Capítulo 1
Ganadores y perdedores

Han Solo se inclinó hacia adelante en el sillón de pilotaje del Chica Traviesa.

—Estamos entrando en la atmósfera, capitana —dijo. Han contempló cómo el enorme y pálido sol del sistema se iba introduciendo en la gigantesca curva de claridad rojiza que bañaba el borde del planeta y desaparecía detrás de su miembro. La colosal masa de oscuridad del lado nocturno de Bespin se fue alzando lentamente ante ellos hasta que acabó ocultando las estrellas. El corelliano echó un vistazo a los sensores—. He oído decir que la atmósfera de Bespin está llena de criaturas aladas, o quizá debería decir flotantes, de gran tamaño, así que será mejor que mantenga los escudos delanteros ajustados a máxima potencia.

Su copiloto hizo un ajuste con una sola mano.

—¿Cuándo llegaremos a la Ciudad de las Nubes, Han? —preguntó con una sombra de tensión en la voz.

—Ya falta poco —replicó Han en un tono tranquilizador mientras el Chica empezaba a atravesar las capas superiores de la atmósfera, deslizándose sobre el polo oscuro del planeta. Los relámpagos que estallaban en las profundidades creaban una neblina parpadeante de tenue claridad—. Estaremos allí dentro de veintiséis minutos, lo cual quiere decir que deberíamos llegar a la Ciudad de las Nubes a tiempo de cenar.

—Cuanto más pronto lleguemos, mejor —comentó su copiloto, torciendo el gesto mientras flexionaba su brazo derecho dentro del cabestrillo de presión—. Estos picores son realmente horribles.

—Paciencia, Jadonna —dijo Han—. Lo primero que haremos será llevarte al centro médico.

Jadonna asintió.

—Eh, Han, no es que me esté quejando. Te has portado estupendamente, pero ahora lo único que quiero es meter este brazo dentro de un tanque bacta.

Han meneó la cabeza.

—Cartílago y ligamentos desgarrados... Sí, tiene que dolerte —admitió—. Pero estoy seguro de que la Ciudad de las Nubes dispone de unos servicios médicos excelentes.

Jadonna volvió a asentir.

—Desde luego. La Ciudad de las Nubes es un lugar realmente increíble, Han. Espera y verás.

Jadonna Veloz era bajita y robusta, y tenía la piel oscura y una lacia melena negra. Han la había conocido hacía dos días, después de que Jadonna hubiera publicado un anuncio en las redes espaciales de Alderaan solicitando un piloto que llevara su nave a Bespin. Veloz había sufrido lesiones bastante serias en el brazo cuando éste chocó con una unidad de carga antigravitatoria que no funcionaba correctamente, pero, decidida a cumplir los apretados plazos de su plan de vuelo, había optado por prescindir del tratamiento adecuado hasta que hubiese entregado su cargamento.

Veloz le pagó el pasaje hasta Alderaan en una lanzadera ultrarrápida, Han fue formalmente contratado como piloto y los llevó hasta Bespin en el tiempo previsto.

El Chica Traviesa ya había dejado atrás las hilachas casi impalpables de la exosfera y seguía descendiendo, avanzando hacia el crepúsculo mientras el cielo se iba volviendo cada vez más azul por encima de ellos. Han alteró el curso, poniendo rumbo hacia el suroeste y el punto en el que debía de estar el sol poniente. Su veloz aproximación enseguida hizo que las cimas de las gigantescas masas de nubes acumuladas en las profundidades de la atmósfera empezaran a adquirir colores, carmesí y coral primero y amarillo anaranjado después.

Han Solo tenía sus propias razones para ir a Bespin. Si Jadonna Veloz no hubiera publicado su anuncio en las redes, Han se habría visto obligado a recurrir a su cada vez más reducida reserva de créditos para adquirir un billete en un navío comercial

En lo que concernía a Han, el accidente de Veloz no podía haber llegado en mejor momento. Los créditos que le había prometido le permitirían disfrutar de una habitación barata y unas cuantas comidas durante el gran torneo de sabacc. Por sí sola, la tarifa de inscripción ya ascendía a la impresionante suma de diez mil créditos. Han había conseguido reunirlos a duras penas vendiendo la figurilla de palador dorado que le había robado a Teroenza, el Gran Sacerdote de Ylesia, y la perla de dragón que encontró en el despacho del almirante Greelanx.

Durante un momento el corelliano deseó que Chewie estuviera allí con él, pero había tenido que dejar al wookie en su minúsculo apartamento de Nar Shaddaa porque Han no podía permitirse el lujo de pagar el billete de su amigo.

Ya se habían adentrado en la atmósfera y Han podía ver el sol de Bespin, una bola anaranjada que parecía estar siendo aplastada por un gigantesco banco de nubes. El Chica quedó envuelto por la resplandeciente magnificencia de las nubes, que relucían con un sinfín de destellos tan dorados como los sueños de riqueza del corelliano.

Han había decidido jugárselo todo en aquella gran apuesta..., y además siempre había tenido mucha suerte en el sabacc. Pero ¿bastaría esa suerte para proporcionarle la victoria? Después de todo, Han tendría que enfrentarse con jugadores profesionales como Lando.

El corelliano tragó saliva, y después se concentró decididamente en su labor de pilotaje. No era el momento más adecuado para permitirse un ataque de nervios. Han efectuó otro ajuste en el vector de aproximación de la nave, y se dijo que en cualquier momento entrarían dentro del radio de acción del control de tráfico de la Ciudad de las Nubes.

Y un instante después, como respondiendo a esos pensamientos, una voz surgió de su comunicador.

—Nave en vector de aproximación, tenga la bondad de identificarse.

Jadonna Veloz activó su comunicador con la mano izquierda.

—Control de tráfico de la Ciudad de las Nubes, aquí el Chica Traviesa procedente de Alderaan. Nuestro vector de aproximación es...

Jadonna echó un vistazo a los instrumentos de Han y recitó una serie de números.

—Confirmamos su vector, Chica Traviesa. Se dirigen a la Ciudad de las Nubes?

—Afirmativo, control de tráfico —respondió Jadonna.

Han sonrió. Por lo que había oído decir, la Ciudad de las Nubes era prácticamente el único destino existente en Bespin. También estaban las instalaciones mineras, por supuesto, así como las refinerías de gases, los centros de almacenamiento y los astilleros, pero más de la mitad del tráfico que llegaba a Bespin tenía como destino final los lujosos complejos hoteleros. Durante los últimos años, multitudes de turistas aburridos habían convertido la ciudad que flotaba entre las nubes en uno de sus lugares de vacaciones preferidos.

—Transportamos un cargamento de alta prioridad para las cocinas del Yarith Bespin, control de tráfico —siguió diciendo Jaronna—. Nuestras bodegas de carga están llenas de bistecs de nerf en Stasis, y tenemos un poco de prisa. Solicitamos un vector de descenso.

—Permiso concedido, Chica Traviesa —dijo la voz del controlador de tráfico—. Bistecs de nerf, ¿eh? —prosiguió, adoptando un tono más relajado e informal—. Bien, pues algún día de esta semana tendré que llevar a mi esposa a ese hotel. Ya hace tiempo que quiere disfrutar de alguna exquisitez gastronómica, y no recibimos muchos cargamentos de carne de nerf.

—Son bistecs de primera calidad, control de tráfico —dijo Veloz—. Espero que el chef del Yarith Bespin sepa apreciarlos.

—Oh, ese tipo es un gran cocinero —dijo la voz, y después el controlador volvió a adoptar su tono oficial—. Chica Traviesa, le he asignado el nivel 65 en el muelle de atraque 7A. Repito: nivel 65, 7A. ¿Me han recibido?

—Recibido, controlador de la Ciudad de las Nubes.

—Y su vector de descenso es...

La voz titubeó durante unos momentos, y después les proporcionó otra serie de coordenadas.

