CAPÍTULO 2. Una fuerza invisible

—Es posible —declamó Júpiter— que el cristal se deteriore por fragmentación espontánea, pero es altamente improbable que esto se dé cuatro veces secuencialmente y en el mismo vehículo.

Paul Jacobs miraba al Primer Investigador con asombro.

—Lo que Jupe quiere decir —dijo Pete con una sonrisa—, es que un cristal puede romperse como cualquier otra cosa, pero no cuatro veces seguidas y en el mismo coche.

—Gracias —dijo Paul—. ¿Siempre habla así?

—Ya te acostumbrarás —Bob rió—. En el fondo es un genio corriente y sencillo.

—Si vosotros tres habéis terminado de hacer el payaso — dijo su jefe con frialdad—, tal vez podamos continuar con el caso. Sugiero que Paul nos lo cuente desde el principio.

—Quiere decir —se burló Pete— que empieces por lo primero, Paul.

El muchacho sonrió y se dispuso a comenzar su historia. Al parecer tenía un amigo que vivía en el número 142 de la calle Valery en una zona residencial de la ciudad. Paul iba a menudo a casa de su amigo después de cenar conduciendo la camioneta de su padre. Siempre aparcaba en el mismo lado de la calle delante de la casa. Cuatro veces en menos de dos meses el cristal de la ventanilla del conductor estaba roto al salir de casa de su amigo. Paul no tenía la menor idea de quién era el responsable del daño, pero sí sabía que no era ninguno de sus compañeros... pensara lo que pensase su padre.

—¿Siempre es la misma noche de la semana? —preguntó Bob.

Paul reflexionó unos instantes.

—No creo, pero la verdad es que no me acuerdo. La última vez fue el miércoles pasado. Júpiter estaba pensativo.

—¿Y se rompen los cristales de otros coches al mismo tiempo?

—No que yo sepa —replicó Paul—, Quiero decir que nunca lo he visto ni he oído que se rompieran otras ventanillas en aquella manzana... pero tampoco lo he preguntado.

—Jupe —dijo Pete despacio—, ¿por qué es importante que se hayan roto otros cristales?

—Si sólo son los de Paul —explicó Jupe—, entonces es que le ocurre algo raro a su camioneta, o alguien quiere perjudicarle a él únicamente. Pero si se rompen otros cristales, entonces el fenómeno no se limita a un solo vehículo. ¿Por qué, Segundo?

—Pues a mi padre se le rompió el cristal de una ventanilla de su coche la semana pasada por la noche y ¡tampoco sabe cómo ocurrió! —dijo Pete.

Pete continuó explicando que el automóvil de su padre se hallaba aparcado en la calle delante de su casa y que la ventanilla del lado del conductor apareció con el cristal roto. Su padre no pudo ver a nadie por allí y al parecer nada había dado contra el cristal.

—Mi padre dice que debieron ser unos gamberros. Ya sabéis: esos que van por ahí rompiendo cristales para divertirse.

—Los adultos lo achacan todo a la juventud —suspiró Júpiter y luego su voz adoptó un tono de mayor interés—. La información aportada por Pete nos sugiere que lo que está ocurriendo abarca mucho más que únicamente la camioneta de Paul. Lo que debemos hacer...

El rostro redondo de Júpiter de pronto se puso blanco como el papel.

—¡De prisa, camaradas! —exclamó—. ¡No hay que perder un segundo!

Los otros tres miraron extrañados a su rechoncho jefe. Luego todos lo oyeron... era la voz de tía Matilda gritando a lo lejos:

—¡Es hora de trabajar, pillastres! Sé que todavía estáis en el patio. ¡Salid ya, bribones!

—Paul es demasiado grande para el túnel dos —dijo Júpiter—. ¡Será más fácil por el tres, de prisa! ¡Corred!

Los cuatro muchachos salieron corriendo del taller y pasaron por delante del enorme montón de chatarra que estaba al lado. Se detuvieron ante una gran puerta de roble todavía con su marco, que estaba apoyada contra un montón de bloques de granito. Pete rebuscó en una caja entre la chatarra y sacó una llave grande y oxidada que abría aquella puerta. Detrás de ella había una gran caldera de hierro. Los cuatro niños pasaron a través de ella y llegaron ante una puerta lateral en una estructura metálica.

Pete la abrió y entraron en una habitación muy cómoda amueblada como oficina.

—¡Uau! —Paul miraba a su alrededor lleno de asombro—. ¿Dónde estamos, amigos?

—En nuestro puesto de mando —explicó Pete con orgullo—. Es un viejo remolque que el tío de Jupe compró hace años. Nosotros amontonamos la chatarra a su alrededor hasta ocultarlo por completo, y todos lo han olvidado. ¡Ni siquiera tía Matilda lo ha descubierto nunca!

