Capítulo 4
Felicidad doméstica y otras complicaciones

El día de la boda de Chewbacca y Mallatobuck amaneció iluminado por las promesas y la esperanza. Han, que no había sido informado de la inminente ceremonia hasta esa misma mañana, se alegraba de que su amigo fuera feliz, pero se sentía entristecido ante la perspectiva de perderlo. Aun así, lo cierto era que habían pasado un par de años excelentes juntos, y Han pensaba que, después de unos cuantos años de alegría marital, Chewie tal vez estuviera dispuesto a volver con él para hacer algún que otro viaje de contrabando. Ser un marido feliz era una cosa, pero el matrimonio no significaba que estuvieras muerto, ¿verdad?

El y Chewie apenas habían dispuesto de unos momentos para hablar antes de que el ajetreo de los planes de boda obligara a su amigo a ocuparse de otros asuntos. Al parecer los wookies no tenían «padrinos» de la forma en que lo hacían los humanos, pero Chewie, como deferencia hacia Han, pidió al corelliano que estuviera junto a él durante la boda. Han había sonreído.

—De acuerdo. Voy a ser algo así como tu «padrino especial humanos», ¿eh?

Chewbacca dejó escapar un rugido lleno de diversión, y le dijo a Han que el término era tan bueno como cualquier otro.

Mientras estaba sentado en un rincón de la casa de Attichitcuk, allí donde su presencia no estorbada a nadie, Han se dedicó a pensar en la única vez que le había pedido a una mujer que se casara con él. La mujer era Bria y la petición tuvo lugar cuando Han tenía diecinueve años y ella dieciocho, y por aquel entonces el corelliano era un muchacho locamente enamorado, demasiado joven y estúpido para poder darse cuenta de que estaba cometiendo un terrible error. Era una suerte que Bria le hubiese abandonado...

Han abrió el bolsillo interior de su chaqueta y sacó de él una vieja hoja de plastipapel doblada. El corelliano la desplegó y leyó la primera línea.

Queridísimo Han..

No mereces que te ocurra esto, y lo único que puedo decir es que lo siento. Te amo, pero no puedo seguir a tu lado...

La boca de Han se retorció en una mueca llena de tristeza, y después volvió a doblar la hoja de plastipapel y la guardó nuevamente dentro de su bolsillo. Hasta el año anterior, justo antes de la batalla de Nar Shaddaa, Han había pensado que Bria, incapaz de seguir viviendo sin la Exultación, tenía que haber acabado volviendo con los ylesianos.

Y después se la había encontrado, impecablemente vestida y peinada, en el elegante apartamento del Moff Sam Shild en Coruscant. Bria había llamado «querido» a Shild, y todo indicaba que era la concubina del Moff. Han había hecho cuanto estaba en sus manos para despreciarla desde aquel momento. La idea de que Bria pudiera estar realmente enamorada del Moff jamás le había pasado por la cabeza, porque Han sabía a quién seguía amando. Cuando Bria le vio por primera vez se puso pálida, y la luz del amor había seguido estando presente en sus ojos por mucho que hubiera intentado ocultarla.

El Moff Shild se había suicidado poco después de la batalla de Nar Shaddaa. Los noticiarios holográficos habían hablado de ello durante días. Pero los vídeos de su funeral (y Han se había asegurado de verlos todos) no contenían ni una sola imagen de Bria.

«Y ahora... descubrir que se ha convertido en alguna clase de agente rebelde para Corellia...», se dijo Han. Cuanto más pensaba en ello, más se preguntaba si sería eso lo que Bria había estado haciendo en la casa de Shild. ¿Era ya por aquel entonces una agente operativa de la inteligencia rebelde a la que se había encomendado la misión de espiar al Moff y, a través de él, al Imperio?

Tenía sentido. A Han no le gustaba demasiado, pero había descubierto que podía sentir más respeto hacia Bria si se había estado acostando con el Moff para obtener información en vez de si era meramente lo que había parecido ser, un hermoso juguete demasiado consentido y mimado.

El corelliano se preguntó qué estaría haciendo Bria ahora que Sarn Shild estaba muerto. Visitar planetas y ayudar a sus movimientos rebeldes clandestinos a organizarse, obviamente.

Y además... Hacía cosa de un año Han oyó decir que un grupo de rebeldes humanos había atacado la Colonia Tres de Ylesia y que había rescatado a casi un centenar de esclavos. ¿Podía Bria haber tomado parte en aquella operación?

A juzgar por la forma en que Katarra y otros wookies hablaban de ella, Bria se había convertido en una especie de santa guerrera que arriesgaba su vida para traerles las armas y municiones obtenidas por los rebeldes corellianos. Y Kashyyyk era un mundo esclavo imperial, evidentemente.

Han recordaba lo traicionada que se había sentido Bria cuando comprendió que la religión ylesiana no era más que una serie de mentiras y ceremoniales carentes de sentido. La joven se había enfurecido, y se había dejado llevar por la amargura. No podía soportar la desagradable realidad de que, en cuestión de segundos, hubiese pasado de ser una peregrina a ser una esclava. Durante los años transcurridos desde aquella horripilante revelación, ¿habría convenido quizá aquella furia en una decidida acción contra los traficantes de esclavos imperiales e ylesianos?

El corelliano no había carecido de compañía femenina después de Bria, desde luego. En Nar Shaddaa, Han y Salla Zend llevaban más de dos años siendo pareja. Salta era una mujer apasionante y fascinadora, tan hábil en la técnica y la mecánica como en las artes del contrabando y el pilotaje. Ella y Han tenían muchas cosas en común —y una de las que más caracterizaban su relación era el que ninguno de los dos estaba interesado en nada que no fuese pasarlo bien—, y eso quería decir que podían seguir juntos durante mucho tiempo.

La relación existente entre él y Salla era algo en lo que Han podía contar sin que llegara a transformarse en una carga. Nunca se habían hecho ninguna clase de promesas, y a los dos les gustaba que las cosas fueran de esa forma.

Han se había preguntado en más de una ocasión si realmente amaba a Salla..., o si ella le amaba a él. Sabía que le importaba lo que pudiera ser de ella y que estaba dispuesto a hacer prácticamente cualquier cosa para ayudarla y protegerla, pero ¿el amor? Han sólo se atrevía a decir que ni Salta ni ninguna otra mujer le habían inspirado los sentimientos que Bria hizo nacer en él.

«Pero entonces yo era muy joven —se recordó así mismo—. No era más que un chico temerario, y el amor cayó sobre mí como una tonelada de neutronio. Ahora soy mucho más listo...»

Mientras estaba reflexionando en su rincón, Kallabow, la hermana de Chewbacca, que había estado repartiendo platos y bandejas para el inminente banquete de bodas, se detuvo de repente junto a él con las manos en las caderas y le miró fijamente. Después soltó una exclamación llena de indignación y empezó a hacerle señas. Han se levantó.

—Pues claro que no me estoy escondiendo —dijo a modo de respuesta—. Sólo intentaba no estorbar. ¿Está todo listo?

Kallabow afirmó enfáticamente que todo estaba preparado, y que Han debía venir inmediatamente.

Han siguió a la hermana de Chewie hasta la claridad del sol y el suave susurro de las copas de los árboles. Jarik surgió de la nada y echó a andar junto a él. El chico se había mantenido lo más cerca posible de Han, dado que no entendía el wookie y, a menos que Han estuviera junto a él, eso quería decir que sólo podía hablar con Ralrra.

—Así que ha llegado el gran momento, ¿no?

—Parece que sí, chico —dijo Han—. Los momentos de libertad de Chewie están contados.