Han las introdujo en el ordenador de navegación, y después tanto él como Veloz se recostaron en sus sillones para disfrutar del resto del trayecto. Han se sintió un poco sorprendido al darse cuenta de que ardía en deseos de verla fabulosa Ciudad de las Nubes. Bespin ya era famosa antes de que construyeran el complejo hotelero. Sus factorías procesaban y refinaban el gas tibanna, que era utilizado en los motores de las naves estelares y como fuente de energía de las armas desintegradoras.

Han no estaba muy seguro de cómo obtenían el gas, pero sí sabía que el gas tibanna era muy valioso y que eso significaba que los mineros debían de estar ganando mucho dinero. Antes de que fuese descubierto en la atmósfera de Bespin, el gas tibanna tenía que ser extraído de las cromosferas estelares y los cúmulos nebulares, y los procedimientos empleados en aquella rama de la minería galáctica resultaban, por decirlo suavemente, bastante arriesgados. Entonces alguien se había dado cuenta de que la atmósfera de Bespin estaba llena de gas tibanna.

Han captó un repentino estallido de actividad eléctrica en sus sensores, y se apresuró a alterar el curso.

—Eh... ¿Qué demonios es eso?

Señaló la pantalla visora. Una monstruosa silueta acababa de aparecer a su derecha y estaba flotando a la deriva entre aquellas increíbles nubes aurulentas. La aparición era tan gigantesca que habría empequeñecido a muchas ciudades corellianas.

Jadonna se inclinó hacia adelante.

— ¡Es un beldon! —exclamo—. Son realmente raros. Llevo muchos años volando a través de estas nubes, pero nunca había visto uno.

Han entrecerró los ojos para tratar de distinguir mejor a la descomunal criatura mientras pasaban velozmente junto a ella. La apariencia general del beldon le recordó a algunas de las criaturas oceánicas de aspecto gelatinoso que había visto en ciertos mundos, ya que tenía una inmensa parte superior en forma de cúpula y una multitud de pequeños tentáculos —que el corelliano supuso utilizaría para alimentarse— suspendidos debajo de ella.

Han comprobó su vector de descenso.

—Todo va sobre ruedas, capitana —dijo.

El leviatán se fue desvaneciendo en la lejanía por detrás de ellos. Han miró hacia adelante y vio aparecer otra forma más pequeña que casi parecía un beldon vuelto del revés, y un instante después comprendió que estaba contemplando la Ciudad de las Nubes.

La gigantesca estructura flotaba entre las nubes como una copa de exóticos cristales tallados, un objeto exquisitamente hermoso rematado por la corona enjoyada de las torres redondeadas, los edificios rematados por cúpulas y las chimeneas de las refinerías que se alzaban sobre ella. Los últimos destellos del crepúsculo hacían que la Ciudad de las Nubes brillara con la potente claridad de una gema corusca.

Han mantuvo la nave dentro del vector de aproximación e inició un vertiginoso vuelo planeado por encima de las cúpulas de aquel paisaje urbano suspendido entre las nubes. Unos instantes después, el Chica llevó a cabo un aterrizaje impecable en el lugar que les habían asignado.

Después de haber recibido su paga y haberse despedido de la capitana Veloz, Han fue en busca de un roboporteador para ir al elegante hotel Yarith Bespin, donde iba a celebrarse el torneo de sabacc.

Unos momentos después el corelliano ya estaba introduciendo su destino en un teclado, lo que hizo que el pequeño vehículo robotizado iniciara una frenética travesía por las calles de la ciudad, subiendo y bajando de un nivel a otro y avanzando a una velocidad que hubiese mareado a la mayoría de humanos..., especialmente cuando el roboporteador «saltaba» por encima de los edificios y estructuras de los niveles inferiores, con lo que Han podía entrever las nubes que los rodeaban y los abismos insondables que se abrían debajo de ellas. Ya casi había anochecido, y la ciudad centelleaba como el joyero abierto de una gran dama.

Unos cinco minutos después el roboporteador ya se estaba deteniendo delante del Yarith Bespin. Han despidió al androide y fue hacia la gigantesca entrada. Ya había estado en hoteles elegantes con anterioridad mientras iba de gira con Xaverri, su amiga la maga, por lo que el opulento interior repleto de caminos deslizantes, aquellas esbeltas cintas metálicas que comunicaban los distintos pisos del inmenso atrio dibujando una especie de telaraña enloquecida, no le impresionó excesivamente. Han vio un letrero en el que se leía .Inscripción para el torneo» en un mínimo de veinte lenguas distintas, y siguió la flecha indicadora hasta Llegar al ascensor deslizante que llevaba al nivel central.

En cuanto hubo salido de la plataforma flotante, el correlliano fue con paso rápido y decidido hacia las enormes mesas. El recinto estaba repleto de jugadores de todas las especies, tamaños y formas imaginables. Han se inscribió, entregó su desintegrados (los participantes tenían que entregar todas sus armas), y recibió una placa de identificación y una tarjeta de fondos que iría consumiendo a medida que necesitara fichas para apostar. La primera partida empezaría a mediodía.

Han se disponía a salir de la zona de registro, la tarjeta de fondos a buen recaudo dentro de un bolsillo de su camisa para que estuviese lo más cerca posible de la piel, cuando oyó una voz familiar.

—¡Han! ¡Eh, Han! ¡Estoy aquí!

Han giró sobre sus talones y vio a Lando Calrissian saludándole con la mano desde el otro extremo del nivel central. Devolviéndole el saludo para indicarle que le había oído, Han fue corriendo hasta el camino deslizante y se subió a él de un salto en el mismo instante en que Lando saltaba al camino que llevaba al lado de la enorme sala en el que se encontraba el corelliano.

Cuando se vieron por última vez, el jugador le contó que había decidido probar suerte en el sistema de Oseón. Pero Lando llevaba meses hablando de aquel torneo de sabacc, por lo que Han ya se esperaba encontrarlo allí.

—¡Eh, Han! —Una gran sonrisa iluminó las oscuras facciones de Lando cuando sus respectivos caminos deslizantes los hubieron acercado lo suficiente—. ¡Cuánto tiempo sin verte, viejo bribón!

Han saltó de su camino al que estaba transportando a Lando. Apenas tuvo tiempo de poner los pies sobre la superficie metálica antes de que Calrissian lo envolviera en un abrazo del que incluso Chewbacca se habría sentido orgulloso.

—¡Me alegro de verte, Lando! —jadeó el corelliano mientras Lando le asestaba una última palmada en la espalda.

Los dos amigos bajaron del camino deslizante para volver a la zona de registro, y una vez allí se quedaron inmóviles durante unos momentos y se dedicaron a contemplarse el uno al otro. Han estudió a su amigo y enseguida se dio cuenta de que Lando tenía un aspecto realmente próspero, por lo que pensó que las mesas de juego de Oseán debían de estar llenas de incautos que sólo pedían ser desplumados. El jugador llevaba un carísimo traje de tela askajiana, la mejor que se podía encontrar en toda la galaxia. Una capa negra y plateada, también nueva y ajustada según los dictados de la última moda, ondulaba detrás de él.

Han sonrió. Cuando se vieron por última vez, el jugador estaba empezando a dejarse bigote. El adorno facial ya había alcanzado la madurez, aunque se hallaba pulcramente recortado. El bigote otorgaba un decidido aire piratesco a las facciones de Lando.

—Veo que has decidido conservar el pelaje labial —observó mientras lo señalaba con un dedo.

Lando se acarició orgullosamente el bigote.

—Todas las mujeres que lo han visto se han quedado enamoradas de él —dijo—. Tendría que habérmelo dejado hace mucho tiempo.

—Bueno, algunas personas necesitan toda la ayuda que puedan conseguir —se burló Han—. Cuando quieras que te dé unas cuantas lecciones sobre cómo tratar a las mujeres no tienes más que decirlo, viejo amigo.

Lando dejó escapar un bufido despectivo.

—Bien, bien... ¿Y dónde está ese androide de ojos rojizos que nunca se separaba de ti? —preguntó Han mientras miraba a su alrededor—. No me digas que has perdido a Vuffi Raa en una partida de sabacc.

Lando meneó la cabeza.

