Capítulo 7
Justicia Hutt y retribución rebelde

A este ritmo, tía —dijo Jabba, con los ojos clavados en la pantalla de su cuaderno de datos—, Desilijic quebrará dentro de cuarenta y cuatro años.

Jabba y Jiliac se encontraban en el despacho de Jiliac, en su palacio de la isla de Nal Hutta. La líder del clan Desilijic estaba agitando tiras de reluciente seda askajiana delante de ella para que atrajeran la atención de su bebé y le sirvieran de meta. El bebé hutt no podía coger las tiras, naturalmente: todavía no tenía brazos, aunque sus protuberancias vestigiales se habían alargado un poco durante los tres últimos meses. Además, el pequeño ya era capaz de pasar dos o tres horas seguidas fuera de la bolsa de su madre..., para considerable irritación de Jabba. Los únicos momentos en los que podía disfrutar de toda la atención de Jiliac eran aquellos en los que su bebé estaba durmiendo dentro de su bolsa.

Las palabras de Jabba hicieron que la líder del clan dejara de jugar con su bebé para lanzar una mirada levemente sorprendida a su sobrino.

—¿De veras? —preguntó Jiliac, y su enorme frente se llenó de arrugas—. ¿Tan pronto? Jamás lo hubiese creído posible. Aun así... Estás hablando de cuarenta y cuatro años, Jabba, y supongo que deberíamos ser capaces de invertir esa tendencia antes de que transcurra mucho tiempo. ¿Qué informes estás examinando?

—Todos, tía. He dedicado una gran parte de la semana pasada a elaborar un retrato financiero completo de la situación del clan. ¿Adónde están yendo a parar los créditos entonces?

—Entre otras cosas, tengo aquí las facturas del granero espacial de Shug Ninx —dijo Jabba, pulsando una tecla del cuaderno de datos y haciendo aparecer el documento en la pantalla—. Modificar y mejorar todos los motores sublumínicos y los hiperimpulsores de nuestras naves nos ha costado cincuenta y cinco mil créditos.

—Esa cantidad parece un poco excesiva —dijo Jiliac—. ¿Era realmente necesario introducir esas mejoras en todas nuestras naves?

Jabba dejó escapar un suspiro tan ruidoso y tan lleno de exasperación que un pequeño diluvio de gotitas de saliva verdosa se esparció sobre el suelo delante de él.

—Shug Ninx es una rareza entre los ciudadanos de Nar Shaddaa, tía. El precio es perfectamente razonable. Y quizá no hayas olvidado que durante los últimos seis meses hemos perdido tres naves de contrabando por culpa de las patrullas imperiales, y otra por culpa de unos incursores particulares. Los motores sublumínicos de nuestras naves eran muy antiguos y poco eficientes, y como consecuencia no podían eludir a las naves del servicio de tarifas imperiales o a los piratas. ¡Y además sus hiperimpulsores eran tan lentos que estábamos recibiendo quejas de los clientes porque sus entregas sufrían un retraso cada vez mayor! Eso quiere decir que sí, las modificaciones y mejoras eran totalmente necesarias para evitar perder más naves.

—Oh, sí, ahora me acuerdo —dijo Jiliac, en un tono más bien vago—. Bueno, sobrino, si es necesario entonces es necesario. Confío en tu capacidad de juicio.

«Mi capacidad de juicio me está diciendo que debería estar dirigiendo las cosas tanto de nombre como de hecho», pensó Jabba con creciente irritación.

—Por lo menos el trabajo se ha hecho —dijo en voz alta—. Con un poco de suerte, ahora nuestras naves podrán transportar más especia más deprisa, y así podremos empezar a recuperar una parte de nuestras inversiones. Si al menos Besadii mantuviera su palabra en lo concerniente a los nuevos precios para la especie procesada que acaban de anunciar... Éste es su tercer incremento en tres meses.

Jiliac empezó a reír, produciendo un sonido extrañamente retumbante que llenó de ecos el enorme despacho casi vacío. (Desde que tuvo a su bebé, la líder del clan Desilijic había despedido a muchos de sus antiguos sicofantes y aduladores por miedo a que uno de ellos intentara secuestrar al bebé y pedir un rescate a cambio de su devolución. Su opulenta sala del trono ya sólo contenía a sus esbirros de mayor confianza, con lo que la situación había cambiado enormemente desde los tiempos en que Jiliac era un hutt sin hijos. (Jabba, naturalmente, seguía fiel a sus gustos anteriores y continuaba rodeándose de vociferantes multitudes, música y bailarinas en sus palacios de Nal Hutta y Tatooine.)

Jiliac por fin dejó de reír.

—¡Por supuesto que Besadii no hará honor a su palabra, sobrino! —exclamó después—. Últimamente su estrategia ha consistido en reducir la cantidad de especia disponible en el mercado negro para así hacer subir los precios. Pura y simple economía aplicada, ¿verdad? Y además, también resulta altamente efectiva...

—Lo sé —admitió Jabba de mala gana—. Pero no pueden hacer lo que les dé la gana, tía. Si aumentan mucho más los precios, estarán compitiendo con el mercado de especia imperial..., y eso podría atraer sobre ellos la siempre peligrosa atención del Emperador.

Por decreto imperial, toda la especia —y particularmente la valiosísima variedad conocida con el nombre de brillestim— pertenecía al Imperio. Pero los precios de la especia vendida a través de los canales imperiales legales eran tan escandalosamente elevados que sólo los fabulosamente ricos podían permitirse adquirirla. Eso permitía la existencia de los contrabandistas y de sus operaciones particulares en Kessel y los otros mundos productores de especia.

—No nos quedaba más remedio que modernizar nuestras naves, tía —añadió Jabba—. Nuestros mercados ya nos amenazaban con iniciar tratos directos con el clan Besadii.

—Besadii no dispone de una flota de navíos de contrabando que pueda compararse con la nuestra —observó Jiliac, y tenía razón.

—Por el momento no —dijo Jabba—. Pero mis fuentes indican que Durga ya ha comprado unas cuantas naves, y que está intentando adquirir otras. Ha anunciado su intención de crear una flota muy superior a la nuestra, y creo que tiene intención de hacerse con el control de todo el comercio de la especia No podemos permitirlo, tía.

—Estoy de acuerdo contigo, sobrino —dijo Jiliac, agitando una cinta de seda de color aguamarina—. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

—Creo que debemos redoblar nuestros esfuerzos para conseguir más pilotos que transporten nuestra especia, tía —dijo Jabba—. Tiene que haber otros pilotos tan buenos como Solo que anden buscando un trabajo bien pagado.

—¿Han Solo se ha ido? —preguntó Jiliac, acariciando distraídamente la cabeza de su bebé.

Jabba puso en blanco sus bulbosos ojos, extendió la mano hacia un cuenco para coger una cría de anguila carnoviana e introdujo la convulsa criatura en su boca. El pequeño hutt volvió la cabeza hacia él y empezó a babear hilillos de una viscosa saliva verde amarronada. Jabba se apresuró a desviar la mirada y tragó ruidosamente.

—Han Solo ya lleva varios meses sin trabajar para nosotros, tía. Al parecer se ha ido al Sector Corporativo. Su pérdida está siendo agudamente percibida —explicó, señalando su cuaderno de datos con una mano—. Solo era el mejor. De hecho, incluso yo le echo de menos.

Jiliac se volvió hacia su sobrino y le observó con visible sorpresa.

—Estás hablando de un humano, Jabba..., y además de un macho de la especie. ¿Acaso han cambiado tus gustos? Creía que sentías cierta inclinación hacia esas bailarinas escasamente vestidas que tanto parecen gustarte. Me resulta difícil imaginarme a Solo ataviado con un atuendo de bailarina y haciendo piruetas delante de tu trono en compañía de ese espantoso y gigantesco wookie peludo.

La imagen hizo que Jabba soltase una risotada.

—¡Oh, tía! No, el aprecio que siento hacia Solo proviene única y exclusivamente del hecho de que nos ayuda a ganar mucho dinero. Solo nunca permitiría que abordaran su nave y que le confiscaran el cargamento y la nave bajo una acusación de dedicarse al contrabando.

Para tratarse de un humano, no cabe duda de que Solo es muy inteligente y de que está lleno de recursos.

—El Imperio está haciendo sentir su presencia de una forma cada vez más clara en el Borde —dijo Jiliac—. Esa masacre en aquel mundo habitado por humanoides...

—Mantooine, en el sector de Atrivis —dijo Jabba—. Posteriormente ha habido otra, tía. Hace dos semanas los ciudadanos de Tyshapahl organizaron una manifestación pacífica contra la política impositiva del Imperio, y el Moff del sector envió naves de la guarnición imperial más cercana. Las naves imperiales se colocaron encima de la multitud, flotando sobre sus haces repulsores mientras su comandante exigía a los manifestantes que se dispersaran. Cuando no lo hicieron, ordenó a sus naves que activaran sus motores. La mayor parte de la multitud quedó incinerada al instante.

Jiliac meneó su enorme cabeza.

—Creo que a las fuerzas de Palpatine no les iría nada mal recibir unas cuantas lecciones de sutileza de nuestra raza, sobrino. ¡Qué espantoso desperdicio de recursos! Haber caído sobre los manifestantes para llevarlos a todos a las naves y venderlos como esclavos hubiera sido infinitamente preferible. De esa forma, el Imperio hubiese podido librarse de los disidentes y haber obtenido un beneficio al mismo tiempo.

—Palpatine debería hacerte acudir al Centro Imperial para que le aconsejaras, tía —dijo Jabba.

Estaba hablando medio en broma, pero un instante después no pudo evitar pensar que conseguiría sacar mucho más provecho de su tiempo si no tuviera que perder tantas horas al día ocupándose de Jiliac. El pequeño hutt se retorció delante de él, y Jabba le fulminó con la mirada. La diminuta criatura sin cerebro se convulsionó delante de él y después respondió con un gorgoteo, un eructo y un escupitajo.

«¡Repugnante!», pensó Jabba, apresurándose a retroceder para alejarse todo lo posible del hediondo charco de líquido que se iba extendiendo ante él.

Jiliac hizo acudir a un androide de limpieza y le secó la boca al pequeño.

—Ni te atrevas a sugerirlo, Jabba— dijo después, empleando un tono levemente horrorizado—. Ya sabes cómo trata Palpatine a los no humanos, ¿verdad? ¡Su aversión hacia los no humanos es tan intensa que ni siquiera es capaz de reconocer a los hutts como una especie superior!

—Cierto —dijo Jabba—. Una clara muestra de ceguera por su parte, ¿no? Pero es el que manda, y no debemos olvidar esa desagradable realidad. Hasta el momento hemos podido comprar la protección necesaria para estar a salvo de una excesiva atención por parte del Imperio. Nos sale bastante cara, pero vale la pena.

—Tienes razón —dijo Jiliac—. La única razón por la que Palpatine no emprendió ninguna clase de acción contra nosotros después de la batalla de Nar Shaddaa fue que el Consejo votó doblar voluntariamente la cantidad de impuestos que pagamos al Imperio. Nal Hutta posee cincuenta veces las riquezas de la mayoría de planetas, y nuestra riqueza nos permite adquirir una cierta cantidad de protección. Por no mencionar los sobornos que pagamos al nuevo Moff, y a algunos de los senadores y oficiales de alto rango imperiales...