Kallabow, que le había oído, fulminó a los dos machos humanos con una mirada abrasadora a la que añadió un «¡Huuuummmmmmmpffffff!» tan claramente indignado que no necesitaba ninguna traducción. Han soltó una risita.

—Será mejor que tengamos mucho cuidado, chico. Esa dama podría partimos por la mitad a los dos sin necesidad de derramar ni una sola gota de sudor.

La wookie les guió por una de las ramas-sendero, que era tan ancha como una calle de algunos mundos. No tardaron en alejarse de la ciudad, y se fueron adentrando por la zona arbórea en la que muchos wookies habían construido viviendas. Han tenía entendido que la casa de Malla era una de las moradas del tipo arbóreo, dado que la futura esposa de Chewie había decidido vivir en un sitio que le permitiera estar cerca de su trabajo.

Unos minutos después entraron en otro sendero, del que no tardaron en salir a su vez para echar a andar por un tercero.

—Me pregunto adónde vamos —dijo Jarik, que parecía sentirse un poco inquieto—. Me he perdido. Si Kallabow nos dejara aquí, no tengo ni idea de cómo me las arreglaría para volver a Rwookrrorro. ¿Crees que sabrías encontrar el camino de vuelta, Han?

Han asintió.

—Recuérdame que te dé unas cuantas lecciones sobre el arte de la navegación, chico —dijo—. Pero si Kallabow nos hace caminar mucho más, estaré demasiado cansado para poder disfrutar de la fiesta.

El pequeño grupo entró en otro sendero todavía más pequeño, y Han y Jarik pudieron ver a un numeroso grupo de wookies reunido delante de ellos. Siguieron andando, y el sendero terminó de repente.

La rama de wroshyr sobre la que se encontraban había sido medio cortada, y se inclinaba hacia abajo hasta quedar apoyada en las ramas inferiores. Con el peso de la enorme rama presionando las copas más cercanas hacia abajo, el efecto general era bastante parecido al de contemplar un gigantesco valle verde y resultaba realmente impresionante. Colinas verdosas de suaves contornos redondeados se elevaban hacia el oeste. Los rayos amarillos del sol caían sobre ellas iluminándolas con la límpida intensidad de un faro, y el aire estaba lleno de pájaros que trazaban un majestuoso sinfín de círculos en las alturas.

—Eh, bonito paisaje— le dijo Han a Kallabow.

Kallabow asintió y le explicó que aquél era un lugar sagrado para los wookies. Allí, con aquel panorama extendiéndose ante ellos, podían apreciar la grandeza de su mundo.

La ceremonia estaba a punto de empezar. No había ningún sacerdote para oficiarla, ya que las parejas de wookies se casaban a sí mismas. Han fue hasta Chewbacca y obsequió a su amigo, que parecía bastante nervioso, con una sonrisa tranquilizadora, y después estiró el brazo para revolverle el pelaje de la cabeza.

—Cálmate, amigo —dijo—. Te llevas a una chica magnífica, muchacho.

Chewie replicó que era muy consciente de ello, ¡y que esperaba ser capaz de acordarse de sus frases!

Mientras permanecían inmóviles al final del sendero, con un numeroso grupo de wookies interponiéndose entre ellos y el camino que llevaba de vuelta a Rwookrrorro, la multitud se abrió repentinamente por el centro. Mallatobuck empezó a avanzar hacia ellos, andando lentamente por el sendero.

La novia iba cubierta desde la cabeza hasta los pies por un velo de color gris plateado. El velo era tan ligero y traslúcido que casi parecía como si Mallatobuck estuviera envuelta por un resplandeciente campo de energía. Pero cuando se detuvo junto a Chewie, Han enseguida pudo ver que el velo estaba hecho de alguna clase de tela casi completamente transparente. Han podía ver con toda claridad los ojos azules de Malla a través de su velo nupcial.

El corelliano escuchó con gran atención a Chewie y Malla mientras éstos intercambiaban sus juramentos matrimoniales. Sí, se amaban el uno al otro más que a ningún otro ser. Sí, el honor del otro les era tan querido como el suyo propio. Sí, cada uno prometía ser fiel al otro. Sí, la muerte podría separarlos, pero no podría poner fin a su amor.

La fuerza de la vida estaba con ellos, dijeron. La fuerza de la vida daría solidez a su unión, y estarían completos... juntos. La fuerza de la vida estaría con ellos... siempre.

Han se sintió invadido por una oleada de desacostumbrada solemnidad, y durante un momento casi envidió a Chewbacca. Podía ver cómo el brillo del amor iluminaba los ojos de Mallatobuck, y sintió una repentina punzada de dolorosa pena. Nadie le había amado tanto nunca. «Salvo quizá Dewlanna», pensó, acordándose de la viuda wookie que le había criado.

En cuanto a Bria... Bueno, antes Han solía pensar que le amaba con esa misma intensidad. Pero no cabía duda de que había tenido una forma muy rara de demostrarlo...

Chewie estaba levantando el velo de Malla y la estrechaba contra su pecho. Los dos unieron sus mejillas, restregándoselas en un movimiento lleno de ternura. Después Chewie alzó en vilo a su esposa con un ensordecedor rugido de triunfo y la hizo girar de un lado a otro, como si Mallatobuck fuera una niña en vez de una wookie adulta casi tan alta como él.

Los wookies prorrumpieron en un coro de rugidos, vítores y aullidos de apreciación.

—¡Bueno, supongo que éste ha sido el momento culminante! —le dijo Han a Jarik.

Pero la celebración de la boda aún no había terminado. La pareja honrada fue escoltada hasta unas mesas instaladas en las copas de los árboles que crujían bajo el peso de todas las exquisiteces gastronómicas conocidas por los wookies. Han y Jarik se dedicaron a pasear por entre las mesas, y fueron probando cautelosamente los alimentos porque los wookies tendían a servir casi todas las carnes crudas. Algunas estaban asadas o cocidas, pero los humanos tenían que andarse con cautela incluso en esos casos. A los wookies les encantaban las especias..., y algunos de aquellos platos estaban lo bastante calientes y aderezados con especias para ser capaces de causar serios daños a un gaznate humano.

Han examinó las mesas y le fue señalando a Jarik muchas exquisiteces wookies «no peligrosas»: sopa de xachibik, una gruesa tajada de carne, una combinación de hierbas y especias, el «cóctel» vrortik —un plato de varios niveles que combinaban distintas carnes y capas de hojas de wroshyr que llevaban varias semanas macerándose en el potente néctar de grakkyn—, pastel de carnes factryn, gorrnar helado, anillos de chyntuk, klak frito...

También había ensaladas y hogazas de pan recién horneado, así como pasteles de miel del bosque y toda una serie de surtidos de frutas frescas.

Han advirtió a Jarik de que no debía abusar de los distintos tipos de bebidas que estaban circulando por la celebración. El corelliano sabía por dolorosa experiencia propia hasta qué punto podían llegar a ser potentes los licores de los wookies. Había muchas clases: accaragm, cortyg, garrmorl, grakkyn y brandy thikkiiano, por nombrar sólo unos cuantos.

—Sigue mi consejo, chico —dijo Han—. Los wookies saben preparar licores capaces de hacer que un humano caiga al suelo en cuestión de minutos. Por mi parte, he decidido limitarme al vino de gorimn y el zumo de Gralynyn.

—Pero los niños beben zumo de Gralynyn —protestó Jarik—. Y ese otro licor...

—El jaar —le interrumpió Han—. Leche de alcoari endulzada y extracto de lianas vínicas. En mi opinión resulta un poco demasiado dulce, pero tal vez te guste.

