Capítulo 11
Desafío a muerte

Durga clavó la mirada en la pantalla de su cuaderno de datos y se sintió invadido por una gran alegría. ¡Al fin! El Sol Negro, en la persona de Guri, la ayudante personal de Xizor, acababa de proporcionarle pruebas concluyentes de que Jiliac, muy probablemente ayudada por su sobrino Jabba, había planeado el asesinato de Aruk..., y de que Teroenza lo había llevado a cabo.

Las evidencias del Sol Negro habían llegado básicamente bajo la forma de registros de adquisiciones y pagos que demostraban la conexión de Jiliac con los envenenadores malkitas. La líder del clan Desilijic les había comprado una cantidad de X–1 lo suficientemente grande para causar la bancarrota de una colonia de tamaño mediano, y ese X–1 había sido enviado directamente a Teroenza. También había registros de artículos que Jiliac había comprado y enviado al Gran Sacerdote, objetos valiosos que habían pasado a formar parte de la colección del t'landa Til.

«Para que yo no pudiera saber que Teroenza estaba siendo sobornado —pensó Durga—. Teroenza creía que podría "esconder" su paga recibiendo objetos de arte para su colección...» El líder hutt vio que la mayoría de objetos eran no sólo valiosos, sino también altamente buscados. En el caso de que Teroenza deseara venderlos, podría cambiarlos sin ninguna dificultad por grandes sumas de dinero en el mercado negro de antigüedades.

Durga observó con interés que Teroenza había hecho precisamente eso no hacía mucho tiempo, y que había adquirido un cañón turboláser de segunda mano con los ingresos procedentes de varias de esas ventas. «Resulta evidente que se está preparando para defender Ylesia —pensó—. No tardará en declarar su independencia...»

El primer impulso de Durga fue ordenar que trajeran a Teroenza a Nal Hutta cargado de cadenas, pero después, y mediante un considerable esfuerzo de voluntad, se obligó a pensar en todas las ramificaciones que tendría semejante acción. Los sacredots, o sub-sacerdotes, se enfurecerían al ver tratado a su líder de tal manera, y dirigirían su furia contra Besada..., especialmente después de que Teroenza hubiera conseguido traer a sus compañeras a Ylesia.

Si Durga daba esa orden, los sacredots podían negarse a llevar a cabo la Exultación para los peregrinos. Y sin los sacredots para que les proporcionaran su dosis diaria de euforia, los peregrinos podían negarse a trabajar.., le incluso podían iniciar una revuelta! En cualquiera de los dos casos, perder a los sacerdotes ylesianos resultaría desastroso para la producción en las factorías de especia.

Durga, aunque de mala gana, acabó decidiendo que debería llevar a cabo ciertos preparativos antes de poder vengarse de Teroenza. Tendría que encontrar un nuevo supervisor hutt para Ylesia, y un t'landa Til lo suficientemente popular y carismático para que pudiera actuar como Gran Sacerdote. El nuevo. Gran Sacerdote anunciaría recompensas y bonificaciones para todos los t'landa Tils leales. Y, pensándolo bien, quizá sería preferible dejar a las compañeras de los t'landa Tils en Ylesia..., al menos de momento.

Todo eso probablemente exigiría una semana de incesante actividad. Y hasta que la nave de la flota del clan Besada que traería al nuevo Gran Sacerdote hubiese llegado a Ylesia, Durga no podía permitir que Teroenza supiera que iba a ser sustituido. Besada no podía correr el riesgo de precipitar una revuelta hasta que hubieran traído a las trepas necesarias para aplastarla.

Durga decidió actuar con gran cautela y mantener a Teroenza en la ignorancia hasta el último momento. O, si Kibbick se había visto obligado a ordenar el arresto del Gran Sacerdote, entonces tendrían que ocultar la ausencia de Teroenza. Quizá una repentina «enfermedad» del Gran Sacerdote bastaría para ello.

Durga se preguntó si sería posible obligar a Tilenna, la compañera de Teroenza, a que actuara como portavoz de Besadii en sustitución de su esposo. ¿A cambio de su propia vida y de una generosa compensación económica, quizá?

Durga siguió reflexionando y acabó decidiendo que quizá fuera posible conseguirlo. Después de todo, los t'landa Tils eran un pueblo muy práctico...

También cabía la posibilidad de que Teroenza aún pudiera ser controlado, pero resultaba difícil imaginarse a Kibbick poseyendo los recursos necesarios para ello. Durga probablemente tendría que ocuparse de todo personalmente, aunque también podía enviar a Zier para que se encargara de ello.

