CAPÍTULO 5

Después de la cena y de un vigorizante vaso de sidra, Virginia buscó el consejo de la señora Parker-Jones. Más tarde hizo su visita diaria al poblado de los criados. Al volver a la casa principal, vio a Cameron en el jardín.

El aire húmedo estaba impregnado del olor dulzón de las reinas de la noche. Las polillas revoloteaban alrededor de las farolas, que lanzaban un brillo dorado sobre los bancos y estatuas de piedra. Hasta ese día, el jardín no era más que un bonito lugar: ahora le parecía acogedor y tentador.

—Has estado muy callada durante la cena —dijo él, palmeando el lugar vacío del banco en el que estaba sentado.

A ella le costó un verdadero esfuerzo de concentración pasar por todo el ceremonial de la comida sin ponerse en ridículo. Cameron intentó involucrarla en la conversación. La miraba incluso cuando ella observaba a los demás.

—He disfrutado oyéndoos hablar a Agnes y a ti de los MacKenzie.

—¿Los MacKenzie?

Se sentía como una extraña para su familia. Recordó lo que Merriweather le había dicho.

—Me acostumbraré a todo esto.

—¿Has tenido una cita con un galán?

Su respuesta inmediata fue reírse. Puede que en la marisma de Virginia las mujeres se vieran superadas en una proporción de cinco a uno, pero para las que servían en una plantación aislada las proporciones carecían de importancia. Lo que importaban eran las normas; y romperlas, aunque fuera por amor, llevaba a más esclavitud.

—He ido a buscar unos zapatos nuevos.

El levantó una de las zapatillas.

—¿Los ha hecho vuestro zapatero? Son muy bonitos.

Eran las primeras zapatillas que tenía en diez años. Unas prácticas botas, o los pies descalzos, eran el calzado habitual de los criados forzosos.

—Lo hacemos todo aquí. Tejemos nuestras telas, cultivamos nuestros alimentos y en invierno pagamos a los indios para que cacen para nosotros.

—¿Tenéis un orfebre?

Otro escollo.

—No. Claro que no.

Él le quitó el periódico de la mano.

—¿Qué tienes ahí?

El Virginia Gazette.

Él mantuvo la zapatilla en la mano con delicadeza.

—¿Te interesa la política?

De eso podía hablar con comodidad, aunque su forma de acariciar ese zapato la estuviera distrayendo.

—Me interesa lo que dice Horace Redding.

—¿Sí? —recorrió el leve tacón con el pulgar—. Burke le llama agitador.

—Burke desprecia todo progreso que no vaya a paso de tortuga.

—Paine afirma que Redding es la voz del descontento.

—Puede, pero me atrevería a decir que nosotros seguiríamos todavía trepando por los troncos de los árboles y soportando el peso del yugo de los ingleses de no ser por las inspiradoras palabras de Horace Redding.

—Nosotros. Eso es lo que dice tu madre. Sigue soltando sapos y culebras cuando el tema gira en torno a la dominación británica.

Lo más irónico era que la madre de Virginia había sido criada forzosa en Ritchmond antes de viajar a Escocia y casarse con el duque de Ross. El mismo lugar por el que Virginia recibió su nombre se había convertido en su prisión.

Sin embargo, ahora era libre y estaba impaciente por el reencuentro con Cameron Cunningham. La cena había sido demasiado breve y Virginia demasiado insegura.

—¿Qué tal es Horace Redding? —preguntó.

El tema le gustó, porque se movió en el banco y la miró de frente.

—Siempre lleva un séquito a su alrededor. Es un poco fanfarrón y no puede beber dos pintas de cerveza sin caerse redondo.

Ella se sobresaltó tanto que no hizo caso de la mano que él le puso encima del hombro.

—No es un borracho. Y, además, ¿cómo lo sabes?

El se encogió de hombros.

—Fue la comidilla de las últimas Navidades. Acto seguido volvió a Glasgow.

—¿Vas a Glasgow a menudo?

—Sí, allí tengo una casa.

Tanto Agnes como él vivían en Glasgow. Cuando Virginia visitara a su hermana estaría cerca de Cameron. También podría encontrar la manera de presentarle sus respetos a Horace Redding. Desde el poblado les llegó el sonido de unos tambores y los esclavos empezaron a cantar una canción muy popular que hablaba del hijo de un humilde tejedor que mató a un león y se convirtió en el rey de su tribu.

