Capítulo 9
Mijas, Málaga, verano de 1980.
—Endereza, Verónica, ¿no ves que vas directa contra aquella farola?
Llevo el vespino de Mikel, uno viejo que tiene en el pueblo para bajar a la playa y hacer el loco por las calles. Son las doce del mediodía y el sol castiga desde lo más alto. Quiero conducir la moto hasta el paseo marítimo simplemente por gusto. Nunca he conducido una pero Mikel me ha dado permiso, y creo que está un poco nervioso por miedo a que nos estrellemos.
—¡Ya sé que hay una farola! ¡No me pongas más nerviosa!
—¡Coño, pues endereza! —Y rectifico justo a tiempo de chocarnos contra la inoportuna y mal colocada farola. Tenía que estar precisamente allí.
El resto del camino lo hago peor todavía, casi atropello al abuelo de Edu. Menos mal que no se ha dado cuenta de que éramos nosotros. Al final llegamos sin rasguños al paseo.
—La próxima vez conduzco yo —me dice sofocado no solo por el calor sino también, y más creo yo, por el miedo que le he hecho pasar.
—Bueno, estamos vivos, ¿no? —bromeo.
—Por poco. —Me mira, me besa y comenzamos a reírnos como dos descosidos. Supongo que el miedo que hemos pasado se traduce en un ataque de risa ahora que el peligro ya ha desaparecido.
Qué recuerdos, pienso, mientras Mikel corre veloz por la carretera que rodea la costa, muy lejos de la ciudad, y que lleva a un viejo faro el cual, no sé cómo, aún se mantiene en pie. Es nuestro destino.
Aparca la moto al final del camino y nos colamos en el interior del faro subiendo con cuidado por la desvencijada escalera hasta lo más alto de la torre. Allí, en el mirador, se respira aire puro, se oye tan solo el ruido del mar que habla cuando choca contra las paredes del viejo faro, se contempla la lejanía de las aguas adormecidas, la calma chicha del mar, un mar que se confunde con el cielo allá en el horizonte. En este lugar es donde quiero estar, donde estoy con Mikel. Lejos de todo.
—¿Cómo te encuentras, Verónica? ¿Estás bien? —Se muestra preocupado y parece sincero.
—Estoy mejor, superando su traición.
—Lo siento, de veras. Sé que es muy doloroso.
—Claro que lo sabes, a ti te pasó. Yo misma te traicioné.
Mikel no dice nada al respecto, solo me mira tratando de buscar la calma en mis ojos. Pero yo no me siento calmada, al contrario, el corazón me late con fuerza por estar cerca de él.
Respiro profundamente, llenando mis pulmones de ese aire limpio y puro que me ayuda a tranquilizarme. Es extremadamente relajante.
—¿Cómo lo supiste, Mikel?
No pretendo alargar el motivo de la conversación que nos ha traído hasta aquí.
—Noelia era mi mujer.
Como un jarro de agua fría, o peor aún, congelada, me sienta la noticia. Empiezo a temblar, tiritando como si de verdad me hubiesen empapado de agua helada. Era lo último que esperaba escuchar. No sé qué decirle, no encuentro las palabras adecuadas. Tan solo me sale una.
—Mikel…
Qué han hecho contigo… Mikel…
Todo esto parece surrealista, sacado del guión de una película, pero de una película macabra. Esto no puede estar pasando de verdad. Sin embargo, está pasando.
—Lo descubrí por casualidad, durante las vacaciones del verano pasado. Estábamos en la casa que sus padres tienen en la costa, habíamos ido a pasar unos días con ellos. Noelia y yo tomábamos el sol en la playa, a escasos metros de la vivienda, y yo empecé a sentirme mal. Imagino que pudo ser una insolación pero a ella no le preocupó demasiado. Me dijo que fuese a echarme un rato en la cama, que seguramente así se me pasaría. Le hice caso y me marché. En la casa no había nadie, sus padres habían salido, así que me tomé un vaso de agua fría y me acosté. A los diez minutos llegaron haciendo mucho ruido, no sabían que yo estaba tumbado en la cama. Supongo que se imaginaron que estaría con Noelia en la playa tomando el sol, como todas las mañanas. Y los oí conversar…
—La niña va a dejar a Mikel por ese ricachón de la editorial… ¿cómo se llama? Echegaray o algo así.
