(13)
El señor Sheringham investiga una pisada
—¿Qué me vas a enseñar? —exclamó Alec, levantándose de un salto de la silla.
—Cómo escapó el asesino —repitió Roger volviéndose y sonriendo encantado a su perplejo compañero—. En realidad es sencillísimo. Por eso no nos dimos cuenta. ¿Te has dado cuenta de que las cosas más sencillas, los planes, los inventos y demás… son siempre las más eficaces? Coge, por ejemplo…
Alec cogió a su locuaz amigo por el hombro y lo sacudió con violencia.
—¿Cómo escapó ese tipo? —preguntó.
Roger señaló la ventana a la que se había asomado.
—¡Por ahí! —respondió sin más.
—Sí, pero ¿cómo lo sabes? —gritó exasperado Alec.
—¡Ah!, ¿te refieres a eso? Vamos, amigo Alec —Roger cogió a su compañero del brazo y señaló con un gesto triunfal al alféizar de la ventana. En la superficie de la pintura había unas marcas muy leves—. ¿Has visto eso? ¡Ahora mira ahí! —Señaló algo en el lecho de flores que había debajo—. Ya te dije que estaría delante de nuestras narices —añadió complacido.
Alec se asomó a la ventana y observó las flores. Justo debajo de la ventana había una pisada inconfundible, con la punta del pie señalando hacia la ventana.
—Dices que escapó, ¿no es así?
—Así es, Alexander.
—Bueno, siento decepcionarte —prosiguió Alec en un tono que desmentía curiosamente sus palabras—, pero por ahí no escapó nadie. En todo caso, entró. Si vuelves a mirar, y esta vez lo haces con más cuidado, verás que la punta del pie, y no el talón, señala hacia la ventana. Lo que significa que alguien subió del suelo a la ventana y no al revés.
—Hoy estás inspirado, ¿verdad Alec? —repuso Roger con admiración—. Eso mismo pensé yo al principio. Luego, al mirar con más cuidado, tal como acabas de sugerir, reparé en que la marca del talón es mucho más profunda que la de la punta, lo que indica que alguien bajó de espaldas por la ventana hasta el suelo, tras cerrar cuidadosamente la ventana tras él. Si hubiese subido, la marca de la punta sería más profunda que la del talón, como comprenderás si te paras a pensarlo un momento.
—¡Oh! —dijo humillado Alec.
—Siento tener que contradecirte de un modo tan holmesiano —prosiguió con más amabilidad Roger—, pero tú mismo te lo has buscado. En serio, Alec, esto es muy importante. Resuelve la última dificultad acerca del asesinato.
—Pero ¿cómo cerró la ventana tras de sí? —preguntó todavía un poco incrédulo Alec.
—¡Oh! Eso es lo más ingenioso. Y tremendamente sencillo, aunque he tardado un minuto o dos en descubrirlo después de encontrar la pisada. ¡Mira! Fíjate en el cierre, es el típico de estas ventanas. Consiste en un brazo que encaja en un hueco y una manija muy pesada colocada en ángulo recto que gira sobre un pivote central; el peso de la manija es lo que mantiene el otro extremo en su sitio. Pues bien, ¡observa!
Colocando la manija de modo que el extremo más largo del cierre quedase por encima del pivote, Roger cerró la ventana. En el acto, la manija se movió con el golpe, el cierre cayó y se metió en el hueco con un pequeño chasquido.
—¡Que me aspen! —dijo Alec.
—Ingenioso, ¿verdad? —respondió con orgullo Roger—. Se puso de pie sobre el alféizar y tiró de la ventana hacia él tras poner la manija en la posición correcta antes de salir. Supongo que podría hacerse con cualquier ventana de celosía, aunque nunca se me había ocurrido.
—Desde luego, acabas de apuntarte un tanto —admitió humildemente Alec—. Retiro muchas de las cosas desagradables que te he dicho.
—¡Oh! No te molestes en disculparte —replicó magnánimo Roger—. Aunque recordarás que advertí de que al final acabaría teniendo razón. En fin, supongo que ya no seguirás discutiendo lo del asesinato.