Cameron la cogió de la mano y se la sostuvo con cariño.

—Tengo algo que decirte, Virginia. Es bastante importante.

El miedo se apoderó de ella. Le iba a decir que se había casado, y por el tono cauteloso de su voz, el tema le preocupaba.

—Te escucho.

Él se miró fijamente la mano, que todavía descansaba sobre el hombro de ella.

—De niños éramos muy amigos. —Recorrió el escote de su vestido, que era modesto incluso para los estándares de un vicario—. Te resultará extraño, teniendo en cuenta que yo soy ocho años mayor que tú y que era un chico, pero... así es.

Parecía incómodo y ella sabía cómo facilitarle las cosas. Puede que fuera lo mejor, aunque le quedaba mucho por hacer antes de retomar su lugar entre su familia y sus amigos. Hasta que llegara ese día tendría, que bastar con hablar con franqueza.

—Si me dices que perdí una apuesta de cien libras contigo, no las voy a pagar. Perder la memoria debería ser suficiente razón para perdonar una deuda de juego... —De hecho, era él quien le debía a ella veinte libras.

—¿Eso anula el compromiso formal?

La música se convirtió en un zumbido en sus oídos.

—¿Estamos prometidos?

—Sí, desde el día antes de que desaparecieras.

Se suponía que ella no lo sabía y que, por lo tanto, no debería importarle. Pero le importaba. Se le partía el corazón al pensar en él escogiendo a otra.

—¿Deseas anularlo?

—¿Lo deseas tú?

No podía permitir que se librara con tanta facilidad.

—Esa es una pregunta injusta. No puedo responder a algo que se hizo cuando yo tenía diez años. —Tampoco podía decirle que había abandonado toda esperanza. Él era Cam. Su Cam. Y tampoco podía decirle eso.

—No tenemos por qué discutirlo ahora. Sólo quería decírtelo yo antes de que lo haga Agnes y te ponga en un aprieto.

¿Ponerla en un aprieto? ¿Cómo?

—¿Estás seguro de que lo va a mencionar?

—Va a emprender una maldita batalla para asegurarse de que eres tú quien toma la decisión. Ya lo hizo cuando Mary se negó a casarse con Robert Spencer a pesar de que estaba esperando un hijo suyo.

Pobre Mary. Mary, la artista, que era capaz de pintar una flor con tanto realismo que uno esperaba que oliera. Mary, la que se olvidaba de la hora y trabajaba día y noche cuando le llegaba la inspiración. Agnes siempre la disculpaba y la defendía. No obstante, ¿por qué iba Cameron a hablar de lo que opinaba Agnes sobre el compromiso de Virginia a menos que el contrato siguiera en pie? Recordó que su dote era elevada, que se habían firmado documentos y libros, pero hacía mucho que se le habían olvidado los detalles.

—Te di un anillo.

Anthony MacGowan se lo había quedado como recuerdo.

—Debo haberlo perdido. —Haciendo acopio de sensatez dijo—: Entonces, ¿no te has casado?

—No.

Ella se sintió aliviada y confusa al mismo tiempo.

—¿Por culpa de los esponsales?

El se echó hacia atrás y contempló las estrellas.

Ella supo instintivamente que, en algún momento, él había roto la promesa del contrato matrimonial. A su manera, ella había hecho lo mismo, o al menos el resultado había sido igual. En cierto aspecto, la vida se detuvo para Virginia la mañana de su decimoquinto cumpleaños. Ése debería haber sido el día en que intercambiara sus votos matrimoniales con Cam; en cambio, se acurrucó en el invernadero de Poplar Knoll y se prometió algo a sí misma: mientras viviera en la esclavitud no pensaría en el futuro. A partir de aquel día, no hizo planes que fueran más allá del día en que acabara su contrato de servidumbre.

Al ver que él se quedaba callado, Virginia comprendió su error. Le había hecho una pregunta sencilla y obtenido la respuesta que se merecía. Pero seguía teniendo su orgullo y su libertad, y el mundo la estaba esperando. Aquello debería ser suficiente para alguien que necesitaba tan poco para lograr la satisfacción personal. Comprendió con tristeza que las esperanzas y los sueños rotos no eran únicamente patrimonio de los esclavos. Cam también había sufrido.

