Capítulo 9
Ofertas y rechazos

Jabba estaba cómodamente reclinado junto a su tía en su cámara de audiencias privadas de Nal Hutta, observando y escuchando a Bria Tharen mientras ésta presentaba su petición al clan Desilijic. Jabba tenía que admitir que la mujer hablaba bien..., para ser humana.

—Poderosa Jiliac —dijo Bria, extendiendo las manos ante ella—, pensad en qué gran oportunidad es ésta para vuestro clan. Si Desilijic financia a nuestro grupo en términos de munición y combustible, la resistencia corelliana se asegurará de que Ylesia deje de ser una espina clavada en vuestro costado. ¿Acaso no valdría la pena gastar unos cuantos créditos para ver humillado al clan Besadii? ¡Y en realidad el gasto sería tan modesto! Nosotros proporcionamos las tropas, el armamento, las naves...!

—Pero se llevarán toda la especia que contienen los almacenes —dijo Jiliac en hurtes. KSLR, el androide de protocolo de Jabba y Jiliac, se apresuró a traducir las palabras de la líder hutt. El trineo repulsor de Jiliac osciló ligeramente en el aire cuando su ocupante desplazó su peso hacia adelante para poder clavar los ojos en la comandante rebelde—. Lo que ganaríamos sólo podría medirse en términos negativos. Para que obtuviéramos un beneficio de ello...

Bria meneó la cabeza.

—Si nosotros corremos con los riesgos, excelencia, entonces nosotros nos quedamos con la especia. Un movimiento de resistencia tiene montones de gastos. No podemos eliminar a vuestros enemigos ahorrándoos ese trabajo y no obtener nada para nosotros mismos.

En su fuero interno Jabba estaba totalmente de acuerdo con ella, y se preguntó a qué venía tanta tozudez por parte de Jiliac.

Jabba habló por primera vez y lo hizo en básico, que era capaz de hablar pero que utilizaba muy raramente.

—Permítame asegurarme de que entiendo qué es lo que está ofreciendo y lo que desea de nosotros, comandante.

Bria se volvió hacia él.

—Ciertamente, excelencia —dijo con una ligera reverencia.

—Uno —dijo Jabba, empezando a enumerar puntos con sus dedos—. Desilijic les proporcionará los fondos necesarios para adquirir municiones y combustible con vistas a un ataque contra Ylesia. Dos, Desilijic se encargará de eliminar a los sacerdotes t'landa Tils antes del ataque... ¿Correcto?

—Sí, excelencia —dijo Bria.

—¿Y por qué nos necesitan para eso? —preguntó Jiliac en un tono bastante altivo—. Si su grupo es una fuerza militar tan eficiente, entonces deberían ser capaces de ocuparse de un insignificante grupito de t'landa Tils.

—Les necesitamos porque si los sacerdotes ya están muertos, entonces nos resultará mucho más fácil poder controlar a los peregrinos —replicó Bria Tharen—. A un kajidic dotado de los recursos de que dispone el clan Desilijic no debería resultarle demasiado difícil acabar con ellos. Después de todo, no hay más de treinta sacerdotes en la totalidad del planeta, o eso indican nuestros servicios de inteligencia. En la mayoría de casos, sólo hay tres por colonia. Ah, y otra cosa... No queremos que nuestras tropas tengan que enfrentarse a las vibraciones empáticas de los ['landa Tils, porque deseamos que puedan concentrarse por completo en la lucha.

—Comprendo —dijo Jabba—. Tres... A cambio de que les proporcionemos esos fondos y de nuestra promesa de eliminar a los sacerdotes, sus grupos destruirán la empresa del clan Besadii. Volarán las factorías, y se asegurarán de que no queda absolutamente nada que pueda ser utilizado por el clan Besadii en unas hipotéticas labores de reconstrucción.

—Exacto, excelencia —dijo la comandante rebelde—. El riesgo es nuestro. Naturalmente, también nos llevaremos a los peregrinos y la especia guardada en los almacenes.

—Comprendo —dijo Jabba—. Su oferta es digna de ser tomada en consideración, comandante. Lo que haremos será...

—¡No! —exclamó Jiliac en un tono lleno de disgusto mientras agitaba una mano en un gesto de rechazo—. Ya hemos oído suficiente, muchacha. Gracias, pero...

