18
Jaque mate
Aterrizo dentro del castillo rojo, a escasos metros detrás de la silla que vi en el portal. Mis talones se hunden en silencio en la esponjosa alfombra y Morfeo ni siquiera se mueve, sigue fumando frente a la chimenea. El aroma de su tabaco de regaliz aviva un fuego en mi interior, una ardiente necesidad de vencerlo en este juego retorcido.
Aprieto el oso de peluche que llevo bajo el brazo.
—No fue la pequeña Alicia la que volvió al reino mortal, ¿verdad? —pregunto, mirando al respaldo del sillón.
—No. —La respuesta de Morfeo me llega por detrás y me vuelvo de golpe, casi cayéndome. Cuando se inclina para sostenerme, sus alas se alzan sobre él como un eclipse.
Lo aparto de un empujón.
Alza una ceja y se alisa el traje a rayas negras y plateadas. Entre el traje y el pelo punk, parece un gánster emo.
—¿Estabas esperando a que saliera por el portal? —le acuso—. Entonces, ¿quién…?
No necesito terminar la frase. Por encima del brazo del sillón se asoma Cornelio Blanco, con sus ojos rosados refulgiendo. Pues claro: está aliado con Morfeo, lo que significa que sólo simulaba ser mi enemigo. Me han estado manipulando entre los dos.
La criatura cadavérica deja la boquilla del narguile y me hace una reverencia.
—A tu servicio estar yo, hermosa reina. —Su voz aguda rebosa sinceridad.
Exhalo para calmar mis tripas revueltas.
—No soy la reina. Y no quiero tu servicio.
Me vuelvo hacia Morfeo.
—Creo que acaban de prescindir de ti, Señor Cornelio. —Morfeo no aparta su mirada insondable de mí—. No dudo de que volverá a convocarte, como hizo una vez Granate. Cuando sea oficialmente reina, codiciará tu talento como consejero devoto y experimentado.
—Alteza. Siempre leal y tuyo. —Cornelio hace una reverencia tan marcada al salir que sus astas lo desequilibran y casi se cae. Recupera el equilibrio y sale de un salto por el umbral, como un traqueteante saco de huesos con chaleco.
La puerta se cierra y me quedo a solas con Morfeo en la penumbra de una habitación y con un parpadeante fuego de chimenea.
—Tu espía —digo.
—Sí —contesta Morfeo—. Nunca le sentó bien lo que Granate y la Corte Roja le hicieron a Roja y a Alicia. Tiene casi tantas ganas como yo de ver en el trono a la heredera de Roja, para enmendar la injusticia que se cometió contra su legítima reina.
La luz de la chimenea baila entre el pelo revuelto y el rostro etéreamente hermoso de Morfeo desata mis recuerdos. Me ha estado entrenando para ser una reina. La Reina Roja. Y ahora estoy aquí, vulnerable, prisionera de los sentimientos que me inspiró en mis sueños juveniles: felicidad y consuelo, afecto y admiración. Pero la nostalgia es engañosa, y me deshago de ella. Porque todo ha sido una mentira.
—¿Qué le has hecho a Jeb? —pregunto, conteniendo el impulso de ir a por él y atacarlo.
Los labios de Morfeo se contraen en una media sonrisa.
—Está aquí en el palacio, a salvo. Pronto dejaré que lo veas. Quiso que te diera esto.
Mete los enguantados dedos en el bolsillo de la chaqueta y saca una pequeña cuenta cristalizada que pone entre nosotros para que refleje la luz del fuego.
Mi deseo. Alargo la mano para cogerla. Esta vez no titubearé. Desearé no haber venido nunca, como me sugirió Jeb… Y los dos volveremos a estar a salvo.
Morfeo aparta la mano, manteniéndola en alto.
—Seguirá en mi poder hasta que sea el momento adecuado.
Lanza la cuenta al aire y la coge con un hábil giro de muñeca antes de devolverla al bolsillo de la pechera.
La furia me invade. Me contengo. Tengo que actuar con astucia o lo perderé todo.
—Siéntate, Alyssa, princesa mía. —Morfeo hace un gesto señalando la cama.
—Si me siento en alguna parte, no será en la cama. —Abrazo el osito de peluche, mi única baza.
—¿No pensarás que quiero seducirte? ¿Acaso no me habría aprovechado ya de tu inocencia en mi morada, mientras contemplaba cómo dormías?