Fingió despreocupación para acabar con aquel incómodo momento.

—No soy tan ingenua como para pensar que has estado muriéndote de pena por perder a una niña de diez años que bordaba símbolos infantiles y esperaba que tú los llevaras.

Él frunció el ceño.

—¿Cómo sabes que me negué a llevarlo?

Sé valiente, se dijo ella.

—¿Lo hiciste? No parece que seas orgulloso.

Él sonrió; sus dientes brillaron en la oscuridad.

—Siempre fuiste una ingenua, Virginia.

Realmente parecía más experimentado que ella, ¿y por qué no? Sin embargo, Virginia fue hábil y consiguió evitar meterse en un callejón sin salida.

—¿Te has convertido en un libertino?

—¡Oh, no! La exclusiva para eso la tiene la nobleza.

Él carecía de título, ya que la familia de su madre lo perdió todo en la última rebelión jacobita. De acuerdo con un acta del Parlamento, los descendientes de los Cameron de Lochiel quedaron despojados para siempre de sus títulos nobiliarios. El padre de Cameron era un capitán de barco inglés.

—¿Viven tus padres?

—Sí, mi padre obtuvo un escaño en la Cámara de los Comunes. Mi madre odia Londres, pero lo soporta por él. Tengo una hermana, Sibeal, que es dos años menor que tú. En la Corte conoció a un italiano y se casó con él. Viven en Venecia.

A Sibeal y a sus padres les iba bien.

—Eso es maravilloso, Cam.

—Tú eras la única de los MacKenzie que me llamaba Cam.

Había estado a punto de meter la pata otra vez. Tenía que tener más cuidado, pero lo había hecho sin darse cuenta. Para ella siempre había sido Cam.

—Puede que sea una buena señal, pero no he tenido ninguna gran revelación del pasado, si es por eso por lo que sonríes.

La sonrisa de Cameron se ensanchó.

—Es por tu modo de pronunciar las vocales débiles y tu acento de Virginia.

Incluso su forma de hablar era diferente, pero eso también iba a cambiar. Todos los días aprendía cosas nuevas.

—Cuando Lottie te oiga hablar fingirá desmayarse y luego contratará un profesor a costa de tu padre.

—Creía que la más fervientemente escocesa era Agnes.

—Y lo es en todos los aspectos, excepto en lo que se refiere a ti. —Se le dulcificó la voz—. Se culpa a sí misma por lo que te ocurrió aquel día.

—¿Sí?

—Sí, te dio un penique para librarse de ti y poder reunirse con un pretendiente.

Aquella distracción le permitió a Virginia buscar el barco de Cameron. Cuando se enteró de que ya había zarpado se puso frenética. Instantes después cometió la mayor equivocación de su vida.

—¿No recuerdas nada de ese día?

Se había pasado años intentando olvidar su insensatez.

—No. ¿El resto de la familia también la culpa a ella? —Era injusto se mirara como se mirara.

—No, pero eso produjo una brecha entre vuestro padre y ella. Ahora pueden por fin alcanzar la paz. Todos lo agradeceremos.

Un desafortunado giro de los acontecimientos, ya que Agnes adoraba a su padre.

—¿Qué otras consecuencias produjo mi... ausencia?

—Ninguna más que se me ocurra o que pueda revelar en presencia de una dama. —Cuando ella se rió por lo bajo, él continuó—: ¿Quieres preguntarme algo más? ¿Dónde vivías? ¿Las cosas que solíamos hacer?

No haber hecho aquellas preguntas era otro error por su parte. Lo más importante para alguien sin memoria sería enterarse de su pasado, pero la expresión en los ojos de Cameron y la sensación de su mano en el cuello la distraían.

—Sí. Cuéntame.

—Naciste en el castillo de Rosshaven, en Tain, una ciudad del norte, el diecisiete de mayo de mil setecientos sesenta y nueve. Tu padre posee otra propiedad en las Highlands, Kinbairn, en la cual solíamos pasar el verano. Lachlan no ocupa un escaño en la Cámara de los Lores. Aborrece Londres, pero dirige su ducado con justicia y éste prospera.

»Fuiste una niña lista y modosa hasta que tuviste tu primer caballo. Después de eso, te volviste independiente.

—¿De verdad?