—¡Tía! —dijo Jabba en voz muy alta, y luego bajó la voz cuando Jiliac se interrumpió y se volvió hacia él para lanzarle una mirada de sorpresa—. ¿Puedo hablar contigo en privado? —siguió diciendo en huttés.

Jiliac dejó escapar un suave resoplido y acabó asintiendo.

—Muy bien, sobrino.

Cuando la Tharen hubo sido escoltada hasta el exterior de la cámara por K8LR y se le pidió que esperara para conocer su decisión, Jabba empezó a hablar.

—Tía, se trata de una oferta tan buena que no podemos rechazarla. Si tuviéramos que contratar fuerzas mercenarias para eliminar la empresa ylesiana, la operación nos costaría muchas veces lo que tendremos que pagar para proporcionarlos fondos necesarios a esos rebeldes. Nos costaría... —Jabba llevó a cabo un rápido cálculo mental—. Sí, nos costaría un mínimo de cinco veces más. Deberíamos aceptar su oferta.

Jiliac lanzó una mirada despectiva a su sobrino.

—Creía que te había enseñado a pensar con claridad, Jabba —dijo—. Ya te he dicho que el clan Desilijic no debe apoyar a ninguna facción en una guerra. ¿Quieres que nos unamos a la resistencia? ¡Esa política sólo puede acabar llevando al desastre!

Jabba tuvo que hacer una profunda inspiración de aire y recitar en silencio todo el alfabeto huttés antes de poder responder.

—No estoy sugiriendo que debamos aliamos con esos rebeldes, tía. ¡Pero podríamos y deberíamos utilizarlos para alcanzar nuestros propios objetivos! Esa hembra humana y su rebelión son un auténtico regalo del destino. Bria Tharen es la líder perfecta para esa incursión.

—¿Por qué? —preguntó Jiliac, parpadeando rápidamente mientras contemplaba a su sobrino.

Jabba dejó escapar el aliento que había estado conteniendo en un rápido resoplido de exasperación.

—¡Piensa, tía! ¿Quiénes eran los dos humanos que escaparon de Ylesia después de matar a Zavval hace ya tantos años? ¿Recuerdas que investigué el asunto después de que Han Solo empezara a trabajar para nosotros?

Jiliac frunció el ceño.

—No...

—Bueno, pues lo hice. Han Solo escapó de Ylesia a bordo de una nave robada, con una gran parte del tesoro de Teroenza dentro de su bodega de carga, y con la esclava favorita del Gran Sacerdote. Y esa esclava se llamaba Bria Tharen, tía. ¡Estamos hablando de la misma mujer! ¡Bria Tharen tiene una cuenta pendiente de naturaleza personal con Ylesia! No se detendrá ante nada con tal de poner fin al tráfico de esclavos del mundo de los Besadii.

Jiliac todavía tenía el ceño fruncido.

—¿Y qué más da que Bria Tharen tenga una cuenta personal pendiente que saldar? ¿De qué manera puede beneficiamos eso, sobrino?

—¡Nada puede ser más conveniente a las necesidades del clan Desilijic que la destrucción de esas malditas factorías de especia! ¡Piensa en ello, tía! ¡Besadii humillado y empobrecido! ¡Es una ocasión que no debemos dejar escapar!

Jiliac empezó a mecerse hacia atrás y hacia adelante sobre su enorme vientre, los ojos desorbitados clavados en el vacío como si estuviera intentando imaginarse el curso que seguirían los acontecimientos.

—No —dijo por fin—. Es un mal plan.

—Es un buen plan, tía —insistió Jabba—, y bastaría con introducir unas cuantas mejoras en él para conseguir que diese resultado. Con el respeto debido, Jiliac —añadió después de una breve pausa—, no creo que hayas analizado el asunto desde todos los puntos de vista a tomar en consideración.

—Oh, ¿no? —Jiliac se irguió hasta alzarse sobre su pariente—. Tu capacidad de juicio deja mucho que desear, sobrino. A lo largo de los años siempre he evitado compararte con tu temerario e imprudente

padre, que casi consiguió arruinar al clan Desilijic con sus grandiosos planes y que luego fue lo suficientemente estúpido para acabar en Kip, esa bola de barro utilizada como planeta-prisión. Sin embargo...

