Capítulo 12
Han transcurrido casi tres meses desde que Rubén y yo nos dimos la última oportunidad. Sin embargo, no puedo decir que las últimas semanas hayan sido idílicas.
Las discusiones han vuelto y al parecer para quedarse. Ha sido de repente, otra vez. Discutimos por cualquier cosa, por insignificante que sea.
No hace demasiado tiempo, cuando el comportamiento de Rubén volvió a ser distinto, me puse en contacto con Mikel; necesitaba a alguien con quien hablar y sabía que él me escucharía. Recuerdo que me dijo que, probablemente, ella no habría desaparecido. Yo me enfadé mucho con él cuando lo escuché y llegué a decirle que no tratase de manipularme y que se metiera en sus asuntos. Pero algo me decía que podía tener razón.
Estamos a principios de mayo y se aproxima mi cumpleaños. Treinta primaveras ya. Ninguna gana de celebraciones.
Una noche cualquiera, Rubén vuelve a llegar tarde a casa, y ya no me fío. No significa que haya estado con ella, pero tampoco que no lo haya estado. También ha podido estar con cualquier otra persona, incluso con cualquier otra mujer.
—¡Pero dónde has estado! ¡Tú sabes qué hora es! —Estoy muy enfadada y creo que tengo derecho a recriminárselo—. Al menos podrías haberme avisado.
—Lo siento, Verónica. Estaba con los chicos y se me olvidó llamarte.
—¿Se te olvidó, otra vez?
Rubén no dice nada, parece que esté tratando de esquivarme.
—Ni siquiera me has dado un beso —le reprocho—. Pero da igual, no te molestes —y vuelvo a tumbarme en la cama.
—Venga ya, Verónica, hoy es viernes, había quedado con mis amigos para tomarme unas copas. ¿Es que no puedo?
—Claro que puedes, pero me lo podrías haber dicho. Tan sencillo como eso.
—¿Y a ti qué más te da? ¿Acaso habías planeado hacer algo conmigo?
Maldito desgraciado, pienso. En lugar de agachar las orejas se pone bravucón. Así es Rubén, un puto orgulloso. Pero ya no me callo. Ni hablar.
—¿Qué coño está pasando, Rubén? —le pregunto—. Es Noelia, ¿verdad? Es ella otra vez.
Quiero (deseo) equivocarme, escuchar que no, que ella no tiene nada que ver. Pero lo que escucho es justo lo contrario y sus palabras me caen como un rayo, quemándome viva.
—Sí, Verónica —admite—. Es Noelia.
Tierra trágame.
¡No, otra vez no! Hijo de la gran puta. Maricón. Te odio. Desgraciado. Eres un maldito cabrón, una mala persona. Todo eso se me pasa por la cabeza en milésimas de segundo. De pronto me veo arrastrada por un remolino de viento que me hace estrellarme contra la pared, dejándome medio muerta. ¿Qué clase de persona es Rubén? ¿Cómo pude confiar en él? Es un traidor, un ser dañino, maligno. Un demonio.
—¡Embustero! —Grito—. ¡Cabrón! ¡Cabrón!
—Tranquilízate, Verónica. Déjame que te explique.
—¡Que me tranquilice! ¡Cómo coño quieres que me tranquilice si lo que quiero es matarte!
—Verónica…
—¡Vete a la mierda! ¡Se suponía que me querías! Me has vuelto a engañar, Rubén… ¡Cómo pude ser tan idiota!
—Yo no te engañé, era verdad cuando te dije que te quería.
—¡Mentira! ¡Otra mentira! Una detrás de otra. Ya no sabes hacer otra cosa nada más que mentir. Cuando se quiere a una persona no se le hace esto.
—¿Y qué me dices de ti, eh? —Rubén desvía la conversación, confundiéndome de nuevo.
—¿Qué pasa conmigo? ¿A qué te refieres?
—Me refiero a tu amigo Mikel. ¿Porque es tu amigo, verdad? O tal vez sea algo más que un amigo.