Recordar ese momento de intimidad, cuando su marca de nacimiento tocó la mía, me provoca un incómodo calor en el vientre.
—Toda esta aventura ha sido una seducción, Morfeo. Es hora de dejar las cosas claras.
Levanta la punta de su corbata roja y la examina antes de frotar una mancha invisible en ella.
—La traición nunca es clara, cariño. Y es con ella como empieza la historia, como ya sabes. La corte de la Reina Roja se amotinó contra ella; su propio esposo se unió a los traidores para poder casarse con su hermanastra, y eso trastocó el equilibrio del reino. Pero tú restaurarás ese equilibrio. —Devuelve la corbata a su sitio.
—Porque yo soy su heredera —murmuro, casi atragantándome con las palabras.
La sonrisa de orgullo de su rostro es luminosa.
—Lo has adivinado, ¿eh?
Contengo el dolor de mi garganta.
—Nunca fue para que arreglara las cosas. Mi familia no está maldita por lo que hizo Alicia. Ni siquiera existe la maldición. La realidad es que somos mestizos.
Extiende las alas y los brazos.
—¿A que es glorioso?
—Tú me trajiste aquí… Lo organizaste todo para que encajara con la historia de Alicia. Todo ha sido un juego, todos interpretaban un papel. Por eso la mayoría de ellos eran diferentes a los personajes del libro. Todos te ayudaron… Fueron tus cómplices.
—Sí. Personajes interpretando un papel escrito para ellos en un libro del reino humano. Al menos algunos de ellos. Otros los interpretaron involuntariamente.
—El Octobeno.
Morfeo asiente.
—Despreciable. Asesinó a su mejor amigo para apaciguar un arrebato de glotonería. Se merecía lo que le pasó. ¿Los soldados carta? Siempre son prescindibles. Y ahora, sacia mi curiosidad, bizcochito.
Hace un gesto al sillón detrás de mí.
—Ponte cómoda e ilumíname sobre cómo llegaste a ser una princesa de las profundidades.
Me niego a sentarme. Un sabor amargo me quema la lengua.
—Todo fue una mascarada.
Él frunce el ceño.
—¿Perdón?
Le retuerzo una oreja al osito de peluche. Hundo los pies sucios en la alfombra en busca de apoyo, y suelto la teoría que se me ocurrió al ver el tablero de ajedrez de la Hermana Uno.
—La página Web. Decía que las criaturas subterráneas asumen la apariencia de mortales que ya existen. Cuando la Reina Roja fue desterrada, entró en el reino humano usando el portal del castillo.
—Dime, te lo ruego, ¿cómo lo hizo? —Su voz es burlona, intenta provocarme.
—Tenía la misma magia que yo… Encontró un modo de distraer a los soldados carta. Insufló vida en el lazo de la mano de Granate y lo convenció para que se fuera con ella. Era el lazo en el que constaba el paradero de Alicia. Entonces Roja entró en el reino humano como si fuera la niña. Creció como Alicia, se enamoró de un mortal como si fuera Alicia, se casó y tuvo hijos como si fuera Alicia. Niños medio mágicos y medio humanos, herederos de su trono perdido. Los rasgos de las profundidades sólo se transmiten a las mujeres porque el País de las Maravillas está gobernado por reinas.
Abrazo el oso de peluche con tanta fuerza que noto la esencia de Chessie arañando para escapar, suplicando poder ser libre. Aunque igual no es su esencia sino la mía.
—Cuéntame más. Tienes un público cautivo. —El tono de voz de Morfeo ha cambiado, el matiz burlón se ha visto sustituido por algo más ansioso y desprotegido.
No tengo el valor de mirar su expresión fascinada, así que en vez de eso contemplo las llamas de la chimenea.
—Roja regresó al País de las Maravillas unos meses antes de que muriera la verdadera Alicia. No sé cómo —reconozco—, pero volvieron a cambiarse de sitio. Por eso la Alicia vieja de la foto carecía de marca de nacimiento, y la joven la tenía. Por eso no recordaba nada de su vida mortal. Se la habían robado. Como tú dijiste, no tuvo infancia. —Me constriñe el pecho una tristeza casi tan fuerte como cuando grité mi deseo—. Pobre Alicia.
—Sí. Pobre Alicia querida.
Estudio su expresión. Su reverencia parece sincera.