Durga se preguntó qué tal le habrían ido las cosas a Kibbick durante su conversación con Teroenza el día anterior. Su primo no había vuelto a llamarle, tal como prometió hacerlo, pero eso no significaba nada. Kibbick era incapaz de mantener la atención concentrada en algo durante mucho tiempo, y solía olvidarse de sus promesas.

El parpadeo de una luz atrajo la atención de Durga, y vio que su sistema de comunicaciones le estaba indicando la llegada de un mensaje. El líder hutt aceptó la llamada y vio cómo la imagen de Teroenza cobraba forma ante él, casi como si el que Durga pensara en el t'landa Til la hubiese conjurado a partir del aire.

El Gran Sacerdote se inclinó ante su superior hutt, pero a Durga no le pasó desapercibido el destello de alguna emoción indefinible —pero bastante cercana a la satisfacción— que iluminó sus protuberantes ojos.

—Excelencia... —canturreó el Gran Sacerdote—. Tengo noticias terribles para vos, noble Durga. Debéis ser fuerte, mi señor.

Durga clavó los ojos en la imagen.

—¿Sí? —murmuró.

—Esta mañana hemos sido víctimas de un ataque terrorista poco después del amanecer —dijo Teroenza, retorciéndose sus manecitas en visible agitación—. Fue Bria Tharen y su banda de luchadores de la resistencia corelliana. El Escuadrón de la Mano Roja, como se hacen llamar... Atacaron el Edificio Administrativo, disparando contra todo lo que se movía. Lamento deciros que vuestro primo, el noble Kibbick, se encontraba allí y que murió.

—Kibbick ha muerto?

Durga estaba perplejo. En realidad no esperaba que su primo fuera capaz de arrebatarle el control de Ylesia a Teroenza, pero nunca había esperado que muriese.

O, para ser más exactos, que fuera asesinado.

Durga sabía que la historia sobre Bria Tharen que acababa de contarle Teroenza era una mentira. Sus fuentes de información le habían asegurado que el Escuadrón de la Mano Roja se encontraba en el otro extremo del Borde Exterior, y que ayer mismo había atacado un puesto de avanzada imperial Ninguna nave del universo podía haber llegado a Ylesia al amanecer.

Lo cual significaba que Teroenza estaba mintiendo..., pero el Gran Sacerdote no tenía forma de saber que Durga sabía que estaba mintiendo. Durga intentó decidir cuál sería la mejor forma de utilizar aquella información en beneficio propio. Mientras lo hacía, se llevó una mano a los ojos e inclinó la cabeza, fingiendo una pena que no sentía. Kibbick había sido un idiota, y el universo estaba mucho mejor sin él.

Pero Teroenza acaba de firmar su propia sentencia de muerte —pensó Durga—. Apenas yo embarque para Ylesia con su sucesor, será un t’landa Til muerto..

Después, hablando en voz baja y suave, le dio instrucciones acerca de cómo quería que el cadáver fuera enviado a casa.

—Está claro que debemos conseguir mejores guardias para Ylesia —añadió luego—. No podemos permitir que esos rebeldes sigan llevando a cabo sus incursiones con tal impunidad.

Teroenza volvió a inclinarse ante él.

—Estoy totalmente de acuerdo, excelencia. Gracias por decir que nos enviaréis ayuda.

—Es lo mínimo que puedo hacer, dadas las circunstancias —dijo Durga, obligándose a evitar que el sarcasmo impregnara su voz—. ¿Podrás arreglártelas durante unos días sin disponer de un supervisor hutt?

—Podré hacerlo —dijo Teroenza—. Haré todo lo posible para asegurarme de que todo vaya tan bien como de costumbre.

—Gracias, Teroenza —dijo Durga, y cortó la transmisión.

Después dedicó varios minutos a dar instrucciones a Zier sobre cómo encontrar un sustituto para Teroenza. Afortunadamente, Zier era un administrador bastante capaz y sabía obedecer las órdenes.

A continuación, y sólo entonces, se volvió hacia la figura que había estado inmóvil en un rincón de su despacho, esperando pacientemente mientras Durga atendía los asuntos más urgentes.

—Disculpadme, dama Guri —dijo Durga, dirigiendo una inclinación de cabeza a la hermosa joven humana—. Casi he olvidado que estabais aquí. La mayoría de humanos son incapaces de aguardar tan pacientemente, y enseguida se ponen nerviosos y empiezan a removerse.

Guri se inclinó ante él.

—He recibido un adiestramiento especial, excelencia. Al príncipe Xizor no le gusta que sus subordinados sean incapaces de mantener la calma.

