Capítulo 12
Hielo
Cinco días después de la muerte de Jiliac, Han Solo y Chewbacca visitaron la taberna favorita de Han en la sección corelliana de Nar Shaddaa. La Luz Azul no servía comida, únicamente licores, y en realidad no era más que una especie de agujero abierto en un muro, pero a Han le gustaba el local. En la pared había carteles holográficos de lugares famosos de Corellia, y la lista de bebidas incluía su marca favorita de cerveza alderaaniana.
Mich Flenn, el camarero que atendía la barra, era un corelliano ya bastante mayor que había sido contrabandista hasta que consiguió reunir los créditos suficientes para comprar el bar. A Han le encantaba oír sus historias de los viejos tiempos, aunque siempre había que aplicar una considerable dosis de cautela a cuanto dijera el vejestorio. Después de todo, ¿quién había oído hablar jamás de seres inteligentes dotados de extraños poderes que podían saltar diez metros por los aires y ejecutar sorprendentes acrobacias por encima del suelo, o hacer surgir relámpagos azulados de las puntas de sus dedos?
Han y Chewie iban allí casi todas las noches. Aquella velada en particular, estaban tomando sorbos de sus bebidas en la barra mientras escuchaban otra de las historias increíbles de Mich. El corelliano fue vagamente consciente de que alguien había entrado en el bar y se había colocado junto a él durante los momentos más apasionantes del relato, pero no se volvió para averiguar la identidad de su nueva compañía.
La historia de Mich era muy larga y todavía más enloquecida que de costumbre, ya que estaba protagonizada por un árbol inteligente que en tiempos lejanos había sido un poderoso hechicero y por una raza de criaturas que transferían su esencia a androides de combate para convenirse en la fuerza guerrera perfecta.
Mich llegó al final de su historia y Han meneó la cabeza.
—Eso ha sido realmente increíble, Mich. Deberías escribir todas tus historias y vendérselas a los productores de trivisión. Siempre están buscando ese tipo de locuras para sus series.
Chewie expresó su acuerdo con un enfático rugido.
Mich miró a Han, le sonrió y después empezó a sacarle brillo a un vaso y se volvió hacia el extremo de la barra.
—¿Qué va a tomar, hermosa dama?
Han, en un acto reflejo, volvió la cabeza hacia la derecha para ver con quién estaba hablando Mich..., y se quedó paralizado por el estupor.
‘¡Bria!’
Al principio Han se dijo que estaba viendo visiones, que era sólo un parecido casual, pero luego la oyó hablar con esa voz ligeramente grave que tan bien recordaba.
—Sólo un poco de agua de Vishay, Mich.
“Es ella... Bria... Es realmente ella..”
La recién llegada volvió lentamente la cabeza, y su mirada se encontró con la de Han. El corazón del corelliano había empezado a latir a toda velocidad, aunque estaba casi seguro de que todavía conservaba el control de su rostro. Todas aquellas partidas de sabacc le habían enseñado unas cuantas cosas.
Bria titubeó durante unos momentos antes de hablar, pero acabó abriendo la boca.
—Hola, Han —dijo por fin.
Han se humedeció los labios.
—Hola, Bria. —La contempló en silencio, y después un movimiento repentino por parte de Chewie hizo que se acordara de la presencia de su compañero—. Y éste es Chewbacca, mi amigo y socio.
—Saludos, Chewbacca —dijo Bria, articulando las palabras con mucho cuidado y hablando en un wookie casi pasable que dejaba muy claro que había recibido clases de Ralrracheen—. Es un honor conocerte.
El wookie, que resultaba obvio se estaba preguntando qué ocurría allí, respondió con un saludo algo titubeante.
—Eh... Cuánto tiempo sin vernos, ¿verdad? —dijo Han.
Bria acogió aquella forma ridículamente diplomática de expresar lo sucedido entre ellos con una solemne inclinación de cabeza.
—He venido a verte —dijo—. ¿Podríamos sentarnos y hablar unos minutos?
Han no tenía muy claro cómo debía reaccionar. Una parte de su ser quería tomar a Bria entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin aliento, en tanto que otra quería sacudirla violentamente mientras le gritaba maldiciones y acusaciones. Otra parte, a su vez, sólo quería girar sobre sus talones y alejarse para demostrarle que ya no significaba absolutamente nada para él.
Pero se encontró asintiendo.
—Claro —dijo y, cuando fue a coger su jarra, Chewie le puso la mano sobre el brazo y le dirigió un suave gruñido.
Han alzó la mirada hacia su compañero, agradeciendo la sensibilidad de Chewbacca. De hecho, prefería hablar con Bria a solas. —De acuerdo, amigo. Te veré en casa más tarde.