Una ternura dolorida y conmovedora suaviza su mirada.
—Intenté devolverla a su hogar, en la vejez. Pensé que lo mejor para ella sería dejar que muriera entre los suyos. Una noche me colé en casa de los Liddell para intentar convencer a Roja de que eso era lo correcto… Esperaba poder hacer el cambio sin que se notase, mientras su familia dormía en las otras habitaciones. Roja aceptó, dijo que estaba harta de ser vieja y débil. —Una leve sonrisa eleva un lado de su boca—. Metí a Alicia en su cama, donde despertaría entre quienes siempre debieron ser su familia. Eran unos extraños para ella, así que intenté prepararla, pero su mente estaba demasiado perdida para entenderlo. Sostuve su mano hasta que se durmió, y luego me fui con Roja al País de las Maravillas. Cuando llegamos por la entrada de la madriguera del conejo, la muy desgraciada cambió de idea y se volvió contra mí, negándose a dejar atrás a su familia. Pretendía matar a Alicia y traerse a todos los Liddell al País de las Maravillas. Quería usar a su descendencia para recuperar el trono perdido.
Morfeo mira hacia el fuego, las comisuras de la boca hacia abajo.
—No la dejé marchar. Luchamos en el suelo junto al reloj de sol y volando entre los árboles. Roja me atrapó contra las ramas superiores de uno de ellos e intentó partirme el cuello. Me deshice de ella y cayó con fuerza, empalándose en la verja de hierro que había justo debajo de nosotros. El metal le traspasó el corazón y le envenenó la sangre. La llevé a la madriguera. Intenté disculparme, pero no me perdonó. Y con su último aliento se aseguró de que nunca pudiera perdonarme a mí mismo.
—La Lengua de la Muerte —susurro.
Me clava la mirada, con la sorpresa reflejada en el rostro.
La luz titilante revela el remordimiento en sus ojos. Yo vuelvo a mirar al fuego.
—Por eso me has arrastrado hasta aquí. Nunca fue para salvar a tu amigo Chessie. Tampoco porque Marfil estuviera encerrada. Eres tú quien está maldito. Me necesitas para que tu espíritu no se pase la eternidad como un muñeco devorado por los gusanos en la guarida de la Hermana Dos.
—Me juzgas con demasiada dureza. Quiero salvar a mis amigos. Pero puedo salvarme yo también de paso. Llevo demasiados años esclavizado, corriendo contra reloj. Y ahora por fin puedo detener las manecillas. Puedo destronar a Granate y poner en su lugar a la legítima heredera.
—Aunque la heredera no quiera.
Un pesado silencio pende entre nosotros.
Morfeo me coge suavemente por la barbilla y hace que le mire.
—¿Qué me dices del libro que usé de modelo, el del bardo mortal Carroll? ¿Qué piensas de eso?
Es implacable, y me hunde más y más en un lugar que es a la vez luz y oscuridad.
—Carroll se inventó la historia, pero el País de las Maravillas, el lugar, los personajes y los nombres… Creo que Roja, siendo la niña Alicia, le inspiró con las medias verdades que utilizó para explicar su breve ausencia. Toda su familia supuso que se habría perdido y que se había quedado dormida bajo un árbol. —Frunzo el ceño—. Roja se volvió una niña en todos los sentidos, tal y como tú hiciste una vez. Su mente volvió a ser inocente. Menos mal que su imaginación de niña pequeña se ocupó de todo. De haber sido completamente sincera acerca de las criaturas siniestras y retorcidas de este lugar, la habrían encerrado en un psiquiátrico en su primer día de humana.
Mi intento de sarcasmo se echa a perder porque yo soy una de esas criaturas siniestras y retorcidas. Lo he sido siempre. Sólo que es ahora cuando lo parezco.
—Muy bien contado —dice Morfeo—. Y tal como sucedió, hasta el último detalle. —Me da un golpecito en la nariz—. ¿No te preguntas porqué se te ha ocurrido con tanta facilidad?
Mis respuestas eran algo más que conjeturas afortunadas. Es como si las llevara escritas en la lengua. Repaso mentalmente todos los sueños que pasé con Morfeo para ver si él me lo había contado alguna vez, pero no.
Morfeo me acerca más a la chimenea y estudia ante la luz mi pasador del pelo. Desliza el pulgar por él.
