Capítulo 2
Promesas que cumplir

Bria Tharen estaba sola en la sala holográfica desierta, observando a Han Solo mientras éste se regocijaba de su victoria y deseando poder estar allí para abrazarle, besarle y celebrarla junto a él. «!Esto es maravilloso! —pensó, exultante—. Merecías ganar, Han! ¡Has jugado tus cartas como un auténtico campeón!»

Se preguntó qué le habría entregado el jugador de piel oscura para completar su apuesta. Resultaba obvio que debía de tratarse de algo valioso, porque los dedos de Han sujetaban la tarjeta de datos como si fuese la llave del tesoro más maravilloso de todo el universo.

La noche del cuarto día ya estaba muy avanzada, y las reuniones de la comandante corelliana con el durosiano, el sullustano y los alderaanianos terminarían mañana por la mañana. Habían hecho ciertos progresos hacia algunos acuerdos, y todos ellos habían aprendido muchas cosas sobre la cultura de los demás, pero aún no se había llegado a ninguna decisión. Ninguno de los otros tres grupos rebeldes se había mostrado dispuesto a comprometerse con la alianza rebelde propuesta por Corellia.

Bria suspiró. Había hecho todo lo posible, pero estaba claro que todavía le quedaba mucho camino por delante. Se dijo que no debería culpar a los otros grupos por su cautela, pero no podía evitar hacerlo. La situación actual con el Imperio estaba condenada a empeorar, y los demás estaban ciegos si no eran capaces de verlo.

Un sonido de pasos hizo que Bria girara sobre sus talones para encontrarse con la joven alderaaniana, Invierno, viniendo hacia ella. Invierno, con sus ojos verde pálido y su cabellera de color cristalino, era muy hermosa. Su sencillo traje verde modestamente cortado revelaba una silueta esbelta y digna de una reina. Era alta, aunque no tanto como Bria

La comandante corelliana asintió, y las dos mujeres se dedicaron a contemplar la acción de la sala de baile del torneo durante unos momentos. Han estaba rodeado por los otros jugadores, y se dejaba felicitar por ellos. La comida y las bebidas circulaban de un lado a otro, y los funcionarios del torneo, los comerciantes y el personal del hotel se habían añadido a la multitud. Una atmósfera general de fiesta reinaba en la sala.

—Parece que se están divirtiendo mucho más que nosotros en nuestra reunión —dijo Bria en un tono bastante seco—. Les envidio. No tienen ni un solo motivo de preocupación en el mundo.

—Oh, estoy segura de que también tienen sus preocupaciones —dijo Invierno—. Pero de momento las han dejado a un lado para poder limitarse a existir en el presente.

Bria asintió.

—Estás hecha una auténtica filósofa, ¿verdad?

La muchacha dejó escapar una breve carcajada agradablemente musical.

—Oh, en Alderaan tenemos una larga tradición de discusiones sobre la filosofía, la ética y la moralidad. En Alderaan hay cafés en los que los ciudadanos se sientan para pasar todo el día discutiendo de filosofía. Es una tradición planetaria.

Bria soltó una risita.

—Los corellianos tienen una considerable reputación de temerarios e impulsivos, y se los considera como un pueblo capaz de hacer muchas cosas pero al que le encanta correr riesgos.

—Nuestros dos mundos quizá se necesitarían mutuamente para equilibrarse —observó Invierno.

Bria le lanzó una mirada pensativa.

—¿Te gustaría ir al bar y tomar una taza de liana de cafeína, Invierno?

—Me encantaría —dijo la muchacha, asintiendo.

Su cabellera cristalina ondulaba sobre sus hombros a cada movimiento que hacía. Bria había oído decir que los adultos de su planeta no se cortaban el cabello, y el de Invierno descendía a lo largo de su espalda igual que un glaciar.

Cuando estuvieron cómodamente sentadas, con tazas del humeante y aromático líquido delante de ellas, Bria presionó discretamente un botón de su brazalete dorado, y dirigió las gemas corusca que lo adornaban hacia la habitación. Después volvió la muñeca hacia arriba sin dejar de estudiar las gemas ni un solo instante. Al ver que no se encendía ninguna luz entre ellas, Bria se relajó. «No hay sistemas de espionaje cerca. No es que esperase encontrarme con ninguno, pero más vale estar segura que tener que lamentarlo después...»

—Háblame de ti, Invierno —dijo Bria—. ¿Cómo te incorporaste a esta misión?

—El virrey ha sido como un padre para mí —dijo la muchacha en voz baja y suave—. Me crió junto a su propia hija, Leia. He sido la eterna compañera de la princesa desde que éramos niñas. —Sus labios se curvaron en una tenue sonrisa, y Bria volvió a sorprenderse ante lo increíblemente madura que era para su edad—. Ha habido ocasiones en las que incluso han llegado a tomarme por la princesa. Pero me alegro de no pertenecer a la realeza. Estar bajo los ojos del gran público en todo momento, como les ocurre al virrey y a Leia, resulta muy duro. Presiones constantes, el eterno acoso de la prensa... Tu vida deja de pertenecerte.

Bria asintió.

—Sospecho que pertenecer a la realeza es todavía peor que ser una estrella del video —dijo, tomando un sorbo de su taza—. Así que Bail Organa te crió y te educó..., y sin embargo ha permitido que formaras parte de esta misión, sabiendo que podía haber peligro en el caso de que nos descubrieran. —Bria enarcó las cejas—. Eso me sorprende. Pareces un poco demasiado joven para tener que enfrentarte a semejantes riesgos.

Invierno sonrió.

—Tengo un año y unos cuantos meses más que la princesa. Acabo de cumplir diecisiete años, y en Alderaan ésa es la edad de la responsabilidad civil.

—Igual que en Corellia —dijo Bria—. Sigue pareciéndome que eres demasiado joven. A los diecisiete años, yo no tenía mucho sentido común —añadió con una sonrisa llena de melancolía—. Ya hace tanto tiempo de eso... Parece como si hubieran transcurrido un millón de años, en vez de sólo nueve.

—Pues se te tomaría por mayor, aunque no lo aparentas —dijo Invierno—. ¿Veintiséis años y ya eres una comandante? Tienes que haber empezado muy joven —añadió, echando un poco de leche de traladón en su taza de liana de cafeína.

—Lo hice —admitió Bria—. Y si parezco un poco mayor de lo que soy en realidad... Bueno, un año como esclava en Ylesia tiene esos efectos sobre una chica. Esas fábricas de especia te consumen por dentro.

—¿Harás una esclava? —preguntó Invierno, pareciendo bastante sorprendida.

—Sí. Un... Un amigo me rescató de Ylesia. Pero salir físicamente del planeta fue la parte más fácil —confesó Bria—. Mucho después de que mi cuerpo estuviera libre, mi mente y mi espíritu seguían estando esclavizados. Tuve que aprender a liberarme a mí misma, y eso es lo más difícil que he hecho en toda mi vida.

Invierno asintió, contemplándola con ojos llenos de simpatía. Bria se sintió un poco sorprendida al ver que se estaba abriendo de aquella manera ante la joven, pero la adolescente alderaaniana era una persona con la que resultaba asombrosamente fácil hablar. Era evidente que Invierno no se estaba limitando a mantener una conversación, y que realmente le importaba lo que estaba diciendo Bria. La comandante se permitió un ligero encogimiento de hombros.

—Básicamente, me costó todo aquello que era importante para mí. El amor, la familia..., la seguridad. Pero poder ser yo misma valía la pena, y además me aportó un nuevo propósito en la vida.

—Combatir al Imperio.

Bria asintió.

—Combatir al Imperio que acepta la esclavitud y que estimula su práctica, sí. La esclavitud es la práctica más asquerosa y degradante jamás desarrollada por seres inteligentes supuestamente civilizados.

—He oído hablar de Ylesia —dijo Invierno—. Hace unos años corrieron ciertos rumores bastante desagradables sobre ese mundo, y el virrey ordenó que llevaran a cabo una investigación. Desde aquel entonces, ha mantenido una campaña de información pública para que los alderaanianos lleguen a saber toda la verdad sobre el lugar..., especialmente sobre las fábricas de especia y los trabajos forzados.

—Eso constituye el peor aspecto —dijo Bria con amargura—. En realidad no te obligan. La gente trabaja hasta morir, y lo hacen voluntariamente. Es horrible. Si dispusiera de los soldados y las armas necesarias, mañana mismo partiría hacia Ylesia con un par de escuadrones y cerraríamos para siempre ese pestilente agujero de explotación.

—Lo cual requeriría muchas tropas.

—Sí, desde luego. Ya disponen de ocho o nueve colonias, y tienen millares de esclavos. —Bria tomó un cauteloso sorbo del líquido caliente—. Bien... ¿Tienes muchas ganas de asistir a la sesión de mañana?

Invierno suspiró.

—La verdad es que no.

—No te culpo —dijo Bria—. Oír cómo nos pasamos el día entero discutiendo si una Alianza Rebelde es el curso de acción adecuado o . no tiene que resultar bastante aburrido. Tendrías que saltarte la sesión de mañana y tratar de divertirte un poco. La Ciudad de las Nubes dispone de viajes organizados para ir a contemplar los rebaños de beldones, y también hay rodeos aéreos en los que los jinetes de los thrantas exhiben sus habilidades. He oído decir que son un espectáculo realmente asombroso.

—He de ir a esa conferencia de mañana —replicó Invierno—. El ministro Dahlney me necesita.

—Por qué? —preguntó Bria, sintiéndose perpleja—. ¿Para que le proporciones apoyo moral?

Invierno sonrió levemente.

—No. Soy su registradora. Me necesita para que le ayude a preparar el informe que entregará al virrey.

—¿Su registradora?

—Sí. Recuerdo todo lo que veo, experimento o escucho —dijo Invierno—. No puedo olvidar, aunque a veces desearía poder hacerlo.

Sus hermosos rasgos se llenaron de tristeza, como si estuviera recordando alguna desagradable escena del pasado.

—De veras? —aria estaba pensando en lo útil que resultaría tener a alguien como Invierno entre su personal. Ella misma había recibido lecciones memorísticas y se había sometido al condicionamiento hipnótico para mejorar su capacidad de retentiva, porque muy poco de cuanto hacía podía ser confiado a los archivos de datos o los documentos escritos—. Tienes razón: eso hace que seas valiosísima.

—La razón por la cual dije que no me apetecía asistir a la reunión de mañana —confesó Invierno, inclinándose hacia adelante sobre la mesa—, no tiene nada que ver con el aburrimiento, comandante. Lo que quería decir es que me resulta muy duro tener que escuchar cómo Heric Dahlney insiste tozudamente en que la ética alderaaniana es más importante que derrotar al Imperio.