No puedo creerlo. Qué cobarde es Rubén, cómo le da la vuelta a la tortilla una vez más excusándose en Mikel. Eso solo lo hacen las personas corrompidas como él que intentan culpar a los demás para evitar cualquier castigo.
—No te consiento que metas a Mikel en esto. Él no tiene nada que ver.
—¿Ah, no? ¿Cómo que no?
—No —digo tajante.
—Pues entonces, ¿por qué te ves con él?
—¿Por qué te ves tú con ella?
—Entonces es cierto, os habéis visto. —Supongo que mi silencio habla por sí solo, pero no tengo nada que esconder—. ¿Ves? Yo no soy el único mentiroso.
—No compares, Rubén. Yo he tomado un café con Mikel; tú te has follado a Noelia. Me parece que hay una diferencia importante, ¿no crees?
Ya no dice nada. Qué puede decir, no tiene ninguna justificación.
—Ten valor para admitir tu error de una puñetera vez. Me has vuelto a ser infiel y con la misma persona. Todo este tiempo lo único que has hecho ha sido reírte a mis espaldas. Eres un ser despreciable, Rubén, un monstruo. Estás podrido por dentro y te compadezco porque con el tiempo te verás solo. ¿Quién quiere estar al lado de la basura?
Supongo que, por segunda vez, se acabó mi relación con Rubén. Y ya es la definitiva. Nunca más volveré a caer en su trampa.
Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Estoy completamente de acuerdo. Dos veces. No más.
Al día siguiente ya estoy de nuevo en mi apartamento. Gracias a que no me deshice de él.
Vuelvo a estar sola, deprimida, y con el paso de los días vuelvo a perder peso. Me dicen que estoy demasiado delgada, pero no lo hago a propósito; simplemente no tengo apetito, mi estómago está cerrado a cal y canto. Es más, a veces incluso vomito lo poco que como.
Hay momentos en los que tengo la sensación de que todo esto va a acabar conmigo. La doble separación, las mentiras, el dolor. En dos palabras: la traición. Mi vida vuelve a ser un caos, una vorágine de miedos y temores que se precipitan causándome un ahogo que me hunde hasta las profundidades. Quiero morir, desaparecer de esta puta vida que, de repente, me está tratando tan mal. Yo quería a Rubén, todavía lo quiero a pesar de la herida tan grande que me ha causado, y pienso que sin él no voy a ser capaz de salir adelante.
Transcurren unos días y llega mi cumpleaños, un cumpleaños de ultratumba, pues estoy más muerta que viva. No hago nada más que caer, y caer, y caer…
Caer. Una vez más.
Caer. De nuevo.
Caer.
No quiero celebrarlo, no quiero hacer nada. Solo quiero olvidarme de todo, y para eso tengo que morir.
Van pasando las horas y no llama para felicitarme. Pero llamará, sé que lo hará.
Al mediodía suena el teléfono. ¡Por fin! Pienso.
Es mi madre. Me decepciono. Lo siento, mami.
—Felicidades, hija mía —me dice, tratando de parecer alegre; ella también lo está pasando mal—. ¿Cómo estás?
—Bien, mamá, no te preocupes.
Qué bien miento.
—Vente a casa y lo celebramos juntas.
Mi madre va en silla de ruedas. Tiene una enfermedad degenerativa y está muy limitada. Y mi padre, con su trabajo, no le sirve de gran ayuda. La pobre se las apaña como puede.
—No, mamá, prefiero quedarme aquí. Estoy tranquila y amodorrada. No me apetece vestirme.
—Pero, hija, es muy triste celebrar tu cumpleaños así, sola.
—Más triste sería no celebrarlo, ¿no crees?
—No digas eso, mi niña. —Me doy cuenta de que su voz se apaga. Inconscientemente, yo misma hago sufrir más a mi madre—. Solo cumples treinta años una vez en la vida.
—Como todos, supongo. —Sé que al final se dará por vencida y dejará de insistir.