—Echeverría, Rubén Echeverría. Es un buen partido, y no el desgraciado de Mikel que se gana la vida sirviendo cafés.
—¿Y tú cómo lo sabes, Ramón? ¿Te lo ha dicho la niña?
—Manuela, la niña me lo contó a mí primero.
—Bueno, me parece bien que haya encontrado a alguien con dinero, es lo que siempre ha querido. No sé cómo terminó con Mikel, no lo entiendo. Son tan diferentes.
—Pues porque Mikel le prometió algo que nunca va a poder darle: progreso, dice él. ¡Pero cómo va a progresar sirviendo comidas! En cambio, Rubén Echeverría es el jefe de la editorial y ella tiene muy buen trato con él.
—No debimos consentir que se casara con él hace un año. Fue un error.
—Bueno, querida, ya sabes, estaban enamorados y esas cosas.
—¿Enamorados? Querrás decir que él estaba enamorado, ¿no? Porque Noelia no ha querido nunca a ese pobre desgraciado.
—Me quedé sin respiración cuando escuché todas esas palabras, ese desprecio con el que hablaban de mí. Pero permanecí quieto, sin moverme, hasta que se marcharon de nuevo. Solo habían ido a dejar la compra del supermercado. En el bar los esperaban sus amigos para jugar a sus ya típicas partidas de mus. Se fueron sin saber que yo lo había escuchado todo.
Mikel se detiene y pierde la mirada en el horizonte. Tuvo que ser horroroso escuchar todo aquello, imagino que él confiaba no solo en su mujer sino también en su familia, y una traición así es difícil de digerir. Lo digo por experiencia.
—¿Y qué pasó, Mikel? —pregunto precavida, incluso algo temerosa. No sé si quiere seguir hablando del tema.
—No dije nada a nadie, ni a Noelia, ni a sus padres, ni siquiera a mi familia.
—¿Pero por qué?
—Solo quería olvidarme de ellos, empezar de nuevo, lejos de mi casa, lejos de ella.
—¿La querías?
—Supongo que sí. Pero ya no la quiero, dejé de quererla desde el mismo día que lo descubrí.
No aprecio ni el más mínimo resentimiento en su voz. Es como si eso que le sucedió le hubiese venido bien para despertar de un mal sueño.
—Me fui a Madrid y me dediqué a estudiar y a formarme mejor en la hostelería.
—¿Quieres decir que todo este tiempo has estado viviendo aquí, excepto este último año?
—Así es, y he seguido muy de cerca vuestra trayectoria, vuestros progresos, siempre pendiente de ti, Verónica.
Me ruborizo un poco cuando escucho esto último. Jamás pensé que Mikel pudiese estar tan cerca de mí, y menos aún tan atento y preocupado por mi vida. O, tal vez, debería decir tan obsesionado.
—¿Y cómo es posible que no nos hayamos visto antes?
—¿Para qué, Verónica? ¿Acaso eso hubiese cambiado algo? Tú eras feliz con Rubén.
—Durante un tiempo lo fuimos —reconozco, pero en realidad no quiero hablar de él—. ¿Por qué te casaste con ella?
—Ya te lo he dicho, supongo que la quería, que era capaz de enamorarme de otra persona que no fueses tú.
En ese instante nos miramos a los ojos fijamente y nos decimos mucho en esa mirada. Tal vez Mikel y yo estemos hechos el uno para el otro, o tal vez no. Tal vez solo sea pura atracción física. Pero el caso es que cuando estoy con él, a pesar de mi nerviosismo por tenerlo cerca, me siento tranquila, relajada, como si supiese que con él nada puede pasarme.
