CAPÍTULO 10
Regreso al valle de Lavinia
Lord Véleron organizaba aquellos banquetes cada diez días desde su regreso de la fatídica batalla de Lamonien. En los bajos de su castillo disponía de un salón amplio con una gran mesa formada por otras más pequeñas, en herradura. A medio día se limpiaba la chimenea central, se apilaba leña y sus cocineros más expertos en asados prendían fuego y colocaban los estribos para sujetar las trinchadoras. Se abrían los ventanucos para activar la corriente de aire y que el humo saliera y no apestase en demasía. Los corderos recién sacrificados se regaban con agua, especias, vino y miel, antes de sentarlos encima de las brasas. La carne asada a fuego lento perfumaba todo el castillo cuando llegaban con la luna sus invitados distinguidos, que eran tratados como una gran familia. Una noche de conversaciones y carne asada siempre era plácida y fructífera. Los nobles de todo el valle de Lavinia comentaban sus preocupaciones a Lord Rolento Véleron y su hijo Patrio daba a conocer las nuevas que les llegaban de las cuatro esquinas del reino diezmado por el conflicto.
Las noches más vivaces fueron sin duda en las que se discutió cómo Debindel había resistido el primer asedio. Tenían noticias de cómo Remo había derrotado por primera vez las tropas rebeldes decapitando a uno de los generales de Rosellón. Su leyenda crecía y los que habían tenido oportunidad de conocerlo después de su intervención en el rescate de Patrio, lo ensalzaban como líder.
Un tiempo después, en otro de aquellos encuentros se celebró la noticia de la muerte de Lord Perielter Decorio, destapada públicamente su colaboración y connivencia con las tramas del insurrecto Lord Corvian. La noticia los hizo brindar durante horas. Todos los acontecimientos se vivían con la sensación de que la guerra acaecía tierra adentro en aquella nación quebrada por la disputa y, sin embargo, Lavinia parecía a salvo de los terrores. A ninguno de los nobles se le escapaba que en lo desgraciado de la situación, en el desastre, la casa Véleron cada vez redoblaba su importancia y su posición frente a la Corona.
De este modo cada vez más aquellas cenas ganaban en importancia entre los comensales notables y más nobles de la región deseaban ser invitados. Ya acudían los señores de Numir, con frecuencia, y algunas decisiones o proclamas que Véleron y sus invitados adoptaban, en los días sucesivos llegaban incluso a comentarse en Odraela. Se hablaba ya de una gran alianza del este.
Aquella noche la cena se estaba retrasando. Los corderos ya resplandecían por el tostado meloso del aliño pasado por el fuego. Las brasas habían sido esparcidas y tan solo quedaban las justas para que la carne no se enfriase. El viento se colaba ruidosamente por los ventanucos.
—¡Cómo se da importancia ese militar! Nos hace esperar adrede —espetó el viejo Marcalio, padre del malogrado Mercal, sentado cerca de Lord Véleron. En los últimos días había tomado especial protagonismo en la región. Andaba repitiendo la misma cantinela en todos los foros públicos.
—Desde que penetraron en la región están provocando altercados. Han acampado en mis tierras no menos de dos mil hombres. Su líder no se dignó siquiera a pedir permiso para hacerlo. Dicen que son aliados y sin embargo no recibieron a los alguaciles.
Patrio levantó la mano después de recibir un recado de uno de los soldados que custodiaban la puerta del salón.
—¡No tendrás que esperar más, me avisan de que acaban de llegar al castillo!
Los cocineros armados con los cuchillos no esperaron ninguna señal. Comenzaron la mañosa labor de trinche. Las camareras les acercaron los platos dispuestos en una mesa adyacente, tapados con mantelería de seda. Se abrieron las puertas del salón a la vez que los toneles de vino y, sin presentaciones ni proclamas, tres hombres ataviados con abrigos abiertos dejaban ver armas en el umbral del salón. En la esquina se detuvieron frente a un armario armero y los percheros; allí fueron colocando sus abrigos, ruidosamente sus espadas y demás utensilios de guerra. Un murmullo creció entre los que más cerca los tenían. Entonces Gaelio fue reconocido por su padre.
—¡Por los dioses, Lord Véleron es mi hijo! —exclamó Marcalio.