—Sí, te tomaste muy en serio tus responsabilidades y alardeabas de que algún día criarías los mejores caballos de Escocia.

—Suena muy vanidoso por mi parte.

—Tenías confianza en ti misma. —Tocó el periódico—. Es bueno que hayas continuado con tu educación. Tu familia lo apreciará.

Si de Virginia dependía, nunca se enterarían del esfuerzo que le había costado conservar y aumentar los pocos conocimientos que tenía a los diez años de edad. Si quería lograrlo era vital irse de Poplar Knoll.

—¿Cuándo zarparemos y hacia dónde?

—Primero iremos a Glasgow, pero pensaba quedarme aquí hasta que llegue tu padre. A menos que eso sea un inconveniente para los Parker-Jones.

Aunque la señora Parker-Jones había ordenado al personal de la casa y a los esclavos que mantuvieran silencio respecto de Virginia, a alguien podía escapársele la verdad. Y además estaba Rafferty.

Ahora que Cameron había venido a por ella, tenía que convencerlo para partir enseguida.

—Me gustaría ver Escocia. —Incluso Norfolk le parecía ahora atrayente.

—¿Eres infeliz aquí?

—No.

—Teníamos miedo de que te hubieran esclavizado y que te estuvieran reteniendo en contra de tu voluntad. Nos alivia saber que tu única esclavitud es tu pérdida de memoria. —Se estremeció—. ¡Qué degradante hubiera sido!

Su repugnancia fortaleció la decisión de ella.

—Aquí se trata bien a todo el mundo.

—Brown dijo que el antiguo dueño era cruel, pero debió confundirse, porque afirmó que Moreland había vendido la plantación, aunque la señora Parker-Jones ha dicho que había muerto.

—Estoy segura de que el capitán Brown creía estar en lo cierto —fue lo único que se le ocurrió decir a Virginia. Cambió rápidamente de tema—. ¿Por qué supones que hice ese dibujo?

—No sabes lo que significa, ¿verdad?

Supuestamente no.

—Explícamelo.

—Mi madre es escocesa y pertenece al clan Cameron. Yo me llamo así por ellos. Mi padre es inglés y no tiene escudo de armas. Los MacKenzie tienen una larga historia y tradiciones, pero tú querías que nosotros y nuestros hijos tuviéramos nuestro propio emblema. De modo que combinaste la flecha del escudo de los Cameron con tu propio símbolo, el corazón del amor.

—¿Era una romántica? —Mirando a Cameron y percibiendo su calor podría volver a serlo con toda facilidad.

—Sí, y los corazones lo demuestran. —Le cogió la mano—. Virginia... nos separamos enfadados. Fue culpa mía. Era temerario y egoísta.

Ahí estaba el sentimiento de culpa que ella se temía. Le apretó ligeramente la mano.

—Me has encontrado. Olvidémoslo y volvamos a Escocia. —Cuanto más tiempo permanecieran allí, más riesgo había de que la descubrieran. La ropa interior le pellizcó un punto sensible bajo los pechos, como si quisiera recordarle el cambio de su situación.

—Si es allí donde quieres ir...

—¿Y a qué otro sitio podría dirigirme?

—A donde quieras. Yo mismo te llevaré.

La intimidad implícita en sus palabras la asustó hasta que levantó la vista. El deseaba besarla y ella quería que lo hiciera, maldita fuera por ser tan casquivana. Sin embargo, el deseo era otra de las emociones que debía combatir.

—Leo una pregunta en tus ojos.

Él pareció despertar.

—¿Por qué no hay ningún álamo en Poplar Knoll?

Ella se echó a reír para disimular la decepción.

—Cuando los Moreland se negaron a proporcionar leña para las tropas, el general Arnold taló los árboles.

—Arnold. Sí. —A pesar de su respuesta parecía distraído—. Háblame de la revolución. ¿Cómo era tu vida entonces?

Salvo por el racionamiento y la ropa de segunda mano a los esclavos aquello no les había afectado. Ella se mantuvo al tanto de la guerra por el periódico.

—Aquí no hubo ninguna batalla, pero a menudo pasaban soldados a la fuerza.

—Eso no dice mucho a favor de las tropas o de los hombres de Virginia.

—Los hombres de Virginia estaban en otra parte. ¿Querías que abandonaran la causa de la libertad?