—Tampoco es necesario que te regodees —se quejó Alec—. Lo hice con la mejor intención, como el médico del poema de A. P. Herbert. Bueno, ¿qué hacemos ahora?
—Salgamos a echarle un vistazo de cerca a la huella —sugirió Roger—. Es posible que haya más. ¡Huellas! Nos estamos convirtiendo en unos auténticos profesionales.
Una vez examinada con más cuidado, confirmó la impresión de Roger de que la había hecho alguien al bajar de espaldas del alféizar. El talón tenía casi tres centímetros de profundidad y la punta apenas un centímetro y medio. Los bordes estaban un poco borrosos porque la tierra estaba un tanto desmenuzada, pero sin duda era la huella de un pie muy grande.
—Calza al menos un cuarenta y tres —dijo Roger inclinándose sobre ella—. Posiblemente un cuarenta y cuatro. Esto puede sernos muy útil, Alec.
—Desde luego es un golpe de suerte.
Roger se incorporó y empezó a buscar entre las plantas cerca del macizo de flores. Pasado un momento se arrodilló al borde del césped.
—¡Mira! —exclamó muy excitado—. ¡Aquí hay otra!
Apartó dos pequeños arbustos y escudriñó entre ellos. Alec vio otra pisada, no tan profunda como la primera, pero marcada con claridad en la tierra seca. La punta también señalaba hacia la ventana.
—¿Es del mismo tipo?
—Sí —replicó Roger examinándola minuciosamente—. La otra bota. Veamos, esta se encuentra casi a un metro de la primera, ¿no? Debió de volver al sendero en dos zancadas —Se puso en pie y se sacudió las rodillas—. Es una lástima que no podamos seguirle más allá —añadió en tono decepcionado.
—¿No puedes deducir nada más de estas dos? —preguntó interesado Alec.
—No lo sé. Supongo que luego deberíamos medirlas con cuidado. ¡Ah!, y hay algo más que me gustaría mucho hacer.
—¿Y qué es?
—Conseguir una bota de cada habitante masculino de la casa y comprobar si coincide con estas huellas —exclamó Roger levantando la voz por la emoción—. Sí, eso es lo que deberíamos hacer, si podemos.
Alec parecía pensativo.
—Pero, escucha, ¿no te parece que estas pisadas indican que se trata de alguien ajeno a la casa? Muestran que escapó del lugar después de que muriera Stanworth. Si ese tipo fuese alguien de la casa, ¿por qué tomarse tantas molestias para salir por la ventana, cuando podía hacerlo por la puerta? Después de todo lo que hizo para que pareciese un suicidio, no sería tan necesario dejar la puerta cerrada por dentro ¿no te parece?
—¿Quieres decir que no es probable que encontremos una bota en la casa que coincida con estas pisadas?
—No si el tipo era alguien de fuera. ¿Qué opinas tú?
—¡Oh!, estoy de acuerdo. Creo que con toda probabilidad fue alguien ajeno a la casa. Tienes razón en que estas huellas nos llevan a esa conclusión. Pero no lo sabemos con seguridad, ¿verdad? Y prefiero descartar todas las posibilidades, por remotas que parezcan. Si tenemos oportunidad de probar las botas de todos y no coinciden, sabremos con seguridad que los de la casa están libres de la sospecha de haber cometido el crimen, aunque no de otras cosas, dicho sea de paso.
—¿A qué te refieres? —preguntó interesado Alec.
—A que pueden haber sido cómplices después del asesinato. Sin duda después y algunos de ellos también antes. Casi parece —añadió patéticamente Roger— que las tres cuartas partes de los habitantes de la casa hayan sido cómplices. No es justo.
—¡Bah! —respondió Alec. Eso era llevar las cosas demasiado lejos. En todo caso se sintió agradecido de que el misterioso comportamiento de Bárbara Shannon no hubiera llegado a oídos de Roger. ¿Qué habría dicho de haberlo sabido? Cómplice parecía poco en comparación—. ¡Eh!, ¿qué ocurre?
Roger estaba escuchando atentamente con la cabeza ladeada. Al oír a Alec, alzó un dedo para advertirle.