A Jabba no le gustaba nada que le hablaran de Zorba y de su desordenada conducta habitual.

—¡Tía, no me parezco en nada a mi padre y tú lo sabes! Me limito a exponer muy respetuosamente mi convicción de que te has ablandado y de que tu análisis no es correcto. Debemos hacer algo respecto a Besadii pronto, o acabaremos arruinados. ¿Cuáles son tus objeciones específicas?

Jiliac emitió un gorgoteo, y una bolita de flema verdosa apareció en una de las comisuras de su fláccida boca.

—Es demasiado arriesgado, y hay demasiadas incertidumbres. Los humanos no son lo suficientemente inteligentes para que se pueda predecir su comportamiento con precisión. Podrían aceptar nuestros créditos y luego traicionarnos poniéndose de acuerdo con el clan Besadii.

—Esos rebeldes están demasiado comprometidos con su causa —dijo Jabba—. Tienes razón en una cosa, tía: no entiendes a los humanos. El grupo de la comandante Tharen es lo suficientemente valeroso y estúpido para arriesgar su vida por esos infortunados e insignificantes esclavos. Los humanos sencillamente son así..., y especialmente esta humana.

—Y supongo que tú sí que les entiendes, ¿verdad? —Jiliac soltó un resoplido—. ¿De dónde obtienes esa asombrosa capacidad de comprensión tuya, sobrino? ¿De ver hacer piruetas a tus hembras medio desnudas, quizá?

Jabba estaba empezando a sentirse realmente furioso.

—¡Les entiendo! ¡Y entiendo que esta oferta es digna de ser tomada en consideración!

—Y como consecuencia, quieres que nos ocupemos de matar a unos treinta t'landa Tils para hacerle un favor a la resistencia corelliana —dijo Jiliac—. ¿Qué ocurriría si eso llegara a descubrirse en Nal Hutta? ¡Los t'landa Tils organizarían un auténtico escándalo! Estamos hablando de nuestros primos, sobrino. ¡Los humanos no son nada!

Jabba no había pensado en eso, y guardó silencio durante unos momentos mientras daba vueltas a la objeción de su tía.

—Sigo pensando que podría hacerse —dijo por fin—. Después de todo, no sería la primera vez que cometemos un asesinato múltiple y logramos salir bien librados.

—Pero es que tampoco quiero que la empresa ylesiana sea destruida —dijo Jiliac con voz malhumorada—. Quiero asumir su control. ¿De qué nos servirá imponernos al clan Besadii si las factorías de especia son destruidas?

—Podríamos construir otras factorías —dijo Jabba—. ¡Cualquier cosa sería preferible a ver cómo Besadii almacena toda esa especia y va haciendo subir los precios incesantemente!

Jiliac meneó la cabeza.

—Soy la líder del clan, y mi decisión es no. No hace falta que sigamos hablando del asunto, sobrino.

Jabba siguió tratando de convencerla, pero Jiliac le redujo al silencio con un gesto de sus manecitas y después llamó a K8LR y ala comandante rebelde con un grito ensordecedor. El androide se apresuró a introducir a la joven en la cámara de audiencias, haciendo solícitos comentarios sobre su bravura mientras caminaba junto a ella.

Jiliac lanzó una mirada llena de exasperación a Jabba y dejó escapar un ruidoso resoplido.

—Muchacha, tal como estaba diciendo antes, cuando fui interrumpida... —y dirigió una mirada muy significativa a Jabba—, apreciamos tu oferta, pero la respuesta es no. El clan Desilijic no puede correr el riesgo de aliarse con la resistencia en este asunto.

Jabba enseguida notó cómo los rasgos de Bria Tharen revelaban su desilusión. La comandante rebelde suspiró y luego irguió los hombros.

—Muy bien, excelencia. —Metió la mano en el bolsillo de los pantalones de su uniforme y sacó algo de él—. Si cambiáis de parecer, podéis establecer contacto conmigo en...

Jiliac rechazó la tarjeta de datos que le ofrecía con un vaivén de la mano, y después fulminó con la mirada a su sobrino cuando éste extendió el brazo hacia ella. Jabba miró a Bria, que seguía sosteniendo la tarjeta de datos entre los dedos.

—Yo la guardaré —dijo—. Adiós, comandante.

—Gracias por la audiencia, excelencias —dijo Bria, y se despidió con una gran reverencia.