—¿Te pasó algo especial en el cementerio, aparte de encontrar la sonrisa de Chessie?
Me toco el pasador, recuerdo mi encuentro con la rosa.
—El espíritu de la Reina Roja… pasó por mis venas antes de escapar al jardín. ¡Debió transmitirme algunos de sus recuerdos! Eso era parte de la Lengua de la Muerte, ¿verdad? Tenías que liberarla y me utilizaste para ello.
Morfeo me coge en sus brazos y me acaricia el pelo, emitiendo un sonido a medio camino entre el sollozo y la risa. Me envuelve su olor, su pecho fuerte y cálido. Cuando era niña, su tacto solía hacer que me sintiera segura cuando me sostenía en sus brazos durante las lecciones de vuelo.
Pero no ahora. Me envaro por un instante antes de darme cuenta de que estoy cara a cara con la solapa de su traje. Sólo una capa de rayas negras y plateadas se interpone entre mi deseo y yo. En vez de apartarme, me pego más a él, colocando las manos entre nosotros.
Un temblor le recorre todo el cuerpo en respuesta, sus dedos se entrelazan con las trenzas de mi nuca.
—Preciosa Alyssa. Qué gran alumna fuiste —murmura, con la boca en mi nuca—. Pero tú me enseñaste más de lo que yo te enseñé a ti. Eres mucho más digna de llevar la corona que ninguna otra. Valor, compasión y sabiduría. La triada de las majestades. Tienes algo que pude ver incluso con los ojos de un niño. Tienes el corazón de una reina.
La voz se le quiebra al final de su declaración, como si ésta le entristeciera.
Unos dedos enguantados, suaves y seguros, se deslizan desde mis hombros hasta las muñecas. Lo maldigo en silencio por mover mis manos cuando las alza para estudiar las cicatrices. Las besa, sus labios rozan con fluidez la carne sensible, para luego poner las palmas contra sus mejillas.
—Perdóname por meterte en esto. No había otro modo —susurra, con su boca a centímetros de la mía. Su piel es más suave de lo que deben serlo las nubes, y las lágrimas que se acumulan en las yemas de mis dedos son ardientes y tangibles.
Pero, ¿son sinceras?
Nuestro aliento se arremolina entre nosotros, y sus ojos negros me devoran por completo. Mi corazón golpea contra la parte inferior de sus costillas. Sé lo que pasará a continuación. Lo temo. Pero es la mejor manera de distraerlo y conseguir que se cumpla el deseo. Y si tiene que ocurrir, seré yo la instigadora.
Me pongo de puntillas y aprieto mi boca contra la suya. Él gime, suelta mis muñecas y me coge en sus brazos, atrapando al oso de peluche entre nosotros. Mis tobillos se agitan ante sus espinillas y mi mano se arrastra hacia su solapa. Estoy al mando.
Pero es mentira, porque ahora lo he saboreado. Sus labios son dulces y salados con las risas del ayer, como cuando cavaba en las arenas negras bajo el sol del País de las Maravillas, jugando a hacer la rana de seta en seta, y descansando ala sombra de negras alas de seda.
Intento librarme de ese hechizo, pero él inclina la cara y su beso se hace más intenso. Abrázame… abraza tu destino. Morfeo rompe la barrera de mis labios, tocando mi lengua con la suya, una sensación demasiado perversa y deliciosa como para negarla. Nuestras lenguas se entrelazan mientras su nana ronronea por mi sangre y mis huesos, transportándome a las estrellas.
Con los ojos cerrados, floto en un cielo de terciopelo, los pulmones llenos de aire nocturno. A cierto nivel, sé que sigo en medio de una habitación calentada por una chimenea, pero mis alas simulan volar en una fresca brisa. Bailo en los cielos con Morfeo, libre de las ataduras de la gravedad.
Agitamos las alas al unísono, volando y girando en un vals ingrávido entre estrellas que se enroscan y desenroscan en suaves centellas sobre los maravillosos y retorcidos paisajes del País de las Maravillas. Cada vez que giramos volvemos a los brazos del otro, y me río, porque por fin soy yo misma.
Soy la que ansiaba ser en mis fantasías más íntimas: espontánea, impetuosa y seductora.
