CAPÍTULO 7. ¡Acusados!
Mientras el «Rolls-Royce» discurría silencioso a través de la noche de Rocky Beach, Worthington habló por encima de su hombro.
—Ayer por la mañana ocurrió algo muy extraño en la agencia de alquiler de automóviles, master Jones. Alguien telefoneó y dijo que deseaba ponerse en contacto con cuatro muchachos que había visto utilizando nuestro «Rolls-Royce» dorado. Dijo llamarse señor Toyota y explicó que necesitaba cuatro jóvenes típicamente americanos para modelos de fotografías publicitarias, y que uno de ellos, usted me perdonará, master Jones, tenía que ser muy robusto. Con intención de hacerle un favor, nuestro encargado le dio la dirección de la chatarrería.
En la oscuridad del asiento posterior los cuatro muchachos intercambiaron rápidas miradas.
—¡Debió ser ese intruso que intentaba localizarnos! —exclamó Bob.
Júpiter preguntó:
—¿Podría describir la voz, Worthington?
—Nuestro encargado dijo que sonaba poco clara, como si la línea no funcionara bien, pero que tenía una entonación netamente oriental. Sin embargo, sospecho que nuestro encargado no es una autoridad en acentos.
—A mí eso me parece una voz disfrazada —dijo Bob.
—Estoy de acuerdo, Archivos —asintió Júpiter.
—¡Pero —dijo Paul— eso significa que alguien nos vio el lunes por la noche! Tal vez por eso no ocurrió nada.
Júpiter reflexionó unos instantes.
—No. Al parecer él nos vio en el «Rolls». Eso debió ser antes o después de habernos escondido. Si fue antes, todavía no habíamos llegado a la calle Valery y no pudo saber a dónde íbamos. Si fue después, ya era demasiado tarde para cambiar lo que ya había ocurrido. Además, el rompecristales ya se había saltado varias manzanas antes incluso de que nosotros conociéramos este asunto.
—Tienes razón —convino Paul—. No quiere decir nada.
—Al contrario —exclamó Júpiter—. Podría significar algo vital. ¡Si el intruso tiene alguna relación con los cristales rotos, entonces es que alguien está muy preocupado por nuestra investigación!
Worthington dijo en voz baja:
—Caballeros, la próxima es la calle Valery.
Rápidamente los muchachos repitieron sus movimientos del lunes anterior, y Pete, Bob y Júpiter no tardaron en ocultarse detrás de los mismos arbustos frente al 142 de la calle Valery. Se acomodaron para espiar, en tanto que Paul iba hacia la casa y Worthington echaba a andar calle abajo.
La mujer alta con el gran danés no se hizo esperar con el mismo bastón de empuñadura de plata. Una vez más se detuvo para admirar el «Rolls-Royce» y de nuevo blandió el bastón en alto cuando el perro quiso hacerla andar.
—¡Quieto, Hamlet!
Detrás de los arbustos los muchachos contuvieron la risa al ver cómo la mujer era arrastrada hasta la esquina por el enorme animal. La calle volvió a quedar en silencio. Ninguno de los automóviles que pasaban de vez en cuando aminoraron la marcha y ninguno se detuvo. Luego el hombre de la bicicleta salió de la oscuridad con su faro taladrando la noche. Esta vez ni siquiera se detuvo a mirar el rutilante «Rolls». Como un fantástico hombre del espacio con su casco y auriculares fue directo hasta la manzana siguiente y desapareció.
Los muchachos aguardaron detrás de los arbustos.
Eran más de las diez cuando un llamativo Volkswagen dobló la esquina y recorrió despacio la calle Valery. Pintado de rojo y amarillo, con los guardabarros abollados y los parachoques medio caídos iba calle arriba hacia el «Rolls-Royce». ¡Al pasar junto a él algo salió volando por una ventanilla y desapareció debajo del Rolls!
—¡Han tirado algo debajo del «Rolls»! —exclamó Pete.
—¿Qué era? —preguntó Júpiter.
Abandonando su escondite, los Investigadores cruzaron la calle para llegar al «Rolls». Al asomarse debajo del coche vieron una bolsa de papel marrón, con algo dentro. Pete se puso de bruces en el suelo y la sacó.
—¡De prisa, Segundo! —le apremió Júpiter.
Pete se puso de pie y abrió la bolsa. Una expresión de extrañeza apareció en su rostro al ver su contenido.