—Mikel, yo…
—No digas nada, Verónica, no tienes que decir nada.
Acerca su mano a la mía, apoyada sobre la barandilla del mirador, y la coloca encima con suavidad. Tiene las manos tan calientes en comparación con las mías, frías y sudorosas por puro nerviosismo, que una llamarada fugaz invade el centro de mi pecho golpeando fuertemente mi corazón. Siento cómo la sangre fluye por mis venas avivando todos mis sentidos, cómo hasta la última terminación nerviosa de mi ser cobra vida propia. Siento cómo mi cabeza me dice que no me resistas más y cómo mi cuerpo tiene el impulso de no resistirse más. Lo atraigo hacia mí por el cuello y le beso tímidamente en los labios.
Nuestro primer beso, después de tanto tiempo. Sus labios son tal y como los recordaba, tiernos y cálidos, y sus besos exactamente igual de delicados y de ardientes al mismo tiempo. No puedo parar de besarlo, no quiero. Necesito el calor y la cercanía que Mikel me proporciona. Y también su pasión.
La brisa del mar asciende hasta nosotros, templando la intensidad de nuestra pasión y atemperando nuestra excitación. ¿Es posible que le desee tanto? Ha pasado demasiado tiempo y sin embargo recuerdo su entusiasmo y vivacidad como si los hubiese sentido ayer mismo. Y ese entusiasmo y esas ganas de sentir se contagian y se extienden rápidamente como una plaga.
Me acaricia el rostro, seguro de que eso tranquilizará mi emoción y empeño en seguir besándolo. Y lo consigue, pues poco a poco mi agitación se calma y mi ardor se ralentiza; voy volviendo en sí tras un golpe de impetuosidad.
—¿Por qué te detienes, Mikel? —le pregunto—. ¿Acaso no te gusta?
—Todo lo contrario, Verónica. Si no me detengo ahora, ya no podré hacerlo.
—Pues no lo hagas, ambos lo estamos deseando.
Sin decir nada más, me agarra de la cintura y me empuja hacia el interior. Y allí, en la pasarela, me coge a horcajadas y me apoya contra la pared, haciéndome prisionera con su cuerpo. No tengo escapatoria, es más, quiero quedarme así un largo rato, sintiéndome atrapada por sus empujones.
Tres días. Tres interminables días han pasado desde que Mikel y yo nos vimos. No hemos podido tener otro momento para nosotros, el trabajo no nos lo ha permitido.
Hoy es mi último día en la oficina y me voy de vacaciones. Lo estoy deseando, lo necesito después de los horrorosos acontecimientos de los últimos meses. Todo ha sucedido muy deprisa y no he tenido tiempo de digerir nada. Preciso un descanso para centrarme de nuevo y hallar mi camino.
Una reunión de última hora con otros altos cargos de la empresa ha modificado un poco mi agenda y esta vez no me libro. No puedo delegar en Benjamín una reunión de directivos, es exclusivamente de mi responsabilidad. Pero no importa, me las apañaré bien, siempre lo he hecho.
Pienso que estoy preparada, que no me afectará ver a Rubén. No tengo por qué hablarle, solamente voy, escucho, doy mi opinión y me vuelvo a ir. O también puedo poner una excusa y no asistir. No tengo ganas de verle, no quiero. Es más, creo que no puedo.
El miedo empieza a hacerme dudar. Estoy muy nerviosa, no he vuelto a verle desde que nos divorciamos y no sé cómo voy a reaccionar. No sé si seré valiente y reencontrarme con él me resultará indiferente o si, por el contrario, me derrumbaré y volverá el dolor, y yo diría que más bien sucederá esto último.
