Capítulo 10
Viejas cuentas pendientes
—!Largo de aquí! —Durga Besadii Tai hizo girar sus bulbosos ojos dentro de las órbitas e indicó al diminuto cimbalero ubes que abandonara su sala del trono—. ¡Ya está bien!
Las notas estridentes y caóticas resultaban agradables, pero no le estaban ayudando a alcanzar el estado de tranquilidad anímica necesario para lo que debía hacer.
Mes tras mes de frustración, hora de fracaso tras hora... Nada de cuanto hizo había servido para acercarle un poco más a una respuesta concluyente sobre quién había organizado el asesinato de su amado padre. Durga se había encontrado con un muro tan impenetrable como los mamparos metálicos que activó para que descendieran del techo y protegieran la sala de intrusos potenciales. El joven hutt extendió la mano hacia su unidad de comunicaciones y, torciendo el gesto, decidió activar su campo de intimidad. No quería que nadie se enterara de lo que se disponía a hacer. Zier, Osman, su mayordomo... Nadie debía llegar a saberlo.
Después de todos sus esfuerzos y todas sus investigaciones, Durga aún no había logrado establecer ni siquiera una tenue conexión entre la muerte de Aruk y Teroenza o el clan Desilijic, y tampoco había encontrado ninguna evidencia que permitiera establecer una colaboración entre ambos.
No podía seguir perdiendo el tiempo. Las oleadas de acidez que le revolvían las entrañas se volvieron más intensas, y Durga se removió en un intento de aliviar su presión. Su cola tembló y osciló en el equivalente hutt a pasearse nerviosamente de un lado a otro. «Si sé actuar de una manera lo suficientemente cuidadosa, todavía podré salir bien librado de ésta —se dijo a sí mismo—. Aun así, el precio a pagar será muy, muy elevado. Pero no puedo seguir soportando la incertidumbre por más tiempo...»
El campo de intimidad quedó establecido, y las paredes que le rodeaban eran perfectamente seguras. Durga llevó a cabo un último examen de seguridad y no descubrió la más mínima posibilidad de que hubiera una filtración o alguna clase de vigilancia. El noble hutt activó el sistema de comunicaciones y envió la señal por el canal mejor protegido. «Puede que Xizor no esté ahí...», pensó casi con esperanza.
Pero no iba a ser tan sencillo. El hutt fue pasando de un subordinado a otro, cada uno de ellos más obsequioso que el anterior. Justo cuando Durga ya estaba empezando a sospechar que se le estaba obligando a perder el tiempo de manera deliberada, la neblina de la transmisión se convirtió en la figura translúcida del príncipe falleen. El verde oscuro que teñía la complexión de Xizor se aclaró ligeramente cuando reconoció a su comunicante, y sus labios sonrieron afablemente. ¿Había una sombra de maliciosa satisfacción en su sonrisa? Durga se dijo que no debía caer en la paranoia.
Después de haber decidido dar aquel gran paso, el líder hutt quería terminar lo antes posible.
—Saludos, príncipe Xizor —dijo, dirigiendo una inclinación de cabeza al líder del Sol Negro.
Xizor sonrió, y sus ojos, que parecían todavía más oscuramente amenazadores que de costumbre debido a los rayos de luz que ondulaban a través de la imagen, se clavaron en el hutt
—Ah, noble Durga, mi querido amigo... Han transcurrido tantos meses, ¿verdad? Más de un año estándar, de hecho... ¿Os encontráis bien? Estaba empezando a sentirme un poco preocupado. ¿A qué debo el honor de vuestra comunicación?
Durga hizo acopio de valor y empezó a hablar.
—Me encuentro perfectamente, alteza. Pero sigo sin contar con una prueba definitiva en lo referente a la identidad del asesino de mi padre. He estado pensando en vuestra oferta de ayudarme a descubrir al asesino de mi padre, y me gustaría aceptarla. Deseo que utilicéis vuestras redes de inteligencia y vuestros agentes operativos para confirmar o desmentir mis sospechas.
—Comprendo... —dijo Xizor—. Esto es altamente inesperado, noble Durga. Creía que os hallabais bajo una obligación familiar que os imponía el deber de descubrir la identidad del asesino mediante vuestros propios medios.
—Y lo he intentado —admitió Durga envaradamente, odiando la hábil esgrima verbal que Xizor estaba librando con él—. Me habíais ofrecido la ayuda del Sol Negro, alteza. Bien, pues ahora me gustaría aceptar vuestra oferta..., en el caso de que el precio me parezca justo —añadió.
Xizor asintió y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
—No temáis, noble Durga: estoy a vuestro servicio.
—Debo saber quién mató a Aruk. Pagaré vuestro precio..., dentro de ciertos límites.
La sonrisa de Xizor se desvaneció, y el líder del Sol Negro se irguió repentinamente ante Durga.
—Me estáis ofendiendo y además me juzgáis de una manera muy equivocada, noble Durga. A cambio no quiero créditos, sino únicamente vuestra amistad.
El hutt contempló la imagen holográfica, intentando descifrar la naturaleza del verdadero mensaje que se ocultaba debajo de los trucos de prestidigitación verbal del príncipe.
—Perdonadme, alteza, pero sospecho que queréis algo más que eso —dijo después.
Xizor suspiró.
—Ah, amigo mío, nada es nunca tan simple como nos gustaría que fuese, ¿verdad? Sí, hay algo que deseo pediros. Un simple acto de amistad... Como líder del clan Besadii, estáis al corriente de la situación, de las defensas planetarias de Nal Hutta. Deseo un informe completo sobre la situación del armamento y de los escudos, acompañado por una información lo más amplia y exacta posible sobre sus índices de potencia y sus emplazamientos.
El príncipe falleen sonrió, y esta vez había algo más que una mera sugerencia de burla despectiva en su sonrisa.
Durga se encogió sobre sí mismo, y luego se obligó a reprimir la repentina punzada de miedo y consternación que acababa de sentir. «¡Las defensas de Nal Hutta! ¿Para qué puede querer ese tipo de información? El Sol Negro no puede estar planeando un ataque..., ¿o sí puede?»