Bria ladeó la cabeza.

—Oh... Vaya, esto sí que es interesante. ¿Qué te hace decir eso?

—Cuando acompañé a Leia y al virrey a Coruscan con ocasión de ciertas funciones diplomáticas... —Invierno se interrumpió, y acabó sonriendo de mala gana—. Bueno, quiero decir que fui al Centro Imperial y... El caso es que vi dos veces al Emperador. En una de esas ocasiones, Palpatine se detuvo y me habló. Apenas fue más que un saludo, pero...

Invierno titubeó y se mordió el labio y, por primera vez, Bria vio desaparecer la fachada de su madurez y pudo contemplar a una niña asustada en aquellos rasgos llenos de juventud.

—Le miré a los ojos, Bria —siguió diciendo Invierno—. Y por mucho que lo intente, no puedo olvidarlos. Palpatine es realmente malvado. Hay algo extrañamente antinatural en él... —Invierno se estremeció a pesar del agradable calor del bar—. Me aterrorizó. Era... malévolo. Es la única palabra que me parece adecuada para describir a Palpatine.

—He oído ciertas historias sobre él, aunque nunca he llegado a conocerle —dijo Bria—. Le he visto desde lejos, pero eso es todo.

—Te aseguro que es mejor que no llegues a conocerle —dijo Invierno—. Esos ojos suyos... Se clavan en ti, y entonces sientes como si fueran a absorber tu espíritu y todo aquello que te convierte en lo que eres.

Bria suspiró.

—Esa es la razón por la que debemos enfrentarnos a él —dijo—. Eso es exactamente lo que quiere, Invierno: quiere absorbemos a todos..., planetas, seres inteligentes..., a todo cuanto existe. Palpatine está decidido a convertirse en el déspota más absoluto de la historia. Tenemos que enfrentarnos a él, porque si no lo hacemos nos aplastará.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo Invierno—. Y ésa es la razón por la que voy a volver a Alderaan y le diré al virrey que los alderaanianos debemos armarnos y aprender a luchar.

Bria parpadeó, visiblemente sorprendida.

—¿De veras? Pero el ministro Dahlney no opina lo mismo.

—Lo sé —dijo la joven—, y también sé que el virrey está en contra de la idea de empuñar las armas. Pero lo que te he oído decir durante los últimos días me ha convencido de que si Alderaan no lucha, seremos destruidos. Mientras el Emperador gobierne, nunca podremos llegar a conocer la verdadera paz.

—¿Y crees que Bail Organa te escuchará? —preguntó Bria, sintiendo una nueva chispa de esperanza. «Por lo menos he conseguido llegar a una persona durante estos últimos días..., y eso quiere decir que no he estado perdiendo el tiempo como creía.»

—No lo sé —replicó Invierno—. Quizá lo haga. Es un buen hombre, y respeta a aquellos que saben explicarse con claridad incluso cuando son jóvenes. Cree en resistir al Imperio. Ya ha hecho todo lo necesario para que yo y su hija recibamos adiestramiento especial en las técnicas de recogida de datos de inteligencia. Sabe que dos jovencitas aparentemente inocentes pueden ir a algunos sitios y hacer ciertas cosas que serían totalmente imposibles para unos diplomáticos experimentados.

Bria asintió.

—Sí, ya he tenido ocasión de descubrirlo personalmente —dijo—. Es una de las realidades más lamentables e infortunadas de la vida, Invierno: un rostro hermoso y una sonrisa llena de dulzura pueden proporcionarte un pasaporte de acceso a muchos lugares de la burocracia imperial y el Alto Mando allí donde otros esfuerzos estarían condenados al fracaso.

La atractiva comandante sonrió maliciosamente mientras se servía otra taza de liana de cafeína.

—Como sin duda habrás notado, el Imperio es una organización dominada por los varones y por los humanos. Y los varones de la raza humana pueden ser... manipulados... por las mujeres, en ocasiones con excesiva facilidad. Eso no me gusta, y no lo justifica, pero en este caso lo que importa son los resultados. Es algo que he aprendido a lo largo de los años.

—Aunque el virrey Organa no quiera escucharme, estoy segura de que Leia lo hará —dijo Invierno—. Insistió en que nuestro adiestramiento de inteligencia debía incluir lecciones sobre cómo usar las armas de manera efectiva. Las dos hemos aprendido a disparar, y a dar en el blanco contra el que apuntemos. Al principio al virrey no le gustaba demasiado la idea, pero después de pensárselo acabó accediendo, e incluso eligió un maestro de armas para Leia. El virrey es un hombre inteligente, y fue capaz de comprender que podían surgir situaciones en las que necesitaríamos saber cómo defendernos.

—¿Y de qué servirá convencer a la princesa? —quiso saber Bria—. Ya sé que se supone que todo el mundo la quiere, pero sigue siendo una jovencita.

—El virrey está pensando nombrarla representante de Alderaan en el senado imperial el año próximo —dijo Invierno—. No subestimes el poder del propósito o de la influencia de Leia.

—No lo haré —dijo Bria, y le sonrió—. Me alegra mucho que hayamos mantenido esta conversación. Me sentía terriblemente abatida, y me has dado nuevos ánimos. Te estoy muy agradecida.

—Soy yo quien te está agradecida, comandante —dijo Invierno—. Te agradezco que hayas dicho la verdad delante de mí. La resistencia corelliana tiene razón. Nuestra mejor esperanza es una Alianza Rebelde. Espero que algún día sea posible crearla...

Han se encontró al lado de Lando en el momento en que la fiesta posterior al torneo empezaba a perder una parte de su animación inicial, y le señaló la puerta.

—Te invito a una copa.

Lando curvó los labios en una sonrisa llena de melancolía.

—Será mejor que me invites, viejo amigo. Tienes todos mis créditos.

Han también sonrió.

—Ya te he dicho que invitaba yo. Eh... ¿Necesitas un préstamo, Lando? ¿Quieres adquirir un billete de vuelta a Nar Shaddaa en ese carguero que despegará mañana?

Lando tardó unos momentos en responder.

—Sí..., y no. Me gustaría pedirte prestados mil créditos, y siempre devuelvo los favores. Pero he decidido quedarme en Bespin durante cierto tiempo. Algunos de los jugadores que no consiguieron llegar a las finales del torneo tendrán que hacer acto de presencia en los casinos de la Ciudad de las Nubes para tratar de recuperar una parte de lo que han perdido. Eso debería serme de mucha utilidad.

Han asintió y sacó de su cartera mil quinientos créditos, que alargó a Lando.

—Tómate tu tiempo, amigo. No hay ninguna prisa.

Lando obsequió a su amigo con una sonrisa mientras iban hacia el bar.

—Gracias, Han.

—Eh, esa apuesta de sabacc se ha añadido a mis otras ganancias. Digamos que... Bueno, el caso es que puedo permitírmelo. —El corelliano se sentía físicamente muy cansado, pero estaba tan feliz y lleno de euforia que sabía que no podría dormir, o por lo menos todavía no. Tenía que seguir saboreando su victoria y su propiedad del Halcón durante un rato más—. Bueno, mañana volveré por donde he venido —añadió—. No hay razón para que me quede más tiempo por aquí, y Chewie se estará preguntando qué tal me han ido las cosas.

Lando volvió la mirada hacia el otro extremo del bar y enarcó una ceja.

—Oh, estoy viendo por lo menos dos razones para quedarse por aquí.

Han siguió la dirección de la mirada de su amigo, y vio a dos mujeres que estaban abandonando el bar por la salida del vestíbulo. Una era alta, de formas opulentas y corta melena negra, y la otra apenas era una chica, esbelta y de largos cabellos blancos. Han meneó la cabeza.

—Nunca te das por vencido, ¿eh, Lando? La alta tiene el tipo de un luchador de gravedad cero y podría partirte por la mitad con una sola mano, y la otra es una invitación ambulante a visitar una hermosa celda por tratar de corromper a una menor.

Lando se encogió de hombros.

—Bueno, si no pueden ser esas dos, entonces hay montones de damas hermosas en la Ciudad de las Nubes. Y quiero averiguar qué tal andan los negocios por aquí. Creo que este sitio me gusta, Han.

Han dirigió una sonrisa maliciosa a su amigo.

—Como quieras. En cuanto a mí, ardo en deseos de llegar a casa y subir a mi nave para salir a dar una vuelta por el espacio. —Hizo una seña al camarero-robot—. ¿Qué te apetece tomar, amigo mío?

Lando puso los ojos en blanco.

—Un Polanis tinto para mí, y una generosa ración de veneno para ti.

Han se echó a reír.

—Bien... ¿Y adónde irás primero en tu nueva nave? —preguntó Lando.

—Voy a ser fiel a una promesa que le hice a Chewie hace ya cosa de tres años y lo llevaré a ver a su familia en Kashyyyk —replicó Han—. Disponiendo del Halcón, debería poder esquivar a todas esas patrullas imperiales sin ninguna dificultad.

—¿Cuánto tiempo lleva Chewie sin ir a Kashyyyk?

—Casi cincuenta y tres años —dijo Han—. Durante ese tiempo pueden haber ocurrido muchas cosas. Dejó allí a un padre, unos primos y una hermosa wookie. Ya va siendo hora de que vuelva a casa y se entere de qué tal les han ido las cosas.

—¿Cincuenta años? —Lando meneó la cabeza—. No conozco a ninguna mujer humana que fuera capaz de esperarme durante cincuenta años...

—Lo sé —dijo Han—. Y al parecer, Chewie nunca consiguió entenderse demasiado bien con Mallatobuck. Le advertí que más le vale esperarse encontrarla casada y convenida en una abuela.

Lando asintió, y cuando llegaron las copas alzó la suya en un brindis. Han levantó su vaso de cerveza alderaaniana.

—Por el Halcón —dijo Lando—. Es el montón de chatarra más veloz de toda la galaxia, y ahora tendrás que cuidar de él.

—Por el Halcón —coreó Han—. Mi nave... Que pueda volar deprisa y en libertad, y que consiga dejar atrás a todos los navíos imperiales del universo.

Los dos amigos hicieron entrechocar solemnemente sus vasos y después bebieron al unísono.

En Nal Hutta hacía un día muy cálido pero, pensándolo bien, prácticamente todos los días de Nal Hutta eran muy cálidos. Nal Hutta era un mundo tórrido, lluvioso, húmedo y contaminado. En huttés, «Nal Hutta» significaba «Joya gloriosa».