Jabba la siguió con la mirada mientras se alejaba y se sorprendió pensando que estaría realmente magnífica con un atuendo de danzarina. Todo aquel cabello rojizo esparciéndose sobre sus hombros desnudos, que además tenían una musculatura realmente soberbia... Aquella humana poseía una constitución ideal, y además su altura era impresionante. ¡Oh, no cabía duda de que sería una danzarina realmente soberbia!

Jabba suspiró.

—No me ha gustado nada la forma en que has parecido oponerte muy poco respetuosamente a mi decisión hace unos momentos, Jabba —dijo su tía—. No olvides nunca que el clan Desilijic debe presentar un frente unido cuando está negociando con una especie inferior.

Jabba no confiaba en su dominio de sí mismo lo suficiente para atreverse a hablar. La negativa de su tía a apreciar la gran oportunidad que les había ofrecido Bria Tharen le había llenado de una terrible furia que tardaría mucho tiempo en disiparse.

«Si yo fuera el líder del' clan —pensó—, no tendría que inclinarme ante su paranoia conservadora. A veces tienes que correr ciertos riesgos para obtener beneficios realmente grandes. La maternidad la ha vuelto estúpida y débil...»

Fue sólo entonces cuando Jabba comprendió, por primera vez, que si Jiliac desapareciese del universo, él, Jabba Desilijic Tiure, sería el próximo líder del clan Desilijic. Entonces no tendría que responder ante nadie.

Jabba siguió cómodamente recostado mientras su cola ondulaba pensativamente de un lado a otro, y luego lanzó una mirada de soslayo a su tía. El estómago de Jiliac fue recorrido por una repentina ondulación, y su bebé salió de la bolsa.

—¡La preciosidad de mamá! —exclamó Jiliac—. ¡Mira, Jabba! ¡Cada día que pasa está un poco más grande!

Después empezó a dirigir ronroneos llenos de cariño a su bebé. Jabba torció el gesto, eructó y se apresuró a salir de la cámara de audiencias, incapaz de soportar durante un solo segundo más la visión de la madre o de su hijo.

Bria Tharen cogió su copa de vino, tomó un lento sorbo de ella para apreciar lo mejor posible su sabor y luego sonrió a su acompañante.

—Es maravilloso —dijo después—. Muchísimas gracias, Lando. No tienes ni idea del tiempo que llevaba sin poder disfrutar de una velada en la que me fuera posible relajarme y no pensar en nada.

Lando Calrissian asintió. Bria había vuelto a Nar Shaddaa a bordo de la lanzadera llegada de Nal Hutta aquel mismo día, después de lo que dijo había sido una entrevista «muy decepcionante» con la líder del clan Desilijic. Para animarla, el jugador había prometido llevarla a disfrutar de un bistec de nerf en el Castillo del Azar, el mejor hotel-casino de la Luna de los Contrabandistas. Bria llevaba un traje de un delicado color turquesa que hacía juego con sus ojos y Lando se había puesto su atuendo negro y escarlata, «en recuerdo de los viejos tiempos».

—¿Y cuánto hace que no disfrutabas de una velada semejante? —preguntó, haciendo girar lentamente su copa de vino entre dos dedos—. Bueno... Supongo que ser una líder de los comandos rebeldes ocupa muchas horas, ¿no? Casi tantas como ser la amante de un Moff de Sector...

Los ojos de Bria se desorbitaron durante unos segundos, y luego se entrecerraron.

—Cómo te has enterado de eso? Yo nunca te dije...

—Nar Shaddaa es el centro de todas las redes criminales de la galaxia —dijo Lando—. Un traficante de información me debía un favor, y decidí cobrárselo. Estoy hablando con la comandante Bria Tharen, ¿verdad?

Los labios de Bria se curvaron en una tenue sonrisa.

—Seas quien seas, Lando, no eres un cobarde. Nadie que haya sido capaz de enfrentarse a Boba Fett de la manera en que tú lo hiciste puede ser llamado cobarde. Deberías pensar en unirte a la resistencia. Eres un buen piloto, sabes pensar deprisa y eres inteligente. Antes de que te dieras cuenta habrías llegado a oficial. Y... —Titubeó, y cuando volvió a hablar lo hizo en un tono más serio—. Bueno, en lo que respecta al Moff Sam Shild, lo único que puedo decir es que las apariencias pueden ser engañosas. Llevé a cabo una misión para la resistencia, pero para él no era nada más que una anfitriona social y una especie de secretaria personal, aunque quería que todo el mundo pensase que era mucho más que eso.