El androide de limpieza había terminado su trabajo y el suelo volvía a relucir. Los hutts mantenían escrupulosamente limpios sus suelos y, en el caso de que no tuvieran alfombras, también se aseguraban de que estuvieran impecablemente pulimentados y lustrados. Eso hacía que resultara mucho más fácil deslizarse sobre ellos.

—Dicen que Mon Mothma, la senadora renegada, ha conseguido convencer a tres grandes grupos del movimiento de resistencia de que deben aliarse y que esos grupos han firmado un documento al que han puesto como nombre el Tratado Corelliano —dijo Jabba—. Es posible que se esté preparando una rebelión a gran escala. Y una cosa más, tía... —Jabba agitó su cuaderno de datos—. En una guerra, siempre hay alguna forma de obtener beneficios. Quizá podríamos recuperarnos de nuestras pérdidas.

—Esos rebeldes no tienen ni una sola posibilidad contra el poderío del Imperio —replicó burlonamente Jiliac—. Unirnos a su bando sería una estupidez por nuestra parte.

—No estaba sugiriendo que hagamos eso, tía —se apresuró a decir Jabba, escandalizado por la sugerencia—. Pero hay momentos en los que se pueden obtener grandes beneficios de ayudar a un bando contra otro. No estoy hablando de ninguna clase de alianza permanente, por supuesto.

—Creo que es mejor que nos mantengamos totalmente fuera de la política galáctica, Jabba, y no olvides mis palabras.

Jiliac había cogido en brazos a su bebé y lo estaba haciendo saltar cariñosamente ante ella. .Es una buena forma de conseguir que vuelva a vomitar», pensó cínicamente Jabba.

Y, naturalmente, eso fue justo lo que hizo el pequeño. Por fortuna, el androide de limpieza aún no se había ido.

—Tía... —dijo Jabba en un tono de voz más bien titubeante—. Dado que los tiempos se están volviendo tan... complicados, quizá deberías empezar a pensar en enviar al bebé a la sala de cuidados comunal cada día. Eso haría que te resultara más fácil concentrarte en nuestros negocios. El niño ya es perfectamente capaz de pasar largos períodos de tiempo fuera de tu bolsa, y además en la sala de cuidados disponen de madres sustitutas que pueden cobijarlo dentro de su bolsa.

Jiliac se irguió ante él, agitando la cola de un lado a otro y con el rostro lleno de escandalizada indignación.

—¡Sobrino! ¡Me sorprende enormemente que seas capaz de llegar a sugerirme que haga semejante cosa! Dentro de un año tal vez tome en consideración esa posibilidad, pero ahora mi pequeño me necesita continuamente.

—Sólo era una sugerencia —dijo Jabba, empleando el tono más conciliatorio de que era capaz—. Si queremos que las finanzas del clan vuelvan a los niveles anteriores a la altamente destructiva incursión que el Moff Shild lanzó contra Nar Shaddaa, entonces deberemos invertir una cantidad de esfuerzo y tiempo mucho mayor que la actual. Últimamente estoy trabajando un montón de horas al día.

—¡Jo, Jo! —retumbó Jiliac—. Y ayer mismo dedicaste la mitad de la tarde a contemplar cómo esa nueva esclava correteaba por toda tu sala del trono mientras tu nueva banda de gimoteadores rítmicos tocaba para ti.

—¿Cómo has....? —empezó a decir Jabba, sintiéndose muy ofendido, pero enseguida se sumió en el silencio.

¿Y qué más daba que hubiera dedicado unas cuantas horas a pasarlo bien? Se había levantado al amanecer para trabajar sobre los archivos financieros del clan con los androides-secretarios y los escribanos, y había estado clasificándolos y poniéndolos en orden para así poder preparar un informe completo sobre las implicaciones de los nuevos aumentos de precios decretados por el clan Besadii.

—Tengo mis pequeñas habilidades secretas, sobrino —dijo Jiliac—. Pero no te reprocho que dediques una parte de tu tiempo al ocio, por supuesto. El hutt que dedica todas sus horas al trabajo acaba volviéndose insoportable, ¿verdad? Pero, a su vez, espero que respetes mi necesidad de estar con mi bebé.

—Sí, tía. La respeto, de veras... —dijo Jabba, hirviendo de furia para sus adentros, y enseguida se apresuró a cambiar de tema—. Creo que el clan Besadii debería pagar de alguna manera esos incrementos en los costes de su especia. Quizá podamos predisponer a los otros clanes en su contra.

—¿Con vistas a qué propósito?

—Posiblemente una declaración de censura oficial y una multa. He oído suficientes quejas y protestas por parte de los otros clanes como para sugerir que ese incremento de los precios les está perjudicando casi tanto como a nosotros. Me parece que valdría la pena intentarlo, ¿no? Tía, ¿podrías solicitar que el Gran Consejo hutt convocan una reunión de los líderes de los kajidics?

Jiliac asintió, en un evidente deseo de mostrarse tan conciliadora como su sobrino.

—Muy bien, Jabba. Pediré que esa reunión sea convocada antes de finales de semana.

Jiliac hizo honor a su palabra, y tres días después Jabba, junto con los guardaespaldas personales del clan Desilijic, entró con una veloz ondulación en la gigantesca cámara del Gran Consejo hutt. Todos los representantes o líderes de los sindicatos del crimen hutt —o kajidics, como eran llamados—, tuvieron que pasar por múltiples sistemas de vigilancia y seguridad para que se les permitiera entrar, y sus guardaespaldas fueron sometidos al mismo y concienzudo examen. Nada que pudiera ser considerado como un arma podía entrar en la sala. Los hutts eran unos seres muy desconfiados.

Jabba ocupó su puesto en la zona asignada a los miembros del clan Desilijic, y advirtió a los otros representantes de que debían permitir que él se encargara de hablar en nombre del clan. Como primer lugarteniente de Jiliac tenía ese derecho, y todos se apresuraron a acceder. Jabba vio que incluso Zorba, su padre, había enviado un representante. Jabba y Zorba no se hallaban en muy buenas relaciones, pero aun así resultaba reconfortante saber que Desilijic estaba bien representado, y que todas las familias del clan se habían tomado muy en serio la convocatoria.

Cuando los representantes de todos los kajidics estuvieron presentes, el secretario ejecutivo del Gran Consejo, un nominado reciente llamado Grejic, tomó la palabra para iniciar la reunión.

—Camaradas en el poder, congéneres en el beneficio: os he convocado aquí hoy para discutir ciertas preocupaciones suscitadas por el clan Desilijic. Pido a Jabba, representante de Desilijic, que hable.

Jabba reptó hacia adelante hasta colocarse enfrente del estrado de Grejic y alzó los brazos para pedir silencio. Cuando los otros hutts siguieron hablando en susurros, Jabba alzó la cola y la dejó caer sobre el suelo de piedra con un estrépito ensordecedor.

El silencio se adueñó de la sala.

—Congéneres míos, comparezco ante vosotros para exponer ciertas alegaciones muy serias sobre una conducta reprobable por parte del kajidic de Besada. Durante el último año, sus acciones se han ido volviendo cada vez más reprensibles. Todo empezó con la batalla de Nar Shaddaa. Todos nosotros sufrimos debido a ese ataque..., excepto Besadii. Perdimos naves, pilotos, cargamentos, parte del escudo de la luna..., ¡por no mencionar la cantidad de operaciones comerciales que perdimos también! Y después estuvo el desenlace de esa batalla. La pérdida de una parte del escudo de Nar Shaddaa causó la destrucción de varios bloques de edificios, que fueron aplastados por los restos caídos del espacio. Los trabajos de limpieza y reconstrucción aún están en curso. ¿Y quién ha tenido que correr con los gastos? Cada clan perdió propiedades y créditos..., excepto Besadii. ¡Y sólo ellos, que no sufrieron ninguna pérdida a pesar de que eran los que estaban en mejores condiciones para permitírselas, no han pagado ni un crédito! Todos hemos sufrido y experimentado pérdidas..., ¡excepto Besadii!

Los otros hutts aprovecharon la pausa de Jabba para intercambiar una rápida serie de murmullos. Jabba volvió la mirada hacia la sección reservada al clan Besadii, y vio que Durga no se había dignado hacer acto de presencia. En vez de acudir personalmente, había enviado a Zier y a varios miembros de rango secundario del kajidic para que actuaran como representantes suyos.

—¿Y qué hizo Besadii mientras Nal Hutta era amenazado? ¡Vendieron esclavos al mismo imperio que estaba atacando su mundo natal! Todos los clanes cooperaron para pagar los créditos del exorbitante soborno entregado al almirante Greelanx..., el cual acabó siendo lo único que salvó nuestro mundo de un embargo devastador. Todos los clanes, naturalmente... ¡excepto Besadii!

Los otros hutts murmuraron un suave coro de afirmaciones. Jabba se sentía orgulloso de los resultados que estaba obteniendo con su discurso. Le parecía que estaba alcanzando una auténtica elocuencia y se dijo que ni siquiera Jiliac, a pesar de su gran fama como oradora, hubiese podido hacerlo mejor. De hecho, Jabba se alegraba de que Jiliac hubiese estado demasiado ocupada con su bebé para poder asistir a la reunión. Su tía no se hallaba tan versada en todo aquello como él, y últimamente las cosas no la afectaban de la forma en que solían hacerlo antes de que se convirtiera en madre.

—¿Y qué ha hecho Besadii durante los meses transcurridos desde esa batalla, congéneres míos? ¿Nos ha ayudado en la labor de reconstrucción? ¿Se ha ofrecido a recompensar a los otros clanes por su parte del soborno? ¿Ha enviado aunque sólo fuese una cuadrilla de esclavos para ayudar en la reconstrucción? —Jabba permitió que su voz se elevara hasta rozar el grito—. ¡No! Lo que han hecho, congéneres míos, es subir el precio de su especia hasta un punto que pone en peligro los beneficios de todos los kajidics..., y en el peor momento posible! Algunos quizá digan que esto es mera sabiduría comercial, mero anhelo de obtener beneficios..., pero yo digo que no. ¡Besadii está intentando hacerse con el control total! ¡Quieren expulsarnos a todos del negocio! ¡Besadii desea que en todo Nal Hutta no exista más clan... que el clan Besadii!

La voz de Jabba había ido subiendo de tono hasta convenirse en un trueno ensordecedor. Queriendo dar más énfasis a sus palabras, golpeó violentamente el suelo con la cola y los ecos resonaron por todo el cavernoso espacio de la cámara.

—¡Exijo que Besadii sea censurado! Exijo que el Gran Consejo celebre una votación para censurarles ahora mismo y que decrete una multa, para que su importe sea distribuido entre aquellos a los que han perjudicado injustamente. ¡Exijo esto en nombre de todos los hutts, estén donde estén!

Un auténtico pandemonio se adueñó de la sala. Las colas golpearon los suelos, y las voces se elevaron en estallidos de indignación. Algunos hutts se volvieron hacia el contingente del clan Besadii, dirigiéndole amenazadoras ondulaciones de la cola mientras le gritaban insultos y maldiciones.