Jarik estaba lanzando miradas anhelantes a un enorme botellón de brandy thikkiiano. Han meneó la cabeza en un gesto de advertencia.

—Ni lo sueñes, chico. Si consigues acabar vomitando igual que un cachorro de mulack envenenado, te advierto que no pienso ocuparme de ti.

El joven torció el gesto, pero luego cogió una copa de vino de gorimn.

—De acuerdo. Supongo que sabes de qué estás hablando, ¿verdad? Han sonrió, y los dos hicieron entrechocar sus copas.

—Confía en mí, chico,

Unos minutos después, mientras Han estaba sosteniendo un plato lleno de costillas de trakkrrrrn y una ensalada sazonada con especias y adornada con semillas de rillrrnnnn, un wookie de pelaje marrón oscuro que le pareció vagamente familiar —aunque el corelliano estaba seguro de que nunca lo había visto antes— fue hacia él. El wookie se plantó delante de Han, y después se dedicó a estudiarle en silencio durante unos momentos antes de acabar presentándose.

Han casi dejó caer su plato.

—¿Eres el hijo de Dewlannamapia? —exclamó—. ¡Eh! —Dejando su plato y su copa a toda prisa, envolvió al joven wookie en un apasionado abrazo—. ¡Eh, chico, me alegro muchísimo de conocerte! ¿Cómo te llamas?

El wookie le devolvió el abrazo a Han, y le dijo que se llamaba Utchakkaloch. Han se dedicó a contemplarle durante unos momentos y descubrió que le escocían los ojos. Chakk (o así había pedido ser llamado) pareció igualmente conmovido mientras le decía a Han que tenía muchas esperanzas de llegar a conocerle, en parte porque esperaba que el humano pudiera contarle cómo había muerto su madre.

Han tragó saliva.

—Tu mamá murió como una auténtica heroína, Chakk —dijo—. Si no hubiera sido por ella, hoy yo no estaría aquí. Fue una wookie muy valiente. Murió como una guerrera, luchando hasta el último momento... Un tipo llamado Garris Alcaudón la mató de un disparo, pero... Bueno, él también está muerto.

Chakk quiso saber si Han había matado a Alcaudón para vengar la muerte de su madre.

—No exactamente —replicó Han—. Alguien acabó con él antes de que yo tuviera ocasión de hacerlo, pero pude hacérselo pasar bastante mal antes de que se fuera de este mundo.

Chakk expresó su aprobación con un gruñido gutural. Después le dijo a Han que se sentía como si Han fuese un hermano adoptado, ya que ambos habían compartido a la misma madre. Todas las comunicaciones con su madre durante los días transcurridos a bordo del Suerte del Comerciante habían estado llenas de anécdotas sobre el pequeño humano que adoraba su pan de wastril, y que ardía en deseos de llegar a convertirse en un piloto.

—Bueno, Chakk —dijo Han—. Dewlanna no vivió para verlo, pero ahora soy piloto. Y el mejor amigo que tengo en todo el universo es un wookie...

Chakk se echó a reír, y después le contó a Han que él y Chewbacca estaban emparentados a través de un primo segundo que emigró a Rwookrrorro y se casó con la sobrina de la tía abuela de Chewbacca. Han parpadeó.

—Lejano... Ah, sí. Bueno, eso es magnífico. Una gran familia feliz, ¿verdad?

Han llevó a Chakk hasta el novio y le presentó a Chewbacca, explicando la situación. Chewbacca dio la bienvenida al «hermano adoptado» de Han con un ruidoso rugido, y a continuación saludó a Chakk con unas enérgicas palmadas en la espalda.

La celebración prosiguió hasta bien entrada la noche. Los wookies bailaron, cantaron y tocaron instrumentos de madera que habían ido siendo transmitidos dentro de sus familias a lo largo de generaciones. Han y Jarik compartieron las celebraciones con ellos hasta que los humanos quedaron tan agotados, y mareados a causa de la bebida, que acabaron haciéndose un par de ovillos debajo de una de las enormes mesas y se durmieron.

Cuando Han despertó por la mañana, la celebración había terminado y Chewie y Malla, se le informó, habían ido al bosque para disfrutar de aquellos momentos de intimidad que eran el equivalente wookie a una luna de miel. Han lo lamentó: dentro de un par de días sus negociaciones con Katarra habrían concluido, el Halcón volvería a ser cargado con sus nuevas mercancías y se marcharía de Kashyyyk. No podría despedirse de Chewie.

Pero no podías esperar que un flamante esposo se acordara de su mejor amigo en la noche de bodas, se dijo Han con una punzada de pena. Además, estaba totalmente decidido a volver a Kashyyyk, por lo que tarde o temprano tendría ocasión de poder despedirse de Chewie...

A salvo en la intimidad de su despacho en Nal Huna, Durga el Hutt se acercó un poco más a la imagen holográfica de Myk Bidlor, que estaba terminando de solidificarse. La nerviosa impaciencia que se había adueñado de él hizo que sus bulbosos ojos de pupila vertical sobresalieran todavía más de las órbitas cuando le dirigió la palabra a la imagen.

—¿Tienes noticias sobre los resultados de la autopsia? ¿Habéis identificado la sustancia?

—La sustancia era tan rara que al principio no pudimos identificarla ni estar totalmente seguros de sus efectos, excelencia. —El especialista forense parecía bastante cansado, igual que si realmente hubiese estado trabajando durante todo el día y la noche tal como afirmaba—.

Pero las pruebas que hemos llevado a cabo sobre ella han acabado proporcionando resultados concluyentes. Sí, la sustancia es un veneno, y hemos remontado su origen al planeta Malkii.

—¡Los envenenadores malkitas! —exclamó Durga—. ¡Por supuesto! Asesinos secretos especializados en venenos exóticos y casi indetectables... ¿Quién si no sería capaz de encontrar una sustancia que resultara fatal para un hutt? Mi especie es muy difícil de envenenar...

—Lo sé, excelencia —replicó Myk Bidlor—. Y esta sustancia, tan rara que no hemos logrado encontrar un nombre para ella, es uno de los máximos logros alcanzados en lo referente a las toxinas. A falta de un nombre mejor, hemos decidido llamarla X–1.

—Y el X–1 no se encuentra de manera natural en ningún lugar de Nal Hutta —dijo Durga, queriendo estar absolutamente seguro—. Eso significa que no puede haberse tratado de un accidente.

—No, excelencia. El X–1 tiene que haber sido administrado de manera deliberada al noble Aruk.

—¿Administrado? ¿Cómo?

—No podemos estar seguros, pero la ingestión parece el método más probable.

—Alguien le administró una dosis fatal de veneno a mi padre— dijo Durga, y una rabia helada endureció su voz—. Alguien lo pagará..., y lo pagará..., y lo pagará.

—Eh... No exactamente, excelencia. —El especialista se lamió nerviosamente los labios—. El plan no fue de una... naturaleza tan evidente. De hecho todo..., todo se hizo de una manera bastante ingeniosa.

«Si emplearon un nivel de astucia tan elevado, no cabe duda de que tuvo que ser un hutt, pensó Durga mientras fulminaba al científico con la mirada».

—¿Cómo lo hicieron entonces?

—La sustancia es mortífera en grandes cantidades, noble Durga. Pero en pequeñas cantidades no mata. Lo que hace entonces es concentrarse en los tejidos cerebrales, provocando un progresivo deterioro de los procesos mentales de la víctima. Y además la sustancia es altamente adictiva. En cuanto la víctima se ha acostumbrado a ingerir unas dosis lo suficientemente elevadas, la brusca retirada de la sustancia causará los síntomas que me habéis descrito: terribles dolores, convulsiones y muerte. —Respiró hondo—. Y ésa es la razón por la que murió vuestro padre, noble Durga. La muerte no fue causada por las cantidades de X–1 que ya se hallaban presentes en su organismo..., sino por la repentina retirada de la sustancia.

