra la pared. Bramán permanecía inerte en el suelo de la celda. Lorkun sabía que era el momento de cumplir lo que el oráculo le había aconsejado hacer. Recordó entre jadeos exactamente lo que el oráculo le había dicho.
«¡Lorkun, deberás romper el manto de Senitra para lograr tus objetivos! Jamás podréis vencer a Lasartes con la protección que obtiene del manto de Senitra. El invocador del Cancerbero Abisal, para que lo comprendas, tira del manto de la diosa para trasladar a Lasartes. Mientras él tenga el manto, Lasartes es invulnerable. Cuando estés con el invocador debes arrebatarle su pedazo de manto. El manto de Senitra estará presente en su cuerpo mientras el vínculo idonae esté presente, pues el invocador participa del vínculo. Sea en las uñas, en los dientes, en los ojos, sea donde fuere, debes extirpar de su cuerpo precisamente lo que esté impregnado del manto. Eso provocará una ruptura de esa protección. Esta es la única forma de arrebatar a Lasartes los dones que la diosa le concediera, puesto que ese don no fue originado para acudir a arrasar ese mundo. ¡El regalo de los dioses estará en ti pero no te hará vencer! ¡Aniquila el manto negro, sabrás cómo has de proceder, aunque el sacrificio sea necesario y sea el camino que deberás seguir!».
Respiró hondo y después de unos instantes se irguió y pudo ponerse en pie. Estiró sus músculos. Se ajustó el parche del ojo. Caminó hasta donde estaba el brujo. Sabía lo que tenía que hacer, pero no sería fácil sin un cuchillo o algo cortante. Aquel grito de Bramán apelando al Cancerbero Abisal tal vez era desesperación, o ¿realmente tenía medios para llamar a Lasartes? Si era así, el gigante podría aparecer en cualquier momento y dificultar mucho su tarea.
Miró por la ventanilla de la celda. El pasillo estaba desierto. Solo un guardia rondaba las mazmorras. Descorrió el cerrojo y salió al pasillo. Preparó su mente para atacar al centinela, pero los guardias habían desaparecido. No sabía dónde estarían Remo y Sala pero le urgía más terminar su misión. En una estancia robó un cuchillo rudimentario para comer. Con eso podría sacarle los ojos al brujo.
Cuando regresó a la celda, Bramán no estaba en el suelo. En su lugar, la capa negra que vestía copiaba el recuerdo que tenía Lorkun de su silueta arrastrada en el suelo. Escuchó la puerta cerrarse tras de sí. Lorkun se giró y todo en su visión se volvió negro. Veía la puerta como detrás de un poderoso velo oscuro. Lorkun atacó pues tenía la convicción de que el brujo le estaría enviando su hechicería más letal y, mientras tuviese oportunidad, debía intentar agredirlo. Junto a la puerta lo vio entre esa negrura, apenas fue intuición. No había tiempo de usar sus conjuros rúnicos, de visualizarlos en la mente correctamente. Lorkun sopesó el cuchillo entre sus dedos, como antaño, cuando su intención en la vida era la sencilla y noble entrega de ser cuchillero de la Horda del Diablo. En aquellos tiempos era capaz de valorar cómo lanzar una daga solo con tenerla un instante en las manos. Pero hacía años de aquello. Esa oscuridad se metía dentro de él, la aspiraba por su nariz y por su boca, sin poder evitarlo, podía percibir que algo terrible venía después de esa invasión de su cuerpo, sentía pánico, caía aunque sabía perfectamente que no estaba en un precipicio, que sus rodillas tocaban ya el suelo. Sentía que se le volcaba el ser, que se pudría por dentro. Gritó aterrado. Y en ese preciso instante en que veía que iba a perder el control, «el Lince», el que en su día estuvo al servicio y aleccionamiento del capitán Arkane, lanzó el último cuchillo. Una luz poderosa arrasó la oscuridad y su cuerpo se proyectó brutalmente en el espacio. Su espalda chocó con rocas que volaban a su alrededor y todo se apagó.