Quizá sólo se trataba de una prueba. Parecía improbable que Xizor estuviera planeando algo..., pero no había ninguna forma de estar totalmente seguro. Durga se imaginó la gran llanura atravesada por ríos que se extendía alrededor de su palacio, con la masa plateada de Nar Shaddaa suspendida en el lejano horizonte como una astilla permanente. El peor escenario imaginable sería aquel en el que Nal Hutta ya no fuese necesaria para Besadii, porque su clan por fin estaría en condiciones de prescindir de la gloriosa joya conquistada hacía tanto tiempo. Después de todo, no había que olvidar que disponían del sistema de Ylesia...
Y en cuanto al resto del clan, los ciudadanos de Nal Hutta que no pertenecían al linaje de Besadii... Bueno, de todas maneras se estaban convirtiendo rápidamente en sus enemigos. No había que olvidar ese pequeño asunto de la censura oficial y aquella multa de un millón de créditos.
Durga lanzó una rápida mirada al nicho de su estrado que contenía el retrato del majestuoso Aruk y luego volvió nuevamente los ojos hacia la imagen holográfica.
—La información es vuestra —dijo—, pero debo llegar a saber la verdad.
Xizor inclinó la cabeza.
—Haremos cuanto esté en nuestras manos para seros de utilidad tan pronto como sea recibida, noble Durga. Adiós...
Durga volvió a inclinar la cabeza de la manera más cordial de que fue capaz y luego cortó la conexión. Su estómago se había convertido en una masa de dolorosos nudos de tensión. Aquello estaba empezando a olerle decididamente mal...
Xizor dio la espalda a su consola de comunicaciones para volverse hacia Guri, con una auténtica sonrisa curvando las comisuras de su hermosa boca.
—Ha resultado mucho más fácil de lo que me había imaginado —dijo—. La cuña ha sido introducida a gran profundidad, y Durga y Besadii no tardarán en separarse de los otros hutts. Me pregunto qué puede haber dentro del viscoso corazón de Durga para que esté dispuesto a traicionar a toda su especie a cambio de poder disfrutar del sabor de la venganza...
Guri le miró, serena como siempre.
—Príncipe mío, la paciencia de que habéis dado muestra con esos hutts por fin está empezando a dar resultados. ¿Es realmente fortuito que el clan Besadii esté siendo censurado tan violentamente por los otros kajidics?
—Sí —replicó el falseen, formando un puente con las manos y haciendo entrechocar suavemente sus largas uñas—. Suponiendo que haya existido un tiempo en el que Durga sentía un poco de amor hacia sus congéneres, ese día ya pertenece al pasado. Su pena y su inestabilidad emocional nos proporcionarán la llave del espacio hutt. Eso, y la inclinación a buscar soluciones sencillas para problemas complejos que parece caracterizar al clan Desilijic, por supuesto... Dispones de la prueba que Durga necesita, ¿verdad, Guri?
La expresión de la androide-réplica humana no se alteró.
—Por supuesto, príncipe mío. El ciudadano Green supo adquirirla, y también consiguió burlar la vigilancia de los patólogos del Instituto Forense. Green es un humano muy competente.
Xizor asintió, y se apartó la cola de caballo del hombro sobre el que reposaba.
—Espera doscientas horas estándar, ya que así parecerá que hemos dispuesto del tiempo suficiente parar llevar a cabo una investigación, y luego entrega personalmente el material a Durga —dijo—. Cuando Durga lo vea, deseará actuar inmediatamente contra el clan Desilijic. Ve con él, Guri. Ayúdale, en caso de que sea necesario, para que pueda vengarse de Jiliac. Pero Jabba no debe sufrir ningún daño. Jabba me ha resultado útil en el pasado, y espero que vuelva a serme útil en el futuro. Teroenza también tiene un papel que interpretar en nuestros planes, y no debería sufrir ninguna clase de daño. ¿Ha quedado entendido?
—Sí —dijo Guri—. Todo se hará como deseáis, príncipe mío —añadió, y salió de la habitación andando con paso ágil y decidido.
Xizor la siguió con los ojos, admirándola. Guri le había costado nueve millones de créditos, y valía hasta el último decicrédito de esa cantidad. Con Guri a su lado, Xizor estaba preparado para desafiar a los hutts...
Y algún día quizá incluso llegaría a desafiar al mismísimo Palpatine...
Cuando Han Solo volvió a casa después de su estancia en el Sector Corporativo, fue recibido con los brazos abiertos por todo el mundo..., salvo por Lando y Salla Zend. Han descubrió que Lando había decidido disfrutar de una pequeña escapada romántica con Drea Renthal, y todavía tardaría varios días en regresar.
En cuanto a Salla, también había ciertos problemas que resolver. Han no esperaba que su relación se reanudara exactamente en el punto en el que la habían dejado, pero tampoco había esperado que Salla se negara a tener cualquier clase de contacto con él. La vio un par de veces, a bastante distancia, en el granero espacial de Shug, pero Salla giró sobre sus talones y se fue a toda prisa apenas le vio a él o a Chewie.
Cuando preguntó por Salla, todos sus amigos le aseguraron que había soportado admirablemente bien su ausencia y que incluso había estado saliendo con varios tipos, aunque ninguna de las relaciones fue calificada de .seria». Al parecer había trabajado para Lando durante una temporada, aunque no había ninguna evidencia de que Lando y Salla hubieran llegado a ser algo más que socios comerciales.
Jarik había roto con su novia, volvía a ser el de siempre y se mostró encantado de que sus amigos estuvieran nuevamente junto a él. Incluso CéCé parecía complacido de que los legítimos propietarios del apartamento hubieran regresado.
Cuando Han se enteró de que Lando había vuelto, fue inmediatamente al piso de su amigo a verle. Intercambiaron apretones de mano, palmadas en la espalda y un breve abrazo, y luego Lando dio un par de pasos hacia atrás para contemplar a su amigo.
—Tienes buen aspecto —dijo—. Necesitas un corte de pelo.
—Siempre necesito un corte de pelo —replicó secamente Han—. Es uno de los pequeños inconvenientes de pasar mucho tiempo con los wookies. Para ellos, “despeinado es un auténtico cumplido.”
Lando se echó a reír.