Gaelio venía acompañado de dos hombres de semblante serio. Uno moreno y alto, muy corpulento, con algunas canas en la perilla y en los confines de su peinado sencillo; otro más joven y esbelto, con mirada fiera de ojos azules y pelo lacio, de un castaño claro, con media melena que casi le llegaba a los hombros. Se arrimaron a la mesa y quien organizaba los protocolos los guio junto a las bancas de Lord Véleron. Gaelio fue a besar a su padre, que parecía estar viendo un fantasma. El hombre se había quedado pálido del susto.
—Sé que me daba por muerto padre, pero aquí estoy, después de la gran batalla de Lamonien y de participar en la defensa de la ciudad de Debindel.
—¡Debes ir inmediatamente a ver a tu madre! ¿Cómo te presentas aquí con estos señores sin habernos saludado?
Gaelio se separó de la reprimenda de su padre y se fue a colocar entre el moreno y el de ojos azules. Su padre parecía dispuesto a reprenderlo pero Lord Véleron se levantó trabajosamente de su asiento para comenzar a hablar.
—Señores, les agradezco que hayan aceptado venir a nuestra cena, y les pido que, mientras probamos esta deliciosa carne, beban vino y se sientan descansados. Después de las viandas, charlaremos.
Dicho esto, Gaelio deliberadamente esquivó la mirada de su padre, se dedicó a comer y atendió los comentarios y preguntas que le iban haciendo sus compañeros en voz baja. Después de la cena fue nuevamente Rolento quien alzó la voz para invitar a los recién llegados a explicarse.
—Venís, según me informan, del oeste. ¿Puedo saber vuestras circunstancias y por qué habéis acampado en nuestras tierras?
La pregunta de Lord Véleron fue dirigida a los tres. Todos miraban al más corpulento y a toda vista más experto, que vestía un jubón más lujoso y tenía más edad, pensando que era líder de aquellos hombres. Pero fue Gaelio quien alzó la voz.
—Hemos venido a las tierras del valle de Lavinia porque es donde mejor y más seguros pensábamos que íbamos a estar, querido Rolento.
El padre de Gaelio estaba a punto de protestar escuchando a su hijo levantar la voz. Parecía incrédulo ante la pasividad de los otros, que lo dejaban como portavoz.
—Rendimos pleitesía al rey y a nuestro líder ausente… el capitán Remo, hijo de Reco.
El revuelo en todas las mesas fue costoso serenarlo. Ese nombre calaba muy hondo en la región. Los ojos de todos los invitados brillaron de admiración. Patrio no tardó en intervenir.
—¿Dónde está Remo? Tuvimos noticias de la caída de Debindel hace bien poco… ¿Quiénes son tus acompañantes, Gaelio?
Ahora habló el moreno alto.
—Mi nombre es Akash Serden, capitán de la guardia del castillo de Debindel… —tronó su voz grave en el salón.
—Yo soy Dárrel, maestre de grupo del destacamento de espaderos del capitán Remo.
—¿Sois vos el líder en ausencia de Remo? —preguntó Patrio a Akash.
—No. Es el capitán Gaelio, que fue nombrado por Remo expresamente para liderar sus propios hombres. Las tropas que me acompañan a mí, después de compartir la resistencia en la fortaleza bajo el mando de Remo, de la que seguro habréis oído hablar…, están a su servicio ahora y siempre hasta que yo muera.
Lord Marcalio Derión no cabía en su asombro. Escuchar a ese capitán imponente proclamar a su hijo pequeño líder indiscutible de aquellas huestes que acampaban en sus tierras, tan numerosas y bien pertrechadas que ni siquiera se había atrevido con anterioridad a intentar recolocarlas por si reaccionaban de forma hostil, era sencillamente inconcebible para él y lo hacía visible. Tenía la boca abierta.
—Bien, Gaelio… tú eres paisano, de nuestra región, ahora entendemos mejor que nunca el que estés aquí y hayas acampado en las tierras de tu padre.
—Por lo que veo es mi padre, de entre todos los presentes, el más sorprendido por la noticia. Más parece abochornado que orgulloso hoy que ha recuperado un hijo que estoy seguro daba por muerto. En efecto, elegí mi casa para los que considero hermanos míos.
Gaelio no tuvo contemplaciones a la hora de expresar lo que estaba a la vista de todo el mundo. Si algo había aprendido de Remo era precisamente que en ocasiones había que ser directo.
—Venimos de un infierno. Después de Lamonien decidimos acudir a Debindel. Hemos soportado dos asedios y hemos sobrevivido a toda suerte de peligros. Sobre nuestros brazos y piernas hay un castigo grande, necesitamos calor en las gentes del valle y calor en forma de abrigos y capas para todos nuestros soldados.
