CAPÍTULO 4. ¡Alarma!
Haciendo cabalas sobre este nuevo y extraño misterio, Bob permaneció inquieto toda la noche y por la mañana se durmió. Tuvo que bajar corriendo al oír la voz airada de su padre.
—¡Ya no se puede estar tranquilo en la calle!
—Estoy segura de que ha sido un accidente, querido —decía la señora Andrews—. Hay muchas cosas que pueden romper el cristal de un automóvil por casualidad.
—Bien, de ahora en adelante el coche estará siempre en el garaje.
Bob casi bajó rodando los últimos escalones antes de llegar a la cocina donde sus padres estaban acabando de desayunar.
—¡Papá! ¿Se ha roto el cristal de la ventanilla del coche? —Me temo que sí, hijo. —¿El de la ventanilla del conductor? —Sí —repuso el señor Andrews mirando a Bob con el entrecejo fruncido—. ¿Cómo lo...?
—¿Y no sabes cómo se rompió? —exclamó Bob excitado—. ¿No encontraste nada que hubiera podido romperlo?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó e! señor Andrews con recelo.
Bob contó a su padre lo del misterio de Paul, que al señor Crenshaw también se le había roto un cristal del coche, y que ellos habían estado de vigilancia la noche anterior.
—¿Y estás seguro de que ese Paul Jacobs no vio nada al oír el ruido del cristal al romperse? —insistió el señor Andrews.
—Nada en absoluto, papá.
—¡Tuvieron que ser unos gamberros!
—Entonces serían gamberros invisibles, papá. Fantasmas.
—¡Eso es ridículo, Bob! Tú sabes...
—Estoy segura de que existe una explicación bien sencilla —intervino la señora Andrews—. Júpiter y los muchachos la descubrirán. Ahora terminad de desayunar los dos.
Bob devoró los huevos ansioso de llegar cuanto antes al «Patio Salvaje» y decir a los otros que, por lo menos, hubo otra ventanilla rota la noche anterior. Terminó bebiéndose la leche y se levantó de un salto.
—¿Te has hecho la cama, jovencito? —le preguntó su madre.
—¡Sí, mamá!
Pedaleó lo más de prisa que pudo hasta el Patio Salvaje, pero, en vez de entrar por la puerta principal de la verja, continuó a lo largo de la cerca. Artistas de Rocky Beach habían pintado en las tablas, árboles, flores, lagos, cisnes e incluso la escena de un naufragio. Bob se detuvo allí, empujó el ojo de un pez pintado que se asomaba a ver cómo se hundía el barco, y las dos tablas verdes cedieron. Ésta era la puerta verde número uno que daba al taller de Jupe. No había nadie allí, pero sí estaba la bicicleta de Pete. Rápidamente Bob gateó por el túnel dos... un tramo de tubería que iba por debajo del montón de chatarra hasta el puesto de mando de los investigadores... y levantó la puerta de la trampa del suelo del remolque.
—¡Eh, chicos! Anoche a mi padre...
Bob se detuvo. Nadie le escuchaba. En realidad nadie se había dado cuenta de su llegada. En la oficina reinaba una frenética actividad, como en la NASA en día de lanzamiento. Júpiter, Pete y Paul Jacobs se hallaban de pie ante un mapa gigante de Rocky Beach sujeto con chinchetas a la pared, e iban clavando más en el mapa mientras una voz grabada en el contestador automático se oía como música de fondo:
«...El señor Wallace encontró rota la ventanilla del conductor delante del número 27 de Cota Este el miércoles pasado.»
Paul puso una chincheta en el mapa y otra voz distinta anunció:
«Joe Eller encontró roto el cristal de su coche hace un par de semanas cerca del 45 de Roble Oeste. El de la ventanilla delantera izquierda.»
Pete clavó otra chincheta en el mapa. A continuación se oyó una voz de niña:
«A la señora Janowsky del 1689 de La Viña le rompieron el cristal de la ventanilla del lado del conductor el lunes por la noche.»
Júpiter puso una chincheta en el lugar indicado. Bob dio unas palmadas en el hombro de Júpiter.
—¡La Cadena Fantasma funciona! —exclamó.
Jupe se volvió con una sonrisa de triunfo.
—El contestador automático está lleno de informes que han ido llegando desde anoche hasta esta mañana temprano, y continúan las llamadas telefónicas. ¡Las ventanillas de los automóviles de Rocky Beach se han estado rompiendo durante los dos últimos meses!
—Y siempre es la ventanilla correspondiente al lado del conductor y de un coche que está aparcado en la calle —exclamó Pete—, ¡y nadie ha visto quién... o qué... las rompe!
—Tenemos casi cien chinchetas en el mapa —dijo Paul.
