La muerte del señor ***
(tibetano)
Hallándose un día un tibetano en trance de muerte, llegó un lama, que se acercó a su oído y, sin tocarlo, lo llamó por su nombre y le leyó en voz alta El libro de los muertos para que supiese en este difícil paso dónde se hallaba y qué estaba sucediendo:
«¡Oh, hijo, llamado ***! Tu respiración está a punto de cesar, te ha llegado el momento de buscar el camino de la liberación. En cuanto dejes de respirar, verás ante ti la luz clara. Es el Absoluto, vacío y desnudo, que por fin ves gracias a este estado de claridad en que te hallas», y, pronunciando estas palabras, lo colocó en la postura del león: sobre el lado derecho, con la cabeza apoyada sobre la palma de la mano derecha y el brazo izquierdo estirado sobre el cuerpo. Y *** dejó de respirar, y el lama siguió leyendo muy cerca de su oído:
«¡Oh, hijo! Ahora que ha llegado lo que llamamos Muerte, piensa solamente en el amor y la compasión, y lograrás el espíritu de iluminación».
Los parientes comenzaron a sollozar y a lamentarse, dejaron de darle alimentos, luego le quitaron al difunto sus ropas y le arreglaron la cama. El difunto podía verlos, pero ellos no podían ver dónde se hallaba él ahora; podía oír cómo le llamaban, pero ellos no podían oír cómo él los llamaba.
«No te asustes», prosiguió el lama, «estás pasando de este mundo al más allá, pero no temas porque no eres el único: nos sucede a todos. Así, pues, no sientas apego por esta vida ni te aferres a ella, porque, aunque lo intentes, no tienes poder para permanecer aquí. Si ves cosas terribles, recuerda que eres tú quien ante ti las pone, producto son de tu mente. Pero, si no puedes evitarlo y te asusta la luz y los sonidos te inquietan porque los reconoces como presencias espantosas, no temas que algo malo puedan hacerte, pues ahora ¡no puedes morir!, recuerda que ya estás muerto. Ve, pues, en paz».
Y consciente de cuál era su camino y de qué estaban hechos los estorbos que hallaba, el señor *** se fue.