Pero había un hutt que estaba demasiado absorto en su unidad holográfica para enterarse del tiempo que hacía. Durga, el nuevo líder del clan Besadii desde la prematura muerte de Aruk, su padre, hacía seis meses, sólo tenía ojos y atención para la imagen holográfica de tamaño natural proyectada en su despacho.

Dos meses después de la muerte de Aruk, Durga había contratado a un equipo de los mejores expertos forenses del Imperio para que acudieran a Nal Hutta y llevaran a cabo una rigurosa autopsia sobre el hinchado cadáver de su padre. Había hecho congelar a Aruk y luego había ordenado que fuera envuelto en un campo de éntasis, porque Durga estaba convencido de que su padre no había muerto de causas naturales.

Cuando los examinadores llegaron, dedicaron varias semanas a tomar muestras de todas las clases de tejidos que encontraron en el gigantesco cadáver del líder hutt, y después empezaron a someterlos a largas series de pruebas. Sus primeros resultados no habían arrojado ninguna luz sobre las causas de la muerte, pero Durga insistió en que siguieran investigando..., y Durga era quien pagaba, por lo que los especialistas forenses hicieron lo que les ordenaba.

Y en aquel momento Durga estaba contemplando la imagen de Myk Bidlor, el líder del equipo de especialistas forenses, que iba cobrando cohesión ante él. Bidlor era humano, un varón de piel clara, constitución esbelta y cabellos de un rubio casi blanquecino. Llevaba una bata de laboratorio que ocultaba sus ropas arrugadas. Cuando Bidlor vio que la imagen de Durga se formaba ante él, se apresuró a saludar al gran señor hutt con una pequeña reverencia.

—Excelencia... Hemos recibido los resultados de la última serie de pruebas llevadas a cabo sobre las muestras de tejidos que llevamos a Coruscant..., quiero decir al Centro Imperial.

Durga agitó impacientemente una manecita delante de Bidlor y se dirigió a él en básico.

—Llevas mucho retraso. Esperaba tu informe hace dos días. ¿Qué has averiguado?

—Lamento que los resultados de las pruebas hayan sufrido un cierto retraso, excelencia —se disculpó Bidlor—. Pero esta vez, y a diferencia de lo que había ocurrido durante nuestras series de pruebas anteriores, hemos descubierto algo que creo os parecerá muy interesante. De hecho, se trata de algo totalmente inesperado y que carece de precedentes. Tuvimos que ponernos en contacto con especialistas de Wyveral, y en estos momentos están intentando descubrir en qué lugar fue manufacturado. El factor de morbilidad ha resultado muy difícil de comprobar, dado que no disponemos de cantidades puras, pero no nos damos por vencidos, y cuando examinamos los distintos recuentos orgánicos del espécimen...

Durga dejó caer su manecita sobre una mesa cercana, golpeándola con tanta violencia que la tiró al suelo.

—¡Ve al grano de una vez, Bidlor! ¿Mi padre murió de muerte natural o fue asesinado?

El científico respiró hondo antes de hablar.

—No puedo asegurarlo, excelencia. Lo que sí puedo deciros es que hemos descubierto una sustancia muy rara concentrada en los tejidos del cerebro del noble Aruk. La sustancia no es natural. Ninguno de los investigadores de mi equipo se había encontrado con ella anteriormente, y todavía estamos llevando a cabo ciertas pruebas para descubrir sus propiedades.

El rostro de Durga, oscurecido por la marca de nacimiento, se volvió todavía más feo al intensificarse su fruncimiento de ceño. —Lo sabía —dijo.

Myk Bidlor alzó una mano en un gesto de advertencia.

—Noble Durga, por favor... Permitid que terminemos nuestras pruebas y exámenes. Seguiremos con nuestro trabajo, y volveremos para informar tan pronto como tengamos algunas conclusiones definitivas que comunicar.

Durga agitó una mano delante del experto forense, como quitando importancia a sus palabras.

—Muy bien. Asegúrate de informarme inmediatamente en cuanto hayas descubierto a qué tenemos que enfrentarnos.

Bidlor se inclinó ante él.

—Podéis estar seguro de que así lo haré, noble Durga.

El hutt cortó la conexión con una maldición murmurada en voz baja.

Durga no era el único hutt de Nal Hutta que se sentía profundamente desgraciado. Jabba Desilijic Tiure, segundo al mando del poderoso clan Desilijic, estaba tan deprimido como disgustado.

Jabba había pasado toda la mañana con su tía Jiliac, la líder del clan, en un esfuerzo desesperado por concluir el informe final sobre las pérdidas que el intento imperial de destruir Nar Shaddaa y subyugar Nal Hutta había infligido al clan Desilijic. El ataque imperial había fracasado, básicamente debido a que Jabba y Jiliac habían conseguido sobornar al almirante imperial, pero aun así transcurriría mucho tiempo antes de que las actividades comerciales de Nar Shaddaa volvieran a la normalidad.

Nar Shaddaa era una luna de grandes dimensiones que orbitaba Nal Hutta. Nar Shaddaa también era conocida como «la Luna de los Contrabandistas», y esa denominación resultaba muy adecuada, porque la mayoría de sus habitantes vivían allí únicamente debido a que estaban relacionados con el comercio ilegal que pasaba por Nar Shaddaa cada día. Tráfico de especia, de armamento, de tesoros y antigüedades robadas... Nar Shaddaa veía todo eso y muchas cosas más.

—El tráfico ha disminuido en un cuarenta y cuatro por ciento, tía —dijo Jabba mientras sus dedos, comparativamente pequeños y delicados, se deslizaban expertamente sobre el cuaderno de datos—. Cuando ese tres veces maldito Sarn Shild lanzó su ataque perdimos tantas naves, tantos capitanes y tripulaciones... Nuestros compradores de especia se han estado quejando de que ya no podemos suministrarles el producto de la forma en que solíamos hacerlo antes. Incluso Han Solo perdió su nave, y es nuestro mejor piloto.

Jiliac alzó la mirada hacia su sobrino.

—Han Solo ha estado pilotando nuestras naves desde el ataque, sobrino.

—Lo sé, pero la mayoría de nuestras naves son modelos bastante antiguos, tía. Eso quiere decir que no son muy rápidas. Y en nuestro negocio, el tiempo es igual a créditos. —Jabba hizo otro cálculo, y después emitió un sonido lleno de exasperación—. Nuestros beneficios de este año serán los más bajos de la última década, tía.

Jiliac replicó con un tremendo eructo. Jabba alzó la mirada y vio que su tía estaba volviendo a comer, engullendo rápidamente una pasta de alto contenido energético que esparcía sobre las espaldas de sus orugas del pantano antes de introducirlas en su enorme boca. Desde que quedó embarazada el año pasado, Jiliac había estado pasando por uno de los típicos estallidos de crecimiento de los hutts, algo que les ocurría varias veces a la mayoría de hutts adultos durante sus años de madurez.

En el espacio de un año, Jiliac había aumentado sus dimensiones en una tercera parte con respecto a las que tenía antes de su embarazo.

—Será mejor que tengas cuidado —le advirtió Jabba—. El otro día esas orugas te produjeron una indigestión terrible. ¿Lo recuerdas, tía? Jiliac volvió a eructar.

—Tienes razón. No debería comer tantas..., pero el bebé necesita mucho alimento.

Jabba suspiró. El bebé de Jiliac todavía pasaba una gran parte del tiempo dentro de la bolsa de su madre. Los bebés hutts dependían de su madre para toda su nutrición durante el primer año de sus vidas.

—Estamos recibiendo un mensaje de Ephant Mon —dijo Jabba al ver que el indicador de mensajes estaba parpadeando en su unidad de comunicaciones. El joven hutt se apresuró a examinar el comunicado—. Me dice que debería volver a Tattoine. Estoy seguro de que está defendiendo mis intereses lo mejor que puede, pero la dama Valarian está sabiendo aprovechar mi prolongada ausencia para tratar de introducirse en mi territorio.

Jiliac volvió sus bulbosos ojos hacia su sobrino.

—Si tienes que hacerlo, entonces vete. Pero asegúrate de que el viaje dure lo menos posible, sobrino, porque dentro de diez días te necesitaré para que te encargues de supervisar la conferencia con los representantes del clan Desilijic de los Mundos del Núcleo.

—El caso es que creo que te convendría ocuparte personalmente de eso, tía. Has perdido el contacto con esos representantes —observó Jabba.

Jiliac dejó escapar un delicado eructo y luego bostezó.

—Oh, planeo asistir. Pero el bebé es tan exigente, sobrino... Necesitaré que estés allí para que te ocupes de todo cuando yo deba descansar.

Jabba abrió la boca para protestar, pero no llegó a decir ni una palabra. ¿Para qué hubiese servido? Jiliac sencillamente ya no se interesaba por los asuntos del clan de la forma en que lo había hecho antes de la maternidad. Probablemente fuese algo hormonal...

Jabba ya llevaba meses intentando remediar las pérdidas que el kajidic del clan Desilijic había sufrido durante la batalla de Nar Shaddaa. Estaba empezando a hartarse de dejarse el hombro —figuradamente hablando por supuesto, ya que en realidad los hutts no tenían hombros— en la agotadora tarea de dirigir el clan Desilijic.

—Esta nota debería interesarte, tía —dijo Jabba, examinando otro mensaje—. Las reparaciones de tu yate ya están terminadas. El Perla de Dragón vuelve a estar en condiciones de funcionar.

En los viejos tiempos la primera pregunta de Jiliac habría sido ¿Cuánto han costado?», pero su tía no lo preguntó. El dinero había dejado de ser su principal interés en la vida.

El yate de Jiliac había caído en manos de algunos de los defensores de Nar Shaddaa y había sufrido daños considerables en el transcurso de la batalla. Durante largo tiempo Jabba y su tía dieron por completamente perdida a la nave, pero entonces un contrabandista hutt la encontró flotando a la deriva entre los cascos abandonados dispersos en órbita alrededor de la Luna de los Contrabandistas.

Jabba ordenó que el Perla fuese remolcado hasta un muelle espacial y posteriormente gastó una considerable cantidad de dinero en sobornos, pero nunca consiguió descubrir cuál de los contrabandistas había robado el yate y lo había usado durante la batalla.

En los viejos tiempos, reflexionó Jabba con tristeza, las noticias sobre su preciosa nave habrían sido la máxima prioridad para su tía. Pero el Perla de Dragón había sufrido daños porque Jiliac se olvidó de ordenar que la nave fuera puesta a buen recaudo en Nal Hutta antes de la batalla. Jabba había atribuido su olvido a ‘las tensiones de la maternidad’.

Bueno, pues las ‘tensiones de la maternidad’ le habían costado más de cincuenta mil créditos en reparaciones al clan Desilijic, y todo por la única razón de que Jiliac había cometido un descuido imperdonable.

