Capítulo 24

Al borde de la chimenea nuestros cuerpos se mantienen calientes. En verdad, aún no les ha dado tiempo a enfriarse. Completamente desnudos sienten, sobre la suave alfombra, la calidez que en ellos proyecta el fuego y del cual no quieren alejarse. Es una gozada estar delante de esas llamas que aún arden vivazmente y calientan toda la casa. Quiero dormir aquí, desnuda, arropada tan solo por el tacto de una ligera manta y por el roce de su cuerpo que seguro es como una suave caricia.

De costado y apoyada sobre mi mano, me dedico a estudiar su cuerpo, a analizar cada recodo, cada curva, cada lunar. Busco alguna marca de nacimiento, alguna cicatriz, alguna arruga. Pero es tan perfecto que no encuentro ninguna. Acostado de lado, igual que yo, él observa el mío a la vez que lo acaricia suavemente. Recorre con sus delicados dedos la línea de mi cuerpo de arriba abajo, erizándome la piel con cada caricia. Me estremezco y necesito acercarme a él para aplacar los escalofríos provocados por el roce de sus manos. Siento su calor corporal y percibo su olor a perfume que aún resiste, aunque entremezclado con el olor a sexo. Ya nunca voy a poder olvidar ese olor. Olor a amor, a pasión, a deseo. Olor a Benjamín.         

—Es fascinante —digo tras olfatear su cuello—, delicado, sensual, apetecible, muy apetecible.

Continúo hasta que termino dándole mordiscos y eso le hace cosquillas.

—¡Verónica, para! —No le hago caso y sigo mordisqueándolo—. Conque esas tenemos. ¡Te vas a enterar!

Me tumba boca arriba y comienza a hacerme cosquillas por ambos costados. Me provoca tanta risa y flojera que no puedo defenderme.

—¡Benjamín, para, por favor!

—Ni hablar —bromea conmigo a la vez que un ejército de cosquillas me acorrala sin opción de fuga.

—¡No, para, por favor, para! —Repito—. ¡No puedo aguantarlo!

—¿Me ha parecido oír que no pare?

—¡No, no! ¡Que pares, he dicho que pares!

Cuando por fin me hace caso, el agotamiento que me han provocado sus cosquillas me deja tirada en la alfombra sin ser ni siquiera capaz de ladearme. Y así me quedo, tumbada boca arriba y completamente agotada, emitiendo gemidos de fatiga. Entonces, sin haberme dado tiempo a recuperarme, repite su último juego.

—¡Ay! —Grito. Me ha pillado por completo desprevenida—. ¡Benjamín, no, no, no!

Pero no puedo hacer nada. Tengo la batalla perdida.

Amanece y el frío penetra en la casa. En la chimenea ya solo quedan las brasas resguardadas por las cenizas, y la manta que nos ha cobijado durante toda la noche ahora me parece una ligera e insignificante sábana que apenas roza mi cuerpo. Noto cómo Benjamín me cubre con otra manta más gruesa y lo agradezco enormemente.

—¿Adónde vas? —Le pregunto.

—Voy a por más leña, princesa. Sigue durmiendo.

Qué bonita palabra. Qué bonita cuando sale de sus labios.

Lo oigo trastear en la cocina. Me he debido de quedar dormida un rato más pero el calor que de repente comienzo a sentir me ha hecho destaparme y despertarme. La chimenea vuelve a arder y un agradable olor a café se mete en mi nariz y llega hasta mi cerebro, recordándome el hambre que tiene mi estómago. Me doy cuenta de que estoy desnuda y, estúpidamente, me da vergüenza. Me cubro con la manta más fina y me acerco a la cocina. Benjamín ha preparado el desayuno y me invita a sentarme en la mesa que hay junto al ventanal del comedor. Continúa nevando y es hermoso para los sentidos ver caer los copos de nieve mientras una sabrosa taza de café te calienta el cuerpo y te conecta con la vida. Es entonces cuando me da por pensar. Pienso que esta vida es la que yo quiero, una vida en la que si duermo y sueño soy feliz, pero también una vida en la que si estoy despierta, como ahora, me siento aún más feliz. Benjamín ha sido un regalo que la vida me ha dado, uno que merecía indudablemente, así que gracias a la vida o a aquello que sea que me ha hecho tan feliz. Y continúo pensando a la vez que voy dándole pequeños sorbos al café. ¿Habrá sido una casualidad que nuestros caminos se hayan cruzado o era algo que estaba previsto? Noto que me voy sumiendo en mis propios pensamientos, aislándome de la perfección que me rodea, y antes de que esa vocecilla insolente y respondona asome sin ser llamada, me concentro en mi desayuno con Benjamín.