—Por supuesto —dijo Durga—. Como podéis ver, he examinado la información que me trajisteis, y lo cierto es que confirma mis sospechas. Además, y como también habéis visto, mi venganza sobre Teroenza deberá esperar un momento más..., más conveniente. Pero tengo intención de hablar inmediatamente con Jiliac y desafiarla a combate bajo las estipulaciones de la Antigua Ley.

—¿La Antigua Ley?

—Actualmente rara vez se la invoca, pero es una vieja costumbre hutt que, en el caso de que haya existido una provocación lo suficientemente grave, un líder de clan hutt puede desafiar a otro a un combate singular sin que se produzcan repercusiones legales. Se presume que quien venza tenía la justicia de su parte.

—Comprendo, excelencia. El príncipe Xizor ya me informó de que ésta sería probablemente vuestra reacción, como era de esperar en un hutt dotado de sentido del honor. Me ordenó que os acompañara y que hiciese todo cuanto estuviera en mis manos para facilitar vuestra búsqueda de la justicia.

Durga la miró fijamente y se preguntó qué podía esperar lograr una hembra humana de constitución tan esbelta y frágil contra los hutts o las hordas de los guardias del clan Desilijic.

—¿Me acompañaréis en calidad de guardaespaldas personal? Pero...— Los labios de Guri se curvaron en una tenue sonrisa.

—Soy la primera guardaespaldas del príncipe Xizor, excelencia. Os aseguro que puedo protegeros de los guardias de Jiliac.

Durga sintió la tentación de añadir unas cuantas palabras más, pero algo en la expresión de Guri le detuvo. Sabía que era la ayudante primaria de Xizor, y por lo tanto el que además fuese una excelente asesina también parecía tener mucho sentido. Guri debía de poseer capacidades que no eran perceptibles a primera vista. De una cosa no cabía duda, y era que toda ella irradiaba confianza.

—Muy bien —dijo Durga—. Entonces ya podemos irnos.

Subieron a la lanzadera de Durga, y el viaje hasta el enclave del clan Desilijic se llevó a cabo en menos de una hora mediante un vuelo suborbital.

Descendieron en la isla que contenía el Palacio de Invierno de Jiliac y que era la residencia actual del clan Desilijic. Durga, con Guri junto a él transportando una caja de gran tamaño, reptó hacia la entrada.

—Durga Besadii Tai desea ver a Jiliac Desilijic Tiron —dijo—. Traigo un regalo, y solicito una audiencia privada.

Los guardias sometieron a ambos visitantes aun rápido examen de seguridad y verificaron que iban desarmados. Después de una rápida llamada, se les indicó que podían entrar en el palacio. El mayordomo, un rodiano llamado Dorzo, los acompañó hasta la enorme y casi vacía cámara de audiencias, y después entró en ella.

—El noble Durga del clan Besadii —anunció con una gran reverencia.

Desde la entrada, Durga pedo ver a Jiliac haciendo alguna clase de trabajo con un cuaderno de datos. La visión de su enemiga hizo que una oleada de rabia recorriera el cuerpo del joven hutt, y todo él tembló bajo los efectos de la sed de sangre.

Jiliac les hizo esperar deliberadamente durante casi diez minutos. Durga intentó imitar la inmovilidad de Guri, y acabó decidiendo que la enviada de Xizor realmente era una humana muy poco usual.

Finalmente Jiliac dirigió una inclinación de cabeza a Dorzo, y después el rodiano se inclinó ante los visitantes y empezó a hablar.

—Su excelencia suprema Jiliac, líder del clan Desilijic y protectora de los justos, os verá ahora —proclamó.

Durga se puso en movimiento, con Guri caminando solemnemente junto a él. Cuando llegaron al sitio en el que les esperaba Jiliac, la enorme matrona hutt no abrió la boca. Dado que, por costumbre y por ser el visitante, Durga no podía hablar hasta que se le hubiese dirigido 6 palabra, tuvieron que volver a esperar.

Finalmente la enorme masa de Jiliac se agitó.

—Saludos al clan Besadii —dijo—. Me has traído un regalo, como es justo y conveniente. Puedes mostrármelo.

Durga dirigió una inclinación de cabeza a Guri, y la humana avanzó hacia la líder del clan Desilijic y dejó la caja junto al trineo repulsor sobre el que estaba recostada.

El joven hutt señaló la caja con una mano.

—Un regalo para vuestra dignísima majestuosidad. Es una muestra de la estima de Besadii y de nuestras esperanzas para vuestro futuro, oh Jiliac.

—Vamos a verlo... —murmuró Jiliac.

