Capítulo 14
La batalla por Ylesia

Jalus Nebl entró en la atmósfera ylesiana muy cautelosamente, con los ojos bien abiertos para localizar las posibles células tormentosas y manteniéndose en contacto continuo con las lanzaderas de asalto rebeldes que le estaban siguiendo. Nebl pilotaba una de las naves de guía, y era muy consciente de sus responsabilidades.

—Tenga mucho cuidado, Lanzadera Tres —dijo por su unidad comunicadora, hablando en su básico quejumbroso y agudo—. Se está desviando demasiado hacia babor. La célula tormentosa 311 avanza en su dirección. La ionización de esas tempestades de relámpagos interferirá el funcionamiento de su instrumental. Incrementen la velocidad y mantengan el rumbo correcto.

—Aquí Lanzadera Tres: recibido, Sueño de Libertad.

Ya habían empezado a atravesar las gruesas capas de nubes, y el Sueño estaba siendo abofeteado por los vendavales. La oscuridad los rodeaba por todas partes. Avanzaban hacia el sol, pero tendrían que descender antes de haber llegado a la zona de luz diurna.

El sullustano echó un vistazo a sus instrumentos.

—Concéntrense en mantenerla formación —ordenó—. Que todas las naves mantengan la formación.

Durante un momento vio las luces de vuelo de su acompañante de estribor, y después las nubes volvieron a ocultarlas. Estaban siendo golpeados por potentes ráfagas de viento, y las nubes eran tan gruesas que Nebl ni siquiera se molestó en echar una mirada a su pantalla visora. Tendría que volar fiándose de los instrumentos. La lluvia, el granizo y las tormentas eléctricas se agitaban en los alrededores, iluminando las nubes de color tinta con destellos actínicos. Nebl fue siguiendo el progreso de su formación a través de sus sensores tácticos.

Llevaba diez años sin volar por la atmósfera de Ylesia, pero le sorprendía la rapidez con que todo estaba volviendo a su memoria. Nebl tenía que dirigir a la mitad de las naves rebeldes asignadas a la Colonia Uno durante su descenso, y Han Solo se encargaba de guiar a la otra mitad desde el Halcón Milenario. Ayer Han había acompañado a su amigo sullustano durante un breve recorrido de su nave, y los dos pilotos se dedicaron a recordar los viejos tiempos mientras Nebl disfrutaba viendo cómo Han exhibía su orgullo y su alegría.

Nebl detectó la proximidad de otra célula tormentosa, indicó su situación a la formación y luego hizo que su nave iniciara un rápido descenso al mismo tiempo que comprobaba automáticamente su vector de bajada. Su punto de descenso asignado se encontraba justo en el centro del recinto de la Colonia Uno. Nebl transportaba un pelotón de soldados al que se le había asignado la misión de tomar la factoría de andris.

Mientras pilotaba su nave, Nebl podía oír hablar a la comandante de asalto, que estaba informando sobre el avance de la flota desde el transpone Liberador. Las fuerzas rebeldes habían tomado la estación espacial ylesiana y se habían encontrado con una resistencia más enérgica de lo esperado, pero ya estaban informando de que se habían hecho con el control de todas las instalaciones.

Nebl siguió guiando a su formación en el descenso. Estaba siguiendo las trayectorias de las células tormentosas para que los pilotos menos experimentados no tuvieran necesidad de hacerlo. De esa manera, y por lo menos en teoría, si seguían la trayectoria de Nebl podrían concentrarse en los cursos en vez de tener que prestar demasiada atención a los problemas de navegación.

Ya casi se encontraban por debajo de la capa de nubes más gruesa. La Colonia Uno seguía sumida en la oscuridad, aunque el amanecer llegaría en cosa de una hora. Nebl se dio cuenta de que la lanzadera situada más a la derecha se estaba quedando atrás, y se apresuró a establecer contacto con ella.

—Lanzadera de Asalto Seis, se está quedando rezagada. ¿Qué ocurre?

—Tenemos problemas con un estabilizador. —La voz del joven piloto estaba llena de tensión—. Le he dicho a mi copiloto que intente resolver las dificultades.

—Formación, reduzca la velocidad —ordenó Nebl—. No queremos perder a la Lanzadera Seis.

Las naves redujeron obedientemente la velocidad. La próxima voz que Nebl oyó surgir del comunicador fue la de Han Solo.

—¿Qué pasa, Nebl? Estás empezando a ir más despacio. El sullustano le explicó el problema.

—Bueno, pues no quiero atravesarla atmósfera por delante de ti, así que yo también iré más despacio —dijo Han.

El Halcón y sus naves empezaron a reducir la velocidad y se fueron quedando atrás, dejando a Nebl, tal como habían planeado originalmente, todavía en la delantera.

Los dos grupos seguían manteniendo una formación bastante buena cuando dejaron atrás la capa de nubes y vieron las luces nocturnas de la Colonia Uno. Nebl iba en primer lugar y había recolocado a la Lanzadera Seis para dejarla junto a él, lo cual le permitiría ayudar al piloto rebelde durante el descenso. Sus otros navíos estaban volando a medio cuerpo de nave por detrás del Sueño y de la Lanzadera Seis, y continuaban dirigiéndose hacia las coordenadas de descenso asignadas.

Nebl apenas dispuso de una advertencia previa. En un momento dado estaba avanzando hacia sus coordenadas de descenso y todo iba estupendamente, y al siguiente sus sensores ya habían empezado a emitir una estridente alarma. Jalus Nebl miró hacia abajo y vio que acababa de ser localizado..., ¡por un turboláser de gran calibre!

«¿Qué está ocurriendo? —pensó—. ¿Dónde...?»

La explosión fue tan gigantesca y destructiva que el pobre Nebl nunca dispuso del tiempo necesario para comprender que le habían dado.

Han Solo contempló con horror cómo el Sueño de Libertad y la Lanzadera de Asalto Seis eran sencillamente aniquilados por dos andanadas de un turboláser de gran calibre instalado en el suelo. El turboláser volvió a abrir fuego, y dos lanzaderas más llevaron a cabo frenéticas maniobras evasivas que las condujeron justo hacia la trayectoria de una traicionera tijera de vientos. Las cortas y gruesas alas de las naves cedieron bajo el impacto y las dos lanzaderas, envueltas en llamas, se precipitaron hacia la jungla. Bolas de fuego pintaron la oscuridad con hebras carmesíes, indicando los lugares en los que habían caído las lanzaderas.

Han quedó paralizado por el estupor durante una fracción de segundo. ¡Un turboláser! ¿De dónde ha salido?. Después comprobó su posición, y la de las naves que habían estado volando en formación con él, e inició su propia acción evasiva al mismo tiempo que activaba su comunicador y empezaba a gritar.

—¡Formaciones Una y Dos, alterad el curso! ¡Bria, ordena a tus naves que pongan rumbo hacia los puntos de descenso alternativos! ¡Ahí abajo tienen un turboláser de gran calibre! ¡Nebl ha quedado volatilizado!

Sin esperar una respuesta, Han inclinó el Halcón hasta dejarlo de lado y cambió su vector de aproximación..., en el instante preciso. Una oleada de letal energía verdosa avanzó velozmente hacia su nave y se deslizó por debajo de ella, pasando a muy poca distancia de la quilla. Han vio encenderse una luz de advertencia del sistema de control de daños en su tablero, y comprendió que el disparo acababa de inutilizar los controles de extensión y retracción de su nuevo desintegrador retratble. La andanada también había conseguido freír los sensores de seguimiento del terreno. Han masculló una maldición en el mismo instante en que Chewie aullaba. Un instante después el corelliano oyó los gritos de Jarik, que se encontraba en la torreta artillera ventral y debía de haber disfrutado de una espectacular —y aterradora— visión del disparo.

“¡Eso ha pasado demasiado cerca para mi gusto!”