Jabba suspiró y alargó distraídamente la mano hacia una de las orugas del acuario de aperitivos de su tía. Oyó un resoplido seguido por un potente gruñido nasal, y un instante después giró sobre sus talones para ver que los enormes ojos de Jiliac estaban cerrados y su boca permanecía entreabierta mientras roncaba.

Jabba dejó escapar un segundo suspiro, y decidió volver a su trabajo.

Esa misma noche, Durga el Hutt estaba cenando con su primo Zier. Durga nunca había sentido demasiado aprecio por él, y sabía que el otro noble hutt era su gran rival en el liderazgo del clan Besadii, pero toleraba su presencia porque Zier sabía que oponerse a Durga de una forma abierta hubiese constituido una locura. Recordando el consejo de Aruk de “mantener cerca a tus amigos..., y todavía más cerca a tus enemigos”, Durga había convertido informalmente a Zier en su lugarteniente, y le había confiado ciertos asuntos relacionados con la administración de las vastas empresas que el clan Besadii controlaba en Nal Hutta.

Aun así, Durga limitaba al máximo su grado de libertad, y no confiaba en Zier. Los dos hutts estaban practicando una complicada esgrima verbal mientras cenaban, y cada uno observaba al otro de la forma en que un depredador contempla a su presa.

Durga se estaba llevando un bocado particularmente apetitoso a la boca cuando su mayordomo, un humanoide pálido y servil procedente de Chevin, entró en el comedor.

—Han enviado un mensaje, amo. Dentro de unos minutos recibiréis una transmisión holográfica muy importante procedente de Coruscan. ¿Deseáis que la pasemos aquí?

Durga le lanzó una rápida mirada a Zier.

—No. La recibiré en mi despacho.

Siguió a Osman, el mayordomo cheviniano, con una rápida ondulación hasta que llegó a su despacho. La luz indicadora de la conexión estaba empezando a destellar. «¿Será Myk Bidlor con nuevas noticias sobre la sustancia que han encontrado en los tejidos cerebrales de mi padre?», se preguntó el hutt. Su conversación con el humano le había dejado la clara impresión de que transcurriría algún tiempo, quizá meses, antes de que los forenses completaran su investigación.

Durga hizo salir al humanoide cheviniano de la habitación con un gesto de la mano después de que el mayordomo hubiese vuelto a inclinarse ante él, y activó las cerraduras de seguridad, introdujo el código del campo de frecuencia protegida y luego aceptó la comunicación.

Una humana rubia de tamaño casi natural se materializó delante de él. Durga no estaba muy familiarizado con los patrones de atractivo humanos, pero aun así pudo ver que la mujer era delgada y parecía hallarse en excelentes condiciones físicas.

—Saludos, noble Durga —dijo la humana—. Soy Guri, la secretaria particular del príncipe Xizor. El príncipe desearía hablaros personalmente.

«¡Oh, no!» Si Durga fuese humano, habría empezado a sudar. Pero los huta no sudaban, aunque sus poros secretaban una sustancia aceitosa que mantenía su piel agradablemente húmeda y resbaladiza.

Además Aruk no había traído al mundo a un idiota, por lo que Durga mantuvo cuidadosamente oculta su preocupación. Lo que hizo fue inclinar su cabeza en un movimiento lo más cercano a una reverencia humanoide que podía esperarse de un hutt.

—El príncipe me honra.

La figura de Guri se desplazó hacia un extremo del campo de transmisión desplegado delante de los ojos de Durga, y fue sustituida casi al instante por la alta e imponente silueta de Xizor, el príncipe falleen que se había convenido en líder de un enorme imperio criminal conocido como el Sol Negro.

El pueblo de Xizor, los falleens, descendían de una especie de reptiles, aunque el aspecto del príncipe no podía ser más humanoide. Su piel tenía un claro matiz verdoso, y sus ojos eran más bien inexpresivos. Su cuerpo era esbelto y musculoso, y aparentaba tener treinta y pocos años (aunque Durga sabía que su edad estaba mucho más cerca de los cien). El cráneo de Xizor se hallaba desnudo salvo por una larga coleta de cabellos negros que le llegaba hasta los hombros. El príncipe llevaba una chaqueta muy cara sobre un traje de una sola pieza que recordaba el típico mono de vuelo de los pilotos espaciales.

Mientras Durga observaba a Xizor, el líder del Sol Negro inclinó la cabeza en un saludo casi imperceptible.

—Saludos, noble Durga. Han transcurrido varios meses desde la última vez en que tuve noticias vuestras, por lo que pensé que debía averiguar si todo os iba bien. ¿Qué tal le van las cosas al clan Besadii después de la prematura y lamentable muerte de vuestro estimado padre?

—Todo va bastante bien, alteza —dijo Durga—. Os aseguro que vuestra ayuda ha sido muy agradecida.

Cuando Durga consiguió asumir el liderazgo del clan Besadii, tuvo que enfrentarse a una oposición tan enconada por parte de otros líderes del clan —principalmente debido a la infortunada marca facial del joven hutt, que las tradiciones de su pueblo consideraban constituía un presagio extremadamente malo—, que se vio obligado a pedir ayuda al príncipe Xizor. Una semana después de su petición, los tres principales oponentes y detractores de Durga habían muerto en accidentes “no relacionados” Después de aquello, la oposición había guardado silencio.

Durga había pagado su ayuda a Xizor, pero la tarifa del príncipe fue tan modesta —y, de hecho, tan inferior a lo que esperaba el joven hutt— que el heredero de Aruk supo que volvería a establecer contacto con el Sol Negro.

—Poder proporcionar la asistencia que necesitabais supuso un auténtico placer para mí, noble Durga— dijo Xizor, separando las manos en un gesto que transmitía sinceridad. Durga no tuvo que hacer ningún esfuerzo para poder creer que el príncipe estaba siendo sincero, ya que el nuevo líder del clan Besadii sabía desde hacía mucho tiempo que el Sol Negro aceptaría encantado cualquier ocasión de poder introducirse en el espacio hutt—. Y debo decir que es mi más humilde deseo que tengamos motivos que nos obliguen a volver a colaborar el uno con el otro.

—Quizá así sea, alteza —dijo Durga—. Pero en estos momentos la dirección de los negocios de mi clan ocupa todas mis horas, y apenas si me queda tiempo para nada que no esté directamente relacionado con Nal Huta.

—Ah, pero seguramente dispondréis de tiempo que dedicar a los intereses ylesianos del clan Besada —dijo Xizor, como si se estuviera limitando a reflexionar en voz alta—. Una operación tan impresionante y de un nivel de eficiencia tan elevado, y además organizada en un período de tiempo tan comparativamente corto... Es un logro realmente impresionante.

Durga sintió cómo su estómago se contraía alrededor de su cena. «Con que esto es lo que quiere Xizor —pensó—. Ylesia, ¿eh? Quiere una parte de los beneficios ylesianos...»

—Por supuesto, alteza —dijo—. Ylesia es esencial para los negocios del clan Besadii, y me tomo muy en serio mis deberes hacia nuestras actividades ylesianas.

—Eso no me sorprende en lo más mínimo, noble Durga —dijo el príncipe falleen—. Es precisamente lo que esperaba de vos. Vuestro pueblo se parece al mío en la eficiencia con la que dirige sus negocios. En eso, si se me permite ser franco, nos encontramos muy por encima de muchas de las otras especies que se enorgullecen de su capacidad para los negocios..., como los humanos, por ejemplo. Todos sus tratos están teñidos por la emoción, y son incapaces de actuar de una manera racional y analítica.

—Cieno, alteza —dijo Durga—. Tenéis toda la razón.

—Y sin embargo, nuestros dos pueblos otorgan mucha importancia a los vínculos familiares —dijo Xizor después de un momento de silencio.

«En nombre de todos los moradores del espacio, ¿adónde quiere ir a parar?», se preguntó Durga. El noble hutt tenía la sensación de estar dando vueltas en el vacío, y eso resultaba enormemente irritante para él.

—Sí, alteza, eso también es verdad —admitió Durga pasados unos momentos, asegurándose de hablar en un tono de voz lo más neutral posible.

—Mis fuentes me han revelado que tal vez necesitéis cierta ayuda para descubrir la verdad oculta tras la muerte de vuestro padre, noble Durga —dijo Xizor—. Al parecer han salido a la luz ciertas... irregularidades.

«¿Cómo ha podido enterarse tan deprisa de los resultados del informe forense?», se preguntó Durga, y después se administró una silenciosa reprimenda mental. Estaba hablando con el líder del Sol Negro, la mayor organización criminal de toda la galaxia. De hecho, era posible que ni siquiera el emperador Palpatine dispusiese de una red de espionaje más eficiente.

—Mi gente está llevando a cabo ciertas investigaciones, alteza —replicó cautelosamente—. Si necesito ayuda os lo haré saber, pero me complace enormemente que deseéis ayudarme a resolver mis problemas.

Xizor inclinó la cabeza en un movimiento lleno de respeto.

—La familia debe ser honrada y las deudas deben ser pagadas, noble Durga..., y cuando es necesario, la venganza tiene que ser rápida. Estoy seguro de que mis fuentes podrían seros de gran ayuda— añadió, mirándole a los ojos—. Permitidme ser franco, noble Durga. Los intereses que el Sol Negro tiene en el Borde Exterior no están siendo atendidos con toda la eficiencia debida. Me parece que deberíamos aliarnos con los dueños naturales de esa región del espacio, los hutts. Y me resulta evidente que vos, noble Durga, sois la nueva estrella de Nal Hutta.

Durga no se sintió halagado por las palabras de Xizor, y tampoco las encontró excesivamente tranquilizadoras. El joven hutt no pudo evitar acordarse de una conversación que había mantenido con su padre. El príncipe Xizor se había puesto en contacto con Aruk varias veces durante las dos últimas décadas, y le había hecho ofertas similares al líder del clan Besadii. Aruk sabía que no debía hacer nada que despertase las iras de Xizor, pero tampoco quería convertirse en uno de los lugartenientes del príncipe falleen o, como los llamaba Xizor, en uno de sus «vigos».

—El poder del Sol Negro es altamente seductor, hijo mío —le había dicho Aruk—. Pero ten mucho cuidado con él, pues mientras el príncipe Xizor viva, quien empiece a andar por ese camino jamás podrá abandonarlo. En ciertos aspectos, resultaría más fácil decirle que no al mismísimo Emperador. Dale un kilómetro al Sol Negro y se tomará un parsec. Recuerda esto, Durga.