Arrancó las envolturas y después sacó de entre ellas un gran objeto de arte enormemente valioso. El regalo consistía en una máscara mortuoria de las islas del remoto mundo de Langoona. Los nativos de Langoona tallaban aquellas máscaras mortuorias y las adornaban con gemas semipreciosas e incrustaciones de plata, oro, platino y conchas iridiscentes procedentes de sus cálidos mares.

Jiliac hizo girarla máscara entre sus manecitas, y al principio Durga creyó que no reconocía su significado. La líder del clan Besadii lanzó una rápida mirada a Guri y, tal como habían acordado, la hembra humana giró sobre sus talones y echó a andar hacia la salida. Guri le esperaría allí, y se aseguraría de que no hubiera ninguna clase de intromisiones. Durga dirigió nuevamente su atención hacia Jiliac, preparado para informarla sobre qué significaba exactamente su regalo, y entonces vio cómo todo su enorme cuerpo empezaba a temblar.

Jiliac clavó los ojos en Durga.

—¡Una máscara mortuoria de Langoona! —aulló—. ¿Y a esto lo llamas un regalo adecuado?

Jiliac lanzó la obra de arte al aire con un potente giro de su bracito, y después usó su cola para enviarla al otro extremo de la cámara de audiencias. La máscara mortuoria chocó con la pared y quedó hecha añicos que cayeron al suelo.

—Considero que es perfectamente adecuado, Jiliac —dijo Durga, decidido a seguir adelante con su plan original—. Hoy yo, Durga Besadii Tai —siguió diciendo, recitando las palabras formales—, he descubierto que mataste a Aruk, mi progenitor. Te desafío bajo la Antigua Ley. Prepárate a morir.

Jiliac lanzó un alarido de rabia y bajó de su trineo repulsor. —¡Eres tú quien va a morir, insignificante advenedizo! —gruñó, e hizo que su flexible cola describiera un gran arco.

Durga se apresuró a esquivarla, pero no fue lo suficientemente rápido. La cola chocó con su espalda, dejándole casi sin aliento. A continuación Durga se lanzó sobre Jiliac, impulsándose hacia adelante con todas sus fuerzas y golpeándola lo más salvajemente posible en el pecho.

Jiliac tenía casi dos veces el tamaño de Durga. Era una hutt de mediana edad que estaba llegando a su fase corpulenta. Durga disponía de cierta ventaja, ya que su juventud le proporcionaba velocidad. Pero si Jiliac conseguía descargar todo su peso sobre él aunque sólo fuese una vez, la batalla terminaría al instante..., y Durga lo sabía

Gritando como dos leviatanes prehistóricos, los dos hutts se lanzaron el uno contra el otro, a veces dando en el blanco y, más frecuentemente, fallando el objetivo. Cada uno trató de embestir el pecho del otro empujando y agitando sus diminutos brazos, ya que sus colas estaban demasiado ocupadas golpeando todo lo que se hallaba lo suficientemente cerca de ellas para poder ser alcanzado.

Dorzo ya había huido hacía rato y se encontraba a salvo. «Matar... Matar... ¡MATAAMATARMATAR!», aullaba la mente de Durga. Se sentía devorado por la rabia. Jiliac le golpeó con su cola, estando a punto de hacerle caer al suelo, y después se lanzó sobre él con un rugido. Durga a duras penas si consiguió apartarse de la feroz embestida antes de que Jiliac pudiera aplastarle bajo la enorme parte central de su corpachón.

El joven hutt usó su cola para golpear salvajemente la sien de Jiliac, atacando a su enemiga con una violencia que la hizo tambalearse. Jiliac, a su vez, replicó al ataque con un golpe de la cola que falló el objetivo e hizo vibrar toda la sala.

Al principio Jiliac había estado aullando maldiciones y amenazas, pero pasados unos minutos empezó a jadear demasiado ruidosamente y reservó el aliento para la batalla. La forma de vida sedentaria de la líder del clan Desilijic ya iba haciendo notar sus efectos.

«Si consigo aguantar un poco más que ella...», pensó Durga, y enseguida comprendió que se trataba de un «si» muy grande.

Han Solo estaba repasando los listados de cargamentos destinados a las minas de Kessel con Jabba cuando él, Chewie, y Jabba oyeron un potente golpe sordo seguido por un alarido y, posteriormente, otra serie de golpes y ruidos ahogados. Humano, wookie y hutt se miraron, muy sobresaltados.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Han.

—Mi tía debe de estar padeciendo uno de sus ataques de mal genio —dijo Jabba.

Casi una década antes Han había presenciado una de las famosas rabietas de Jiliac, por lo que no tuvo ninguna dificultad para creer la afirmación de Jabba. Se disponía a volver al trabajo cuando dos alaridos llegaron a sus oídos justo uno detrás del otro..., y cada alarido había sido producido por una voz distinta.