—Eres muy apasionada con ese tema.

—¿Y cómo no voy a serlo? —Su ascendencia era escocesa, pero sólo podía afirmar tal cosa por una cuestión de orgullo.

—Quería decir que pensaba que alguno se habría quedado inmediatamente prendado de una mujer tan hermosa como tú.

Aquélla fue una desafortunada elección de palabras, pero una afirmación tan lógica exigía una respuesta razonable.

—Siempre supe que acabaría recordando mi pasado y me daba miedo que mi familia fuera una familia de bandidos o algo peor. —Se felicitó a sí misma por haber desviado la conversación con tanta inteligencia—. ¿Cómo iba a presentarle a mi marido a una banda de ladrones o canallas?

—¿O a mí? —Cameron levantó una ceja para acompañar el amable desafío; se refería a que ella estaba comprometida con él.

—¿Qué habrías hecho en ese caso?

—¿Si me hubieras presentado a tu marido siendo yo tu prometido?

—Sí.

—Bueno, hubiera sido muy cordial antes de insultarle.

—¿Y si yo le amara?

Su sonrisa fue rápida y picara.

—Eso no va a pasar, de modo que quítate esa idea de la cabeza. En cuanto a que la tuya sea una familia de canallas o ladrones, tu padre es el mejor hombre de las Highlands y tu madre un encanto. Los MacKenzie son leales a los suyos. Agnes es la prueba de ello. Se alegrarán mucho por tu regreso, celebrarán un baile en tu honor y, si Lottie se sale con la suya, serás presentada en la Corte.

Virginia no podía acudir a la Corte y menos cuando no sabía distinguir a un vizconde de un mayordomo. Aunque por Poplar Knoll hubiera pasado algún aristócrata a lo largo de los últimos diez años, a Virginia no se lo habrían presentado. Sólo había salido de aquellas tierras una vez, en una balsa mal hecha. En raras ocasiones salía del poblado, y si lo hacía era para ir a los campos. Si intentaba ahora mezclarse con la sociedad elegante se pondría en ridículo. Probablemente se llevaría las mesas por delante si intentaba vestir las faldas con tontillo tan en boga en esos días. Y avergonzaría a su familia. Se negaría y dejaría que pensaran que era una cabezota antes de arriesgarse a eso.

—Yo decidiré si voy a la Corte y cuando.

En vez de sorprenderse por su reacción, Cameron asintió.

—Vas a tener que mantenerte firme, de lo contrario Lottie te organizará la vida.

Era maravilloso oírle hablar de Lottie con tanta despreocupación.

—Lo demás ya llegará.

—Así es.

No se había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta.

—Es una pena que no recuerdes el nombre del demonio que te trajo aquí.

Ella había pensado en eso muchas veces desde que se enteró de la inminente llegada de Cameron. Al intentar distanciarse de su antigua vida, y para ahorrarle a su familia más angustia, se olvidó de sus ansias de venganza contra Anthony MacGowan. La contrapartida a que le juzgaran sería que se vería obligada a contar la verdad sobre Poplar Knoll a todo el mundo. No podía hacerlo. Jamás podría admitir que bañarse era un lujo y los lavabos una fantasía.

Cayó en la melancolía. Para ocultar sus sentimientos cedió a la cobardía y fingió un bostezo.

—Te he cansado.

¿Pensaba que era frágil? Un día de trabajo agotador en los campos la dejaba exhausta, pero conversar educadamente con Cameron la animaba. ¿Cansada? Era capaz de recorrer el camino lleno de surcos hacia Richmond bailando una giga.

Enderezó más la espalda.

—En absoluto. Me gustaría ver tu barco.

—Nada más fácil que concederte ese deseo. —Se puso en pie y la ayudó a levantarse—. Espera —dijo—. Apenas has hablado durante la cena y todavía sé muy poco sobre ti. Háblame de tu vida aquí.

—En otro momento.

El la miró con desconfianza.

—Si estoy de acuerdo con eso, ¿vas a esperar que...?

—Espero que te comportes como un caballero.

—También hay un tiempo para eso.

Fueron hasta el muelle cogidos del brazo. En el alto cielo, la luna creciente proporcionaba poca luz, pero Virginia conocía el camino. Unas linternas situadas a popa, a proa y en el palo mayor formaban un triángulo de señales luminosas.