¡Pero, no! ¿Qué estoy diciendo? Soy fuerte, tengo que serlo, no puedo dejarme amedrentar por ese miserable que me ha hecho tanto daño, y no voy a darle el gusto de verme destrozada ni hundida, ni siquiera asustada, aunque en realidad lo esté. Este miedo pasará, estoy segura, solo necesito tiempo. Pero el simple hecho de saber que voy a estar en la misma sala que él ya me hace sentir débil y entonces pienso lo contrario que hace un momento, que todavía no estoy preparada. No se pueden forzar las cosas, todo tiene su proceso, su evolución, y correr solo puede hacerme errar, por eso he de dejar que las cosas sucedan cómo y cuándo tienen que suceder. De todas formas, no me queda más remedio que asistir a esa maldita e inoportuna reunión.
Subo, pues, a la sala de reuniones, en la última planta. Puedo hacerlo. Creo. Mi madre siempre me dice que ahí está la diferencia, en creer que puedes hacerlo y en saber que puedes. Por eso yo soy tan débil.
Rubén aún no ha llegado y mientras tanto converso con los demás. Algunos se preocupan por mí y me preguntan cómo estoy. Otros, en cambio, solo me miran con curiosidad, tratando de adivinar cómo me siento. Qué les importará a ellos, ni que fuese la primera mujer divorciada del país.
A los dos minutos aparece Rubén, con su traje de chaqueta como siempre. Está realmente guapo, se le ve bien, feliz. Un sentimiento de rabia me invade a la vez que otro de dolor y tristeza empuja para posicionarse en primer lugar. Me doy cuenta de que lo echo de menos, lo extraño mucho, y me pregunto si a él le sucederá lo mismo. Han sido muchos años juntos, nos conocemos desde la niñez y durante todo este tiempo nos hemos querido profundamente. Al menos yo. Pero ahora las cosas son muy distintas.
Estoy nerviosa y me da la sensación de que todo el mundo lo aprecia. En cambio, no parece que nadie repare en mi nerviosismo; solo son suposiciones mías.
La reunión transcurre con normalidad, se concretan varios asuntos y se ultiman algunos detalles que quedaban pendientes, así, al incorporarnos en septiembre, todo estará zanjado y listo para ponerse en marcha. En verdad, la reunión es interesante y acertada. Nunca lo habíamos hecho así, siempre quedaban flecos sueltos que había que solucionar a la vuelta y por eso muchas cosas se quedaban en el tintero. No sé por qué Rubén habrá tomado esta alternativa, ni tampoco si ha sido idea suya o de su padre, o incluso de cualquier otra persona. Pero en cualquier caso ha sido una buena decisión.
Al finalizar la reunión, Rubén sale disparado de allí, parece tener mucha más prisa que yo. No nos saludamos ni nos despedimos. Pienso que se ha olvidado pronto de mí, y tal vez él piense lo mismo, pero yo no lo he hecho. El caso es que apenas nos hemos dirigido la palabra, salvo por los momentos obligados de la reunión en los que había que intercambiar opiniones. Ha sido raro, difícil de creer.
Cuando voy por el pasillo camino de las escaleras, lo oigo saliendo del despacho del Director de ventas, riendo y haciendo gracias a alguien… A ella. Mi rostro palidece como si hubiese enfermado de repente, y encima es inevitable cruzarnos en el camino.
Paso de largo, pero por educación, lo saludo. Él no responde, ni siquiera me mira, tan solo sigue riendo y hablando con ella como si se hubiese cruzado con una desconocida. Qué estúpido, cómo puede llegar a cambiar tanto una persona. O tal vez no haya cambiado, tal vez haya sido siempre así y yo no me haya dado cuenta. De pronto, la rabia me hace reaccionar y antes de llegar a las escaleras, me giro y lo llamo.
—¡Rubén! —Se da la vuelta y se detiene—. Al menos podrías saludar, ¿no crees?
No dice nada, pero no deja de mirarme.
—¿A quién? —dice Noelia repentinamente. Su tono es insolente, lo cual me fastidia bastante, y más aún cuando Rubén lo pasa por alto. Está claro que le importo una mierda, que ninguno de los dos me respeta ni me ha respetado nunca, al contrario de lo que llegó a decirme en una ocasión.