Han se apresuró a alejarse, acelerando para salir del radio de alcance del turboláser El resto de naves estaban intactas, por suerte.

Los puntos de descenso alternativos se encontraban en la playa, a más de dos kilómetros del centro de la Colonia Uno. Han inició la trayectoria de descenso y posó el Halcón sobre la dura capa de arena, no muy lejos de los rompientes. Después permaneció inmóvil en su sillón de pilotaje durante un segundo, respirando con jadeos entrecortados y dejándose envolver por la oscuridad ylesiana. Mantuvo sus luces encendidas, para que ninguno de los otros pilotos pudiera tener la tentación de bajar justo encima de él.

Las dunas se extendían a su derecha y, más allá de ellas, estaban los barrizales y la Colonia Uno. A su izquierda estaba el Zoma Gawonga, que, en huttés, significaba «Océano Occidental». La playa se extendía por detrás y por delante de él, y otras naves ya se estaban posando en ella.

Dejando que Chewie terminara sus comprobaciones posteriores al descenso, Han conectó su unidad de comunicaciones.

—Lanzadera Uno, aquí el Halcón. Bria, aquí Han. Adelante, Lanzadera Uno.

Oyó un chisporroteo de estática seguido por la voz de Bria. Han dejó escapar un suspiro de alivio. Hacía un rato había perdido la pista de la formación durante unos momentos y aunque creía que la Lanzadera Uno seguía intacta, no había estado totalmente seguro de ello hasta ese instante.

—Te recibo, Han. La Lanzadera Uno está descendiendo en el punto alternativo. Voy a desplegar mis tropas para el ataque de superficie, y avanzaremos por encima de las dunas. Mi pelotón se dirigirá hacia el recinto a través de la jungla.

—Iré contigo —dijo Han—. No se te ocurra ir sin mí.

—Recibido, Halcón. —aria titubeó durante unos momentos antes de seguir hablando—. Debemos tomar el Edificio Administrativo, Han. ¿Puedes ocuparte de enviar al pelotón togoriano?

Han sabía que Bria estaba pensando en la Sala de los Tesoros. El plan siempre había sido que Muuurgh, quien conocía el recinto y la jungla, dirigiese a su grupo de togorianos y lo llevara hasta allí. Pero ahora tendrían que ir mucho más lejos...

—De acuerdo —dijo—. Lo haré.

Han volvió a la sala, donde los togorianos se estaban quitando el equipo mientras inspeccionaban las cargas de energía de su armamento e intercambiaban comentarios sobre las incomodidades del trayecto. Todos querían saber a qué habían venido tantas acrobacias capaces de revolverles el estómago, Han dedicó un minuto a explicárselo, y luego pasó a decirles a Muuurgh, Mrrov, Sarrah y los otros togorianos que habían descendido mucho más lejos de su objetivo de lo previsto.

—Esto va a ser más duro de lo que habíamos planeado originalmente —siguió diciendo—. Vais a tener que hacer un trayecto de unos dos kilómetros a través de la jungla.

Muuurgh se incorporó, moviéndose con cautela para que su cabeza no chocara con ninguno de los objetos que reducían considerablemente el espacio libre en la sala de reuniones del Halcón.

—No te preocupes, Han —dijo—. Muuurgh guiará la marcha a través de la jungla hasta el Edificio Administrativo. Muuurgh ha cazado por toda la Colonia Uno, y Muuurgh recuerda bien el terreno.

Han cogió sus gafas infrarrojas, su casco lumínico y sus armas, y después él y Chewbacca siguieron al grupo de togorianos rampa abajo. Han contempló cómo sus relucientes imágenes amarillas iban avanzando hacia la playa. Después se quitó la gafas, y quedó instantáneamente envuelto por la oscuridad más absoluta imaginable. Los togorianos se habían desvanecido en la negrura circundante, desapareciendo igual que sombras. El corelliano aspiró una larga bocanada del aire de las últimas horas de la noche, y el olor del océano ylesiano trajo consigo un torrente de recuerdos.

—Mantén los ojos bien abiertos, Chewie —dijo—. Este mundo puede ser un auténtico infierno. Es una suerte que no llueva, aunque sólo sea por una vez... —Rozó sus gafas con la punta de un dedo—. ¿Necesitas un par, amigo?

Chewie meneó la cabeza, y a continuación afirmó que la visión nocturna de los wookies era muy superior a la de los humanos. Podía ver estupendamente, y no necesitaba gafas.

Cuando Han giró sobre sus talones para empezar a subir por la rampa, Lando y Jarik bajaron corriendo por ella. Como Han, iban armados con rifles desintegradores de gran calibre y llevaban cascos provistos de gafas infrarrojas. Los tres se quedaron inmóviles al final de la rampa, viendo cómo los soldados rebeldes se iban organizando después de salir de las lanzaderas. La mayoría de los vehículos de transporte ya habían descendido.

—Bueno, chicos... ¿Adónde os creéis que vais? —preguntó Han.

—Vamos a ir en busca de un poco de acción —dijo Jarik—. ¡No pienso perderme esto!

El joven aferró su rifle desintegrados mientras daba saltitos sobre las puntas de los pies, evidentemente excitado ante aquella oportunidad de tomar parte en su primer ataque de superficie.

Han siempre había pensado que permitiría que Jarik se quedara en la nave, porque de esa forma todo el mundo correría menos riesgos.

—Eh, espera un momento —dijo—. Los togorianos van a ir a tomar el Edificio Administrativo, y yo y Chewie vamos a ir con Bria. Si vosotros queréis ir en busca de un poco de acción, ¿quién se va a encargar de proteger el Halcón?

—Ciérralo y activa los sistemas de seguridad —dijo Jarik—. Nadie va a entrar en tu nave a menos que tú se lo permitas, Han.

Lando señaló la playa. Las últimas naves de los rebeldes y los contrabandistas estaban descendiendo hacia sus puntos de bajada.

—Estoy seguro de que Bria enviará un grupo de guardia para que vigile a las naves, ¿no?

Han le lanzó una mirada asesina al jugador. De repente Lando comprendió que estaba siendo un poquito estúpido, y se apresuró a callarse.

Los contrabandistas ya estaban saliendo de sus naves, y resultaba evidente que varios de los capitanes no se sentían nada contentos. Han se preparó para lo peor cuando Kaj Nedmak y Arly Bron fueron hacia él con el rostro ensombrecido, acompañados por varios contrabandistas y corsarios más a los que no conocía.

—¿Qué demonios crees estar haciendo, Solo? ¿Cómo se te ha ocurrido llevarnos directamente hacia un turboláser? —preguntó Bron—. ¡He estado a punto de perder los motores!

Han se encogió de hombros y extendió las manos en un gesto de pedir disculpas.

—¡Eh, no ha sido culpa mía! ¡No lo sabía! ¡Yo también he estado a punto de acabar frito!

Bria apareció en ese instante, acompañada por Jace Paol, su lugarteniente.

—No ha sido culpa de Han —le dijo al irritado grupo de contrabandistas y corsarios—. Pero voy a decirles unas cuantas cosas a los bothanos. Se suponía que debían haber llevado a cabo todas las operaciones de reconocimento necesarias para esta misión. A menos que acabaran de instalar ese turboláser, a esas alturas ya tendrían que haber descubierto su existencia.

Los capitanes respondieron con un nuevo coro de gruñidos. Bria alzó la mano para pedir silencio.

—No os preocupéis. Todos obtendréis lo que se os había prometido —dijo, con la voz y los ojos llenos de dureza y autoridad—. Ahora quedaos en la playa hasta que hayamos acabado de tomar el recinto. Si no... Bueno, quien tenga ganas de luchar puede venir con nosotros.

La mayoría de los capitanes menearon la cabeza y se fueron, pero un par decidieron ir con los rebeldes..., probablemente para asegurarse de que tenían ocasión de seleccionar la especia de mejor calidad guardada en los almacenes. Han miró a Bria.