«No lo he olvidado», pensó Durga, y clavó la mirada en la imagen holográfica.

—Pensaré en vuestras palabras, príncipe Xizor —dijo—. Pero por el momento, las costumbres de los hutts exigen que prosiga mis investigaciones y mi posible venganza enfocándolas como una meta sagrada..., y solitaria.

Xizor volvió a inclinar la cabeza.

—Lo entiendo, noble Durga. Cuando hayáis dispuesto de tiempo para pensar en mi proposición, aguardaré vuestras noticias.

—Gracias, alteza —dijo Durga—. Vuestro interés me honra, y vuestra amistad me complace.

Los labios de Xizor se curvaron por primera vez en una tenue sonrisa, y después extendió la mano y cortó la conexión.

Durga permitió que su cuerpo se encorvara sobre el sofá en cuanto la imagen holográfica del príncipe se hubo desvanecido. Aquella sesión de esgrima con el príncipe falleen le había dejado exhausto, pero aun así se felicitó a sí mismo por haber sabido mantenerse a su altura.

«Ylesia... Quiere participar en el negocio de Ylesia», pensó. Bueno, Xizor podía desearlo con todas sus fuerzas, pero desear no era lo mismo que conseguir, como no tardan en descubrir todos los niños de cualquier especie inteligente.

«Si Xizor supiera que he autorizado la creación de otra colonia en Ylesia, y que he enviado equipos de exploración a Nyrvona para que empiecen a elegirla mejor localización para un nuevo planeta de peregrinos, se habría mostrado el doble de impaciente», pensó. Durga volvió a alegrarse de haber decidido mantener en silencio sus ambiciones sobre la nueva expansión del clan Besadii.

Un instante después tuvo una repentina visión de todo un puñado de Ylesias, mundos en los que la especia era convertida en beneficio puro por cuadrillas de peregrinos extáticos y felices. "Quizá incluso podría expandir el negocio a los Mundos del Núcleo —pensó—. Palpatine no intentaría detenerme, porque otorga un gran valor a los esclavos que vendo a sus esbirros..»

El joven hutt sonrió y se deslizó de regreso a su cena interrumpida, siendo repentinamente consciente de que había recuperado todo el apetito perdido.

Muy lejos de allí, en el Centro Imperial, e] príncipe Xizor dio la espalda a su unidad de comunicaciones.

—Ese hutt no sólo es muy astuto, sino que además también parece ser elocuente —le comentó a Guri, su androide asesina de réplica humana—. Durga está demostrando ser un desafío más grande de lo que me había esperado.

La ARH —que tenía la apariencia de una mujer humana asombrosamente hermosa— respondió con un movimiento casi imperceptible de una mano. El significado —y la amenaza— de su gesto resultaron inconfundibles pese a todo.

—¿Y por qué no eliminarlo, príncipe mío? Sería muy fácil de hacer...

Xizor asintió.

—Ya sé que ni siquiera el grueso pellejo de un hutt supondría un desafío para ti, Guri —dijo—, Pero matar a un oponente potencial nunca resulta tan eficiente y efectivo como convertirlo en un fiel subordinado.

—Todos los informes indican que por el momento el grado de control de su clan y de su kajidic alcanzado por el joven gran señor hutt sigue siendo bastante tenue, príncipe mío —dijo Guri—. ¿No creéis que Jabba podría ser un candidato preferible?

Xizor meneó la cabeza.

—Jabba me ha sido de utilidad en el pasado —dijo—. Hemos intercambiado información, la mayor parte de la cual ya me era conocida, desde luego, y además le he hecho unos cuantos favores. Preferiría que estuviera comprometido conmigo, porque de esa manera podía elegir el momento en el que le obligaría a devolverme dichos favores y entonces se vería obligado a devolvérmelos con un considerable... entusiasmo. Jabba respeta al Sol Negro. También lo teme, aunque jamás lo admitirá.

Guri asintió. Casi todos los habitantes de la galaxia dotados de un mínimo de sentido común —y que sabían algo sobre el Sol Negro, cuya existencia era ignorada por la inmensa mayoría de seres inteligentes— temían al Sol Negro.

—Y además Jabba es demasiado... independiente, y está excesivamente acostumbrado a salirse con la suya —siguió diciendo Xizor con expresión pensativa—. Por otra parte, Durga es igual de inteligente y, a diferencia de Jabba, todavía es lo suficientemente joven para poder ser... moldeado de manera efectiva hasta llegar a convertirlo en lo que deseo hacer de él. Supondría una adición muy valiosa al Sol Negro. Los hutts son implacables y codiciosos, lo cual quiere decir que son los colaboradores ideales.

—Entendido, príncipe mío —replicó Guri sin perder la calma.

Guri nunca perdía la compostura. Después de todo, era una creación artificial, aunque se encontraba muy por encima de los torpes y ruidosos androides en los que pensaba la mayoría de la gente cuando pensaba en los androides, de la misma manera en que el príncipe Xizor se encontraba infinitamente por encima de las criaturas reptantes que eran sus lejanos primos evolutivos.

Xizor fue hacia su sillón amoldable y se dejó caer en él, estirándose casi lánguidamente mientras la estructura se apresuraba a adaptarse a cada uno de sus movimientos. El príncipe deslizó con expresión pensativa un dedo terminado en una afilada uña a lo largo de su mejilla, asegurándose de que la garra apenas rozaba su piel verdosa.

—El Sol Negro necesita introducirse en el espacio de los hutts, y Durga es mi mejor posibilidad de conseguirlo. Además... Bueno, el clan Besadii controla Ylesia y esa operación, aunque pequeña en escala si se la compara con la mayoría de actividades del Sol Negro, ha conseguido impresionarme. El noble Aruk era un viejo hutt terriblemente astuto. Jamás hubiese aceptado trabajar para mí..., pero las cosas tal vez acaben siendo distintas con su hijo.

—¿ Cuál es vuestro plan, príncipe mío? —preguntó Guri.

—Permitiré que Durga disponga del tiempo necesario para comprender hasta qué punto necesita al Sol Negro —replicó Xizor—. Quiero que las investigaciones sobre la muerte de Aruk ordenadas por Durga sean sometidas a una estrecha vigilancia, Guri. Quiero que nuestros agentes le lleven una considerable ventaja a Durga en lo referente a enterarse de los descubrimientos del equipo de forenses. Deseo saber cómo murió Aruk antes que nuestro joven hutt.

Guri asintió.

—Como deseéis, príncipe mío.

—Y si los descubrimientos del equipo de forenses de Durga permiten establecer una conexión con el asesino de Aruk, que muy probablemente habrá sido Jiliac o Jabba, entonces quiero que esa conexión sea eliminada de la forma más sutil posible. No quiero que Durga comprenda que está siendo obstaculizado deliberadamente en su búsqueda del asesino de su padre. ¿Ha quedado claro?

—Sí, príncipe mío. Todo se hará como deseáis.

—Excelente. —Xizor parecía complacido—. Dejemos que Durga juegue a los detectives durante unos meses si le apetece..., e incluso podemos permitir que se entretenga en ello durante un año. Que persiga su viscosa cola. La frustración irá aumentando poco a poco, hasta que llegará un momento en el que aceptará encantado la posibilidad de unir su suerte, y un buen porcentaje de las actividades de Ylesia, al destino del Sol Negro.

Han Solo llegó a su minúsculo apartamento de Nar Shaddaa a primera hora de la mañana para encontrarse con que el abigarrado surtido de habitantes de su morada todavía estaba durmiendo. Pero el sueño no duró demasiado tiempo.

—¡Eh, despertad todos! —aulló el corelliano—. ¡Chewie! ¡Jarik! ¡Despertad de una vez! ¡He ganado! ¡Mirad esto!

Han echó a correr a través del apartamento, gritando y agitando un fajo de certificados de crédito lo suficientemente grueso para asfixiar a un bantha.

Han y Chewie compartían su nada acogedor refugio con su joven amigo Jarik y un viejo androide llamado CéCé que Han le había «ganado» a Mako Spince durante una reciente partida de sabacc. Pero después de llevar un par de meses soportando la compañía de CéCé, Han empezaba a estar seguro de que Mako, quien tenía mucha experiencia en los juegos de cartas, había «preparado» aquella baraja para asegurarse de que perdía.

Como androide doméstico, CéCé había demostrado ser más bien una molestia tartamudeante y temblorosa que una ayuda. Han había acabado tan harto de sus esfuerzos para limpiar el apartamento que en varias ocasiones había pensado seriamente en tirar la antigualla al cubo de la basura más cercano, pero nunca había llegado a hacerlo. Finalmente, un Han muy disgustado ordenó a CéCé que «lo dejara todo tal como estaba».

Jarik «Solo» era un joven de la calle de las profundidades de Nar Shaddaa. Hacía cosa de un año se había presentado a Han como un pariente lejano. Resultaba obvio que sentía un inmenso respeto hacia Han, quien era conocido como uno de los pilotos más prometedores de toda la zona. Jarik era un joven apuesto e impulsivo, y a Han le recordaba un poco a él mismo cuando estaba a punto de cumplir veinte años. Han había hecho investigar las afirmaciones de Jarik, y había acabado sacando a relucir la verdad: Jarik tenía tan poco derecho a utilizar el apellido «Solo» como Chewie. Pero cuando Han por fin estuvo seguro de que no se hallaban unidos por ningún parentesco y de que Jarik mentía, ya se había acostumbrado a la presencia del chico. Esa era la razón por la que le había permitido seguir cerca de ellos e incluso volar con ellos, y Jarik había acabado resultando ser un artillero bastante bueno.

A pesar de los temores del joven, Jarik había demostrado su valor en la batalla de Nar Shaddaa, donde derribo varios cazas TIE y ayudó a Han, Lando y Salla Zend a obtener la victoria final. Como consecuencia de ello, Han nunca le había dicho que conocía la verdad. Jarik necesitaba tener una sensación de identidad incluso si ésta era falsa, y Han estaba dispuesto a permitir que el chico tomara «prestado» su apellido.

Y mientras corría de un lado a otro de su apartamento, Han estaba rebotando en las paredes de pura excitación y veía cómo sus todavía adormilados amigos venían hacia él.

—¡Despertad de una vez! —gritó—. ¡He ganado, chicos! ¡Y le he ganado el Halcón a Lando!

Al oír aquellas noticias tan emocionantes, Chewie soltó un rugido, Jarik prorrumpió en vítores y el pobre CéCé quedó tan confundido por toda aquella excitación que los sistemas del venerable androide sufrieron un cortocircuito y tuvieron que ser reinicializados. Después de una ronda de felicitaciones y palmadas en la espalda, Han, Chewie y Jarik fueron inmediatamente al depósito de naves espaciales usadas de Lando, con el certificado entregado por su dueño en la mano.