En cierta época en su vida, él la sujetaba de la mano para estabilizar su paso vacilante. Se habían perdido muchas cosas; perdieron la oportunidad de compartir pequeñeces como cuando ella entendió que la tierra era redonda al observar el movimiento del sol. Cuando comprendió de verdad hasta qué punto podía llegar la crueldad de un hombre hacia los suyos. Ese momento en el tiempo en el que descubrió la realidad de la concepción y el nacimiento. Sin embargo, para compartir ahora todas aquellas experiencias tendría que desvelar la soledad que las había acompañado.

En cuanto puso un pie en la cubierta se le alegró el ánimo. Antes de que Cam se hiciera cargo del barco, era su padre quien solía llevarlos a navegar. Un verano fueron a las Islas Oreadas. Lottie, con sus acostumbrados aires de reina, declaró al Highland Dream, como se llamaba entonces el barco, el transporte acuático personal de ellos dos.

Cameron le contestó diciéndole que se fuera a buscar a otro a quien molestar. Cogió a Virginia de la mano y le anunció a Lottie que se iba a navegar.

Era único para pararle los pies a Lottie.

—¿Qué es lo que te divierte tanto? —preguntó él.

—Estaba pensando que debes estar muy orgulloso de este barco —respondió ella de corazón.

Él se hinchó como un pavo.

La tripulación vagaba por la cubierta, algunos ataviados con la ropa habitual de los marineros, y otros con vistosos tartanes. Virginia ardía en deseos de preguntarle a Cameron qué había pasado para que les permitieran llevar sus plaids, pero eso también tendría que esperar. Varios de los hombres se quitaron la gorra o levantaron una mano para saludar. Con aquella débil luz no era capaz de casar aquellas caras con las que conservaba en la memoria.

—¿Tendría que conocer a alguno de estos hombres?

—Sólo a MacAdoo y al cocinero. La tripulación de mi padre ya tuvo suficiente con un viaje a China. Prefieren los viajes más cortos.

Pese a todo, los viajes largos eran perfectos para él.

—¿Has estado en China?

—Sí, ésa es una de las razones por las que nos separamos enfadados. Yo te dije que me iba a Francia, pero era mentira, y emprendí el primero de muchos viajes a Oriente.

Virginia asimiló esa información y se le pasó por la cabeza un pensamiento de lo más peregrino que puso una sonrisa en sus labios. Todos esos años estuvo aprendiendo francés para nada.

—No tiene gracia, Virginia.

Hablaban entre sí con la misma sinceridad que compartieron de niños. Él con sus sueños de poseer una flota de barcos, y ella con su grandiosa idea de convertirse en el mejor cartógrafo de su época. Hoy día, si le hubieran enseñado un mapa de América y le pidieran que indicara en él la situación de Poplar Knoll, no habría sabido hacerlo.

Todo llegaría.

Alzó la vista hacia la cofa.

—Creo que sigo siendo bastante ingenua.

Él se rió por lo bajo.

—Eso se solucionará en cuanto pases algo de tiempo con Agnes.

Él sí que había cambiado. Su cuello, antes delgado, estaba ahora engrosado por los músculos y su voz era grave y llena de confianza masculina.

—Agnes es tu favorita entre todas las mujeres MacKenzie.

—No. —Desvió la mirada hacia su boca y sonrió—. Mi punto débil siempre has sido tú.

No se había incluido a sí misma por la fuerza de la costumbre. Cameron sí lo hizo, y la dulzura de sus palabras le llegó directamente al corazón. La expresión ardiente de sus ojos la afectaba de un modo muy terrenal.

—Podría decirle a Agnes lo que acabas de decir.

—No, tú no. —Desvió la mirada y la fijó en un punto a espaldas de ella—. Nunca has ido con cuentos sobre mí. Siempre nos fuimos leales el uno al otro.

Se les unió un hombre al que ella no reconoció.

—Forbes, te presento a Virginia MacKenzie.

—Es un placer, milady.

El respeto en la voz del hombre le infundió confianza.

—Le aseguro que el gusto es mío, señor Forbes.

—Continuemos, pues. —Cameron dirigió a Virginia hacia proa.