Parecía que iba a decir más cosas pero frenó su voz, pensativo. Fue Patrio quien rompió el silencio en el que las palabras melancólicas de Gaelio habían sumido a los comensales.
—¿Entendemos que, perteneciendo al valle de Lavinia, por tu linaje, os sumaréis a nuestras tropas para garantizar que nuestra tierra siga libre de la amenaza que se cierne sobre aquellos lugares que todavía no controla el usurpador?
—¿Qué opina la Alianza del valle de Lavinia sobre el conflicto, contáis con el apoyo de Odraela?
Estaba esquivando la pregunta. Su padre intervino.
—Pues claro que estaremos a vuestra disposición, Patrio; como siempre, mi casa ha respondido con sus responsabilidades en la Alianza del valle de Lavinia. Contad con esas tropas para lo que necesitéis.
Gaelio, muy tranquilo, contradijo a su padre radicalmente con estas palabras:
—Debo aclarar que mis tropas no pertenecen a mi linaje, ni me han sido entregadas para siempre. Mi responsabilidad es esperar la llegada de Remo. Su regreso acaecerá en el plazo de una luna. Si al cabo de ese tiempo Remo no aparece, yo decidiré cuál será la forma en que mejor puedan servir mis hombres. Mientras tanto, esas tropas pertenecen y son fieles a Remo, hijo de Reco, que anda enfrascado en trabajos de naturaleza secreta que le encomendó el mismísimo Tendón. —El silencio que vino después de estas palabras tuvo que romperlo el propio Gaelio—. Padre, en lo que respecta a que estén apostadas en sus tierras, si esto supone incomodidad, buscaremos otra ubicación. Aunque no tenemos dinero para abastecernos, disponemos de una carta de crédito real suficiente para una temporada. Jamás vuelva a proclamar o disponer nada sin mi consentimiento a propósito de los hombres que están a mi cargo, frente a estos señores.
El enfrentamiento con su padre era algo con lo que Gaelio contaba desde hacía tiempo. Llevaba días pensando cómo hacer y qué decir cuando lo tuviera delante. Él era el hijo inútil, el que siempre era un estorbo, al que había enviado a la guerra para quitarlo de en medio. Su regreso, al mando de más de dos mil hombres, era del todo inesperado.
Antes de marcharse se le acercaron caras conocidas a Gaelio. Prometió a Turenio que muy pronto recibiría la visita de Berros, al que él mismo había nombrado caballero.
Remo era una leyenda en la zona y pronto aquella cena engendró en la juventud el deseo de sumarse a las tropas de Gaelio, pues todos daban por sentado el regreso del capitán. Sin saber qué futuro pudiera depararles, Gaelio aceptaba las adhesiones y supervisaba los campos de entrenamiento. Desde luego, no para participar activamente en la instrucción, sino para que no faltase atención a los nuevos. Uno de los principales entretenimientos era negociar con los proveedores de alimentos y visitar el puesto médico para ver cómo iban las heridas de los que se habían llevado recuerdos tumescentes de las batallas que ya habían padecido. Los proveedores eran vecinos suyos, gente que lo conocía desde niño que, por ver la dicha en que había regresado de tan cruentas campañas, convertido en un capitán, aflojaban mucho a la hora de tarificar y así Gaelio conseguía buenos víveres a precio muy razonable. Su carta de crédito funcionó muy bien al principio, pero las cosas habrían de complicarse.
—¿Qué sucederá si Remo no regresa? —preguntó Sie.
La muchacha era libre. Así lo había querido Remo. Pero Sie estaba acostumbrada a servir y no podía estar quieta y sentir que era inútil. Después de varios días observando el talante afable de Gaelio, le pidió ayudarlo. Gaelio no se sentía cómodo aceptándola como esclava, ya que era Remo quien había sido su señor, así que formalizó un contrato. Sie trabajaba al mando de tres esclavas que lo proveían de todo cuanto necesitaban él y los demás oficiales. Cada cierto tiempo la joven preguntaba por su señor Remo. La forma en que lo hacía, la veneración que le mostraba al capitán ausente emocionaba a Gaelio. Ver en los ojos de la joven aquella expectativa, ese respeto místico, esa entrega total, le hinchaban el recuerdo inmenso que él mismo tenía del capitán, pues ella lo amaba no en su faceta militar, sino en su lado menos conocido, en la cortesía privada con su condición de esclava y sirviente.
—Remo no faltará a su promesa. Volverá antes de la tercera luna.
Pero Remo no regresó en el plazo de tres lunas.