CAPÍTULO 12. Otra vez la cadena fantasma
La camioneta gris se hallaba aparcada en el callejón detrás de la tienda de muebles de segunda mano del señor Jacobs. Los cuatro jóvenes registraron el asiento, el espacio detrás del asiento, y el interior de la camioneta.
—Me figuro que un clip de sujetar papeles no puede romper ningún cristal —dijo Pete mostrando un clip doblado que acababa de encontrar debajo del asiento.
—Difícilmente, Segundo —repuso Júpiter tajante.
—¿O alguna lata vacía de soda? —añadió Bob desde la parte de atrás donde encontró un montón de latas vacías.
—El trabajo me da sed —confesó Paul con una carcajada—. Y luego olvido las latas vacías. Mi padre se enfada muchísimo.
—¿Qué es esto? —preguntó Pete. Y les mostró un pedazo pequeño de metal grisáceo y deformado del tamaño de una chincheta.
Bob lo cogió.
—Parece uno de esos plomos redondos que se ponen en los sedales de pescar para que se hunda el anzuelo.
—Y que lo hayan pisado o aplastado —añadió Paul tras examinarlo.
—Un plomo deformado por impacto —dijo Júpiter contemplando el pedazo de metal—. Pero esto no es plomo y parece ser que estaba hueco antes de ser aplastado. Por lo menos en parte.
—Puede que sea la parte superior de una lata por donde se vierte el líquido —sugirió Pete—. Ya sabéis, aceite, engrudo o algo por el estilo.
Bob sostuvo en alto el pequeño fragmento de metal.
—¿Veis esas pequeñas estrías a un lado? Hay algo en ellas que me resulta familiar, pero no sé qué puede ser.
—Bien —dijo Pete—, seguro que no es lo bastante grande como para romper un cristal, pero de todas formas voy a guardarlo. Podría ser parte de alguna otra cosa.
Pete cogió el trocito de metal y lo metió en su bolsillo. Los muchachos continuaron el registro de la camioneta. Encontraron bandas de goma elástica, calderilla, una tarjeta de crédito arrugada, vales para gasolina y toda la variedad de desperdicios que se acumulan en el suelo de un vehículo. Pero no había nada lo bastante grande para atravesar el cristal de una ventanilla. Los jóvenes le dieron otro repaso y al fin se dieron por vencidos.
La tarde declinaba cuando los investigadores se despidieron de Paul y volvieron a la chatarrería en sus bicicletas. Tía Matilda estaba de pie delante de la oficina.
—Un hombre llamado Willard Temple ha llamado, Júpiter. Dijo que su tío había cambiado definitivamente de opinión y que lamentaba haberos molestado. Tú sabrás lo que significa.
—Vaya —se lamentó Pete—. Y yo que pensaba que teníamos un auténtico cliente de pago.
—Por lo menos una recompensa si encontrábamos su moneda —convino Bob.
—¿Tía Matilda? —dijo Júpiter despacio—. ¿Viste hoy a alguien que se comportara de un modo extraño en el patio? ¿Tal vez que se subiera a un poste de teléfonos?
—¿Qué se comportara de un modo extraño? Nadie —replicó tía Matilda.
—Bueno, tal vez no de un modo raro —insistió Júpiter—. ¿Pero viste a alguien subirse a ese poste de ahí detrás?
—No. —Su tía meneó la cabeza—. Excepto al empleado de teléfonos, claro.
—¿Cuándo fue eso, tía Matilda? —preguntó Júpiter rápidamente.
—Pues, esta tardé. Creo que fue antes de que os marcharais, pero la verdad no estoy segura. ¿Quién se fija en un empleado de teléfonos?
Cuando los investigadores estuvieron donde tía Matilda no pudiera oírles, Pete se volvió a Júpiter.
—¿Qué es eso del empleado de teléfonos, Primero?
—¿Acaso piensas que ese hombre no era realmente un empleado de la compañía? —preguntó Bob—. ¿Tal vez alguien que pretendía vigilar el patio?