—Una lata de cerveza —dijo con disgusto—. [Acaban de arrojar una lata de cerveza!
Y la lanzó por encima de su hombro. —¡Segundo! —gritó Júpiter.
Decepcionado, Pete había arrojado la lata a su espalda, con la mala fortuna de que se le resbaló... y fue a dar en el «Rolls-Royce».
Chocó contra la ventanilla posterior del coche resplandeciente, rebotó y rodó ruidosamente por el suelo.
—¡Uau! —exclamó Pete con alivio—. Menos mal que...
De pronto la tranquila noche se lleno de ruido. Sonaban silbatos. ¡Y se oían voces que gritaban por toda la calle oscura! Policías uniformados salieron corriendo de detrás de los árboles y arbustos del patio de una casa de la derecha, y asomaron por encima del seto de la casa de la izquierda. Luces rojas y blancas giraban en lo alto de los coches de la policía, aullaban las sirenas, y se les veía aparecer por todas las esquinas.
Hombres y automóviles convergieron alrededor de los tres muchachos, que permanecían como paralizados al lado del «Rolls-Royce». Al instante estuvieron en manos de la policía y rodeados de una multitud furiosa. Un sargento malcarado se adelantó.
—¡Vaya, al fin os atrapamos, gamberros!
Mientras los tres muchachos permanecían mudos de sorpresa, una voz furiosa gritó desde detrás del círculo de policías.
—¡Gamberros! ¡Ladrones! ¡Pillastres! El corro de policías se apartó y un anciano de ojos airados que blandía un bastón se acercó cojeando hacia los Investigadores. Llevaba un traje negro y antiguo que pedía a gritos que lo planchasen, corbata negra, y un reloj de oro con cadena que asomaba por su chaleco. Se apartó bruscamente de sus acompañantes... un joven y una muchacha de unos dieciocho años que intentaban retenerle.
Amenazándoles con su bastón, el hombre se acercó a los muchachos.
—¡Ladrones! ¿Dónde está mi águila?
Un policía bajito con sus galones de teniente recién estrenados se apeó de uno de los coches con luces intermitentes.
—Bien, vosotros tres, ¿queréis decirnos por qué habéis estado rompiendo las ventanillas de los coches? —dijo el teniente mirándoles con severidad—. Sólo por divertiros, o ¿hay algo más detrás? ¿Eh?
—¡Oblígueles a decir dónde está mi águila! —rugió el anciano.
Pete tragó saliva y tartamudeó:
—¡No-nosotros no hemos roto ninguna ventanilla! Tratamos de encontrar...
—No trates de mentir, chaval —dijo el sargento. Bob exclamó:
—Pero, oficial, nosotros estamos aquí para atrapar al que rompe los cristales. Somos detectives.
—Comete usted un grave error, sargento —dijo Júpiter enojado—. Si quiere ver nuestras credenciales todo quedará aclarado.
Júpiter se llevó la mano al bolsillo. Todos los policías se pusieron en guardia y prepararon sus armas. El teniente bajito dijo señalando a Júpiter: —¡Quieto ahí! ¡Saca las manos de los bolsillos!
Júpiter se quedó helado. Mientras todos los policías le observaban hubo otro alboroto fuera del círculo. Un miembro de la patrulla se abría paso entre la multitud arrastrando a Paul Jacobs.
—Aquí le traigo otro, teniente. Venía hacia aquí y dice que es amigo de esos tres. El viejo del bastón gritó:
—¡Le conozco! ¡Ha estado aquí cada vez que se rompieron los cristales de la camioneta!
—¡Es la camioneta de mi padre! —protestó Paul—. Yo la conducía.
El teniente sonrió.
—Y supongo que este «Rolls-Royce» también es de tu papá, chaval.
—¡Regístrenlos! —ordenó el viejo—. ¡Uno de ellos debe tener mi águila!
Júpiter se irguió todo lo que le permitía su menguada estatura y dirigió al furibundo anciano una mirada asesina.
—Nosotros no hemos roto ni robado nada.
—Y menos un pájaro tan grande como un águila —exclamó Pete.
—¡Tiene que estar loco! —exclamó Bob—. ¿Dónde podríamos llevar escondida un águila?
—Ese hombre es un demente —dijo Júpiter. El sargento miró a los muchachos.