Morfeo promete una vida de bailes, un mundo donde todos los seres obedecen mis órdenes. Me enseña las partes del País de las Maravillas que son mías. Abajo, más allá de las estrellas y del cielo nocturno, me veo sentada en un trono a la cabeza de una mesa, presidiendo un banquete, maza en mano, lista para matar de un golpe al primer plato. Entre las paredes de mármol resuena una risa maníaca que es música para mis oídos.
La escena me emborracha de poder. Vuelvo a besarlo. Él me abraza con más fuerza aún.
Bajo mis pies, las estrellas estallan en un millar de relucientes colores: fuegos artificiales silenciosos, como los que Jeb y yo vimos en el bote la primera noche que pasamos aquí.
Jeb…
La imagen de su sonrisa me golpea como una bocanada de aire helado. Los recuerdos de mi vida mortal intensifican ese frío. El orgullo y la satisfacción de terminar un mosaico, el dulce sabor a arce de las tortitas de papá los sábados por la mañana, la tintineante risa de Alison que hace que me sienta en casa, Jenara bromeando conmigo en la tienda Hilos de Mariposa, y Jeb. Su lealtad y sus besos, tan mágicos y a la vez tan reales.
Mi cabeza cada vez da menos vueltas, como una peonza empezando a inclinarse. Vuelvo a estar en el castillo, pegada a Morfeo en un abrazo apasionado.
Tengo que acabar lo que he empezado, o corro el riesgo de convertirme en lo que es él.
Meto la palma de la mano en su solapa en busca de mi deseo, devolviéndole los febriles besos.
—Jaque mate, hijo del gran bicho—digo contra su boca, dos segundos antes de que mis dedos encuentren un bolsillo vacío.
—Ha sido un simple juego de manos, preciosa —responde él—. De hecho está en el bolsillo del pantalón, por si quieres buscarlo allí.
Lo aparto de un empujón y caigo al suelo, restregándome la boca.
—¡Es mío!
—Y lo tendrás a su debido tiempo. —Lo único que sé mirar es sus labios, ladeados en esa sonrisa engreída que he llegado a detestar. Hace un gesto en dirección a la silla—. Siéntate. Después de ese beso seguro que te falta el aliento.
—No te lo creas tanto —resoplo en un intento de ocultar una bocanada de aire y mantener al oso de peluche pegado al pecho—. Ese beso no significa nada. Tenía otros motivos.
—Oh, seguro. Si ese beso ha sido algo, creo que podríamos calificarlo de motivador.
Tal vez es lo que yo quiero creer, pero su pálida complexión parece sonrojarse mientras le da la vuelta al sillón para que quede de espaldas al fuego.
Dado que mi estómago es un péndulo en pleno movimiento, espero que al menos él esté un poco afectado.
Me siento en los cojines con las mejillas ardiendo, mis alas adornan los brazos del sillón como tapetes de seda enjoyados. No consigo centrar mis emociones. No debería haberle besado. ¿Cómo he podido hacerle eso a Jeb? Pero ha sido por nosotros, así que lo entenderá, ¿no? Siempre que no mencione cómo me ha afectado, cómo casi me abandono a la seducción de Morfeo, a mis propios oscuros deseos.
—¿Te he dicho lo hermosa que estás esta noche? —pregunta Morfeo, obligándome a mirarlo. Sus ojos siguen el contorno de mis sedosos apéndices—. Una dama con alas es algo especial. Las llevas bien. Estás bellísima, la verdad. Como debe estarlo una princesa de las profundidades.
El roce de su mirada me altera, forzándome a revivir el tacto de sus labios en los míos. Un roce de su mano me afectaría menos. Busco su sombrero colgado en un brazo del sillón y le doy un golpecito a las mariposas rojas para que bailen.
—Déjate de cuentos, Morfeo. Mi ropa está hecha un asco y parece que me haya explotado una nube de azúcar en la espalda.
Se ríe con un tono profundo y masculino.
—Estás irresistible cuando te enfadas.
Se sienta en el suelo ante mí, cruzando las piernas enfundadas en unos pantalones a rayas como si fuera un boy scout. Lástima que Jeb no esté aquí para destrozarlo a puñetazos.
Golpeo el borde del sombrero, exasperada.
Morfeo se encoge como si lo hubiera golpeado a él.
—Cuidado. Es mi sombrero para las insurrecciones. No había tenido ocasión de ponérmelo hasta hoy. Por si te lo estás preguntando, el rojo representa las batallas y el derramamiento de sangre.