Zier miró desesperadamente a su alrededor, y no vio ni rastro de buena disposición hacia él en toda la sala. Alzó los brazos y la voz, gritando a su vez, pero su voz fue ahogada por la furia combinada de los otros hutts.

Finalmente el furor empezó a disiparse. Grejic pidió silencio con unos cuantos golpes de su cola, y acabó obteniéndolo pasado un rato.

—Por costumbre Zier, como miembro de máximo rango del clan Besadii, tiene derecho a responder a su acusador. ¿Qué tienes que decir a todo esto, Zier?

Zier carraspeó para aclararse su enorme garganta y tragó saliva.

—¿Cómo podéis condenar a Besadii, congéneres míos? ¡Obtener beneficios es algo que debe ser elogiado, no denigrado! Jabba y Jiliac fueron quienes más pérdidas sufrieron en el ataque contra Nar Shaddaa, y ahora están intentando convenceros de que os pongáis de su parte contra Besadii. ¡La verdad es que Besadii no hizo nada reprochable! No hicimos nada que...

¡No hicisteis nada, desde luego! —gritó el líder del kajidic de Trinivii, interrumpiéndole—. Desilijic ofreció la estrategia que nos salvó. ¡Besadii se limitó a acumular beneficios a nuestras expensas!

Zier meneó la cabeza.

—Lo que hicimos fue...

—¡Somos hutts! —gritó otro líder—. ¡Explotar a otras especies es un motivo de orgullo para nosotros! ¡Nos enorgullecemos de obtener beneficios! Pero no pretendemos destruir a nuestros congéneres! Competir, sí... ¡Destruir, no!

Hubo un nuevo estallido de caos. Una cacofonía de golpes de cola, gritos, maldiciones, alaridos y diatribas llenas de furia hizo vibrar el aire.

Grejic tuvo que emplear su cola muchas veces para restaurar el orden.

—Creo que ha llegado el momento de celebrar una votación —anunció—. Que todos los representantes de los kajidics que estén a favor o en contra de censurar oficialmente al clan Besadii y de multarlo voten la moción ahora mismo con un sí o con un no.

El líder de cada kajidic presionó con un pulgar el tabulador de votos que había junto a él.

Unos momentos después, Grejic alzó una mano.

—El recuento de votos ha finalizado —dijo—. El resultado es cuarenta y siete contra uno a favor de la censura para Besadii.

Hubo un estallido de vítores.

—Zier de Bes...

—¡Un momento! —intervino una voz. Jabba la reconoció, y se volvió para ver cómo Jiliac atravesaba la sala en una rápida ondulación—. ¡Esperad! ¡No he votado!

—Jabba ha votado por vuestro kajidic, dama Jiliac. ¿A qué viene esta interrupción? ¿Deseáis que repitamos la votación?

Grejic había hablado en un tono lleno de respeto, pero no podía ocultarla impaciencia con que deseaba seguir ocupándose de los asuntos pendientes.

—¿Repetir la votación? —Jabba volvió la cabeza hacia su tía, y sus miradas se encontraron. Pasados unos momentos, Jiliac acabó meneando la cabeza—. Mi sobrino es mi representante aceptado, noble Grejic. Os ruego que tengáis la bondad de proseguir.

Jabba dejó escapar en una lenta exhalación el aliento que había estado conteniendo. Durante un momento había temido que Jiliac fuera a cuestionar su decisión y su autoridad delante de todo el mundo. Muchos hutts le estaban lanzando miradas llenas de curiosidad, y sus expresiones dejaban muy claro que se preguntaban por qué había votado Jabba si Jiliac no estaba dispuesta a apoyar su postura sin ninguna clase de reservas.

Jiliac siguió avanzando hasta detenerse junto a su sobrino, pero Jabba se encontró deseando que se hubiera mantenido alejada de él.

Que su buen juicio fuese cuestionado delante de su propia gente resultaba altamente embarazoso, y no pudo evitar volver a pensar en lo que supondría poder dirigir el clan por sí solo, sin interferencias..., y, especialmente, sin interferencias estúpidas y tan poco meditadas.

—Zier de Besadii —dijo Grejic, continuando a partir del punto en el que se había interrumpido—, es voluntad de este Consejo que seas excusado de nuestras filas hasta que tu clan haya pagado un millón de créditos en concepto de daños y perjuicios, que serán divididos de manera igual entre los otros kajidics. Me permito sugeriros que en el futuro hagáis todo lo posible para no tratar a vuestra gente como tenéis todo el derecho a tratar a otras especies..., y que no nos consideréis meros incautos a los que explotar.

El secretario ejecutivo hizo una seña a los guardias y su oficial, que estaban de pie en la entrada.

—Jefe de los guardias, escolte a la delegación del clan Besadii mientras abandona esta sala.

Mientras Zier y los otros representantes del clan Besadii empezaban a ondular hacia la entrada, Jabba vio que todos estaban tratando de aparentar desprecio y confianza en sí mismos y que estaban fracasando lamentablemente en dicho empeño. El suave murmullo de los otros hutts se fue intensificando hasta convertirse en un tumulto de carcajadas, gritos enronquecidos e insultos, burlas y amenazas.

Jabba sonrió para sus adentros. «Una tarde francamente productiva —pensó con satisfacción—. Sí, creo que puedo darme por satisfecho».

Bria Tharen avanzó con paso rápido y decidido por el pasillo de la nave que mandaba, el crucero ligero Retribución. Iba a pasar revista a sus tropas antes de la incursión contra el navío esclavista Grillete del

Helot que habían planeado llevar a cabo. Bria se sentía excitada y llena de impaciencia, pero sus rasgos permanecían impasibles y sus ojos azul verdosos estaban tan fríos como las profundidades de un glaciar.

Repasó mentalmente su plan de batalla, analizándolo en busca de puntos débiles y asegurándose de que había cubierto todas las contingencias posibles mediante una opción de reserva. La operación estaba tan bien calculada que lo lógico era esperar que todo transcurriese sin contratiempos, pero después de todo el Grillete del Helot era una corbeta corelliana poderosamente armada, lo cual la convertía en una nave formidable por derecho propio.

El Retribución era casi tan grande como su enemigo, por lo que deberían estar relativamente igualados. El navío de Bria era una corbeta de la clase Merodeador de los Sistemas Republicanos Sienar, esbelto y elegantemente diseñado y capaz de combatir tanto en el espacio como dentro de una atmósfera. Los Merodeadores figuraban entre las naves más comunes de las flotas del Sector Corporativo, y la resistencia corelliana había comprado aquel Merodeador de segunda mano a la Autoridad, y lo había confiado a Bria para que lo convirtiese en su navío insignia.

La comandante corelliana disponía de un operativo en la estación espacial que orbitaba Ylesia. El operativo había informado a Bria de que los sacerdotes ylesianos planeaban enviar a casi doscientos esclavos malnutridos y adictos a la Exultación a las minas de Kessel.

Durante un momento Bria deseo poder ceder a sus deseos y acompañar a su gente en la primera oleada de abordaje. Las tropas que se hallaban a bordo de aquellas tres lanzaderas verían la máxima cantidad de combate, y también serían las que pudieran matar más enemigos..., y Bria tenía una cuenta pendiente con aquel navío esclavista en particular. Casi diez años antes, el Grillete del Helote había estado a punto de capturar a Bria, Han y sus dos amigos togorianos, Muuurgh y Mrrov, cuando los cuatro estaban huyendo de Ylesia.

Bria suspiró, pero sabía que durante la primera oleada su lugar estaba a bordo de su nave, coordinando el ataque e identificando las bolsas de resistencia más encarnizada para así poder distribuir mejor a sus tropas con vistas a la segunda oleada.

Aquélla era la quinta misión que el Retribución llevaba a cabo para la resistencia corelliana, y Bria se alegraba de volver a la acción. Durante sus ocho años con el movimiento clandestino corelliano, había hecho todo aquello que se le asignaba, y lo había hecho bien. Pero los proyectos de espionaje clandestino le resultaban odiosos..., y el trabajo de ‘enlace’ tampoco le había gustado demasiado. Bria se alegraba de poder dejar atrás todo aquello y volver a la verdadera lucha.

Era Mon Mothma quien había hecho posible que Bria volviese a la auténtica acción. La senadora imperial renegada poseía tanto la influencia como la elocuencia necesarias para convencer a los distintos grupos del movimiento de resistencia de la necesidad de establecer una Alianza Rebelde. En esos aspectos la senadora era más eficaz de lo que jamás lo había sido Bria, y dedicaba todo su tiempo a viajar de un mundo a otro para reunirse con los líderes de los movimientos clandestinos. Hacía tan sólo un mes, Bria y el resto de la resistencia corelliana habían celebrado la firma del Tratado Corelliano.

Públicamente, el mérito de la consecución del Tratado había sido atribuido a Mon Mothma, y no cabía duda de que había ayudado a que llegara a existir. Pero Bria había oído rumores de que el senador Garm Bel Iblis de Corellia había sido uno de los principales arquitectos del Tratado. Además de Corellia, los otros signatarios del Tratado eran Alderaan y Chandrila, el planeta natal de Mon Mothma.

Viajando de un sistema a otro y de un mundo a otro, Mon Mothma estableció contacto con los distintos grupos del movimiento de resistencia allí donde ya existían y creó nuevos grupos allí donde no había ninguno. La fama de la antigua senadora fue tanto una ayuda como un obstáculo: por una parte le proporcionaba acceso a nobles importantes y líderes de la industria, pero por otra parte, y especialmente al principio, algunos grupos habían expresado el temor de que Mon Mothma pudiera ser una emisaria imperial enviada por Palpatine para comprobar su lealtad.

La senadora renegada se había enfrentado en muchas ocasiones a la muerte, haciendo frente a amenazas procedentes tanto de tropas imperiales como de líderes de la resistencia que sospechaban de ella. Bria había conocido a Mon Mothma y había hablado con ella poco después de que la senadora hubiese tenido que huir de la acusación de traición presentada por Palpatine. Había quedado impresionada —casi conmovida— por su tranquila dignidad, su firme decisión y su inteligencia.

Bria había pasado por uno de los momentos culminantes de su vida cuando Mon Mothma le estrechó la mano y le dijo que ella, Bria Tharen, había sido una de las personas que habían jugado un papel decisivo a la hora de convencer a Bail Organa de que debía cambiar sus creencias sobre el pacifismo de Alderaan. El virrey se había comprometido firmemente con la idea de una revolución armada contra el Imperio. Pero se estaba enfrentando a una considerable resistencia por parte de su gobierno y, hasta el momento, los esfuerzos dirigidos a armarse llevados a cabo por Alderaan eran pequeños y extremadamente clandestinos.

El Tratado Corelliano inauguró formalmente la existencia de la Alianza Rebelde que Bria y los otros corellianos habían estado tratando de crear. Los distintos grupos rebeldes conservarían una gran parte de su autonomía pero, por lo menos en teoría, el mando estratégico de la Alianza había pasado a manos de Mon Mothma. Hasta el momento, la nueva Alianza Rebelde no había sido puesta a prueba en la batalla. Bria albergaba la esperanza de que eso no tardaría en cambiar.

