Capítulo 25
—Verónica, ¿recuerdas que te pedí salir hoy antes de la oficina? —me dice Blanca a media tarde.
—¡Mierda! —Me quejo bruscamente—. No me acordaba. ¿Y no puedes quedarte?
—No, no puedo, debo acompañar a mi madre al hospital, se lo prometí. Además no tiene con quién ir. Si me lo hubieses dicho con más tiempo, tal vez.
—No te preocupes. Ya me las apaño.
—Gracias. Y lo siento.
Aún tengo varias tareas pendientes además de concretar algunos compromisos con escritores recién llegados a la editorial. No doy abasto. Las últimas maquetaciones han tenido errores y para colmo los empleados de la imprenta no me cogen el teléfono porque es probable que se hayan marchado ya. ¿Por qué todo se complica el mismo día? Cuando esta mañana me desperté tuve la sensación de que hoy no iba a ser un buen día, y no me equivocaba.
Suena el teléfono. No es el mío, es el de Blanca.
—Lo que me faltaba —me digo a mí misma.
Lo dejo sonar, no puedo atenderlo. Pero el que sea insiste.
—¡Joder!
Al final me levanto y lo cojo, pero al descolgar se corta la comunicación. Mi cabreo es tremendo. Me vuelvo a mi mesa y cuando estoy a punto de sentarme vuelve a sonar.
¡Maldita sea!
—¡Diga! —Respondo gritando.
—¿Verónica? —Pregunta extrañada la voz. Al principio no la reconozco, tal vez porque no espero que llame al teléfono de Blanca, sino más bien al mío directamente. Él tiene mi número.
—¿Mikel? ¿Por qué llamas a este teléfono?
—El tuyo está descolgado.
Mierda, pienso. Quería hablar con los de la imprenta y me lo he debido de dejar descolgado. Tengo tantas cosas en la cabeza que me va a estallar.
—Quería recordarte lo de esta tarde. ¿Podrás venir?
—Uf, no lo sé, Mikel. Ahora mismo tengo un lío tremendo en la oficina. Dudo mucho que pueda ir. Lo siento.
En ese momento Benjamín sale de su despacho y cuelgo con Mikel.
—¿Adónde tienes que ir?
—Olvidé que Mikel quería darme un regalo; insiste mucho, la verdad. Me está esperando en su casa, pero con la que hay liada aquí no puedo quedar con él.
—No te preocupes, yo casi he terminado. Puedo hacer tus deberes si me lo permites.
—Eres un encanto, Benjamín, y te lo permitiría, por supuesto, sé que eres perfectamente capaz. Pero eso sería aprovecharme de ti.
—Ya —responde—, aunque no sería la primera vez.
—¡Serás canalla! —Le doy un golpecito en el pecho a modo de protesta. Nunca sirve de nada que haga eso con él, siempre me aprisiona con sus brazos y me engatusa con sus besos.
—Anda, ve y libérate.
—¿De verdad?
—No, de mentira.
—¡Benjamín! —Otro golpe en el pecho.
—Sabes que no sirve de nada, que no puedes conmigo.
—Lo sé, pero me gusta golpearte el pecho. Es tan fuerte.
Lo acaricio por encima de la camisa, rozando sus pezones.
—No hagas eso, Verónica.
—¿El qué? —Continúo jugando.
—Eso.
Pero yo no me detengo. De repente, me han entrado ganas de hacer el amor allí mismo.
—Si sigues me veré obligado…
—¿A qué? —lo interrumpo.
—A abrirte de piernas y hacerte el amor. —Sus palabras suenan entrecortadamente. Está excitado, como lo estoy yo.
—Hazlo —le ordeno—. Hazlo ahora.
Benjamín me coge a horcajadas obligándome a abrir las piernas y me sienta en la mesa de mi secretaria. En ese momento pienso en lo bien que me ha venido que la muchacha se haya ido antes de su hora. Será la primera vez que hagamos el amor en la oficina, pero estoy segura de que no será la última. Delicadamente me quita las medias, las bragas, me acaricia por encima, excitándome intensamente, me introduce sus dedos jugando con ellos, y cuando ya estoy a punto de correrme, me penetra profundamente hasta que me corro. Siento su semen vaciándose dentro de mí, y justo en ese momento los dos morimos de placer. Quiero a este hombre. Lo quiero con locura. Me envuelve con su abrazo, como si supiera en lo que estoy pensando, como si estuviese respondiendo a mis pensamientos con las mismas palabras.