—¡Me ha parecido oír a alguien en la biblioteca! —susurró—. Asómate a la ventana de celosía y echa un vistazo. Yo iré a mirar por los ventanales. ¡No hagas ruido!
Muy animado se acercó con sigilo a los ventanales y se asomó cuidadosamente. Tuvo suerte. La puerta de la biblioteca se estaba cerrando muy despacio.
Corrió a donde estaba Alec.
—¿Lo has visto? —preguntó con la voz atragantada de emoción—. ¿Lo has visto?
Alec asintió.
—Alguien estaba saliendo de la biblioteca.
—Claro, hombre, pero ¿has visto de quién se trataba?
Alec movió la cabeza.
—No, me temo que no. He llegado demasiado tarde.
Los dos se miraron en silencio.
—La cuestión es si nos habrá oído —dijo por fin Roger.
—¡Dios mío! —exclamó con desánimo Alec—. ¿Crees que puede haberlo hecho?
—Es imposible decirlo. Aunque espero que no. Podría echarlo todo a perder.
—¡Sin duda! —exclamó con fervor Alec.
Roger lo miró con curiosidad.
—Caramba, Alexander, parece que por fin le has cogido el gusto a esta persecución.
—Es… muy emocionante —admitió Alec, casi en tono de disculpa.
—Me gusta tu espíritu. Bueno, sal de ahí y alejémonos de la casa para discutir lo que haremos ahora. Está claro que no es seguro hablar cerca de estas ventanas. Vaya, has estropeado mucho esas flores. ¡Cuidado! No pises las huellas.
Alec miró apesadumbrado el macizo de flores que estaba ahora embellecido con varias pisadas adicionales.
—Será mejor que borre las mías —dijo atropelladamente—. Son un poco sospechosas al pie de esa ventana. Cualquiera podría darse cuenta de que hemos estado husmeando por aquí.
—Hazlo —respondió con aprobación Roger—. Pero date prisa, y por el amor de Dios, no dejes que nadie te vea. Eso sería aún peor.
—Y ahora, Sherlock Sheringham —dijo Alec, cuando estuvieron seguros en mitad del césped—, ¿qué es lo que propones? ¿No va siendo hora de que te disfraces o algo parecido? Estoy seguro de que es lo que hacen los mejores detectives al llegar este momento de la investigación.
—No seas tan guasón, amigo Alec —le reprochó Roger—. Se trata de un asunto muy serio y por ahora nos apañamos muy bien. Creo que nuestro paso siguiente está muy claro. Nos dedicaremos a buscar al desconocido misterioso.
—¿Qué desconocido misterioso?
—Me refiero a que haremos algunas averiguaciones para descubrir si alguien vio anoche a algún desconocido. En casa de los guardeses, en la estación, en el pueblo y demás.
—Parece un buen plan.
—Sí, pero antes de que empecemos hay otra cosa que quiero hacer. Ya viste lo productivo que fue el análisis de los contenidos de la papelera. Quisiera echar un vistazo a lo que contenía ayer.
—¿No lo habrán destruido?
—No, no lo creo. Mientras estabas ocupado, hice algunas averiguaciones, dije que había tirado una carta que quería recuperar, y, por lo que me pareció entender, los contenidos de todas las papeleras se vacían en un cubo de la basura que hay detrás de la casa, donde se acumulan hasta que William considera necesario hacer una hoguera con ellos. Quiero echar una mirada a ese cubo antes de empezar. En realidad no espero encontrar nada, pero nunca se sabe.
—¿Cómo llegamos allí?
—Daremos la vuelta por delante de la casa; está al otro extremo en algún sitio. Será mejor que vayamos cuanto antes, no tenemos tiempo que perder.
—Lo estoy deseando —respondió entusiasmado Alec.
Se pusieron en camino.
Enfrente de la casa esperaba el coche, con el chófer sentado indolentemente al volante como si llevara allí un buen rato.
Roger silbó en voz baja.
—¡Vaya, vaya, vaya! —murmuró—. ¿Qué tenemos aquí?
—Es el coche —respondió el siempre literal Alec.
—Ya dije que, si te lo proponías, llegarías a ser un gran detective, Alec. ¡No seas tarugo! ¿Qué está haciendo ahí el coche? ¿A quién estará esperando?