—¿Durante cuánto tiempo tendría que haberle sido administrada esa sustancia a mi padre para que llegara a volverse adicto a ella? —preguntó Durga, teniendo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para articular las palabras.

—Sospecho que a lo largo de un período de algunos meses, noble Durga, pero no puedo asegurarlo. Semanas, como mínimo... Ir incrementando las dosis hasta que la retirada resultara rápidamente fatal exigiría bastante tiempo. —El especialista titubeó antes de seguir hablando—. Noble Durga, nuestras investigaciones también han revelado que el X–1 es muy caro. Se obtiene a partir de los estámenes de un tipo de planta que sólo crece en un mundo de la galaxia..., y la situación de ese mundo es un secreto celosamente guardado y únicamente conocido por los envenenadores malkitas. Eso significa que sólo una persona o personas muy ricas hubiesen podido adquirir una cantidad de X1 lo suficientemente grande para matar a vuestro padre.

—Comprendo —dijo Durga pasados unos momentos—. Continúen con cualquier tipo de prueba que pueda arrojar más luz sobre el asunto, Bidlor, y envíenme todos sus datos. Estoy firmemente decidido a averiguar de dónde salió ese X–1.

Bidlor se apresuró a inclinarse en una nerviosa reverencia.

—Ciertamente, excelencia. Pero... Señor, este tipo de investigaciones resultan bastante caras y...

—¡El precio no es problema! —rugió Durga—. ¡Debo saber la verdad, y pagaré lo que haga falta para sacarla a la luz! ¡Encontrare la fuente del X–1 y averiguaré quién se lo administró a mi padre! ¡Los recursos de Besadii son mis recursos! ¿Lo ha entendido, Bidlor?

El científico volvió a inclinarse ante él, esta vez todavía más aparatosamente que antes.

—Sí, excelencia. Seguiremos investigando.

—Asegúrense de hacerlo.

Durga cortó la conexión y después, hecho una furia, empezó a ondular nerviosamente de un lado a otro de su despacho. ¡Aruk fue asesinado! ¡Siempre lo he sabido! Alguien lo suficientemente rico para comprar X–1... Tiene que haber sido un miembro del clan Desilijic: Jiliar..., o quizá Jabba... ¡Descubriré al responsable, y lo mataré con mis propias manos! ¡Se lo juré a mi padre muerto: me vengaré...!

Durante los diez días siguientes, Durga hizo que todos los sirvientes del palacio fueran sometidos a un interrogatorio implacable, especialmente los cocineros. Aunque varios murieron durante las sesiones de interrogatorio, no se obtuvo ninguna evidencia que indicara que alguno de ellos hubiese estado envenenando las comidas de Aruk.

El joven noble hutt descuidó el resto de sus deberes para asistir personalmente a todas las sesiones de interrogatorio. Zier, su rival, fue a visitarle hacia el final de las sesiones, y llegó en el mismo instante en que los androides se estaban llevando el fláccido cadáver de una t´landa Til que había trabajado para el clan Besadii como secretaría administrativa.

El viejo hutt lanzó una mirada desdeñosa al enorme cuerpo de la cuadrúpeda mientras los androides lo sacaban de la habitación.

—Cuántos llevamos con éste? —preguntó, y en su voz había un claro sarcasmo.

burga miró fijamente a Zier. Le hubiese encantado poder relacionarle con la muerte de Aruk, pero hasta hacía unos meses Zier había estado en Nar Hekka supervisando los intereses del clan, y no había vuelto al hogar hasta después de la muerte de Aruk. Durga hizo que Zier fuese sometido a una concienzuda investigación, pero ésta no reveló ni siquiera el más mínimo rastro de una conexión entre su persona y el asesinato de Aruk.

Para empezar, y pese a los considerables recursos de que disponía, Zier distaba mucho de poseer las enormes sumas de dinero necesarias para adquirir grandes cantidades de X–1. Además, tampoco se habían producido retiradas importantes de sus cuentas.

—Cuatro —dijo secamente el joven hutt—. No poseen nuestra fortaleza, primo. No me extraña que las razas inferiores se inclinen ante nosotros... Son muy inferiores físicamente, así como mentalmente.

Zier suspiró.

—Debo decir que echaré de menos a ese cocinero twi'lek tuyo —dijo—. Sabía preparar los filetes de larvas de mulblatt con salsa de sangre de fregon de una manera realmente soberbia —añadió, y volvió a suspirar.

Las comisuras de la gigantesca boca de Durga se curvaron hacia abajo.

—Los cocineros pueden ser sustituidos —comentó secamente.

—¿Se te ha ocurrido pensar, mi querido primo, que ese especialista forense al que contrataste puede haber llegado a unas conclusiones equivocadas?

—Él y su equipo son los mejores especialistas disponibles —replicó Durga—. Sus referencias son excelentes. Han llevado a cabo investigaciones para los ayudantes militares de máxima categoría del Emperador..., el gobernador Tarkin incluido.

Zier asintió.

—Eso constituye una buena recomendación —admitió—. Por lo que he oído decir, decepcionar al gobernador es la forma más segura de poner fin a tu vida.

—Eso es lo que dicen.

—Aun así, primo... ¿No podría ser que hubieras pedido a ese equipo que encontraran pruebas de asesinato, y que así lo hayan hecho tanto si realmente se trató de un asesinato como si la muerte fue estrictamente natural?

Durga reflexionó durante unos momentos antes de responder. —No lo creo —dijo por fin—. Las pruebas existen. He visto los informes de laboratorio.

—Los informes de laboratorio pueden ser falsificados, primo. Y además... Bueno, lo cierto es que en tu obsesión has llegado a gastar una gran cantidad de créditos. Esos científicos están obteniendo unos enormes beneficios del clan Besadii. Quizá no quieran poner fin a esa corriente de créditos.

Durga se encaró con su primo.

—Estoy seguro de que el equipo ha informado con la máxima exactitud posible de sus hallazgos. Y en cuanto al coste... Aruk era el líder de todo el clan. ¿No crees que debemos averiguar qué fue lo que ocurrió en realidad? De lo contrario, otros quizá lleguen a pensar que podemos ser asesinados con impunidad.

La puntiaguda lengua de Zier se deslizó sobre la parte inferior de su boca mientras pensaba.

—Quizá tengas razón, primo. Sin embargo... Sugeriría que para que no seas considerado como un derrochador imprudente, quizá deberías empezar a pagar esta investigación con tus fondos personales en vez de con el capital operativo del clan Besadii. Si accedes a ello, entonces no se dirá ni una sola palabra más sobre el asunto. Si no lo haces... Bien, ya sabes que pronto habrá una reunión del clan. Como líder consciente, tendré el deber de hacer ciertos comentarios sobre nuestro informe financiero.

Durga miró fijamente a su primo.

Zier le devolvió la mirada.

—Y otra cosa, primo: si me ocurriera alguna clase de accidente, las consecuencias serían terribles para ti. He guardado copias de mis informes financieros en lugares que te resultará totalmente imposible descubrir. Esas copias saldrán a la luz en el caso de que muera..., sin importar hasta qué punto pueda parecer que he perecido debido a causas naturales.

El más joven de los dos hutts consiguió resistir el impulso de ordenar a sus guardias que disparasen contra Zier. Los hutts resultaban notoriamente difíciles de matar, y otra muerte podía hacer que todo Besadii se alzara contra él.

Durga hizo una profunda inspiración de aire antes de hablar.