—Pero también le espiabas.

—Digamos que hacía acopio de información. Me parece que es una forma más delicada de expresarlo, ¿no?

Lando soltó una risita.

—¿Y adónde irás mañana después de que te hayas ido de Nar Shaddaa?

—Volveré a ponerme al frente de mi escuadrón, y me enfrentaré a mi próxima misión... cualquiera que sea ésta. He perdido a dos de mis oficiales más veteranos, así como a un excelente soldado. —Su expresión se ensombreció—. Fett los mató sin pensárselo dos veces, de la misma forma en que tú o yo no nos lo pensaríamos dos veces antes de pisar a un insecto.

—Por eso es el cazador de recompensas más temido de toda la galaxia —observó Lando.

—Sí... —Bria tomó otro sorbo de vino—. Es como un ejército de un solo hombre, ¿verdad? Es una lástima que sea leal al Imperio. ¡Me resultaría muy útil en los combates!

Lando la miró fijamente.

—Significa todo para ti, ¿eh? Me refiero a derrotar al Imperio... Bria asintió.

—Es mi vida —se limitó a decir—. Daría todo lo que tengo o lo que soy para que ese sueño se convirtiera en realidad.

Lando cogió un trozo de torta espolvoreado con miel de los bosques de Kashyyyk y le dio un mordisco.

—Pero ya has dedicado años a esa meta —dijo después—. ¿Cuándo tendrá ocasión Bria Tharen de disfrutar de una vida propia? ¿Cuándo dirás «basta»? ¿No quieres ver llegar el día en que puedas tener un hogar, una familia?

Bria sonrió melancólicamente.

—La última persona que me hizo esa pregunta fue Han. —¿De veras? ¿Cuando estabais en Ylesia, quizá? Ya hace mucho tiempo de eso, ¿no?

—Sí —dijo Bria—. Poder hablar contigo y enterarme de lo que ha estado haciendo Han ha sido realmente maravilloso. ¿Sabes una cosa, Lando? Dentro de unos meses habrán transcurrido diez años desde el día en que nos vimos por primera vez. Apenas si puedo creerlo... ¿Adónde se va el tiempo?

—Al mismo sitio al que se ha ido siempre —dijo Lando—. En el centro de la galaxia hay un gigantesco agujero negro, y lo va absorbiendo.

Bria se encogió de hombros y sonrió.

—Esa explicación me parece muy convincente. Tendré que recordarla.

Lando volvió a llenarle la copa.

—Pero de todas maneras no has respondido a mi pregunta. ¿Cuándo vas a disponer de una vida para Bria?

Una repentina seriedad invadió los ojos verdiazulados de Bria cuando se encontraron con los de Lando por encima de la mesa.

—Cuando el Imperio haya sido derrotado y Palpatine esté muerto, entonces empezaré a pensar en echar raíces. Me encantaría tener un niño... algún día. —Sonrió—. Creo que todavía me acuerdo de los secretos del cocinar y de cómo se hacen las tareas domésticas. Mi madre dedicó un montón de tiempo a tratar de convertirme en un buen «material de esposa», y eso incluyó muchas horas de instrucción sobre las obligaciones y los deberes femeninos.

Lando sonrió.

—Supongo que tu imagen de rebelde actual no le gustaría demasiado. Vestida con un uniforme de combate, armada hasta los dientes...

Bria dejó escapar una carcajada llena de sarcasmo y puso los ojos en blanco.

—¡Pobre mamá! ¡Es una suerte que no pueda verme, porque si me viera se desmayaría de puro horror!

El camarero les trajo sus bistecs, y los dos se concentraron en ellos con expresiones de satisfacción.

—Esto es tan maravilloso, Lando... —dijo Bria unos instantes después—. Ningún rancho militar puede compararse con este tipo de cocina. Lando sonrió.

—Otra razón más por la que no puedo unirme a la rebelión —dijo—. Tengo una cierta inclinación a la buena cocina, ¿sabes? Creo que no podría soportar una alimentación a base de raciones.