—Sigues siendo el mismo Han de siempre, ¿eh? Vayamos al Orbe de Oro. ¡Yo invito!
Unos minutos después ya estaban sentados en un reservado con un par de jarras de cerveza delante de ellos.
—Bien, y ahora cuenta —dijo Lando—. ¿Dónde has estado, amigo, y cómo te hicieron esa cicatriz?
Han le obsequio con una descripción abreviada de sus aventuras en el Sector Corporativo. Aun así, cuando terminó ya iban por la tercera ronda de jarras.
Lando meneó la cabeza.
—Uf, me recuerda a algunas de las cosas que me ocurrieron en la Centralidad. Un mal bicho detrás de otro, ¿no? Ganar una fortuna, perder una fortuna... ¿Qué tal está mi nave?
Han tomó un sorbo de cerveza alderaaniana y se limpió la boca con la manga antes de responder.
—¿Tu nave? —Se rió, disfrutando de las viejas pullas—. El Halcón nunca ha estado mejor, amigo mío. Ahora puede superar la velocidad de la luz en cero coma cinco puntos.
Los oscuros ojos de Lando se desorbitaron.
—¡Bromeas!
—No —dijo Han—. En el Sector Corporativo hay un abuelo que es capaz de conseguir que un hiperimpulsor gire sobre su eje, y que además puede devolverte dos decicréditos de cambio en cuanto ha acabado su trabajo. Puedo asegurarte que Doc es un auténtico maestro de la mecánica.
—Tendrás que llevarme a dar una vuelta en el Halcón —dijo Lando, visiblemente impresionado.
—Bueno, cuéntame que ha sido de tu vida durante los últimos tiempos —dijo Flan.
Lando hizo acopio de fuerzas con un largo trago antes de empezar a hablar.
—Hay algo que debo decirte, Han —murmuró después—. Hace un par de semanas me tropecé con Bria.
Han se irguió de golpe.
—¿Bria? ¿Bria Tharen? ¿Cómo? ¿Por qué?
—Me temo que es una historia muy larga —dijo Lando, y sonrió maliciosamente.
—Pues entonces deja de perder el tiempo y empieza a contármela —ordenó secamente Han mientras la expresión de su rostro se ensombrecía.
—Tu Bria es una mujer realmente impresionante, amigo mío— dijo Lando, y suspiró.
Con un vertiginoso y fluido movimiento, Han se inclinó hacia adelante y cerró los dedos de su mano sobre el cuello de la camisa bordada del jugador.
—¡Eh, eh! —jadeó Lando—, ¡No ocurrió nada! ¡Sólo bailamos!
—¿Bailasteis? —Han le soltó y se echó hacia atrás, pareciendo sentirse un poco avergonzado de su reacción—. Oh...
—Venga, Han, intenta tomártelo con calma... —dijo Lando—. ¿Cuántos años hace que no ves a esa mujer?
—Lo siento, amigo. Me parece que he sido demasiado impulsivo —murmuró Han—. Antes hubo un tiempo en el que Bria me importaba muchísimo, y...
Lando volvió a sonreír, esta vez un tanto cautelosamente.
—Bueno, pues el caso es que tú sigues importándole. Mucho, en realidad.
—Lando..., la historia —dijo Han—. Habla de una vez.
—De acuerdo —dijo Lando, y se embarcó en una descripción de sus últimas aventuras a bordo del Reina del Imperio.
Cuando llegó al enfrentamiento que había tenido lugar delante de la cubierta de lanzaderas, Han ya estaba tensamente inclinado hacia adelante y no se perdía ni una sola de sus palabras.
Cuando el jugador hubo acabado de hablar, Han se recostó en su asiento, meneó lentamente la cabeza y tomó un sorbo de su jarra de cerveza.
—Menuda historia —dijo—. Con ésta ya es la segunda vez que te enfrentas a Fett, Lando. Eso requiere. tener muchísimas agallas, amigo.
Lando se encogió de hombros, y por una vez su expresión era absolutamente seria.
—Odio a los cazadores de recompensas —dijo—. Nunca me han gustado, ¿sabes? No sería capaz de entregar ni a mí peor enemigo a uno de ellos. Para mí se encuentran al mismo nivel que los traficantes de esclavos.
Han asintió y luego sonrió.
—Me alegro de que Drea sienta debilidad por ti, amigo.
—Lo que hizo cambiar el curso de la marea fue el que le recordé que todavía está en deuda contigo— observó Lando.
—Bueno, pues ahora tendré que informarla de que le debo un favor —dijo Han—. Espero que se lo hicieras pasar lo mejor posible durante ese viajecito que emprendisteis juntos.
—Por supuesto que sí —dijo Lando—. Es una de las cosas que siempre he sabido hacer: cuando me lo propongo, puedo conseguir que una dama se lo pase realmente en grande.
—Bien, bien... ¿Y cuándo te dijo Bria que seguía pensando en mí? Creo recordar que mientras estuviste con Fett te hallabas bajo la orden de guardar silencio, ¿no? —dijo Han, volviendo a pensar en la historia de Lando.
—Oh, he vuelto a verla en Nar Shaddaa —dijo Lando.
Han le fulminó con la mirada.
—Ah, ¿sí?
—Sí, la he visto —replicó Lando—. ¿Quieres calmarte de una maldita vez, viejo amigo? Fuimos a cenar, nada más. Jiliac y Jabba no quisieron financiar una especie de incursión de comandos contra Ylesia que Bria estaba planeando, y necesitaba que alguien la animara un poco. —Lando suspiro—. Se pasó toda la cena hablando de ti. Fue realmente deprimente, chico.
Han sintió que sus labios se iban curvando poco a poco hasta formar una gran sonrisa.
—¿De veras? —preguntó, intentando emplear un tono lo más normal y relajado posible—. ¿Habló de mí?
Lando le lanzó una mirada sarcástica
—Sí, habló de ti. Sólo Xendor sabe por qué, pero lo hizo.
—He estado pensando en tratar de establecer contacto con ella —dijo Han—. Pero después de haberla visto aquella vez en el apartamento de lujo de Sam Shild... Bueno, ahora sé que estaba llevando a cabo una misión para el movimiento de resistencia. Supongo que una buena agente hace lo que sea para conseguir información...