—Esta noche lo he pasado muy bien. ¿Crees que podremos repetirla?

Benjamín apoya su taza encima de la mesa y me mira con sus ojos hipnotizadores. Por un momento me pierdo en ellos, en las profundidades del mar infinito que esconden, sintiéndome tranquila y protegida simplemente porque estoy con él. Solo el roce de su mano con la mía me devuelve a la superficie.

—Yo estoy dispuesto, Verónica —me dice al mismo tiempo que aprieta mi mano—. Pero quiero que tú estés segura.

          —Lo estoy.

Nunca lo he estado tanto. Sé que quiero estar con él, que deseo compartir mi vida con él y también que necesito apoyarme en él.

Y entonces la vocecilla impertinente de siempre me taladra otra vez la cabeza. No necesitas apoyarte en nadie, me dice, solo en ti misma. No hagas depender tu vida de ninguna otra persona que no seas tú. No la escucho, no quiero escucharla. Solo quiero vivir, y vivir viva, como le prometí al Doctor Heredia.

—Estoy segura, Benjamín —repito—. Muy segura.

La campaña de Navidad ha sido un éxito. Generalmente, las ventas literarias se disparan en esta época del año, pero las concernientes a Puig-Bassols Ediciones han cobrado un especial protagonismo. Ahora se habla más que nunca de ella, los periódicos y las cadenas de radio mencionan constantemente los trabajos, en su gran mayoría excelentes, de mi editorial. Puig-Bassols está en boca de todos. Incluso en la de la familia Echeverría.

—Se rumorea que la Editorial Echeverría va a quebrar —me comunica Benjamín una mañana.

—Lo sé, lo he oído. Se habla de ello en todos los medios.

—¿Y sabes quién tiene la culpa?

—Puede.

—Oh, Verónica, lo sabes, no te hagas la tonta —me dice con una satisfacción incontrolable.

—Benjamín, contrólate, por favor —digo yo tratando de disimular mi gozo.

—Todo lo has conseguido tú sola, princesa.

—Eso no es cierto del todo. Tú me has ayudado.

—Gracias por rescatarme —me dice—. Aquella llamada que hiciste cambió mi vida en muchos sentidos.

—También cambió la mía, y sin ti no lo hubiese conseguido. De modo que podemos decir que nos rescatamos el uno al otro.

Una llamada al teléfono de mi despacho interrumpe nuestra conversación. Es Blanca, comunicándome que el Señor Rubén Echeverría padre está aquí y que desea hablar conmigo. Francamente, me pilla por sorpresa, pero sin duda acepto su visita.

—Hazlo pasar, Blanca —le ordeno a mi joven secretaria.

Mientras llega, Benjamín y yo nos miramos extrañados. ¿Qué querrá con esta visita tan repentina y sin previo aviso?

—Señor Echeverría, qué sorpresa. —Le saludo y le doy la bienvenida.

Me agrada verle después de tanto tiempo. Él siempre me ha tratado muy bien y cuando me dio de lado fue porque era lo más razonable para su negocio. Me había convertido en un lastre para él y no le quedó más remedio que aceptar mi despido.

—Hola, Señorita Puig —me saluda—. Señor Galacho.

—Me alegra verle, Señor Echeverría —dice Benjamín.

—Creo que podríamos llamarnos por nuestros nombres de pila, ¿no os parece? Al fin y al cabo nos conocemos desde hace muchos años, somos casi parientes.

A Benjamín no parece hacerle mucha gracia el tono tan amigable con el que ha hablado el recién llegado pero yo considero que es lo más apropiado. Son muchos años hablándole de tú y no estoy acostumbrada a hacerlo de otra manera.

—Pues tú dirás, Rubén —digo al mismo tiempo que le ofrezco asiento—. ¿Qué te trae por aquí?

Me doy cuenta de que observa a Benjamín con cierto recelo, como si desconfiara de él o como si creyese que él no tiene por qué enterarse de lo que ha venido a contarme.

—Benjamín es mi mano derecha —le aseguro—, cualquier cosa que tengas que decirme puedes decirla delante de él.

Parece dudar, pero termina aceptando que no voy a ordenarle a Benjamín que nos deje solos.

—Verónica, he venido a proponerte un trato.

—¿Un trato? —Repito—. ¿Qué clase de trato?

          —De sobra sabes cuál es la situación de la Editorial Echeverría. —Se incomoda un tanto y dirige su mirada a Benjamín, el cual le mira expectante, al igual que yo—. Necesitamos que una editorial fuerte como la tuya asuma nuestras deudas.

