Capítulo 3
Mallatobuck

Volver a estar en el mundo natal era realmente maravilloso. Chewbacca fue llevado de un hogar a otro, y su padre exhibió orgullosamente a su hijo, el aventurero, el antiguo esclavo, y a sus amigos humanos. Todos los wookies recibieron con gran entusiasmo a Han y Jarik.

Kashyyyk era un mundo ocupado por las fuerzas imperiales, naturalmente, por lo que debían hacer cuanto estuviera en sus manos para ocultar el verdadero propósito que había llevado a Han hasta allí. Durante su estancia, Han llevó ropas más adecuadas para uno de los mercaderes humanos que vivían en Rwookrrorro. El y Jarik se hicieron pasar por hermanos que habían venido para vender artículos domésticos a los wookies. Esa ficción quedó reforzada por el hecho de que los dos humanos tuvieran los ojos y los cabellos castaños, así como por el que Jarik fuese casi tan alto como Han.

La presencia imperial en Kashyyyk estaba mayormente confinada a los distintos puestos esparcidos por el planeta. Los soldados eran enviados en pelotones, dado que cualquier soldado que actuara en solitario tenía la preocupante tendencia de desaparecer sin dejar el más mínimo rastro.

Han y Jarik se aseguraron de evitar cualquier clase de contacto con los pelotones imperiales que patrullaban ocasionalmente Rwookrrorro. Y, con el Halcón Milenario escondido en el muelle de contrabandistas» especial, donde se hallaba protegido por los sistemas de camuflaje e interferencia, no había nada que pudiera relacionarlos con ninguna clase de actividad ilegal.

Han pasó mucho tiempo en el muelle espacial con los técnicos wookies, jugando con su nuevo bebé. Varios de los wookies eran especialistas muy experimentados y pasaron horas junto al corelliano, comprobando cada sistema y examinando hasta el último componente del equipo. El Halcón distaba mucho de ser una nave nueva pero, bajo los cuidados y atenciones de los técnicos wookies, pronto se encontró en mucho mejor estado que antes.

Chewbacca no se había dado cuenta de hasta qué punto echaba de menos a su hogar y su familia. Volver a verlos a todos hizo que sintiera la tentación de instalarse nuevamente en su casa, pero eso no era posible. Chewie había contraído una deuda de vida, y su lugar estaba junto a Han Solo.

Aun así, disfrutó enormemente de sus días en Kashyyyk. Visitó a todos sus primos, así como a su hermana y su familia. Desde que Chewie estuvo en casa por última vez, Kallabow se había casado con un macho encantador llamado Mahraccor.

A Chewie le encantaba jugar con su sobrino. El pequeño wookie era muy listo y divertido, y poseía una alegre curiosidad hacia el universo. El niño dedicaba horas enteras a conseguir que su tío le hablara de sus aventuras en los caminos espaciales.

Además de a la familia, también vio a viejos amigos: Freyrr, su primo segundo y el mejor rastreador de la familia, Kryystak, Shoran... El que Salporin, el mejor amigo wookie de Chewie, no estuviera allí, era una lástima. Salporin había sido capturado y esclavizado por el Imperio, y no se sabía nada sobre su destino. De hecho, ni siquiera sabían si seguía con vida o había muerto.

Chewbacca lloró a su amigo, y se preguntó si volvería a verle alguna vez.

Pero no dispuso de mucho tiempo para llorar. La vida en Kashyyyk estaba demasiado llena de cosas. Además de todas sus amistades y su familia, también estaba... Mallatobuck.

La wookie era todavía más hermosa de lo que Chewie recordaba, y su tímida mirada azul resultaba todavía más fascinante. Chewie la vio durante su primera noche en casa, y le complació enterarse de que Mallatobuck había venido hasta allí desde una aldea vecina, donde había estado trabajando como maestra y cuidadora en un Círculo de la Infancia. Malla tenía muchos amigos en Rwookrrorro, y Chewie no tuvo que insistir demasiado para lograr convencerla de que prolongara su visita.

Los dos dedicaron largas horas a pasear por los senderos del bosque, alzando la mirada hacia el cielo nocturno mientras escuchaban los suaves sonidos de los moradores arbóreos. No hablaron demasiado, pero su silencio estaba lleno de cosas que no necesitaban ser dichas en voz alta.