—Es una historia bastante larga, Han. De hecho... Bueno, es tan larga que para poder contarla como se merece necesitaría tener un vaso lleno de algo muy refrescante delante de mí.

—¿Y por qué no te conformas con la versión abreviada? —preguntó Han—. ¿Vas a decirme que tu hombrecillo metálico se hartó de llamarte ‘Amo’ y decidió que las cosas le irían mucho mejor si vendía sus capacidades de androide de Clase Dos en otro sitio?

Lando volvió a menear la cabeza y se puso serio de repente.

—No te lo vas a creer, Han, pero Vuffi Raa decidió volver con su gente. Quería crecer, ¿comprendes? Dijo que su destino le llamaba. Han torció el gesto.

—¿Eh? Estamos hablando de un androide, ¿no? ¿Qué quieres decir con eso de que su destino le llamaba?

—Vuffi Raa es... Bien, el caso es que... En realidad Vuffi Raa era una pequeña nave espacial, un.., un bebé-nave. Ya sé que parece una locura, pero es la verdad. Vuffi Raa procede de una especie... realmente única. Estoy hablando de naves-androide gigantescas que vagan por el espacio, ¿entiendes? Son formas de vida conscientes no biológicas.

Han miró fijamente a su amigo.

—¿Has estado inhalando ryll, Lando? Oyéndote hablar, cualquiera diría que te has pasado el día entero en el bar.

Lando alzó una mano.

—Es la verdad, Han. Verás, todo empezó con un malvado hechicero llamado Rokur Gepta que resultó ser un croke, y luego aparecieron unos respiradores de vacío y libramos una gran batalla en aquella enorme Cueva Estelar, y...

—¡Tramposo! ¡Estafador! —El grito, proferido por una voz ronca y jadeante, hizo que los dos amigos dieran un salto—. ¡Cogedle! ¡No permitáis que tome parte en el torneo! ¡Se llama Han Solo, juega al sabacc y es un tramposo!

Han se apresuró a volverse para encontrarse con una barabel enfurecida que se estaba lanzando sobre él. La alienígena cojeaba ligeramente a causa de una rodilla que no parecía funcionar como era debido, pero aun así se estaba aproximando a una velocidad muy respetable, con las fauces entreabiertas mostrando sus enormes dientes. Los barabels eran unas gigantescas criaturas reptiloides de color negro, y Han sólo se había encontrado con unos cuantos durante sus viajes. Entre esos escasos representantes de la especie barabel sólo figuraba una hembra..., y esa hembra estaba viniendo hacia él en aquel mismo instante.

Han tragó saliva y su mano descendió en busca de su desintegrados, pero sólo consiguió estrellarse contra su muslo con un chasquido lleno de impotencia. «¡Maldición!» Han empezó a retroceder, alzando las manos delante de él en un gesto que intentaba ser tranquilizador.

—Eh... Vamos, Shallamar, cálmate... —balbuceó.

Lando, siempre rápido de reflejos, se aseguró de que estaba lo suficientemente lejos del vector de aproximación de la barabel antes de entrar en acción.

—¡Seguridad! —gritó—. ¡Necesitamos que venga alguien de seguridad! ¡Que alguien llame a los de seguridad!

La barabel resoplaba y soltaba bufidos de rabia.

—¡Usa alteradores! ¡Hace trampas! ¡Arrestadle!

Han siguió retrocediendo hasta que chocó con una de las mesas de inscripción, y después saltó por encima de ella apoyándose en el tablero con una mano. Los dientes de la barabel destellaron.

—¡Cobarde! ¡Sal de detrás de esa mesa! ¡Arrestadle!

—Intenta tranquilizarte, Shallamar —dijo Han—. Te vencí sin hacer trampas, ¿de acuerdo? Hay que saber perder, y este tipo de rencores no son propios de...

La barabel se lanzó sobre él con un ensordecedor rugido...

... para verse frenada de repente y caer pesadamente al suelo cuando un campo-enredador envolvió sus pies. Shallamar se debatió, golpeando la alfombra con su cola mientras gruñía y mascullaba maldiciones.

Han volvió la cabeza hacia las fuerzas de seguridad del hotel y dejó escapar un prolongado suspiro de alivio.

Diez minutos después, y con la barabel todavía envuelta por el campo de fuerza, Han, Lando y Shallamar estaban en el centro de seguridad y se enfrentaban al jefe de seguridad. Shallamar estaba de muy mal humor, porque el jefe de seguridad acababa de someter a Han a un concienzudo examen de sensores que abarcó desde su cabeza hasta las puntas de los dedos de sus pies, y el corelliano había demostrado no llevar encima absolutamente ninguna clase de artefacto para hacer trampas.

La barabel permaneció incómodamente encogida sobre sí misma, los pies todavía rodeados por el campo-enredador, mientras el jefe de seguridad le advertía de que cualquier otra exhibición de mal genio supondría su expulsión del torneo.

—... y me parece que le debe una disculpa al señor Solo —concluyó el jefe de seguridad.

Shallamar respondió con un gruñido, pero se abstuvo de rugir.

—No volveré a molestarle —dijo después—. Tiene mi palabra de honor.

—Pero... —empezó a decir el jefe de seguridad.

Han se apresuró a agitar una mano.

—No seamos demasiado duros, señor —dijo—. Me conformo con que Shallamar me deje en paz. Ah, y me alegra haber tenido la ocasión de demostrar que soy un jugador honrado.

El jefe de seguridad se encogió de hombros.

—Lo que usted diga, Han Solo. De acuerdo, los dos pueden marcharse. —Miró a Han y Lando—. Dentro de un par de minutos desactivaré el campo enredador y la dejaré en libertad. —Se volvió nuevamente hacia la barabel—. Y usted quedará bajo vigilancia, señora, y le ruego que no lo olvide. Estamos celebrando un torneo, no una batalla campal. ¿Ha quedado claro?

—Ha quedado muy claro —respondió la barabel con su voz ronca y entrecortada.

Han y Lando salieron del despacho. Han no dijo nada, pero conocía demasiado bien a Lando para suponer que el jugador fuera a guardar silencio durante mucho rato. Y, naturalmente, Lando sonrió de oreja a oreja apenas subieron al camino deslizante que llevaba a la cafetería.

—Han, Han... Otro viejo amor, ¿eh? Tenías toda la razón... ¡No cabe duda de que sabes cómo conquistar a las damas, viejo bribón!

Han respondió mostrándole los dientes en un gruñido casi tan temible como el de Shallamar.

—Cierra el pico, Lando. Limítate a..., a cerrar el pico, ¿de acuerdo? Pero a esas alturas Lando ya se estaba riendo con tanto entusiasmo que era totalmente incapaz de hablar.

Los dos amigos necesitaron varias horas para recuperar el tiempo perdido. Han oyó toda la historia de las aventuras que Lando había vivido en el sistema de Oseón. Se enteró de que desde la última vez en que vio a su amigo, Lando había ganado y perdido varias fortunas, la más reciente de las cuales consistía en un cargamento de piedras preciosas.

—Tendrías que haberlas visto, Han —murmuró Lando con el rostro ensombrecida—. Eran magníficas. Había tantas que llenaban la mitad de la bodega de carga del Halcón. ¡Ah, si hubiera conseguido conservarlas en vez de utilizarla mayor parte de ellas para comprar la mitad de esa maldita mina de berubiano...!

Han contempló a su amigo con una mezcla de simpatía y exasperación.

—El mineral resultó estar mezclado con sales, ¿verdad? Al final descubriste que no valía absolutamente nada.

—Justo en el blanco. ¿Cómo lo has sabido?

—Hace tiempo conocí a un tipo que se dedicaba a esa clase de timos, sólo que en su caso usaba asteroides de duraleaciones.

Han se olvidó de mencionar que en una ocasión había perdido una mina de uranio valorada en medio millón de créditos que acababa de ganar en una partida de sabacc. La mina era auténtica, pero los libros de contabilidad habían sido manipulados de tal manera que Han tuvo mucha suerte de poder salir bien librado cuando los accionistas iniciaron sus investigaciones.