Bria dobló una esquina en el pasillo del Retribución y se encontró con su oficial médico. Dayno Hix se encargaría de atender a los esclavos en cuanto éstos hubieran sido rescatados. Hyx era un hombre bajito y barbudo dotado de los ojos azules más luminosos que Bria hubiera visto jamás, y poseía una tímida sonrisa que la mayoría de la gente encontraba totalmente irresistible. Hyx había estudiado en una de las mejores universidades de Alderaan, donde cursó medicina y psicología y acabó especializándose en el tratamiento de las adicciones. Desde que se unió a la resistencia corelliana hacía seis meses, había aplicado sus formidables capacidades al problema de los peregrinos ylesianos.

Bria estaba convencida de que había muchos idealistas frustrados que encontrar entre las filas malnutridas y agotadas por el pesado trabajo de los peregrinos ylesianos. Desde su primera incursión en Ylesia, hacía ya casi dos años, dieciséis de los esclavos que rescató se habían convenido en combatientes u operativos de primera categoría de la resistencia corelliana. Otros diez habían recibido medallas por su valor... de manera póstuma.

Bria había tratado de hacer entender a sus superiores de Corellia que Ylesia, con sus millares de esclavos, era una mina de oro potencial de reclutas rebeldes..., siempre que consiguieran encontrar una forma de vencer los efectos adictivos de la Exultación. Ella misma había conseguido vencer a la Exultación y convertirse en una valiosa adición a la resistencia corelliana, evidentemente, pero había necesitado casi tres años de esfuerzos incesantes para poder curarse a sí misma. Bria lo había probado absolutamente todo, desde la meditación hasta las drogas, y sólo consiguió encontrar la fortaleza que necesitaba cuando decidió dedicar su vida a la erradicación de la esclavitud y del Imperio que la consentía y fomentaba.

Pero no disponían de tres años que dedicar a la curación de los peregrinos. Tenían que encontrar una cura que diera resultado en semanas o meses, en vez de en años.

Y ahí era donde entraba Daino Hyx. Hyx creía que analizar concienzudamente los efectos físicos, mentales y emocionales de la Exultación (incluso había llegado a viajar hasta Nal Hutta para poder estudiar a unos cuantos machos de la especie t'landa Til y averiguar cómo producían el efecto) le permitiría encontrar una cura. La cura de Hyx dependía de una mezcla de tratamientos emocionales, mentales y físicos, que abarcaban desde las drogas antiadicción hasta la terapia interactiva y de grupo.

Hoy, si todo iba bien, Hyx tendría ocasión de empezar a poner a prueba su nuevo tratamiento.

El oficial médico alzó la mirada hacia Bria.

—¿Nerviosa, comandante?

Bria sonrió.

—Se me nota?

—No. Estoy seguro de que la mayoría de personas no notarían absolutamente nada, pero digamos que yo soy un caso especial. Tuve ocasión de llegar a conocerla bastante bien cuando empezamos a trabajar en la nueva terapia. Y recuerde que mi trabajo consiste precisamente en evaluar los estados mentales y emocionales de los humanoides...

—Cieno —admitió Bria—. Sí, la verdad es que estoy un poco nerviosa. Esto es distinto a capturar una patrullera del servicio de aduanas o atacar alguna solitaria avanzadilla imperial. Esta vez vamos a enfrentarnos a las personas que eran mis propietarias tanto en cuerpo como en espíritu. Siempre he temido que el verme expuesta nuevamente a la adicción de los peregrinos provocaría un resurgimiento de mi antigua adicción.

Hyx asintió.

—Esta incursión es algo más que un mero objetivo militar para usted, ya que tiene en juego una cuestión emocional particular. Resulta perfectamente comprensible que sienta una cierta ansiedad.

Bria le lanzó una rápida mirada.

—Eso no me impedirá hacer mi trabajo, Hyx.

—Lo sé —dijo el oficial médico—. He oído decir que el Escuadrón de la Mano Roja es muy eficiente. A juzgar por lo que he observado de su gente, la seguirían hasta un agujero negro y saldrían por el otro lado.

Bria dejó escapar una suave carcajada.

—No estoy tan segura de ello. Si estuviera lo suficientemente loca para acercarme a un agujero negro, confío en que ellos serían lo suficientemente cuerdos para quedarse en su sitio. Pero sé que mis tropas me seguirían al interior del mismísimo Palacio Imperial de Palpatine.

—No durarían mucho tiempo —observó secamente Hyx. Bria sonrió, pero el calor de la sonrisa no se extendió a sus ojos. —Pero al menos tendríamos ocasión de divertirnos durante un

rato. Daría mi vida por poder tratar de acabar con Palpatine. —¿Cuánto falta para el lanzamiento de la primera oleada? Bria echó un vistazo al diminuto cronoanillo que llevaba.

—Estamos esperando la señal de mi operativo en la estación espacial, y luego llegaremos a la posición fijada mediante un microsalto. El nos dirá en qué momento despega la nave de la estación espacial ylesiana. Queremos caer sobre los traficantes de esclavos antes de que puedan abandonar el sistema.

—Sí, es lo más lógico.

Bria giró hacia la derecha y entró en el turboascensor.

—Voy a echar el último vistazo a los soldados que irán en las lanzaderas de abordaje. ¿Quiere acompañarme?

—Desde luego.

El ascensor los llevó al hangar de lanzaderas. Cuando salieron de la cabina, se encontraron con que la zona de lanzamiento era un frenesí controlado de dotaciones que llevaban a cabo inspecciones de último minuto de las naves, el equipo y el armamento. Nada más ver a Bria, uno de los soldados se llevó dos dedos a la boca y dejó escapar un penetrante silbido.

—¡La comandante está en la cubierta!

Bria fue hacia Jace Paol, su lugarteniente, que estaba supervisando los últimos preparativos para la batalla.

—Reúna a las tropas, por favor.

Una rápida orden después, los pelotones de abordaje ya estaban compareciendo ante ella. Habría un pelotón por lanzadera, con aproximadamente diez soldados por cada uno. El ataque empezaría con dos oleadas de tres lanzaderas cada una, la primera y la segunda. La primera oleada sería la responsable de abordar el navío enemigo y neutralizar la resistencia de los traficantes de esclavos. La segunda oleada reforzaría a la primera, y colaboraría en la limpieza final.

Bria fue avanzando lentamente a lo largo de las hileras de soldados, inspeccionándolos y comprobando sus uniformes, armas y expresiones. En un momento dado se detuvo delante de un joven soldado cuyos ojos relucían con algo más que el brillo de la impaciencia por entrar en acción. Bria estudió sus mejillas ruborizadas y su nariz enrojecida, y acabó frunciendo el ceño.

—Cabo Burrid...

El cabo se puso firmes.

—¡Sí, comandante!

Bria estiró la mano, le rozó la mejilla y después le tocó la frente. —Olvídelo, Burrid. Tiene por lo menos un grado de fiebre. Sk'kot Burrid se apresuró a saludar.

—Con todo el respeto, comandante, debo decirle que me encuentro perfectamente.

—Oh, claro —dijo Bria—. Y yo soy la concubina wookie de Palpatine. ¿Hyx?

El oficial médico sacó un sensor de uno de los compartimientos de su cinturón y lo aplicó al rostro del joven.

—Dos grados de fiebre, comandante. El recuento de células blancas indica una infección, posiblemente contagiosa.

—Preséntese al androide médico, cabo —ordenó Bria.

El joven, visiblemente abatido, abrió la boca para protestar, pero enseguida se lo pensó mejor y obedeció. Sin decir palabra, su sustituto de las reservas avanzó para ocupar el lugar que acababa de dejar vacío en la fila.

Cuando Bria hubo terminado su inspección, se detuvo y se dirigió a sus soldados.

—Muy bien, chicos: estamos esperando la señal para efectuar nuestro microsalto. Los alas-Y irán primero y llevarán a cabo sus pasadas para derribar los escudos del enemigo. Después os tocará a vosotros. Entraréis por sus compuertas, allí donde las tengan, y os abriréis paso luchando. Donde no haya compuertas, nos encargaremos de fabricarlas. Equipos de especialistas en ingeniería acompañarán a las dos lanzaderas de abordaje, y esos grupos se encargarán de perforar el casco justo delante de las secciones de ingeniería.

Bria hizo una pausa antes de seguir hablando.

—Recordad que os encontraréis con esclavos confusos y asustados que además probablemente estarán empezando a sufrir el síndrome de retirada de la Exultación. Puede que intenten atacaros. No corráis riesgos innecesarios, pero haced todos los esfuerzos razonables para tratar de no causarles daños excesivamente serios. Utilizad haces aturdidores contra ellos, ¿entendido?

Hubo un murmullo de asentimiento general.

—¿Alguna pregunta?

No las había. Los soldados ya habían sido informados por sus líderes de escuadra y pelotón, y todos habían pasado por varias sesiones de entrenamiento y maniobra.

Bria les dirigió una inclinación de cabeza.

—Ésta es la operación más ambiciosa jamás emprendida por Mano Roja, chicos. Si lo hacemos bien, podéis apostar a que no tardaremos en volver a entrar en acción. Así pues, creo que deberíamos tratar de impresionar al Mando del Sector... ¿No os parece?

El asentimiento fue unánime.

Bria acababa de volverse hacia sus líderes de pelotón para hablar con ellos cuando su comunicador emitió un zumbido. Bria lo activó.

—¿Sí?

—Acabamos de recibir la señal, comandante. El navío de los esclavistas ha despegado del muelle de la estación espacial ylesiana.

Bria asintió, y después se volvió hacia el líder del primer pelotón.

—Suban a su lanzadera, primera oleada. Segunda oleada, estén preparados.

La cubierta reverberó con los ecos de pies lanzados a la carrera cuando treinta soldados se apresuraron a entrar en sus respectivas lanzaderas.

Bria sintonizó su frecuencia personal.

—Atención, Furia Escarlata, aquí Líder de la Mano Roja.

—Adelante, Mano Roja.

—Preparen sus naves para efectuar el microsalto dentro de tres minutos. El Retribución estará justo detrás de ustedes.

—Recibido, Líder de la Mano Roja. Vamos a prepararnos para el microsalto.

Bria y Daino Hyx se apresuraron a salir del hangar de las lanzaderas de combate para coger el turboascensor y, una vez salieron de él, fueron corriendo por el pasillo hasta que llegaron al puente. El capitán de la nave alzó la mirada hacia ellos cuando entraron. Bria se dejó caer en un asiento situado detrás del esquema táctico. Aquella posición también le permitía ver lo que mostraban las pantallas visoras.

—Saltaremos diez segundos después de que lo haya hecho el último ala-Y, capitán Bjalin —dijo.

—Sí, comandante —replicó Bjalin.

Tedris Bjalin era un joven muy alto cuya frente estaba empezando a quedar cada vez más revelada por el rápido retroceso del nacimiento de los cabellos a pesar de su juventud. Acababa de unirse a la resistencia corelliana después de que toda su familia hubiera sido asesinada durante la masacre imperial de Tyshapahl. Antes de que eso ocurriera, Bjalin era teniente imperial. Su adiestramiento imperial le había sido muy útil, ya que le había proporcionado un ascenso en las fuerzas rebeldes. Era un oficial muy eficiente y un hombre decente, y le había confesado a Bria que ya estaba pensando en desertar de la Armada Imperial cuando su familia había sido asesinada. Eso había sido la gota de agua que hizo rebosar el vaso.

