CAPÍTULO 54

El túnel

La galería era estrecha pero se podía caminar en fila de a uno con comodidad. Era además alta como para que Lorkun pasara sin problemas. El silencio abajo era sobrecogedor después de haber huido de la tempestad que reinaba fuera. Para tranquilidad de Tomei el suelo, las paredes e incluso el techo de aquel túnel permanecían secos.

—Es buena señal —había comentado después de que Sala se lo refiriese.

Se adentraban en dirección a la ciudad y pronto les vino el agobio de saberse en un túnel en el que deberían permanecer bastante tiempo.

—Aquí se estrecha —avisó Remo, que giró sus hombros para ir de perfil.

—Bajo las llanuras hay formaciones rocosas y de cuando en cuando topábamos con piedras que hacían imposible que el túnel fuese recto y amplio.

Pronto comenzó a curvarse el camino que no mantenía un suelo nivelado, a veces ascendía un poco y otras acometía pequeñas depresiones.

—¿No os agobia este túnel?

—Lo prefiero a Sumetra.

—Uf, sí, desde luego yo también.

La respiración era costosa por la densidad del aire, cada vez más húmedo. Las antorchas iluminaban la galería de tonos pardos y oscuros. A veces había tramos en los que el suelo había sido aplanado de forma artificial y otras ocasiones en las que en las paredes había una estructura de madera que se unía al techo, andamiajes para que la galería no se derrumbase que a ojos de Sala eran preocupantes.

—Si esto se viene abajo…

—No lo ha hecho en años, deja de asustarte sola —le dijo Remo con sequedad.

Sala sonrió. Él no había variado su forma de ser. Después de aquella noche idílica pasaron otras cinco noches juntos. Ella se trasladó a su tienda de mando en el campamento militar y la relación cada día le otorgó momentos en los que ella dudaba de si él de veras la amaba, porque Remo en público era cortante, a veces podía humillarla con comentarios despectivos o la mandaba directamente al inframundo si ella se metía en algo en lo que él no deseaba que se inmiscuyera. Sí, ese era Remo; pero al caer el sol y regresar a la cama Remo era cortés, en ocasiones seductor, como jamás lo había sido durante todos los años que lo conociera. Sala ahora sentía la amenaza de perder todo eso en aquella misión. La visitaba una convicción macabra: morir o que lo matasen a él, parecía justo a cambio de la felicidad con la que convivía esos días.

La caminata en el túnel los llevó a todos a la primera bifurcación.

—Tomei, ¿qué es esto?

—Realizamos caminos ciegos, galerías para equivocar a quienes decidieran perseguir la huida del rey. Para eso están los planos.

Tomei, con parsimonia, estudió uno de aquellos planos enormes mientras se lo sostenían Remo y Lorkun.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Sala.

—Llevamos tiempo escuchándolo, tal vez sea la lluvia.

—Mucho me temo que no se trate de lluvia, aunque pueda estar relacionado con ella.

Después de decir aquello, vieron venir desde las profundidades de una de las galerías que tenían frente a la bifurcación de caminos una corriente de agua. Era un caudal pequeño, pero los alarmó bastante después de las reticencias que Tomei había mostrado.

—No hace falta mapa, si el agua viene de allí, esa es la ruta. Sala vio cómo la pequeña riada cubría la punta de sus botas. Era pestilente, aunque tal vez era el túnel el que tuviera ese olor adherido, y el agua simplemente lo sacaba a relucir.

—Qué peste.

A partir de ese punto Remo, Lorkun, Sala y Tomei caminaron sin pisar en seco. Pronto aquella pequeña superficie acuosa que discurría en el túnel se convirtió en un caudal de más importancia. Tomei siempre tomaba la decisión ante cualquier bifurcación de seguir la procedencia de aquella corriente subterránea. Cuando adentrándose hacia lo desconocido las aguas les llegaron ya hasta las rodillas, Sala expresó su preocupación.

—Tomei, ¿falta mucho? Cada vez crece más el agua.

Escuchaba el roce de su pantalón, ahora empapado por caminar contra la corriente, mientras ponía cuidado en no caerse en aquel torrente inmundo.

—Deberíamos llegar hasta el cruce de alcantarillas en poco tiempo, calculo que hemos pasado ya por debajo de la muralla de la ciudad. Desde ahí el ascenso al Primio y el paso a la fortaleza.

—Caminar con esta agua en contra es pesado.

—Debemos estar atentos, si crece el agua en demasía deberíamos retroceder e ir hacia otra galería.

Aquella idea no le gustaba mucho a Sala. ¿Les daría tiempo a tomar aquella decisión? ¿Y si las lluvias provocaban una tromba de agua y morían allí ahogados?

—Demos brío a las piernas —dijo Remo.

La galería estaba ahora angostándose y descendía un poco, lo que hizo que las aguas vinieran más mansas pero les cubrían hasta la cintura. Sala caminaba ya de puntillas mojándose el torso por debajo del pecho.

—¿Qué es esto? —preguntó Remo, que veía cómo el túnel ahora se acababa en una pared. Dos agujeros redondos en la roca excavada, por los que salía el agua que los inundaba, eran toda la continuación posible.

—Son alcantarillas. Cualquiera de las dos nos llevará al cruce de alcantarillas.

—Tendremos que arrastrarnos y con el agua que escupen no va a ser nada fácil.

Lorkun miró a Remo, que ya se introducía en uno de los agujeros. Su cuerpo era golpeado por las aguas. Podía permanecer de rodillas, tal era el diámetro del tubo.