—Si cambias de opinión —me dice—, una tarta de chocolate te espera en casa.
—Gracias, mamá. Te quiero. Adiós.
Me quedo dormida mientras la tele emite berridos de unas personas que no sé quiénes son, dudo incluso que se conozcan entre ellas. He seleccionado ese canal como podía haber seleccionado otro cualquiera; de todos modos, me habría quedado dormida.
Al poco rato de dormirme, o eso me parece a mí, vuelve a sonar el teléfono. Será él, seguro que es él, piensa mi desordenada cabeza. Sin embargo, me equivoco de nuevo. Esta vez es Mikel, pero me alegro.
—Hola —me saluda—. ¿Cómo estás?
—Bien —miento.
—No, no lo estás, pero mientes bien. —Se ríe tímidamente y consigue arrancarme una sonrisa, aunque él no puede apreciarla—. Felicidades, Verónica.
—Gracias, Mikel.
—¿Te apetece tomar algo para celebrar tu cumpleaños?
—No, gracias, estoy sin vestir.
—Bueno, eso tiene solución.
No quiero salir a celebrar nada, no tengo ánimos, solo quiero estar sola y dormir, pero me parece tan grosero decirle que no, que al final acepto.
Pobre mami, he rechazado su invitación y he aceptado la de Mikel. No se lo diré, aunque estoy segura de que lo entendería.
—Dame media hora y me recoges, ¿te parece?
No es que esté realmente convencida, pero será una copa y ya está. Regresaré a casa enseguida.
¡La una de la madrugada! ¡No puedo creérmelo!
Me sigue apeteciendo la compañía de Mikel y le propongo subir a casa. Me ha hecho pasar una noche muy divertida, hice bien en aceptar su invitación. Y también me ha hecho un regalo.
Es una cajita de música con una nota en su interior que dice así: <<Cada vez que la tristeza te invada, abre esta caja y piensa en nosotros. Sonreirás>>. Qué raro, esta vez no ha puesto la inicial de su nombre, como suele hacer.
—Es preciosa, Mikel —le digo emocionada cuando me la entrega—. Gracias.
—No las merece.
—¿Por qué no has puesto la M?
—Sí lo he hecho. Mira bien.
Releo lo que ha escrito y no veo nada.
—¿Dónde? No la veo.
—En la caja —me indica—. No en la nota.
Por un momento lo miro extrañada, pero tomo la caja y la analizo. En una esquina del espejo interior hay una discreta M grabada en color plata. Qué gran detalle por su parte. Sonrío al verla, tal y como él ha dicho.
—¿Ves? Sabía que sonreirías.
Me he enterado de que Rubén se ha ido a vivir con ella. Bueno, más bien ella se ha ido a vivir con él a su casa, la que un día también fue mía. Podía imaginar que eso pasaría, pero cuando te confirman la noticia es un golpe bajo que te vuelve a hundir en lo más profundo de toda la mierda. Si Rubén supiera cómo me siento...
Salvo por eso, no he tenido noticias suyas, ni siquiera fue capaz de felicitarme por mi cumpleaños. Es más, tengo entendido que fue justo ese día cuando ella se instaló en su casa. El día de mi cumpleaños. Qué doloroso. Y seguramente harían el amor en la que también fue mi cama. ¡Basta! No quiero pensarlo.
No sé si es pura casualidad o un modo de actuar intencionado, pero el caso es que parece que todo sea hecho a conciencia para causarme el mayor dolor posible, aunque quiero pensar que Rubén no es capaz de provocarme tanto dolor. Claro que también creí que no sería capaz de abandonarme por segunda vez. Ni siquiera imaginé que pudiese hacerlo una primera.
Las personas cambian tanto en tan poco tiempo... O quizá no cambian, quizá nunca fueron eso que creíamos que eran. Quizá nunca les hizo falta manifestar su verdadera naturaleza, su lado más inhumano y cruel con las personas más cercanas y queridas simplemente porque sentían respeto y admiración por ellas, hasta que llega un momento en el que, de repente, algo cambia y deciden mancillar ese respeto y esa admiración que antes, con tanto fervor, les dedicaban. Qué locura. Qué extraño es todo. Qué injusto.