—Chewie y yo iremos contigo —dijo.

Jace Paol decidió intervenir.

—Solicito permiso para dejar fuera de combate a ese turboláser, comandante. Dentro de un rato vamos a necesitar más lanzaderas en el suelo, y no podremos disponer de ellas mientras ese cañón esté haciendo pedazos naves en el cielo.

Bria asintió.

—Permiso concedido, teniente. Llévese a un equipo de demolición con usted. Deje fuera de combate a ese láser, y si no puede asegurarse de que luego nos sea posible llevárnoslo para utilizarlo... destrúyalo.

—De acuerdo, comandante.

—Soy Jarik Solo, y me gustaría ir —dijo Jarik, yendo hacia Paol—. Ese láser ha estado a punto de chamuscarme el trasero. Me gustaría tomar parte en ese pequeño ajuste de cuentas.

Paol dirigió una inclinación de cabeza al joven.

—Será un placer tenerte con nosotros.

Han consiguió atraer la mirada de Lando y señaló a Jarik con la cabeza. Lando suspiró, y después dio un paso hacia adelante.

—También puede contar conmigo, teniente. Me llamo Lando Calrissian.

—Lo mismo digo, Calrissian.

Han se despidió de sus amigos agitando la mano mientras empezaban a bajar hacia la playa con el escuadrón de Paol. Después contempló cómo Bria daba las últimas órdenes a las tropas que se quedarían atrás para servir de retaguardia a las naves estacionadas en la playa.

Luego él y Chewie echaron a andar playa arriba con Bria y sus soldados. El comunicador de Bria emitió un suave trino musical, y Bria subió el volumen para poder oír las emisiones. Han escuchó la voz de Blevon, el comandante de asalto, que estaba hablando desde el Liberador.

—Arco Iris Uno a todos los puestos: tenemos múltiples informes de fuerte resistencia. Manténganse lo más alertas posible.

Bria lanzó una rápida mirada a Han, y después bajó los ojos hacia su cronómetro.

—Todas las fuerzas han aterrizado. Nos estamos retrasando.

Después redujo el volumen del comunicador hasta que el canal quedó convertido en un lejano murmullo de comandantes que iban recitando sus informes, y echó a correr. Han y los soldados echaron a correr detrás de ella.

Acostumbrarse a las gafas infrarrojas requería cierto tiempo. Han estuvo a punto de tropezar con una ondulación de la playa, y después se enredó con un matorral espinoso de hierba de las arenas y consiguió acabar lleno de arañazos. Chewie tuvo la amabilidad de levantarle en vilo, liberándole de la trampa vegetal. Han, con la piel ardiéndole, advirtió a los que venían detrás de él.

«Llevaba demasiado tiempo sin hacer esto», pensó mientras trepaba por la duna siguiendo a Bria con el pesado rifle A280 firmemente sujeto entre sus dedos. La arena se desplazaba y caía a su alrededor, y el suelo era muy traicionero. La última vez que había hecho algo semejante no figuraba entre los recuerdos más agradables guardados en su memoria.

Bria fue la primera en llegar a la cima. Se pegó al suelo, y agitó la mano para indicar a sus seguidores que tuvieran mucho cuidado. Han no estaba esperando ningún fuego enemigo —después de todo, ni siquiera podían ver el recinto—, pero ser cauteloso siempre era aconsejable durante una batalla. Se dejó caer al suelo y avanzó en un lento retorcimiento hasta quedar junto a Bria, con Chewie siguiéndole. Chorros de arena se introdujeron por el cuello de su camisa, llenándolo de picores. Pero Han no podía desperdiciar ni un segundo en rascarse.

Juntos, Han, el wookie y Bria recorrieron el último medio metro y asomaron las cabezas por encima del final de la duna...

... y estuvieron a punto de conseguir que se las volaran. Un diluvio de haces desintegradores de repetición cayó sobre ellos, convirtiendo parte do la arena en cristal al instante y rociándolos con una erupción de diminutas partículas calientes cuyo impacto ardía como el de una picadura de insecto.

Chewie aulló mientras él, Han y Bria se arrojaban al suelo, buscando refugio, hasta que el fuego cesó. La comandante rebelde tomó una lectura sensora y miró a Han, su rostro convertido en un manchón amarillo con labios blancos recortado sobre los distintos tonos verdosos de los infrarrojos. El corelliano pudo ver cómo fruncía el ceño debajo de la máscara que formaban las gafas.

—Estoy detectando un mínimo de veinte firmas de energía ahí fuera, Han, y todas nos están esperando. Sean quienes sean esos tipos, no son un grupo de gamorreanos.

Han la miró fijamente.

—Y a todo eso hay que añadirle el turboláser...

—Sí, claro. —Bria pulsó el botón de transmisiones de su comunicador—. Arco Iris Uno, aquí Rojo Uno. Recibimos descargas de turbo-láser cuando bajábamos y alteramos el curso para dirigirnos hacia nuestro punto de descenso alternativo. Estamos en el suelo, con bajas moderadas. Hemos perdido cuatro naves: tres lanzaderas, y un amigo. —Han sabía que «amigo» era el término de código acordado para referirse a la nave de un contrabandista o un corsario—. Nos estamos encontrando con una resistencia muy intensa, pero proseguimos con el ataque.

La voz del comandante de asalto surgió del comunicador.

—Arco Iris Uno recibiendo, Rojo Uno. ¿Necesitáis a Blanco Uno? Blevon les estaba preguntando si Bria necesitaba reservas del Liberador.

Bria pulsó la tecla de transmisión de su comunicador.

—Negativo, Arco Iris Uno. Las reservas no podrán aterrizar mientras ese turboláser siga disparando. Estamos trabajando en ello. Aquí Rojo Uno, cambio y corto.

—Arco Iris Uno, entendido y a la escucha —dijo Blevon acusando recibo del mensaje, y después guardó silencio.

Bria cambió de frecuencias para sintonizar su canal intergrupos. —Jaca, aquí Bria. ¿Ya has echado una mirada por encima de esas dunas?

—Sí, ya lo he hecho —dijo Paol con voz sombría—. ¿Quiénes son esos tipos?

—No lo sé —dijo Bria—, pero es evidente que son profesionales. Tendrás que describir un círculo a través de la jungla y bajar a las llanuras de barro por el norte. Yo atravesaré la jungla y llegaré por el sur, y así los atraparemos en un fuego cruzado.

—Entendido —dijo Paol—. Es justo lo que esperaba de ti, que me obligaras a arrastrarme por el barro...

Bria dejó escapar una seca carcajada y copó la conexión.

El equipo de Han y Bria necesitó casi diez minutos para avanzar lo suficiente por la playa hasta poder estar seguro de que contaba con la protección de la jungla. Subieron y bajaron por las dunas, y luego entraron en la jungla. Han fue siguiendo a Chewie mientras avanzaban a través de la vegetación medio podrida. El hedor hizo que arrugara la nariz, y Chewie dejó escapar un gemido de protesta. Los wookies tenían un sentido del olfato mucho más agudo que los humanos. Sudando y resbalando a causa del barro que se deslizaba bajo las suelas de sus botas, Han deseó haber elegido un calzado que tuviera un poco más de poder de tracción.

Finamente, llegaron al inicio de la zona despejada. Los sensores de Bria confirmaron que sus objetivos se encontraban justo delante de ellos. Se agazaparon en la jungla, y el comunicador de Bria dejó escapar un suave trino. Bria subió el volumen.

—... recibiendo múltiples informes de fuerte resistencia. Verde Uno confirma la captura de algunos profesionales de una unidad de mercenarios que se hace llamar Fuerza Nova. Aquí Arco Iris Uno, cambio y corto.