—Verónica, Noelia y yo no hemos hecho nada, te lo prometo. Te hemos respetado, ella te ha respetado mucho. Es más, incluso me propuso darle una oportunidad a nuestro matrimonio.
—¿Cómo dices? ¿Tan tonta me consideras?
—Es cierto. Puedes creértelo o no, pero es la verdad.
—Pues no me lo creo. ¿Acaso tú sí? Debe de ser eso, que tú mismo te crees tus propias mentiras.
Increíble. Cuántos engaños, cuántas mentiras, cuánto dolor en cada discusión. Y no se daba por vencido sino todo lo contrario, le daba la vuelta a la tortilla y pretendía culparme de todo. ¡Tú te viste con Mikel y me lo ocultaste! Me decía constantemente. Hay que ser rastrero para querer maltratarme con eso, cuando él llevaba viéndose con Noelia varios meses. Me machacó mucho con ese tema y psicológicamente me afectó. Durante un tiempo llegué a creer que yo había tenido la culpa de nuestro divorcio. Rubén es un perfecto manipulador, y a mí me manipuló. Pero con el tiempo entendí que yo no había tenido nada que ver en nuestra ruptura, que todo lo causó él. Es evidente que ser el malo de la película no le gusta a nadie y que es mucho más fácil echarle la culpa a los demás, o al menos repartirla con alguien, que asumir un error tan grande. Pero hay cosas que caen por su propio peso.
Después de escuchar la impertinencia de Noelia y darme perfecta cuenta de que Rubén le sigue el juego alabando su atrevimiento, me quedo desmoronada por completo. Me siento humillada y pisoteada, quiero correr hacia ellos y abofetearlos a los dos por su descaro, su falta de humanidad y sensibilidad hacia mí. No he conocido a personas tan crueles en mi vida. ¿Qué tipo de individuo es Rubén? ¿Con quién he estado conviviendo todos estos años? No lo reconozco en absoluto. Pero una cosa tengo clara: tampoco quiero conocerlo.
Camino hacia las escaleras mientras ellos se encierran en el despacho de Rubén. Los veo entrar justo cuando toco la puerta de salida de emergencia. Tonta de mí que dirijo la mirada hacia allí en el mismo momento en que Rubén apoya su mano en la puerta de su despacho con la intención de cerrarla, no sin antes volver la vista hacia mí, aunque no puedo asegurar si lo hace para comprobar que los he visto entrar o porque en verdad se siente mal por su lacerante actitud y la de su amiga y con esa mirada pretende disculparse.
Comienzo fatal mis vacaciones. Después de este inesperado primer encuentro con Rubén tras nuestra ruptura, estoy completamente convencida de que volveré a caer, haciéndome más débil. Es más, en cuanto llego a mi casa, me tumbo en el sofá y baño los cojines en lágrimas. Otra crisis, yo que creía haberlas superado ya.
Suena el teléfono. Descuelgo automáticamente y respondo a la llamada, pero en realidad no tengo ganas de hablar con nadie.
—¿Verónica? —Dice la voz de Mikel—. ¿Estás bien?
Supongo que por mi modo de contestar al teléfono le he debido de parecer apesadumbrada.
—Hoy lo he visto, y no estaba preparada. —Es lo primero que he pensado y lo he dicho en voz alta.
Me doy cuenta de que ya ha anochecido. He debido de quedarme dormida y no sé ni qué hora es.
—Paso a recogerte en media hora —me anuncia Mikel—, así que ve preparándote. No puedes estar así.
—No tengo ganas de salir, lo siento.
—Me da igual, Verónica. No voy a dejar que te encierres y te destroces pensando en algo que ya no tiene remedio.
—Bien, como quieras.
—Prepárate —me repite—, vamos a cenar fuera.
Siempre pendiente de mí, preocupado por mi estado de ánimo, interesado en que me recupere y dispuesto a hacerme feliz. Adoro a este chico. Adoro a Mikel. Pero Rubén… Rubén ha regresado a mi mente.