—Le hice algunas preguntas al respecto —dijo Lando—. Me contó que aunque Shild quería que todo el mundo pensara que era su amante, en realidad nunca llegó a serlo. Y a juzgar por lo que he oído decir de ese tipo, no cabe duda de que Shild tenía ciertos gustos muy extraños en lo referente a..., a las compañías.
—Eh... —murmuró Han mientras le daba vueltas a lo que acababa de oír—. Has dicho que Bria estuvo hablando de mí, ¿verdad? ¿Todavía le importo?
—Desde luego —dijo Lando—. Si hubieras sido un myrmin posado en la pared, tu cabeza habría acabado todavía más hinchada de lo que lo está en estos momentos. —Lando dejó escapar una breve carcajada y se acabó su jarra de cerveza—. Ya te he dicho que fue realmente deprimente, amigo.
Han sonrió.
—Bueno..., gracias por haberla salvado. Estoy en deuda contigo, Lando.
—Si eres capaz de encontrar una forma de localizarla, quizá deberías hacerlo —dijo Lando.
—Puede que lo haga —murmuró Han, y se puso serio—. Me temo que anoche me dieron una mala noticia, Lando.
—¿De qué se trata?
—Es algo relacionado con Mako Spince. Parece ser que tuvo alguna clase de enfrentamiento con unos bandidos de NaQoit en el sistema de Ottega. Lo encontraron medio muerto y lo trajeron aquí, y ahora se encuentra ingresado en el complejo de rehabilitación de la sección corelliana. Shug me dijo que ha quedado paralizado. Nunca volverá a caminar.
Lando meneó la cabeza, el rostro repentinamente ensombrecido. —Oh... ¡Eh, eso es terrible! Creo que preferiría morir a tener que vivir lisiado.
Han asintió.
—Yo también. Estaba pensando que... Bueno, ¿quieres ir a verle mañana? Me parece que debería ir a verle. Mako y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Pero... Preferiría no ir solo, ¿sabes? Entre los dos quizá podríamos animarle un poco.
Lando se encogió de hombros.
—Parece una empresa bastante imposible, teniendo en cuenta las circunstancias —dijo—. Pero... Sí, claro. Te acompañaré. Es lo menos que podemos hacer, ¿verdad? Mako es uno de nosotros.
—Gracias.
Al día siguiente los dos amigos fueron al centro de rehabilitación. Han rara vez había estado en uno, y enseguida descubrió que la experiencia le resultaba singularmente inquietante. Después de haber hablado con el androide del mostrador de información, fueron a la habitación indicada. Lando y Han se detuvieron delante de la entrada.
—No estoy muy seguro de poder hacerlo, Lando —confesó Han en un susurro—. Creo que preferiría tener que hacer una entrega con varias naves imperiales pegadas a mi cola...
—Yo siento lo mismo —admitió Lando—. Pero me parece que si volviera a casa sin haberle visto, me sentiría todavía peor.
Han asintió.
—Yo también —dijo, y entró en la habitación después de haber hecho una profunda inspiración de aire.—
Mako Spince yacía en una cama de tratamiento especial. El aire olía a esencias de tanque bacta, y las cicatrices de su curtido rostro ya estaban casi totalmente curadas, aunque aun así Han pudo ver que su viejo amigo tenía que haberlo pasado realmente muy mal. Los bandidos de NaQoit no se distinguían precisamente por la bondad de sus corazones.
Los cabellos de Spince, tan largos que le llegaban hasta los hombros, se hallaban esparcidos sobre la blancura de la almohada. Cuando Han le había visto por última vez, los cabellos eran negros y sólo había un poco de gris mezclado a la negrura. Ahora eran del color del hierro, y tenían un aspecto lacio y falto de brillo. Los ojos de Mako, tan claros y pálidos como el hielo, estaban cerrados, pero algo le dijo a Han que se encontraba despierto.
El corelliano sufrió un instante de titubeo, pero enseguida empezó a hablar.
—¡Eh, Mako! —exclamó, casi sin aliento—. ¡Soy yo, Han! He vuelto del Sector Corporativo. Lando también ha venido a verte.
Los gélidos e impasibles ojos de Mako se abrieron, y contempló a sus amigos con una mirada totalmente inexpresiva. No dijo nada, aunque Han sabía que podía hablar. El brazo derecho de Mako había sufrido graves lesiones y había perdido el uso de sus piernas, pero ni a su mente ni a su voz les ocurría nada.
—Hola, Mako —dijo Lando—. Me alegro de verte con vida. Siento que las cosas se pusieran tan feas en el sistema de Ottega, y... Bueno, yo...
Han decidió intervenir en cuanto Lando se quedó sin palabras, sabiendo que cualquier cosa sería preferible a aquel terrible silencio lleno de ecos.
—Sí, esos bandidos de NaQoit son una auténtica escoria. Eh... Bueno, ya sé que lo estás pasando mal, desde luego, pero... No te preocupes por nada, ¿de acuerdo? Yo y los demás hemos hecho una pequeña colecta, ¿sabes? Hemos conseguido reunir el dinero suficiente para comprarte una silla repulsora. Esos trastos son realmente increíbles... Me han dicho que antes de que te des cuenta ya podrás salir de esa cama, y...
Han también se acabó quedando sin palabras y se volvió hacia Lando, interrogándole con la mirada. Mako todavía no se había movido ni hablado.
—Oh, sí —dijo Lando, haciendo un valeroso intento de cumplir con su parte del trato—. Oye, Mako, ¿necesitas alguna cosa? En ese caso basta con que nos lo digas y te la conseguiremos, sea lo que sea. ¿Verdad, Han?
—Claro —dijo Ha Intentó encontrar algo más que decir, pero las palabras se negaron a acudir a su mente—. Eh... ¿Mako? —murmuró por fin—. Eh, amigo...
El rostro de Mako siguió tan inexpresivo como antes. Pero después, y con una inmensa lentitud, fue volviendo la cara hasta apartarla de sus amigos, y el mensaje silencioso quedó perfectamente claro. «Idos...»
Han suspiró, se encogió de hombros y luego miró a Lando.