—Quizá tengas razón, primo —dijo por fin—. A partir de hoy, financiaré personalmente la investigación.

—Excelente —dijo Zier—. Y una última cosa, Durga... En ausencia de tu padre, creo que debo permitir que disfrutes del beneficio de mi experiencia.

Si Durga hubiera poseído dientes, éstos habrían rechinado de pura rabia.

—Adelante —dijo.

—El Sol Negro, Durga. Todo el mundo sabe que utilizaste sus recursos para consolidar tu poder. Te aconsejo que no vuelvas a hacerlo. Nadie puede limitarse a emplear al Sol Negro y darle la espalda después. Sus servicios salen muy... caros—.

—Han sido sobradamente compensados por sus servicios —explicó secamente Durga—. No soy tan estúpido como piensas, Zier.

—Magnífico —dijo el otro noble hutt—. Me alegra mucho oírlo. Me tenías francamente preocupado, querido primo. Cualquier hutt capaz de librarse de semejante cocinero por un motivo tan insignificante resulta un tanto sospechoso.

Hirviendo de furia, Durga se alejó ondulando en busca de otro empleado al que interrogar.

Jabba el Hutt y su tía Jiliac estaban descansando en su sala de recepciones ceremoniales del palacio que Jiliac tenía en Nal Hutta, y se entretenían contemplando cómo el bebé de Jiliac se iba deslizando por la habitación. El pequeño hutt ya era lo suficientemente mayor para pasar casi una hora entera fuera de la bolsa de Jiliac. En esa etapa de su vida, la criaturita parecía más una enorme oruga regordeta o una larva de insecto que un hutt. Sus brazos apenas eran unas protuberancias vestigiales, y no se desarrollarían ni adquirirían dedos hasta que el bebé hutt hubiera abandonado definitivamente la bolsa materna. El bebé hutt sólo se parecía a los miembros adultos de su especie en la mirada de pupilas verticales y ojos saltones.

Los bebés hutts nacían con unas funciones cerebrales muy reducidas, y sólo entraban en la edad de la responsabilidad después de haber vivido casi un siglo. Antes de ese momento, eran considerados como criaturas que necesitaban grandes cuidados y una buena alimentación, y muy poca cosa más.

Mientras contemplaba cómo el bebé se deslizaba sobre el reluciente suelo de piedra, Jabba deseó que estuvieran en Nar Shaddaa, donde habría podido hacer muchas más cosas. Supervisar el imperio de las actividades de contrabando del clan Desilijic desde Nal Hutta resultaba bastante difícil. Jabba había sugerido en más de una ocasión que él y su tía deberían volver a Nar Shaddaa, pero Jiliac se negaba tozudamente a hacerlo, insistiendo en que la atmósfera contaminada de Nar Shaddaa sería altamente perjudicial para el bebé.

Como consecuencia, Jabba pasaba una gran parte de su tiempo yendo y viniendo entre Nal Hutta y Nar Shaddaa. Sus intereses en Tatooine estaban acusando los efectos perjudiciales de sus ausencias.

Ephant Mon, el cheviniano no humanoide, estaba atendiendo los intereses de Jabba, y lo hacía francamente bien, pero eso sencillamente no era lo mismo que estar allí en persona.

Jabba había compartido muchas aventuras en el pasado con Mon, y el feo alienígena de Vinsoth era el único ser del universo en quien confiaba realmente. Por alguna razón inexplicable (y ni siquiera Jabba estaba seguro del porqué), Ephant Mon era completamente leal a Jabba, y siempre lo había sido. Jabba sabía que el cheviniano había rechazado múltiples ofertas para traicionarle a cambio de fabulosos beneficios. Por muy generosa que fuera la oferta, Ephant Mon jamás había traicionado su confianza.

Jabba apreciaba la lealtad de su amigo y la recompensaba manteniendo el mínimo de vigilancia posible sobre las acciones de Ephant Mon. No esperaba que Mon le traicionara, no después de todos aquellos años..., pero siempre era aconsejable estar preparado para todo.

—He leído el último informe enviado por nuestra fuente en el departamento de contabilidad del clan Besadii, tía, y sus beneficios son impresionantes —dijo—. Ni siquiera las disensiones sobre el liderazgo de Durga han conseguido reducirlos. Ylesia sigue produciendo más especia procesada a cada mes que pasa, y nuevos cargamentos de peregrinos llegan casi cada semana. Resulta deprimente.

Jiliac volvió su enorme cabeza para contemplar a su sobrino.

—Durga ha sabido ser mucho más eficiente de lo que jamás me habría imaginado, Jabba. No creía que fuera capaz de conservar el liderazgo. Pensaba que a estas alturas Besadii ya estaría maduro para caer en nuestras manos..., pero aunque hay ciertas murmuraciones y no todo el mundo está satisfecho del liderazgo de Durga, quienes osaron oponerse a él en voz alta han muerto, y no ha aparecido nadie capaz de sustituirlos dentro del clan.

Jabba parpadeó, y una nueva chispa de esperanza se encendió dentro de él mientras escuchaba hablar a su tía. ¡Aquel discurso recordaba considerablemente al viejo Jiliac anterior a la maternidad!

—¿Y sabes por qué han muerto, tía?

—Porque Durga ha sido lo suficientemente estúpido como para recurrir al Sol Negro —dijo Jiliac—. Las muertes de sus oponentes han

sido tan descaradas que no pueden ser obra de un hutt. Sólo el Sol Negro dispone de tantos recursos. Sólo el príncipe Xizor sería capaz de atreverse a asesinarlos a todos en cuestión de días.

Jabba estaba empezando a sentir una creciente excitación, y se preguntó si su tía estaría saliendo por fin de la neblina mental fruto de la maternidad.

—No cabe duda de que el príncipe Xizor puede llegar a ser un adversario realmente formidable —dijo—. Ésa es la razón por la que le he hecho favores de vez en cuando. Prefiero mantener buenas relaciones con él.., por si alguna vez necesito que me devuelva un favor. De hecho, eso fue lo que hizo en Tatooine... Por aquel entonces me ayudó, y no pidió nada a cambio porque yo le había hecho ciertos favores en el pasado.

Jiliac estaba meneando la cabeza en una lenta serie de negativas, una pequeña manía que había adquirido de los humanos.

—Ya sabes lo que pienso sobre este tema, Jabba. Te lo he repetido en muchas ocasiones, ¿no? El príncipe Xizor es muy peligroso. Es mejor mantenerse alejado de él y no tener nada que ver con el Sol Negro. Ábreles la puerta aunque sólo sea una vez, y corres el riesgo de convertirte en su vasallo.

—Te aseguro que he tenido mucha cautela, tía. Nunca se me ocurriría actuar de la manera en que lo ha hecho Durga.

—Excelente. Durga pronto descubrirá que ha abierto una puerta que resulta muy difícil de cerrar. Si cruza ese umbral..., entonces dejará de ser el dueño y señor de sus acciones.

—¿Y piensas que deberíamos albergar la esperanza de que lo haga, tía? Los ojos de Jiliac se entrecerraron ligeramente.

—Nada de eso, sobrino. Xizor no es el tipo de enemigo al que deseo tener que enfrentarme. Resulta obvio que está muy interesado en hacerse con el clan Besadii, pero no me cabe duda de que no vacilaría ni un segundo en asumir el control del clan Desilijic.

Jabba no dijo nada, pero estaba totalmente de acuerdo con Jiliac. Si se le daba la oportunidad de hacerlo, Xizor asumiría el control de todo Nal Hutta.