Chewie se despidió de Bria con una inclinación de cabeza y luego salió del Luz Azul. Han cogió su jarra de cerveza y precedió a Bria hacia un reservado de la parte trasera del tenuemente iluminado y casi vacío local.
Cuando vio aproximarse a Bria y sentarse enfrente de él, Han tuvo su primera ocasión de examinarla. Bria llevaba unos pantalones y una especie de mono marrón de estilo militar, aunque en las prendas no había ninguna insignia o indicación de rango. Su cabellera estaba recogida y estirada hacia atrás en un estilo bastante severo. Han no consiguió decidir si la llevaba muy corta, o si se había limitado a ceñírsela en un apretado moño.
No llevaba joyas. Un DesTec DL–18 (Han, por su parte, prefería el modelo DL–44, de mayor calibre) que tenía un aspecto bastante usado ocupaba una funda pistolera situada encima de su muslo derecho y ceñida bastante abajo, de la misma forma en que a Han le gustaba llevar la suya. El cinturón de Bria estaba lleno de pilas de energía extra, y también contenía una hoja vibratoria envainada. A juzgar por la ligera protuberancia que hinchaba la parte superior de su bota, también escondía un arma auxiliar allí.
Mientras Bria permanecía inmóvil delante de él, contemplándole sin abrir la boca, Han intentó encontrar palabras, pero enseguida descubrió que lo único que podía hacer era devolverle la mirada, sintiéndose incapaz de creer que Bria realmente estuviera allí, que aquello no fuese un sueño..., o una pesadilla.
Bria también le miraba fijamente, y sus ojos recorrían los rasgos de Han. Unos instantes después empezó a hablar, tartamudeó e hizo una profunda inspiración de aire.
—Lo siento —murmuró por fin—. Siento haberte sobresaltado, quiero decir... Hubiese tenido que decir algo, pero se me quedó la mente en blanco. No parecía haber nada que pudiese decir.
—¿Has venido aquí en mi busca? —preguntó Han.
—Sí. Cuando vi a tu amigo el mes pasado, dijo que éste era uno de tus bares favoritos. Decidí... Decidí correr el riesgo de que estuvieras aquí esta noche.
—¿Has venido a Nar Shaddaa por negocios?
—Sí. Me alojo en esas habitaciones que hay encima del Nido de los Contrabandistas. —Bria sonrió sarcásticamente—. Es un sitio todavía más miserable que aquel en el que estuvimos esa noche en Coruscant.
El aturdido cerebro de Han estaba volviendo a empezar a funcionar, y la ira le fue invadiendo poco a poco. Se acordaba de aquel miserable hotelito de Coruscant. Ésa fue la última noche que pasaron juntos. Se acordaba de haberse quedado dormido..., y de haber despertado solo y abandonado.
De repente su mano salió disparada hacia adelante y sus dedos se curvaron alrededor de la muñeca de Bria, y la sensación asombrosamente intensa del contacto con su carne se extendió por todo su cuerpo. Los esbeltos huesos de Bria parecían tan delicados bajo su mano...
Era como si bastara con ejercer un poco de presión para partirlos, y Han casi se sentía lo bastante furioso para intentarlo.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué, Bria? ¿Piensas que puedes volver a entrar en mi vida como si tal cosa una década después de haber salido de ella? ¿Quién demonios te has creído que eres?
Bria le miró fijamente y entrecerró los ojos.
—Suéltame, Han.
—No —rechinó el corelliano—. ¡Esta vez no voy a permitir que salgas corriendo y vuelvas a dejarme sin respuestas!
Han no estuvo muy seguro de qué hizo exactamente Bria. Quizá empleó algún truco de combate sin armas, pero de repente hubo un brusco giro y una dolorosa punzada en un nervio, y la mano de Bria quedó libre y la suya empezó a palpitar. Han bajó la mirada hacia ella, sintiendo cómo sus ojos se desorbitaban, y luego volvió a alzar la vista hacia Bria.
—Has cambiado —dijo—. Oh, sí, realmente has cambiado mucho... Han no estaba muy seguro de si se trataba de un cumplido o de una acusación.
—Tuve que cambiar... o morir —dijo Bria secamente—. Y no te preocupes. No me voy a levantar de un salto para echar a correr. Necesito hablar contigo, y eso es precisamente lo que voy a hacer. Si quieres escucharme, por supuesto...
Han asintió de mala gana.
—De acuerdo. Te escucho.
—En primer lugar, permíteme decirte que siento haberte dejado de esa manera. Lamento muchas de las cosas que he hecho en mi vida, pero ésa es la que más lamento —dijo Bria—. Pero tenía que hacerlo, Han, porque de lo contrario jamás hubieras conseguido ingresar en la Academia.