Bria asintió.

—Pero te sorprendería la clase de cosas a las que puedes llegar a acostumbrarte..., con un poco de práctica.

—No quiero llegar a averiguarlo —replicó jovialmente Lando—. ¿Cómo iba a poder renunciar a todo esto? —añadió, señalando el elegante restaurante y, más allá de él, el luminoso clamor de las mesas de juego.

Bria volvió a asentir.

—He de admitir que me cuesta mucho imaginarte vestido con un uniforme rebelde.

—Por lo menos no sin un gran número de modificaciones previas del uniforme llevadas a cabo por un buen sastre —dijo Lando, y los dos se echaron a reír.

—¿Has combatido alguna vez? —preguntó Bria, adoptando un tono bastante más serio.

—Oh, claro —dijo Lando—. Soy un buen artillero, y últimamente también he conseguido llegar a ser un piloto bastante decente. He tenido ocasión de ver de cerca la acción aquí y allá. Y no olvidemos la batalla de Nar Shaddaa, naturalmente... Han, Salla y yo tomamos parte en ella.

—Háblame de esa batalla —dijo Bria—. Me asombra que unos contrabandistas puedan llegar a unirse de esa manera para derrotar a la flota imperial, quizá porque la inmensa mayoría de los que he conocido son terriblemente independientes y tozudos.

Lando, al que siempre le encantaba poder hablar de sí mismo y de sus arriesgadas aventuras delante de una audiencia llena de admiración, se embarcó en un relato altamente detallado de cómo los contrabandistas habían unido sus fuerzas con la flota pirata de Drea Renthal para destruir a muchos cazas y varios navíos de primera línea imperiales. Bria le escuchó con la solemne atención de una experta en el tema, y fue haciendo preguntas estratégicas o tácticas de vez en cuando para animar al jugador a que prosiguiera con su historia.

Finalmente, cuando Lando hubo acabado de hablar y hubieron pedido el postre, Bria se recostó en su asiento mientras el camarero se llevaba sus platos.

—¡Menuda historia! —exclamó—. El valor y la habilidad de los contrabandistas me han dejado realmente impresionada. Todos son unos pilotos magníficos, ¿verdad?

—Si no eres un buen piloto, nunca conseguirás escapar de los navíos del servicio de aduanas imperial —replicó Lando—. Los contrabandistas son capaces de hacer prácticamente cualquier cosa: atraviesan campos de asteroides, juegan al escondite con las nebulosas y las tormentas espaciales, y pueden aterrizar donde sea. Nada asusta a un buen contrabandista, Bria. Les he visto posar sus naves en asteroides que apenas eran más grandes que las naves mientras luchaban con campos gravitatorios llenos de irregularidades. Variaciones gravitatorias, turbulencias atmosféricas, tormentas de arena, ventiscas, tifones... Los contrabandistas saben cómo salir bien librados de cualquier problema que se te pueda ocurrir.

Bria le estaba observando con gran atención.

—Por supuesto —dijo—. Los contrabandistas tienen que ser los pilotos más experimentados de toda la galaxia..., pero también son buenos combatientes...

Lando agitó una mano.

—Oh, también tienen que serlo. ¡No olvides que los imperiales pueden surgir de la nada en cualquier momento para tratar de hacerlos pedazos! Durante la batalla de Nar Shaddaa luchaban para proteger sus hogares y sus propiedades, naturalmente, ya que de otra manera la mayoría de ellos habrían exigido un pago a cambio de sus servicios.

Bria parpadeó, como si una idea repentina acabara de pasarle por la cabeza.

—¿Quieres decir que...? Bueno, ¿piensas que los contrabandistas estarían dispuestos a llevar a cabo acciones militares a cambio de dinero? Lando se encogió de hombros.

—¿Por qué no? La inmensa mayoría de los contrabandistas son como los corsarios. Si hay un beneficio decente a ganar, la mayoría de ellos son capaces de enfrentarse a cualquier clase de riesgo.

Bria se golpeó suavemente el labio inferior con una uña impecablemente manicurada mientras pensaba, y de repente Lando clavó los ojos en su mano.

—Eh... —dijo, inclinándose hacia adelante para tomar la mano de Bria entre las suyas y examinarla delicadamente—. ¿Qué sucedió, Bria?

Bria hizo una profunda inspiración de aire antes de hablar.