Durante su tercer día en Kashyyyk, Chewbacca decidió que había llegado el momento de ir de caza. Han estaba muy ocupado regateando con Katarra, Kichiir y Motamab para tratar de llegar a un acuerdo sobre el cargamento de dardos explosivos. Su amigo estaría ocupado durante horas. El corelliano había desarrollado un repentino e desusado interés por el movimiento de resistencia durante su estancia en Kashyyyk, algo que Chewie hubiese encontrado sorprendente, y un poco inquietante, en el caso de que lo hubiera notado. Normalmente Han se mostraba casi despectivo hacia todos los seres inteligentes que arriesgaban sus cuellos (o cualquier parte del cuerpo equivalente) por causas que no estuvieran relacionadas con su propio bienestar.

Pero Chewie tenía demasiadas cosas en que pensar para fijarse en la extraña conducta de Han. El joven wookie se estaba concentrando en la difícil labor de 'conseguir un quillarat. Los quillarats eran unas pequeñas criaturas que sólo medían un metro de altura. También eran unos animales escurridizos y difíciles de localizar, porque el color verde salpicado de manchitas marrones de su piel hacía que se confundieran con la espesura circundante.

El rasgo más característico del quillarat era el manto de largos espolones con forma de aguja que recubrían la mayor parte de su cuerpo. Capturar y matar a un quillarat suponía un auténtico desafío, porque los animales eran capaces de lanzar sus espolones contra el cazador. Los wookies (y sólo los machos cazaban quillarats) tenían que aproximarse al animal protegiéndose con alguna clase de escudo para interceptar el diluvio de espolones hasta que el quillarat agotaba su suministro de espolones aarrojables».

Para complicar todavía más las cosas, la tradición declaraba que el quillarat debía ser cazado con las manos desnudas y matado mediante golpes asestados por la fuerza de un wookie, lo cual excluía los dardos o cualquier otra clase de proyectil.

Chewbacca no le contó a nadie lo que pretendía hacer. Se limitó a esperar hasta bien avanzado el día, cuando la oscuridad ya se estaría intensificando en los niveles inferiores, y después salió de Rwookrrorro e inició su largo descenso.

Ni siquiera los wookies llegaban hasta la superficie de Kashyyyk. Se rumoreaba que allí abajo había criaturas nocturnas que se alimentaban con la sangre y los espíritus de sus víctimas. Se decía que los espíritus de quienes no habían saldado sus deudas se precipitaban a la superficie, y que vagabundeaban por aquellas regiones, donde se mantenían al acecho para capturar y matar a quien fuese lo suficientemente loco para acercarse a ellos.

Kashyyyk contenía siete niveles ecológicos distintos, con las ramas más altas de los árboles formando el séptimo. Normalmente, ni siquiera los wookies más valientes descendían por debajo del cuarto nivel, y ni las leyendas de los wookies se atrevían a especular sobre lo que había más abajo. Chewbacca jamás había conocido a nadie que hubiese puesto los pies sobre la superficie de su mundo. Los niveles inferiores de Kashyyyk eran un misterio..., y muy probablemente seguirían siéndolo.

Para cazar a su quillarat, Chewie tendría que descender por debajo del quinto nivel. Allí la vida era distinta, pues el bosque ya quedaba casi totalmente a oscuras a última hora de la tarde. Los animales de aquel nivel tenían ojos enormes que facilitaban la existencia en unos estratos de luz tan escasa Había depredadores peligrosos, como los kkekkkrrgrro, o Moradores de las Sombras, que solían ascender un nivel para cazar, y los katarns. Chewbacca mantuvo los ojos bien abiertos, y avanzó con todos los sentidos en estado de alerta.

Las viejas costumbres fueron volviendo a él mientras recorría los senderos del bosque, viendo chupadores de velos nupciales, falso shyr de grandes hojas y una abundante profusión de lianas kshyy. Allí abajo las cosas no eran realmente verdes, sino extrañamente pálidas y descoloridas. No había luz solar suficiente para permitir el esplendor verde de los niveles superiores.

Chewbacca siguió avanzando por los espaciosos senderos, sintiendo el áspero roce de la corteza de los wroshyrs debajo de sus pies. Sus ojos se movían constantemente, buscando los rastros dejados por el quillarat. Sus fosas nasales temblaban, filtrando e identificando todos los olores que llevaba más de cincuenta años sin aspirar.

La mirada del wookie fue atraída por un minúsculo arañazo en la corteza de un wroshyr, y por un pequeño desgarrón en el encaje de la planta de velo nupcial que se alzaba junto a él. La altura era la correcta, desde luego. Sí, aquello era obra de un quillarat, y —Chewie hincó una rodilla en el suelo para examinar el rastro—, no hacía mucho rato de ello.