Por un momento creo que está bromeando, pero después lo veo tan decidido que empiezo a pensar que está hablando totalmente en serio.

—¿Necesitamos? —pregunto—. ¿Estás seguro de que tu hijo sabe algo de esto?

—Tan perspicaz como siempre —me dice—. No, Verónica, él no lo sabe.

—Me extrañaba que ese malnacido consintiese tu propuesta.

—Rubén se ha portado muy mal contigo, lo sé y lo admito, pero es mi hijo. Así que te pido por favor que cuides tus palabras hacia él, al menos delante de mí.

No me disculpo por ello, simplemente asiento.

—Soy yo —continúa— el que pretende salvar la empresa que tanto esfuerzo costó montar a mi familia y que por una serie de motivos descontrolados está yendo a pique.

          —Querrás decir motivos provocados por Rubén y sus caprichos —pronuncio severamente.

—Así es —admite después de una breve pausa.

Entiendo que no debe de ser fácil para él (ni para nadie) presentarse ante la competencia rogando que salven tu culo. Y menos aún cuando el causante de todo tu infortunio es tu propia familia.

—¿Y que se supone que gano yo con eso?

—A cambio te ofrezco el cincuenta por ciento de las ganancias que comience a tener mi editorial cuando tú la rescates.

Benjamín y yo nos miramos y ambos sabemos que no es suficiente.

—¿A cuánto ascienden las deudas de la Editorial Echeverría? —me intereso. Es evidente que tengo que conocer ese detalle.

Rubén me entrega una carpeta con una serie de documentos donde constan, echándoles un vistazo por encima y entre otras muchas cosas, las cuentas de la editorial con las deudas perfectamente detalladas. 

—Tendría que estudiar estos documentos con atención. No puedo darte una respuesta ahora mismo.

—Naturalmente, Verónica.

—Pero desde este mismo momento te digo que si aceptase tu propuesta, no lo haría por menos del ochenta por ciento.

Rubén y Benjamín palidecen. Supongo que ambos lo hacen por el mismo motivo y supongo también que lo entiendo. Pero no soy tonta y tengo que negociar. Si algo he aprendido en todo este tiempo es a pensar en mí y en mi propio beneficio.

—Me parece excesivo el ochenta por ciento —replica Rubén.

—No con todas las deudas contraídas por la editorial, que por lo que veo son bastantes.

—¿Qué te parece el sesenta por ciento?

—He dicho el ochenta.

—Tal vez podríamos negociarlo.

—Tal vez —repito—. Sin embargo, mis condiciones son esas, Rubén. Si quieres que salve tu empresa, el ochenta por ciento de las ganancias serán mías.

—¿Podríamos dejarlo en el setenta, por favor? Te lo ruego, Verónica.

Ahí está él, suplicando de nuevo, y solo se me ocurre pensar que ojalá fuese su hijo el que estuviese pidiéndome esta oportunidad, simplemente para decirle que no. Pero este hombre, mucho más humilde que su propio hijo, se la merece.

—Son muchas deudas las que tiene la Editorial Echeverría, y lo sabes.

—Bueno, has dicho que lo estudiarías ¿no? Puede que cambies de opinión y cedas. Esto no es fácil para ninguno.

—Lo estudiaré, Rubén.

—Gracias—dice medio avergonzado—. En un par de días me das la respuesta definitiva, ¿te parece?

—Por supuesto.

Rubén se levanta y nos despedimos.

—Un placer, Señor Galacho —le dice a Benjamín. —Verónica, hasta pronto.

Me tiende la mano y en ese momento le hago la pregunta.

—¿Qué vas a decirle a tu hijo si acepto tu propuesta?

Por la expresión de su rostro deduzco que tenía prevista esa pregunta, por tanto, también la respuesta.

—No seré yo quien se lo diga, Verónica. Tendrás tú el placer de hacerlo cuando eso ocurra.

          Ahora soy yo la que palidece. Rubén Echeverría padre me está ofreciendo la oportunidad de vengarme de su propio hijo.

Las cosas han ido sucediendo muy deprisa y por suerte todo ha sido muy favorable.

Finalmente, he asumido las deudas de la Editorial Echeverría a cambio del setenta por ciento de sus ganancias; me parecía lo más sensato. Conservará su nombre y sus estatutos seguirán siendo los mismos, incluso el personal empleado y la mayoría de los cargos directivos continuarán desempeñando sus funciones, salvo algunos cambios insalvables como por ejemplo el despido de la Señorita Noelia Fuentes por motivos de conducta agresiva y provocadora hacia ciertos empleados que el propio Señor Echeverría padre ha propiciado. Qué putada. Nunca le cayó demasiado bien esa mujer. Me alegro.