Soy incapaz de salir adelante, de avanzar. Estoy en lo más profundo de un pozo del cual no puedo salir. Veo una luz arriba, a lo lejos, pero no consigo llegar hasta ella. Estiro mis brazos todo lo que puedo pero no es suficiente, no llego. Se me escapa. La luz que probablemente salvaría mi vida, se me escapa.
—Es necesario que no recibas ni una sola noticia de él —me dice mi psicóloga—, o te costará el doble progresar. Te lo he repetido muchas veces, Verónica. Cuanto más te alejes de él mejor será para ti.
—¿Cree que lo hago a propósito, doctora? —Estoy medio tumbada en el diván de su consulta. Me ha molestado su comentario y en mi tono de voz lo ha debido de notar—. Pues no es así, ¿sabe? Me esfuerzo todo lo que puedo, pero no es tan fácil como parece desde ahí.
—No te esfuerzas lo suficiente —me transmite completamente tranquila—. Puedes hacer más, pero te escudas precisamente en lo contrario. Deja de esconderte y deja de buscarlo y de querer saber de él. Es lo que estás haciendo.
—Yo no estoy haciendo eso, las noticias me llegan sin buscarlas.
—No es cierto, de un modo u otro te las ingenias para enterarte de su vida, de lo que hace y deja de hacer. Así no progresas.
Tal vez tenga razón y yo misma busque información de él. Me sigue preocupando su vida, aún le quiero. Desgraciadamente, aún le quiero.
—Debes desvincularte definitivamente de él, romper todos los lazos emocionales que te atan a él. Mientras continúes bajo su influencia, él seguirá doblegándote. Siempre, Verónica. Y aún estás bajo su dominio, sujeta a su yugo, aunque tú creas que no. Has estado muchos años dependiendo de él emocionalmente y eso afecta de manera negativa a tu intento de independencia. Por ese motivo has de luchar contra ti misma, vencer tus propios miedos, sabiendo que eres perfectamente capaz de vivir sin él y dependiendo únicamente de ti, de tu criterio, lo que no significa que sea el mejor, pero sí el más adecuado para ti. Busca tu propio bienestar y no te causes tú misma más dolor.
—¿Cómo? ¿Yo? No la entiendo.
—Verónica, deja de lamentarte. Tú sola te estás provocando más dolor con tu actitud de víctima. No te pido que adoptes la actitud contraria, pero sí que reacciones y pienses en ti.
Menuda paliza mental me da cada vez que la visito. Claro que ese es su trabajo. Desde que asisto a su consulta he mejorado indudablemente, pero todo ha sido de manera progresiva. Empecé la terapia destrozada; me recuperé un poco; volví a caer; conseguí salir a flote por segunda vez; caí de nuevo en la aterradora oscuridad. Pero al final, la fuerza innata que todos los humanos (y el resto de seres vivos) poseemos para resistir y vencer el sufrimiento, o dicho de otro modo, para sobrevivir, sale a relucir y castiga despiadadamente a esa debilidad que ha tratado por todos los medios de hacerse un hueco en nuestro ser y que, de repente, no tiene cabida en él.
Ahora me siento más fuerte y satisfecha conmigo misma y eso es fundamental para elevar la autoestima. La seguridad en mí misma, escondida temblorosamente tras la sombra de Rubén, también ha aumentado y me ha proporcionado cierta tranquilidad y, por supuesto, cierto respeto hacia mi propia persona.
¿Cómo he podido tardar tanto tiempo en darme cuenta? ¿Cómo pude llegar a pensar que Rubén me quería y que por ese motivo volvió conmigo? ¿Cómo pude ser tan ingenua y dejarme manipular de esa manera?
Solo consigo encontrar una razón: yo le amaba, le amaba de verdad.