Jabba se incorporó, visiblemente alarmado.

—¡Vamos!

Han y Chewie echaron a correr detrás de Jabba mientras éste les guiaba hacia los sonidos. El corelliano nunca dejaba de asombrarse ante la rapidez con que eran capaces de moverse los hutts cuando disponían de una motivación lo suficientemente grande.

Llegaron a la cámara de audiencias de Jiliac y vieron a una hermosa joven rubia inmóvil delante de la entrada. Han miró por encima del hombro de la desconocida y vio que Jiliac estaba enzarzada en un combate mortal con un hutt mucho más pequeño. El recién llegado tenía una marca de nacimiento que le desfiguraba la cara y se extendía por encima de un ojo. Las dos criaturas aullaban y resoplaban mientras hacían entrechocar sus enormes pechos.

Cuando Han, Chewie y Jabba fueron hacia la mujer, ésta meneó la cabeza y alzó una mano para detener su avance.

—No —dijo—. No interfiráis. Durga ha desafiado a Jiliac bajo la Antigua Ley, y ahora un líder de clan está luchando con otro líder de clan.

Para gran sorpresa de Han, Jabba no apartó a la mujer de su camino para ir en ayuda de su tía. Lo que hizo fue inclinar la cabeza en el equivalente hutt de una reverencia.

—Tú debes de ser Guri —dijo.

—Sí, excelencia —replicó ella.

En ese mismo instante un grupo de guardias llegó a la carrera por el pasillo con las lanzas de energía listas para ser usadas. Jabba se volvió hacia ellos para impedirles el paso, y los gamorreanos le contemplaron con miradas parpadeantes llenas de aturdida sorpresa.

—Mi tía está teniendo uno de sus ataques de mal genio —dijo—. Vuestra presencia no es necesaria.

El líder de los guardias no pareció quedar muy convencido por sus palabras, pero Jabba no se movió, y la masa de su enorme cuerpo de hutt le impedía ver con sus propios ojos qué era lo que estaba ocurriendo. El gamorreano titubeó, su hocico porcino temblando a causa del anhelo casi incontenible de luchar.

—¡He dicho que podéis iros! —gritó Jabba, agitando sus brazos delante de los guardias.

Los gamorreanos giraron sobre sus talones, gruñendo y resoplando, y se fueron al trote por donde habían venido.

Han volvió la cabeza hacia la cámara de audiencias y vio cómo Jiliac dejaba caer su cola con una fuerza impresionante. El otro hutt apenas consiguió apartarse de la trayectoria a tiempo de esquivar el tremendo golpe. El corelliano miró a Jabba.

—¿No quieres detener la pelea?

Chewbacca repitió la pregunta de Han.

Jabba les miró fijamente, abriendo y cerrando sus bulbosos ojos llenos de astucia.

—Durga es el líder del clan Besadii —dijo finalmente—. Sea cual sea el ganador, yo habré ganado.

—Pero... —balbuceó Han—. Yo... Bueno, yo creía que querías mucho a tu tía.

Jabba le miró como si estuviera contemplando a un niño gamorreano aquejado de retraso mental.

—Y la quiero, Han —dijo con dulzura—. Pero ahora estamos hablando de negocios.

Han asintió y miró a Chewie. El wookie se encogió de hombros.

—Claro. Negocios, ¿eh?

—Y una cosa más, Han...

—¿Sí, Jabba?

El líder hutt le hizo una seña con la mano, pidiéndole que se acercara un poco más.

—Este no es sitio para un humano, muchacho. Espérame en mi palacio. Me reuniré contigo más tarde.

«Si éste no es sitio para un humano, ¿qué pasa con ella?», quiso preguntar Han. Volvió la cabeza hacia la hermosa joven rubia, y sus ojos se encontraron con los de ella. Han la contempló en silencio durante un segundo interminable, y comprendió que había algo indefiniblemente erróneo en aquella mujer a la que Jabba llamaba Guri. La joven rubia era perfecta, pero después de haberla mirado a los ojos Han se dio cuenta de que todos sus instintos le estaban gritando que se mantuviera lo más alejado posible de ella. Rodearla con sus brazos le habría resultado tan imposible como estrechar contra su pecho una mortífera serpiente venenosa.

—Eh... Sí, claro —dijo—. Ya nos veremos luego, Jabba. Vamos, Chewie.

Han y el wookie se dieron la vuelta y se apresuraron a alejarse sin mirar hacia atrás.