—¿Fuerza Nova? ¿Mercenarios? —Han miró a Bria—. ¡Oh, estupendo! ¿Cómo han llegado aquí?

Bria se encogió de hombros.

Han frunció el ceño.

–1Y pensar que les dije a los contrabandistas que esto iba a ser coser y cantar!

Han escuchó con el cuerpo tenso cómo Bria hablaba con Jace Paol. Todo estaba preparado.

El corazón del corelliano estaba latiendo a toda velocidad. Tragó saliva, y sintió un sabor metálico en la garganta.

—¿Estás listo, amigo? —le susurró a Chewie, que estaba comprobando el nivel de carga de su arco de energía.

—¡Hrrrrrrnnnnn!

Han comprobó el nivel de carga de su rifle desintegrador, a pesar de que sabía que el arma estaba al máximo.

Finalmente Bria asintió y todos emergieron de la jungla para empezar a arrastrarse por encima de la capa recortada de vegetación, con las manos y las rodillas hundiéndose en la blanda tierra. Había llovido hacía poco, naturalmente, ya que estaban en Ylesia. Los dedos de Han encontraron la dureza del permacreto. Debía de ser una pista de descenso o un camino construido recientemente, ya que hacía diez años no estaba allí.

Bria contó diez segundos con Paol, y luego...

—!Fuego!

Han se irguió sobre las rodillas, examinó el panorama con sus gafas y vio una borrosa silueta terminada en un casco que no le resultaba familiar, con el resplandor amarillo indicando calor corporal. Disparó.

Los últimos momentos de la noche desaparecieron bajo un estallido de fuego desintegrador, gritos ahogados y alaridos de batalla. Han y Chewbacca empezaron a avanzar con las tropas de Bria. La soldado que había estado corriendo a la izquierda de Han cayó de repente. Han volvió la cabeza hacia ella, vio un agujero negro allí donde había estado su cara y percibió el hedor de la carne chamuscada, y siguió adelante.

Unos momentos después, mientras el fuego enemigo empezaba a tartamudear y acababa disipándose, Bria ordenó el alto el fuego. Han y Chewie se aproximaron, viendo los cuerpos esparcidos ante ellos. Bria empujó uno con la punta de su bota mientras Jace Paol, tan recubierto de fango como un t'landa Til después de revolcarse en los barrizales, iba hacia ella.

—Fijaos en ese emblema de la manga —dijo Bria—. Una estrella en explosión... Y echad un vistazo a su armadura y su equipo. No cabe duda de que eran profesionales. —Fue contando cuerpos—. Veinte. Probablemente hay más manejando el turboláser.

Ella y Han volvieron la cabeza hacia el otro lado del recinto. El cielo todavía estaba ennegrecido por la oscuridad que precedía al alba, pero aun así pudieron distinguir la torre encima de la que estaba instalado el turboláser.

—Me alegro de que no puedan inclinar ese trasto lo suficiente para acertarle a blancos en la superficie —dijo Han—, ya que de lo contrario ahora estaríamos fritos.

Jarik y Lando se reunieron con ellos, y los cuatro amigos se hicieron a un lado para no estorbar mientras Bria ordenaba a unos cuantos miembros de uno de sus pelotones que ayudaran a los heridos a volver a las naves, y que recogieran las armas de la Fuerza Nova.

—Recordad que nos lo vamos a llevar todo, chicos —dijo—. Si puede volver a ser utilizado, recogedlo.

Todos asintieron.

Han miró a Lando y Jarik, ambos recubiertos de barro seco, y meneó la cabeza.

—Si Drea Renthal pudiera verte ahora, Lando...

Chewie se echó a reír.

—Cállate, Han. Y tú también, Chewbacca —dijo el jugador mientras empezaba a asestar palmadas a sus ropas llenas de suciedad. Por suerte para él, había decidido prepararse para el trabajo de aquella noche prescindiendo de sus prendas más elegantes—. No quiero oír ni una sola palabra más. No había estado tan sucio desde... Bueno, es una historia muy larga.

Han soltó una risita y miró a Jarik.

—Hola, chico... ¿Qué tal lo has hecho?

—Creo que bastante bien, Han —dijo Jarik, asintiendo—. Como mínimo les he dado a un par.

Han le dio una palmada en el hombro.

—Estupendo. Todavía conseguiremos convertirte en un auténtico guerrero.

Los dientes de Jarik iluminaron su rostro ennegrecido por el barro con un destello de blancura.

En cuanto el personal médico se hubo llevado a los heridos, Bria activó su comunicador y ordenó a las tropas que habían permanecido a la espera que avanzaran lo más deprisa posible.

—¡Vamos a tomar ese recinto! ¡Avanzad en pelotones y grupos de asalto, y que los equipos de demolición estén preparados!

Después subió el volumen del comunicador, y un instante después pudieron oír claramente la voz que surgió de él.

—Arco Iris Uno, aquí Verde Dos. Estoy asumiendo el mando en esta zona. Verde Uno ha caído.

—Arco Iris Uno recibiendo, Verde Dos. ¿Cuál es vuestra situación?

—Ya casi hemos acabado. Estamos terminando las últimas labores de limpieza, y esperamos tener el objetivo bajo control dentro de cinco minutos.

Bria torció el gesto.

—Estamos empezando a retrasarnos —murmuró, y pulsó otra tecla del comunicador—. Arco Iris Uno, aquí Rojo Uno. La resistencia en la línea del frente ha sido eliminada. Vamos a traer refuerzos, y nos disponemos a avanzar hacia el recinto.

—¿Qué pasa con ese turboláser, Rojo Uno?

—Arco Iris Uno, tengo a dos pelotones preparándose para ocuparse de él. Aquí Rojo Uno, cambio.

—Arco Iris Uno..., cambio y corto.

Han y Chewie siguieron con la mirada al grupo de Paol mientras éste empezaba a avanzar a través de la jungla para caer sobre la dotación del turboláser desde el este. Un instante después se encontraron muy ocupados avanzando hacia el recinto con las tropas de Bria. Se encontraron con alguna resistencia dispersa por parte de los guardias ylesianos que, en su mayor parte, fue aplastada fácilmente..., tal como habían esperado que ocurriría. La noche había perdido su silencio anterior incluso cuando las armas no hablaban. Había gemidos y súplicas de los heridos, voces que gritaban pidiendo ayuda y todo un surtido de palabras aulladas en lenguas alienígenas.

Mientras avanzaban, los grupos de ataque de Bria iban informando.

—Grupo Tres informando, Líder de la Mano Roja. Factoría de andris tomada. Los equipos de demolición se están preparando para entrar en acción.

—Pelotón Seis informando, Líder de la Mano Roja. Hemos tomado el Centro de Bienvenida, y hemos avisado al equipo de demolición de que ya puede venir.

—Aquí Pelotón Siete, Líder de la Mano Roja. Estamos entrando en el dormitorio. Está vigilado por los mercenarios..., pero sólo hay seis. No esperamos tener ningún problema...

—Pelotón Dos informando, Líder de la Mano Roja. Nos estamos colocando en posición para acabar con ese turboláser. El ataque empezará dentro de... cinco minutos.

Han y Chewie se mantuvieron lo más cerca posible de Bria, ya que cada uno de los tres les cubría las espaldas a los otros dos. Los haces desintegradores creaban ecos que resonaban por todo el recinto y que se mezclaban con los gritos, los gemidos surgidos de gargantas alienígenas y los gruñidos y chillidos gamorreanos.

Han pensó que probablemente habría un pelotón de mercenarios, lo cual significaba un total de entre treinta y cuarenta enemigos como máximo. Los soldados de la Fuerza Nova eran auténticos profesionales. Los mercenarios luchaban valientemente y con gran eficiencia hasta que resultaba evidente que la derrota era inevitable, y entonces se rendían. Estaban luchando por créditos, no por una causa, y la idea de sobrevivir para luchar otro día tenía mucho sentido.