—Para lo que me sirvió... —dijo Han con amargura—. Me expulsaron menos de un año después de que hubiera conseguido mi primer nombramiento, y además me incluyeron en la lista negra.
—Por rescatar a un esclavo wookie —dijo Bria, y le sonrió con una sonrisa que hizo que Han sintiera cómo el corazón le daba un vuelco—. Me sentí tan orgullosa cuando lo supe, Han...
Han quiso devolverle la sonrisa, pero la ira seguía teniendo el control
—No quiero que te sientas orgullosa de mí —se encontró diciendo—. No te debo nada, hermana. Lo hice todo yo solo.
Enseguida pudo verlo mucho que le dolían aquellas palabras. Una nube rojiza se extendió por las mejillas de Bria y sus ojos destellaron y después, durante un momento, casi pareció como si estuviera intentando contener el llanto. Luego su rostro volvió a quedar bajo el control habitual, gélido y tan inmóvil como una escultura.
—Ya lo sé —murmuró—. Pero aun así me sentí orgullosa.
—Pues he oído decir que tú también has tenido bastante contacto con los wookies —dijo Han, y su tono era lo bastante cortante y afilado para hacer sangre—. O eso me dijeron Katarra y Ralera.
—¿Estuviste en Kashyyyk? —Bria sonrió—. Ayudé a organizar el grupo de la resistencia allí.
—Sí, he oído decir que eres oficial de la resistencia corelliana. —Soy comandante —confirmó Bria en voz baja y suave.
Han le lanzó una rápida mirada de soslayo.
—Bueno, eso sí que es realmente impresionante, ¿verdad? Para ser una chica asustada que jamás había disparado un desintegrador, no cabe duda de que has recorrido un largo camino.
—Hice lo que tenía que hacer en cada momento —replicó Bria—, Cuando estás en la resistencia asciendes muy deprisa. Deberías pensar en unirte al movimiento, Han.
Bria acababa de emplear un tono un tanto burlón, pero había algo en él que le indicó a Han que no estaba bromeando.
—No, hermana. Muchas gracias, pero no —dijo—. He tenido ocasión de ver a las fuerzas imperiales muy de cerca, y tu rebelión no tiene ni una sola posibilidad contra ellas.
Bria se encogió de hombros.
—Tenemos que intentarlo, porque si no lo hacemos Palpatine nos engullirá vivos a todos. El Emperador es realmente maléfico, Han. Creo que organizó todo ese asunto con la batalla de Nar Shaddaa sólo para librarse de Sam Shild.
—Oh, claro —dijo Han—. Nuestro viejo y querido Sara Shild... «Querido» Shild, ¿verdad? Hacíais una pareja tan bonita... Bria torció el gesto ante su sarcasmo.
—Como ya le expliqué a Lando, no era exactamente lo que parecía.
—Y lo que parecía era algo bastante repugnante, Bria —dijo Han—. No fue uno de mis mejores días, ¿sabes? Verte allí, sonriéndole y lanzándole miradas de ternura...
Los labios de Bria se tensaron de repente.
—Estaba llevando a cabo una misión. Ya sé lo que parecía, pero Shild no sentía ese tipo de interés por mí. Tuve suene, desde luego. Pero he hecho algunas cosas para la resistencia que no me gustan demasiado..., y volvería a hacerlas si fuese necesario. Estoy dispuesta a hacer absolutamente todo lo que sea necesario hacer.
Han estaba reflexionando sobre lo que le había dicho Bria.
—¿Realmente piensas que la invasión del espacio hutt fue algo urdido por el Emperador? ¡Pero si fue Shild quien la organizó y la ordenó! ¿Cómo es posible?
—Yo estaba con él, Han, y créeme cuando te aseguro que ocurrió algo realmente muy extraño —dijo Bria—, Shild cambió. Fue aterrador, de veras... En cosa de un mes escaso, Shild se convirtió en un hombre totalmente distinto. De repente empezó a hacer planes para adueñarse del espacio hutt; y además empezó a hablar de derrocar al Emperador.
Han meneó la cabeza.
—Eso es una locura.
—Lo sé. No puedo explicarlo, salvo diciendo que... —Titubeó—. Si te lo cuento, pensarás que me he vuelto loca.
—¿Qué es lo que quieres contarme? Habla de una vez.
Bria respiró hondo antes de empezar a hablar.
—Dicen que Palpatine tiene ciertas... capacidades. Dicen que puede influenciar a la gente para que haga cosas. Se trata de alguna clase de influencia mental, ¿entiendes?
—¿Como leer los pensamientos?
