CAPÍTULO 7
En aguas peligrosas
El mar estaba picado y navegar en aquellas condiciones enfureció mucho a Solandino. Sus gritos tronaban en cubierta en la posición del timonel, lugar desde el que vociferaba órdenes a sus marineros constantemente y, de cuando en cuando, profería miradas agresivas a Granblu. Parecía acusarlo de todo lo que pudiese acaecerles en aquella travesía precipitada. El barco bajo su mando crujía y con admirable determinación hendía una ruta en los mares, chocaba contra las olas que lo subían hacia los cielos para después hacerlo descender. Una misión de una entidad muy por encima de los objetivos para los que esa galera había sido construida, muy por encima de la capacidad de una tripulación como la que la gobernaba, los había llevado mar adentro como si pretendiesen partir en dos el mar Tesén. Para Trento era precisamente ese el engaño, lo ingenioso de la propuesta de Granblu, que un pirata jamás imaginaría a una reina oculta en un barco como aquel.
Granblu había tenido que aceptar la primera exigencia de Trento: ofrecer a la señora el camarote más grande y amplio: el suyo. Se había mudado al camarote de Éder y, por achucharse todos más, Azira se había ido con ellos. La mayoría de la guardia personal de la reina, elegida por Trento para acompañarlos en esa avanzadilla, se instaló en cubierta. Usaron velas y aperos para ubicarse al resguardo de las humedades de la navegación cuando dormían; antes se les ordenó guardar sus armaduras en las bodegas del barco para que no aparentasen precisamente ser lo que eran: escoltas de la reina. En cubierta permanecían la mayor parte del tiempo y, bien ayudaban a los marinos en tareas sencillas de navegación, o andaban asomados por la borda escrutando los mares, o soltaban vomitonas habituales en aquellos viajes de espuma y cielos negros. Algunos confesaron con pánico que era la primera vez que subían a un barco.
—¿Es que no dormís? —preguntó Granblu cuando se encontró a su hermana y a Éder despiertos en el camarote.
—Estábamos pensando en Sala… ¿qué habrá sucedido? ¿No te preguntas por el desenlace de su aventura?
—Desde que has sanado estás muy melancólico, Éder… te gustan las funciones teatrales de primavera —dijo el grandullón mientras se giraba para desabrochar su cinturón. Después abrió un arcón donde lo colocó junto a sus enseres. Se quitó la camisa arrojándola en un canasto para lavar y se puso una más cómoda.
Azira aprovechó que su hermano estaba de espaldas a ellos y besó con rapidez a Éder cuando pasó por su lado hasta sentarse en el rincón opuesto a donde estaba. Granblu era muy celoso de su hermana y habían decidido tener en secreto lo que había surgido entre los dos. Las heridas de Éder ya estaban curadas, en parte gracias a la dedicación de la mujer que, desde que se había quedado con él en Mesolia, no había dejado ni un solo día de procurarle atenciones. Sucedió casi sin premeditarlo por ninguna de las partes. Las miradas de preocupación de la mujer se inyectaron de ternura. Éder la besó en una de esas mañanas en las que ella le cambiaba las sábanas después de bañarlo. La enfermedad aportó esa intimidad extraña entre enfermo y quien vela sus descansos y brega por su mejoría. Granblu jamás habría aceptado que los tres compartiesen camarote si hubiera sospechado que Azira mantenía algo más que una amistad con su amigo. Era muy tradicional para esas cosas.
—¿Se lo decimos? —preguntó Éder antes de zarpar con la nueva misión.
—¿Estás loco? Nos tiraría por la borda a los dos. Créeme, lo que tenemos es mejor que siga oculto.