Durga estaba empezando a sentirse invadido por la desesperación. Pese a todos sus enérgicos esfuerzos para agotar a Jiliac, la hutt seguía luchando con sombría decisión. Jiliac era mucho más fuerte y pesaba mucho más que él, y si tan sólo uno de sus golpes caía de lleno sobre el objetivo, Durga sabía que quedaría convertido en una manchita de grasa esparcida sobre el suelo.

Se embistieron por enésima vez, y sus pechos chocaron con tal violencia que Durga aulló. Hasta el último centímetro de su cuerpo estaba cubierto de morados, y se sentía como si fuera un trozo de masa concienzudamente golpeado y extendido con vistas a ser introducido en el horno de cocción.

El largo combate les había obligado a recorrer toda la enorme cámara, como testimoniaban los restos aplastados del mobiliario y los agujeros abiertos en las paredes. De repente Durga se dio cuenta de que se estaban aproximando al trineo de Jiliac. Jiliac también debió de percibirlo, porque de repente se apartó de su oponente y, girando sobre sí misma, empezó a avanzar hacia el trineo repulsor con la ondulación más veloz de que era capaz, tosiendo y jadeando en un desesperado intento de recuperar el aliento.

Durga ya estaba detrás de ella, y no tardó en alcanzarla. Resultaba obvio que Jiliac pretendía subirse al trineo para usarlo a continuación como un ariete contra él. ¡Si conseguía subirse al trineo, Durga estaría perdido!

Logró acabar de alcanzar a Jiliac y extendió las manos hacia los controles, pero enseguida tuvo que apresurarse a echarse a un lado cuando la líder del clan Desilijic desplazó su cola en un potente arco por debajo de la plataforma, dirigiendo la punta hacia la cara de Durga.

Durga reaccionó de manera totalmente automática Rodando hacia adelante sobre su pecho mientras se apoyaba con las manos, alzó la cola por encima de su cabeza. Dirigiéndola cuidadosamente, impulsó la punta de su cola hacia abajo y consiguió dejarla caer sobre el botón activador de los sistemas de energía del trineo repulsor, hundiéndolo en el tablero de control.

El trineo repulsor cayó como una piedra justo sobre la cola de Jiliac, dejándola firmemente atrapada.

Jiliac dejó escapar un chillido de dolor e intentó liberar su cola. Mientras rodaba sobre sí mismo para volver a erguirse, Durga comprendió que Jiliac no iba a conseguir liberarse. Inclinándose hacia atrás con un brusco retorcimiento, se colocó en la posición adecuada y dejó caer su cola sobre la cabeza de Jiliac, golpeándola con todas sus fuerzas.

La líder del clan Desilijic aulló.

Durga volvió a lanzarse contra su cabeza, y luego se apresuró a repetir el terrible ataque.

Necesitó cinco espantosos golpes para que Jiliac se hundiera en la inconsciencia. «¡Muere!, pensó mientras pisoteaba su carne empapada».

—¡Muere! —gritó—. !MUERE!

Nunca supo con seguridad en qué momento murió Jiliac. De repente Durga se dio cuenta de que estaba golpeando ciegamente a una criatura que había quedado reducida a una masa ensangrentada y medio aplastada de carne y materia cerebral. Los ojos de Jiliac se habían convenido en un par de agujeros, y la lengua húmeda y viscosa asomaba de su boca entreabierta.

Durga se obligó a detenerse y miró a su alrededor. Guri permanecía inmóvil junto a Jabba en la entrada de la gran sala. De alguna manera tan inexplicable como incomprensible, la asesina de Xizor había impedido que los guardias —y Jabba— entraran en la cámara de audiencias. Durga, la mente embotada por el agotamiento, acabó llegando a la conclusión de que fuera lo que fuese aquella joven, era mucho más de lo que aparentaba a primera vista.

Moviéndose como si tuviera novecientos años, Durga consiguió subir al trineo de Jiliac y activarlo. Estaba demasiado cansado para arrastrarse a través de la sala, y de hecho apenas disponía de los recursos mentales y físicos necesarios para dirigir la plataforma repulsora.

Durga atravesó la cámara de audiencias en una lenta trayectoria ondulante, dejando tras de sí el cadáver de Jiliac.

Cuando llegó a la entrada, se detuvo para encararse con Jabba. El líder del clan Besadii creía que, en las mejores circunstancias imaginables, podía estar a la altura de Jabba. Pero en aquel momento, Jabba apenas tendría que esforzarse para vencerle.

Guri dio un paso hacia adelante y se inclinó respetuosamente ante él. —Os felicito por el exitoso final de vuestro desafío, excelencia. Durga volvió la cabeza hacia la mujer.