En un momento dado una peregrina enloquecida armada con una pistola desintegradora que habría cogido de algún sitio surgió de entre las sombras y casi consiguió darle a Bria. Han derribó a la bothana de un certero disparo, matándola: no había dispuesto de mucho tiempo, y no pudo perder los segundos necesarios para un disparo meramente incapacitados Bria bajó la mirada hacia la peregrina para contemplarla con horror, y durante un momento Han creyó ver lágrimas en sus ojos.

—Era lo único que podía hacer, cariño —le dijo.

—Lo sé —murmuró Bria, intentando sonreírle—. Pero que te ataquen cuando estás tratando de ayudarles resulta bastante difícil de soportar.

Han intentó consolarla dándole unas palmaditas en el hombro. Bria cogió su comunicador en respuesta al trino de llamada del Mando de Asalto, y un instante después oyeron la identificación:

—Aquí Arco Iris Uno...

Un minuto entero transcurrió con terrible lentitud. Bria indicó a sus tropas que se desplegaran detrás de ella, y entonces el canal de comunicaciones volvió a hablar.

—Arco Iris Uno, aquí Azul Uno —dijo una voz exteriormente tranquila que contenía una corriente oculta de tensión casi imperceptible—. ¡Necesito un poco de ayuda!

—Informe sobre su situación, Azul Uno —replicó la voz de Blevon sin inmutarse.

—Hemos sufrido un treinta por ciento de bajas, y nos mantienen inmovilizados con desintegradores de repetición. Hay por lo menos dos de ellos, y uno está en el almacén y el otro en el dormitorio. Necesito a Blanco Uno.

—Azul Uno, aquí Blanco Uno. Puedo enviarte dos pelotones en tres minutos. ¿Dónde quieres que los deje?

—¿Por qué no tomas el almacén? Deja a un pelotón en el norte, exactamente en el lado sur de la Colina Tres-Uno. Deposita al otro en la jungla hacia el este, y atácalos desde el flanco. Yo tomaré el dormitorio.

—Me parece una buena idea, Azul Uno. Aquí Blanco Uno, cambio y corto.

—Aquí Azul Uno, cambio y corto.

Bria volvió la cabeza hacia el turboláser. Los primeros destellos del amanecer estaban empezando a iluminar el cielo.

—Jace debería iniciar el avance en cualquier momento...

Como si sus palabras hubieran sido una señal, los alrededores del turboláser se convinieron en un estallido de haces desintegradores, gritos, alaridos y los sonidos de por lo menos dos granadas siendo lanzadas. Una serie de explosiones hizo vibrar el aire.

Bria dejó transcurrir unos cuantos segundos llenos de tensión antes de activar su comunicador.

—!Grupo Dos, informen! ¿Habéis logrado pasar? ¿Cuál es la situación del objetivo?

No hubo contestación. Han y Chewie intercambiaron una mirada cargada de preocupación mientras buscaban refugio detrás de la factoría de brillestim. Uno de los hombres de Bria fue corriendo hacia ellos desde la parte trasera del edificio.

—Todo en orden, comandante. He pedido un equipo de demolición.

Bria asintió.

—Buen trabajo, Sk'kot. Grupo Dos, aquí Líder de la Mano Roja. Informen, por favor. ¿Qué está ocurriendo?

Hubo silencio durante diez interminables latidos del corazón, y después oyeron el repentino chasquido del canal.

—Líder de la Mano Roja, aquí Grupo Dos. —Era la voz de Jace Paol. Los soldados inmóviles alrededor de Han y Chewie sonrieron y dejaron escapar un suave coro de vítores—. El objetivo ha sido tomado, pero hemos sufrido unas cuantas bajas. Enviad a los médicos.

Bria se apresuró a solicitar ayuda para el Grupo Dos, y luego llamó a la lanzadera de los médicos para informarles de que ya podían poner rumbo hacia el recinto sin correr peligro.

—¿Qué tal le va al Grupo Ocho, togorianos? —preguntó después. La voz que surgió del comunicador hablaba el básico con bastante acento, pero podía ser entendida sin dificultad.

—Aquí Mrrov. El edificio ya casi está tomado, Bria, pero vamos a tener que registrar la jungla en busca de francotiradores. Algunos de los guardias consiguieron huir. Hay algunas naves en las pistas de descenso: la mayoría son lanzaderas pequeñas, pero hay una bastante grande. Las mantenemos bajo vigilancia. Es posible que algunos de los guardias intenten escapar.

Bria volvió a hablar por el comunicador.

—Excelente, Mrrov. Apuesto a que esos gamorreanos os duraron muy poco.

Mrrov respondió con una risa-gruñido lleno de diversión.

Bria cambió los canales con el tiempo justo de oír una nueva comunicación.

—Rojo Uno, aquí Arco Iris Uno. Informe sobre su situación.

Bria acababa de abrir la boca para replicar cuando un estallido de fuego desintegrador dirigido contra ellos surgió del centro del recinto. Bria, Han, Chewie y los otros miembros del grupo se apresuraron a pegarse a la pared. Han escupió el barro que se le había metido en la boca, y deseó poder lavársela con un poco del agua de la cantimplora que colgaba de su cadera. Pero no se atrevía a correr el riesgo de moverse.

—¡Cubridme! —gritó Bria por encima de su hombro, y después empezó a avanzar lentamente.

Han y Chewie ya estaban detrás de ella. Los haces desintegradores empezaron a deslizarse por encima de sus cabezas.

Bria se volvió, miró hacia atrás y vio a Han.

—¡Quédate donde estabas! —siseó—. ¡Puedo resolver este problema yo sola!

—Ya sé que puedes hacerlo —replicó Han—. ¡Sólo quiero ver cómo lo haces!

Por primera vez desde que la conocía, Han la oyó maldecir. Bria alzó su rifle desintegrado;, apuntó cuidadosamente y luego, cuando el objetivo apareció detrás de un vehículo, disparó una rápida salva de haces.

El centinela cayó al suelo y se quedó inmóvil.

—¡Buen tiro! —dijo Han, y aplaudió.

Los dos volvieron corriendo al refugio que habían buscado sus tropas. Bria localizó el comunicador que había dejado caer al suelo y lo recogió.

—Rojo Uno, aquí Arco Iris Uno. Informad sobre vuestra situación. La voz de Blevon seguía sonando firme y tranquila.

Bria también estaba tranquila, pero se hallaba un poco cansada. —Aquí Rojo Uno. El turboláser ha quedado fuera de combate, y hemos tomado la mayoría de las factorías. En estos momentos estamos atacando el almacén y el dormitorio. Todo debería haber acabado en unos diez minutos.

—Entendido, Rojo Uno. ¿Necesitaréis a Blanco Uno?

—No lo creo, Arco Iris Uno. Los estamos venciendo.

—Arco Iris Uno recibiendo.

Todos esperaron, aguzando el oído en un tenso silencio. Y de repente...

—Arco Iris Uno, aquí Oro Uno. El objetivo ha sido tomado.

—Aquí Arco Iris Uno: entendido.

Un minuto después llegó otro mensaje.

—Arco Iris Uno, aquí Naranja Uno. El objetivo acaba de ser tomado.

—Aquí Arco Iris Uno: entendido.

El resto de comandantes fueron informando uno a uno, salvo desde la Colonia Tres. A esas alturas, Bria ya había establecido contacto con toda su gente.

—Arco Iris Uno, aquí Rojo Uno —dijo—. El objetivo de esta zona se encuentra bajo control.

—Entendido, Arco Iris Uno.

—Todavía no sabemos nada de la Colonia Tres —dijo Bria con voz llena de preocupación—. Son los que necesitan más apoyo. Espero que todo esté yendo bien...

Como en respuesta a su preocupación, otra voz surgió del comunicados.