Bria observó con tensa atención cómo iban transcurriendo los segundos hasta que, de dos en dos, los seis alas-Y saltaron al hiperespacio. Un instante después las líneas estelares se extendieron ante ellos cuando el Retribución saltó también.

Apenas volvieron a entrar en el espacio real, el Retribución abrió sus hangares de lanzaderas y la primera oleada de lanzaderas de abordaje salió de ellos. Las lanzaderas avanzaron hacia el navío esclavista a media velocidad siguiendo a los alas-Y, que se estaban moviendo a la máxima velocidad posible.

Bria contempló con satisfacción cómo el primer par de alas-Y se lanzaba sobre la corbeta corelliana y disparaba un par de salvas de dos torpedos protónicos, dirigiéndolas contra la parte central de la estructura. Su objetivo no era abrir un agujero en el casco de la corbeta, sino destruir los escudos sin causar daños excesivamente serios en ella. Bria tenía intención de hacerse con la nave intacta y volver con ella para que se añadiera a la flota rebelde. Una de las lanzaderas de la segunda oleada transportaría a un equipo seleccionado formado por técnicos en ordenadores, ingenieros, un piloto y equipos de control de daños y reparaciones.

A Bria no le habría importado sorprender al navío esclavista desprevenido, pero no contaba con tener tanta suerte y no le sorprendió descubrir que la corbeta estaba viajando con los escudos levantados. La gran nave abrió fuego en cuanto los alas-Y se lanzaron sobre ella, pero los ágiles aparatos atacantes esquivaron sus andanadas sin ninguna dificultad. El Retribución se aseguró de mantenerse fuera del radio de acción de sus baterías.

Los cuatro torpedos protónicos lanzados por los alas-Y quedaron envueltos en un destello blanco azulado al chocar con los escudos y se esparcieron sobre el casco del navío esclavista sin atravesar las defensas. El primer par de alas-Y invirtió el curso y se apresuró a lanzarse nuevamente hacia el objetivo para entrar en acción en el caso de que su ayuda volviese a ser necesaria.

La corbeta corelliana empezó a alejarse a gran velocidad, y esta vez uno de sus disparos consiguió rozar a un ala-Y. El impacto no fue excesivamente serio, pero bastó para dejar fuera de combate al caza.

Bria había calculado que harían falta cuatro torpedos protónicos para disipar los escudos del enemigo. El segundo par de alas-Y avanzó a toda velocidad, y el primer caza lanzó su salva.

Esta vez el destello blanco azulado se fue extendiendo y después, de

manera tan repentina como inesperada, hubo un impacto visible en e1 flanco del navío esclavista. Una franja negruzca apareció sobre el blindaje.

—¡Lo hemos conseguido! —exclamó Bria, y activó su unidad comunicadora para hablar con el líder de su equipo de alas-Y—. ¡Buen trabajo, Furia Escarlata! ¡Los escudos han caído! !Ahora vamos a usar vuestros cañones iónicos para darles el golpe de gracia! ¡Advertid a vuestras naves de que deben iniciar la acción evasiva! ¡No queremos que haya más impactos!

—Recibido, Líder de la Mano Roja. Centraremos nuestras miras en los conjuntos sensores y la aleta solar. Vamos a iniciar las pasadas de ataque.

Las parejas de alas-Y iniciaron su ataque, disparando sus torretas de cañones Tónicos contra los objetivos preasignados. Las andanadas de los cañones jónicos habían sido concebidas no para dañar el casco de la nave enemiga, sino para eliminar toda la actividad eléctrica a bordo de ella..., incluyendo, por supuesto, la de los motores, los ordenadores de puntería y los sistemas del puente. Todos los sistemas eléctricos tendrían que ser reinicializados antes de que el navío esclavista pudiera volver a hallarse en condiciones operativas.

La corbeta corelliana lanzó una andanada detrás de otra, pero los alas-Y eran demasiado veloces y ágiles para que el armamento de la gran nave pudiera establecer unas lecturas de seguimiento y puntería realmente efectivas.

Pocos minutos después, el Grillete del Helot flotaba a la deriva en el espacio con todos sus sistemas eléctricos fuera de combate. Bria echó un vistazo a su cronómetro en el mismo instante en que la primera oleada de lanzaderas de abordaje iniciaba su avance. «Perfecto... Justo en el momento previsto.» Una lanzadera se posó sobre la compuerta delantera, la que el navío esclavista usaba para introducir a sus cargamentos de esclavos en las bodegas. Las otras dos lanzaderas se adhirieron al casco a ambos lados de la corbeta y empezaron a abrirse paso a través de él.

Bria aguzó el oído para no perderse ni un solo detalle de los informes que estaban empezando a enviar sus líderes de ataque.

—Líder de la Mano Roja, aquí Grupo Uno informando desde la compuerta de carga de la bodega delantera de la Cubierta 4. Hemos logrado entrar, pero nos estamos encontrando con una fuerte resistencia. La tripulación estaba sacando a los esclavos cuando nos abrimos paso, pero todavía quedan unos cuantos aquí dentro. Los peregrinos

han buscado refugio detrás de los contenedores de carga, al igual que hemos hecho nosotros. El tiroteo es bastante encarnizado. Vamos a obligarles a retroceder para poder llegar al conducto de acceso del turboláser.

—Líder de la Mano Roja, aquí Grupo Dos informando. Nos hemos abierto paso a través del casco por delante de los motores en la Cubierta 4 y hemos instalado una compuerta portátil. Mis tropas están empezando a avanzar...

—Líder de la Mano Roja, el blindaje de esta sección de estribor del casco nos está creando algunos problemas.. Sigan a la escucha... —Y, un minuto después—: ¡Líder de la Mano Roja, hemos conseguido abrirnos paso!

Bria siguió observando el avance de sus tropas a través de la nave, intentando decidir cuál sería el momento más adecuado para enviar a la segunda oleada. Los dos grupos que habían logrado abrirse paso hacia el interior de la nave se estaban encontrando con una resistencia mínima, pero el grupo delantero —que había entrado por la compuerta— estaba teniendo que enfrentarse a una enérgica oposición por parte de los traficantes de esclavos mientras luchaba por llegar hasta los turboascensores. El que los esclavistas estuvieran dispuestos a luchar hasta el último hombre resultaba perfectamente comprensible, desde luego. La reputación del Escuadrón de la Mano Roja estaba empezando a difundirse, y la tripulación del navío esclavista sin duda ya había reconocido el símbolo de una mano que goteaba sangre pintado en las proas de las naves de sus atacantes.

Bria se levantó de su asiento y se volvió hacia el capitán de su nave.

—Tedris, queda al mando del escuadrón hasta que yo haya vuelto de la operación de la segunda oleada. Esté preparado para enviar grupos de apoyo en el caso de que establezca contacto con usted, pero sólo en esa eventualidad. ¿Qué están haciendo los alas-Y? ¿Sabe si ya han ocupado sus posiciones de patrullaje?

—Sí, comandante. Si alguien decide unirse a la fiesta, dispondremos de un mínimo de quince minutos para prepararnos. Eso sólo es una precaución por si los traficantes de esclavos consiguen enviar una solicitud de ayuda antes de que podamos interferir sus transmisiones, naturalmente.

—Buen trabajo, capitán—.

Bjalin asintió, pero no la saludó. La disciplina en las fuerzas rebeldes era mucho más informal que en la Armada Imperial, y Bria había necesitado dos semanas para conseguir que Bjalin se librara de la costumbre de saludar marcialmente en cuanto alguien decía «¡Señor!» junto a él.

—Buena suerte, comandante —dijo Bjalin.

—Gracias. Quizá la necesite. Mi gente ha conseguido expulsarlos de ese compartimiento delantero, pero han dispuesto de montones de tiempo para establecer unas defensas sólidas. Apuesto a que se han atrincherado en el puente y en los corredores de acceso, y a que están trabajando en los sistemas electrónicos. Me parece que tendré que ser un poquito... creativa.

Bjalin sonrió.

—Eso es algo que siempre se le ha dado muy bien, comandante.

Diez minutos después, la lanzadera de abordaje de Bria se había posado sobre la compuerta portátil y sus reservas estaban avanzando por el pasillo de la Cubierta 3 detrás de ella, con los rifles desintegradores preparados para hacer fuego.

Bajo la fantasmagórica y tenue iluminación proporcionada por las luces del sistema de emergencia, el navío esclavista paralizado parecía hallarse desierto. Bria, sin embargo, sabía que eso sólo era una ilusión. Podía oír los débiles gemidos de algunos de los esclavos, que probablemente habían sido llevados hasta la bodega de seguridad de la Cubierta 4 y encerrados en ella. La comandante esperaba que ninguno de los traficantes hubiese tenido la brillante idea de empujar a los esclavos hacia el fuego desintegrador de los rebeldes en un intento de retrasar el avance de los invasores mientras intentaban huir. Eso ya había ocurrido en una ocasión, y Bria todavía tenía pesadillas al respecto: los rostros pálidos y llenos de perplejidad de los esclavos desarmados, las reverberaciones de los haces desintegradores, los alaridos, las siluetas que se derrumbaban, el insoportable hedor de la carne quemada...

Bria hizo avanzar a sus tropas, dirigiéndolas hacia la cabina de mando de la proa de la nave. Ese recinto se encontraba directamente debajo del puente, y era la clave de su plan.

Activó su comunicador.

—¿Qué tal van las cosas, equipo especial?

—Los daños sufridos por el casco parecen ser mínimos, comandante. Nuestros alas-Y han demostrado tener muy buena puntería. Tenemos gente trabajando en las reparaciones en estos momentos.

—¿Qué me dice de los sistemas eléctricos y los ordenadores?

—Eso va a resultar más complicado. No podremos poner en marcha los sistemas hasta que ustedes hayan capturado el puente, ya que no queremos proporcionarles ningún control sobre la nave a los traficantes.

—Probablemente ya estarán intentando volver a poner en marcha los sistemas por su cuenta ahí arriba. ¿Pueden impedírselo?

—Creo que sí, comandante.

—Excelente. Entonces concéntrense en los sistemas y en los motores. Esperen mi señal para iniciar el proceso de reinicialización.

—Entendido, comandante.

Bria y sus tropas sólo se encontraron con una bolsa de resistencia en su avance hacia el objetivo. Unos diez traficantes y un infortunado esclavo al que habían armado y reclutado a la fuerza se habían apostado detrás de una barricada erigida a toda prisa en el centro de un pasillo.

Bria indicó a sus tropas que retrocedieran unos metros y después se dirigió a ellas en un susurro.

—Muy bien, chicos: vamos a iniciar un despliegue de fuego de cobertura mientras Larens... —dirigió una inclinación de cabeza a un soldado bajito, delgado y muy ágil—, se arrastra por debajo de nuestros haces de energía hasta que se encuentre lo suficientemente cerca para lanzar una granada aturdidora justo en el centro de ese nido de alimañas. ¿Entendido?

—Entendido, comandante—.