Granblu había prometido a Trento no desvelar la identidad de la «señora» hasta que llegasen a Plúbea, aunque el rumor de que la reina de Vestigia había recabado en Mesolia era prácticamente un clamor entre la tripulación y muchos otros vieron sospechoso, y tal vez relacionado con ese hecho, la partida apresurada de los Puertos Azules. Los soldados que habían subido abordo también habían despertado inquietudes, de cuya presencia Granblu había simplemente expresado a Solandino que se trataba de la escolta de un noble importante que viajaba con ellos. La reina no mantenía contacto con ellos. Los hombres de Trento la proveían de cuanto necesitaba.
—Estoy seguro de que viajamos con mucho oro —afirmó Éder.
—¿Por qué? —preguntó Granblu.
—Ninguno de esos animales que comanda Solandino se ha quejado una sola vez desde que partimos… esa gente huele la recompensa.
—Pues ese viejo lobo de mar me fulmina con la mirada siempre que tiene oportunidad, como si lo estuviese empujando a navegar hacia un arrecife de rocas afiladas.
El alba serenó las aguas y pronto los vigías treparon los palos para echar un ojo a los confines que abrazaban el horizonte. Tuvieron visibilidad suficiente para vociferar a gusto una de las frases más temidas por todo marinero:
—¡Piratas a estribor!
El bajel se acercaba devorando la distancia. Con más trapo y con una brisa ayudándolo, era cuestión de poco tiempo que los interceptase. Solandino avisó de inmediato a Granblu. Desde el castillo de popa, con los catalejos siguieron su rumbo hasta que lo tuvieron prácticamente encima. Se colocaría de costado y aunque no había extendido botalón alguno ni se veía en cubierta actividad parecida o cine indujese a pensar que podían ser abordados, Granblu sí que ordenó a sus hombres armarse con lanzas, arcos y flechas y preparar uno de sus recién adquiridos arponeros, por si hacía falta enseñar los dientes.
Una voz ruda y cortante les lanzó una pregunta en sidi, con marcado acento avidoniano.
—¿Hacia dónde os dirigís?
—Banloria —dijo Solandino con cierto tono inocente en su voz recia. Aunque el patrón del barco era Granblu, solía dejar negociar con truhanes al viejo lobo de mar que venía precisamente de la tierra donde la mayoría de los piratas nacían, Avidón.
—Fabuloso, si queréis podemos proveeros de comida. ¿Acaso sois de cierta comitiva que parece que navega con ese mismo destino desde los Puertos Azules de Mesolia?
Mientras preguntaban esto, Granblu pudo en la distancia distinguir otros tres barcos de similares características que viraban para seguir la misma ruta que los llevaría hacia ellos. Si había pelea, no podrían resistir tantos abordajes. Los piratas cazaban en grupo cuando el botín merecía la pena.
—Venimos de soltar allí una carga de estiércol y botines de cuero. Pero ahora tenemos las despensas llenas.
Trento estaba nervioso, pues no entendía aquel argot.
—¿Qué dicen? —preguntó en un susurro a Éder, que se mantenía a su lado junto a las escaleras para bajar al interior del casco.
—Solandino les explica que este barco transportaba enfermos y ataúdes llenos, cadáveres, es argot del mar en Avidón, «estiércol» y «botines de cuero»… pretende hacerlos desistir de la idea de abordarnos de una forma sutil. De todas formas este barco no debiera levantar sospecha alguna. Esos piratas no piensan que seamos portadores de alguna riqueza, simplemente se preguntan si merece la pena abordarnos y robar lo poco que tengamos para distraerse mientras esperan la gran captura.
Aquella aclaración no tranquilizaba mucho.
—Si os apetece tenemos buen ron, no llevamos prisa, os podemos invitar a un asado —dijo Solandino y parecía tan cortés que al pirata le costó trabajo negarse.
—Se agradece, pero hay que seguir pescando… lo que podamos pescar.
Trento cruzó la cubierta cuando lo avisaron de que la embarcación pirata ya se había marchado.
—Solandino, muchas gracias. Has sido muy hábil.
—Son años ya de tratar con esos tunantes.
Se hizo a un lado y se llevó a Ablufeo del brazo para hacerle un comentario.