Pero todo eso pertenecía al pasado, y Han Solo había decidido abrazarla política de no perder el tiempo llorando las aventuras fracasadas.

—Y hablando del Halcón, ¿dónde lo tienes atracado? —preguntó.

—Oh, no está aquí —respondió Lando—. Lo dejé en un aparcamiento de Nar Shaddaa. Si quieres ganar auténticas fortunas en las mesas de juego, lo primero que debes hacer es engañar a tus oponentes presentándote como un tipo que puede permitirse jugar a lo grande y al que no le importa ganar o perder mucho dinero. Eso hace que los faroles resulten mucho más efectivos...

—Intentaré no olvidarlo —dijo Han, archivando el consejo en su memoria—. ¿Y cómo llegaste hasta aquí?

—Vine a bordo de uno de esos gigantescos cruceros estelares de lujo, el Reina del Imperio —dijo Lando—. Viajé a lo grande, ¿comprendes? Por no mencionar el hecho de que el casino de esa nave es uno de los más maravillosos que he conocido en toda mi vida, desde luego... La Reina y yo nos hemos entendido a las mil maravillas.

Han se permitió una sonrisa sarcástica.

—Hace unas semanas me tropecé con Azul, y me dijo que estabas viajando a lo grande a bordo de la nueva nave de Drea Renthal. Tengo entendido que la Vigilancia de Renthal es ese navío de línea que consiguió salvar de la batalla de Nar Shaddaa.

Lando carraspeó para aclararse la garganta antes de hablar.

—Drea es una gran dama —dijo después—. Para ser una pirata, es... sorprendentemente refinada.

Han soltó una risita.

—¡Caramba, Lando! ¿Y no es un poquito vieja para ti? ¡Diría que por lo menos tiene cuarenta años! ¿Qué se siente siendo el juguete favorito de una pirata?

Lando se enfureció.

—Yo no era... Y ella no es...

Han se echó a reír.

—Casi es lo bastante grande para ser tu madre, ¿eh?

Los dientes de Lando destellaron por debajo de su bigote.

—Difícilmente. Y he de aclararte una cosa, Han: mi madre no se parece en nada a Drea. Confía en mí, ¿de acuerdo?

—¿Y en ese caso por qué os habéis separado? —quiso saber Han.

—La vida a bordo de una nave pirata resulta muy... interesante —dijo Lando—. Pero también es un poco demasiado movida..., por lo menos para mi gusto.

Han asintió después de haber echado un vistazo al elegante atuendo de su compañero.

—Ya me lo imagino.

Lando se puso serio.

—Pero... Eh, lo importante es que Drea y yo seguimos siendo buenos amigos —añadió—. Estos últimos meses he necesitado... Verás, estaba... —Se encogió de hombros, sintiéndose visiblemente incómodo—. Bien, el caso es que Drea apareció en un momento muy conveniente. Yo estaba... Bueno, me gustó mucho tener un poco de compañía.

Han contempló en silencio a su amigo durante unos instantes antes de volver a hablar.

—¡Estás intentando decirme que echabas de menos a Vuffi Raa? —preguntó por fin.

—Bueno... ¡Cómo puedes echar de menos a un androide? Pero... /eras, Han, el caso es que Vuffi era un auténtico compañero. Había momentos en los que ni siquiera pensaba en él como una criatura mecánica. Me había acostumbrado a que ese hombrecito de latón emitiera cerca de mí, ¡entiendes? Y por esa razón, cuando la pequeña aspiradora decidió volver con su gente me di cuenta de que..., de que le estaba echando de menos.

Han pensó en lo que supondría perder a Chewie, y tuvo que limitarse a asentir en silencio.

Los dos permanecieron callados durante unos momentos, tomando sorbos de sus copas y disfrutando de la compañía del otro. Han acabó teniendo que reprimir un bostezo, y se levantó:

—He de dormir un rato —dijo—. Mañana va a ser un gran día.

—Te veré en las mesas —dijo Lando, y los dos amigos se separaron.

El sabacc es un juego muy antiguo que se remonta a los primeros lías de la Antigua República. De todos los juegos de azar, el sabacc es el más complejo, impredecible y emocionante..., y también el más devastador.

El sabacc se juega con una baraja de setenta y seis fichas-carta. El valor de cada carta puede ser alterado a lo largo de toda la partida por los impulsos electrónicos que transmite el «aleatorizador». En menos de un segundo, la carta que hubiese permitido ganar la partida puede convertirse en una carga inútil.

La baraja está formada por cuatro palos: espadas, báculos, vasijas y monedas. Las canas numeradas van del uno positivo al once positivo, y hay cuatro cartas de «rango»: el Comandante, la Dama, el Señor y el As, cuyos valores numéricos van del doce al quince positivo.

La baraja se completa con dieciséis cartas dotadas de valores faciales, dos de cada tipo, con un surtido general de valores que oscilan entre el cero y los negativos: el Idiota, la Reina del Aire y la Oscuridad, la Resistencia, el Cese, el Equilibrio, la Moderación, el Mal y la Estrella.

Hay dos apuestas distintas. La primera, la apuesta de la mano, va a parar al ganador de cada mano. Para ganar la apuesta, un jugador debe poseer el mayor total de cartas inferior o igual a veintitrés, ya sea positivo o negativo. En caso de un empate, el valor de las cartas positivas vence al valor de las cartas negativas.

La otra apuesta, la apuesta del sabacc, es la apuesta «de la partida», y sólo puede ser ganada de dos maneras: con un sabacc puro —es decir, mediante una serie de cartas que sumen exactamente veintitrés tantos—, o mediante un despliegue del Idiota, consistente en una de las cartas del Idiota, más un dos y un tres —literalmente veintitrés— de cualquier palo.

En el centro de la mesa hay un campo de interferencia. A medida que se van sucediendo las rondas de faroles y apuestas, los jugadores de sabacc pueden «congelar» el valor de una carta colocándola dentro del campo de interferencia.

El Torneo de Sabacc de la Ciudad de las Nubes había atraído a más de cien jugadores de mundos procedentes de toda la galaxia. Había rodianos, twi'leks, sullustanos, bothanos, devaronianos y humanos, y todas esas especies y muchas más se hallaban presentes en las mesas de juego. El torneo duraría un mínimo de cuatro días de partidas intensivas, y cada día vería eliminar a aproximadamente la mitad de los jugadores. El número de mesas iría disminuyendo poco a poco, hasta que finalmente sólo quedaría una mesa, en la que los mejores de los mejores competirían durante esa última mano.

Las apuestas eran muy altas. Los ganadores tenían una buena probabilidad de levantarse de la mesa con dos o tres veces los diez mil créditos que costaba la tarifa de inscripción...., o incluso con más dinero.

El sabacc no era tradicionalmente un deporte de espectadores de la forma en que sí lo eran la pelota magnética o el polo de gravedad cero, pero dado que la entrada en la sala del torneo sólo estaba permitida a los jugadores, el hotel había dispuesto una gran sala de proyecciones holográficas para quienes quisieran presenciar el desarrollo del torneo. Los acompañantes de los jugadores, los satélites, los jugadores eliminados y el resto de seres inteligentes interesados en el sabacc entraban y salían de la sala para ver qué tal iba el torneo mientras animaban en silencio a su favorito o favorita para que ganara.

La sala también contaba con una lista de clasificación instalada junto a la pantalla holográfica, que servía para identificar a los jugadores y mostrar los progresos de las partidas. Durante el segundo día del torneo, había unos cincuenta jugadores congregados alrededor de diez mesas. La clasificación colocada junto a sus nombres indicaba que Han Solo había logrado superar el primer día del torneo gracias a la suerte y corriendo grandes riesgos. Había perdido la apuesta del sabacc, pero había ganado un número de apuestas de mano lo suficientemente elevado para poder seguir participando en la competición.