Larens se pegó al suelo, preparado para empezar a reptar hacia adelante con la granada aturdidora firmemente sujeta entre los dientes. —Cuando llegue a tres, entonces... Uno... Dos... ¡Tres!

Bria y los otros rebeldes abrieron fuego sobre la barricada, asegurándose de dirigir sus disparos lo suficientemente hacia arriba para no calcinar el trasero de Larens, que se estaba alejando rápidamente de ellos.

Los haces desintegradores aullaron en el reducido espacio del pasillo. Bria tuvo un fugaz atisbo de un brazo adornado por una daga tatuada, afinó la puntería y vio cómo el brazo (y el esclavo al que pertenecía, presumiblemente) desaparecía detrás de la barricada. Se acordó de la primera vez que había disparado un desintegrador, y su mente fue invadida por un fugaz y vívido recuerdo de Han que se apresuró a expulsar de ella. No había tiempo para los recuerdos, y tenía que concentrar toda su atención en la misión.

Unos segundos después se oyó una potente explosión, y el fuego de réplica desapareció de repente. Bria agitó la mano para indicar a sus hombres que ya podían seguirla.

—¡Acordaos de que el peregrino llevará una túnica marrón!

Echó a correr hacia la barricada, y vio al nido de esclavistas yaciendo esparcido por el suelo. Tres ya habían muerto, uno de ellos debido a que la onda expansiva le había arrancado un brazo. El peregrino estaba aturdido, y se removía.

Bria se detuvo, bajó la mirada hacia la carnicería que yacía delante de sus pies y se sintió invadida por una terrible oleada de odio. Seis esclavistas seguían con vida..., y el dedo de Bria tembló sobre el gatillo del rifle desintegrador que empuñaba.

—¿Quiere que organice un destacamento de vigilancia, comandante? —preguntó Larens, lanzándole una mirada interrogativa.

Larens llevaba poco tiempo en el Escuadrón de la Mano Roja, y varios de los veteranos le dirigieron miradas llenas de impaciencia.

—Esos tipos son escoria, Larens —dijo Bria—. Nos limitaremos a asegurarnos de que no puedan representar ningún peligro en el futuro. Mecht, quiero que usted y Seaan se encarguen de todo cuando hayan terminado aquí. Lleven a ese peregrino a una habitación para que cuando despierte no pueda crearnos problemas.

Mecht asintió. Era un hombre de mediana edad que había pasado personalmente por la experiencia de la esclavitud, aunque había sido un esclavo imperial, y no un cautivo ylesiano.

—Todo se hará lo más deprisa posible, comandante.

Larens abrió la boca para decir algo, pero enseguida cambió de parecer. Bria hizo avanzar a sus tropas con un gesto de la mano, y reanudaron la marcha.

Cinco minutos después, el destacamento ya estaba en los aposentos del capitán del navío esclavista. Bria intentó impedir que sus ojos se posaran en algunos de los ‘juguetes’ que el capitán tenía esparcidos por allí, con la evidente intención de usarlos para extraer un rato de diversión de algunos de sus esclavos. Fue hasta el centro del camarote y señaló el techo.

—El puente está aquí arriba, chicos —dijo, volviendo la mirada hacia uno de los líderes de sus tropas—. Grupo Uno, quiero un ataque de diversión a lo largo de los pasillos que llevan hasta el puente por la Cubierta 2.

El jefe del destacamento asintió.

—Estén preparados para actuar cuando yo dé la señal —dijo Bria.

—Muy bien, comandante —dijo el oficial y se apresuró a irse, con sus tropas detrás.

Bria se volvió hacia el resto de sus hombres.

—Los Grupos Cuatro y Cinco atacarán el puente conmigo.

Dos de los nuevos reclutas intercambiaron una rápida mirada, obviamente perplejos. ¿Cómo iban a atacar el puente desde allí? —¿Dónde está Joaa'n? —preguntó Bria.

Una mujer muy robusta cuyos rasgos casi quedaban escondidos por el casco dio un par de pasos hacia ella.

—Estoy aquí, comandante.

Bria señaló el techo.

—Quiero que uses tu bolsa de trucos de demolición para que podamos llegar ahí arriba, Joaa'n —dijo.

—De acuerdo, comandante.

La mujer se subió a un escritorio que alguien había dejado junto a una pared y empezó a utilizar su soplete láser. Los nuevos reclutas, que por fin habían entendido lo que planeaba hacer su comandante, intercambiaron codazos y risitas.

Tres minutos después, la experta en demoliciones bajó la mirada hacia Bria y levantó un pulgar.

—He colocado una carga de demolición que nos abrirá un hermoso agujero circular a través de la cubierta, comandante.

Bria sonrió.

—Perfecto —dijo, y empezó a hablar por su comunicador—. Grupo Dos, inicien su ataque contra el puente.

Los rebeldes enseguida oyeron un nuevo estallido de disparos de desintegrador.

—Renna, tú tienes un buen brazo —dijo Bria, dirigiendo una inclinación de cabeza a otra mujer robusta y de aspecto musculoso—. Quiero que te ocupes de las granadas aturdidoras. En cuanto sea posible hacerlo sin correr peligro, deberás lanzarlas hacia arriba a través del agujero para dejar sin sentido a la mayoría de esas alimañas. —Volvió la mirada hacia el resto de sus tropas—. Empezaremos a subir en cuanto Renna haya lanzado esas granadas por el agujero y todas hayan estallado. Recordad que lo que hay ahí arriba es el puente, así que tened mucho cuidado con hacia adonde disparáis. Si causamos demasiados daños, después el equipo especial no nos dirigirá la palabra durante un mes. ¿Lo habéis entendido?

Su observación arrancó unas cuantas risitas a sus tropas.

—Bien, todo preparado —dijo Joaa'n—. Retroceded un poco y tapaos los ojos, amigos. Treinta segundos.

Las tropas de Bria se apresuraron a retirarse hacia el perímetro del compartimiento. Un par de soldados se pusieron los anteojos protectores, y los demás se limitaron a volver la mirada en otra dirección. Bria, Joaa'an y Renna buscaron refugio detrás de un grueso biombo ornamental.

Unos momentos después se oyó una especie de siseo seguido por un tenue estallido. Algo pesado cayó sobre el escritorio, rebotó en él y acabó chocando con la cubierta. El hedor del humo invadió las fosas nasales de Bria.

—Buen trabajo —dijo, dirigiendo una inclinación de cabeza a Joaa'an.

La especialista en demoliciones y Renna ya estaban en movimiento y se dirigían hacia el escritorio. Renna arrojó tres granadas aturdidoras a través del agujero, lanzándolas en tres direcciones distintas. Los estridentes silbidos seguidos por potentes explosiones de las granadas y los gritos resultantes indicaron a la comandante que estaban haciendo su trabajo.

Renna se lanzó hacia arriba con la ayuda de un empujón de Joaa'an y luego desapareció. Unos segundos después oyeron su desintegrador.

Bria corrió hacia el escritorio y fue la siguiente en pasar por el agujero, lo que consiguió gracias a que alguien la agarró por el trasero y le administró un nada digno, aunque sí muy eficiente, empujón.

La dotación del puente estaba esparcida por la cubierta. La mayoría de técnicos y tripulantes habían perdido el conocimiento, pero unos cuantos traficantes de esclavos intentaban huir por la puerta. Bria dirigió el cañón de su arma hacia un gigantesco rodiano y descargó un haz de energía justo entre los hombros del alienígena de piel verdosa. Otro traficante de esclavos, un bothano, giró sobre sus talones para disparar contra ella, y su desintegrador empezó a emitir el tenue tartamudeo indicador de que la carga casi se hallaba agotada. Bria se apresuró a agacharse, rodó sobre sí misma, se incorporó con la pistola desintegradora en la mano y le disparó en plena cara. La alimaña se encontraba delante de su ordenador de navegación, y Bria no quería correr el riesgo que hubiera supuesto eliminarla mediante el haz de energía mucho más poderoso de su rifle desintegrador.

Unos instantes después todo había terminado. El silencio descendió sobre el puente, roto únicamente por los gemidos de los heridos. Bria llevó a cabo un rápido examen de la situación, y descubrió que seis de sus hombres estaban heridos y que uno de ellos tal vez no sobreviviría. Bria asignó rápidamente un equipo especial al herido para que lo llevara lo más deprisa posible al Retribución a fin de que fuese sometido a tratamiento médico.

Unos minutos después el equipo de especialistas informó que estaban listos para iniciar el proceso de puesta en marcha de los sistemas. Bria, llena de tensión, oyó un estridente gemido electrónico y después vio cómo la iluminación normal sustituía a las luces de emergencia del puente. Las pantallas tácticas se encendieron, y el ordenador de navegación emitió un suave ronroneo.

Bria dejó que sus tropas se ocuparan de las alimañas y fue hacia el turboascensor.

—¿Estás ahí, Hyx? —preguntó después de haber activado su comunicador.

—Estoy a bordo del Retribución, comandante —le informó el oficial médico—. Los heridos ya han sido transportados hasta aquí, y todo va bastante bien con la excepción de Caronil..., que murió hace unos minutos. Lo siento. El androide médico y yo hicimos cuanto pudimos, pero...

Bria tragó saliva.

—Ya sé que hicisteis todo lo posible. ¿Te siguen necesitando ahí, Hyx?

—No, en realidad no. Los androides médicos ya han conseguido controlar la situación, así que voy a subir a la lanzadera para ir al navío esclavista.

—Me alegro, porque pronto voy a necesitarte. Ven directamente a la bodega de seguridad. Es donde están encerrados los esclavos, y te recibiré allí.

Bria bajó dos cubiertas en el turboascensor y después echó a andar hacia la popa. Ya casi había llegado al acceso cerrado cuando un ruido de pies a su espalda hizo que se volviera en redondo con la pistola desintegradora en la mano. Detrás de ella, blandiendo un desintegrador, había una traficante de esclavos que había conseguido evitar ser capturada.

Los ojos de la mujer relucían, sus pupilas estaban dilatadas y su cabellera se había convenido en un halo grasiento que le enmarcaba la cara.

—¡No te muevas o disparo! —gritó, empuñando el desintegrador con dos manos temblorosas. Bria se quedó inmóvil. «¿Tiembla de miedo? Quizá..., pero hay algo más aparte de eso.»

—¡Tira el arma! —aulló la mujer—. ¡Tírala ahora mismo o te mato!

—No creo que vayas a matarme —dijo Bria sin inmutarse, permitiendo que su desintegrador colgara de su mano con el cañón dirigido hacia la cubierta—. Si estoy muerta, no podrás utilizarme como rehén.

La mujer frunció el ceño, haciendo un obvio esfuerzo para tratar de entender las palabras de su cautiva. Finalmente, acabó decidiendo ignorarlas.

—¡Quiero una lanzadera! —gritó—. ¡Una lanzadera, y unos cuantos esclavos para llevármelos conmigo! ¡Podéis quedaros con todo lo demás! ¡Sólo quiero la parte que me corresponde, nada más!

—Ni lo sueñes —dijo Bria, con una sombra de acero oculta debajo de la tranquilidad de su tono—. No soy una traficante de esclavos. He venido aquí a liberar a esas personas.