—Arco Iris Uno, aquí Blanco Uno informando desde la Colonia Tres. El objetivo ha sido tomado.

—Recibido, Blanco Uno —dijo Blevon—. ¿Dónde está Azul Uno?

—Ha muerto —replicó la nueva voz.

Bria alzó la mirada.

—Bien, se acabó. Ylesia es totalmente nuestra, caballeros, salvo por las últimas operaciones de limpieza. Vamos a llamar a esas naves.

Han se volvió hacia Chewbacca y llamó al wookie con un gesto de la mano.

—Necesito que hagas algo ahora mismo, Chewie —dijo.

—¿Arhhhhnnn?

—Hemos tomado esta zona, pero tengo la impresión de que a Muuurgh y Mrrov no les vendría nada mal disponer de un poco de ayuda en el Edificio Administrativo..., que es donde se encuentra la Sala de los Tesoros. Quiero que te asegures de que han tomado el edificio, y que les eches una mano si ves que lo necesitan. Tu visión nocturna es casi tan buena como la de un togoriano, y si están persiguiendo a algunos de esos guardias a través de la jungla, podrías serles de gran ayuda..., y lo sabes.

—¡Hrrrrrhhhhhh!

Chewbacca, como de costumbre, reaccionaba con bastante irritación ante todo lo que pudiera obligarle a separarse de su socio.

—¡Oh, vamos! —exclamó Han—. ¡Me preocupa que alguno de esos guardias pueda entrar en la sala y empezar a robar la colección de obras de arte de Teroenza! Esas joyas son nuestras, ¿recuerdas?

Chewie gruñó, pero su resistencia se estaba debilitando.

—Escúchame bien, bola de pelos, porque no tengo tiempo para discutir —dijo secamente Han—. Confío en Muuurgh y Mrrov, pero no conozco a esos otros togorianos y lo único que haría falta es un guardia un poco más listo que consiguiera entrar en la sala. Así pues, ayuda a Muuurgh y Mrrov a tomar el objetivo, asegúrate de que la Sala de los Tesoros sigue cerrada y vuelve inmediatamente. No deberías necesitar más de media hora. Te acuerdas de dónde quedaba la Sala de los Tesoros en ese plano que te dibujé?

—Hrrrrrrrnnnnnnn...

—Estupendo. Y ahora, mueve tu peludo trasero.

Chewbacca no había quedado del todo convencido, pero se fue sin más protestas.

Las naves ya estaban cayendo del cielo teñido de rosa como una lluvia metálica, y se iban posando en el centro del recinto

Han estaba tomando un sorbo de agua de su cantimplora cuando una silueta corrió hacia él. Han se subió los anteojos, intentó ver con más claridad bajo la tenue luz que precedía al amanecer y comprendió que era Lando. Han supo que algo iba mal incluso antes de ver la cara del jugador, y echó a correr hacia su amigo.

—Han... Es Jarik. Le han dado... No sobrevivirá, y te está llamando.

—¡Maldición!

Los dos echaron a correr.

Lando llevó a Han hasta el centro de ayuda de emergencia que habían instalado los médicos y señaló una camilla. Han fue hasta ella, bajó la mirada y reconoció la revuelta cabellera de Jarik..., y eso fue prácticamente todo cuanto pudo identificar. El rostro del joven había quedado convertido en un horror quemado y enrojecido. Al principio Han pensó que ya había muerto, pero un instante después vio que Jarik todavía respiraba. El corelliano alzó la cabeza para dirigir una mirada llena de esperanza al miembro del personal médico más cercano. La médico, una alderaaniana, meneó la cabeza con expresión ensombrecida y murmuró un «Lo siento» casi inaudible.

—Eh, Jarik... ¿Puedes oírme? —Han tomó la sucia mano del joven entre sus dedos y la apretó con firmeza—. Chico... Soy yo, Han...

A Jarik apenas le quedaban párpados, y Han sabía que debía de estar ciego. Pero su cabeza se volvió ligeramente hacia el corelliano, y sus labios se movieron.

—Han...

—No intentes hablar. Te pondrás bien, ¿sabes? Te meterán dentro de un tanque bacta, y antes de que puedas darte cuenta ya estarás persiguiendo chicas y liquidando imperiales.

Hubo una hebra casi imperceptible de aire exhalado, y Han la reconoció como el fantasma de una risa.

—Mentiroso... Han... He de... decirte una... cosa...

Han tragó saliva.

—¿Sí? Te escucho...

—Mi nombre... No es... No me llamo Solo. Te mentí.

Han carraspeó.

—Sí, chico, ya lo sé. No importa. Tienes derecho a usar ese apellido. En lo que a mí concierne, te lo ganaste hace mucho tiempo. —¿Lo... sabías?

—Claro. Lo he sabido desde el principio, Jarik.

Los fláccidos dedos se tensaron durante una fracción de segundo, y luego aflojaron su presa. Han se inclinó sobre el chico, le buscó el pulso y después le soltó la mano y se incorporó. Le escocían los ojos, y necesitó unos segundos para recuperar el control de sí mismo. La médico pasó junto a él, y Han la agarró de la manga.

—Ha muerto. ¿Dónde está su identificación?

La médico le entregó un miniordenador. Han lo cogió y luego tecleó «Jarik Solo» debajo del campo «nombre del fallecido».

La médico pidió ayuda, y dos androides de carga avanzaron lentamente hacia ella. Han contempló cómo envolvían eficientemente al joven muerto en la sábana y luego lo llevaban hacia la hilera de cadáveres ordenadamente extendida encima del suelo.

Antes de que pudiera girar sobre sus talones, ya estaban trayendo otra camilla con una rebelde herida.

—Agua... —graznó la mujer, y Han cogió su cantimplora.

—Te pondrás bien —le dijo mientras la ayudaba a beber—. No te preocupes.

La mujer bebió ávidamente.

—Gracias... —murmuró, y volvió a derrumbarse sobre la camilla.

—Oh, de nada —dijo Han—. ¿Cómo te llamas?

—Lyndelah Jenwald... —dijo la mujer, y torció el gesto—. El brazo... Me duele...

—Enseguida te atenderemos —le prometió Han, y fue en busca de un médico.

En cuanto se hubo asegurado de que Jenwald estaba recibiendo la atención que necesitaba, Han salió del centro de ayuda médica y se reunió con Lando, quien le lanzó una mirada llena de tristeza.

—Lo siento, Han. Intenté cuidar de él, pero lanzaron una granada y tuve que arrojarme al suelo, y antes de que pudiera darme cuenta...

El jugador se interrumpió y meneó la cabeza.

Han asintió.

—Ya sé cómo son estas cosas. No había nada que pudieras hacer, Lando. No te tortures. —Han respiró hondo—. Era un buen chico. —Sí, y...

Lando se calló cuando los dos humanos oyeron un rugido familiar. Han se despidió de Lando con un apresurado vaivén de la mano y se alejó corriendo del centro de ayuda médica para reunirse con Chewbacca.

El wookie, viendo que Han estaba ileso, le agarró por el hombro y le revolvió los cabellos en el típico saludo de su raza. Han respiró hondo antes de hablar.

—Chewie, amigo... Tienes que ser fuerte, ¿de acuerdo? —dijo—. Jarik ha muerto.

El wookie le contempló en silencio durante unos momentos, y después echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un ensordecedor rugido en el que la rabia se mezclaba con la pena. Han, aunque en silencio, se unió al dolor de su amigo.

Chewbacca tiró de Han y empezó a agitar las manos mientras emitía enfáticos gruñidos.

—¿Mrrov? —preguntó Han—. ¿La han herido? ¿Se recuperará? Chewie no estaba seguro, pero así lo creía.

—He de encontrar a Muuurgh —dijo Han—. Te diré lo que vamos a hacer, Chewie: ve al Halcón, y llévalo hasta esa pista que hay al lado del Edificio Administrativo. Entonces estaremos listos para iniciar la operación de carga.