—No lo sé —dijo Bria—. Quizá. Ya sé que suena imposible, pero es la única explicación que tiene cierto sentido. Shild era popular, ambicioso y corrupto, y suponía una amenaza para la consolidación del poder. Por eso Palpatine se limitó a..., a estimular las ambiciones de Shild hasta que acabó destruyéndose a sí mismo con ese ataque contra Nal Hutta.
Han frunció el ceño.
—¿Y qué me dices de Greelanx? ¿Cómo encajaba en el plan? ¿Y quién le mató? Al principio esperaba que me acusaran, pero se limitaron a guardar silencio al respecto. Nunca oí nada sobre ello en las noticias.
Han reprimió un estremecimiento ante el recuerdo de lo que sintió cuando estaba en aquella habitación cerrada contigua al despacho de Greelanx y oyó aquella respiración tan inexplicablemente ruidosa, y aquellos pasos ominosos y pesados...
Bria se inclinó hacia adelante y, de manera inconsciente, Han la imitó.
—Dijeron que fue... Vader —murmuró Bria, bajando la voz hasta dejarla convertida en una hebra de sonido casi inaudible.
—¿Vader? —dijo Han, hablando también en un susurro—. ¿Te refieres a Darth Vader?
Bria asintió.
—Sí, Han. Darth Vader es algo así como... —Titubeó, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Bueno, digamos que es algo así como el brazo derecho del Emperador y que se ocupa de todos los asuntos realmente desagradables.
Han se recostó en su asiento. Había oído hablar de Vader, pero nunca había llegado a encontrarse con él.
—Ya —dijo—. Bueno, pues me alegro de que no trataran de hacerme cargar con el muerto.
Bria asintió.
—Posteriormente los servicios de inteligencia de los rebeldes descubrieron que el almirante Greelanx había recibido órdenes imperiales de hacer fracasar el ataque. El soborno hutt fue un mero añadido casual. Creo que todo estuvo cuidadosamente organizado desde el principio, y que formaba parte de un plan imperial para desacreditar y eliminar a Shild..., y para causar los mayores daños posibles al clan Desilijic y a los contrabandistas. Supongo que ya te diste cuenta de que el clan Besadii, que suministra esclavos al Imperio, no se vio afectado.
Han reflexionó durante unos momentos antes de hablar.
—Sigue pareciéndome una locura, pero lo cierto es que de vez en cuando oyes algunas cosas sobre Palpatine y que se trata de cosas bastante aterradoras. Siempre las había atribuido a mero histerismo por parte de la gente. —Dejó escapar una seca carcajada y tomó un sorbo de su cerveza—. Pero si son ciertas..., entonces se trata de cosas realmente aterradoras.
Bria se encogió de hombros.
—Probablemente ninguno de nosotros llegará a saberlo jamás. Pero ahora eso ya es historia antigua. No he venido aquí para hablar de estos temas. Han, yo...
La conversación en voz baja de Bria se interrumpió de repente cuando un par de contrabandistas se instalaron en el reservado que había enfrente del suyo. Han miró a su alrededor.
—Este sitio se está llenando —dijo—. ¿Quieres que nos vayamos?
Bria asintió. Han la siguió hasta la calle y echaron a andar rápidamente, sin hablar, hasta que llegaron a un callejón lateral más tranquilo. El camino deslizante estaba averiado, y había muy poca gente. Han volvió la cabeza hacia Bria.
—Bien, ¿qué estabas diciendo?
Bria le miró.
—Necesito tu ayuda, Han.
Han se acordó de lo que le había dicho Jabba.
—¿Te refieres al ataque contra Ylesia?
Bria asintió y sonrió.
—Tan agudo como siempre, ¿eh? Sí, Han. Jabba nos proporcionará los fondos necesarios. Vamos a conquistar todo el planeta, Han. Esta vez le tocó el turno a Han de encogerse de hombros.
—Eso no es mi problema, hermana. Yo también he cambiado. No me dedico a las obras de beneficencia, ¿entiendes? Ahora sólo muevo un dedo cuando puedo sacar algo de ello, y no arriesgo mi cuello por nadie.
Bria asintió.
—Ya lo he oído comentar. No te estoy pidiendo que me ayudes a cambio de nada, Han: estoy hablando de posibles beneficios y, en concreto, de más créditos de los que podrías llegar a ganar entregando cien cargamentos de contrabando.
—¿Qué es lo que quieres de mí, entonces?
Han se dio cuenta de que la ira que sentía hacia Bria continuaba aumentando a cada momento que pasaba, aunque no estaba muy seguro del porqué. Casi parecía como si se hubiera sentido más feliz en el caso de que Bria le hubiese pedido que le ayudara en recuerdo de los viejos tiempos, o algo por el estilo, pero eso no tenía ningún sentido.