Los dos salieron de la habitación sin hacer ningún ruido, dejando a Mako Spince a solas con su silencio.
Flan recibió una bienvenida mucho más entusiástica de Jabba el Hutt. Fue a ver al segundo líder del clan Desilijic en los cuarteles generales de Nar Shaddaa del kajidic. El mayordomo de Jiliac, una humana llamada Dielo, alzó la mirada hacia él cuando Han entró en la antesala y le sonrió afablemente.
—¡Capitán Solo! ¡Bienvenido! Jabba me ha dado instrucciones de llevarle inmediatamente ante su presencia.
Han estaba acostumbrado a tener que esperar cuando visitaba a Jabba, por lo que no cabía duda de que aquello era una buena noticia.
Cuando Han entró en la gigantesca cámara de audiencias, enseguida vio que Jabba estaba solo. El noble hutt onduló rápidamente hacia él con los rechonchos brazos extendidos.
—¡Han, muchacho! ¡Qué maravilla volver a verte! ¡Has estado demasiado tiempo fuera!
Durante un segundo de horror, Han pensó que Jabba tenía intención de llegar a abrazarle. El corelliano se apresuró a dar un paso hacia atrás mientras intentaba no arrugar la nariz. Tendría que volver a acostumbrarse al olor de los hutts.
—Eh, excelencia —dijo—. Me alegra saber que se me ha echado de menos, Jabba.
—¡Olvídate del tratamiento, Han! —retumbó Jabba, hablando, como de costumbre, en huttés, que sabía que el corelliano entendía sin dificultad—. ¡Somos viejos amigos, y podemos prescindir de las formalidades!
El líder del clan Desilijic prácticamente rezumaba camaradería. Han reprimió una sonrisa. «Los negocios deben de ir bastante mal —pensó—. No hay nada como ser necesario, supongo...»
—Claro, Jabba —dijo—. Bueno, ¿y qué tal van los negocios?
—Los negocios... Los negocios no han ido demasiado bien últimamente —dijo Jabba—. Besadii, maldito sea, está creando su propia flota parar desafiar las actividades del clan Desilijic. Y los imperiales han estado demasiado activos, por desgracia. Entre los navíos del servicio de aduanas imperial y los piratas, el negocio de la especia se está encontrando con excesivos obstáculos.
—Besadii, como de costumbre, se está convirtiendo en un auténtico grano en el trasero, ¿eh?
Jabba recibió el sarcasmo de Han con una estrepitosa carcajada, pero la risotada sonó un poco a hueca incluso para los oídos del corelliano.
—Hay que hacer algo al respecto, Han. No estoy seguro de qué, pero habrá que hacer algo...
Han alzó los ojos hacia el noble hutt.
—He oído decir que la resistencia corelliana quería que el clan Desilijic le echara una mano para llevar a cabo una incursión contra Ylesia.
A Jabba no pareció sorprenderle demasiado que Han dispusiera de sus propias fuentes de información. La gigantesca cabeza del hutt se inclinó en un rápido asentimiento.
—Una conocida tuya llamada Bria Tharen se puso en contacto con nosotros.
—Hace diez años que no la veo —dijo Han—. Tengo entendido que ahora es una líder rebelde.
—Lo es —afirmó Jabba—. Y su proposición me pareció muy interesante. Pero como mi tía se negó a apoyar a la resistencia corelliana, ahora estoy buscando alguna alternativa para acabar con Besadii. Debemos hacer algo, Han. Están acumulando la mejor especia, y la mantienen fuera del mercado para hacer subir los precios. Nuestras fuentes indican que sus almacenes están llenos, y que están construyendo almacenes nuevos para dar cabida a los excedentes.
Han meneó la cabeza.
—Eso puede crearnos serios problemas. ¿Y Jiliac? ¿Qué tal le van las cosas? ¿Y el bebé?
Jabba torció el gesto.
—Mi tía se encuentra bien. Su bebé goza de buena salud.
—¿A qué viene esa mala cara, entonces? —preguntó Han
—Supongo que la atención que mi tía dedica a la maternidad es realmente admirable, Han —dijo Jabba—, pero ha supuesto un gran incremento de la cantidad de trabajo con la que debo cargar. Estoy descuidando mis intereses en Tatooine, y me resulta difícil atender a todas las preocupaciones del clan Desilijic. —El noble hutt dejó escapar un suspiro—. Cada vez me resulta más difícil encontrar el tiempo necesario para ocuparme de todo, Han.
—Sí, Jabba, ya sé lo que ocurre en esa clase de situaciones —dijo Han, desplazando el peso de su cuerpo de un pie al otro.
Al hutt, que se hallaba de un humor desusadamente perceptivo, no le pasó por alto el nerviosismo del corelliano.
—¿Qué ocurre, Han?
Han se encogió de hombros.
—Oh, nada —dijo después—. Pero a veces me gustaría que tuvieras un asiento del estilo humano en tu cámara de audiencias. Mantener una conversación estando de pie durante todo el rato resulta bastante duro para mis pies. ¿Te importaría que aparcara mi trasero en el suelo mientras hablamos? —se atrevió a preguntar finalmente.
¡Jo, jo! —se rió Jabba—. He pensado en más de una ocasión que tener que depender de los pies debe de resultar bastante molesto, mi querido Han. Pero puedo proporcionarte algo mucho mejor que el suelo. —Volviéndose con una flexibilidad de la que el corelliano jamás le hubiese creído capaz, Jabba enroscó su cola y le dio unas cuantas palmaditas de invitación—. Toma. Siéntate, muchacho.
Han, comprendiendo que Jabba le estaba haciendo objeto de un gran honor, le dijo en silencio a su nariz que dejara de protestar. Después fue hacia el hutt y se sentó sobre su cola, de la misma manera en que se habría sentado encima del tronco de un árbol, y sonrió, aunque a tan escasa distancia el hedor resultaba realmente terrible.
—Mis pies te lo agradecen, Jabba— dijo.
Oída tan de cerca, la risa del hutt era lo suficientemente potente para hacer vibrar los tímpanos de Han.
—¡JO, jo, jo! Me diviertes casi tanto como una de mis bailarinas, Han.
