A mi padre

Querido padre:

No sé de nadie a quien le gusten más que a ti los relatos de detectives, con la posible excepción de mí mismo. Por lo que, si escribo uno y lo lees, tendremos la diversión asegurada.

Espero que repares en que he intentado que el caballero encargado de resolver el misterio se comporte en lo posible como sería de esperar que lo hiciera en la vida real. Es decir, que no parezca una esfinge y que cometa uno o dos errores de vez en cuando. Nunca he creído demasiado en esos individuos de ojos de halcón y labios apretados que prosiguen su avance silencioso e inexorable hasta la solución del misterio, sin tropezar ni una sola vez ni seguir una pista equivocada; y no veo por qué en un relato detectivesco no se va a poder crear un ambiente natural, igual que en cualquier otra obra de ficción.

Igualmente me gustaría hacerte notar que he mostrado sin más todas las pruebas a medida que van descubriéndose, a fin de que el lector disponga de los mismos datos que el detective. Me parece la única manera correcta de hacerlo. Ocultar hasta el último capítulo una prueba vital (que, dicho sea de paso, normalmente sirve para que la solución parezca de lo más simple), y sorprender al lector haciendo que el detective arreste al culpable antes de dejarle vislumbrar siquiera las pruebas en que se basa para hacerlo no es, en mi opinión, juego limpio.

Y tras esta breve homilía te entrego el libro a modo de pequeña retribución por todo lo que has hecho por mí.