Una de las espectadoras de la sala estaba deseando que Han ganara, aunque el corelliano no tenía ni idea de que se encontrara en Bespin..., y si dependía de Bria Tharen, Han jamás se enteraría de su presencia allí. Sus años de trabajar con la resistencia corelliana habían permitido que Bria se convirtiera en una auténtica experta en los disfraces. En aquel momento su larga melena dorado rojiza se hallaba oculta debajo de una corta peluca negra, y sus ojos verdiazulados estaban cubiertos por un par de biolentillas que los volvían tan oscuros como sus cabellos. El almohadillado meticulosamente insertado en su elegante traje hacía que tuviera un aspecto voluptuoso y musculoso, en vez de esbelto y nervudo. Lo único que Bria no podía disfrazar era su altura, y por suerte había muchas humanas altas.

Bria estaba inmóvil en el fondo de la sala, manteniendo los ojos clavados en la pantalla holográfica con la esperanza de poder ver otro primer plano de Han. En silencio, la joven se alegró de que Han hubiera podido llegar tan lejos. «Si ganara... —pensó—. Han se merece tener un poco de suerte. Si tuviera montones de créditos, no tendría que volver a arriesgar la vida con el contrabando.»

Durante un momento, la pantalla mostró un plano de la mesa de Han. Bria vio que sus oponentes de aquel día eran una sullustana, un twi'lek, un bothano y dos humanos, un hombre y una mujer. Bastaba con verla para comprender que la mujer procedía de un planeta de gravedad muy elevada, algo que resultaba obvio por los gruesos músculos de su cuello y su cuerpo bajito y robusto.

Bria sabía muy pocas cosas sobre el sabacc, pero conocía muy bien a Han Solo incluso después de haber estado separada de él durante una larga ausencia que ya se remontaba a siete años. Conocía hasta la última línea de su cara, la forma en que sus ojos se llenaban de pequeñas arrugas en los rabillos cuando sonreía, y cómo se entrecerraban cuando estaba enfadado o sentía suspicacia. También conocía los revueltos mechones de su cabellera, que siempre andaba necesitada de un corte de pelo. Todavía era capaz de recordar la forma de sus manos, y los pelitos que cubrían sus dorsos.

Bria conocía tan bien a Han Solo que comprendió que todavía era capaz de adivinar cuándo se estaba tirando un farol..., tal como estaba haciendo en aquel momento.

Con los labios curvados en una sonrisa llena de confianza, Han se inclinó sobre la mesa para empujar otro montón de fichas hacia el centro del tablero. La sullustana titubeó durante unos momentos al ver las dimensiones de su apuesta, pero después acabó alzando la mano para rechazar la posibilidad de aceptarla. Los dos humanos la imitaron, pero el bothano estaba hecho de una pasta más dura. Recibió la apuesta de Han con la suya y luego, ostentosamente, la elevó de una manera tan rápida como aparatosa.

La expresión de Bria no cambió, pero sus manos se tensaron junto a sus costados y se convirtieron en dos puños llenos de tensión. «¿Qué hará Han? ¿Se dará por vencido, o decidirá jugar la mano con la esperanza de que su farol dé resultado?»

El twi'lek empujó otra ficha-carta hasta el interior del campo de interferencia, e igualó la apuesta.

Todos los ojos se volvieron hacia Han.

El corelliano sonrió como si no tuviera absolutamente ningún motivo de preocupación en el mundo. Bria pudo ver moverse sus labios mientras lanzaba algún desafío verbal o alguna clase de comentario burlón, y luego vio cómo Han empujaba hacia adelante otro montón de fichas de crédito..., en una apuesta tan enorme que no pudo evitar morderse el labio. Si perdía aquella mano, Han se vería expulsado de la mesa. ¡Aquella apuesta era pura y simplemente imposible de cubrir!

Los ojos del bothano fueron de un lado a otro, y por primera vez pareció no saber qué hacer. Finalmente, acabó depositando su mano encima de la mesa. Las colas cefálicas del twi'lek temblaron en un estremecimiento espasmódico de frustración y nervios.

Finalmente, el twi'lek dejó sus fichas encima de la mesa sin apresurarse. La sonrisa de Han se volvió un poquito más ancha, y extendió el brazo para coger otra apuesta de mano. «¡Realmente tenía una mano ganadora, o estaba yo en lo cierto? —se preguntó Bria—. ¡Y si todo era un farol?»

La sullustana, con las gruesas mandíbulas temblando convulsivamente, atendió una mano hacia las fichas-carta de Han, pero el encargado de la partida habló de repente, previniéndola claramente contra semejante acción. De todas maneras, a esas alturas el encargado ya habría decretado un cambio en los valores de las fichas-carta.

Bria dirigió una enfática inclinación de cabeza a la pantalla holográfica. «¡Magnífico! ¡Sigue así, Han! ¡Véncelos! ¡Gana!»

Alguien gruñó junto a ella, y un instante después Bria le oyó hablar en voz baja y gutural.

—¡Que todas las plagas de Barabel maldigan a ese villano llamado Solo! ¡Va a volver a ganar! ¡Tiene que estar haciendo trampas!

Bria miró por el rabillo del ojo y vio a una gigantesca barabel que resultaba evidente se hallaba francamente enfurecida. Las comisuras de sus labios temblaron. «Han tiene una forma tan irritante de tratar a la gente cuando quiere... ¡Qué puede haberle hecho para ponerla tan furiosa?»

Algo se agitó al otro lado de Bria y se volvió para encontrarse con su ayudante, un corelliano llamado Jace Paol, inmóvil junto a ella. Cuando habló, Paol bajó la voz hasta tal extremo que Bria apenas pudo oírle a pesar de que su boca se encontraba a apenas un palmo de su cabeza.

—Los representantes de Alderaan han llegado, comandante —dijo Jace—. En estos momentos se dirigen hacia el lugar de reunión. Bria asintió.

—Iré enseguida, Jace.

Mientras su ayudante salía de la sala, Bria echó un vistazo a su caro cuaderno de datos (una sofisticada falsificación, ya que Bria procuraba confiar lo mínimo posible de sus verdaderos asuntos a cualquier formato legible), dirigió una sonrisa distraída a la barabel y salió de la sala. Ya iba siendo hora de que se ocupara de la misión que la había llevado a la Ciudad de las Nubes.

Cuando se enteró de que la Ciudad de las Nubes iba a acoger el gran torneo de sabacc, Bria comprendió que eso la convertiría en el lugar ideal para celebrar una reunión de alto secreto entre los representantes de varias de las rebeliones. Los grupos de resistencia se estaban desarrollando incesantemente en muchos mundos imperiales, y era esencial establecer conexiones entre ellos. Pero ese tipo de reuniones debían mantenerse en la clandestinidad, ya que los imperiales tenían espías por todas partes.

Cualquier agente de inteligencia sabía que el sitio donde resultaba más fácil esconderse siempre era aquel en el que hubiese una gran multitud. Y además la Ciudad de las Nubes se encontraba bastante lejos del Núcleo Imperial, por lo que los imperiales no le prestaban demasiada atención. Un gran torneo proporcionaba la tapadera ideal. Con tantas naves llegando y marchándose a cada momento y trayendo consigo tanto alienígenas como humanos, el que unos cuantos humanos, un sullustano y un durosiano se reunieran en una sala de conferencias de un hotel de Ciudad de las Nubes atraería muy poco interés.

Bria no podía admitir ante sí misma que una parte de la razón por la que había elegido la Ciudad de las Nubes durante el torneo era que esperaba tener ocasión de ver a Han Solo. No podía estar segura de que asistiría, naturalmente, pero conociendo a Han y sabiendo que había ocasión de ganar mucho dinero, parecía lógico esperar que —como había ocurrido— hiciera acto de presencia para tratar de aprovechar la ocasión.

Mientras avanzaba por el camino deslizante que llevaba al turbo-ascensor más próximo, Bria imaginó quitarse el disfraz y acudir a la habitación de Han más avanzada la noche. Han todavía guardaría recuerdos muy vívidos de la última vez que la vio, cuando Bria se estaba haciendo pasar por la amante del Moff Sam Shild, pero seguramente la creería cuando le explicara que en realidad había estado espiando para la resistencia corelliana y que no había existido absolutamente nada entre ella y Shild.