—Creo que lo mejor será preguntar al chófer —replicó Alec sin inmutarse.
—Lo haré.
Alec se dio una palmada en el bolsillo.
—¡Maldita sea! Me he dejado la pipa en alguna parte. En la biblioteca diría yo. Iré corriendo a buscarla mientras hablas con el chófer, así tendrás tiempo de sobra. No tardaré ni un minuto.
Desapareció corriendo a la vuelta de la esquina y Roger se acercó paseando al chófer.
Cuando Alec reapareció con la pipa en la boca, dos o tres minutos más tarde, Roger estaba esperándole al lado del coche. Tenía una expresión entre aprensiva y triunfal pintada en el semblante.
—¡Ah, estás aquí! —exclamó en voz alta—. Bueno, será mejor que nos vayamos si queremos dar un largo paseo antes de la hora del té —Alec abrió la boca para hablar, pero reparó en su mirada de advertencia y guardó silencio. Roger lo cogió del brazo y lo llevó a buen paso por el camino. No volvió a hablar hasta después de doblar la esquina, cuando la casa quedó totalmente oculta de la vista—. Aquí —observó brevemente y se metió entre los espesos arbustos que bordeaban ambos lados del camino.
Un poco perplejo, Alec le siguió.
—¿Qué ocurre? —preguntó cuando alcanzó a su compañero.
—Vamos a jugar un poco al escondite. ¿Has oído lo que te he gritado? Era para que lo oyera el chófer, para que, si alguien le pregunta qué van hacer esta tarde el señor Grierson y el señor Sheringham, tenga algo que responder. Ahora quiero ver cuánto tiempo pasa desde la marcha de dichos caballeros hasta que el coche se ponga en camino. Verás, el chófer me informó de que está esperando para llevar a Jefferson a Elchester.
—Me parece normal —replicó inteligentemente Alec—. Jefferson dijo que tenía que salir, ¿no recuerdas?
—Lleva media hora esperando, Alec.
—¿Ah, sí? Es posible. Debe de llevar ahí desde que Jefferson entró en la biblioteca.
—Por lo tanto Jefferson decidió ir a Elchester hace una hora, Alec. Y no se fue. En lugar de eso ha estado en la casa. Y alguien a quien no pudimos identificar entró en la biblioteca y se marchó con mucho sigilo, Alec. Supongo que sabrás sacar tus propias conclusiones.
—¿Quieres decir que…, que fue Jefferson quien entró en la biblioteca?
—¡Es portentoso! —observó admirado Roger—. No sé cómo lo hace este hombre. Es como la telegrafía sin hilos. Sí Alec, tienes razón. Creo que fue Jefferson quien entró en la biblioteca. Pero ¿no ves lo que significa también eso? ¿Por qué no se fue a Elchester hace media hora? Sin duda estaba listo cuando nos lo dijo. ¿No será que desperté sus sospechas al preguntarle por el agujero del cura y decidió quedarse a espiarnos y averiguar qué era lo que tramábamos?
—¡Dios sabe! —respondió Alec desarmado.
—Parece probable, ¿no crees? Es como si Jefferson se hubiese vuelto suspicaz. Muy suspicaz. No me gusta. Las cosas podrían ponerse feas si descubren lo que nos traemos entre manos. No podremos seguir investigando tranquilos.
—Muy feas —asintió Alec.
—¡Chitón! Roger se acurrucó detrás de un arbusto y Alec siguió su ejemplo. Nada más hacerlo, oyeron el ruido de un coche que se acercaba y el gran Sunbeam azul pasó a su lado por el camino.
Roger miró su reloj.
—¡Vaya! Se ha ido cuatro minutos después de nosotros. Todo concuerda, ¿no te parece? Pero hay algo que me preocupa mucho.
—¿De qué se trata?
Pasaron por debajo de los arbustos y volvieron a encaminarse hacia la casa. Roger se volvió con aire impresionante hacia Alec.
—¿Oyó o no oyó lo que estábamos diciendo al pie de la ventana? Y, si es así, ¿qué es lo que oyó?