El animal había estado avanzando por aquella rama secundaria más pequeña. Chewbacca fue cautelosamente por un sendero que apenas tenía dos metros de anchura. Los abismos verdes, marrones y grisáceos del bosque parecían bostezar a cada lado de él.

El wookie mantuvo todos los sentidos alerta mientras sus ojos iban de un lado a otro, sus fosas nasales continuaban temblando y sus oídos intentaban captar el sonido más imperceptible. Los quillarats desprendían un olor inconfundible y, para un wookie, altamente atractivo.

Su «escudo», hecho de tiras de corteza atadas sobre un marco de ramitas firmemente entrelazadas, estaba listo para ser usado en su antebrazo izquierdo.

Chewie empezó a avanzar más despacio..., y después se detuvo con todos los músculos en tensión. ¡Allí, entre aquellas hojas!

El quillarat se quedó totalmente inmóvil, percibiendo la proximidad del peligro. Chewie saltó hacia adelante, sosteniendo el escudo ante él.

Y de repente una lluvia de espolones llenó el aire delante de él. La mayoría de proyectiles se incrustaron en el escudo, aunque unos cuantos se hundieron en los hombros y el pecho del wookie. La mano derecha de Chewbacca se extendió y agarró al quillarat por la cola recubierta de espinas óseas, y el wookie retorció la mano en un giro peculiar que hizo que los espolones quedaran planos debajo de su carne.

El aterrorizado animal dejó escapar un chillido y empezó a revolverse para morder, pero ya era demasiado tarde. Chewie lo alzó en vilo y lo estrelló contra la corteza que había debajo de sus pies. El quillarat quedó aturdido, y otro rápido impacto puso punto final a su vida.

Sólo entonces dedicó unos momentos Chewbacca a arrancarse los espolones del pecho y los hombros y a esparcir un ungüento sobre las minúsculas pero abrasadoras heridas. Su mano derecha había sufrido otro impacto, que también trató.

Después, metiendo el quillarat en la bolsa que había traído consigo, el wookie inició su triunfante regreso a Rwookrrorro.

Chewie tardó bastante en encontrar a Mallatobuck. No quería preguntarle a nadie dónde estaba, dado que cualquiera de sus amigos y familiares percibiría el olor del quillarat que llevaba dentro de la bolsa. Chewie no estaba de humor para consejos o bromas.

Pero finalmente la encontró paseando por un sendero muy poco frecuentado. Dos de las tres diminutas lunas de Kashyyyk ya se habían alzado en el cielo, y la claridad lunar teñía el pelaje de Mallatobuck de un color plateado mientras paseaba, sin que al principio se diera cuenta de que alguien se estaba aproximando a ella.

La joven había estado recogiendo brotes de kolvissh y se había dedicado a entrelazar sus tallos para formar una diadema. Mientras Chewie la observaba, Mallatobuck se puso las delicadas flores en la cabeza y sujetó su frágil belleza blanca detrás de su oreja izquierda.

Chewbacca se detuvo en el centro del camino y permaneció inmóvil, absorto en la hermosura de su amada. Su inmovilidad atrajo la atención de Mallatobuck de una forma en que no lo había hecho su movimiento, y la joven se detuvo, alzó la mirada y le vio.

—Chewbacca —murmuró—. No te había visto...

—Malla —dijo Chewie—. Tengo algo para ti. Es un regalo que espero aceptarás...

Mallatobuck siguió totalmente inmóvil y le observó con ojos desorbitados por la consternación ola esperanza mientras Chewie avanzaba hacia ella con la bolsa en la mano. «Ojala esté sintiendo esperanza —pensó fervorosamente Chewie—. Por mi honor, que sea esperanza y no otra cosa...»

Chewbacca se detuvo ante ella y, con un solo movimiento lleno de fluida agilidad, se arrodilló y sacó al quillarat de la bolsa. Teniendo mucho cuidado con los espolones, colocó en equilibrio al animal sobre sus palmas y lo alzó hacia Mallatobuck. El corazón le latía con tanta violencia como si acabara de trepar hasta allí desde el nivel del suelo. —Mallatobuck...

Chewie intentó seguir hablando, pero la voz le falló. Se sentía paralizado por el miedo, de una forma que nunca había conocido durante la batalla. ¿Y si Mallatobuck le rechazaba? ¿Y si tomaba su propuesta-ofrenda tradicional y la arrojaba hacia el otro extremo del sendero, enviando al quillarat muerto, y a su esperanza de felicidad con él, al abismo de las profundidades?