Eso quería decir que después de que Bria le hubiera contado la verdad acerca de su último encuentro, los dos hablarían. Quizá beberían un poco de vino. Pasado un rato se cogerían de la mano. Y después...

La agente rebelde cerró los ojos mientras el turboascensor la llevaba rápidamente hacia arriba por entre el esplendor cristalino de tonos apastelados del quincuagésimo nivel del Yarith Bespin. Cuando se lo hubiera explicado todo, Han quizá desearía unirse a la resistencia y ayudar a sus compatriotas corellianos mientras éstos intentaban liberar su planeta de aquel emperador tirano que mantenía atrapados a tantos mundos en una presa asfixiante.

Y quizá... Bria se los imaginó a los dos luchando codo a codo en la superficie o en el espacio, combatiendo valerosamente, cubriéndose la espalda el uno al otro durante las batallas, obteniendo victorias sobre las fuerzas imperiales..., y después abrazándose apasionadamente cuando los combates del día hubieran terminado.

Bria era incapaz de imaginarse nada mejor que eso.

Sintió el inicio de la frenada del turboascensor y suspiró y abrió los ojos. Las fantasías estaban muy bien, e incluso había ciertos momentos en los que eran lo único que le permitía seguir adelante. Pero Bria no podía permitir que interfiriesen con su misión.

Cuando las puertas del turboascensor se abrieron ante ella, ya estaba preparada. Salió de la cabina moviéndose con paso rápido y decidido, y empezó a avanzar por el suelo alfombrado del pasillo.

Cuando llegó a la sala de reuniones, introdujo su señal codificada en el teclado de la entrada y fue admitida. Lanzó una rápida mirada a Jace, y su asentimiento le confirmó que había inspeccionado la sala en busca de sistemas de vigilancia y que no había encontrado ninguno. Sólo una vez recibida esa confirmación giró Bria sobre sus talones para saludar a los otros miembros de la conferencia.

El primer representante en avanzar hacia ella fue Jennsar So-Rifles, un durosiano de piel azulada con la habitual expresión lúgubre de aquella raza. Bulles había venido solo, al igual que lo había hecho Sian Tevv desde Sullusta. Bria saludó afablemente a los dos alienígenas, agradeciéndoles tanto a ellos como a sus respectivos grupos que les hubieran permitido hacer aquel viaje tan peligroso..., y no cabía duda de que el viaje era realmente peligroso. El mes pasado uno de los líderes rebeldes de alto rango había sido capturado después de salir de Tibrin mientras se dirigía a una de esas conferencias. El ishi-tib se vio obligado a suicidarse para escapar al examen de las sondas cerebrales imperiales.

Alderaan había enviado tres representantes, dos humanos y un caamasi. El miembro más antiguo de la delegación era un humano de mediana edad y abundante melena y barba llamado Heric Dalhney, vice-ministro de seguridad y miembro de confianza del gabinete del virrey Bail Organa. Acompañándole había una joven de largos cabellos de un blanco cristalino que aún no tenía veinte años. Dalhney la presentó como «Invierno» y comentó que, como parte de su «cobertura» durante aquel viaje, se estaban haciendo pasar por padre e hija. En cuanto al miembro no humano de la delegación, era el caamasi. Bria nunca había tenido ninguna clase de contacto con aquella especie, por lo que lo encontró bastante intrigante. Los caamasis se habían convertido en una de las razas más raras de la galaxia.

Caamas había quedado esencialmente destruida después de las Guerras Clónicas gracias a los esfuerzos de Darth Vader, el esbirro del Emperador; pero era un hecho poco conocido que la mayoría de sus habitantes habían logrado huir a Alderaan y vivían allí, básicamente en reclusión.

El caamasi se llamaba Ylenic It'kla, y se presentó diciendo que era uno de los consejeros del virrey de Alderaan. Todavía más alto que Bria, el caamasi llevaba una prenda con faldellín y lucía unas cuantas joyas. De apariencia generalmente humanoide; Ylenic estaba cubierto de pelaje dorado, y su rostro se hallaba marcado por franjas purpúreas. Sus enormes ojos oscuros irradiaban una callada tristeza que conmovió a Bria, quien sabía cuántos sufrimientos tenía que haber presenciado aquel ser.

Ylenic apenas abrió la boca mientras los delegados intercambiaban saludos, pero algo en él dejó considerablemente impresionada a Bria e hizo que decidiera solicitar sus opiniones en el caso de que Ylenic no las ofreciera por voluntad propia. El caamasi proyectaba una callada aureola de confianza y tranquilo poder que indicaron a la comandante rebelde que se hallaba ante un ser al que había que tomar en consideración.

Después de unos minutos de charla, Bria tomó asiento junto a la larga mesa y dio comienzo formal a la reunión.

—Compañeros de rebelión, os agradezco que arriesguéis vuestras vidas por nuestra causa —dijo, hablando con la suave autoridad de alguien que ya había hecho todo aquello en muchas ocasiones con anterioridad—. Los integrantes del movimiento rebelde corelliano nos estamos poniendo en contacto con otros grupos clandestinos como el nuestro, y apremiamos a todos los grupos rebeldes a que se unan. Sólo un grupo fuerte y dotado de cohesión podrá llegar a albergar alguna esperanza de enfrentarse al Imperio que está estrangulando a nuestros mundos y aniquilando el espíritu de nuestros pueblos.

Después Bria respiró hondo antes de seguir hablando.

—Soy muy consciente de lo impresionante y atrevida que es esta proposición, creedme. Pero los grupos rebeldes sólo podemos albergar alguna esperanza de acabar alzándonos con la victoria si somos capaces de unirnos y llegar a formar una alianza. Mientras sigamos estando fragmentados y continuemos estando limitados a nuestros distintos planetas, estaremos condenados al fracaso.

Hizo una pausa.

—El movimiento corelliano lleva mucho tiempo considerando esta proposición. Somos plenamente conscientes del cambio de naturaleza tan radical que supondría..., así como de lo difícil que resultará llegar a crear esta alianza. Mientras sigamos siendo grupos individuales, el Imperio no podrá acabar con todos nosotros de un solo golpe. Si nos uniéramos, es concebible que pudieran llegar a destruirnos a todos mediante una sola batalla. También sabemos hasta qué punto resulta difícil para especies distintas trabajar en colaboración. Las diferencias en los sistemas éticos y morales, las ideologías y las religiones, por no mencionar las diferencias en equipo y en el diseño del armamento, pueden llegar a presentar numerosos problemas.

Bria se encaró con los espectadores.

—Pero debemos unirnos, amigos míos. Sea como sea, debemos encontrar formas de superar nuestras diferencias. Estoy segura de que podemos conseguirlo..., y ése es el tema principal de esta conferencia.

El representante de Duros extendió la mano y permitió que sus dedos tabalearan sobre la mesa.

—Sus palabras son impresionantes, comandante. En espíritu, estoy totalmente de acuerdo con ellas. Pero ahora debemos enfrentarnos a los hechos. Al pedir a los mundos no humanos que se alíen con ustedes, nos está pidiendo que nos expongamos a un riesgo mucho mayor del que soportamos en la actualidad. Todo el mundo conoce el desdén que el Emperador siente hacia los no humanos. Si una alianza desafiara a las fuerzas de Palpatine, y fuese derrotada, la ira del Emperador se dirigiría principalmente contra los mundos no humanos. Es muy posible que decidiera destruirnos únicamente para dar una lección a los rebeldes humanos.

Bria asintió.

—Tiene mucha razón, Jennsar —dijo, permitiendo que su mirada recorriese la mesa—. ¿Qué piensa usted, ministro Dalhney?