—Menos mal que estás tú —le digo.
—¿Por qué dices eso?
—Porque contigo los días siempre son especiales y haces que un mal día se convierta en un día hermoso.
—Eso es porque… —Benjamín se interrumpe.
—¿Por qué? —Quiero saber—. ¿Qué ibas a decir?
Quiero escucharlo, escucharlo por fin.
—Porque te quiero, Verónica.
Mis ojos comienzan a brillar, empiezan a escocerme de aguantar las lágrimas. Trato de no parpadear, en cuanto lo haga brotarán. Y cuando ya no aguanto más y parpadeo, asoman con fuerza inundando mis ojos. Qué más da, por qué esconderlas si son lágrimas de felicidad.
Al final localizo a Mikel y quedo con él, aunque un poco más tarde de lo previsto; sin embargo, no parece importarle. Me ha insistido mucho para que vaya, se muestra muy entusiasmado por darme el regalo y, además, ha conseguido despertar en mí una gran curiosidad por saber qué es.
Voy hasta su piso y cuando llego a la última planta, la puerta del ático está abierta. Me extraño por ello y me quedo en el umbral, preocupada y temerosa. Comienzo a llamarlo pero no obtengo respuesta, y entonces oigo unos gritos provenientes del interior. Me asusto.
—¿Mikel? ¿Estás ahí? —Avanzo un poco, cautelosa—. ¿Mikel? ¿Mikel eres tú? —Continúo oyendo gritos y empiezo a sentir miedo. Mikel no responde, creo que le ha pasado algo—. ¿Estás bien?
No puedo escuchar con claridad lo que dicen los gritos, pero cada vez estoy más segura de que no son gritos de hombre, sino de mujer. Parecen estar llorando y pidiendo socorro. Y es entonces cuando los escucho claramente. Son los gritos de una mujer, pero no los de cualquier mujer. Son mis propios gritos, suplicando que paren y no me hagan más daño. Ahí está, la tele encendida y un video reproduciendo mi violación íntegramente.
Una sensación de angustia me invade el cuerpo provocándome náuseas hasta hacerme vomitar una y otra vez, sin control, sin gobierno, de tal manera que no parecen terminar nunca. Cuando creo que han parado busco el modo de apagar la tele. No puedo soportar seguir escuchando mis gritos, mi dolor, mi sufrimiento. Es como revivirlo todo otra vez. Sin embargo, la maldita tele no se apaga. Voy a enloquecer si sigo escuchándolos. Quiero salir corriendo pero, como no miro por dónde voy, me tropiezo con una caja colocada en el suelo a propósito y la vuelco, haciendo salir su contenido. Unas fotos atraen mi atención, me agacho a cogerlas y compruebo que son fotografías mías del momento de la violación. Otra vez me vuelven las ganas de vomitar y una sensación de repugnancia me domina el estómago.
¿Qué es todo esto? ¿Qué significan estas fotos y este video en casa de Mikel? Mi cabeza no para de hacerse preguntas sin entender nada. No puede ser que también él me traicione. Mikel no. No. ¡No!
Corro hacia la puerta, tengo que salir de este lugar. Pero la puerta está cerrada y alguien se ha colocado delante de ella mirándome con cara de sádico. Mikel me sonríe despiadadamente, parece un loco que nunca en mi vida haya visto.
—Hola, Verónica —dice como si estuviese poseído—. ¿Te ha gustado mi regalo?
No puedo hablar, casi no puedo respirar. No entiendo nada, estoy tan confusa y desorientada, tan aturdida, que no me he dado cuenta de que he empezado a sentir miedo, mucho miedo. Y además, de Mikel.
—Mikel —pronuncio en apenas un hilo de voz—, ¿qué… qué pasa? ¿Qué significa esto?
Me niego a creer que él tenga algo que ver con mi violación.
Mikel no responde, solo se va aproximando a mí pausadamente, girando la cabeza de un lado a otro, negando con movimientos.
—Mikel —repito—, por favor, responde.
—No te has enterado de nada, ¿verdad? —dice de repente.
—¿Enterarme de qué? No te entiendo.
Ya está muy próximo a mí, entonces yo comienzo a retroceder, alejándome a la vez que él se va aproximando. Me tropiezo con un sillón y casi me caigo al suelo, pero me recupero y continúo retrocediendo hasta que la pared me lo impide. Estoy acorralada, no tengo escapatoria y no sé qué hacer. Tal vez debería gritar, pero no me atrevo.