—Posiblemente, Archivos —repuso Júpiter—. Sin embargo eso tendrá que esperar. Puesto que no podemos hacer nada más hasta el lunes por la noche, sugiero que vosotros dos paséis el fin de semana pensando en nuestro problema base: ¿Es el ciclista el que rompe las ventanillas? Y si es él, ¿cómo lo hace y por qué? Y también, ¿cómo es que siempre parece saber dónde vigila la policía?
—¿Es eso todo lo que vas a hacer tú, Jupe? —le preguntó Bob.
—Desde luego, Archivos, aparte de visitar al comisario Reynolds. Como Pete está fuera de la ciudad y Paul trabajando, no podemos hacer gran cosa más.
Cuando llegó el lunes, los cuatro muchachos estaban deseando entrar en acción. Se reunieron temprano en el puesto de mando y pasaron el día preparando la segunda Cadena Fantasma. Dieron a todos sus amigos la descripción exacta del hombre alto de la bicicleta, diciéndoles que la pasaran a sus amigos, etcétera, etcétera, y pidiendo a todos que le vigilasen. Todos los observadores recibieron instrucciones de permanecer a ser posible dentro de sus casas o por lo menos vigilarle desde un lugar bien escondido. Después, Jupe conectó el contestador automático para grabar todos los mensajes. Todo estaba dispuesto para las actividades de la tarde.
Estaba ya anocheciendo cuando los cuatro muchachos se reunieron después de cenar en el puesto de mando. Se sentaron alrededor del contestador automático y esperaron. Llegaron las ocho y pasaron de largo. Los niños nerviosos se hablaban unos a otros en susurros, como si alguien pudiera oírles... como si también ellos estuvieran de vigilancia en la red de «fantasmas» de la Cadena. Pasaron las ocho y cuarto. Y las ocho y media.
Sonó el teléfono. La primera voz sonó por el altavoz.
—El hombre de la bicicleta, con casco, gafas, auriculares y mochila en la manzana 1400 de la calle Oliva. ¡Acaba de romperse una ventanilla! ¡No he visto que el hombre de la bici hiciera nada!
Pete estaba decepcionado.
—¡No hizo nada!
—No —repuso Júpiter mordiéndose el labio— pero estuvo allí.
El teléfono volvió a sonar.
—¡Por la manzana 1300 de Oliva acaba de pasar el hombre de la bicicleta y la ventanilla delantera de un Ford gris se ha roto! El ciclista no se detuvo.
—¡No se ha parado! —exclamó Paul.
—¡Pero las ventanillas siguen rompiéndose a su paso! —dijo Bob.
—¡Ventanilla rota de un Mercedes azul en la manzana 1200 de la calle Oliva! Pasó el ciclista. Pareció mover algo debajo del manillar.
Paul observó:
—El policía con quien hablé dijo que el hombre de la bici iba a moverse algo debajo del manillar. —¿Pero qué?
—¡Esperad, escuchemos! —les aconsejó Bob. Júpiter dijo:
—No sucederá nada en las dos o tres manzanas siguientes, Archivos. ¡Atención!
—Un hombre con gafas y auriculares montado en una bicicleta de carreras acaba de pasar por la manzana 1100 de la calle Oliva. ¡No ha ocurrido nada en absoluto!
Los otros miraron a Júpiter.
—¡El ciclista que describisteis ha pasado por la manzana
1000 de la calle Oliva, pero no ha ocurrido nada, chicos!
—¿Cómo lo sabías? —le preguntó Pete a Júpiter.
—Cuando el viernes fui a ver al comisario Reynolds, le pregunté dónde estaría apostada esta noche la policía, y me dijo que en la manzana 1000 de la calle Oliva —explicó Júpiter—. ¡El rompecristales sabía también esta vez dónde estaba la policía!
—Manzana 900 de la calle Oliva. El hombre de la bici de carreras acaba de pasar. ¡Creo que ha movido algo de debajo del manillar y se ha roto la ventanilla de un Chevette! ¡No he podido ver nada más!
—¿Pero qué puede llevar debajo del manillar? —preguntó Bob—, quiero decir, que pueda romper un cristal.