—Alderaan ha apoyado al movimiento rebelde desde el principio —dijo Dalhney—. Hemos proporcionado fondos, servicios de inteligencia y expertos técnicos. Pero toda esta charla sobre batallas supone un auténtico anatema para nosotros. La cultura alderaaniana se basa en la ausencia de armas y de la violencia. Somos un mundo pacífico, y el camino del guerrero nos resulta particularmente aborrecible. Cuenten con nosotros para que apoyemos sus esfuerzos..., pero me siento totalmente incapaz de imaginarnos uniéndonos a ustedes como combatientes.

Bria contempló a Dahlney con expresión ensombrecida.

—Es muy posible que Alderaan ya no disponga de la opción de rechazar la violencia, ministro —dijo después, y se volvió hacia el pequeño sullustano—. ¿Cuáles son sus pensamientos iniciales sobre el tema, Sian Ten?

—Mi pueblo se encuentra tan aplastado por el talón del Imperio que muy pocos de nosotros disponemos de los recursos necesarios para organizar cualquier clase de rebelión, comandante. —Las mejillas del pequeño alienígena temblaban visiblemente, y sus ojos oscuros y líquidos estaban llenos de pena—. Aunque muchos se quejan en voz baja de los desmanes cometidos por las tropas imperiales, sólo un puñado de los míos se han atrevido a resistirse abiertamente. Nuestras cavernas están dominadas por el temor. La Corporación Soro Suub controla esencialmente mi mundo, y el Imperio es su cliente más importante. ¡Si nos uniéramos a una Alianza Rebelde, eso causaría la guerra civil!

Bria suspiró. ‘Esta conferencia va a ser muy larga’; pensó lúgubremente.

—Admito que todos ustedes tienen preocupaciones válidas —dijo después, haciendo un considerable esfuerzo de voluntad para mantener un tono de voz lo más suave y neutral posible—. Pero que nos limitemos a discutir estos temas no les hará ningún daño, y tampoco les obligará a aceptar ninguna clase de compromiso, ¿verdad?

Pasados unos momentos, los delegados de los tres mundos accedieron a conversar. Bria respiró hondo y empezó a hablar...

«No puedo creer que haya conseguido llegar tan lejos —pensó Han con un cansancio infinito mientras se instalaba en uno de los asientos de la única mesa de sabacc que continuaba abierta. Era la noche del cuarto día de torneo, y sólo los finalistas seguían en la sala—. Si mi suerte aguantara un poquito más....»

Se estiró lentamente para aliviar la dolorosa tensión de su espalda, deseando poder dormir veinte horas seguidas mientras lo hacía. Los últimos días habían sido agotadores, y la vida de Han se había reducido a horas y más horas de partidas interminables, con sólo unas cuantas pausas para comer o dormir.

Los otros finalistas también habían ocupado sus sitios alrededor de la mesa. Han iba a enfrentarse a un diminuto chadra-fan, un bothano y una radiaría. No estaba muy seguro de cuál era el sexo del chadra-fan, ya que tanto los varones como las hembras de aquella raza vestían el mismo tipo de túnicas largas y holgadas.

Mientras la mirada de Han se paseaba por los rostros de sus compañeros de mesa, el último jugador, otro humano, se sentó enfrente de él ocupando el último asiento vacío que quedaba. Han dejó escapar un gemido para sus adentros. «Sabía que esto iba a ocurrir. ¿Qué probabilidades tengo contra un profesional como Lando?»

Han era muy consciente del hecho de que probablemente era el único jugador «aficionado» que había en la mesa. Estaba dispuesto a apostar que para los demás, como ocurría en el caso de Lando, las partidas de sabacc eran su medio principal de ganarse la vida.

Durante un momento sintió la tentación de darse por vencido y marcharse. Perder ahora, después de todos aquellos días de partidas...

Lando dirigió una tensa inclinación de cabeza a su amigo. Han se la devolvió.

El encargado de la partida fue hacia la mesa. En la mayoría de partidas de sabacc, el encargado jugaba por créditos, pero en las partidas del torneo se limitaba a repartir las fichas-carta y a supervisar el juego, y tenía estrictamente prohibido tomar parte en la partida.

El encargado era un bith. Las enormes manos de cinco dedos del alienígena poseían tanto un pulgar oponible como un meñique, lo cual le proporcionaba una considerable destreza a la hora de repartir las cartas. Las luces de la monstruosa araña de cristales de la sala de baile arrancaban destellos al voluminoso cráneo calvo del alienígena.

El encargado abrió ostentosamente un paquete nuevo de fichas-carta y las barajó, y después activó varias veces el aleatorizador, demostrando con ello que nadie podría predecir el orden en que serían repartidas las fichas-carta. Después de aquella demostración inicial, el aleatorizador alteraría los valores de las fichas-carta a intervalos impredecibles.

Han volvió la mirada hacia Lando, y se sintió un poco más animado al ver que su amigo estaba mostrando ciertas señales de tensión. El elegante atuendo de Lando se encontraba un poco arrugado, y había círculos oscuros debajo de sus ojos. En cuanto a sus cabellos, parecían no haber sido peinados en todo el día.

Han sabía que él tampoco tenía muy buen aspecto. Se deslizó cansinamente la mano por la cara, y sólo entonces cayó en la cuenta de que había olvidado afeitarse. El comienzo de la barba crujió bajo las uñas de sus dedos.

Obligándose a mantenerse erguido en su asiento, Han cogió su primera mano de fichas-carta.

Tres horas y media después, el bothano y la rodiana habían sido eliminados. Los dos habían abandonado la mesa sin lanzar ni una sola mirada hacia atrás. El bothano había cometido el terrible error de apostar todas sus fichas-carta en la partida. Cuando Lando ganó aquella mano, el alienígena se marchó sin despedirse. La rodiana había tenido que abandonar la partida, pero por lo menos había jugado con inteligencia. Han supuso que había decidido reducir al máximo sus pérdidas y dejarla mesa mientras aún tenía algunos beneficios acumulados. Las apuestas estaban subiendo vertiginosamente, y la apuesta del sabacc ya casi ascendía a veinte mil créditos.

La suerte de Han había seguido ayudándole. Disponía de las fichas-carta suficientes para cubrir cualquiera de las apuestas que había visto aquella noche Han las sumó mentalmente. Si abandonaba la partida en aquel momento, se iría de Bespin con unos veinte mil créditos, dos mil más o menos. Los ojos se le estaban empezando a nublar, y las fichas-carta resultaban bastante difíciles de contar cuando estaban amontonadas.

El corelliano intentó reflexionar. Veinte mil créditos era un montón de dinero, casi el suficiente para comprar su propia nave. ¿Debía abandonar la partida, o debía seguir en la mesa?

El chadra-fan volvió a subir la apuesta, elevándola cinco mil créditos más. Han la cubrió. Lando le imitó, pero tuvo que consumir casi todas sus fichas-carta para poder hacerlo.

Han examinó su mano. Disponía de la ficha-carta de la Resistencia, que tenía el valor del ocho negativo. «Muy apropiado —pensó—. Esta batalla está empezando a convenirse en un campeonato de resistencia...» También tenía el as de báculos, con un valor de quince positivo, y el seis de vasijas, con un valor de seis positivo.

Trece, ¿eh? Pues entonces necesitaba tomar otra carta y esperar que no recibiera una carta clasificada, la cual le expulsaría de la partida. —Quiero otra carta —dijo.

El encargado del reparto arrojó una sobre la mesa. Han la cogió y, sintiendo una profunda desesperación, vio que era el Fallecimiento, con un valor de trece negativo. «¡Estupendo! ¡Ahora estoy más lejos que nunca de lo que necesito!»

Y entonces las cartas ondularon y cambiaron delante de sus ojos...

Han había pasado a tener la Reina del Aire y la Oscuridad, con un valor de dos negativo, más el cinco de monedas, el seis de báculos y el Señor de las monedas, con un valor de catorce. El valor total era... veintitrés. Han sintió que el corazón le daba un vuelco. ¡Tenía un sabacc puro!

Con aquellas cartas, podía ganar tanto la apuesta de la mano como la apuesta del sabacc..., y, de hecho, podía ganar el torneo.

Sólo había una mano que pudiera vencerle, y era el despliegue del Idiota.