—Y hablando de Besadii, tía —dijo pasados unos momentos—, ¿qué hay de esos beneficios ylesianos sobre los que te he informado? ¿Qué podemos hacer para detener a Besadii? Ahora ya tienen nueve colonias en Ylesia. Se están preparando para crear otra colonia en Nyrvona, el otro mundo habitable del sistema.

Jiliac reflexionó durante unos segundos antes de hablar.

—Quizá ha llegado el momento de volver a usar a Teroenza-dijo—. Al parecer Durga no sospecha que fue el responsable de la muerte de Aruk. —¿Y cómo podríamos utilizarle?

—Todavía no lo sé...—dijo Jiliac—. Quizá podríamos animarle a que declarase su independencia de Durga. Si se enfrentaran, los beneficios de Besadii tendrían que caer en picado. Y entonces... Bueno, entonces podríamos recoger los pedazos.

—¡Una gran idea, tía! —exclamó Jabba, sintiéndose cada vez más alegre al ver que su tía parecía estar volviendo a serla vieja y astuta Jiliac de siempre—. Y ahora, si puedo informar sobre todas esas cifras, y contar con tu ayuda en lo referente a reducir nuestros costes de...

—¡Ahhhhhhh!

Jabba se calló a mitad de la frase, interrumpido por el canturreo lleno de afecto de Jiliac, y vio al bebé hutt contoneándose hacia su madre, los diminutos brazos vestigiales levantados y los bulbosos ojos clavados en el rostro de Jiliac. La boca del bebé se abrió, y dejó escapar una especie de trino interrogativo.

—¡Mira, sobrino! —La voz de Jiliac estaba llena de cálida indulgencia—. Mi pequeño ya sabe reconocer a su mamá. ¿Verdad que sí, precioso mío?

Jabba hizo rodar los ojos hasta que éstos estuvieron a punto de saltar de sus órbitas y caer al suelo. «Estás contemplando la muerte de una de las mayores mentes criminales de este siglo», pensó con creciente desesperación.

Después, mientras Jiliac cogía en brazos al bebé hutt y lo guiaba de regreso a su bolsa maternal, se dedicó a observar ala diminuta criatura con una expresión que estaba muy cerca del odio...

Han dedicó los dos días siguientes a hablar con varios miembros de la resistencia wookie para dar los últimos toques a su acuerdo. Por fin llegó el momento en que pudo desbloquear los sistemas de cierre del Halcón y él y Jarik sacaron los dardos explosivos de sus compartimientos secretos. Katarra, Kichiir y Motamba se inclinaron sobre las cajas, y empezaron a intercambiar comentarios llenos de excitación acerca de sus nuevos juguetes.

Mientras tanto, otros wookies del movimiento clandestino fueron entrando en la nave y se dedicaron a llenarla con armaduras de las tropas de asalto. Han pudo meter casi cuarenta trajes completos y diez cascos en el Halcón. Si las armaduras conseguían el precio habitual en el mercado, habría doblado su inversión con aquel viaje. ¡Como negocio, no estaba nada mal!

Cuando todas las armaduras estuvieron guardadas para permitir que la tripulación del Halcón pudiera ir de un lado a otro, ya estaba anocheciendo. Han decidió que quería esperar hasta el amanecer para llevar a cabo la complicada operación de salida de la cueva y el ascenso en línea recta a través de los árboles. El y Jarik se despidieron de sus anfitriones y se estiraron en los asientos de pilotaje para dormir.

Han fue despertado antes del amanecer de la mañana siguiente por un potente —¡y altamente familiar!— rugido wookie. El corelliano abrió los ojos y se levantó de un salto, casi chocando con el dormido joven. Después activó la rampa y bajó corriendo por ella.

—¿Chewie?

Han se alegró tanto de ver a la enorme bola de pelos que ni siquiera se quejó cuando el wookie le alzó en vilo para hacerlo girar de un lado a otro y revolverle el pelo hasta dejárselo totalmente erizado. Mientras hacía todo eso, Chewbacca no paraba de proferir un estridente chorro de protestas y quejas. ¿En qué pensaba Han, preparándose para dejarlo abandonado allí? ¿Acaso no tenía ni un gramo de cerebro dentro de la cabeza? ¡Después de todo, qué otra cosa se podía esperar de un humano!

Cuando el wookie le soltó por fin, Han alzó la mirada hacia él, sintiéndose completamente confundido.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir con eso de que te iba a dejar tirado aquí? Vuelvo a Nar Shaddaa, amigo, y en el caso de que se te haya pasado por alto, Chewie, debo decirte que ahora estás casado.

Chewie meneó la cabeza, y empezó a emitir ruidosas protestas y exclamaciones de reproche.

—¿Deuda de vida? ¡Ya sé que has hecho ese juramento, pero seamos un poco realistas! ¡Ahora tienes que estar al lado de tu esposa y vivir en tu planeta! Olvídate de dedicarte a esquivar cruceros imperiales junto a mí.

El wookie acababa de iniciar sus protestas cuando un estrepitoso rugido procedente del exterior hizo que Han se levantara de un salto y se encogiera instintivamente, como disponiéndose a esquivar un golpe. Una enorme manaza peluda le agarró del hombro, y Han fue volteado tan bruscamente como si fuese una hoja marchita. El corelliano alzó la mirada para ver a Mallatobuck elevándose sobre él. La esposa de Chewie estaba hecha una furia, con los dientes al descubierto y los ojos azules convertidos en dos rendijas. Han alzó las dos manos y retrocedió hasta pegarla espalda al peludo pecho de su amigo.

—¡Eh, Malla! Haz el favor de calmarte, ¿quieres?

Mallatobuck volvió a rugir, y después se embarcó en una furiosa reprimenda. ¡Humanos! ¿Cómo podían ignorar hasta tal extremo las costumbres y el honor de los wookies? ¿Cómo se atrevía a sugerir Han que Chewbacca podía dar la espalda a una deuda de vida? ¡No había mayor insulto de que se pudiera hacer objeto a un wookie! ¡Su esposo tenía un gran sentido del honor! ¡Era un guerrero muy valiente y un gran cazador, y cuando daba su palabra siempre se mantenía fiel a ella! ¡Especialmente si se trataba de una deuda de vida!

Enfrentado a la ira de Malla, Han acabó alzando las manos y se encogió de hombros, pero no tuvo ocasión de decir ni una sola palabra. El corelliano acabó alzando la mirada hacia su amigo para dirigirle una mirada implorante. Chewie, compadeciéndose de su compañero de aventuras, decidió intervenir. Se interpuso entre Malla y Han y habló rápidamente, explicándole a su esposa que Han no había tenido ninguna intención de insultarle u ofenderle. Su comentario había surgido de la ignorancia, no de la malicia.

Malla acabó calmándose un poco, y sus rugidos se convirtieron en gruñidos. Han le pidió disculpas con una tímida sonrisa.

—Eh, Malla, te aseguro que no quería ofenderos. Conozco muy bien a Chewie, y sé que es un tipo maravilloso. Es listo, valiente, encantador y todas esas cosas... Es sólo que no sabía que para un wookie una deuda de vida se encuentra por encima de todo lo demás. —Han se volvió hacia su amigo—. De acuerdo, chico —añadió—. Vas a venir con nosotros y enseguida estaremos preparados para surcar el espacio, así que despídete de tu esposa.

Chewbacca y Mallatobuck se alejaron juntos mientas Han y Jarik llevaban a cabo las comprobaciones previas al despegue. Unos minutos después, Han oyó el estrépito metálico indicador de que la rampa del Halcón acababa de cerrarse. Unos momentos más tarde, Chewbacca ya se estaba instalando en el asiento del copiloto. Han volvió la cabeza hacia él.