—Gracias —logró decir Han, preguntándose cuánto tardaría en poder levantarse y salir de allí sin ofender a su anfitrión, que se había hecho un ovillo para poder hablar con él prácticamente cara a cara—. Bien, ¿y qué opinas de la comandante Tharen? —preguntó.
—Para ser una humana, parece altamente inteligente y competente —dijo Jabba—. Jiliac rechazó su proposición, pero yo la encontré muy interesante.
—Como ya te he explicado, hace años que no la veo —dijo Han—. ¿Qué aspecto tenía?
Jabba dejó escapar una suave risita y se lamió los labios.
—La contrataría para que bailara para mí en cualquier momento, muchacho.
Han torció el gesto, pero se aseguró de que Jabba no pudiera ver su mueca.
—Eh... Ya, ya. Bien, en ese caso quizá ella tuviese algo que decir al respecto. Ninguna mujer consigue llegar a convertirse en toda una comandante meramente por ser guapa.
Jabba se puso serio.
—Me dejó muy impresionado, y creo que su proposición podría ser factible.
—¿Qué os propuso exactamente? —preguntó Han.
Jabba le expuso las líneas básicas del plan del movimiento de resistencia corelliano. Han se encogió de hombros.
—Necesitarían unos cuantos pilotos bastante buenos para poder atravesar esa atmósfera —dijo—. Me pregunto cómo planea resolver ese problema.
—No lo sé —dijo Jabba—. ¿Qué número aproximado de guardias había en cada colonia ylesiana cuando estuvisteis allí, Han?
—Oh, el número iba de cien a un par de centenares por colonia, dependiendo de cuántos esclavos tuvieran trabajando en las factorías —respondió Han—. Disponían de montones de gamorreanos, Jabba. Ya sé que a los hutts os gustan porque son fuertes y aceptan las órdenes sin rechistar, pero... Bueno, como moderna fuerza combatiente no cabe duda de que son bastante patéticos. La mayoría de los machos están demasiado obsesionados con usar esas antiguallas que les sirven de armamento encima de las cabezas de los demás. Sus batallas de clan acaban invadiendo sus trabajos. Las cerdas son más inteligentes y soben pensar con un poco más de claridad, pero no ofrecen sus servicios como mercenarias.
—Entonces crees que una fuerza moderna de rebeldes no tendría ninguna dificultad para tomar esas colonias.
Han meneó la cabeza.
—Sería facilísimo, Jabba.
El noble hutt abrió y cerró sus bulbosos ojos.
—Hmmmmm. Como de costumbre me has sido de gran valor, muchacho. Tengo un cargamento de especia listo para ser enviado. ¿Estáis tú y tu nave listos para volver al trabajo?
Han, reconociendo la despedida implícita, se apresuró a levantarse. Podía sentir el residuo aceitoso de la piel de Jabba en el fondillo de sus pantalones. «Estupendo. Bien, supongo que tendré que tirar estos pantalones al cubo de la basura —se dijo—. Nunca conseguiré que dejen de apestar...»
—Desde luego —dijo—. Chewie y yo estamos preparados, y el Halcón es más rápido que nunca—.
—Excelente, muchacho, excelente —retumbó Jabba—. Haré que alguien se ponga en contacto contigo para la recogida de esta noche. Y una cosa más, Han... Me alegro muchísimo de volver a tenerte con nosotros.
Han sonrió.
—Y yo me alegro de estar de vuelta, Jabba...
Kibbick estaba contemplando la imagen holográfica de su primo con los ojos llenos de consternación.
—¿Qué quieres decir con eso de que los t'landa Tils han traído a sus compañeras? —preguntó—. Nadie me dijo nada sobre ello.
Durga, líder del clan Besadii, fulminó a Kibbick con la mirada.
—¡Kibbick, si tuvieras a una t'landa Til sentada encima de tu cola ni siquiera te enterarías de que estaba ahí! Supieron ocultar muy bien sus movimientos, y transcurrió casi una semana antes de que descubriese que habían desaparecido. ¿Comprendes lo que significa eso?
Kibbick llevó a cabo un considerable esfuerzo mental antes de contestar.
—Significa que los sacerdotes se sentirán más contentos y satisfechos? —se atrevió a sugerir por fin.
Durga agitó sus bracitos con violenta frustración y dejó escapar un ruidoso gemido.
—¡Por supuesto que se sentirán más felices! —gritó después—. Pero ¿qué significa esto para nosotros y para Besadii? ¡Piensa aunque sólo sea por una vez en tu vida, Kibbick!
Kibbick siguió reflexionando.
—¿Significa que tendremos que traer más comida para ellos? —acabó preguntando.
—¡No! Oh, Kibbick, condenado idiota... —Durga estaba tan furioso que pequeñas partículas de babas verdosas se esparcieron sobre la imagen holográfica, haciendo aparecer «agujeros» en su silueta tridimensional—. ¡Significa que hemos perdido nuestro principal medio de control sobre los t'landa Tils, mi retrasado primo! Ahora que ya no tenemos a sus compañeras en Nal Hurta, Teroenza y sus sacerdotes podrían cortar todos sus vínculos con Besadii y Nal Hurta. ¡Eso es lo que significa!
Kibbick se irguió ante la imagen holográfica.
—El tío Aruk jamás me habló de esa manera —dijo, sintiéndose terriblemente ofendido—. Siempre fue muy cortés conmigo. El tío Aruk era mucho mejor líder de lo que tú nunca llegarás a serlo, primo.
Durga logró contenerse al precio de un considerable ejercicio de voluntad.
—Disculpa mi brusquedad, primo —dijo, con un palpable esfuerzo—. Últimamente estoy un poco..., un poco sobrecargado de trabajo. Estoy esperando recibir noticias muy importantes concernientes a la muerte de mi progenitor.
—Oh. —Kibbick pensó en seguir protestando, pero acabó decidiendo que en realidad se conformaba con que Durga hubiera dejado de chillarle—. Bien, primo, ya me imagino que eso debe de suponer una gran tensión para ti. ¿Qué vamos a hacer?