Después de que las formalidades del cambio de propiedad hubieran sido procesadas, Han dio un paso hacia atrás y se dedicó a contemplar el Halcón Milenario.

—Eres mío... —murmuró, y sonrió hasta que le dolió la cara.

La mente del corelliano empezó a llenarse de planes para reparar y poner a punto el Halcón. Había tantas cosas que quería hacer, y estaba tan impaciente por modificarlo para poder convertirlo en la nave de sus sueños... ¡Y gracias al torneo de sabacc, por fin disponía de los créditos necesarios para ello!

Para empezar, tenía intención de conseguir que Shug y Salla le ayudaran a recuperar las planchas de blindaje militar que recubrían los restos del Liquidador, un crucero pesado que había acabado convirtiéndose en una de las bajas de la batalla de Nar Shaddaa. El casco desprovisto de aire seguía flotando a la deriva por entre la chatarra espacial que orbitaba la Luna de los Contrabandistas. Un blindaje de mejor calidad era una de las prioridades más urgentes, desde luego. Han no quería que lo que le había ocurrido al Bija acabara ocurriéndole también al Halcón.

Además, quería conseguir un cañón desintegrador que pudiera descender desde la quilla de la nave. A veces el contrabando podía llegar a volverse francamente arriesgado, y en esas ocasiones era necesario contar con una salida rápida. Cuando eso ocurría, una salida rápida protegida por un poco de fuego de cobertura era todavía mejor.

Sí, y también introduciría todas las mejoras posibles en el hiperimpulsor del Halcón, e instalaría un cañón desintegrador ligero debajo de la proa. ¿Lanzadores de proyectiles de demolición? También, sin duda. Y quizá trasladaría las torretas de los láser cuádruples para que estuvieran la una encima de la otra y en el lado derecho de la nave. ¿Un blindaje más grueso, quizá?

Han siguió inmóvil junto a sus amigos, contemplando su nave mientras soñaba en todo lo que podría hacerle y en lo que podría llegar a hacer con ella. Su mente estaba totalmente absorta en la larga tarea de modificar el YT–1300 hasta convertirlo en la nave perfecta, el vehículo ideal para un contrabandista como Han.

—Compartimientos falsos —murmuró.

—¿Qué? —Jarik se volvió hacia él—. ¿Qué has dicho, Han?

—He dicho que voy a incorporar algunos falsos compartimientos debajo de la cubierta, chico —respondió Han, deslizando un brazo por encima de sus hombros mientras dirigía una sonrisa a Chewbacca—. Y adivina a quién le tocará ayudarme...

Jarik le devolvió la sonrisa.

—¡Estupendo! ¿Cuál será tu primer cargamento?

Han reflexionó durante unos momentos antes de responder. —Nuestro primer destino será Kashyyyk. Me parece que una buena carga de proyectiles explosivos para arcos de energía debería tener muy buena salida allí. ¿Qué opinas, Chewie?

Chewbacca expresó su acuerdo de una manera tan prolongada como ruidosa. Saber que iba a volver a casa hizo que el wookie se sintiera más emocionado por la perspectiva de viajar a bordo del Halcón de lo que Han le había visto nunca anteriormente.

Dos días después, con los nuevos compartimientos instalados debajo de la cubierta del Halcón repletos de contrabando, Han Solo hizo despegar su nave del granero espacial de Shug Ninx y la dirigió hacia las alturas, disfrutando con la rápida aceleración del Halcón Milenario. Chewie estaba sentado junto a él en el asiento del copiloto, y Jarik les acompañaba en calidad de artillero. Han esperaba no tropezarse con las patrullas imperiales, pero tenía intención de estar preparado para luchar en el caso de que no le quedase más remedio que hacerlo.

Kashyyyk era un «protectorado» imperial (es decir, un mundo esclavo). Los imperiales habían conseguido pacificar a los habitantes, aunque mantenían reducidas al mínimo sus incursiones en las ciudades y hogares de los wookies, y siempre las llevaban a cabo en grupos numerosos y fuertemente armados. Los wookies eran famosos por su temperamento altamente apasionado y su tendencia a actuar de manera impulsiva.

Han consiguió esquivar las patrullas imperiales y mantenerse fuera del radio de detección de cualquier satélite sensor mientras se iba aproximando a la esfera verde de Kashyyyk. El mundo natal de los wookies era principalmente bosque cubierto de monstruosos árboles wroshyr, con cuatro continentes divididos por bandas de océano. Archipiélagos de islas puntuaban los relucientes mares costeros como esmeraldas esparcidas sobre un gigantesco satén azul. Sólo había unas cuantas regiones desérticas, y casi todas ellas se encontraban en el lado de lluvia-sombra de las cordilleras ecuatoriales.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para poder utilizar los sistemas de comunicaciones, Chewbacca estableció una frecuencia codificada y luego se dedicó a hablar por el comunicador en una larga serie de gruñidos, gemidos, resoplidos, ladridos y hrrnnnnns que, para los oídos humanos no adiestrados, sonaban exactamente igual a su discurso habitual..., pero que no tenían nada que ver con él.

Han frunció el ceño al darse cuenta de que, aunque muchas de las palabras le resultaban familiares, básicamente no había entendido absolutamente nada de cuanto decía su amigo. Cuando Chewie dejó de hablar por el comunicador, una voz surgió de él para recitar una serie de lo que resultaba obvio eran instrucciones.

Han, que había estado manteniendo los ojos clavados en los sensores, efectuó una rápida corrección del curso. Una nave imperial acababa de despegar, y estaba dejando atrás la curvatura planetaria.

—Mantén los ojos bien abiertos, Jarik —dijo, activando el intercomunicador de la nave—. No creo que nos hayan detectado, pero será mejor que estemos preparados.

Varios segundos llenos de tensión más tarde, Han dejó escapar un suspiro de alivio cuando los instrumentos indicaron que la nave imperial seguía tranquilamente su camino sin prestarles ninguna atención.

Cuando Han se volvió hacia Chewie, el wookie recitó una serie de instrucciones y coordenadas que acababa de recibir de su contacto. Han tenía que volar bajo —lo suficiente para rozar las copas de los árboles wroshyr más altos, de hecho—, y también debía estar preparado para introducir cambios de curso en el instante en que Chewbacca se lo dijera.

—De acuerdo, amigo —dijo el corelliano—. Es tu mundo, y tú eres el jefe. Pero... ¿Qué era esa jerga que estabas hablando? ¿Alguna clase de código wookie, quizá?

Chewbacca soltó una risita, y después explicó a su amigo humano que los imperiales eran tan estúpidos que la mayoría de ellos ni siquiera parecían comprender que no todos los wookies eran iguales. Había varias subespecies wookies y todas ellas estaban emparentadas, pero también eran un tanto distintas entre sí. Han ya sabía que Chewbacca era un rwook, y que lucía el típico pelaje marrón, rojizo y castaño de ese pueblo. También sabía que el lenguaje que había aprendido a entender, pero no a hablar, era llamado shyriiwook, un término cuya traducción más aproximada al básico seria «lengua del pueblo de los árboles».

Chewie pasó a explicarle que el lenguaje que Han acababa de oírle emplear, el xaczik, era una lengua tribal tradicional hablada por los wookies de la isla Wartaki y de ciertas regiones costeras cercanas. Rara vez era oído, ya que el shyriiwook era la lengua común del viaje y el comercio. Por esa razón, cuando los imperiales se adueñaron de Kashyyyk la resistencia wookie adoptó el xaczik como su lenguaje «de código». Los resistentes lo utilizaban cada vez que tenían que transmitir instrucciones o informaciones que no querían pudieran llegar a ser conocidas por los imperiales.

Han asintió.

—De acuerdo, amigo. Limítate a decirme cómo he de volar y hacia adónde, y yo me encargaré de llevarnos al sitio que nos indiquen tus compañeros de la resistencia.

Volando bajo, pasando a escasos centímetros por encima de las ramas más altas de los árboles wroshyr, y en ocasiones por entre ellas, Han hizo que el Halcón recorriese el curso especificado por Chewie a la velocidad exacta ordenada. El wookie volvía a hablar con su contacto clandestino aproximadamente cada minuto.

Finalmente, y cuando ya se estaban aproximando al pueblo natal de Chewie, Rwookrrorro, una ciudad de un kilómetro de anchura esparcida sobre las plataformas formadas por las ramas entrecruzadas de los wrosltvrs, el copiloto de Han le hizo describir un peligroso viraje y bajar en picado durante treinta segundos por entre las ramas. Han sintió que el corazón se le subía a la boca cuando el Halcón se precipitó hacia el verdor del bosque igual que el ave de la que había obtenido el nombre, pero las coordenadas de Chewie no contenían absolutamente ningún error.

Aunque mirar por el visor parecía asegurar que iban a verse hechos pedazos, nada tocó la nave. Chewie ladró una orden, y Han reaccionó al instante.

—Toda a babor... ¡Ahora! —gritó.

Hizo que la nave describiese un aullante viraje hacia la izquierda, y un instante después el corelliano vio aparecer ante él lo que en el primer instante tomó por una gigantesca caverna, un agujero negro que esperaba engullirles.

Pero en cuanto estuvo un poco más cerca, Han comprendió que en realidad estaban avanzando hacia una gigantesca rama de wroshyr que se extendía en equilibrio sobre otras ramas igualmente enormes. Ya fuese por accidente o deliberadamente, la rama se había desprendido del tronco y luego había sido ahuecada hasta obtener una «caverna» del tamaño de un pequeño muelle de atraque imperial.

—¿Quieres que baje ahí? —le gritó al wookie—. ¿Y qué pasará si no cabemos?

El seco gruñido de respuesta de Chewie le aseguró que podía estar seguro de que cabrían.

Han activó sus toberas de frenado y las puso al máximo a medida que se aproximaba a la abertura de la «caverna». La atravesaron, y de repente la tenue claridad solar desapareció y el espacio que se atendía ante ellos quedó revelado únicamente por los sensores infrarrojos del Halcón y los haces de los reflectores de descenso.

Han acabó de compensar los restos de su impulso hacia adelante y después posó el Halcón sobre sus soportes de descenso, utilizando los sistemas repulsores.

Unos momentos después de que hubieran descendido, Jarik apareció en la entrada de la cabina de pilotaje. Los cabellos del joven estaban prácticamente erizados de pavor.

—¡Estás todavía más loco de lo que pensaba, Han! ¡Este aterrizaje…!

—Cállate, chico —replicó secamente Han.