—No te preocupes, amigo. Te juro que volveremos... pronto. He hecho un negocio excelente con Katarra y su movimiento clandestino. Tu gente va a necesitar montones de munición antes de que puedan soñar en tener una esperanza de enfrentarse a los imperiales y liberar vuestro mundo, y yo voy a ayudarles a conseguirlos.

La voz de Jarik surgió del intercomunicador.

—Sí, y obtendrás unos considerables beneficios de ello, por supuesto —dijo el muchacho desde la torreta artillera de estribor. Han se echó a reír.

—¡Si..., por supuesto! ¡Prepárate, Chewie! ¡Allá... vamos!

El Halcón Milenario se fue elevando con gran dignidad sobre sus haces repulsores, y luego avanzó lentamente hasta salir de la «caverna» formada por las ramas de los árboles. Luego, con una brusquedad que hizo que todos acabaran hundidos en sus asientos, Han lanzó la nave hacia arriba, impulsándola a través del túnel de árboles. El Halcón surcó los cielos, que ya empezaban a estar teñidos por los matices rojos y dorados del amanecer. A medida que ascendían, el amanecer pareció esparcirse sobre el mundo en un diluvio de rayos dorados.

«Quarrrr-tellerrra», pensó Han. La guerrera de los cabellos color de sol, la mujer a la que había conocido como Bria... «¿Qué estará haciendo ahora? —se preguntó—. ¿Pensará alguna vez en mí?»

Unos instantes después, Kashyyyk ya sólo era una bola verdosa que se iba empequeñeciendo rápidamente detrás de ellos mientras avanzaban vertiginosamente a través de la negrura tachonada de estrellas...

Boba Fett estaba sentado en un mísero piso alquilado en el mundo de Teth, en el Borde Exterior, escuchando cómo Bria Tharen se reunía con los líderes rebeldes tethanos. El cazador de recompensas más famoso de toda la galaxia disponía de muchos recursos, incluyendo una red de espionaje que habría sido envidiada por la mayoría de los planetas. Fett aceptaba misiones imperiales de vez en cuando, por lo que solía tener acceso a todos los comunicados y demás informaciones que tanto les habría encantado ver a la mayor parte de comandantes rebeldes.

Aunque Bria Tharen era una oficial rebelde, la recompensa a su nombre no había sido ofrecida por el Imperio. No, se trataba de una recompensa mucho más grande, nada menos que cincuenta mil créditos por una captura viva e intacta, y las desintegraciones no estaban permitidas. Aruk el Hutt, el antiguo líder del clan Besadii, había ofrecido originalmente la recompensa, pero Durga, su heredero, la había mantenido en vigor después de la muerte del anciano, y había prometido una bonificación por la entrega en un plazo máximo de tres meses.

Boba Fett ya llevaba más de un año buscando a Bria Tharen. La mujer no paraba de ser enviada a misiones de «cobertura profunda» que hacían que resultara extremadamente difícil seguirle el rastro. Tharen había cortado todas las relaciones con sus familiares, probablemente para que no corriesen tanto peligro en el caso de que acabara siendo capturada por los imperiales. Cuando estaba en su planeta natal de Corelha, Tharen vivía dentro de una serie de bases rebeldes secretas dotadas de numerosos puestos de guardia y complejos sistemas de seguridad.

Ese elevado nivel de seguridad era perfectamente comprensible, por supuesto: después de todo, los rebeldes vivían bajo el miedo de un ataque a gran escala de las tropas de asalto imperiales. Como consecuencia, mantenían en secreto la situación de sus bases y las trasladaban continuamente de un lado a otro. Un cazador de recompensas —sin que importan lo letal y efectivo que fuese— tenía muy pocas posibilidades de aproximarse lo suficiente para conseguir capturar con vida a su presa.

Si el clan Besadii se hubiera conformado con tener a Bria muerta, Boba Fett estaba casi seguro de que ya hubiese conseguido matarla incluso a pesar de que contaba con la protección de toda una base rebelde. Pero capturarla con vida y sin hacerle daño resultaba mucho más difícil...

Pero hacía tan sólo unos días, y gracias a su red de espionaje, Boba Fett se había enterado de que el movimiento clandestino rebelde estaba a punto de celebrar una reunión en Teth. Corriendo el riesgo calculado de que Bria estaría allí, el cazador de recompensas había ido hasta Teth en el Esclavo I hacía dos días. El riesgo había valido la pena, porque su presa había llegado a Teth ayer por la tarde.

Dos días antes, cuando puso los pies en Teth, Boba Fett localizó el actual enclave rebelde, que se encontraba situado debajo del puerto de la ciudad en una serie de subsótanos y antiguas alcantarillas para las tormentas. Boba Fett se había infiltrado en los aledaños de la base a través de los viejos conductos y pozos de ventilación, y había conseguido acercarse lo suficiente para localizar el almacén de material de los porteros. Una vez allí, había instalado minúsculos sensores auditivos en varios robots limpiadores del suelo que podían desplazarse libremente de una habitación a otra, absorbiendo cualquier cosa que sus minúsculos sistemas detectores identificaran como «suciedad».

Boba Fett había estado examinando las grabaciones desde ese momento, y aquel día sus preparativos por fin habían dado fruto. Bria Tharen estaba celebrando una reunión con dos rebeldes tethanos de alto nivel. El diminuto limpiador de suelos, siguiendo sus instrucciones programadas, se había apresurado a quitarse de en medio cuando entraron en la habitación, y en aquellos instantes se encontraba discretamente inmóvil en un rincón.

Boba Fett no podía estar más en contra del concepto de las distintas rebeliones. El cazador de recompensas consideraba que la idea de rebelarse contra cualquier gobierno establecido era pura y simplemente criminal. El Imperio mantenía el orden, y Boba Fett valoraba el orden. La resistencia tethana no era ninguna excepción, porque en realidad se reducía a una pandilla de idealistas equivocados que sólo trataban de crear la anarquía.

El desdén hizo que los ojos de Boba Fett se entrecerraran dentro de los confines de su casco mientras escuchaba. Los líderes tethanos eran la comandante Winfred Dagore y su ayudante personal, el teniente Palob Godalhi, En aquellos momentos la Tharen estaba discutiendo con ellos sobre la necesidad de que los distintos grupos de resistencia se unieran en una Alianza Rebelde. Había indicaciones, les dijo, de que la idea de una Alianza estaba empezando a obtener apoyo en lugares muy importantes.

Una prestigiosa senadora imperial, Mon Mothma de Chandrila, se había reunido recientemente en secreto con los superiores de Bria Tharen en el movimiento rebelde corelliano, y había hablado con ellos. La senadora había admitido que, después de las masacres llevadas a cabo por el Imperio en planetas como Ghorman, Devarón y Rampa 1 y 2, resultaba evidente que el Emperador o estaba loco o era un ser totalmente maléfico, y que debía ser derribado por todos aquellos seres inteligentes que aún fueran capaces de seguir los dictados de su conciencia.

Bria Tharen estaba hablando con un sorprendente apasionamiento, y su límpida voz temblaba ligeramente bajo el influjo de la emoción controlada. Resultaba obvio que estaba realmente entregada a su causa.

Cuando hubo terminado de hablar, Winfred Dagore carraspeó.

—Simpatizamos con nuestros hermanos y hermanas de Corellia, Alderaan y los otros mundos, comandante Tharen —dijo, la voz enronquecida por la edad y la tensión—. Pero aquí en el Borde Exterior nos encontramos tan lejos de los Mundos del Núcleo que no podríamos serles de mucha ayuda incluso suponiendo que nos aliáramos con sus grupos. Aquí hacemos las cosas a nuestra manera, y el Emperador nos presta muy poca atención. Atacamos algunos envíos imperiales y nos oponemos al Imperio de muchas maneras..., pero valoramos nuestra independencia. No hay muchas probabilidades de que nos unamos a un grupo más grande.