—¿Te refieres a esas viejas cicatrices? Son un recuerdo de mis tiempos de trabajadora en las factorías de especia de Ylesia. Normalmente las cubro con cosméticos cuando he de hacer un poco de vida social, pero perdí todo mi equipaje a bordo del Reina.

—Drea me prometió que te devolvería tus cosas —dijo Lando—. Le dije cuál era el número de tu camarote —añadió, pareciendo sentirse un poco avergonzado—. No tendría que haberlas mencionado. Es sólo que... Bueno, te aprecio y me importas mucho. Me duele verlas y saber hasta qué punto llegaron a hacerte daño en ese mundo,

Bria le dio unas palmaditas en la mano.

—Lo sé. Eres muy amable al preocuparte por mí, Lando, pero no deberías preocuparte por tu compañera de mesa. La gente muere cada día en Ylesia, y estoy hablando de buena gente, de gente que se merece algo mejor que una vida de desnutrición, trabajo incesante y crueles engaños...

Lando asintió.

—Han me habló de ello en una ocasión. Él piensa lo mismo que tú..., pero no podemos hacer gran cosa al respecto, ¿verdad?

Bria le lanzó una mirada repentinamente llena de feroz apasionamiento.

—Sí que podemos hacer algo al respecto, Lando. Y mientras me quede un hálito de aliento en el cuerpo, seguiré tratando de ayudar a esas personas. Algún día conseguiré poner fin para siempre a las repugnantes actividades de ese mundo infernal. —Y de repente sonrió con impulsiva temeridad, y en ese momento a Lando le recordó muchísimo a su amigo ausente—. Como diría Han, «confía en mí».

Lando soltó una risita.

—Estaba pensando que a veces me recuerdas a Han.

—Han fue un modelo muy importante para mí —dijo Bria—. Me enseñó muchísimas cosas, Lando. Cómo ser fuerte, valiente e independiente, por ejemplo... No puedes imaginarte lo cobarde e infantil que era antes de conocerle.

Lando meneó la caben.

—No puedo creerlo.

Bria había bajado la mirada hacia sus cicatrices. Las delgadas líneas blancas formaban una tenue red sobre sus manos y sus antebrazos, brillando sobre la piel bronceada como una telaraña urdida por arañas fluorescentes.

—A Han también le ponía triste mirarlas... —murmuró.

Lando la contempló en silencio durante un momento interminable.

—Es el único, ¿verdad? —preguntó por fin—. Todavía le amas. Bria respiró hondo y después alzó los ojos hacia él. Su expresión se había vuelto repentinamente muy seria.

—Es el único —dijo con tranquila firmeza.

Laudo abrió un poco más los ojos.

—¿Quieres decir... el único de verdad? ¿El único que existirá jamás? Bria asintió.

—Oh, digamos que he tenido un par de relaciones. Pero mi vida es la Resistencia. Y... —se encogió de hombros—, francamente, después de Han... los otros hombres me parecen... extrañamente insípidos.

Lando dejó escapar una risita llena de melancolía y comprendió que, a pesar de sus más enérgicos esfuerzos y sus más queridos deseos, el corazón de Bria seguía perteneciendo a Han..., y que probablemente seguiría perteneciéndole para siempre.

—Bueno, por lo menos así cuando Han vuelva del Sector Corporativo no me habré ganado un puñetazo en la nariz por robarle a su chica —dijo—. Supongo que tendré que tratar de ver el lado bueno de las cosas, ¿no?

Bria le miró, sonrió y alzó su copa de vino.

—Propongo un brindis —dijo—. Por Han Solo, el hombre que amo. Lando alzó su copa y la hizo entrechocar con la suya.

—Por Han —dijo, asintiendo—. El tipo más afortunado de toda la galaxia...

Tercer interludio: Kashyyyk, en el trayecto de vuelta del Sector Corporativo...

Han Solo estaba inmóvil en el centro de la sala de estar de Mallatobuck, en su casa de Kashyyyk, y contemplaba cómo su mejor amigo acunaba con inmensa ternura a su bebé.