—Te dije que nunca te fiaras de nadie, Verónica, ¿lo recuerdas? Te dije que no te fiaras de mí. ¿Por qué lo has hecho?
—Yo… yo… no tenía motivos para desconfiar de ti. —Estoy muy asustada, siento que mi corazón late con mucha fuerza.
—¿Y ahora tienes motivos para hacerlo? —No respondo—. ¡Dime!
Su elevado tono de voz me hace dar un respingo y pegar un grito. Me siento aterrorizada y empiezan a llorarme los ojos.
—Sí —susurro.
—¿Cómo dices? No te oigo.
—Sí —hablo más alto.
—¿Tienes miedo, Verónica?
—Sí.
—Bien, así me gusta, que tengas miedo. Cuando uno tiene miedo confunde la mente, y cuando la mente se confunde es mucho más fácil manipularla.
Se aleja de mí y detiene por fin el video. Había olvidado que seguía reproduciéndose.
—¿Por qué haces esto, Mikel? —Apenas me sale la voz, estoy temblando.
—¿Por qué? Muy fácil, nena. Venganza.
No entiendo. ¿Venganza? ¿Por qué? ¿De quién?
—¿Qué quieres decir?
—Verónica, Verónica, sigues sin enterarte de nada. El ser humano se mueve por impulsos vengativos, siempre queriendo aniquilar al prójimo. ¿Acaso no es eso lo que tú quieres hacer con Rubén?
Su mirada de loco despiadado me asusta más de lo que ya estoy. ¿Rubén? ¿A qué viene lo de Rubén?
Veo que empieza a recoger las fotos que hay esparcidas por el suelo, todas esas en las que yo aparezco y con las que me he tropezado hace tan solo un momento, y las guarda en un sobre que saca del interior de la caja que ha obstaculizado mi huída. Un sobre marrón. El sobre. Un fuerte pellizco me daña el estómago al recordar que recibió ese sobre cuando yo estaba con él y que días después lo tuve en mis manos. Desde el primer momento supe que lo que escondía ese sobre no era bueno, pero jamás pensé que pudieran ser esas repugnantes y dolorosas fotos.
—Vuelve dieciséis años atrás, Verónica —me dice con desprecio—, tal vez así lo recuerdes todo.
—¿Qué…? Sigo sin entenderte. —Hablo con miedo, deseando que no se altere y me grite de nuevo.
—Mijas, verano de 1980, cuando me prometiste que siempre me querrías, después de hacer el amor en mi casa una mañana que mis padres estaban en la playa, justo antes de acabar las vacaciones. Esa fue la última vez que nos vimos siendo unos adolescentes. No volví a saber de ti salvo por la prensa, al cabo de los años, que se encargó de anunciar que te habías comprometido con un pez gordo del sector editorial. Se me cayó el alma a los pies, Verónica. No te hubiese costado nada avisarme de que habías dejado de quererme. Yo te esperaba, verano tras verano, en aquel maldito pueblo.
—Mikel, tú mismo lo has dicho, éramos unos adolescentes. ¿Qué importancia podía tener eso?
—Para mí la tenía. Yo te quería y hubiese querido estar siempre contigo.
—Lo siento.
—¡Cállate y no digas que lo sientes!
Vuelvo a dar otro respingo ante su inesperado tono de voz. Cambia constantemente su actitud y debo tener cuidado con lo que digo. El Mikel que tengo delante es un perfecto desconocido. Es un loco. Ha de serlo si tiene algo que ver con mi tragedia.
—No sabes lo que sufrí por tu indiferencia todos esos años, por tu desinterés y falta de sensibilidad. No sabes lo que sufrí por tu pérdida.
—Si tanto me querías, ¿por qué no fuiste a buscarme? —Me atrevo a preguntar. ¡Joder, qué he hecho! Pienso enseguida. Pero por suerte, no parece haberle molestado demasiado.
—¿Y qué podía ofrecerte yo, Verónica? Yo era un pobre diablo sin un duro en el bolsillo y tú solo querías días de gloria y fortuna.
—Amor, cariño, felicidad. —Quisiera acercarme a él pero no me fío, de modo que me quedo en mi sitio intentando hablarle con la mayor docilidad posible para calmar su violento carácter—. Podías haberme ofrecido eso, Mikel. Yo lo hubiese aceptado.
—Mentirosa. —Vuelvo a sentir miedo, no sé si va a gritar otra vez o no—. Eres una puta mentirosa. ¡Una puta mentirosa!