Ella le acompañó de buena gana, con su romántica afirmación resonándole en los oídos. Ya había estado en ese mismo lugar, en el lado de babor, cuando no era más que una niña sin preocupaciones. Se había sentado en un rollo de cuerda y dibujado la costa del estuario de Dornock.

—¿Recuerdas algo del pasado?

Un halcón merlín bajó en picado desde el cielo, batiendo con fuerza sus puntiagudas alas sobre la superficie del río. Sujetándose en la borda y contemplando el río fluir hacia el mar, Virginia saboreó por primera vez el verdadero sabor de la libertad.

—Sólo una sensación de felicidad. —Lo que la invadía ahora era más que eso. El libre albedrío y la independencia la estaban esperando.

—Pasamos más de una tarde en este bergantín. Tú dibujaste un mapa de las Islas Oreadas hasta que los dedos se te pusieron azules por el frío. Mi padre te obligó a ir abajo.

—¿Dónde están aquellos mapas?

—Los tiene Agnes.

—Le pusiste mi nombre a tu barco.

—Sí, y te busqué por todas partes. —Frunció el ceño—. Prometí que lo haría.

La lealtad hacia ella o hacia el pacto de juventud que habían hecho le preocupaba. ¿Habría entregado su corazón a otra? Al alzar la vista y mirar su perfil recortado contra la pálida luz de la luna, Virginia sintió que los celos le perforaban el corazón. Otras mujeres le habían admirado, coqueteado con él y compartido momentos como éstos. Sin embargo, él debería haber sido suyo, su cónyuge enamorado, el compañero de su vida.

Se estremeció de añoranza. Pensó en los años que se habían perdido, en el porvenir y, cuando él la llevó detrás del bote salvavidas y la besó, Virginia pensó que iba a desmayarse otra vez. Fue lo que le sucedió cuando escuchó su nombre. Carecía de defensas para la seguridad de su abrazo. Completamente conquistada, con la boca de Cameron moviéndose con ternura sobre la suya, se sintió abrigada, protegida y melancólica. Ese debería haber sido su lugar en la vida, con ese hombre a su lado. Se habían perdido muchas cosas.

El dolor, abrasador e intenso, le oprimió el pecho y, cuando las lágrimas amenazaron con desbordarse, se pegó a él. No podía permitirse llorar; si empezaba no podría parar. ¿Qué quedaría de ella entonces aparte de los jirones de orgullo de una niña estúpida?

Era mucho mejor que se concentrara en su primer beso, el que le estaba dando el hombre que siempre fue suyo y que estaban compartiendo en la cubierta del barco de sus sueños. Otros recuerdos inundaron su mente, pero las imágenes eran inocentes y juguetonas, no este anhelo que le arañaba el vientre, el deseo de una mujer por su hombre.

—No puedo estar lo bastante cerca de ti —susurró él contra su sien, interrumpiendo el beso.

Ella no pudo contener un sollozo.

Él la abrazó más fuerte y el dolor de la nostalgia disminuyó, sustituido por un deseo que tenía poco que ver con las promesas infantiles y mucho con la necesidad de una mujer por un hombre.

—Ha sido tu primer beso.

—No —la obligó a decir el orgullo.

Él deslizó los dedos por sus brazos, hasta llegar a sus manos. Un ceño le deformó la frente.

—¿Por qué me miras así?

Él le oprimió la mano izquierda.

—Porque siempre cerrabas así la mano cuando decías una mentira.

Él se acordaba de su forma secreta de cerrar el puño y, por si fuera poco, su inexperiencia era evidente. Ahora tenía que inventarse una excusa o decirle la verdad.

—¿Sí? Eso me da ánimos.

Cameron la observó con detenimiento. Aquellos ojos azules que una vez le miraron con camaradería brillaban ahora de deseo. No le sorprendía que se hubiera convertido en una belleza; tenía la elegante frente de su madre y su exuberante femineidad. Del duque había heredado la elegante nariz y la orgullosa barbilla. Pero, ¿de dónde le venía la inseguridad? Las mujeres MacKenzie eran famosas por su independencia y su franqueza. Y todavía había más; notaba en Virginia un apocamiento que ofrecía un fuerte contraste con la vitalidad que tenía de niña. Antes, cuando vio su silueta al otro lado del biombo, estaba demasiado nervioso para pararse a pensar en ello. Además, también estaba cautivado por sus femeninas curvas.