Malla le contempló en silencio durante un momento interminable.

—Chewbacca... Llevas mucho tiempo alejado de tu pueblo. ¿Recuerdas nuestras costumbres? ¿Sabes qué estás ofreciendo?

Una inmensa oleada de alivio inundó a Chewie, pues Mallatobuck acababa de emplear el tono jovial de una joven wookie dispuesta a ser cortejada.

—Lo sé —replicó—. Tengo muy buena memoria, Mallatobuck. Durante todos los años que he pasado lejos de aquí, no he olvidado ni un solo instante tu cara, tu fortaleza y tus ojos. Soñaba con el día en que podríamos casarnos. ¿Querrás casarte conmigo? ¿Querrás aceptarme por esposo?

Malla replicó de la manera tradicional, aceptando el cada vez más rígido quillarat y asestando un gran mordisco ala blanda carne de su estómago.

Una alegría casi inconcebible invadió el corazón de Chewie. «¡Me acepta! ¡Estamos prometidos!» Se levantó y siguió a Malla hasta una pequeña oquedad protegida situada detrás de una pantalla de hojas. Una vez allí se sentaron el uno al lado del otro y compartieron el quillarat, mordisqueando delicadamente sus sabrosas entrañas, saboreando su hígado y alimentándose el uno al otro con los trozos más selectos de aquel manjar, que estaba considerado como la mayor exquisitez imaginable por su pueblo.

—Me habían hecho propuestas, ¿sabes? —dijo Mallatobuck—. La gente me dijo que era una tonta por esperar tanto tiempo. Decían que habías muerto, y que nunca volverías a Kashyyyk. Pero de alguna manera inexplicable yo sabía que..., que no era así. Esperé, y ahora mi alegría llena el mundo.

Chewbacca lamió tiernamente la sangre y los trozos de tejido de su cara, lavándola mientras ella le devolvía el favor. El pelaje de Mallatobuck era como seda sobre su lengua.

—Malla... Supongo que ya sabes que he contraído una deuda de vida con Han Solo, ¿verdad? —preguntó Chewie mientras, saciados, los dos se quedaban inmóviles y se rodeaban con los brazos.

Cuando Mallatobuck habló, Chewie pudo oír un temblor casi imperceptible en la voz de su amada.

—Lo sé. Tu honor me es tan precioso como el mío, mi futuro esposo. Pero casémonos deprisa, para así poder pasar el mayor tiempo posible juntos antes de que tú y el capitán Solo debáis partir.

—Nada me complacería más —dijo Chewie—. ¿Cuánto tardarás en estar preparada? ¿Cuánto tiempo necesitarás para terminar tu velo de novia?

Mallatobuck se rió, y su alegría resonó en la oscuridad del bosque.

—Hace cincuenta años que lo tengo preparado, Chewbacca. Mi velo está listo y esperándote.

El orgullo y el amor llenaron el corazón de Chewbacca. —Entonces mañana nos casaremos, Malla.

—Mañana, Chewbacca....

Teroenza, Gran Sacerdote de Ylesia, permanecía acostado en su hamaca de descanso mientras contemplaba cómo Kibbick, el representante del gran señor hutt en Ylesia, intentaba examinar las cuentas del último mes y trataba de extraer algún sentido de ellas. El gigantesco t'landa Ta de cuatro patas dejó escapar un gemido para sus adentros. Ya hacía tiempo que habían dejado de divertirle los problemas que Kibbick tenía para entender incluso la contabilidad más rudimentaria. Kibbick era un idiota, y Teroenza tenía que cargar con la infortunada responsabilidad de ayudarle a comprender el funcionamiento de Ylesia.

«Como si Besadii no fuera consciente de que si Kibbick consigue llegar a adquirir las habilidades necesarias para mantener en marcha las factorías de especia, eso supondría dejarme sin trabajo —pensó el Gran Sacerdote con creciente disgusto—. Pero las posibilidades de que tal cosa llegue a ocurrir son increíblemente reducidas…»

Cuando Teroenza, con la ayuda de Jiliac, el líder del clan Desilijic, había organizado el asesinato de Aruk el Hutt, esperaba que el único descendiente del ya anciano noble hutt, Durga, jamás sería declarado jefe del clan. Después de todo, Durga tenía aquella horrenda mancha de nacimiento, y por sí solo eso ya debería bastar para descalificarle en lo referente a cualquier posición de liderazgo.