—No me interesa lo más mínimo —contesto, arrojándolo al suelo.
Él recoge su trofeo siseando entre los blancos dientes.
—Bah. Desciendes de la Reina Roja. Ansías el caos. Eres más feliz cuando el mundo está revuelto. Vives con la locura. Hasta tu magia está en su mejor momento cuando es catalizadora de confusión. ¿Sigues sin poder admitir eso?
Niego con la cabeza, sin querer creer que sea cierto.
Deposita el sombrero en su rodilla y se encoge de hombros, como si estuviera demasiado ocupado para sacarme la verdad.
—Levántate y cámbiate. He elegido un conjunto impresionante para ti. Una reina debe acudir a su coronación adecuadamente vestida.
—No pienso ser reina —gruño.
—Tal vez no para siempre, pero lo serás por un tiempo. Es el reto que me impuso la Lengua de la Muerte de Roja. Debes ser coronada con la tiara de rubí. Ah, ¿he mencionado que es la única forma de liberar a tu caballero mortal?
Se me encoge el pecho, abrumada por la culpa. Jeb.
—Llévame con él. Ahora.
Empiezo a levantarme, pero mis alas se niegan a cooperar.
Mis cansados músculos no pueden con su peso, que empieza a resultar aplastante. Me dejo caer resignada y profiero un gruñido. Morfeo aprieta las manos en el regazo.
—Necesitas un baño caliente y algo de descanso. Como dije antes, tu pseudoelfo está a salvo. Pero el tiempo que permanezca así sólo dependerá de cómo te portes esta noche.
—¡No puedes tocarlo! —Lo único que me impide arrancarle las brillantes joyas del parche del ojo es el peso muerto de mis alas—. Juraste que no le harías daño. Fue un juramento. Si lo rompes, perderás las alas, tu capacidad de manipular los sueños. Todo lo que te hace ser quien eres.
—Cierto. No quisiera perder mis poderes en esta precaria coyuntura. —La luz del fuego parpadea en su ropa en ráfagas anaranjadas y púrpuras, intensificando su imagen de gánster estrafalario—. Pero había una condición, ¿verdad? Que no le haría daño mientras se mantuviera leal a tu digna causa. Bueno, pues ha demostrado ser un obstáculo. Hace un rato discutí acerca de tu destino con él y no tiene ningún deseo de que te conviertas en reina. De hecho, se mostró bastante contrario a la idea. —Morfeo se aparta el pelo de la frente, mostrando un chichón del tamaño de un huevo—. Imagínate… La mayoría de los hombres no dejarían escapar la oportunidad de poder acostarse con la realeza.
—Cállate. —En mi tráquea se agolpa un sollozo.
Aguanta, Alyssa Victoria Gardner. Casi puedo oír la voz de Jeb, casi puedo ver la fe sincera en sus ojos verdes. No pienso volver a fallarle.
Acaricio la piel con olor a mostaza del oso de peluche y respiro hondo para serenarme.
—Dijiste que podía ser la reina de forma temporal. Explícate.
Morfeo se relaja y apoya los codos en las rodillas.
—Quiero que la espada vorpalina libere a mis amigos. Pero necesitamos coronarte para que yo quede libre de la Lengua de la Muerte. La suerte ha querido que el Rey Rojo encomendara al frumioso zamarrajo guarde tanto la espada como la corona, ya que su despistada reina no paraba de perder la maldita tiara. Así que deberás someter a la criatura para que podamos cogerlas.
La pieza de ajedrez de jade con la bocaza mordedora y la cola de pinchos araña mi memoria. Ya despertaba el terror en mi corazón cuando era niña, y entonces sólo era algo con lo que jugar. Frumioso. Algo que puede inspirar su propio adjetivo es una fuerza digna de tener en cuenta y hasta de temer.
—Espera. No. Ya que controlas este castillo y tienes la cooperación de los soldados carta, ¿por qué no obligas al rey a punta de espada a que coja los objetos para nosotros?
—Granate es la única que conoce la orden que el zamarrajo aprendió a obedecer. Es una palabra que se transmite de reina a reina. Pero Granate perdió la cinta con el secreto en la confusión de la toma del poder.
Me muerdo la mejilla por dentro, decidida a encontrar el modo de saltarnos este paso.