Han respiró hondo, y después empujó hacia adelante todos sus montones de fichas de crédito salvo uno. Durante un momento pensó en arrojar todas sus cartas al centro del campo de interferencia, pero entonces sus oponentes comprenderían que se estaba tirando un farol. Han las necesitaba para cubrir su apuesta si quería ganar la partida.

«Seguid tal como estáis ahora», les suplicó mentalmente a sus fichas-carta, concentrando toda su fuerza de voluntad en suplicarle al aleatorizador que no cambiara las pautas. Los aleatorizadores no manipulados funcionaban de una manera realmente aleatoria. A veces cambiaban las pautas de las fichas-carta múltiples veces en una partida. En otras ocasiones, sólo las alteraban una o dos veces. Han pensaba que las probabilidades de que sus fichas-carta cambiaran durante los tres minutos siguientes —el promedio de duración de una ronda de apuestas con aquel número de jugadores sentados a la mesa— eran de un cincuenta por ciento.

Han mantuvo el rostro impasible y el cuerpo relajado, para lo cual se vio obligado a hacer un esfuerzo de voluntad tan intenso que casi resultaba doloroso. ¡Tenía que conseguir que pensaran que podía estar tirándose un farol!

Las enormes orejas del diminuto chadra-fan oscilaron rápidamente hacia atrás y hacia adelante ala derecha de Han, y después el alienígena (durante las horas de partida Han había averiguado que era del sexo masculino) dejó escapar un graznido casi inaudible. El alienígena recogió sus fichas-carta con minuciosa tranquilidad y las colocó sobre la mesa, y después se levantó y se fue.

Flan clavó la mirada en sus fichas-carta «No cambiéis... ¡No cambiéis!» El corazón le latía a toda velocidad, y esperaba que Lando no pudiera percibir el repentino martillear de su pulso.

El jugador profesional titubeó durante un segundo interminable, y luego pidió una carta. Un torrente de sangre inundó las orejas de Han cuando, lenta y deliberadamente, Calrissian extendió una mano y colocó una ficha-carta boca abajo dentro del campo de interferencia.

Han se envaró. Había tenido un fugaz atisbo del color primario de la ficha-carta reflejado contra la tenue ionización del campo. Violeta. Si los ojos cansados de Han no le estaban gastando alguna clase de jugarreta, eso significaba que la ficha-carta era el Idiota, la carta más vital de todas las que formaban el despliegue del Idiota.

Han intentó tragar saliva, pero su boca estaba demasiado seca. «Lando es un experto en esto —pensó—. Podría haber dejado esa carta allí en cualquier momento sabiendo que yo vería su color delator, y que supondría que tiene el Idiota. Pero ¿por qué? ¿Para tenderme una trampa? ¿Para asustarme y conseguir que me dé por vencido? ¿O me estoy imaginando cosas?»

Han volvió a alzar la mirada hacia su oponente. Lando estaba sosteniendo dos cartas en la mano. El jugador profesional sonrió a su amigo y después, introduciendo rápidamente una anotación en una tarjeta de datos, la empujó hacia adelante, dirigiéndola hacia Han junto con las escasas fichas de crédito que le quedaban.

—Mi marcador —dijo, hablando en el tono de voz más suave y dable de que era capaz—. Vale por cualquier nave de mi depósito, y te permite elegir lo que quieras de mis posesiones.

El bith se volvió hacia Han.

—¿Le parece aceptable, Solo?

Han tenía la boca tan seca que no se atrevía a hablar, pero asintió. El bith se volvió hacia Lando.

—Su marcador es bueno.

Lando estaba sosteniendo dos cartas más el Idiota, que se encontraba a salvo dentro del campo de interferencia. Han reprimió el impulso de pasarse la mano por los ojos, y se preguntó si Lando podría ver cómo estaba sudando. «Debes conservar la calma y pensar con racionalidad —se ordenó a sí mismo—. ¿Tiene el despliegue del Idiota... o..., o se está echando un farol?»

Sólo había una forma de averiguarlo.

«Aguanta, aguanta», le ordenó a su mano y después, lenta y muy deliberadamente, empujó hacia adelante su último montón de fichas.

—Veo la apuesta —dijo, y la voz surgió de sus labios bajo la forma de un graznido impregnado de tensión.

Lando le miró fijamente desde el otro extremo de la mesa durante un segundo interminable, y después permitió que sus labios se curvaran en una tenue sonrisa.

—Muy bien —dijo, y estiró la mano para dar la vuelta a la carta depositada dentro del campo de interferencia.

El Idiota alzó la mirada hacia Han.

Lando cogió su próxima ficha-carta con lenta y tranquila deliberación y la dejó junto al Idiota, colocándola vuelta hacia arriba. La carta era el dos de báculos.

Han no podía respirar. «Estoy muerto... Lo he perdido todo...» Lando dio la vuelta a la última de sus cartas.

El siete de vasijas.

Han contempló con incredulidad la mano perdedora, y después alzó lentamente los ojos para mirar a su amigo. Lando sonrió y se encogió de hombros.

—Bien, chico, debo confesar que me has sorprendido —dijo—. Pensé que podría engañarte.

«¡Lando se estaba tirando un farol! —Han sintió que la cabeza le daba vueltas a medida que comprendía lo que había estado ocurriendo—. ¡He ganado! ¡No puedo creerlo, pero he ganado!»

El corelliano depositó sus fichas-carta sobre la mesa con tranquila lentitud.

—Sabacc puro —dijo—. Y la apuesta del sabacc también es mía. El bith asintió.

—El capitán Solo es el ganador de nuestro torneo, damas y caballeros —dijo, hablando por el pequeño amplificador que colgaba de su cuello—. ¡Felicidades, capitán Solo!

Han dirigió una lenta inclinación de cabeza al bith, y después se dio cuenta de que Lando se había inclinado sobre la mesa y de que estaba extendiendo la mano hacia él. El corelliano estiró el brazo y estrechó la mano de su amigo.

—No puedo creerlo —murmuró—. ¡Menuda partida!

—Nunca me había imaginado que fueras tan buen jugador, viejo amigo —dijo Lando con alegre afabilidad.

Han se preguntó cómo podía estar tan tranquilo cuando acababa de sufrir unas pérdidas tan grandes, y luego pensó que el jugador probablemente ya había ganado y perdido varias fortunas con anterioridad.

Han cogió la tarjeta de datos que le había entregado Lando y la examinó.

—Bien, ¿qué nave vas a reclamar? —preguntó Lando—. Tengo un carguero ligero corelliano YT–2400 casi nuevo que sería la nave ideal para ti. Espera a que...

—Quiero el Halcón —se apresuró a decir Han.

Las cejas de Lando se elevaron hacia su frente.

—¿EI Halcón Milenario? —exclamó, obviamente afectado—. Oh, no. El Halcón es mi nave personal, Han. Nunca ha formado parte del trato.

—Dijiste que podía elegir cualquier nave que hubiera en tu depósito —le recordó Han sin inmutarse mientras sus ojos se encontraban con los de Lando—. Dijiste que podía elegir cualquiera de las naves de tu propiedad, ¿no? Bien, pues el Halcón se encuentra estacionado en tu depósito y he decidido reclamarlo.

—Pero...

La boca de Lando se tensó de repente, y sus ojos destellaron.

—¿Sí, amigo? —replicó Han, permitiendo que una sombra de dureza se infiltrara en su voz—. ¿Vas a hacer honor a esta tarjeta, o piensas echarte atrás?

Lando asintió con una lenta inclinación de la cabeza.

—Nadie puede decir que no hago honor a mis pagarés. —Hizo una profunda inspiración de aire, y después lo dejó escapar bajo la forma de un siseo lleno de irritación—. De acuerdo... El Halcón es tuyo.

Han sonrió y luego alzó los brazos hacia el techo y giró sobre sí mismo en una danza improvisada, sintiéndose repentinamente ebrio de pura alegría. “¡Espera a que se lo cuente a Chewie! ¡El Halcón Milenario es mío! ¡Por fin! ¡Vamos a tener nuestra propia nave!”