—Tendrás que llevar a todas las t'landa Tils a la Colonia Uno y luego deberás enviarlas de regreso a Nal Hutta —dijo Durga—. Ocúpate personalmente de ello, Kibbick. Quiero que puedas informarme de que las viste subir a la nave y partir. Quiero que utilices a tu mejor piloto de máxima confianza para la tarea. Ah, y envía un contingente de guardias para que las hembras no puedan crear ninguna clase de problemas durante el viaje.
Kibbick pensó durante unos momentos antes de volver a hablar. —Pero... Pero a Teroenza no le gustará nada eso —dijo por fin—. Y a los demás tampoco les gustará.
—Ya lo sé —dijo Durga—. Pero los t'landa Tils trabajan para nosotros, Kibbick Somos sus dueños y señores.
—Cierto —admitió Kibbick.
Desde que Kibbick alcanzó la edad de la razón hutt; se le había repetido una y otra vez que los hutts eran la especie superior de la galaxia. Pero imaginarse dando órdenes a Teroenza no resultaba una proposición muy atractiva. Teroenza era astuto, y podía llegar a crearle muchos problemas. Era el que siempre daba sus órdenes a los guardias. Cuando Kibbick quería que algo se hiciera bien, bastaba con que se lo dijera a Teroenza, y a continuación el Gran Sacerdote siempre se aseguraba de que todo se hiciera deprisa y eficientemente.
Pero ¿y si esta vez le desobedecía? Kibbick podía imaginárselo negándose a enviar a su compañera de vuelta a Nal Hutta. ¿Y qué haría él entonces?
—Pero... ¿Y si se niega, primo? —preguntó quejumbrosamente.
—Entonces tendrás que llamar a los guardias, y ordenarles que se lo lleven y que lo mantengan encerrado hasta que yo pueda ocuparme de él —dijo Durga—. Los guardias te obedecerán, Kibbick... ¿Verdad?
—Por supuesto que sí —replicó Kibbick con indignación, aunque en su fuero interno se preguntó si todos lo harían.
—Excelente. Eso ya me gusta más —dijo Durga—. Y recuerda que eres un hutt. Eso significa que eres un señor natural del universo. ¿Correcto, Kibbick?
—Por supuesto —dijo Kibbick, y esta vez consiguió que su voz sonara un poco más convincente—. Soy tan hutt como tú —añadió, volviendo a erguirse.
Durga torció el gesto.
—Magnífico —dijo, intentando animar a su primo—. Ha llegado el momento de asumir el control, Kibbick. Si pierdes el tiempo, lo único que conseguirás con ello es que la situación empeore todavía más.
Puede que Teroenza esté planeando una revuelta contra Besadii. ¿Se te ha ocurrido pensar en esa posibilidad?
No se le había ocurrido, desde luego. Kibbick parpadeó.
—¿Una revuelta? ¿Quieres decir... una auténtica revuelta? ¿Con tropas y disparos?
—Eso es exactamente lo que quiero decir —replicó Durga—. ¿Y quién es el primero al que quitan de en medio cuando se produce una revuelta?
—Al líder —dijo Kibbick, con la mente funcionando a toda velocidad.
—Exacto. Buena respuesta, Kibbick. ¿Comprendes ahora por qué debes asumir el control de la situación antes de que Teroenza pueda hacer sus planes y mientras todavía estás en condiciones de imponerle tu voluntad?
Kibbick estaba empezando a sentirse amenazado, y eso no le gustaba nada. Unos instantes después comprendió que seguir los consejos de Durga y recuperar el control que se había dejado arrebatar por el Gran Sacerdote era el mejor curso de acción de que disponía.
—Lo haré —dijo con firmeza—. Le diré a Teroenza lo que ha de hacer, y me aseguraré de que me obedece. Si se niega a obedecerme, haré que los guardias se ocupen de él.
—¡Ése es el auténtico espíritu hutt! —exclamó Durga con aprobación—. ¡Magnífico! ¡Ahora sí que estás hablando como un verdadero líder del clan Besadii! ¡Llámame e infórmame en cuanto las hembras de los t'landa Tils estén de camino!
—¡Lo haré, primo! —dijo Kibbick, y cortó la transmisión.
Kibbick se prometió a sí mismo que se ocuparía de aquel asunto de inmediato, antes de que pudiera perder su agradable sensación de superioridad hutt tan recientemente estimulada. El noble hutt ni siquiera se tomó la molestia de subir a su trineo repulso; sino que empezó a ondular a través del Edificio Administrativo de la Colonia Uno para ir al despacho de Teroenza. Tampoco se molestó en activar la señal de la puerta, y se limitó a entrar.
Teroenza estaba instalado en su hamaca de trabajo y manejaba su cuaderno de datos. El Gran Sacerdote alzó los ojos hacia la puerta, muy sorprendido, cuando el hutt entró ondulando en su despacho.
—¡Kibbick! —exclamó—. ¿Qué ocurre?
—¡Noble Kibbick para ti, Gran Sacerdote! —dijo Kibbick—. ¡Tenemos que hablar! ¡Acabo de conversar con mi primo Durga, y me ha dicho que has traído aquí a las hembras de vuestra especie en secreto! ¡Durga está muy furioso!
—¿Las hembras de nuestra especie? —Teroenza parpadeó, como si no tuviera la más mínima idea acerca de qué le estaba hablando Kibbick—. ¿De dónde ha sacado Durga esa idea, excelencia?
—¡No intentes utilizar ese truco conmigo! —dijo Kibbick—. Las hembras están aquí, y Durga lo sabe. Me ha ordenado que te diga que deben volver a Nal Hurta a bordo de la próxima nave. Llama a los guardias y haz que las compañeras sean traídas a la Colonia Uno para que partan de Ylesia, y hado inmediatamente.
Teroenza se recostó en su hamaca y adoptó una expresión pensativa. Aparte de eso, el Gran Sacerdote no se movió.
—¿Me has oído, sacerdote? —Kibbick se sentía casi embriagado por una incontenible oleada de ira justiciera, y se irguió ante Teroenza—. ¡Obedece o llamaré a los guardias!
El Gran Sacerdote bajó lentamente de su hamaca de trabajo, y Kibbick dejó escapar un suspiro de alivio para sus adentros. Pero después Teroenza permaneció inmóvil y no fue hacia el intercomunicador.