Habían llegado al mundo natal de Chewie bacía tan sólo una hora, decididos a hacer una escala en su trayecto de vuelta del Sector Corporativa Su nave estaba a salvo en la cubierta de atraque secreta de la rama de wroshyr. Esta vez, y en beneficio de Han, los wookies proporcionaron al corelliano una serie de escalerillas hechas con lianas para llevar a cabo la ascensión a través de los árboles wroshyr. El corelliano ya sabía lo que era un quulaar, y se había negado categóricamente a hacer la ascensión dentro de uno.

Han se dio cuenta de que ocurría algo raro nada más llegar. Todos los wookies con los que se encontraban le lanzaban maliciosas miradas de soslayo a Chewie e intercambiaban codazos. Pero Chewbacca tenía tantas ganas de ver a su bella esposa que había parecido no enterarse de ello. Después de todo, el wookie llevaba casi un año sin ver a Malla...

Y cuando entraron en la casa de Malla, se la encontraron de pie en la sala sosteniendo un bultito envuelto en una manta. Chewbacca se había quedado paralizado en el umbral, con una expresión de incrédula alegría iluminando su peludo rostro.

Han asestó una palmada casi digna de un wookie sobre la espalda de su amigo.

—¡Eh, Chewie, felicidades! ¡Eres padre!

Después de dedicar unos cuantos minutos a admirar al bebé (que incluso Han tuvo que admitir era increíblemente gracioso), el corellia no fue a la cocina de Malla para permitir que Chewie pudiera disfrutar de un rato a solas con su familia. Echó un vistazo al contenido de la unidad refrigeradora y encontró unas cuantas cosas que masticar, alegrándose de que Malla le hubiera dicho que se comportara como si estuviese en su casa.

Mientras permanecía sentado en la cocina escuchando cómo Chewie y Malla discutían nombres para su hijo en la habitación contigua, los pensamientos de Han volvieron al Sector Corporativo y la Hegemonía de Tion, y a todas las aventuras que había vivido allí. No volvía a casa convertido en un hombre rico, desde luego..., pero acabó llegando a la conclusión de que tampoco le habían ido tan mal las cosas.

Y no cabía duda de que había conocido a un gran número de individuos memorables, algunos encantadores y La mayoría no tanto. También estaban las hermosas damas, por supuesto: Fessa, Fiolla, Hasti...

Los recuerdos le hicieron sonreír.

Y tampoco había que olvidar a los malos, los que habían intentado vaciarle los bolsillos o, peor aún, los que intentaron borrarle del mapa. Su número era realmente considerable: Ploovo Dos-Por-Uno, Hirken, Zlarb, Magg, Chorro... y Gallandro, por supuesto. Gallandro era un tipo realmente duro. Verle enfrentarse a Boba Fett en un combate librado con el mismo armamento resultaría realmente divertido. Gallandro probablemente sería capaz de desenfundar más deprisa que el cazador de recompensas..., pero la armadura de Fett le proporcionaría cierta protección.

Han no tenía muy claro cuál de los dos ganaría. Especular era perder el tiempo, después de todo, ya que Gallandro había quedado reducido a un montón de carne y huesos calcinados en Dellast, en las bóvedas del «tesoro» de Xim.

Encontrarse con Roa y Badure había resultado muy divertido. Tendría que acordarse de decirle a Mako que Badure le enviaba sus saludos.

Han se sorprendió al darse cuenta de que realmente echaba de menos a Bollux y Max el Azul. Nunca había imaginado que los androides pudieran llegar a tener tanta personalidad. Esperaba que Skynx los estuviera tratando bien...

El corelliano acarició la recién curada cicatriz de cuchillo de su mentón. No había tenido tiempo de buscar las atenciones médicas necesarias, y la herida le había dejado una cicatriz claramente visible. Han se preguntó si debería hacer que se la quitaran.

¿No era Lando quien siempre estaba insistiendo en que las mujeres eran incapaces de resistirse a un hombre que tuviera cierto aspecto de bribón? Ésa era la razón por la que el jugador se había dejado crecer el bigote, afirmando que le daba un aire de pirata. Han decidió conservar la cicatriz, al menos por el momento. Después de todo, era un tema de conversación... o lo sería. Se imaginó a sí mismo en algunos de sus locales nocturnos favoritos de Nar Shaddaa, contándole la historia a alguna hermosa dama de expresión totalmente fascinada...

«Próxima parada, Nar Shaddaa —pensó Han—. Me pregunto si Jabba me habrá echado de menos...»