—La Alianza Rebelde todavía es muy nueva, Han —dijo Bria—, Nuestra gente tiene agallas y lealtad, pero la mayoría no son combatientes experimentados. Mi Escuadrón de la Mano Roja tiene experiencia, pero no podemos encargarnos de este trabajo nosotros solos.
Han lanzó una mirada llena de sorpresa en la que también había un poco de inquietud.
—¿El Escuadrón de la Mano Roja? ¿Estás al mano del Escuadrón de la Mano Roja?
Bria asintió.
—Es un buen grupo, y ya hemos acumulado cierta experiencia de combate.
—He oído hablar de él —dijo Han—. También he oído decir que sois implacables con los traficantes de esclavos.
Bria se encogió de hombros y no se lo confirmó.
—Bueno, como te estaba diciendo, el caso es que el movimiento de la resistencia necesita ayuda para poder atravesar la atmósfera ylesiana. Necesitamos pilotos experimentados para que guíen nuestras naves durante el descenso. Quizá también necesitemos un poco de ayuda en lo referente a las operaciones de combate, pero... Bueno, ya has visto las defensas ylesianas, y sabes que básicamente consisten en una pandilla de gamorreanos y unos cuantos perdedores más capaces de quedarse dormidos mientras están haciendo guardia. Lo que me preocupa no es asalta a la superficie, sino su condenada atmósfera. La resistencia colleriana ya ha perdido una nave allí.
Han asintió. Todo aquello seguía pareciéndole una locura, pero consiguió que no se le notara. Quería enterarse de todo antes de explicarle a Bria qué pensaba de aquello.
—La atmósfera es bastante peligrosa, desde luego. Pero cualquier piloto que se dedique al contrabando ha tenido que vérselas con cosas mucho peores. Bien... Así que necesitas pilotos para que guíen vuestras naves durante el descenso, y puede que para que os proporcionen un poco de apoyo armado. ¿A cambio de qué?
—Especia, Han. Ya sabes que el clan Besadii ha estado acumulando grandes reservas. Estoy hablando de andris, ryll, carsunum y, naturalmente, brillestim de primera calidad. Han estado intentando hacer subir los precios, y tienen almacenes enteros llenos de especia. Vamos a repartir todas esas reservas a partes iguales con los contrabandistas.
Han asintió.
—Sigue...
Bria le miró,
—Y para ti y para mí..., estará la sala de los tesoros de Teroenza. Imagínate lo que el Gran Sacerdote ha llegado a acumular a lo largo de diez años, Han: centenares de millares de créditos en antigüedades, ¿comprendes? Teroenza tiene que poseer obras de arte por valor de un millón de créditos..., quizá dos, incluso. Piensa en ello.
—¿De cuántas tropas disponéis?
—Todavía no estoy segura. He de ponerme en contacto con nuestra nave de mando del sector. Hemos pedido ayuda a cualquier grupo de la resistencia que quiera echarnos una mano, particularmente los bothanos y los sullustanos porque en Ylesia hay un montón de bothanos y sullustanos. Hemos pensado que quizá quieran tomar parte en el rescate.
—Y vais a liberar a los esclavos.
—Nos los llevaremos junto con nuestra parte de la especia. Y antes de irnos, dejaremos convertidas en ruinas esas factorías, junto con todo lo demás. Vamos a acabar para siempre con las actividades de ese planeta infernal.
Han reflexionó durante unos momentos antes de hablar.
—¿Y qué pasa con los sacerdotes? La Exultación podría llegar a ser un arma muy poderosa. He visto cómo tiraba de espaldas a personas que no estaban esperando sentir sus efectos.
Bria asintió.
—Jabba se ocupará de ellos. Los sacerdotes serán asesinados antes de que descendamos.
Han la miró y se sintió invadido por una oleada de rabia helada. “¿Cómo puede atreverse a volver y pedirme que tome parte en su pequeño plan de venganza?”, pensó.
—En ese caso será mejor que lo cronometréis todo con mucho cuidado.
—Sí —admitió Bria—. Va a ser la mayor operación militar jamás intentada por la Alianza. Esperamos obtener reclutas de ella, así como la especia. Financiar una revolución sale muy caro.
—Y además es una proposición altamente ambiciosa —dijo secamente Han—. Si queréis suicidaros, ¿por qué no os limitáis a atacar Coruscant?
—Es factible —insistió Bria—. Ylesia no está tan bien protegida. Tú estuviste allí, Han. ¿Recuerdas cuál era la situación? Oh, estoy segura de que nos encontraremos con alguna resistencia, pero mi gente puede acabar con ella. Tus amigos podrán mantenerse alejados de los combates hasta que hayamos asumido el control del planeta, y la experiencia de combate resultará muy beneficiosa para nuestras tropas. Si conseguimos salir con bien de esto, será un ejemplo que inspirará a otros planetas y los impulsará a unirse a la Alianza. La unidad es nuestra única esperanza de poder derrotar al Imperio.