Las mujeres escaseaban a este lado del Atlántico. ¿Cómo era posible que, habiendo tantos hombres, ninguno se hubiera fijado en una mujer tan hermosa? Cameron no lo entendía.

—¿Por qué te iba a animar una antigua costumbre?

—Porque eso quiere decir que no te mentía a menudo, ya que de hacerlo lo sabrías.

—Éramos tan íntimos que lo hubiera sabido de todas formas.

Él llevó las palabras a la acción y la acercó más. Ella quiso ceder, explorar las sensaciones que le inspiraban sus besos.

—Eso es, muchacha.

Había leído sus atrevidos pensamientos. No podía ser. Se echó hacia atrás.

—¿Qué pasa, Virginia?

—Apenas te conozco.

—Eso es fácil cambiarlo. Y es una tarea de la que me voy a ocupar con mucho gusto. Pon tus brazos alrededor de mi cuello.

Ella obedeció y se puso de puntillas. Él pensó durante un momento si sus acciones eran adecuadas o no. No obstante, en lo que a esta mujer respectaba, los convencionalismos no contaban. Ella era suya, y cuando los labios de ambos entraron en contacto el tiempo desapareció. Virginia le acompañó, como siempre había sido. Acarició sus curvas femeninas y se preguntó por qué se molestaba en llevar corsé. Imaginarla sin él, sin ropa, aumentó su pasión.

—Suéltala, Cameron.

La voz de Agnes rompió el silencio. Cameron se tensó. Lo que quería era acurrucarse con Virginia en su litera como preludio al amor.

Interrumpió el beso, pero mantuvo a Virginia junto a él.

—Vete, Agnes.

—No. Te recuerdo que éste no es el momento más adecuado para desempolvar tu compromiso con mi hermana. Ella no te conoce, y tú no puedes aprovecharte de eso. Antes hay que discutir y resolver otras cosas. ¿No es así? ¿Te has olvidado de esos otros asuntos?

Se refería a su larga relación con Adrienne Cholmondeley.

—De lo único que estoy seguro es de que me gustaría estrangularte.

—Me sorprendería que te arriesgaras a hacerlo con Virginia delante.

Tenía razón, maldita fuera.

—Por Virginia me arriesgaría a todo.

—Espera a que llegue mi padre.

—¿Esperar para qué? —preguntó Virginia.

—Para cualquier clase de violación.

Virginia jadeó y Cameron soltó un juramento.

—En lo último que estoy pensando es en una violación —le dijo él a Agnes.

—¿No?

—No. Creo que Virginia me va a robar el corazón antes de violarme.

Virginia se echó a reír.

—¿Puedo dormir en el barco esta noche?

—¡Virginia!

Él la sostuvo con fuerza y se enfrentó a su hermana.

—Lo siento. Sólo he querido decir si podía quedarme sola en uno de los camarotes. Juro que no soy una mujer de moral relajada, pero no recuerdo haber dormido en otra parte que no fuera Poplar Knoll. Tal vez si me quedo aquí me ayude a recordar el pasado.

En el camarote de Cameron, entre los papeles, había varias cartas perfumadas de Adrienne y un retrato suyo en miniatura. No podía arriesgarse a que Virginia las encontrara.

—La pondré en el camarote de MacAdoo.

Agnes se mostró inflexible.

—Y yo ocuparé el tuyo.

—¡Oh! No quisiera causaros ningún inconveniente.

Agnes se rió, pero Cameron sabía que su alegría era fingida.

—A decir verdad —dijo ella—, la cama de mi dormitorio es demasiado blanda. Me he pasado semanas en este barco, y ahora que ya he disfrutado de un baño, lo echo de menos.

Cameron dejó de discutir. Los besos de Virginia habían despertado en él una fuerte necesidad. Sabía que no iba a poder dormir, de modo que se disculpó y echó a andar hacia los jardines.

De entre las sombras salió un desconocido.

—¿Quién es usted? —preguntó Cameron.

—Rafferty, milord. El mejor tonelero de la costa.

—¿Qué es lo que quiere?

—Sólo decirle que yo estaba presente el día que la trajeron por el río. No me llegaba ni al hombro.

—¿La?

El hombre indicó el barco con la cabeza.

—Ésa que ha venido a buscar. A cambio de un precio le contaré las cosas que ella no quiere que usted sepa.