Chewie le estaba dirigiendo una insistente serie de aullidos, exigiendo que Han desconectara inmediatamente todos los sistemas energéticos del Halcón salvo las baterías que proporcionaban energía a las esclusas, y quería ser obedecido inmediatamente.

—De acuerdo, de acuerdo —masculló Han, haciendo lo que se le decía—. No te arranques el pelaje, ¿quieres?

Han desconectó rápidamente todos los sistemas de suministro energético con la única excepción de las baterías. El interior de la nave ya sólo estaba iluminado por la tenue claridad teñida de rojo de las luces de emergencia.

—Bien, ¿te importaría explicarme qué está ocurriendo? —gruñó el corelliano—. Vuela en esa dirección, vira justo aquí, aterriza más allá, desconecta la energía... Por suerte soy un tipo pacífico y encantador que aprendió a obedecer órdenes cuando estaba en la Armada. ¿Qué demonios estáis tramando, Chewie?

Chewbacca se apresuró a indicar a los humanos que debían seguirle. El wookie parecía medio enloquecido de pura excitación, y dejó escapar un rugido de placer e impaciencia apenas pudo respirar el aire de su mundo natal.

En el exterior, algo chocó ruidosamente con el nuevo blindaje del Halcón.

—¡Eh! —gritó Han, levantándose de un salto y apartando a su peludo amigo de un codazo—. ¡Tened mucho cuidado con mi casco!

Han dejó caer la mano sobre el control de apertura de la rampa, bajó corriendo por ella y se quedó inmóvil, paralizado de asombro. Cuando introdujo el Halcón en la «caverna» le había parecido que apenas había espacio disponible, pero estaba empezando a comprender que aquel sitio era tan enorme que incluso tenía ecos.

Un elevador hidráulico zumbaba en la entrada mientras izaba una gigantesca «cortina» de alguna clase de red de camuflaje a través del hueco. Unas cuantas cuadrillas de wookies estaban recubriendo al Halcón con más redes de ocultación.

Chewie apareció detrás de Han y gruñó una suave disculpa por no haber sabido advertir mejor a su amigo acerca de lo que les esperaba.

—Deja que lo adivine —dijo Han mientras contemplaba las redes—. Esas cosas contienen nódulos de interferencia o emiten alguna clase de frecuencia de camuflaje, e impedirán que los imperiales puedan descubrir nuestra presencia aquí.

Chewbacca confirmó las suposiciones de Han. Los wookies de la zona utilizaban aquella pista de descenso para recibir bienes de contrabando, y conocían a la perfección las rutinas de vigilancia.

—Uf —murmuró Jarik. El joven estaba contemplando la ‘caverna’ con la boca abierta de puro asombro mientras las luces se iban encendiendo. El interior de la ‘caverna’ era un auténtico muelle de atraque perfectamente equipado, y también podía ser utilizado para reparar naves—. ¡Caramba!!Este sitio es realmente increíble!

Han seguía sin poder creer que estuvieran dentro de un árbol, y un instante después se dijo que no estaban dentro de un árbol, sino de la rama de un árbol. Si una rama de un wroshyr era tan enorme, la mera idea de cuáles serían las dimensiones de todo el árbol bastaba para darte mareos. Han meneó la cabeza.

—He de admitir que tu pueblo ha sabido organizarse, Chewie.

Después de haber cerrado el Halcón, Han y Jarik siguieron a Chewie hacia la parte delantera de la «caverna». Una vez allí fueron presentados a un grupo de wookies. Han tuvo algunos problemas para seguir la conversación, porque no estaba acostumbrado a oír hablar rápidamente y al mismo tiempo a nada menos que siete wookies. Chewbacca fue abrazado, saludado con aullidos, palmeado, sacudido, palmeado un poco más y, en general, se le acogió con ruidosa alegría.

Cuando Chewie presentó a Han como su «hermano de honor», con el que había contraído una deuda de vida por haberle liberado de la esclavitud, Han corrió un grave peligro de ser abrazado, palmeado y estrujado de manera similar pero, afortunadamente para él, Chewbacca intervino y se encargó de proporcionar una presentación más convencional. No todos los wookies entendían el básico, por lo que fue necesario recurrir a una larga serie de traducciones.

Tres de los wookies a los que conoció Han eran parientes de Chewie y la wookie de los abundantes rizos dorados resultó ser su hermana, Kallabow. Jowdrrl, una hembra de pelaje castaño un poco más pequeña (¡y Han se sorprendió al darse cuenta de que era capaz de percibir la existencia de un parecido familiar!) era una prima, y Dryanta, un macho de pelaje castaño más oscuro, era otro primo. Los otros cuatro eran miembros del movimiento de resistencia clandestina de los wookies, y habían venido hasta allí especialmente para conocer a Han y negociar la recepción de su cargamento.

Motamba era un wookie bastante mayor, un experto en municiones cuyos ojos azules se iluminaron cuando Han reveló el número de cajas de dardos explosivos que había traído para vender. Katarra era una wookie más joven que Chewbacca y, por lo que pudo entender Han, era la líder de la resistencia clandestina. Los wookies la escuchaban con muchísimo respeto. Katarra consultaba regularmente con su padre, Tarkazza, un corpulento macho que era el primer wookie con pelaje negro que Han había visto jamás. Tarkazza tenía la espalda surcada por una franja de pelos plateados, algo que evidentemente era una característica familiar, dado que Katarra también tenía una, aunque su pelaje era marrón oscuro.

Después de varios minutos de confusión, Chewbacca le rugió una orden a sus amigos. Han entendió la mayor parte de lo que había dicho. Chewie acababa de pedir que «trajeran los quulaars».

Han se preguntó qué serían los quulaars.

No tardó en descubrirlo. Dos largos sacos de tela —¿Serían pelos entretejidos?— aparecieron ante ellos. Chewbacca se volvió hacia Han y su mano, extendida en un claro gesto de indicación, fue del corelliano al quulaar. Han contempló a su amigo con incredulidad y acabó meneando la cabeza.

—¿Que me meta ahí dentro? ¿Quieres que Jarik y yo nos metamos en esas cosas? ¿Para que podáis subirnos por los árboles, dices? ¡Ni lo sueñes, amigo! Sé trepar tan bien como tú.

Chewbacca miró a su amigo y meneó la cabeza. Después le agarró del brazo, llevó al corelliano hasta la entrada de la caverna y, levantando la red de camuflaje, le indicó que saliera al borde de la caverna.

Jarik les había seguido al exterior, al igual que habían hecho los otros wookies. El joven estaba muy confuso, ya que no había entendido prácticamente nada de cuanto se acababa de decir.

—¿Qué es lo que quieren, Han?

—Quieren que nos metamos dentro de esos sacos para poder izarnos por los troncos de los árboles hasta que podamos coger el ascensor que lleva a Rwookrrorro. Le he dicho a Chewie que ni lo sueñe, y que soy tan bueno trepando como él.

Jarik fue hasta el borde y se inclinó cautelosamente sobre él para mirar hacia abajo. Después volvió a reunirse con Han y le lanzó una larga mirada silenciosa. Sin decir nada, el joven empezó a introducirse en su quulaar.

Impulsado por la curiosidad, Han también fue hasta el borde para mirar hacia abajo.

Ya lo sabía intelectualmente, por supuesto, pero saberlo con el cerebro era una cosa y saberlo en lo más hondo de las entrañas era otra y muy distinta. El corelliano se encontraba suspendido a kilómetros del suelo. El bosque se extendía por debajo de él, prolongándose de manera aparentemente interminable.

Los troncos de los árboles se extendían hacia abajo, dejando atrás el punto en el que la excelente vista de Han podía distinguir un tronco de otro. A pesar de toda su experiencia como piloto y de su asombroso sentido del equilibrio, el espectáculo hizo que Han sintiera que la cabeza le daba vueltas durante un momento. El corelliano fue hacia Chewbacca, que había decidido ayudarle sosteniendo el quulaar. Cuando Han titubeó, el wookie flexionó sus poderosas manos e hizo que las garras asomaran de las puntas de sus dedos. Las garras eran muy afiladas y, unidas ala enorme fortaleza de Chewie, le permitirían obtener un profundo asidero en la corteza de un árbol cuando trepara por él.

—Voy a lamentar esto... —murmuró Han, y se metió en el saco.

Chewbacca quería transportar a su amigo, pero sus parientes le convencieron de que, como llevaba mucho tiempo sin efectuar ninguna travesía del bosque, sería preferible que sólo tuviera que preocuparse de sí mismo.

Como consecuencia de ello, Motamba cargó con Jarik y Tarkazza transportó a Han, con los humanos metidos dentro de sus quulaars respectivos. Han quería mirar hacia fuera, pero Tarkazza se mostró muy firme y volvió a meter la cabeza del humano dentro del saco, advirtiéndole de que también debía mantener los brazos dentro y permanecer lo más inmóvil posible, ya que de lo contrario perturbaría el equilibrio del porteador.

Una vez dentro del quulaar, Han sintió cómo la bolsa se balanceaba mientras Tarkazza avanzaba hacia el borde de la plataforma. Después, con un gruñido y un enérgico salto, el wookie se lanzó hacia adelante. ¡Estaban cayendo!

Han a duras penas consiguió reprimir un grito, y oyó cómo Jarik dejaba escapar un breve alarido que no tardó en extinguirse.

Unos segundos después Tarkazza entró en contacto con una superficie dura, se aferró a ella e inició una rápida ascensión. Las hojas se agitaron alrededor del quulaar. Han apenas había empezado a relajarse cuando volvieron a saltar.

Durante los minutos siguientes, Han tuvo que concentrar toda su fuerza de voluntad en tratar de no moverse y en recordar que no debía vomitar. El saco giraba, oscilaba, se bamboleaba y chocaba con los troncos de los árboles a pesar de que Tarkazza hacía todo lo posible para evitarlo.

Balanceo, carrera, ascensión.

Salto, aferrarse, nuevo balanceo.

Aferrarse, un gruñido, balanceo-ascensión...

Han acabó teniendo que cerrar los ojos, aunque tampoco podía ver gran cosa, para tratar de no perder el control de su estómago. El viaje de pesadilla pareció durar horas, pero cuando echó un vistazo a su cronómetro más tarde, Han comprendió que en realidad sólo había durado unos quince minutos.

Finalmente el movimiento se detuvo después de un último balanceo y gruñido de esfuerzo y Han se encontró yaciendo sobre el suelo, todavía dentro de su quulaar. Cuando el mundo dejó de girar a su alrededor (lo cual requirió unos momentos), el corelliano empezó a tratar de salir del saco.