Chewie asintió y se alejó a largas zancadas. En cuestión de momentos su alta silueta se perdió de vista entre las tropas que trataban de avanzar y que esquivaban el fuego enemigo deslizándose por entre las lanzaderas estacionadas y los cargueros.

Han intentó localizar a Lando, pero su amigo había desaparecido. Volvió al centro de ayuda médica y preguntó dónde estaban atendiendo a los togorianos. El médico al que interrogó no lo sabía. Han tuvo que hacer tres intentos para averiguarlo.

Finalmente, le enviaron a otro puesto de ayuda auxiliar en el que estaban tratando a la mayoría de los no-humanoides. Han viola enorme silueta negra de Muuurgh agazapada sobre un catre, y fue corriendo hacia ella.

—¡Eh, Muuurgh!

El togoriano se volvió al oír la voz de Han, y después se levantó de un salto y abrazó al corelliano.

—Muuurgh se alegra de ver a Han Solo. Ahora se nos están llevando, y Muuurgh no deseaba irse sin poder dar la despedida.

Han bajó la mirada hacia Mrrov. Un vendaje cubría la mitad de su cabeza.

—¿Qué ocurrió?

—Muuurgh y Mrrov estaban de guardia en la pista de descenso, y tres gamorreanos nos atacaron. Mrrov sufrió dos heridas de una lanza de energía antes de que Muuurgh le abriese la garganta a su atacante.

—Oh, amigo... Lo siento muchísimo —dijo Han—. Se pondrá bien, ¿verdad?

—Ha perdido el ojo —dijo Muuurgh—. Y el médico dice que tal vez tengan que amputarle la mano. No lo sabe, pero Mrrov vivirá. Y se enorgullecerá de saber que los esclavos son libres y que los sacerdotes han muerto.

Han asintió, y no se le ocurrió nada más que decir. Unos enfermeros fueron hacia ellos con una camilla antigravitatoria y colocaron a la togoriana herida encima de ella. Han acompañó a Muuurgh hasta la lanzadera médica, vio cómo Mrrov era introducida en el compartimiento de pasaje y después se despidió de Muuurgh con un último y silencioso abrazo.

Después de haber visto despegar a la lanzadera, Han volvió al gran almacén de especia, pensando que sería allí donde encontraría a Bria. Vio pasar a Jace Paol, y le preguntó al teniente dónde estaba Bria. Pad señaló el dormitorio de los peregrinos con un pulgar. Han echó a correr en esa dirección, y luego se detuvo a medio camino entre el almacén y el dormitorio.

Un contingente de tropas rebeldes estaba sacando a los peregrinos del dormitorio, y resultaba evidente que los esclavos asustados y perplejos se hallaban al borde del pánico. Bria se plantó delante de ellos con un micrófono en la mano.

—¡Escuchadme! —les dijo—. ¡Todos los sacerdotes han muerto! ¡Ahora sois libres, y hemos venido a ayudaros!

—¡Ellos han matado a los sacerdotes! —gritó un anciano, y empezó a sollozar.

Un coro de gemidos y quejidos hizo vibrar el aire.

—¡Entrad en esas lanzaderas, deprisa! —dijo Bria—. Disponemos de médicos y de medicinas que os ayudarán a sentiros mejor. ¡Podemos curaros!

La agitación de la multitud se estaba volviendo cada vez más violenta. «Unos momentos más y vamos a tener un auténtico motín pensó Han con inquietud. Resultaba obvio que Bria no estaba consiguiendo hacerse escuchar».

—¡Queremos la Exultación! —gritó un peregrino, y un instante después todos estaban cantando y alzando los puños hacia el cielo—. ¡Queremos la Exultación!

Bria señaló las lanzaderas.

—¡Subid a las lanzaderas! ¡Os ayudaremos!

—!Queremos la Exultación!

La multitud empezó a avanzar y Bria, poniendo cara de disgusto, hizo una señal a sus tropas. Los soldados abrieron fuego con sus armas ajustadas en el nivel de aturdimiento, y los peregrinos empezaron a desplomarse.

El cuerpo de Han, que había recibido unas cuantas descargas aturdidoras a lo largo de su vida, vibró en un estremecimiento de simpatía dirigida hacia los peregrinos, y se sintió un poco perplejo ante la implacabilidad de Bria, que se había limitado a ordenar a sus tropas que dispararan contra los esclavos.

Pero acabó decidiendo que comentarlo no serviría de gran cosa. Mientras permanecía paralizado por la vacilación, viendo cómo los androides de carga empezaban a introducir fláccidos cuerpos de peregrinos en las lanzaderas, Bria giró sobre sus talones y le vio.

Han la saludó con la mano, y Bria corrió hacia él. Han la estrechó entre sus brazos, dominado por el inmenso alivio de ver que los dos habían conseguido sobrevivir.

—¿Y Jarik? —preguntó Bria.

Han meneó la cabeza.

—No —dijo—. No lo consiguió.

—Oh, Han... ¡Lo siento tanto!

Han la rodeó con los brazos, la besó y sintió cómo Bria le devolvía el beso. Los dos permanecieron inmóviles, estrechamente abrazados en el centro del caos.

Bria acabó apartándose de él.

—Debemos ir hacia el Edificio Administrativo —dijo—. Tenemos que entrar en la Sala de los Tesoros.

Han asintió.

—Chewie ya habrá llevado el Halcón allí y lo tendrá preparado para cargar las bodegas —dijo, mirando a su alrededor. El sol ya había empezado a subir por el cielo, y la escena que se extendía ante él era un caos organizado con tropas rebeldes por todas partes. Bria le tiró del brazo, pero Han no se movió—. ¿Dónde está Lando? —preguntó—. Hace unos minutos estaba aquí... ¿Ha ido a recoger su parte de la especia?

—¡Vamos! —le apremió Bria.

Han volvió la mirada hacia el almacén, pensando que Lando probablemente estaría allí, esperando para recibir su parte. Le vio y dio un paso hacia el almacén, pero Bria tiró ferozmente de él.

—¡No! ¡Vamos, Han! ¡Tenemos que irnos!

Han entrecerró los ojos.

—Aquí está pasando algo muy raro —dijo.

Podía ver a Lando, y a Kaj Nedmar, Arly Bron y cinco o seis capitanes contrabandistas inmóviles junto a la puerta abierta del almacén. Ninguno de ellos hada nada, y se limitaban a permanecer inmóviles. Han miró a Lando y Lando le devolvió la mirada, pero el jugador no se movió.

—¡Vamos, Han!

Han echó a andar hacia el almacén, pero un instante después la sorpresa y la consternación lo dejaron paralizado. Por fin podía ver lo que había junto a la puerta, cubriendo a los contrabandistas: era un desintegrador pesado de repetición instalado sobre su trípode, con un soldado rebelde inmóvil detrás de él. Apostados a intervalos, había tres guardias rebeldes más..., todos apuntando a los contrabandistas con sus armas.

—¿Qué infiernos está pasando aquí? —preguntó, volviéndose para encararse con Bria—. ¿Qué estás haciendo?

Bria se mordió el labio.

—Esperaba que no lo descubrirías —dijo—. Habría resultado mucho más fácil, Han. Anoche recibí mis órdenes. Se está preparando algo realmente serio, y necesitamos hasta el último crédito que podamos reunir. Todo el mundo tendrá que hacer ciertos sacrificios. Los capitanes contrabandistas van a ser retenidos como rehenes durante algún tiempo. Sus tripulaciones podrán llevarse la especia no procesada..., pero nosotros tenemos que llevarnos toda la materia de primera calidad. La necesitamos, Han. Lo siento, pero no tengo elección.

Han se quedó boquiabierto, y lanzó una rápida mirada por encima del hombro para ver que los otros contrabandistas le estaban mirando fijamente. «¡Oh, maldición! —pensó—. ¡Creen que he estado metido en esto desde el principio!».