—Granblu, la reina desea subir a cubierta, no se encuentra muy bien, ¿crees que sería prudente después de lo que ha sucedido?
—Espera que echemos el ojo con el catalejo, pero creo que si la visita es breve podría tomar el fresco esta misma tarde. Todavía tenemos un par de velas a la vista. Lo normal es que hayan seguido desde la distancia nuestro acercamiento a esos piratas. Si están buscando una comitiva de varios navíos de gran calado, nos dejarán en paz. Te pido que esperes hasta la tarde.
Trento aseguró una zona de la cubierta con la escolta de la reina. La señora, acompañada por una dama de compañía y su mayordomo, pudo salir por fin a respirar aire fresco varias horas después de que avistasen a los piratas. Trento los acompañó a una distancia prudente. La reina estaba mareada. Itera había sido una mujer de belleza apagada por la debilidad. Ahora pese a su edad, conservaba la elegancia, y su mirada temblorosa mantenía vivo un poderoso atractivo, como si ser reina condecorase sus ojos con cierta elegancia. La sentaron en una butaca y el fresco de la brisa marina extendió sus cabellos blancos secando el sudor que perlaba su frente. Trento los dejó después de aceptar palabras de gratitud por parte de la señora y fue a hablar con Granblu. Desde que la reina pisara la cubierta todos los marinos guardaban silencio. Seguían trabajando pero no gritaban, incluso procuraban realizar las tareas de la forma menos ruidosa posible.
—Creo que es la primera vez que estos hombres ven de cerca a una reina —dijo Ablufeo, que no quitaba tampoco ojo a la señora sentada en la butaca. Lo declaró en voz alta y sin disimulo. Ya no quedaba ni un solo tripulante a bordo que no supiera la verdad ni los peligros que entrañaba tener a tan excelsa invitada, por lo que era ridículo seguir fingiendo otra cosa.
—Granblu, te agradezco mucho lo que estás haciendo por nosotros y te juro que en el puerto de Plúbea serás recompensado. Digo más… quiero ofrecerte algo…
—Habla, pero no seas tan insensato de decirlo aquí a voces.
Trento sonrió y acompañó al mercenario al castillo de popa. Descendieron al camarote que él compartía con Éder y Azira y precisamente allí los encontró. Granblu cerró bruscamente la puerta cuando entendió lo que estaban haciendo. Lo hizo de forma brusca. Puso una sonrisa decorosa delante de Trento antes de decir:
—Creo que necesito fumar, hablaremos con discreción arriba en la cubierta de popa, y de paso podremos fumar una pipa.
Ya a solas con Trento, en la terraza más elevada de la goleta, lo dejó hablar mientras repasaba el horizonte que dejaban atrás por la navegación, azulado por la distancia.
—No sé cuánto le ganas a este velero, pero me gustaría que alguien avispado como tú, fuerte y leal, trabaje conmigo para asegurar que la señora es confinada como los dioses saben que merece en la capital del viejo imperio de Plúbea, jamás estuve en Banloria ni en ninguna otra parte del reino de Boleinas, tampoco conozco nada de los otros reinos que conforman la famosa Plúbea.
—Yo soy de Meristalia, que es como decir que apesto a ignorancia, mi señor Trento, pero desde luego que me suelen salir bien los tratos que se cierran con una apretón de manos. Desde hace lunas no sé nada del hombre por el que desembarqué en Vestigia, así que debo confesar que me interesa tu oferta. Estoy seguro de que en esa tierra se pueden hacer buenos contactos al servicio de una reina.
Trento tuvo un presentimiento.
—¿Puedo preguntarte quién era ese hombre, ese vestigiano que ya has mencionado en alguna ocasión?
—El mejor de cuantos hay; un hombre irrepetible que espero ese rey oscuro que ahora se sienta en Venteria no se lo haya arrebatado a Vestigia. Su nombre es Remo y a él debo la vida de mi hermana Azira y la mía propia.
—¡Por todos los dioses… tenía que ser él!