El muerto convertido en mosca
(bretón)
Era Yvon Penker un hombre bueno. Su mejor amigo, Per Nicol, vivía en una granja al lado de la suya. Cuando Per cayó gravemente enfermo, hizo llamar enseguida a Yvon Penker.
—Voy a morir —le dijo—, y eres la persona que más quiero en el mundo. Quisiera que estuvieses conmigo hasta el último momento.
Penker respondió:
—No te abandonaré.
Y se instaló a la cabecera del lecho de su amigo.
Hacia la medianoche, Nicol le dijo con voz angustiada:
—Dame la mano.
Cuando Penker colocó la mano sobre la suya, el moribundo falleció. Mientras miraba cómo moría su amigo, con los ojos llenos de lágrimas, Penker vio escapar de la boca yerta de su amigo una mosca. Era una mosca pequeña, de tenues alas, parecida a las libélulas que se ven en verano a las orillas de los ríos. El insecto hundió sus patas en una vasija de leche que había sobre la mesa. Después revoloteó por la habitación y desapareció. Pero Yvon Penker no tardó en verla aparecer de nuevo.
Esta vez la mosca se posó sobre el cadáver, y no sólo permaneció allí inmóvil, sino que permitió incluso que la encerraran en el ataúd con el muerto.
Penker no la volvió a ver hasta que llegaron al cementerio. Al echar las primeras paladas de tierra en la fosa, la mosca salió del ataúd. Penker, el hombre bueno, comprendió entonces que la mosca debía de ser el alma de Per Nicol y decidió seguirla allá donde fuera.
La mosca se dirigió entonces hacia un montículo situado no lejos de la granja en la que Per Nicol había vivido. Allí se posó sobre un espino.
—Mi pobre mosca, ¿qué vienes a hacer aquí? —preguntó Penker—. ¿No serás tú el alma de mi difunto amigo Per Nicol?
—Sí, Yvon, soy el alma de tu amigo muerto, soy Per Nicol.
—Entonces ven conmigo a mi casa. Te pondré en un lugar tranquilo, y podremos conversar de vez en cuando, como en los viejos tiempos.
—No puedo, mi querido Yvon. Debo permanecer en esta granja durante quinientos años, cumpliendo mi penitencia.
—Y dime, ¿por qué te limpiaste las patitas en la vasija de la leche?
—Para presentarme limpio y puro ante el Gran Juez.
—Y después, cuando desapareciste, tras haber revoloteado por toda la habitación, ¿adónde fuiste?
—Revoloteé por toda la casa para despedirme de cada uno de mis muebles. Después desaparecí porque fui a despedirme de mis útiles de trabajo y de los animales que me han ayudado. Y por último, me presenté ante el Gran Juez.
—Pero no tardaste mucho en volver.
—Las almas tienen alas para volar muy rápido.
—¿Y por qué te dejaste enterrar en el ataúd con tu cuerpo?
—Tuve que permanecer allí hasta que el Gran Juez pronunció mi sentencia.
—Me gustaría que te dejara cumplir tu penitencia en mi casa, cerca de mí, durante el tiempo que me quede por vivir. No me resigno a separarme de ti.
—No te aflijas, Yvon Penker, que pronto estaremos juntos.
Tres meses después enterraron a Yvon Penker, el hombre bueno… al lado de Per Nicol. Y dicen que algunas veces se ven revolotear por las dos granjas contiguas dos moscas que siempre van juntas.