—Ciento una —replicó Bob y les contó lo del automóvil de su padre.
—Señálalo en el mapa —le dijo Pete.
Bob cogió un puñado de chinchetas, pinchó una en el lugar correspondiente a su propia casa y luego se unió a los demás y escuchó los mensajes de la Cadena Fantasma. Al fin terminaron los grabados en la máquina, pero el teléfono no cesó de sonar con nuevas ventanillas rotas. Jupe las iba grabando para el archivo en tanto los otros las escuchaban por el altavoz:
...la del lado del conductor del coche del señor Andrews, en...
Bob dijo:
—Ese es Max Brownmiller que vive en la manzana de al lado. Debe haberse enterado de lo del coche de mi padre.
Los muchachos continuaron escuchando y clavando chinchetas en el mapa hasta que al fin el teléfono dejó de sonar. Pete contó las que habían colocado.
—¡Ciento veintisiete!
—La primera fue hace dos meses —observó Paul—. Antes de que rompieran la mía por primera vez.
—Así que Jupe tenía razón —dijo Bob—. El destroza-cristales no va sólo detrás del señor Jacobs o de Paul.
—Pero —dijo Júpiter despacio contemplando el mapa con las chinchetas plateadas casi en todas las calles del centro de la ciudad—, ¿cuál es el sistema operativo?
—¿Sistema operativo? —preguntó Paul extrañado.
—Sistema operativo —explicó Bob—. Cuando alguno se repite una y otra vez por lo general se encuentra alguna pauta que también se va repitiendo. Como por ejemplo, que las ventanillas rotas sean siempre de coches de la misma marca, porque alguien quiera perjudicar a cierto fabricante de automóviles.
—O —dijo Pete— que alguien odie a la gente que va a la playa porque arman demasiado ruido, y entonces todas las chinchetas estarían en la zona de la costa.
—O si los cristales se rompieran por alguna causa natural —añadió Júpiter—, entonces todas las chinchetas estarían cerca de esa causa natural. Pero están por todas partes.
—Por todas no, Júpiter —intervino Paul—. Únicamente en el centro de la ciudad. No hemos puesto ninguna por la zona del Patio Salvaje, ni en la playa, ni en las montañas.
Los otros asintieron. Bob frunció el ceño.
—¿Jupe? —dijo—. Hay algo muy peculiar.
—¿Qué es, Archivos?
—Pues bien —dijo Bob contemplando el mapa—, según los informes, anoche se rompieron ventanillas por toda la calle Valery, ¿por qué no se rompió ninguna en la que estábamos nosotros?
Júpiter asintió.
—Ya me he dado cuenta, pero de momento no se me ocurre ninguna explicación. Debe existir un motivo, y estoy convencido de que se esconde en esas chinchetas del mapa. Creo que deberíamos escuchar otra vez la grabadora y... .
Un repentino impacto metálico hizo vibrar todo el remolque. Sonó como si algo duro hubiese dado contra algún objeto de metal del montón de chatarra que rodeaba el puesto de mando. Se repitió acompañado esta vez de un ligero ruido de cacharros rotos.
—¡Hay alguien ahí afuera! —exclamó Pete.
Los ruidos se repitieron.
—Tal vez sea tía Matilda o tío Titus, Jupe —dijo Bob—. Voy a mirar por el periscopio.
Corrió hasta un rincón donde un tubo corriente de estufa subía y atravesaba el techo del remolque. El tubo terminaba en un codo y tenía dos tubos pequeños incorporados a modo de asideros. Se parecía mucho al extremo de un periscopio, y eso era exactamente lo que era... un periscopio casero de tubo y espejos que Júpiter había construido para que los investigadores pudieran ver el exterior desde dentro del remolque. Bob atisbo por la mirilla haciendo girar el aparato en todos sentidos.
—Veo a tía Matilda y tío Titus en la puerta de la verja —Informó—. Hans y Konrad están descargando el camión. Algunos clientes curiosean al otro extremo del patio. Por aquí cerca no hay nadie.
Los ruidos metálicos sonaron una vez más, ahora mucho más cerca, como si alguien se arrastrase por el montón de chatarra alrededor del remolque.
—¡Tiene que ser un intruso! —declaró Pete.
—¡Está por debajo de mi campo visual! —se lamentó Bob.
—De prisa, chicos —les apremió Júpiter—. Bob, tú sal por el túnel dos. Pete puedes utilizar la puerta cuatro. Yo iré por el tres. Trataremos de rodear a quien sea. Tú quédate aquí, Paul. No abras la puerta a menos que oigas nuestro código secreto: tres golpes, luego uno, luego dos.
Paul asintió con la cabeza mientras los tres jóvenes detectives salían en busca del intruso misterioso.