¿Qué podía hacer? ¿Renunciar a su parte de la Sala de los Tesoros, para demostrar que estaba de parte de los contrabandistas? Si sus posiciones se invirtieran, Han sabía que la mayoría de ellos no levantarían ni un dedo para ayudarle. Y además... Bueno, después de todo apenas si los conocía.

Salvo a Lando, naturalmente...

Han meneó la cabeza y miró a Bria.

—¿Por qué no me contaste lo que habías planeado hacer, cariño?

—Porque nunca lo habrías aceptado —dijo Bria.

—Pero Lando es mi amigo. —Han se encogió de hombros—. Los demás... Bueno, apenas si los conozco, pero Lando...

—Oh, vamos —dijo Bria—. Tu parte de la Sala de los Tesoros es tuya para que hagas lo que te plazca con ella. Si te sientes mal, dale su parte a Lando luego.

Han reflexionó durante unos momentos, y luego acabó suspirando. «Te compensaré de alguna manera, Lando», se dijo. El corelliano se permitió un encogimiento de hombros mental mientras se alejaba con Bria, dejando a los contrabandistas a su espalda. «Esto no me gusta nada... Pero ¿qué otra cosa puedo hacer?».

Han pensó que era una suerte que Chewie no estuviera allí. El wookie tenía una conciencia excesivamente activa...

Cuando Han y Bria llegaron al Edificio Administrativo, encontraron a Chewie esperándoles y al Halcón posado sobre la pista. Chewie quiso saber dónde estaba Lando, y Han titubeó antes de responder.

—Va a volver con Arly —dijo pasados unos segundos. Afortunadamente, Chewie estaba demasiado ocupado con la Sala de los Tesoros para percibir la visible incomodidad de Han.

Han había cogido un pequeño detonador térmico del arsenal rebelde, y unos instantes bastaron para volar la puerta.

Entró en la sala, y lo que vio le dejó paralizado de estupor. La mayoría de los estantes ya se hallaban vacíos.

—¿Qué demonios...?

—¡Teroenza debía de estar preparándose para huir! —exclamó Bria, señalando con un dedo—. ¡Mira, Han! ¡Los tesoros ya están embalados y esperándonos!

La gran puerta de carga trasera de la Sala de los Tesoros estaba entornada, como si una parte del tesoro ya hubiera sido cargada..., pero Han no vio una nave ahí fuera. Pensó que Teroenza habría llamado a una nave, pero que había sido presa de los asesinos durante las matanzas del día anterior.

—¡De acuerdo! —gritó, e hizo girar a Bria en un improvisado paso de baile—. ¡Gracias, Teroenza!

Le dio un corto pero apasionado beso, y después se volvió hacia las cajas llenas de botín.

—Bien, vamos a necesitar una plataforma elevadora —dijo—. Hay una a bordo del Halcón. Chewie, tendrás que...

—No te muevas, Solo —dijo una voz surgida del pasado.

Han se quedó totalmente inmóvil mientras Teroenza surgía de su escondite detrás de la fuente de jade blanco. El Gran Sacerdote empuñaba un rifle desintegrador, y sus ojos ardían con un brillo salvaje que indicó a Han que esta vez las palabras no le iban a servir de nada.

—Manos arriba —ordenó el sacerdote.

Han, Chewie y Bria levantaron las manos. Han miró a los demás, pensando a toda velocidad en un frenético intento de encontrar una forma de salir de aquel lío. Pero Teroenza los tenía cubiertos.

—Voy a disfrutar con esto, Bria Tharen y Han Solo —dijo Teroenza—. He llamado a un piloto, y vendrá a recogerme desde la Colonia Cuatro. Por fin me veré libre de este mundo infernal..., y tendré mi tesoro. Echaré de menos a mi compañera, pero en conjunto no habré salido tan mal librado. Quizá Desilijic pueda utilizar mis servicios...

—Eh, Jabba es amigo mío —dijo Han—. Si me matas, se lo tomará bastante mal.

Teroenza dejó escapar una risita jadeante.

—Los hutts no tienen amigos —dijo—. Adiós, Solo.

Dirigiendo el desintegrador hacia Han, el dedito gordezuelo de Teroenza empezó a curvarse sobre el gatillo.

Han cerró los ojos. Oyó el quejumbroso gemido del desintegrados...

... y no sintió nada, ni dolor ni una oleada de calor abrasador.

Después de un momento interminable, Han oyó cómo un cuerpo caía al suelo con un potente golpe sordo.

«¡Le ha pegado un tiro a Bria en vez de a mí!», pensó, y abrió los ojos.

Pero el cuerpo caído en el suelo era el de Teroenza. Había un enorme agujero allí donde había estado el bulboso ojo izquierdo del sacerdote.

Han lo contempló con incredulidad, preguntándose si se había vuelto loco y se estaría imaginando todo aquello. «¿Qué está pasando?»

Bria dejó escapar un jadeo ahogado junto a él.

Han vio cómo Boba Fett surgía de un rincón de la sala sumido en la penumbra, el rifle desintegrador sostenido en los brazos.

«¡Oh, estupendo! —pensó—. ¡Ahora Fett nos matará a todos!»

El cazador de recompensas los mantuvo a todos cubiertos con su arma mientras avanzaba hacia el enorme cuerpo de Teroenza, y luego hincó una rodilla en el suelo. Manteniéndolos cubiertos con el rifle desintegrador sostenido por una sola mano, Fett empezó a usar una hoja vibratoria con la otra. El pequeño instrumento zumbó, abriéndose paso con gran facilidad a través de la carne y el hueso mientras Fett cortaba cuidadosamente el cuerno de Teroenza.

Han estaba tan perplejo que la cabeza le daba vueltas.

Y finalmente el cazador de recompensas volvió a levantarse, y después empezó a retroceder lentamente con el horrible trofeo sujeto debajo de un brazo.

Han no pudo contenerse.

—¿Te vas? —balbuceó.

¿Había una tenue sombra de diversión en la voz mecánica de Boba Fett? Han no consiguió decidir si realmente existía o sólo eran imaginaciones suyas.

—Exacto —dijo el cazador de recompensas—. El sacerdote es una recompensa de prioridad. No he venido hasta aquí por vosotros.

Y después de haber llegado a la abertura de la pared, Boba Fett retrocedió a través de ella y se desvaneció tan súbitamente como había aparecido.

Han se quedó boquiabierto y se sintió casi mareado de puro alivio.

—¡Bria! —chilló, y volvió a abrazada.

Los tres empezaron a gritar, y luego lo estuvieron celebrando durante un momento interminable en la Sala de los Tesoros desierta.

Han fue al Halcón para coger la plataforma repulsara. Cuando volvió, dedicaron varios minutos a organizar las cajas para que la operación de carga resultara lo más eficiente posible.

De repente una lanzadera de asalto rebelde se posó sobre el permacreto junto al Halcón. Han, muy sorprendido, se volvió hacia la nave para ver cómo Jace Paol y un pelotón de rebeldes desembarcaban de ella.

—Bria... —dijo—. Eh, ¿qué está ocurriendo? Este es nuestro tesoro. Vamos a llevárnoslo, y nos vamos a ir en el Halcón..., ¿verdad? Juntos..., ¿verdad?

Han la miró fijamente y Bria le devolvió la mirada, se mordió el labio y no respondió. Han sintió cómo un gélido nudo de tensión se iba extendiendo por su estómago.

—Bria., Cariño... Me lo prometiste, ¿recuerdas? Estaríamos juntos, ¿no? Siempre... —Tragó saliva—. Bria.,.

Chewie dejó escapar un rugido lleno de rabia y frustración, y de repente el desintegrador estaba en la mano de Bria, apuntándolos. —Tenemos que hablar, Han —murmuró Bria.