Se dirige a mí violento y me pega un bofetón tan fuerte que me hace caer al suelo. Noto el carrillo izquierdo ardiendo y me tiembla todo el cuerpo. Tengo mucho miedo y me siento indefensa. No quiero imaginar lo que va a pasar, otra vez no. Solo pienso en que la historia no se repita. No más dolor, no más dolor.
Me agarra de los brazos y me obliga a levantarme. Me empuja sobre el sillón y se coloca encima de mí. Con una mano aprieta fuerte mi boca haciéndome daño y con la otra me rasga la camisa y deja mis pechos al descubierto, tapados únicamente por el sujetador.
—¡No, no! ¡Por favor, Mikel, no lo hagas, te lo suplico! —Casi no puedo hablar porque él me está tapando la boca.
—¡Cállate! —Me grita—. ¿No quieres repetir el video? Mira ahí, te estoy grabando.
Giro un poco la cabeza a la izquierda y puedo ver que alguien se acerca con una cámara de video.
—¡No! —chillo—. ¡No! ¡Rubén, por favor, ayúdame!
Él es quien se dirige a nosotros grabando. ¡Dios mío! Pienso. ¿Cómo es posible? ¿Por qué me hacen esto? ¿Por qué ellos?
—¡Déjame, Mikel! ¡Rubén, por favor, no dejes que me haga esto! ¡No, por favor!
Lloro y peleo con Mikel, pero siempre ellos son más fuertes que yo. No puedo defenderme. Me van a violar otra vez. Rubén y Mikel me van a violar.
—¡Cómo podéis hacerme esto! ¡Por qué! ¡Rubén, por qué me haces esto!
—Mikel, para —dice de repente Rubén—. Déjala.
—¿Cómo dices? —Mikel se detiene unos segundos—. Cierra el pico y continúa grabando —le ordena—. Y prepárate que el siguiente en follársela eres tú. Después, nena —me dice riéndose—, el plato final: grabamos tu asesinato.
—¡No! —Lloro—. ¡Estás loco! ¡Los dos lo estáis!
Mamá, papá, Benjamín. Pienso en ellos. No puedo creer que no los vaya a volver a ver.
—¡No! —Se impone Rubén—. Ni la vas a violar tú ni lo voy a hacer yo. Ni tampoco lo vamos a grabar ni vamos a... —Se interrumpe y no acaba la frase—. Se acabó el juego.
Sin embargo, Mikel hace caso omiso a las palabras de Rubén y continúa forzándome mientras me baja los pantalones y me abre las piernas.
—¡No! —Me resisto—. ¡Rubén, por favor! ¡Haz algo!
Mikel me da otro bofetón para que me calle. Esta vez me hace sangre en el labio con su anillo. Empieza a manosearme el pecho y me rasga el sujetador. Intento empujarle para que deje de hacerlo y en ese momento Rubén lo aparta de mí bruscamente. Mikel cae al suelo y yo aprovecho para recuperarme.
—¿Estás bien, Verónica? —Me pregunta Rubén, ayudándome a levantarme.
—¡Déjame! ¡No me toques, hijo de puta!
De repente Mikel se arroja sobre Rubén y lo tumba en el suelo, pero él se incorpora y comienzan a pelearse. Veo que Mikel lleva un objeto en la mano, aunque no me detengo a analizarlo. Consigo levantarme y me encamino rápidamente hacia la puerta. Puedo llegar a abrirla, pero no a salir. Alguien me tira con fuerza del pelo y me hace caer, arrastrándome de nuevo hacia el interior. No sé quién es de los dos pero compruebo que es Mikel cuando me gira violentamente y me abofetea una vez más. Lucho todo lo que puedo hasta que me vuelve a girar poniéndome boca abajo sobre el suelo. Entonces veo que Rubén está tirado en la alfombra con una herida en la sien que le sangra débilmente y un candelabro junto a él manchado de sangre. Se me pasan velozmente por la cabeza dos sentimientos contrarios. Uno de pena, por verlo ahí tirado, inconsciente. Otro de satisfacción, porque tiene lo que se merece. Tal y como ha dicho antes Mikel: necesidad de venganza.
Pero de pronto siento aún más miedo. Tal vez Rubén era el único que podía ayudarme a salir de aquí, y ahora está ahí, muerto o medio muerto, no lo sé. Entonces comprendo que ya no tengo escapatoria. No tengo salvación. Voy a morir. Mikel me va a violar y después me va a matar. Mikel, mi amigo Mikel, aquel en el que tanto confiaba.
Tenía razón, no debí fiarme de él.