CAPÍTULO 15. ¿Quién es el rompecristales?

La Cristalería Margon consistía en un edificio de ladrillos amarillos de una sola planta y tres almacenes de metal acanalado situados detrás, todo ello rodeado de una alambrada de metro y medio. Se hallaba situada en las afueras de Rocky Beach, a menos de un kilómetro de la chatarrería. Había una puerta lateral para los camiones de reparto y empleados, y una principal para las visitas que iban a la oficina y al almacén de venta al por menor. Detrás del edificio se hallaban dos muelles de carga, y los espacios de aparcamiento destinados a los empleados situados junto a ellos, estaban medio vacíos. El aparcamiento para los clientes, a mano derecha del edificio principal, estaba constantemente ocupado.

—¿Tú crees que el rompecristales es el propietario de la compañía?

—No necesariamente, Archivos —replicó Júpiter. Ocultos tras unos altos castaños silvestres, los cuatro muchachos estaban tendidos sobre una colina baja que dominaba la carretera y la cerca de alambre de Margon, y los edificios. Sus bicicletas estaban al pie de la colina, en el lado más apartado de la carretera.

—Pudiera ser un vendedor que desea aumentar sus comisiones —continuó Júpiter observando la actividad de la cristalería— o tal vez un nuevo jefe de ventas que quiere hacer méritos. O algún empleado que teme ser despedido si el negocio se va a pique.

—¿Entonces cómo lo descubriremos —quiso saber Paul—, si ni siquiera sabemos qué aspecto tiene?

—Sabemos que es alto y delgado y probablemente joven... no se ven a demasiadas personas mayores montadas en bicicletas de carreras y vistiendo semejante equipo. No puede haber demasiadas personas en Margon que se ajusten a esa descripción.

Desde su ventajoso punto de mira en lo alto de la colina, los muchachos estuvieron observando la compañía por espacio de una hora. El edificio principal se abría no a la carretera sino al aparcamiento de clientes situado a la derecha. Los automóviles entraban y salían constantemente del aparcamiento.

—¿Cómo es posible que una firma que vende sólo cristales tenga tantos clientes? —se maravilló Pete.

—Ya no existe ninguna compañía que venda únicamente un artículo —explicó Paul—. Hoy en día todo el mundo vende gran variedad de cosas extra. Las compañías madereras tienen departamentos de herramientas, y las de pintura ofrecen toda clase de material para la decoración. En Margon puedes encontrar toda clase de material para la construcción... ventanas, espejos, escaleras, lámparas, cosas así.

La larga fachada del edificio principal tenía una hilera de grandes ventanales pertenecientes a la zona de la oficina. Los muchachos pudieron ver a varias personas trabajando en sus mesas y de pie delante de los archivadores. En la parte de atrás dos hombres descargaban un gran camión y llevaban unas cajas planas a uno de los almacenes. De vez en cuando un hombre bajito salía por la parte posterior del edificio principal, entraba en uno de los tres almacenes y regresaba con un paquete plano envuelto en papel marrón que a todas luces contenía una sola hoja de una clase concreta de cristal.

—Vaya —dijo Paul—, ninguno de esos hombres parece el ciclista.

—No, ninguno —admitió Júpiter—. Tiene que estar en el almacén, en la oficina, o detrás en los otros almacenes. O podría ser un vendedor. Probablemente tienen vendedores que ahora estarán fuera vendiendo.

Al cabo de un rato, el gran camión salió del patio conducido por uno de los dos hombres. El otro comenzó a cargar otro camión con un armazón especial para el transporte de cristales, con los lados inclinados donde se apoyaban las grandes hojas de cristal verticalmente. El empleado utilizaba una carretilla elevadora para trasladar las cajas planas de los almacenes a los camiones.

Para las hojas de cristal muy grandes llamaba al hombre bajito del edificio principal y entre ambos las trasladaban a mano envueltas individualmente al camión especial.

—¿Qué hacemos, Jupe? —preguntó Bob—. ¿Observar y esperar?

—No, sólo quería comprobar cómo funcionaba la cristalería

—replicó el Primer Investigador—. El camión grande es evidente que trae género procedente de la fábrica. La camioneta y el camión especial para transportar cristales deben repartirlos entre las tiendas de reparación y los constructores. Supongo que no tardarán en salir. De vez en cuando el hombre bajito saca un cristal de un almacén y lo lleva al de venta al por menor, pero no las suficientes para abastecer al gran número de clientes que hemos visto entrar y salir. Eso me hace suponer que la mayor parte de cristales pequeños los tienen a mano en el edificio principal. No hemos visto que saliera nadie de los almacenes para ayudar, de manera que probablemente allí no hay nadie. ¿Estáis de acuerdo con mis observaciones?