Pero Durga había demostrado ser más capaz y enérgico de lo que se imaginaba Teroenza. Había conseguido (algunos afirmaban que con la ayuda del Sol Negro) eliminar de una forma sorprendentemente sumaria a sus detractores más encarnizados. Algunos seguían hablando contra él, pero últimamente se trataba más de un murmullo cauteloso que de un auténtico grito de protesta.

Teroenza había puesto sus esperanzas en Zier, esperando que el miembro más antiguo del clan Besadii sería lo suficientemente fuerte y astuto para imponerse a Durga y adueñarse tanto del clan como del kajidic, su brazo criminal, que formaba parte de él.

Pero no fue así. Durga había conseguido alzarse con la victoria (al menos por el momento), y se había apresurado a anunciar que Tero enza debía seguir todas las instrucciones y directivas de Aruk.

Lo cual incluía enseñar a Kibbick, el sobrino idiota de Durga, a dirigir una empresa de altísimo nivel que ganaba muchos créditos.

En Ylesia, los «peregrinos» religiosos eran reclutados por misioneros T'landa Tils durante las ceremonias de exaltación itinerantes. Quien fuese lo suficientemente infortunado para sucumbir a la Exultación adictiva seguiría a los misioneros ylesianos hasta las tórridas junglas del planeta. Una vez allí, los peregrinos mal alimentados y manipulados por el lavado de cerebro y la adicción se convertían en esclavos voluntarios de las factorías de especia ylesianas, donde trabajaban para sus amos ylesianos desde el amanecer hasta la puesta de sol.

Los congéneres de Teroenza eran primos lejanos de los hutts, aunque eran mucho más pequeños y móviles. Con sus enormes cuerpos sostenidos en equilibrio sobre patas tan gruesas como troncos de árbol, los T'landa Tils tenían un rostro muy ancho bastante parecido a las facciones de un hutt, pero con la adición de un largo cuerno situado justo encima de sus fosas nasales. Una larga cola en forma de látigo se enroscaba sobre sus espaldas. Sus brazos y manos eran diminutos y débiles en comparación con el resto de sus cuerpos.

Pero la característica más interesante de los T’landa Tils no era de naturaleza física. Los machos de la especie poseían la capacidad de proyectar enfáticas emociones de «sentirse bien» hacia la mente de la mayoría de humanos. Esas proyecciones enfáticas, unidas a una vibración relajante producida por los sacos de la garganta de los machos, ejercían los efectos de una potente droga sobre los peregrinos. Éstos se volvían rápidamente adictos a su «dosis» diaria, y creían que los sacerdotes poseían dones divinos.

Pero nada estaba más lejos de la verdad. La capacidad de los T'landa Tils sólo era una adaptación de una exhibición destinada al apareamiento que había sido desarrollada evolutivamente para atraer a las hembras de la especie.

—No consigo entender esto, Teroenza —dijo Kibbick con visible preocupación—. Aquí dice que gastamos millares de créditos en un inhibidor de la fertilidad que es añadido a las raciones de los peregrinos. ¿Por qué no podemos eliminar ese gasto? ¿No podríamos limitamos a permitir que se reprodujeran? Eso nos ahorraría bastantes créditos, ¿verdad?

Teroenza no pudo evitar poner en blanco sus bulbosos ojos, pero afortunadamente Kibbick no le estaba mirando.

—Si permitimos que los peregrinos se reproduzcan, excelencia —dijo después—, eso reduce las energías de que disponen para trabajar. Su producción disminuye. Eso significaría menos especia procesada y lista para el mercado.

—Tal vez —dijo Kibbick—. Pero estoy seguro de que debe existir alguna forma de evitar que se reproduzcan sin tener que recurrir a drogas tan caras, Teroenza. Quizá podríamos animarles a reproducirse, y luego usar sus larvas y huevos como comida.

—La inmensa mayoría de humanoides no ponen huevos ni producen larvas, excelencia —replicó Teroenza, haciendo un desesperado esfuerzo para no perder la paciencia—. Las hembras dan a luz crías vivas, y además la mera idea de comerse a sus descendientes les parece espantosamente aborrecible.

Era cierto que, de vez en cuando, una pareja de esclavos salía del estupor inducido por la Exultación durante el tiempo suficiente para sentir la atracción mutua inspirada por la lujuria. Era bastante raro, pero en Ylesia habían llegado a nacer algunos niños humanos. Al principio Teroenza había pensado limitarse a matarlos, pero acabó decidiendo que, con un mínimo de cuidados, esos niños podían ser criados para que se convirtieran en guardias y auxiliares administrativos. Así pues, ordenó que los cuidaran en los barracones de los esclavos.