—¿Y si arroja algo porque nadie le ve hacerlo? —se extrañó Paul—. Debieran verle incluso de noche.
—Ciclista con aspecto de hombre del espacio en la manzana 800 de la calle Oliva. ¡La ventanilla de un Cadillac ha estallado! ¡Debe haber disparado algo contra el coche, chicos! ¡No estoy seguro! ¡Va muy de prisa y está oscuro, pero creo que ha disparado!
Bob se volvió a Pete.
—Segundo, ¿dónde está ese pedacito de metal que encontraste en la camioneta de Paul?
—Aquí lo tengo. —Pete sacó el trocito de metal plateado de su bolsillo y se lo entregó a Bob.
¡Claro! —exclamó Bob excitado—. ¿Veis esas estrías? ¿Y que en parte era hueco y en parte compacto? ¡Ya me parecía que sería eso!
—¿Y qué es eso? —quiso saber Pete.
—¡Un balín de una pistola de aire comprimido! —dijo Bob mirando a sus amigos—. Utiliza una pistola de aire comprimido para disparar contra las ventanillas de los coches. ¡Una muy potente!
—Aquí la manzana 700 de la calle Oliva. ¡El hombre de la máquina de carreras y el casco acaba de pasar por delante de un Mercury verde y la ventanilla se ha roto! No vi que el ciclista hiciese nada.
—¡Yo creo que estás en lo cierto, Archivos! —dijo Júpiter demasiado contento para que le importase que Bob hubiese sabido encontrar la respuesta primero—. Todo lo que tiene que hacer es disimularla debajo del manillar de carreras y apretar el gatillo cuando pasa a la altura de la ventanilla del coche y disparar. Es cuestión de segundos, no hace ruido y apenas se le ve cuando pasa en la oscuridad. ¡Y sólo deja un pedacito de metal que nadie encuentra a menos que lo busque intencionadamente!
—¡Será mejor que llamemos a la policía! —exclamó Paul—. ¡Ahora mi padre me creerá!
—Sí —convino Júpiter—. Les lla... ¡No, espera! ¡Todavía no podemos llamar a la policía! ¡Tenemos que atraparle nosotros!
—¿Por qué, Jupe? —quiso saber Pete—. El comisario dijo...
—Te lo explicaré más tarde. Ahora debemos...
—¡Júpiter, Bob, Pete! ¡La policía ha sorprendido al hombre de la bici de carreras rompiendo un cristal! ¡Lo tienen acorralado en el cruce de las calles Oliva y Chápala! ¡Id para allí!
—¡Vamos! —exclamó Bob.
—Las bicicletas son demasiado lentas —decidió Júpiter—. ¡Pediremos a Hans o a Konrad que nos lleven en el camión!
Salieron apresuradamente por el túnel tres y corrieron hacia la oficina. Uno de los camiones de la chatarrería estaba aparcado delante, pero en la oficina estaba únicamente tío Titus.
—Lo siento, chicos —le dijo tío Titus—. Hans y Konrad se han ido con tía Matilda y yo estoy esperando una llamada telefónica.
—Puedo conducir yo —se ofreció Paul—. Llevo encima mi licencia.
—¿Puede, tío Titus? —le preguntó Júpiter.
—Bueno, no veo por qué no —replicó tío Titus.
Paul condujo cuidadosamente a través de las calles desiertas de la ciudad hasta la confluencia de las calles Oliva y Chápala. Excitados, los muchachos miraron a su alrededor en busca de la policía y el ciclista capturado.
Allí no había nadie.
—Yo... yo no veo a nadie— tartamudeó Pete. Las calles estaban desiertas. No se oía ni se veía nada en la oscuridad de la noche silenciosa.
—Aquí no hay nadie —dijo Bob decepcionado.
Paul dijo:
—¿Júpiter? Qué...
—¡Un truco! —exclamó Júpiter de pronto—. Nos han engañado, muchachos. ¡Hemos mordido en anzuelo! ¡Esa voz del teléfono no pertenecía a ningún fantasma de la cadena!