Han la miró fijamente.
—Y ésa es la razón por la que has venido a verme —dijo después—. Quieres que me encargue de establecer contacto con los contrabandistas por ti, y que los anime a unirse a la resistencia para esta pequeña misión.
—Lando me dijo que ni y Mako Spince sois dos personas a las que escucharán y harán caso. Te conocía, Han. No conozco a Spince.
Han por fin permitió que su máscara de impasibilidad se disolviera y clavó los ojos en el rostro de Bria.
—Y lo que estás diciendo es que hace diez años me dejaste tirado, que me has ignorado durante todo este tiempo y que de repente has decidido volver pensando que te ayudaría a poner en peligro las vidas de mis amigos. No confío en ti, Bria. He oído hablar del Escuadrón de la Mano Roja, desde luego, pero... No eres la mujer que conocí, y eso es todo lo que tengo que decirte.
—He cambiado —dijo Bria, sosteniéndole la mirada—. Lo admito, pero tú también has cambiado.
—Lando me dijo que yo todavía te importaba un poco —replicó Han con voz gélida—. Bien, pues me parece que le mentiste, y que cuando hablabas con él ya estabas planeando utilizarme... No te importo en lo más mínimo, de la misma manera en que tampoco te importa nada de cuanto llegamos a tener en el pasado. Lo único que te importa es tu revolución, y te da absolutamente igual a quien tengas que pisotear para alcanzar tu meta. —Soltó un resoplido—. Y todas esas estupideces sobre Sarn Shild... Oh, claro. Desde luego. Esperas que crea que un hombre semejante permitió que estuvieras junto a él sino eras..., si no eras...
Han concluyó la frase utilizando un término con el que los rodianos designaban a la clase más vil de mujer de la calle.
Bria se quedó boquiabierta, y su mano encontró la culata de su desintegrador. Han se tensó, preparándose para empuñar su arma, pero de repente los ojos de Bria se llenaron de lágrimas..., y Han comprendió que era incapaz de desenfundar el desintegrados.
—¿Cómo osas...?
—Últimamente me he vuelto muy osado, hermana —dijo Han—. Y además digo lo que pienso. Me atrevo a pensar que sólo una mujer sin escrúpulos puede ser capaz de volver a entrar en mi vida de esta manera, y además debo decirte que ya puedes ir olvidando tus planes de engañarme con tu cara bonita. He cambiado, cierto. Por fin he aprendido a pensar..., y ahora soy lo suficientemente listo para ver cómo eres en realidad.
—Perfecto —dijo Bria, parpadeando a toda prisa para no sucumbir al llanto—. Acabas de darme la espalda y, de paso, se la has dado también a una fortuna. No creo que eso sea un acto muy inteligente, Han, y de hecho considero que es una auténtica estupidez. Y la idea de que un traficante de drogas se esté dando semejantes aires de grandeza moral es realmente risible.
—¡Soy un contrabandista! —gritó Han—. ¡Tenemos nuestro propio código!
—¡Oh, sí, y os dedicáis a transportar drogas para los hutts! —Bria también estaba gritando—. ¡Tú y Jabba sois tal para cual!
La idea de que Bria podía incluirle en la misma categoría que a los hutts fue la gota de agua que hizo rebosar el vaso. Han giró sobre sus talones y empezó a alejarse.
—¡Estupendo! —gritó Bria—. Iré a ver a Mako Spince, eso es lo que haré... ¡Spince no puede ser tan estúpido como tú!
Bria no tenía ni idea de lo que le había ocurrido a Mako, y su ignorancia hizo que Han dejara escapar una carcajada llena de malicioso sarcasmo.
—Espero que te diviertas mucho intentando conseguir que te dirija la palabra. Adiós, Bria.
Han se fue, manteniendo la cabeza alta mientras los tacones de sus botas golpeaban el permacreto con una rápida serie de chasquidos casi metálicos. Poder dejar a Bria inmóvil detrás de él, siguiéndole con la mirada, le resultó sorprendentemente agradable.
Y Han descubrió que irse le hacía sentirse maravillosamente bien...
Durga estaba contemplando la imagen del príncipe Xizor que acababa de aparecer en su unidad de comunicaciones.
—Guri me ha explicado vuestra dificultad —dijo el príncipe—. Enviaré a Ylesia dos compañías de mercenarios bajo las capaces órdenes de Willum Kamaran. La Fuerza Nova del comandante Kamaran os ayudará a mantener controlado a Teroenza hasta que podáis resolver definitivamente el problema que supone para vos. Cosa que debería hacerse lo más deprisa posible, amigo mío...