—Avanzar será complicado. Tomei, ven conmigo. Sala, ayúdalo a subir a mi espalda.

Remo pretendía cargar con el hombre a cuestas. Desde luego no parecía posible hacerlo de otro modo, pero Sala pensó que ir sin carga era ya complicado, cuanto más hacerlo con alguien encima.

Entraron en el tubo y cada metro fue agónico. El agua allí se les oponía con fuerza, al menos la suficiente fuerza como para que cada paso, clavando las rodillas en aquellos adoquines fraguados con los que se había construido el aliviadero, les reportase la renovada sensación de que si venía más caudal de agua la corriente se los llevaría. Cuando estuvieron todos ya dentro del tubo sucedió un efecto más negativo. El agua sorteaba el cuerpo de Remo y Tomei, que se le abrazaba desesperado poniendo a prueba la poca entereza de sus brazos; después chocaba con Lorkun y a Sala le caía en la cara y empujaba las piernas a veces con fuerza de sifón, porque ellos ejercían de tapadera que presionaba el caudal.

—¡Dioses!

A Lorkun le falló el apoyo y fue a chocar con Sala, que perdió equilibrio y el anclaje de sus manos y rodillas. Patinaron por la tubería dotando en el agua y en un abrir y cerrar de ojos el tubo los lanzó de nuevo a la galería, al túnel desde el que había partido. Sala sintió la agonía de haber desconectado de Remo y Tomei.

—Remo, ¿me oyes?

—No creo que te oiga. Debemos intentarlo de nuevo.

—¡Sala, Lorkun! ¿Estáis bien?

—¡Sí, nos arrastró al principio!

—Vamos, no es una tubería muy larga; ya hemos llegado al cruce de alcantarillas.

Las palabras de Remo los animaron a reanudar su marcha. Con la ropa empapada regresaron a la tubería.

El cruce de alcantarillas era un lugar tenebroso. La luz se colaba a bastantes metros de altura sobre sus cabezas, por una rejillas que pertenecían a la plaza de los mercados principales. A plena luz del día debía dejar aquellas grutas bien iluminadas, ahora era simplemente la claridad débil del alumbrado de almenaras que poseían los mercados nocturnos. De aquellas alcantarillas de reja metálica descendían hilos de agua y cadenas de gotas como lianas salvajes hasta un poyete donde se estrellaban para ir a una alcantarilla alta de la que no veían principio ni fin. Al salir del tubo aparecían en una piscina a la que le faltaba un borde, y que derramaba su mayor parte del caudal hacia un río subterráneo. La piscina recibía aguas de múltiples agujeros similares en tamaño al que ellos habían usado para acceder allí. Había dos piscinas más como aquella a distintas alturas que volcaban su caudal por un talud a ese río subterráneo.

—¿Y ahora qué?

—¿Pueden vernos? —preguntó Remo señalando las rejillas que daban a la plaza de los mercados. Veían sombras que caminaban por encima de sus cabezas.

—¿Acaso tú alguna vez miraste hacia abajo, Remo, hijo de Reco?

A Sala le fascinaba pensar que estaban bajo su barrio, cerca de la pensión de Tena Múfler. Ese mercado ella solía frecuentarlo cuando ayudaba a la casera con las compras.

—Necesito luz para ver los planos, ahora viene la parte más compleja. Debemos saber por cuál de esas tres compuertas debemos seguir —dijo Tomei señalando en las alturas de la estancia tres rectángulos negros apenas visibles a los que se accedía por unos escalones fabricados por piezas horizontales de hierro clavadas a la pared. Lorkun, que era quien llevaba el guarda planos, volvía a extender el documento que Tomei elegía como el adecuado frente a él. El arquitecto señalaba con su brazo incompleto y desde la perspectiva de Sala podía imaginarse cómo una mano acariciaría el plano con sutileza. «En principio debiera ser por la que no trae agua, pero no estoy totalmente seguro». Después de estudiar el mapa recobrado el fuego gracias a la magia de Lorkun sobre una de las antorchas, Tomei dictaminó que se trataba de la compuerta central.

Ascendieron por las barras que servían de peldaños incómodos. De nuevo, Remo cargó con Tomei, después de que Sala y Lorkun ascendieran primero en aquella pared y quedasen apostados en una cornisa estrecha junto a las compuertas.

—Fíjate, la tubería por la que hemos venido ya está totalmente cubierta por las aguas.

—La lluvia sigue haciendo crecer el caudal. Mirad cómo está ya el río.

—Si hubiésemos tardado más, el cruce de alcantarillas habría estado inundado, tal vez habríamos muerto.

—No me imagino a Tendón descendiendo por estas escaleras ancladas a la pared.

De la plaza de los mercados se filtraba por aquellas rejillas una lluvia de color extraño por la claridad que desde allí descendía sobre ellos. Lorkun había apagado la antorcha una vez más. Remo, después de dejar a Tomei en la cornisa, rebasó a Sala y Lorkun y se asomó a la compuerta.

—Está cerrada.

—No, cuando viene agua bascula sobre sí misma, empújala desde arriba.

En efecto, como si fuese una ruleta, la compuerta anclada en su mitad sobresalió dejándoles espacio para colarse dentro. Aparecieron en un corredor seco, estrecho, en el que debían caminar agachados. Fue penoso avanzar por esta circunstancia. A veces, para descansar el cuello y los hombros se ponían en cuclillas o se sentaban. Agradecían que estuviera seco, eso sí.