—No intentéis dároslas de listos. Ya os tenemos. Os hemos atrapado con las manos en la masa intentando romper el cristal de ese «Rolls-Royce» con esa lata.
—Eso fue un accidente —insistió Pete—. La tiré sin mirar.
—Cuando se quiere romper el cristal de un automóvil hay que emplear algo más pesado que una lata de cerveza vacía —indicó Bob—, Eso es evidente.
—Hace pocos minutos un Volkswagen pintado de rojo y amarillo pasó por aquí y desde él lanzaron una bolsa de papel —explicó Júpiter—. Fue a parar debajo del «Rolls-Royce» y Pete la sacó para ver lo que había dentro. Al descubrir que no era más que una lata de cerveza vacía la arrojó con disgusto sin mirar dónde iba a parar, sargento.
—¡Mentirosos! —exclamó el anciano furibundo.
Y antes de que nadie se diera cuenta de lo que ocurría, alzó su bastón y le pegó a Júpiter en la cabeza.
—¡Toe!
Aturdido, Júpiter no supo qué hacer. Todo el mundo quedó paralizado unos instantes. Pete, Bob y Paul seguían acorralados por la policía y el joven y la muchacha estaban demasiado lejos para detener al anciano que volvía a alzar el bastón.
Worthington apareció de pronto y abriéndose paso entre el círculo de policías con un solo movimiento cogió el bastón en el aire, y lo arrancó de manos del viejo lanzándolo lejos.
—¡Lamentará haber pegado a master Jones, buen hombre!
El hombre miró a Worthington y luego se volvió a la policía.
—¡Mi bastón! —gritó—. ¡Me ha atacado! ¡Ustedes le han visto! ¡Es el jefe de la banda!
Como el alterado anciano intentara golpear al chófer, éste le puso una mano en la cabeza y le sostuvo así apartado mientras continuaba hablando con la policía.
—¿Puedo preguntar por qué detienen a mis jóvenes señores? —preguntó el elegante chófer—, ¿y de qué institución para alienados mentales ha escapado este desdichado anciano?
El teniente y el sargento miraron al chófer que imperturbable conservaba la calma mientras mantenía apartado al iracundo anciano con una mano.
—¿Usted es el chófer del «Rolls-Royce»? —le preguntó el teniente con recelo.
—Sí —repuso Worthington.
—¿Y dice usted que trabaja para estos chavales? —dijo el sargento—. ¿Son los dueños del «Rolls-Royce»?
El irascible anciano continuaba luchando por alcanzar a Worthington con inútiles manotazos.
—¡Lo más probable es que trabajen para él! ¡Unos chavales no conocen el valor de un águila! ¡Él es el ladrón! ¡Deténganle!
Worthington frunció el ceño y miró hacia la pareja que estaba detrás del anciano.
—Si ustedes dos son parientes de este caballero, sugiero que se lo lleven. Temo que pueda lastimarse.
El joven y la muchacha se apresuraron a sujetar al violento anciano y se lo llevaron. Worthington se sacudió las manos con displicencia mientras se volvía hacia los policías.
—No, oficial; los Tres Investigadores no son propietarios de! «Rolls-Royce», pero lo han alquilado a mi agencia y por lo tanto en la actualidad son mis jefes. Si desean comprobar estos datos pueden telefonear a mi agencia, la Compañía de Alquiler de Automóviles Rental.
—¿Los Tres Investigadores? —repitió el sargento con incredulidad.
—Ese es el nombre de nuestra agencia de detectives juvenil —dijo Júpiter—. Como intenté decirle, estamos investigando el caso de las ventanillas rotas. Por eso..,
—¡No escuche a ese gordo y ladrón! —gritó el viejo luchando por soltarse de sus jóvenes acompañantes.
—Yo puedo confirmar la declaración de master Jones, oficial —dijo Worthington— y respondo de los tres muchachos.
—No pueden ser detectives de verdad —dijo el joven—. Quiero decir que son sólo unos niños.
—Nosotros les vimos lanzar esa lata contra el «Rolls-Royce» —dijo la muchacha.
El teniente y el sargento miraron a cada uno de los muchachos, y luego el uno al otro. El teniente suspiró contrariado.
—¡Ojalá alguien pudiera decirnos qué es lo que está ocurriendo realmente!
Una nueva voz se alzó en la calle a sus espaldas. —Creo que yo puedo hacerlo, teniente.