—Gracias, alteza —dijo Durga—. Como quizá os haya comunicado Guri, este año compartiré los beneficios de Ylesia con vos para recompensaros por vuestra ayuda. El quince por ciento de los beneficios os serán entregados en cuanto...
Las comisuras de los labios del príncipe falleen se inclinaron hacia abajo, y su cabeza describió un lento vaivén lleno de tristeza.
—Durga, Durga... Pensaba que sentíais cierto respeto hacia mí. El treinta por ciento durante los próximos dos años.
Los bulbosos ojos de Durga se abrieron y cerraron en un veloz parpadeo lleno de incredulidad. «¡Esto es mucho peor de lo que jamás me había llegado a imaginar!», pensó mientras se erguía ante la imagen.
—Alteza, si os concediera lo que me pedís significaría el que se me depusiera como líder del clan Besadii.
—Pero si no disponéis de mis tropas, y pronto, perderéis la totalidad de Ylesia —observó el príncipe, lo cual era totalmente cierto.
—El veinte por ciento y un año —replicó Durga, sintiendo un auténtico dolor mientras pronunciaba las palabras—. Recordad que las tropas no tendrán que permanecer allí durante mucho tiempo.
—El treinta por ciento y dos años —dijo el líder del Sol Negro—. Nunca negocio.
Durga respiró hondo, y al hacerlo sintió despertar todos los fantasmas de los morados y lesiones que había sufrido durante su batalla con Jiliac.
—Muy bien —dijo de mala gana.
Xizor sonrió afablemente.
—Perfecto. Los mercenarios embarcarán con rumbo a Ylesia lo más pronto posible. Es un placer hacer negocios con vos, amigo mío.
Durga necesitó recurrir a todas sus reservas de fuerza de voluntad para poder responder sin perder la calma.
—Muy bien, alteza. Gracias.
Cortó la conexión y se encorvó sobre sí mismo, sintiéndose cada vez más desesperado e imaginándose lo que hubiese dicho Aruk de todo aquello. «Estoy atrapado —pensó—. Oh, sí, estoy atrapado... Lo único que puedo hacer es tratar de sacar el máximo provecho posible de las circunstancias.»
Aquella noche Han no durmió nada bien. Los pensamientos centrados en Bria y en su proposición desfilaban vertiginosamente por su mente como asteroides lanzados en un curso de colisión. «No puedo confiar en ella..., ¿o sí? No quiero volver a verla... ¿O sí quiero volver a verla?»
Acabó adormilándose y soñó con montones de brillestim que de repente se convertían en pequeñas montañas de créditos. Han saltó sobre ellas y rodó de un lado a otro entre los créditos mientras lanzaba gritos de alegría, y súbitamente Bria estaba allí con él y Han la abrazaba y rodaba de un lado a otro con ella, besándola entre los montones y montones y montones de créditos..., más riqueza de la que había imaginado jamás...
Despertó con un repentino sobresalto y se quedó inmóvil, con los brazos cruzados detrás de la cabeza y los ojos clavados en la oscuridad.
«Quizá debería hacerlo —pensó—. Ésta podría ser mi gran ocasión de ganar una fortuna. Podría ir allí..., hacerme con un montón de créditos y retirarme de una vez. Quizá podría encontrar un sitio agradable en el Sector Corporativo y dejar que el Imperio se haga pedazos a sí mismo...»
Siguió acostado en la cama, removiéndose, dando vueltas de un lado a otro y atizándole puñetazos de pura frustración a la almohada, hasta que no pudo seguir aguantándolo ni un instante más. Se levantó de un salto, fue al cubículo sanitario y después cogió ropa limpia. También se peinó, lamentando que el corte de pelo hubiera abandonado el reino del «algo que deberías hacer» para entrar en el de «¿quieres que te tomen por el primo de Chewie?»
Luego, con las botas en 6 mano, atravesó el oscuro y silencioso apartamento andando de puntillas, no queriendo despertar a Chewie o a Jarik, que estaba durmiendo en el sofá. Han ya casi había llegado a la puerta cuando el dedo gordo de su pie chocó con algo muy duro y oyó un quejumbroso balido electrónico.
«¡CéCé!» Han dejó caer las botas, masculló una maldición y después fulminó con la mirada al anticuado androide, que estaba balbuceando disculpas con su temblorosa voz habitual.
—¡Cállate! —gruñó Han, y salió dando un portazo.
Un segundo después volvió para recoger sus botas, y desapareció nuevamente.