—¡Date prisa! —balbuceó Kibbick—. O llamaré a los guardias para que se te lleven, y luego me ocuparé personalmente de todas las hembras...
—No —dijo Teroenza, empleando un tono sorprendentemente seco e impasible.
—¿No... qué?
Kibbick apenas podía dar crédito a sus oídos. Que él supiera, nadie había rechazado jamás una orden directa de un noble hutt.
—No. No lo haré —dijo Teroenza—. Estoy harto de recibir órdenes de un idiota. Adiós, Kibbick.
—¿Cómo te atreves? ¡Haré que te ejecuten! ¿Adiós? —Kibbick se sentía cada vez más perplejo—. ¿Me estás diciendo que renuncias a tu puesto? ¿Te vas?
—No, no me voy —dijo Teroenza, empleando el mismo tono tranquilo y firme de antes—. Eres tú quien se va a ir.
Sus potentes cuartos traseros se retorcieron, su delgada cola parecida a un látigo hendió el aire..., y de repente el Gran Sacerdote bajó la cabeza y se lanzó sobre Kibbick al mismo tiempo que emitía un ensordecedor aullido de rabia.
El noble hutt fue pillado tan por sorpresa que ni siquiera dispuso de tiempo para esquivar la acometida. El cuerno de Teroenza chocó con su pecho. El cuerno no era terriblemente afilado, pero la potencia de la carga del Gran Sacerdote fue tan enorme que el cuerno penetró el pecho de Kibbick casi en la totalidad de su metro de longitud.
¡Y el dolor resultó terrible! Kibbick dejó escapar un rugido en el que se mezclaban el terror y el dolor, y golpeó al t'landa Til con sus diminutos brazos. Después intentó volver la cola para asestar un golpe devastador, pero la habitación era demasiado pequeña.
Kibbick sintió cómo las manos del t'landa Til ejercían presión sobre el sólido muro de carne que era su pecho, y un instante después el cuerno de Teroenza, cubierto de sangre e icores hutts, quedó en libertad.
Teroenza empezó a retroceder con amenazadora decisión.
Kibbick, jadeando y tosiendo, también trató de retroceder, pero su extremo posterior chocó con la pared. Kibbick intentó girar para escapar.
Teroenza volvió a lanzarse sobre su pecho.
Y luego repitió el ataque...
Y volvió a repetirlo...
Kibbick ya estaba chorreando sangre por sus múltiples heridas. Por sí sola, ninguna de ellas suponía un auténtico peligro para la vida. Los órganos vitales de un hutt estaban enterrados a una profundidad excesiva dentro de sus cuerpos para que pudieran ser atravesados con facilidad, lo cual formaba parte de la razón oculta tras la vieja leyenda que afirmaba que los huta eran inmunes a los haces desintegradores. En realidad no lo eran..., pero un haz desintegrador que hubiese bastado para freír instantáneamente a la inmensa mayoría de criaturas en muchas ocasiones no acertaba ninguna parte vital del organismo hutt, lo cual les permitía aplastar a su atacante antes de que éste tuviera tiempo de efectuar un segundo disparo.
Kibbick intentó gritar pidiendo ayuda, pero lo único que emergió fue un gorgoteo ahogado. Uno de los golpes había perforado un saco respiratorio. Kibbick intentó ondular hacia el intercomunicador para solicitar auxilio.
Teroenza volvió a embestirle. Esta vez la potencia de la cornada del t’landa Til, unida a la creciente debilidad de Kibbick, hizo que el noble hutt se desplomara sobre un costado y quedara totalmente indefenso.
La visión de Kibbick se estaba nublando, pero aún podía ver con la claridad suficiente para reconocer lo que Tereonza estaba sacando de un cajón del escritorio. El Gran Sacerdote acababa de coger un desintegrador.
El noble hutt hizo un nuevo intento de levantarse para pedir ayuda o rechazar los repetidos ataques, pero ya está excesivamente débil, y además el dolor se había vuelto demasiado grande. La oscuridad se encontraba muy cerca, y empezaba a descender sobre su campo visual. Kibbick hizo un nuevo y desesperado esfuerzo, pero la negrura se cerró sobre él tan rápidamente como un mar de aguas oscuras durante la medianoche...
Tereonza apuntó el desintegrador con impasible precisión y lo utilizo para agrandar y disfrazar las heridas de Kibbick, que ya estaba agonizando. El t’landa Til disparó una y otra vez, y después siguió usando el arma hasta que el enorme cuerpo del hutt quedó convertido en un horror calcinado y los últimos temblores y convulsiones se hubieron disipado.
Finalmente se detuvo, respirando con rápidos jadeos entrecortados.
—Idiota... —murmuró en su lengua, y después fue a lavarse el cuerno.
Mientras se estaba limpiando, Teroenza tomó una decisión sobre cuál sería el mejor curso de acción a seguir. Un ataque terrorista, por supuesto. Diría que había sido cosa de la Tharen y sus tropas, y nadie osaría dudar de su palabra. Luego haría ejecutar a los guardias de servicio, afirmando que habían sido comprados y que tomaron parte en el asesinato.
El día anterior había cerrado el trato para comprar un cañón turboláser, y utilizaría la muerte de Kibbick como acusa para instalarlo en el patio.
El Gran Sacerdote también sabía que iba a necesitar disponer de más guardias y más armamento, y pensó que quizá debería ponerse en contacto con Jiliac.
¡No! Teroenza meneó su enorme cabeza, y un pequeño diluvio de gotas de agua salió despedido de su cuerno. Ya estaba más que harto de los hutts, y no quería volver a tener nada que ver con ellos. ¡Él, Teroenza, se había convertido en el dueño y señor exclusivo de Ylesia! Y pronto todo el mundo lo sabría. Ya sólo necesitaba unas cuantas semanas más para consolidar su poder. Dejaría de pagar a Besadii, y utilizaría los créditos para comprar armas.
Sintiéndose muy satisfecho de su plan, Teroenza, Gran Sacerdote de Ylesia, dio la espalda al enorme montículo del hutt muerto, salió de su despacho y fue en busca de unos cuantos guardias a los que ejecutar...