—Esa política aislacionista constituye una invitación a una masacre imperial, comandante Dagore —dijo Tharen, empleando un tono mucho más lúgubre que antes—. Y eso ocurrirá, recuerde lo que le digo... Tarde o temprano, las fuerzas de Palpatine acabarán volviendo su atención hacia sus grupos.

—Quizá..., o quizá no. Aun así, dudo que podamos hacer mucho más de lo que ya estamos haciendo actualmente, comandante Tharen.

Boba Fett oyó el crujir de una silla y un roce de tela, indicadores de que alguien se estaba moviendo. Después Tharen volvió a hablar.

—Ustedes disponen de naves, comandante Dagore. También disponen de tropas y de armas. Son uno de los mundos más cercanos al Sector Corporativo, aunque somos conscientes de que la distancia continúa siendo bastante grande. Pero aun así, podrían sernos de mucha ayuda. Podrían ayudarnos a comprar armas en el Sector Corporativo y a canalizarlas hasta aquí para que fueran enviadas a otros grupos clandestinos. No piensen que el mero hecho de su lejanía hace que no necesitemos su ayuda.

—Las armas cuestan créditos, comandante Tharen —dijo el teniente Godalhi—. ¿De dónde saldrán esos créditos?

—Bueno, les agradeceríamos enormemente que ustedes los tethanos consiguieran reunir unos cuantos millones para ayudarnos —dijo secamente Bria, y una risita llena de tristeza resonó por la habitación—. Pero estamos trabajando en ello. Financiar el movimiento de resistencia resulta muy difícil, pero el número de ciudadanos que están siendo oprimidos es lo suficientemente grande como para que nos estén entregando ciertas cantidades de dinero incluso si no poseen la capacidad o el valor necesarios para unirse a un grupo rebelde. Algunos de los nobles hutts también han creído conveniente contribuir..., clandestinamente, por supuesto.

«Interesante», pensó Fett. Pero eso era una auténtica novedad para él aunque, ahora que pensaba en ello, los hutts eran famosos por ponerse de parte de ambos bandos, aparte del suyo, en cualquier clase de conflicto. Si podían esperar que eso produjera un incremento en créditos o poder, normalmente los hutts siempre se hallaban presentes en el centro del escenario.

—No estamos muy lejos del espacio hutt —dijo Dagore, adoptando un tono de voz repentinamente pensativo—. Quizá podríamos establecer contactos con otros nobles hutts..., para averiguar si estarían dispuestos a ayudar.

—¿Ayudar? —Una sombra de hilaridad hizo vibrar la voz de Bria Tharen—. ¿Los hutts? Quizá contribuyan, y algunos lo han hecho, pero puedo asegurarles que lo hacen por sus propias razones, y esas razones no tienen nada que ver con nuestros objetivos. Los hutts son astutos y traicioneros por naturaleza..., aunque eso no evita que a veces nuestros objetivos y los suyos coincidan. Sólo entonces se desprenden de sus créditos. En la mitad de las ocasiones ni siquiera podemos llegar a imaginarnos qué beneficio pueden estar obteniendo como resultado de su «donación».

—Y probablemente sea mejor que no lo sepa —intervino el teniente Godalhi—. Aun así, comandante Tharen, el que incrementemos nuestro compromiso en estos momentos tal vez pueda serles de utilidad. Nuestro nuevo Moff imperial se muestra mucho menos... vigilante que Sam Shild. Últimamente hemos podido actuar con mucha más libertad de lo que nos resultaba posible bajo el gobierno de Shild.

—Eso es otro asunto a tomar en consideración —dijo Bria Tharen—. Hemos estado estudiando a este nuevo Moff. La mayoría de los nuevos procedimientos de gobierno que ha puesto en vigor en el Borde Exterior son tan asombrosamente estúpidos y faltos de eficiencia que estamos empezando a preguntarnos si Yref Orgege no tendrá algo de sangre gamorreana en las venas.

Una carcajada general resonó por toda la habitación.

Bria siguió hablando.

—Orgege es tan arrogante como estúpido —dijo—. Insiste en que no cometerá el error de Shild, y afirma que va a mantener un control tan estricto como personal sobre su fuerza militar. Esa política ha reducido tremendamente los niveles de la amenaza imperial en el Borde Exterior, porque ahora los comandantes imperiales tienen que consultar incluso el asunto más insignificante con Orgege. Su nuevo Moff está consiguiendo dejarlos reducidos a la parálisis, comandante Dagore.

—Somos conscientes de ello, comandante —admitió Dagore—. ¿Qué quiere que hagamos al respecto?

—Quiero que incrementen sus incursiones contra los navíos de suministro imperiales y los almacenes de municiones del Borde Exterior, comandante. Necesitamos esas armas. Y para cuando los comandantes imperiales puedan ponerse en contacto con Orgege y éste pueda dar sus órdenes, usted y los suyos ya habrán desaparecido hace mucho rato.

Dagore reflexionó durante unos momentos.

—Creo que podemos prometerle esa parte, comandante Tharen. En cuanto a lo demás... Bien, tendremos que pensar en ello.

—Hable con su gente hoy mismo —dijo Bria—. Mañana me iré. Boba Fett aguzó el oído, apremiándola en silencio a revelar sus planes. Pero no hubo más sonidos que los crujidos de sillas cuando los rebeldes se levantaron y salieron de la habitación.

Fett siguió manteniendo bajo vigilancia todos los espaciopuertos cercanos, pero al día siguiente no consiguió hallar ni rastro de Bria Tharen. Alguien tenía que haberla introducido a bordo de una nave rebelde utilizando métodos clandestinos.

El cazador de recompensas quedó ligeramente decepcionado por aquel fracaso, pero la característica más importante de cualquier cazador —y Boba Fett vivía para la caza— era la paciencia. Decidió encontrar alguna forma de informar a los imperiales sobre la traición de Mon Mothma, y los planes de los rebeldes, sin que ello le obligara a revelarles la identidad de su informante. Muchos oficiales imperiales ni siquiera se molestaban en ocultar el desprecio que les inspiraban los cazadores de recompensas, a los que se referían como ‘escoria..., o cosas todavía peores’. Fett deseó poder disponer de una información más específica que ofrecer. ¡Si por lo menos los rebeldes hubieran llegado a revelar los planes de alguna clase de operación!

Mientras tanto, aún conseguiría sacar un cierto provecho de su viaje a Teth. Boba Fett se había puesto en contacto con el Gremio y había encontrado una presa inscrita en sus libros, un hombre de negocios tan rico como amante de la soledad que poseía una residencia ‘de alta seguridad’ excelentemente vigilada en las montañas de Teth.

La residencia era «de alta seguridad» en lo que concernía a los cazadores de recompensas ordinarios, pero Boba Fett constituía una clase por su cuenta. Las actividades del hombre de negocios habían sido tan previsibles que trazar el plan resultó risiblemente sencillo. La presa era una criatura de hábitos. Boba Fett ni siquiera tendría que enfrentarse a sus guardaespaldas, dado que las estipulaciones de la recompensa permitían el uso de la desintegración. Lo único que había que hacer era matar a la presa.

Boba Fett ya había conseguido encontrar un excelente punto de observación en lo alto de un árbol laakwal que le permitiría erigir una protección temporal, acabar con su presa y desaparecer a continuación antes de que los guardaespaldas o las fuerzas de seguridad pudieran llegar a localizar su situación. Sólo necesitaría un disparo...