—Vale, pero si la sonrisa de Chessie puede domar a la bestia, podríamos soltarla en la guarida del zamarrajo. Nosotros podemos esperar fuera de peligro hasta que lo someta.
—Sería lo ideal, sí. —Morfeo coge el osito de peluche de mi regazo. Le abre las costuras con un tirón. Antes de que pueda pestañear, las costuras se rehacen cerrando la abertura—. ¿Lo ves? Como los muñecos de la Hermana Dos albergan restos del amor inocente de un niño, que es la magia más poderosa del mundo, la única herramienta que puede cortar de forma permanente esas costuras es…
—La misma espada vorpalina —murmuro frotándome el nudo del estómago. Recupero el oso de peluche y le paso el dedo por las fosas donde una vez tuvo ojos—. ¿Y qué pasa si… después domo a la bestia?
—El ejército blanco ha aceptado dejar este castillo a condición de que la Corte Roja corone a una nueva reina y libere a Marfil. Las dos cortes te aceptarán como legítima heredera en cuanto superes la última prueba y domines el poder de la sonrisa. —Una mueca arrogante asoma a sus labios—. Sospecho que el Rey Rojo lo redactó originalmente como un truco diplomático. Pero esta interpretación toca todos los puntos importantes. Nadie puede discutirla.
La aprensión culebrea por mi interior ante la idea de presentarme ante las dos cortes.
—Así que me coronarán. ¿Y luego Jeb y yo podremos irnos?
—Una vez seas la reina, podrás obligar al Rey Rojo y a Granate a liberar a Marfil. El País de las Maravillas recuperará el equilibrio y los dos portales se abrirán para ti. Y entonces —Morfeo se pasa un dedo por el borde del sombrero— podrás usar tu deseo para limpiar tu sangre de cualquier rastro de las profundidades, lo cual salvará a tu madre y a los hijos que tengas. La Corte Roja nombrará una nueva reina cuando tu soldado de juguete y tú volváis al reino humano.
Algo no encaja en esto último. En primer lugar, ¿a quién más podrían coronar como reina? Y en segundo lugar, ¿cómo harán desaparecer exactamente esa mitad de mí, la mitad de las profundidades? ¿La borrarán con alguna goma mágica?
Antes de que pueda expresar mis reservas, Morfeo me golpea con las únicas palabras que pueden hacer que me olvide de todo lo demás.
—¿Quieres ver ahora a tu caballero mortal?
Estoy al borde del asiento, a punto de levantarme, pero Morfeo se arrodilla ante mí, obstaculizando como siempre mi camino.
—No hace falta que te levantes, bizcochito. Puedes verlo desde donde estás.
Hunde la mano junto a mi pierna derecha, en el hueco entre el tapizado y el marco del sillón. Me crepitan las terminaciones nerviosas del muslo. No aparta sus ojos de los míos mientras saca un pequeño espejo de mano, con el marco tallado en brillante plata. Vuelve hacia mí la parte de cristal.
En algún lugar oscuro y húmedo, Jeb se golpea la cabeza contra los barrotes de una celda. La sangre le corre por la cara y se tambalea hacia atrás, aturdido.
Se me parte el corazón, con un dolor tan agudo que podría lanzar un millar de deseos y llenar un mar de lágrimas.
—Jeb, ¡para…!
—Para tu información —Morfeo estudia mi reacción—, eso es una jaula para pájaros. Nuestro pseudoelfo tiene el tamaño de un gorrión. Una orden mía, y los guardias se lo darán a comer a Dinah, la gata notoriamente hambrienta de la Reina Granate.
—¡No!
Paso los dedos por el frío cristal y la imagen desaparece. Me quedo frente a mi reflejo. La chica cuyos deseos egoístas arrastraron a Jeb a este viaje. Y todo porque lo quería para mí sola. Pero yo nunca quise esto.
El sollozo que estaba conteniendo se libera. Me engañaba al creer que podría manipular este juego en mi favor. El jaque mate ha tenido ya lugar. Morfeo ha ganado.
—¿Qué será, Alyssa? ¿Qué será, será?
El fuego chisporrotea detrás de mí, como un gato de nueve colas que azota con duras lenguas de luz su expresión despiadada. Me seco las lágrimas y clavo la mirada en él. No hay necesidad de cruzar otra palabra entre nosotros, porque él ya lo sabe.
Haré cualquier cosa que me pida.