—Es estupendo —dijo Paul entusiasmado. Miró con admiración la mesa-escritorio, el archivador, el teléfono con su altavoz y contestador automático, la radio, el interfono y los transceptores portátiles.

—Nos presta un gran servicio —convino Júpiter—. Y ahora, como os estaba diciendo, cuando nos ha interrumpido tía Matilda, lo que tenemos que hacer es imaginar qué podría romper una ventana sin que se vea, ¡y sin dejar el menor rastro!

—¡Ondas ultrasonoras! —exclamó Bob—. El sonido puede romper el cristal.

—¡Cierto! —replicó Pete—. Como una cantante de ópera.

—O el estampido de un reactor cuando atraviesa la barrera del sonido —añadió Paul—. El estampido puede partir un cristal.

—¿Recuerdas haber oído volar algún avión por encima de la casa de tu amigo antes de que se partiera el cristal? —Preguntó Júpiter a Paul.

El joven meneó la cabeza.

—No. No pasaba ningún jet.

—¿Hay alguna fábrica, estación de radio o de televisión cerca de la casa de tu amigo? —dijo Júpiter—. ¿Alguna maquinaria que pudiera emitir ondas ultrasonoras por accidente?

—No —fue la respuesta de Paul—. Alrededor sólo hay casas.

Pete dijo:

—¿Y un terremoto?

—¿Notaste algo? —le preguntó Bob a Paul.

—No —respondió el muchacho mayor—, pero tal vez pudo haber uno ligero. Yo recuerdo muchos terremotos que no los sentí siquiera y, sin embargo, hicieron caer los objetos de los estantes.

Júpiter meneó la cabeza.

—Los cristales de los coches son muy fuertes.

—¿Y el viento? —sugirió Bob—. ¿Un tornado? He leído que hubo pequeños remolinos por esta zona.

—Paul hubiera visto volar las cosas —indicó Júpiter.

—Pue-puede —tartamudeó Pete— que fuera un rayo. ¿Un rayo mortífero?

—Como en la Guerra de las Galaxias —dijo Paul—. ¡Un rayo de calor o la fuerza de un rayo!

—De otro planeta —añadió Bob.

—¡Una nave espacial!

—¡Un alienígeno invisible!

—O... ¡un fantasma!

—¡O un espíritu burlón!

Júpiter alzó su mano para acallar el alboroto.

—¡Parad el carro! Puede haber una fuerza Invisible en funciones, pero lo más probable es que exista una explicación simple y evidente que no se nos ha ocurrido. El problema es que no sabemos bastante. Sugiero dos planes de acción inmediata para averiguar todo lo posible respecto a esos cristales rotos.

—¿Cuáles son, Júpiter? —le preguntó Paul con ansiedad.

—Primero, reconstruiremos el escenario del crimen aparcando en la calle y observando si alguien viene a romper nuestras ventanillas. Luego...

—Pero —le interrumpió Paul— mi padre no volverá a dejarme la camioneta.

Júpiter sonrió.

—Creo que podremos conseguir algo mucho mejor que tu camioneta como cebo.

—¿Y cuál es el segundo plan de acción, Primero? —Quiso saber Bob.

—Organizaremos ¡una Cadena Fantasma!

Paul tragó saliva.

—¿Una qué?

—Una Cadena Fantasma —explicó Pete—. Es un sistema Inventado por Júpiter para que un montón de chicos vigilen o busquen algo. Cada uno de nosotros llama a cinco amigos y les pide que hagan lo que nosotros queremos, y entonces cada uno de ellos llama a su vez a cinco amigos más, etc., etc.

—Ya entiendo —repuso Paul—. Si cada uno de nosotros tiene cinco amigos y esos cinco amigos tienen otros cinco, y todos esos tienen otros cinco... ¡Uau!, serían quinientos chicos. ¡Podríamos cubrir todo Los Ángeles con un plan así!

—Exacto —dijo Júpiter—. Pero limitémonos a cubrir Rocky Beach. Emplearemos la cadena para averiguar si a otros coches de la ciudad se les rompieron los cristales durante estos últimos dos meses, y cuándo y dónde.

—¿Cuál haremos primero? —preguntó Pete.

—Podemos hacer los dos al mismo tiempo —replicó Júpiter—. Comenzaremos la cadena y nuestro contestador automático puede recoger todos los informes que nos lleguen por teléfono. ¡Entretanto, nosotros podemos intentar atraer al criminal!

—Y atrapar al que rompe los cristales de los automóviles —dijo Bob.

—O lo que sea —añadió Júpiter—. ¡Después de todo podría tratarse de alguna fuerza invisible y desconocida!