Unos momentos después Han estaba de pie, los brazos lo más extendidos posible para conservar el equilibrio, sobre la enorme plataforma que contenía la gran ciudad de Rwookrrorro, un gigantesco ovoide aplanado con viviendas esparcidas por la periferia y dispersas por encima de toda la plataforma. Las ramas crecían a lo largo de las avenidas y a través del material que formaba las calles, añadiéndole toques de verdor.

El mundo se fue quedando inmóvil alrededor de Han, y el corelliano llevó a cabo una profunda inspiración de aire. La ciudad que se extendía ante él era muy hermosa, y además lo era de una forma que resultaba bastante difícil de describir. No tan apandada como la Ciudad de las Nubes, Rwookrrorro poseía sus mismas cualidades de ventilación y ausencia de límites. ¿Sería quizá porque, al igual que la Ciudad de las Nubes, se encontraba a una gran altura?

Algunos de los edificios tenían varios pisos, pero aun así conseguían armonizarse con las copas de los árboles. El vívido verdor de las ramas más altas de los árboles wroshyr ondulaba bajo la brisa a su alrededor. El cielo que se extendía sobre sus cabezas era azul, con un matiz casi imperceptible de verde. Grandes masas de nubes tan blancas que parecían relucir desfilaban lentamente por las alturas.

Han oyó un gorgoteo ahogado, volvió la mirada en la dirección del que procedía y vio a Jarik, doblado sobre sí mismo, aferrándose el estómago con las manos y en una situación obviamente apurada El corelliano fue hacia él y le tocó el hombro.

—¿Te encuentras bien, chico?

Jarik meneó la cabeza, y un instante después pareció lamentar haberlo hecho.

—Enseguida me pondré bien —murmuró—. Sólo estoy intentando no vomitar...

—Hay un truco que quizá te ayude a conseguirlo —dijo Han, hablando medio en broma y medio en serio—. Limítate a no pensar en banquetes de traladón y tubérculos estofados.

Jarik, sintiéndose muy traicionado, le lanzó una rápida mirada y después echó a correr hacia el borde de la plataforma con la mano encima de la boca. El corelliano se encogió de hombros, y luego giró sobre sus talones para encontrarse con Chewie.

—Pobre chico. Eh, Chewie, menuda manera de viajar... Me alegro de que a tu gente se le ocurriera traerse esos sacos. ¿Qué transportáis normalmente dentro de ellos? ¿Equipaje, quizá?

El labio de Chewbacca se curvó, y después les obsequió con una breve y sarcástica traducción de la palabra quulaars.

Han se enfureció.

—¿Un quulaar es un saco para bebés? ¿Transportáis a los bebés wookies dentro de esas cosas?

Chewbacca se echó a reír, y la hilaridad del wookie se fue volviendo más aparatosa a medida que aumentaba la furia de su amigo humano. Han fue rescatado por el rugido de un grupo de wookies procedentes de la ciudad que venían hacia ellos. Había por lo menos diez, y eran de todas las edades. Han vio a un wookie no muy alto, bastante encorvado y de pelaje grisáceo, y de repente Chewbacca echó a correr hacia los recién llegados lanzando rugidos de alegría.

Después de haber visto cómo Chewie abrazaba y daba enérgicas palmadas al viejo wookie, Han se volvió hacia Kallabow, que por suerte entendía el básico.

—¿Attichitcuk? —aventuró, pronunciando el nombre del padre de Chewbacca.

La hermana de Chewbacca le confirmó que el recién llegado era su padre, Attichitcuk, quien no había hablado de nada más desde que se enteró de que su hijo acababa de volver a casa.

—Hay alguien más a quien Chewie tiene muchísimas ganas de ver —dijo Han—. ¿Sabes si Mallatobuck todavía vive en Rwookrrorro?

Los formidables dientes de Kallabow quedaron revelados en una enorme sonrisa wookie, y después asintió al estilo humano.

—¿Se ha casado? —preguntó Han, temiendo la respuesta porque tenía una cierta idea de hasta qué punto era importante esa pregunta para su mejor amigo.

La sonrisa de Kallabow se volvió un poco más ancha mientras meneaba la cabeza en una lenta y decidida negativa.

Han le devolvió la sonrisa.

—¡Oh, claro! ¡Supongo que eso es algo digno de ser celebrado!

Han sintió un roce en el hombro y giró sobre sus talones para encontrarse con Katarra, que estaba acompañada por otro macho wookie. Para gran perplejidad de Han, el enorme wookie abrió la boca y empezó a hablar en un wookie asombrosamente comprensible.

—Saludos, capitán Solo —dijo—. Soy Ralrracheen, pero te ruego que me llames Ralrra. Nos honra muchísimo que hayas venido a Kashyyyk, Han Solo.

Han estaba tan sorprendido que no pudo evitar quedarse boquiabierto. Había necesitado años para aprender la lengua de los wookies, y a pesar de tanto tiempo y de todos esos esfuerzos ni siquiera era capaz de pronunciarla. Y sin embargo aquel wookie hablaba de una forma que Han podía entender con gran facilidad..., y que incluso hubiese sido capaz de reproducir.

—¡Eh! —balbuceó Han—. ¿Cómo te las arreglas para hacer eso? —Sufro un impedimento del habla —respondió el wookie—. Resulta desgraciado para mí cuando estoy hablando con mi gente, pero es muy útil cuando algún humano visita Kashyyyk.

—Desde luego... —murmuró Han, todavía no recuperado de su asombro.

Con la ayuda de Ralrra, Han y Katarra pudieron iniciar las negociaciones sobre el cargamento de dardos explosivos.

—Los necesitamos desesperadamente —dijo Ralrra—. Pero no estamos pidiendo caridad. Disponemos de algo que entregar a cambio de ellos, capitán.

—¿Y de qué se trata? —preguntó Han

—Armaduras de las tropas de asalto imperiales —replicó Ralrra—. Mi gente empezó a obtenerlas de los soldados a los que ya no les eran de utilidad, primero como trofeos y luego porque descubrimos que eran valiosas. Tenemos muchos cascos y trajes.

Han reflexionó en silencio. Las armaduras de las tropas de asalto estaban hechas de materiales muy valiosos, y podían ser recicladas y convertidas en otras clases de blindajes corporales. También podían ser derretidas mediante procedimientos químicos para darles nuevas formas.

—Me gustaría echarles un vistazo —dijo—, pero quizá podamos hacer negocio. —Se encogió de hombros—. Las armaduras usadas no valen gran cosa, naturalmente...

Lo cual no era cierto, desde luego. Una armadura de las tropas de asalto en buen estado valía más de dos mil créditos, dependiendo del mercado. «Pero... Eh, a ellos no les sirven de nada y yo he de obtener alguna clase de beneficio de este viaje —pensó Han—. No me dedico a las obras de misericordia, ¿verdad?».

Katarra respondió con un hrrrrrnnnn lleno de vehemencia, y luego habló con el intérprete en un shyriiwook tan rápido y fuertemente acentuado que Han apenas si pudo entender una sola palabra de cuanto dijo. ¿Algo sobre un ser humano de cabellos color amanecer, quizá?

Ralrra se volvió nuevamente hacia Han.

—Katarra dice que sabe que las armaduras son valiosas. Lo sabe gracias a la mujer de Corellia, tu mundo, que tiene el cabello del color del sol naciente, y lo sabe porque ella se lo dijo. La atención de Han quedó totalmente concentrada en la líder de la resistencia clandestina.

—¿Una corelliana? —preguntó secamente—. ¿Una corelliana de cabellos rubios?

Ralrra mantuvo una breve conversación con Katarra.

—Si. Vino aquí hará cosa de un año estándar, capitán, lo que quiere decir que vino justo después de nuestro último Día de la Vida, y se reunió con los líderes de la resistencia para aconsejarnos sobre la organización, los códigos, las tácticas y todas esas cosas. Era un miembro del movimiento de resistencia de tu mundo natal.

Han clavó los ojos en el rostro de Katarra.

—Quiero saber su nombre. ¿Cómo se llamaba esa mujer?

Ralrra se volvió rápidamente hacia la líder de la resistencia, habló con ella durante unos momentos y luego se encaró nuevamente con Han.

—Katarra dice que no llegó a conocer su nombre porque ése es el procedimiento estándar por si se produce un interrogatorio. Durante su visita la llamamos «Quarry-tellerrra», que significa «guerrera de los cabellos color de sol».

Han respiró hondo.

—¿Qué aspecto tenía? —preguntó—. Quizá conozca a esa corelliana.

Puede que sea... —Titubeó durante unos segundos antes de seguir hablando—. Puede que sea mi..., mi compañera. El Imperio nos separó hace mucho tiempo.

Lo cual era cierto, estrictamente hablando. Bria se había ido cuando Han se estaba preparando para entrar en la Academia Imperial, diciendo que no quería convenirse en un obstáculo para él. Han todavía conservaba la nota que le había escrito. Conservarla era una estupidez y cada vez que se encontraba con ella Han tomaba la decisión de tirarla, pero, sin que supiera muy bien por qué, luego nunca llegaba a hacerlo.

La expresión recelosa de Katarra se suavizó visiblemente al oír aquellas palabras. La wookie extendió una robusta mano-pata y la puso sobre el brazo de Han, expresando así su simpatía. El Imperio era maléfico, y había separado a tantas familias...

Ralrra agitó la mano en el aire, describiendo un gesto a la altura de la nariz de Han.

—Así de alta —dijo—. Cabellos largos, del color de la luz del sol... Dorado rojizos, ¿comprendes? Ojos del color de nuestro cielo. No muy grandes. —Sus manos describieron una forma esbelta—. Era la líder del equipo, una persona de rango. Dijo que le habían pedido que viniera a Kashyyyk porque comprendía lo que significa vivir como un esclavo. Nos contó que había sido esclava en el planeta Ylesia, y que daría su vida para liberar Kashyyyk y cualquier otro mundo esclavizado por el Imperio. Hablaba con tanta pasión...

Cuando siguió hablando, la voz de Ralrra cambió ligeramente y adquirió un tono más personal.

—Yo también conocí la esclavitud hasta que mis amigos me liberaron del Imperio. Quarrr-tellerrra decía la verdad sobre haber sido esclavizada. Me di cuenta de ello apenas la oí hablar. Sabía lo que supone la esclavitud, capitán, y hablamos muchas horas sobre cómo odiábamos al Imperio.

Han tenía la boca seca. Consiguió asentir y responder con un murmullo casi inaudible.

—Gracias por decírmelo...

«Bria —pensó, sintiéndose cada vez más confuso—. ¿Bria, miembro de la rebelión corelliana? ¿Cómo demonios ha podido llegar a ocurrir eso?»