Sus palabras parecieron dejar totalmente perpleja a la mujer. —¿No quieres venderlas? —preguntó escépticamente, contemplando a Bria con la cabeza inclinada hacia un lado.

—No —dijo Bria—. He venido aquí a liberarlas.

—¿Liberadas? —La traficante parecía tener tantas dificultades para entender a Bria como si estuviera hablándole en huttés—. Algunas de ellas valen un par de miles de créditos cada una.

—Me da igual —replicó Bria.

La frente de la traficante de esclavos se llenó de arrugas.

—¿Por qué no te interesa el dinero que puedas obtener de ellas? —Porque la esclavitud es una práctica repugnante —dijo Bria—. Me estás haciendo perder el tiempo, alimaña. Mátame o déjame marchar..., pero no sacarás nada de mí.

La mujer, obviamente sorprendida por la respuesta de la comandante, dedicó algunos momentos a reflexionar sobre sus palabras. Bria ya se había dado cuenta de que la traficante de esclavos se hallaba bajo la influencia de algún poderoso estimulante, probablemente el carsunum. Todo su cuerpo temblaba incesantemente, y el cañón de la pistola prácticamente vibraba en el aire. Los ojos de Bria se entrecerraron mientras observaba cómo el cañón oscilaba, oscilaba... y acababa descendiendo unos milímetros mientras la traficante drogada intentaba entender a una criatura capaz de despreciar tan radicalmente los beneficios personales.

La mano de Bria se movió con una velocidad cegadora para alzar su arma, al mismo tiempo que saltaba hacia un lado. La traficante disparó, pero estaba temblando tan violentamente que el haz de energía ni siquiera chamuscó a Bria. El haz de la comandante rebelde dio en el blanco, justo debajo del pecho de la traficante. La mujer se derrumbó con un grito ahogado y un gorgoteo.

Bria fue hacia ella, aparté el desintegrador del brazo extendido y los fláccidos dedos mediante una violenta patada y bajó la mirada hacia la traficante. Un agujero ennegrecido ocupaba casi todo su abdomen. La mujer alzó los ojos hacia ella, jadeando entrecortadamente.

Bria alzó su pistola desintegradora y dirigió el cañón hacia la frente de la traficante.

—¿Quieres que lo haga?

La mujer meneó la cabeza y después trató de hablar.

—N-No... —Dejó escapar un jadeo agónico—. Quiero... vivir... Bria se encogió de hombros.

—Por mí perfecto. Me parece que quizá te queden unos cinco minutos de vida.

Con la pistola todavía en la mano, Bria pasó por encima de la traficante y siguió avanzando hacia la bodega.

Tuvo que usar la pistola desintegradora contra la cerradura. Oyó gritos de pánico en el interior, y unos instantes después la puerta giró sobre sus bisagras.

La pestilencia invadió las fosas nasales de la corelliana apenas cruzó el umbral. La mezcla de efluvios humanos y alienígenas fue a su encuentro, esparciéndose a su alrededor en una vaharada tan espesa que casi resultaba visible.

Bria contempló a la multitud de peregrinos gimientes y quejumbrosos que estaban retrocediendo ante ella, intentando alejarse al mismo tiempo que extendían sus manos, tan delgadas que parecían garras, y le dirigían gritos suplicantes.

—¡Trae a un sacerdote! ¡Necesitamos a los sacerdotes! ¡Llévanos a casa!

La comandante sintió una terrible oleada de náuseas, y necesitó unos momentos para reprimirlas. «Ése podría haber sido mi destino... Ahora ya casi hace diez años, pero así es como habría acabado..., sino hubiese sido por Han...»

Oyó un paso detrás de ella y giró sobre sus talones, la pistola preparada para hacer fuego, para relajarse cuando reconoció a Daino Hyx. El oficial médico la miró fijamente y enarcó una ceja.

—¡Esta un poco nerviosa, comandante?

Bria le pidió disculpas con una sonrisa.

—Quizá un poquito.

¿Y su nerviosismo tiene algo que ver con esa muerta que hay en el pasillo?

—No, en realidad no. —Bria enfundó su arma y, sintiendo una punzada de disgusto, se dio cuenta de que ahora era ella la que estaba temblando—. Está más relacionado con ellos —añadió, señalando a los infortunados peregrinos con una inclinación de la cabeza—. Son todos suyos, Hyx. Me parece que va a tener montones de trabajo.

Hyz asintió y empezó a estudiar a los peregrinos con el bondadoso distanciamiento de un hombre que había decidido dedicar su vida a las artes curativas.

—Cuánto tardaremos en estar listos para acudir a la cita con el transporte?

Bria echó un vistazo a su cronómetro.

—Había calculado un plazo de treinta y cinco minutos para hacernos con el control de esta nave y volver a dejarla en condiciones de operar. Ya han transcurrido treinta y nueve minutos. Espero oír...

Su comunicador emitió una señal, y Bria sonrió y respondió a ella.

—Aquí Líder de la Mano Roja.

—Aquí Jace Paol, comandante. Tenemos el control de la nave, y el equipo de especialistas informa que ya podemos volver a desplazarnos por el hiperespacio. ¿Procedemos a avanzar hacia nuestras coordenadas de cita?

—Recibido, Jace. Informaré al Retribución. Dile al teniente Hethar que puede seguir con el plan establecido. El Entrega nos está esperando para acoger a esos peregrinos.

—Entendido, comandante.

Bria alteró la frecuencia de su comunicador.

—Capitán Bjalin, la nave de los traficantes es nuestra junto con su cargamento. Prepárese para la cita con el Retribución en las coordenadas asignadas.

—Entendido, Líder de la Mano Roja. Nos reuniremos con ustedes allí. Y... ¿Comandante?

—¿Sí, Tedris?

—La felicito por una operación excelentemente ejecutada. —Gracias, Tedris.

Un mes después Bria Tharen, en una de sus raras visitas a Corellia para hablar con su superior, entró con paso decidido en su despacho.

Pianat Torbul, un hombre de cabellos oscuros y ojos penetrantes, alzó la mirada hacia ella.

—Bienvenida a casa —dijo—. Llega con un poco de retraso. La esperaba hace dos días.

—Lo siento, señor —dijo Bria—. En el último momento recibí una llamada del Orgullo del Borde pidiéndome que les echara una mano con un par de navíos de vigilancia imperiales. El Retribución sufrió un impacto que causó serios daños en los motores sublumínicos, y tuvimos que dedicar un día entero a hacer reparaciones.

—Lo sé —dijo Torbul, y le sonrió con su sonrisa rápida e irresistible de costumbre—. Recibí el informe del Orgullo. No hace falta que se ponga tan a. la defensiva, Tharen.

Bria le devolvió la sonrisa y después, en respuesta al gesto de Torbul, se dejó caer cansadamente sobre un sillón.

—¿Y también ha recibido mi informe, señor?

—Sí —dijo Torbul—. Al parecer su amigo Hyx está comunicando grandes progresos en la labor de convertir a esos peregrinos que rescataron del navío de los esclavistas en ciudadanos normales. Felicidades, Tharen. Su fe en él y en su nuevo tratamiento parece estar siendo recompensada.

Bria asintió, y sus ojos se iluminaron.

—Poder devolver sus vidas a esas personas significa mucho para mí —dijo después—. Sus familias se alegrarán tanto de verlas... Podrán llevar una existencia digna y cómoda...

—A menos que elijan unirse a nosotros, por supuesto —dijo Torbul—. Y al parecer algunos de ellos ya están hablando de hacer precisamente eso en cuanto hayan recuperado la salud, cosa que quizá tarde un par de meses en ocurrir. Supongo que la desnutrición juega un papel muy importante en el lavado de cerebro al que son sometidos en Ylesia.

Bria asintió.

—Recuerdo que las encías enseguida me empezaron a sangrar, y que al final me sangraban casi continuamente. Necesité dos meses de una alimentación decente para superar los efectos perjudiciales.

Torbul volvió a bajar la mirada hacia su cuaderno de datos.

—El navío de los traficantes ya casi está en condiciones de combatir. Puede sernos de mucha utilidad, Tharen, y le agradezco que nos lo haya proporcionado. A la vista de eso... ¿Quiere aceptar el honor de rebautizarlo?

Bria reflexionó en silencio durante unos momentos.

—Llámenlo Emancipador —dijo después.

—Un nombre magnífico —dijo Torbul—. A partir de ahora se llamará Emancipador.

Torbul desactivó su cuaderno de datos, apoyó los codos en el escritorio y se inclinó hacia adelante.

—Bria... —dijo—. Ahora que ya nos hemos quitado de encima los asuntos oficiales, he de decirle que estoy preocupado por algunos aspectos de su historial.

La sorpresa desorbitó los ojos de Bria.

—Pero señor...

—No me malinterprete, Tharen. Es una buena combatiente y una líder muy capaz, y eso es algo que nadie puede negar. Pero fíjese en el nombre que le dieron esos traficantes de esclavos y que su escuadrón ha adoptado tan alegremente. La Mano Roja.. Todo un símbolo de que no habrá cuartel, ¿verdad? Eche un vistazo a este informe sobre la toma del navío de los traficantes. No hubo prisioneros..., ni uno solo, para ser exactos.

Bria se envaró.

—Eran traficantes de esclavos, señor. Ya saben lo que opina el mundo civilizado de ellos. Ofrecieron una encarnizada resistencia, y ni uno solo trató de rendirse. Lucharon hasta el último hombre.

—Comprendo... —dijo Torbul.

Los dos intercambiaron una larga mirada, y el oficial superior fue el primero en volver la cabeza. Después hubo un silencio tan incómodo como cargado de tensión que se prolongó hasta que Torbul carraspeó para aclararse la garganta.

—Las cosas se están complicando bastante en el Borde Exterior —anunció—. Los grupos rebeldes de esa zona andan realmente muy escasos de personal. Me gustaría que la Mano Roja pasara una temporada en el Borde Exterior para proporcionarles un poco de ayuda.

—Bien, señor —dijo Bria—. Señor...

—,Sí?

—Creo que quizá haya encontrado una forma de conseguir más reclutas.

—¿De qué se trata?

—Bueno, hasta ahora nuestro máximo porcentaje de éxitos a la hora de curar de la adicción a los peregrinos ylesianos había sido del cincuenta por ciento. Lo recuerda, ¿verdad?

Torbul asintió.

—Pero ahora, con las nuevas técnicas que Daino está utilizando para ayudar a los peregrinos que llevamos a la Base Grenna, cree que su índice de éxitos estará por encima del noventa por ciento.

—Eso es una gran noticia. Pero ¿qué tiene que ver con el conseguir más reclutas?

Bria se inclinó hacia adelante, y sus ojos verdeazulados se clavaron en las oscuras pupilas de Torbul.

—Hay más de ocho mil peregrinos en Ylesia, señor...

Torbul se recostó en su asiento.

—¿Qué está sugiriendo, Tharen?

—Proporcióneme un poco de ayuda —un viejo transporte de tropas, un par de cruceros más, algunos contingentes extra de soldados—, y podré tomar ese planeta. Puedo acabar de una vez para siempre con la operación ylesiana. Tomaremos todas las colonias y liberaremos a todos los esclavos que hay en Ylesia. Si los porcentajes que hemos visto hasta ahora pueden considerarse como una indicación de la tendencia global, centenares de ellos acabarán uniéndose a nosotros.