—Guri... Eres la asesina del príncipe Xizor, ¿verdad?

—Sirvo al príncipe en todo aquello que se encuentra a mi alcance —dijo Guri sin perder la compostura.

—¿Podrías matar a un hutt? —preguntó Durga.

—Desde luego que sí —replicó Guri.

—Pues entonces... mata a Jabba —dijo Durga.

Guri meneó la cabeza en una negativa casi imperceptible.

—No, excelencia. Mis órdenes eran ayudaros a que pudierais vengaros de Jiliac. Ese objetivo ya ha sido alcanzado, y ahora nos iremos.

Durga inició un movimiento hacia Jabba, pero la ayudante de Xizor se interpuso entre ellos y el mudo mensaje de sus ojos quedó muy claro apenas éstos se posaron en Durga.

—Ahora nos iremos —repitió.

Jabba se hizo a un lado para dejarles pasar después de que Guri subiera de un ágil salto a la plataforma repulsora de Jiliac. Durga oyó mido de pies lanzados a la carrera y vio guardias que corrían hacia ellos, pero Jabba los detuvo alzando una mano.

—¡Hace un rato os despedí! —dijo—. ¡Idos de una vez!

Los guardias se apresuraron a obedecer.

Jabba miró a Guri.

—No quería perderlos —dijo—. Constituyen una defensa muy efectiva contra la mayoría de invasores.

Guri asintió, y después puso en marcha el trineo. Durga lanzó una mirada tenebrosa a Jabba, pero sus últimas reservas de fortaleza acababan de desvanecerse. Demasiado exhausto para saborear su victoria, descubrió que lo único que podía hacer era permanecer inmóvil sobre la plataforma repulsora...

Jabba fue lentamente hacia el enorme cadáver de su tía. Apenas podía creer que estuviera muerta, y sabía que la echaría de menos. Pero, como le había dicho a Han Solo, se trataba de negocios. Por el bien del clan Desilijic, así como por el suyo propio...

La visión de la cabeza destrozada e informe de Jiliac demostró tener el poder de revolverle el estómago. Jabba sabía que tardaría bastante tiempo en volver a tener hambre.

Dedicó unos momentos a reflexionar y se preguntó cuáles debían ser sus primeras acciones después de haberse convertido en líder indiscutido del clan. Muy probablemente tendría que comparecer ante el Gran Consejo de los hutts, pero en cuanto les hubiera explicado que se había tratado de un desafío entre líderes de clan bajo la Antigua Ley, habría muy poco que pudieran decir.

Y, en el caso de que se lo preguntaran, Jabba les diría que Jiliac había sido la causante de que Aruk fuese envenenado...

Entonces, sin que hubiera ninguna advertencia previa, Jiliac se movió.

Jabba, sobresaltado y lleno de incredulidad, se apresuró a erguirse. «Está volviendo a la vida, y se pondrá hecha una furia! iNo!» Sus corazones empezaron a latir con creciente violencia. ¿Qué podía estar ocurriendo? No cabía duda de que su tía estaba muerta, ni la más mínima...

El gigantesco cuerpo volvió a moverse, y un instante después el bebé de Jiliac salió de su bolsa abdominal. Jabba se relajó. «Tendría que haberlo comprendido», pensó, sintiéndose avergonzado de su momentáneo temor supersticioso.

La diminuta criatura con forma de oruga siguió deslizándose hacia adelante, agitando sus pequeños miembros vestigiales mientras dejaba escapar gemidos y gorgoteos irracionales.

Jabba le lanzó una mirada llena de malevolencia. Sabía que sería confirmado líder del clan Desilijic ocurriera lo que ocurriese, pero ¿por qué dejar aunque sólo fuera un insignificante cabo suelto?

Con una lenta ondulación llena de decisión, Jabba empezó a avanzar hacia la indefensa progenie de su tía...

Al día siguiente de su victoria sobre Jiliac, el líder del clan Besadii se hallaba tan rígido y dolorido que apenas si podía moverse. Aun así, cuando Teroenza le llamó para decirle que el cuerpo de Kibbick ya había sido enviado a casa, siguiendo sus órdenes, Durga consiguió ocultar los dolores que padecía.

—Necesito más guardias, excelencia —dijo el Gran Sacerdote—, y por consiguiente me he tomado la libertad de contratar a algunos, a mis propias expensas. Espero que el clan Besadii me reembolsará los gastos, pero necesito contar con protección adicional. Esas incursiones rebeldes son inadmisibles.

—Lo entiendo —dijo Durga—. Intentaré conseguir más guardias. —Gracias, excelencia.