Y, actualmente, las drogas inhibidoras de la fertilidad eran añadidas de manera automática a la comida que se servía a los esclavos. Ya habían transcurrido más de cinco años desde el último parto accidental.

—Oh —dijo Kibbick—. Dan a luz crías vivas, ¿eh? Comprendo —añadió, volviendo a concentrarse en los libros con una mueca de disgusto.

«Idiota —pensó Teroenza—. Idiota, idiota, idiota... ¿Cuántos años llevas aquí, y por qué nunca te habías tomado la molestia de averiguar los hechos más rudimentarios acerca de los peregrinos?»

—He encontrado otra cosa que no entiendo, Teroenza —acabó diciendo Kibbick.

Teroenza respiró hondo, y después contó hasta veinte. —Sí, excelencia?

—¿Por qué tenemos que gastar créditos extra para instalar armas y escudos en esas naves? Después de todo, sólo transportan esclavos hasta las minas de especia y los palacios del placer después de que los hayamos explotado al máximo. ¿A quién le importa que puedan acabar cayendo en manos de unos incursores?

Kibbick se estaba refiriendo a una incursión producida hacía un mes en la que un grupo de rebeldes humanos cayó sobre un navío esclavista que se estaba preparando para abandonar el sistema ylesiano. No era la primera incursión de aquellas características. Teroenza no sabía quién era el responsable de ellas, pero no podía dejar de pensar que tenía que ser Bria Tharen, esa despreciable traidora y renegada corelliana.

El clan Besadii había ofrecido una generosa recompensa por su cabeza, pero hasta el momento nadie la había reclamado. «Quizá vaya siendo hora de que hable con Durga sobre la conveniencia de aumentar la recompensa ofrecida por Bria Tharen...n, pensó Teroenza».

—Es cierto que los esclavos dejan de importarnos en cuanto se van de aquí, excelencia —dijo en voz alta y hablando con exagerada paciencia—, pero incluso entonces siguen valiendo créditos para nosotros. Y las naves son muy caras. Que las llenen de agujeros las vuelve inservibles..., o, como mínimo, hace que luego resulten muy caras de reparar. —Oh —dijo Kibbick, frunciendo el ceño—. Sí, claro. Supongo que así debe de ser. Muy bien.

«¡Idiota!»

—Lo cual me recuerda algo de lo que quería hablaros, excelencia —dijo Teroenza—. Es algo que espero mencionaréis a vuestro primo. Necesitamos disponer de una mayor protección en Ylesia. El que volvamos a ser atacados sólo es cuestión de tiempo. Esas incursiones espaciales ya son lo suficientemente graves, pero si ese grupo rebelde llegara a atacar una de las colonias, tanto vos como yo podríamos correr un serio peligro.

Kibbick, obviamente alarmado por la sugerencia, estaba mirando fijamente al Gran Sacerdote.

—¿Piensas que se atreverían a hacerlo? —preguntó, con un cierto temblor en la voz.

—Ya lo han hecho anteriormente, excelencia —le recordó Teroenza—. Bria Tharen, esa ex esclava, mandaba la incursión. ¿Lo recordáis?

—Oh, sí, es verdad —dijo Kibbick—. Pero ya hace más de un año de eso, ¿no? Estoy seguro de que a estas alturas ya habrán aprendido la futilidad de atacar este mundo. Perdieron una nave dentro de nuestra atmósfera.

La turbulenta atmósfera de Ylesia era una de las mejores defensas con que contaba el planeta.

—Cieno —admitió Teroenza—. Pero preferiría tomar precauciones a tener que acabar lamentándolo, excelencia.

—Más vale prevenir que lamentar, ¿eh? —murmuró Kibbick, como si Teroenza acabara de decir algo asombrosamente inteligente y original—. Sí, bueno... Quizá tengas razón. Debemos estar lo más protegidos posible. Hoy mismo hablaré con mi primo acerca de ello. Más vale prevenir que lamentar... Sí, desde luego. Necesitamos disfrutar de la máxima seguridad posible...

Kibbick volvió a concentrarse en los libros sin dejar de hablar entre dientes. Teroenza volvió a relajarse sobre su hamaca, y se permitió el raro y reconfortante lujo de alzar por segunda vez sus bulbosos ojos hacia el techo.