—A mí me parecen correctas, Primero —dijo Pete.

Los otros dos muchachos asintieron con la cabeza.

—Bien —dijo Júpiter tajante—. Entonces sugiero que esperemos hasta que la camioneta y el camión especial salgan a hacer sus entregas. Así la zona de los almacenes quedará desierta, y cabe sólo la remota posibilidad de que haya allí algún empleado. Paul y yo entraremos en el almacén de venta al por menor para observar quién trabaja allí y en la oficina, mientras Pete y Bob irán a la parte de atrás y registrarán la zona de los almacenes en busca de alguna pista de nuestro hombre. Paul y yo procuraremos mantener a todo el mundo ocupado para cubrir a Pete y Bob.

—¿Cómo es que Bob y yo siempre efectuamos los registros? —preguntó Pete.

—Yo creo que es mejor que sea un conductor con licencia el que pregunte por un cristal de automóvil —dijo Júpiter un poco molesto—. Y puesto que yo soy con mucho el mejor actor, por consiguiente también soy el más Indicado para entretener a la gente de la tienda de venta al por menor.

Bob sonrió.

—Tiene razón, Pete.

—Como de costumbre. —Pete suspiró.

El hombre de la carretilla elevadora continuó cargando los dos vehículos por espacio de otra media hora. Luego se subió a la camioneta y la sacó del patio, dejándola al lado de la puerta lateral que estaba abierta. Momentos más tarde el hombre bajito que le había estado ayudando, salió del edificio principal, montó en el camión especial y siguió a la camioneta que salía ya por la verja abierta.

Toda la zona de los almacenes ahora estaba desierta.

—De acuerdo, Archivos y Segundo —les dijo Júpiter—. Recordad: podemos hallarnos ante un ladrón peligroso. Si encontraseis alguna prueba de que nuestro ciclista está aquí, dibujad con tiza un gran signo de interrogación en la puerta del almacén más pequeño. Paul y yo iríamos inmediatamente al puesto demando y llamaríamos al comisario Reynolds mientras vosotros permanecéis aquí para vigilar la prueba.

Bob y Pete descendieron por el otro lado de la colina y rodearon su base para llegar a la puerta abierta en la calle lateral. Paul y Júpiter bajaron de la colina entre la maleza, y luego de cruzar la carretera, entraron por la puerta principal y luego en el almacén de ventas de la Cristalería Margon.

Delante del mostrador había cuatro clientes que eran atendidos por tres empleados. Tras el mostrador las estanterías cargadas de cristales domésticos y ferretería se prolongaban hasta el fondo del edificio. Por toda la tienda se veían marcos de ventanas, espejos, cristales decorativos, y accesorios de hierro forjado. A la derecha, una ventana en la parte destinada a la clientela miraba al patio de almacenes. A la izquierda, una separación de cristal a todo lo largo del edificio aislaba las oficinas de la compañía del almacén. En ellas se veían a tres mujeres y cuatro hombres.

Júpiter y Paul permanecieron de pie tras el cliente que aguardaba turno y se dedicaron a observar al personal de la compañía. De los tres vendedores, uno era mayor y rechoncho, otro alto y delgado, pero no joven, y el tercero era un joven, alto y delgado, y con aspecto atlético. Paul le dio un codazo a Júpiter y le indicó al joven vendedor con la cabeza. Júpiter le estudió detenidamente.

Le tocó el turno al cliente que estaba delante de ellos.

A través de la mampara de cristal Júpiter pudo ver que las tres mujeres de la oficina eran jóvenes, pero solo una delgada, y no mediría más de un metro cincuenta y cinco. De los cuatro hombres, uno era alto, de mediana edad y estaba sentado en un despacho privado con el nombre J. Margon, Presidente, en la puerta. Otros dos eran dos empleados jóvenes, pero de corta estatura. Y el cuarto, aunque alto y delgado, era un anciano que estaba sentado ante una gran mesa escritorio y les observaba a todos fijamente... el jefe de personal.

—¡Júpiter!

Era la voz de Paul que le susurraba en tono de alarma. Otro de los empleados había quedado libre, pero en vez de atender a Jupe y a Paul, se dirigía hacia la puerta lateral que daba al patio posterior.