Después de cortar la conexión Durga se volvió hacia Guri, que había estado esperando para despedirse de él

—Teroenza se está preparando para empezar a actuar —dijo—. Ya casi está listo para romper con el clan Besadii.

Guri asintió.

—Creo que estáis en lo cierto, noble Durga.

—Las tropas ylesianas quizá decidan mostrarse leales a Teroenza, por lo que necesito alguna forma de mantener bajo control al Gran Sacerdote hasta que pueda sustituirlo —dijo Durga—. Así pues, tengo una solicitud para tu amo, el príncipe Xizor.

—¿Sí, noble Durga?

—Te pido que le transmitas mi petición de que me conceda una cierta ayuda militar. Si estuviera dispuesto a enviar tropas a Ylesia, eso facilitaría la transición y me permitiría librarme de Teroenza sin necesidad de poner furiosos a los sacredots y los peregrinos. Sé que el príncipe dispone de amplios recursos y que tiene a sus órdenes varias unidades de mercenarios. Con una fuerza combatiente moderna y efectiva en el planeta, los guardias de Teroenza nunca podrán organizar un desafío armado. —Durga se había vuelto hacia Guri a pesar de los dolores de su cuerpo lleno de morados, y la estaba mirando fijamente—. ¿Se lo pedirás en mi nombre, Guri? ¿Le explicarás cuál es la situación?

—Lo haré —dijo Guri—. Pero su alteza rara vez envía tropas salvo para proteger sus propios intereses.

—Ya lo sé —dijo Durga con abatimiento. Lo que iba a decir a continuación no le gustaba demasiado, pero hablar siempre sería preferible a perderlo todo—. A cambio de su apoyo, dile a tu príncipe que le ofrezco un porcentaje de los beneficios ylesianos de este año.

Guri asintió.

—Transmitiré vuestra proposición, noble Durga. Ya tendréis noticias de su alteza —añadió con una ligera reverencia—. Y ahora... Con vuestro permiso me despido, excelencia.

Durga asintió, inclinando la cabeza todo lo que le permitía hacerlo su cuello rígido y dolorido.

—Adiós, Guri.

—Adiós, noble Durga.

Búa Tharen estaba trabajando en su despacho de la Retribución, su corbeta de la clase Merodeador, cuando Jace Paol apareció en la unidad de holocomunicaciones.

—Acabamos de recibir un mensaje para usted, comandante —dijo la imagen de Paol—. Viene por un canal altamente protegido, y está en su código privado.

—¿El cuartel general? —preguntó Bria.

—No, comandante. Se trata de una transmisión civil.

Bria enarcó las cejas, sintiéndose bastante sorprendida.

—¿De veras? —Muy pocas personas disponían de su código privado fuera de los niveles internos. Algunos de los operativos del servicio de inteligencia, como Barid Mesoriaam y otros agentes de su círculo, lo conocían, pero difícilmente decidirían ponerse en contacto con ella de una manera tan directa—. Bien... Pásamelo, por favor.

Momentos después, una pequeña imagen holográfca cobró forma encima de la unidad de comunicaciones del despacho.

Búa la contempló en silencio, sintiéndose cada vez más sorprendida. ¿Un hutt? El único hutt que disponía de su código privado era Jabba y eso quería decir que aquel hutt debía de ser Jabba, aunque todos los hutts le parecían iguales, especialmente vistos en un mensaje holográfico más bien borroso.

—¿Jabba? —le preguntó a la imagen—. ¿Sois vos, excelencia? —Sí, comandante Tharen —replicó el hutt.

—Ah... Bien, en ese caso... ¿A qué debo el placer de esta llamada, excelencia?

El líder hutt inclinó ligeramente la cabeza.

—Le pido que venga inmediatamente a Nal Hutta, comandante Tharen. El infortunado fallecimiento de mi tía me ha convertido en líder del clan Desilijic, y debemos hablar.

Bria contuvo el aliento. Sólo había transcurrido un mes desde su entrevista con la dirección del clan Desilijic..., ¿y Jiliac había muerto?

Decidió que no quería saber qué había ocurrido exactamente.

—Vendré inmediatamente, excelencia —dijo, inclinando respetuosamente la cabeza—. Supongo que queréis reabrir nuestras negociaciones concernientes a la empresa ylesiana, ¿verdad?

—Así es —dijo Jabba—. He empezado a enviar operativos a Ylesia para que se ocupen de los t'landa Tils, y estoy preparado para llevar a cabo la incursión ylesiana. Ya va siendo hora de que pongamos fin a la tiranía económica del clan Besadii.

—Estaré allí dentro de dos días —prometió Bria.