—Está hablando de un «si» muy grande —dijo Torbul.

—Lo sé, señor, pero creo que debemos correr ese riesgo.

—No disponemos de esas tropas que me pide. ¡Ni siquiera toda la resistencia corelliana bastaría para conquistar un planeta entero, Tharen!

—Cada día estamos recibiendo nuevos reclutas de Alderaan —observó Bria, y tenía toda la razón—. Y en Ylesia hay tantos peregrinos bothanos y sullustanos que esos mundos quizá nos enviarían tropas y algunas naves. Creo que vale la pena que les preguntemos si estarían dispuestos a hacerlo. ¿Y qué hay de Chandrila? Forman parte de la nueva Alianza Rebelde..., ¡y han jurado ayudarnos!

—Reclutas... Es un incentivo, ciertamente.

Bria asintió con enérgico vigor.

—Podría dar resultado, señor. Podemos liberar a esos esclavos. Y ya que estamos en ello, también podríamos llevarnos la especia para venderla en el mercado abierto. Siempre andamos escasos de créditos, ¿no? ¡Piense en cuántos turboláser o torpedos protónicos podría proporcionarnos semejante cantidad de especia! Y cuando hubiéramos vaciado los almacenes y factorías, podríamos bombardearlas. Ylesia y su repugnante comercio se convertirían en algo perteneciente al pasado.

Bria era consciente de que había perdido la compostura, pero su creciente apasionamiento hacía que le diese igual. Le temblaban las manos, y se agarró al borde del escritorio de Torbul para que éste no pudiese percibir aquel temblor delator.

—No creo que la Alianza Rebelde considere que vender drogas para financiar la Rebelión sea muy buena idea —dijo Torbul.

—Entonces, señor, y con todo el respeto debido... ¡No les diga de dónde ha sacado los créditos! —La sonrisa de Bria contenía una considerable fracción de salvajismo—. Usted sabe tan bien como yo que nunca se les ocurrirá inspeccionar la boca de un traladón regalado. Aceptarán los créditos y los utilizarán. Necesitamos armas, suministros médicos, uniformes, municiones... ¡De hecho, andamos escasos de todo!

—Cierto —dijo Torbul—. Librar una guerra de resistencia cuesta mucho dinero.

—Piénselo, señor —le apremió Bria—. Sé que la Mano Roja podría hacerlo. Y si Ylesia no existiera para absorber a una parte de la mejor población de Corellia, dispondríamos de más reclutas. Piense en quién está yendo a Ylesia actualmente: jóvenes insatisfechos con sus vidas e incapaces de pagar esos impuestos horriblemente elevados que quieren algo más, una existencia mejor... Son justamente la clase de personas que necesitamos.

—Cierto —repitió Torbul—. Pero ¿qué me dice de la atmósfera ylesiana? La incursión contra la Colonia Tres que usted dirigió liberó a cien esclavos hace dos años y medio..., pero perdimos una nave en esa maldita atmósfera. La traicionera atmósfera de Ylesia constituye una de sus mejores defensas.

El recuerdo de la angustia de aquellos momentos hizo que los rasgos de Bria se retorcieran en una mueca de desesperación.

—Les advertí, pero... Esa ráfaga de viento arrastró a la nave y...

—Usted no tuvo la culpa de lo ocurrido, Tharen, pero tenemos que pensar en ese aspecto del problema. Puede estar segura de que el Alto Mando lo mencionará.

Bria asintió.

—Estoy trabajando en ello, señor. Tiene que haber una forma de resolver el problema que supone esa atmósfera. Mejores pilotos, para empezar. Nuestra gente tiene mucho entusiasmo, señor, pero... Bueno, tenemos que admitir que la mayoría de ellos no han podido acumular demasiada experiencia. Nuestros programas de adiestramiento deberían ser mejorados y...

—Estoy de acuerdo en ello. Estamos buscando formas de perfeccionar nuestras simulaciones y de ampliar la experiencia de los candidatos antes de que empecemos a utilizar sus servicios.

Bria se levantó y se inclinó sobre el escritorio.

—Me conformo con que me prometa que pensará en ello, señor. Sé que puedo hacerlo, e incluso tengo algunas ideas sobre cómo financiar la incursión. Por lo menos piense en ello, ¿de acuerdo?

Torbul la contempló en silencio durante unos momentos antes de volver a hablar.

—Muy bien, Tharen. Le prometo que pensaré en ello.

—Gracias, señor.

Primer interludio: El Sector Corporativo

Vestido únicamente con los pantalones y descalzo, Han Solo salió del dormitorio del diminuto apartamento de Jessa. Su pequeño piso se encontraba en la base técnica ilegal de Doc, su padre, un lugar que era tan utilitario como poco acogedor, pero los aposentos de Doc y de Jessa estaban sorprendentemente bien amueblados y resultaban muy cómodos.

Han bostezó y se rascó la cabeza, despeinándose los cabellos todavía más de lo que ya lo estaban, y después se dejó caer sobre el elegante sofá y activó la gran unidad de vídeo con un gesto de la mano.

Las noticias oficiales de la Autoridad del Sector Corporativo aparecieron en la pantalla, y Han empezó a contemplarlas con una sonrisa llena de cinismo en los labios. La Autoridad estaba empeorando a cada día que pasaba. A ese ritmo, no iba a necesitar mucho tiempo para llegar a ser tan represiva como el Imperio...

Por lo menos la nave de Han nunca había estado en mejor forma. Antes de su captura y traslado a la prisión del Confín de las Estrellas, Doc había mejorado su hiperimpulsor hasta conseguir que pudiera superar la velocidad de la luz en cero coma cinco puntos. «Ahora tendría que ser capaz de dejar atrás a cualquier nave que los imperiales o la Autoridad puedan lanzar sobre mí..», pensó Han.

Luego, para inducir a Han a ir en busca de su padre y rescatarlo de la prisión, Jessa había instalado un conjunto de sensores y antenas totalmente nuevo en la nave para sustituir a los que habían sufrido daños durante el combate con un navío ligero de la Autoridad.

Posteriormente, y después del rescate de Doc, la agradecida Jessa había terminado recientemente las reparaciones de la nave de Han, instalando un sistema de guía totalmente nuevo y reparando todos los daños sufridos por el casco de la YT–1300. Han incluso había llegado a pensar en administrarle una capa de pintura a la nave para que pareciese totalmente nueva, pero acabó rechazando la idea después de pensárselo un poco. La apariencia entre envejecida y maltrecha de su nave era uno de los recursos más eficaces a la hora de pillar desprevenidos a los oponentes.

Nadie esperaba que un viejo carguero poseyera un hiperimpulsor de nivel militar que había sido remodelado y adaptado por el mejor técnico de toda la galaxia, un sofisticado equipo de sensores, una capacidad interferidora asombrosamente elevada y todo el resto de mejoras con las que Han había ido obsequiando al gran amor de su vida.

Jessa aún estaba durmiendo en la otra habitación. Han se inclinó hacia atrás, apoyó los pies en la mesa y empezó a pensar en Jessa. No cabía duda de que era lo mejor que le había ocurrido hasta el momento en el Sector Corporativo. Los dos lo habían pasado maravillosamente juntos...

El día anterior habían ido a uno de los casinos más elegantes de un sector cercano en el Halcón después de haberse puesto sus mejores atuendos para disfrutar de una velada de juego y apuestas. Jessa se había peinado los rizos rubios en un estilo tan nuevo como atrevido, los había adornado con aparatosas franjas rojas y había comprado un osado traje rojo que se pegaba a su cuerpo en los lugares más efectivos. Han se había sentido muy orgulloso de que la vieran con ella, y le había asegurado que era la mujer más hermosa del casino.

Los informes del Sector Corporativo desaparecieron de la pantalla para ser sustituidos por un breve noticiario del Imperio. Las fuerzas de Palpatine habían aplastado otro levantamiento en otro mundo. Han no pudo evitar torcer el gesto. «La vieja historia de siempre...» Se encontró pensando en Salla, y se preguntó si todavía estaría enfadada o si ya habría conseguido que se le pasara el enfado. Han sospechaba que no. Era una suerte que Salla no estuviera allí para verle con Jessa, ya que Salla siempre había sido del tipo celoso. Salla era una mujer profundamente apasionada, pero Jessa también lo era. Han agradeció al destino que hubiera tan pocas probabilidades de que Salla y Jessa llegaran a conocerse.

Pensar en Salla le llevó a preguntarse qué tal les estarían yendo las cosas a Lando, Jarik, Shuk y Mako. Han incluso llegó a pensar en Jabba con algo que se aproximaba al afecto nostálgico. Estaba seguro de que el líder hutt estaría teniendo considerables dificultades para sustituirle. Si alguna vez decidía volver al espacio imperial, Han sospechaba que Jabba le daría la bienvenida con los brazos abiertos..., por muy repugnante que fuese esa idea.

Han vio otro breve resumen de noticias del Imperio. Al parecer, el Imperio acababa de declarar que las fuerzas rebeldes del Borde Exterior habían sido totalmente aplastadas. ¡Oh!, claro —pensó Han—. Por supuesto. Eso debe de significar que ya han conseguido convenirse en una molesta espina hundida en el costado del Imperio....

Se preguntó si Bria estaría teniendo algo que ver con el continuo acoso al que estaban siendo sometidas aquellas fuerzas imperiales..., ¿o habría decidido volver a dedicarse al espionaje?

Han suspiró, y se dio cuenta de que en realidad echaba de menos Nar Shaddaa. El Sector Corporativo era un sitio muy divertido que ofrecía montones de aventuras y beneficios de los que disfrutar, pero no era el hogar.

Se preguntó si no haría bien siguiendo el curso de acción más prudente y volviendo al espacio imperial. Seguramente ya iba siendo hora de cambiar de ambientes y buscar un poco de acción (traducción: beneficios) en el Sector Corporativo. Había prometido a Jessa que la ayudaría a ella y a su padre en su campaña contra la Autoridad, cierto. Pero eso podía llegar a ser bastante arriesgado, y después de todo no había contraído ninguna clase de deuda con Jessa. Había rescatado a su padre, ¿no?¿ Y acaso no había expuesto su precioso pellejo a un considerable riesgo mientras lo hacía? Un diminuto estrato de honradez perdido en las profundidades de su mente le recordó que había emprendido aquella misión de rescate básicamente por Chewie, porque Han no era el topo de hombre capaz de permitir que su amigo languideciera en una prisión de la Autoridad.

Y sin embargo... Bueno, de momento la vida estaba resultando muy agradable por allí, aunque Han sabía que eso no podía durar. En aquel mismo instante, todo iba sobre ruedas con Jessa. Lo estaban pasando estupendamente. Han se dijo que quizá retrasaría su marcha otro mes..., o dos..., o tres...

—¿Han? —murmuró una voz somnolienta desde el dormitorio.

—Estoy aquí, cariño. Estaba viendo las noticias —dijo Han.

Apagó la unidad de vídeo y fue a la minúscula cocina Prepararía una taza caliente de ese té estimulante importado al que tanto se había aficionado Jessa, y se la llevaría al dormitorio...