A Rubén hijo no parece importarle mucho que hayan despedido a su novia (o lo que quiera que sea). Él solo se preocupa de divertirse con ella o con cualquier otra persona. Al final ha resultado ser como sus demás hermanos, los cuales nunca quisieron responsabilizarse de la empresa familiar. Durante mucho tiempo estuvo volcado en ella e hizo bien su trabajo, pero de pronto, un día cualquiera, todo cambió.

Salvo esa pequeña particularidad y alguna que otra insignificancia, no ha habido más cambios sustanciales dentro de la Editorial Echeverría y, por ahora, Rubén continúa siendo el Director Ejecutivo de la misma a la espera de que su padre, como Presidente de Honor de la editorial y con derecho de voz y voto tal y como indican los estatutos de la misma redactados por su difunto padre el Señor Lorenzo Echeverría, fundador de la editorial, considere el momento oportuno para comunicarle a su hijo la nueva situación de la empresa, salvada gracias a Puig-Bassols Ediciones, o lo que es lo mismo, gracias a mí. Ambos sabemos que Rubén montará en cólera, pero para entonces la empresa ya habrá sido rescatada, que es lo que le interesa al Señor Echeverría.

Otro de los acontecimientos importantes de las últimas semanas ha sido el éxito de nuestro joven e innovador proyecto, el que nos cierne a Benjamín y a mí como empresa. Desde que se lanzara la publicación de las colecciones dedicadas a la literatura infantil y juvenil en la época navideña, no hemos parado de trabajar en ellas repitiendo las tiradas constantemente. Ha sido un triunfo total en muchos sentidos. La prensa local y nacional, así como los demás medios de comunicación, se han hecho eco de este beneficioso y fructífero proyecto que satisface muy positivamente a un sector de la sociedad que hasta ahora permanecía prácticamente desatendido. Multitud de escritores noveles y consagrados sienten la necesidad de publicar con nosotros y experimentar la grata sensación de deleitar a los lectores más jóvenes con sus historias disparatadas o educativas haciéndoles volar su imaginación. Y también, por supuesto, para complacerse a sí mismos y sus bolsillos. No hay nada más satisfactorio para ellos (y para cualquiera) que ver crecer sus cuentas corrientes a niveles desorbitados. Y es que la demanda de la literatura infantil y juvenil se ha disparado y las demás editoriales han comenzado también a trabajar para este sector, aunque Puig-Bassols Ediciones ya se ha consagrado como la pionera en el lanzamiento y despegue de las publicaciones de este tipo de literatura.

Benjamín y yo estamos inmensamente contentos por la sucesión tan favorable y positiva de los últimos acontecimientos, tanto que estoy empezando a pensar que algo malo viene detrás.

Y no me equivoco.

—Tengo un regalo para ti, Verónica —me comenta Mikel por teléfono.

Hacía tiempo que no sabía nada de él. He estado muy liada este último mes y cuando he tenido ocasión me he dedicado a disfrutar con Benjamín. Por eso me pongo muy contenta cuando Mikel contacta conmigo.

—¿Podemos vernos? —quiere saber.

—Naturalmente, podría hacerte un hueco.

—Menos mal, últimamente estás demasiado ocupada.

—Sí, estas últimas semanas han sido de vértigo.      

—¿Te viene bien en mi casa?

—De acuerdo. Esta tarde me paso por allí.

—Perfecto.

—¿Qué es ese regalo? —Me atrevo a preguntar; soy tan cotilla que no puedo resistirme.

—Verónica, los regalos son una sorpresa, y las sorpresas no se dicen.

—Vale, señor misterioso —bromeo—. Lo descubriré en tu casa. 

—Muy bien, nena, aquí te espero. Estoy loco por verte.

Omito este último detalle y me centro en la palabra inesperada (y prohibida para mí) que ha pronunciado.

—¿Cómo me has llamado?

—Nena.

—No vuelvas a llamarme así nunca más.

—Vale, perdona —dice sin más—. Nos vemos luego.

—Sí, luego.

Esa palabra me acarrea recuerdos espantosos, recuerdos que jamás quisiera volver a traer a mi memoria. ¿Por qué Mikel me ha llamado de ese modo? Nunca lo ha hecho, que yo sepa. Y que yo sepa, nunca le conté cómo me llamaban aquellos hijos de puta cuando…

Uf. No quiero recordarlo.

Solo espero que haya sido casualidad.  

Sí, eso. Seguro que ha siso pura casualidad.