El Descanso de los Contrabandistas se encontraba en el límite de la sección corelliana. Han llegó allí antes de que hubieran abierto, y tuvo que usar el timbre para llamar al encargado nocturno. De repente cayó en la cuenta de que no sabía bajo qué nombre se había registrado Bria, pero apenas había empezado a describirla cuando el encargado, que le había estado escuchando con cara de aburrimiento, abrió mucho los ojos.
—Oh, ella —dijo, lamiéndose los labios— ¿Le está esperando, amigo?
—Digamos que se alegrará de verme —dijo Han, deslizando una moneda de un crédito sobre el mostrador.
—Ah, claro. Habitación 7A.
Han usó el viejo turboascensor, y luego avanzó por el oscuro y ruidoso pasillo y llamó a la puerta. Unos instantes después oyó la voz de Bria, que parecía estar totalmente despierta.
—¿Quién es?
—Soy yo, Bria. Han —replicó el corelliano.
Hubo una larga pausa y después los cerrojos emitieron un chasquido y la puerta giró sobre sus goznes, abriéndose hacia la oscuridad. —Entra con las manos en alto —dijo Bria.
Han obedeció, y las luces sólo se encendieron cuando la puerta se hubo cerrado a su espalda. Han giró sobre sus talones para encontrarse a Bria llevando un camisón que resultaba un poco demasiado corto para ella, su desintegrador en la mano.
—¿Qué quieres? —preguntó en un tono que no tenía nada de afable. Han descubrió que le resultaba bastante difícil no bajar los ojos hacia sus largas y hermosas piernas.
—Eh... Sólo quería hablar contigo. He estado... Estoy... Bueno, digamos que estoy reconsiderando tu proposición.
—Ah, ¿sí? Bria seguía sin parecer demasiado contenta de verle, pero por lo menos bajó el arma—. De acuerdo. Dame un minuto.
Cogió sus ropas, desapareció en el interior del cubículo sanitario y emergió de él un minuto después, vestida y calzada con sus botas.
Han dirigió una inclinación de cabeza hacia la pierna derecha de Bria.
—¿Qué hay en esa bota?
—Una mini pistola desintegradora— dijo Bria con una sonrisa de fiera—. Es un precioso modelo de bolsillo especialmente diseñado para las damas.
—Comprendo —dijo Han. Se sentó en el borde de la cama, sintiendo el calor del cuerpo de Bria que aún impregnaba las sábanas. Bria se instaló en el único sillón que había en el cuarto—. ¿Fuiste a ver a Mako después de que... nos despidiéramos?
—Hice algunas averiguaciones —dijo Bria, y torció el gesto—. Descubrí por qué te estabas riendo cuando te fuiste.
—Claro —dijo Han—. Mako ha tenido muy mala suerte, y no sé qué hará ahora. —Carraspeó—. Bien, no he venido aquí para hablar de Mako... He estado pensando en tu oferta, y me parece que quizá actué con excesivo apresuramiento. Seamos francos, Bria: todavía estaba enfadado contigo por la forma en que me dejaste, y quizá necesitaba desahogarme un poco.
Han se calló, y Bria le miró fijamente. Los mechones de sus cabellos flotaban alrededor de su cara, y Han se alegró de ver que no se los había cortado tanto como temía. Antes debía de llevarlos recogidos en un moño.
—Sigue —dijo Bria, haciéndole una seña con la mano.
—Así que... Eh... Sí. Antes dije ciertas cosas que quizá no hubiese tenido que decir —admitió Han—. Tampoco sería la primera vez, ¿verdad?
Bria abrió mucho los ojos.
—iNo! ¡No puedes estar hablando en serio!
Han ignoró decididamente el sarcasmo.
—Bien, de todas maneras no volverá a ocurrir— dijo—. Quiero tomar parte en la operación. Comunicaré tu proposición a mis amigos, y ayudaré a entrenar a tus pilotos para que aprendan a enfrentarse a la atmósfera ylesiana. Apuesto a que algunos de los contrabandistas también querrán tomar parte en el asunto. Hablaré con ellos a cambio de lo que me prometiste antes: el cincuenta por ciento de la sala de los tesoros de Teroenza o setenta y cinco mil créditos en especia, lo que suponga más dinero de las dos cosas.
Bria reflexionó durante unos momentos.
—¿Y te comportarás como una persona educada?
—Claro —dijo Han—. Siempre soy muy educado con mis socios comerciales. Y en el fondo todo se reduce a eso..., a un negocio. Bria asintió.
—Trato hecho. —Se inclinó hacia adelante y le ofreció la mano—. Sólo son negocios.
Han aceptó la mano, y se dijo que Bria tenía un apretón que muchos hombres hubieran envidiado.
—De acuerdo.